domingo, 9 de marzo de 2014

La frustrada voladura de la ceca de Potosí

Publicado en Numismático Digital, 5 de marzo de 2014

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El día 18 de noviembre de 1813, tras las sucesivas derrotas de Vilcapugio y Ayohúma, el general Belgrano ordenó la retirada de la Villa Imperial de Potosí, ocupada por su ejército unos meses antes, con la expresa orden de volar su magnífica Casa de Moneda. Sólo la determinación del oficial Anglada hizo que la voladura no se hiciese efectiva.

 Tras la batalla de Salta de 20 de febrero de ese mismo año el Ejercito del Norte de las Provincias Unidas del Río de la Plata, comandado por Manuel Belgrano, ocupó la Villa de Potosí. Siguiendo instrucciones de la Asamblea Constituyente de Buenos Aires de fecha 13 de abril de este año,  y conforme a la propuesta del diputado Pedro José Agrelo, se batieron en esta ceca monedas de la misma ley y peso que las españolas, cambiando sus leyendas e iconografía.

En su anverso llevan un escudo creado por la propia Asamblea, sin el sol que lo encabezaba, sin adornos en la moneda argéntea y con dos cañones, un tambor y cuatro banderas en las áureas, la leyenda EN UNIÓN Y LIBERTAD, el monograma PTS de la ceca, la sigla de ensayador J, de José Antonio de Sierra, el valor en números arábigos y las letras S-los escudos- y R-los reales. En su reverso portan tanto las monedas de oro como las de plata, conforme a lo ordenado por la Asamblea, un sol con 32 rayos, 16 rectos y otros tantos oblicuos, con ojos, cejas, boca, nariz y barbilla, y la leyenda PROVINCIAS DEL RÍO DE LA PLATA.

El canto de las monedas de oro está decorado con estrías en oblicuo, y el de las de plata con hojas de laurel. En esta considerada primera emisión argentina se encontraban todas las monedas del sistema de la plata ente los medios y los ocho reales, y en oro se acuñaron todos los valores del sistema, desde los escudos sencillos a las onzas de ocho escudos.
 
Una vez se pusieron en circulación, a partir de finales de junio, estas monedas no fueron aceptadas por el público, ya que en el comercio se consideraba incomprensible este nuevo cuño, por lo que el Supremo Poder Ejecutivo de Buenos Aires tuvo que decretar el 28 de julio de ese año su curso forzoso, al ser de la misma ley y peso que las emisiones españolas precedentes.

 Como afirmaba el general José María Paz, testigo de los sucesos, la Casa de Moneda, vuelta a su giro ordinario, abastecía con abundancia de moneda metálica al comercio, y daba la bastante al ejército. En su retirada el Ejército del Norte cargaba, según las palabras del mismo autor, con todo el dinero sellado y sin sellar que se encontraba en la misma, y afirmaba que entre las cargas abandonadas en la retirada salvó una compuesta de alhajas de diamantes y tejos de oro de un valor superior a cuarenta mil duros.

La orden de partida se dio el mismo día 18 por la mañana, saliendo de la ciudad Belgrano con una columna de infantería a las tres de la tarde, y quedando en ella unos ochenta hombres al mando del general Díaz Vélez. Dado que la población se iba reuniendo alrededor de la Casa de Moneda, se mandaron patrullas para disolver a los grupos. Se informó asimismo paulatinamente a los habitantes de las casas de alrededor de la ceca que debían abandonarlas, al irse a volar la misma con un gran depósito de pólvora, si bien Paz afirmaba que la mayor parte de la población siguió encerrada en sus casas.

En la sala de la fielatura, en el centro de la Casa de Moneda, se habían colocado por orden expresa del general Belgrano gran cantidad de barriles de pólvora, para cuya inflamación debía dejarse una mecha de duración suficiente para permitir la retirada del ejército. Cerca del ocaso Díaz Vélez ordenó encender la mecha y cerrar las puertas, y dado que no aparecieron las llaves sólo se emparejaron y los últimos soldados salieron de la ciudad. Paz recogía que se detuvieron a una legua de la ciudad, deseando gozar en su totalidad del terrible espectáculo de ver volar en fracciones un gran edificio i quizá media ciudad.

Al no producirse la explosión, Belgrano ordenó al capitan de artillería Juan Luna que entrase en la ciudad con 25 jinetes para volver a encender la mecha, de lo que tuvo que desistir por la más que probable oposición de los habitantes de la ciudad y por la cercanía de las tropas realistas. La misma no se produjo porque el oficial mayor de la plaza, apellidado Anglada, había ocultado las llaves y, quedándose escondido, cortó la mecha que conducía a la bocamina.

¿Héroe o villano?. Para Muñoz Cabrera este oficial, que afirmaba era boliviano, tuvo una feliz inspiración al evitar que se consumase aquel hecho horrible, salvando con ello este edificio monumental. A pesar de deshacerse en toda su obra en loas al general Belgrano, afirmaba taxativamente:

No es posible dejar de lamentar la especie de estravio mental que inspiro al jeneral Belgrano el bárbaro proyecto de hacer volar la casa de moneda de Potosí, situada en la parte mas central de la poblacion; i los que conocieron y apreciaron las altas virtudes i espíritu caritativo de este jeneral no dejarian de sorprenderse al saber que fué suyo tan temerario proyecto.

 Paz refería en sus Memorias su conversación durante la retirada con Tomás Manuel Anchorena, secretario de Belgrano, que versó sobre el frustrado intento de la voladura de la ceca, afirmando que se tomó la libertad de reprobarlo altamente, mientras que Anchorena lo sostuvo, alegando que además de privar al enemigo de tan valioso recurso se hubiese conseguido arruinar un pueblo que siempre había sido y seria enemigo nuestro.

En cuanto a Anglada, a quien casi sin ninguna duda debió conocer personalmente, afirmaba que era mendocino, y que se habría relacionado con personas enemigas a la causa, y particularmente con una señora que era muy realista. No dudaba de que fue él quien ocultó las llaves, cortó la mecha y se presentó al enemigo, que le acogió bien por el importante servicio realizado y lo empleó en el ejército, donde según su testimonio no jugó un papel distinguido, dado que no pudo hacer olvidar a sus nuevos patronos que era un traidor.  

 ¿Podría tratarse de Francisco Anglada? Probablemente no sea más que un caso de homonimia, dado que no he encontrado ninguna referencia a su nombre de pila entre los documentos y crónicas coetáneas que se refieren a esta acción. Pero hay algunos indicios, siempre guardando las debidas reservas y esperando encontrar datos debidamente contrastados, que parecen apuntar a esta posible atribución.

 Este oficial realista y posteriormente boliviano era según algunos autores oriundo de la actual Argentina. La ciudad de Mendoza, que los primeros 215 años de su historia perteneció a la Capitanía General de Chile, fue integrada junto con el resto de Cuyo en el Virreinato del Río de la Plata en 1776. Sin embargo, según el Diccionario Histórico del Departamento de la Paz el luego general Francisco Anglada habría nacido en Montevideo el 4 de noviembre de 1788. En el Índice del Archivo del Gobierno de Buenos Aires de 1810 encontramos una solicitud del día 8 de junio de un tal Francisco de Borja y Anglada, para ser admitido en clase de cadete, agregado al batallón nº 1.

 Es citado como sargento mayor y teniente coronel, y calificado de intrépido por el general realista Juan Ramírez Orozco, que combatió en las batallas de Vilcapugio y Ayohúma antes citadas como Jefe de Estado Mayor de Joaquín de la Pezuela, en sus comunicaciones durante las campañas contra los insurgentes de Cuzco, y consta asimismo que fue herido en combate y aún así tomó la bandera de los enemigos por un informe enviado por Ramírez a Joaquín de la Pezuela, fechado en el Cuartel General de la Paz el 2 de noviembre de 1814.

En el Archivo General de Indias,  Lima, 754, N.26-1, se conserva la carta nº 135 del virrey José Fernando de Abascal, Marqués de la Concordia, a Pedro Cevallos, secretario de Gracia y Justicia, de 17 de mayo de 1816, en la que se informaba del nombramiento del sargento mayor graduado de teniente coronel Francisco Anglada, como subdelegado interino del partido de Yungas, en la Provincia de La Paz, por los recomendables servicios realizados en el Ejército del Alto Perú, que eran dignos de una particular atención. En la misma aparece reproducido asimismo el testimonio del oficial, fechado el 13 de noviembre de 1815, que afirmaba que se excusaba de referir sus servicios al Soberano, puestos de manifiesto por los partes del Señor General Reconquistador del Cusco.

De ser así, no sería la última vez que cambió de bando, dado que, según Urcullu con el grado de comandante, se pasó al ejército de Sucre a comienzos del año 1825, en los estertores del gobierno español en Sudamérica, debidos a la sublevación absolutista de Pedro Antonio de Olañeta contra el virrey José de la Serna, que fracturó la defensa del Perú, y a la acción conjunta de los ejércitos de Simón Bolívar y Antonio José de Sucre.

En la Guerra Civil peruana de 1835-1836 le encontramos con el grado de general de brigada en el ejército de Andrés de Santa Cruz, y presidió el Consejo de Guerra que firmó la sentencia de muerte de Felipe Santiago Salaverry, Jefe Supremo de la República del Perú. En 1839 desempeño la Intendencia de Policía de la Paz, y falleció el 16 de julio de ese año por una atrofia al corazón. Según el Diccionario Histórico del Departamento de La Paz, estuvo casado con María Mercedes Goyeneche, que murió el 11 de mayo de 1838.

 Su caso no es único, sino uno más en una época marcada por la violencia, por el caudillismo, por los enfrentamientos fratricidas y por ominosas guerras a muerte, que hicieron cumplirse el pronóstico que Simón Bolívar hizo en su carta al general Juan José Flores, primer presidente de Ecuador. En ella afirmaba que para ellos la América era ingobernable, que quien servía a una revolución araba el mar, y que caería infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos los colores y razas. La revolución devoró a sus próceres.

 
Bibliografía

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“Bicentenario Acuñación Primera Moneda Patria 1813-2013”, Folios Numismáticos, nº 72, Centro Numismático de Santa Fe, Abril 2013.