jueves, 18 de octubre de 2018

La famosa plata peruana: acuñación de moneda en la ceca de Potosí en el siglo XVIII

Publicado en Oroinformación, 18 de octubre de 2018

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    Las monedas macuquinas batidas a mano en Potosí a menudo tienen grandes grietas en sus flanes, algunas tan grandes y extensas que la moneda parece que va a partirse en pedazos. Estas melladuras, irregulares roturas de tensión en el metal siguen la estructura de la aleación en impredecibles líneas de fragilidad. A primera vista las grietas hacen parecer a la moneda potosina mellada, frágil y pobremente hecha. Todo ello le hizo sospechosa de su peso y fineza. Los mercaderes de fuera del virreinato del Perú eran a menudo hostiles a recibirlas en pago, rebajando en ocasiones las monedas incluso cuando estaban batidas con los estándares legales.         
    De acuerdo con Butts y Coxe, la aleación de la plata utilizada para hacer moneda en Potosí no estaba suficientemente desoxidizada. En las macuquinas hechas allí veían múltiples signos de fragilidad en la forma de las grietas periféricas y grandes rajas en las planchas irregulares. En otras palabras, las planchas de plata no eran muy dúctiles.          Aunque esto es esencialmente correcto, posiblemente haya una mejor explicación. Es claro que las planchas en Potosí a menudo se realizaban a mano y con una aleación pobre. Los plateros de los siglos XVI XVII sabían perfectamente que cualquier objeto de plata se convertía en frágil si estaba batido a martillo sin recocer. Su fundición a fuego lento permite a la estructura cristalizada volver a su forma dúctil habitual. Pero estos mismos expertos a cargo de las acuñaciones en Potosí ignoraron deliberadamente esta relación simple entre la fortaleza y el recocimiento de la plata por una razón económica que ha escapado a la atención de muchos investigadores.
    El carbón de leña era prácticamente el único combustible que podía utilizarse para los hornos de mezcla y recocido de la ceca. Con la amplia deforestación desde los primeros días del descubrimiento de plata en las regiones circundantes, el carbón pronto alcanzó precios exorbitantes en Potosí. Con mayor incidencia que cualquier otro artículo, el carbón contribuyó al mayor coste de la vida y el trabajo en la América Española.
    Otro problema se añadía al del deseo de economizar carbón de leña. Cuando las piñas de plata esponjosa eran llevadas a la ceca por los mineros o propietarios de ingenios, solamente lo necesario del caro combustible era expendido para fundirla en lingotes ensayados de pureza apropiada para su acuñación (en otras palabras, 2.380 partes de plata de las posibles 2.400), y el peso y la fineza estaban marcadas en cada lingote y cuidadosamente registrada. Nada sucedía, algunas veces durante años, hasta que los propietarios, o la ceca, necesitasen convertir esos lingotes de plata pura en la requerida fineza fundiéndolas y añadiendo cobre pare hacer una aleación final con la que las macuquinas podían batirse.
    Entonces los ensayadores, en algunos casos fundidores especiales, tenían que fundir los lingotes enteros en hornos equipados con fuelles y verter la plata líquida sola de los calderos de hierro en una serie de moldes para hacer los rieles. Como la plata estaba a muy poca temperatura de su punto de fundición, se solidificaba rápida y desigualmente en estas piezas de metal de tamaño uniforme. Cuando se cortaban las planchas-cospeles- de estas barras, la anchura del metal de varios vertidos no era siempre la misma.
    Cuando los trabajadores cortaban los cospeles de estas tiras de metal, deliberadamente hacían una que tenía claramente un tamaño mayor que el legal dado que el coste efectivo de cortar piezas menores -la cizalla- era mayor, hasta que el balanzario estuviese satisfecho, que  hacer un cospel con peso inferior -feble- o superior –fuerte-. El cospel podría ser rechazado si tenía menos peso, o sujeto a ulteriores recortes si era demasiado pesado.
    Obviamente, cualquier recorte que se realizaba en los pesos que pudiese ser convertido en moneda de pequeño módulo por no estar en el estándar y podía acuñarse en dicho facial, pero los sobrantes tenían que ser completamente reciclados, con un coste mayor en combustible. Es interesante hacer notar que durante los primeros años de la ceca de Potosí, el ensayador mayor tenía la prerrogativa de hacer barrer los suelos periódicamente de cualquier viruta de plata, cortes pequeños o limaduras, de los que se convertía en propietario.
    Pero aunque fuesen gruesos o delgados, los cospeles estrechos y rectangulares requerían al menos un martillado para convertirlos en una pieza más redondeada o con forma de moneda. En este punto en la ceca de México, los cospeles eran obviamente recalentados para eliminar los relieves internos antes de proceder al acuñado. Pero la economía de combustible en Potosí era superior y la misma, si alguna vez se producía, era brevemente.
    Entonces estos cospeles retocados eran entregados a dos equipos de acuñadores, que los mantenían entre dos lengüetas encima de la matriz mientras le daban un fuerte golpe con grandes martillos. Tanto el cospel como el martillo a menudo rebotaban y dejaban una o varias impresiones parciales en alguna o ambas caras en parte de la superficie desigual de la plata. En el momento en el que estos golpes se acuñaban, las grietas de tensión aparecían alrededor de los cantos finos desde los que debían trabajar hacia el centro en el caso de que el cospel fuese inusualmente duro y frágil.
    Siendo plateros con un largo aprendizaje, los ensayadores tenían que saber lo que estaba pasando. Todo el mundo ponía excusas para los problemas encontrados en la producción de moneda y usualmente culpaban a la plata misma por ser recalcitrante y rebelde. Incluso a finales del siglo XVIII el superintendente Jorge Escobedo se quejaba a sus superiores de que la mala calidad de la plata era tan irremediable como la ignorancia de cómo refinarla.
    En el año 1752 se fundó por Real Cédula el Banco de Azogueros o de Rescates, con las funciones primordiales de comprar y rescatar la plata de los azogueros, trapicheros y mineros. Prácticamente no tenía funciones de crédito, y solo auxilió a los trabajadores en caso de necesidad, y estaba destinado a defender sus intereses de los excesivamente altos beneficios que obtenían los mercaderes de la plata en la venta de sus pastas. En 1779 fue incorporado por la Corona, con el nombre de Real Banco de San Carlos de Potosí, con las mismas atribuciones que su antecesor.
   Fuentes hacía en 1861 referencia a que tras la incorporación por Jorge Escobedo del banco a la Corona en agosto de 1779, sus ganancias subían cada año de 30.000 pesos, y llegaban en alguno, como en 1780, a 46.588 pesos 6 reales. Con ello se proveía sin escasez el gremio con dinero, azogue y bastimentos, se recaudaron deudas atrasadas por importe de 400.000 euros, se remitió al virrey Cevallos en Buenos Aires la misma cantidad para la expedición contra los portugueses, y se hicieron otros muchos importantes desembolsos. El cálculo de los rescates de 1754 a 1790 ascendía a 5.652.499 marcos 7 onzas.
    La acuñación de moneda macuquina durante el largo proceso de construcción de la nueva Casa de Moneda no se interrumpió, utilizando las anticuadas técnicas que venían usándose desde la fundación de la ceca. Había en la ceca antigua cuatro hornazas: la llamada La Pila, propiedad de Diego Moreno de Villegas, que fue legada el 19 de enero de 1759 al Hospital de Belén por la última heredera doña Josefa Villegas Moreno; la de los Barea, más tarde propiedad de don Manuel Tovar y Mur; la de los Laredo; y la de los Quintanilla.
    La nueva hornaza de los Laredo, instalada en la nueva Casa de Moneda, batió moneda macuquina hasta el 29 de enero de 1767. Unos meses después, el 15 de mayo de 1767, se acuñó el primer lote de moneda esférica columnaria, del que se sacaron unas muestras para remitirlas a la Corte. La producción de moneda macuquina no cesó inmediatamente, dado que había que preparar al personal en las nuevas técnicas, y asimismo era necesario mantener la producción para sacar la moneda al mercado. La producción de moneda de mundos y mares se irá incrementando, pero ambos tipos de acuñación coexistieron durante tres años.  Según la Memoria del virrey, entre los años 1746 y 1750 se labraron en la Casa de Moneda de Potosí 1.503.840 marcos de plata, o 300.768 marcos anuales.
    En Potosí se usaron volantes de medio cuerpo y de cuerpo entero. Los primeros eran prensas pequeñas con un eje vertical enroscado al extremo que sujetaba el cuño del anverso de las monedas, y bajo el eje se situaba la maceta, donde se ponía el troquel del reverso de la pieza y soportaba el golpe en la acuñación. La fuerza necesaria se obtenía con un brazo acabado en dos pesadas bolas de plomo a modo de balancín, que se giraba con violencia. Era común que se rompiesen los troqueles, al no ser la base continuación de la parte superior.
     Tres de estos volantes llegaron de Lima en 1766. Unos años después se sumaron dos volantes de cuerpo entero, en los que la base era la continuación de la parte superior y que además estaban fijados a una piedra con garfios de bronce, lo que les daba mayor estabilidad. Junto a los volantes era necesaria la máquina acordonadora para el laurel o cordoncillo de los cantos de las piezas.
    La primera moneda potosina con cordoncillo se acuñó en 1767, pero debió de recogerse inmediatamente, debido a un egregio error de diseño. Los ejemplares de finales de este año fueron correctamente batidos, pero son hoy en día muy escasos. La producción de moneda columnaria prosiguió hasta el 21 de noviembre de 1770, en todos los valores del sistema argénteo, desde el medio real a los ocho reales, y su producción se fue incrementando en detrimento de la de moneda macuquina de año en año.
    En 1769 se descubrió una errata en la leyenda de algunos reales de a ocho de 1768, con la errónea inscripción URTA QUE UNUM. Pedro de Tagle y Bracho, Oidor de la Plata y encargado de la organización del Banco de Potosí informó al virrey, que ordenó la total e inmediata recogida de toda esta moneda, amenazando con el decomiso de las piezas que no fueran entregadas en el plazo de quince días.      Tras las pesquisas, se descubrió que el tallador mayor José Fernández de Córdova se hallaba enfermo, y había muerto el 30 de julio de 1768, y que el responsable de tal error había sido el hijo del guardacuños Álvarez, que había sustituido a su padre, también enfermo, y que no cayó en dicha errata. Se estimó que la moneda batida con leyenda errónea suponía de diez a quince mil pesos.
    Santiago de Arze reemplazó a Saint Just, y el 17 de marzo de 1770 ordenó que se terminase con la labra de macuquinas. Poco tiempo después se cerró la Casa Vieja y solamente se operó en la nueva ceca, hasta que el 15 de septiembre Pedro de Tagle y Bracho, Oidor de Audiencia de Charcas, viajó a Potosí por encargo del virrey Amat y Junyent, decidió suspender la producción de moneda esférica el 21 de noviembre y volver a labrar moneda macuquina.
    Arze afirmó posteriormente que Tagle había ordenado la clausura de la nueva Casa de Moneda cuando la misma estaba operando porque quería llevarse el mérito de haberla concluido. Otros adujeron motivos económicos, dado que el menor control en la moneda macuquina le habría beneficiado. Tras un juicio que duró una década, se pudo probar la culpabilidad del oidor.
    Tagle alegó que las piezas redondas que se habían ordenado fabricar en exclusividad desde el 29 de mayo fueron muy defectuosas, por lo que debió seguirse con la acuñación de macuquina. Asimismo, las partidas de plata agria hacían que las macuquinas saliesen rajadas y con los motivos mal grabados, y en las batidas a volante se producían continuos rompimientos de cuños. Tagle acusaba al fiel de la ceca, Luis Cabello, de ser el culpable de la detención de la acuñación de moneda circular.
    Aunque por carta de fecha 6 de junio de 1774 se había ordenado por las autoridades virreinales al superintendente de la ceca potosina la labra de al menos 500 o 600 marcos en plata menuda en cada remisión, nunca se cumplió. La escasez de este numerario era notoria, de manera que en ocasiones se podía estar una hora o más tiempo buscando cambio de un peso fuerte en reales sencillos y medios por las pulperías de la villa sin hallarlo. El problema principal era que solamente había un volante para la acuñación de numerario menudo, con lo que era imposible que se llegasen a las cantidades ordenadas. El problema se agravaba en las otras ciudades del reino, en las que la escasez crónica hacía que se hubiese de recurrir a fichas hechas de plomo, cobre o cartón.
    El año 1778 encontramos una anomalía en sus emisiones, dado que en algunas piezas de cuatro reales se encuentran las siglas de ensayador JR, que habían dejado de usarse el año anterior, y que debían de ser PR. Posiblemente esta variante se deba a la reutilización de cuños de los reversos de los años 1772 a 1776, algo totalmente anormal. Asimismo, se sustituyó la letra R de REX por una N, por lo que la leyenda reza NEX. También se retocaron y utilizaron troqueles para las emisiones de ½ real, y en las monedas es visible que se retocaron tanto las fechas como las siglas de ensayador.
    Ferrari estima, por la cantidad de estas monedas anómalas que han llegado a nuestros días, que debieron de circular en una cantidad apreciable. Por un lado, su labra no podía ser legal, dado que desde la Real Orden de 18 de marzo de 1778 se ordenaba el cese de la labra de moneda macuquina y la recogida de la moneda de estas características ya batida en el plazo de dos años, si bien dicho plazo se prorrogó en sucesivos periodos y su circulación se dilató hasta su circulación en las nuevas repúblicas iberoamericanas.
    A pesar de que Hernán Sanz afirmaba que las mismas fueron batidas en la hornaza del Hospital de Belén en pequeña cantidad, Ferrari cree que las mismas son falsificaciones de época, una acuñación clandestina en la que o bien estarían implicados trabajadores de la ceca o al menos tenían acceso a sus elementos y maquinaria. Para ello se apoya en varias características de estas monedas. La primera de ellas es que los troqueles para la acuñación habían sido abiertos expresamente para esta emisión. Junto a ello, observa que todos los pesos fuertes que se conservan tienen el mismo recorte, algo totalmente imposible, dado que el mismo se usaba para eliminar los excesos de cada una de las piezas, y no podía haber dos iguales.
    De ello colige que estas monedas fueron realmente acuñadas con troqueles, y no a martillo, para simular su carácter macuquino. Asimismo, en todas ellas es perfectamente visible la antigua marca de ceca, P, en ese año en desuso, pero en ninguna se pueden ver las siglas de los ensayadores, apareciendo el tramo donde deberían estar sin excepción aplastado. La grafía de última cifra del año, el 8, es diferente a la utilizada en esta ceca en varias épocas, lo que este autor deduce por simple cotejo, con lo que este autor supone que se realizó de esta manera para sembrar la duda sobre posibles errores de punzón o defectos en la labra. Este tipo de errores que se habían producido en el pasado son a su entender burdos y manifiestos, y no ofrecen dobles interpretaciones.
    Si bien parecería más lógica la labra fraudulenta de la nueva moneda de busto, Ferrari estima que inteligentemente los falsarios recurrieron a los tipos macuquinos, dado que ofrecían menos dificultades para la acuñación que las nuevas monedas con cordoncillo, improntas iguales y en troqueles regulares. Es posible también a su entender que esta moneda no fuese puesta en circulación, sino cambiada por moneda de nuevo cuño aprovechando la recogida de las macuquinas.
    El monarca había autorizado por Real Orden de 17 de marzo de 1777 la labra de moneda de oro en Potosí, derogando con ello la prohibición incluida en la Real Cédula de 15 de diciembre de 1761. Conforme a ello, en 1778 se comenzó a batir moneda áurea en esta ceca, teniéndose que dedicar el ensayador primero de la misma, Pedro Narciso de Macondo, a una labor que según sus propias palabras nadie había visto en esa Casa de Moneda practicar. Para Ferrari este hecho reafirma la suposición de que el ensayador primero tuvo que volcarse en esta primera emisión de oro, abandonando las labores de la plata a unos subalternos con los que por otro lado no se llevaba nada bien.

Bibliografía
BUTTS, A. Y COXE, C.D., Silver: Economics, Metallurgy, and Use, Princetown, Nueva York, 1967.
CRAIG, A.K., Spanish colonial silver coins in the Florida Collection, Gainesville, Florida, 2000.
CERDAN DE LANDA SIMON PONTERO, A., Memorias de los vireyes que han gobernado el Perú durante el tiempo del coloniaje español, T. IV, Lima, 1859.
CUNIETTI-FERRANDO, A., “Las macuquinas de Potosí en el reinado de Carlos III”, Cuadernos de Numismática y Ciencias Históricas, T. IX, nº33, Buenos Aires, 1982.
DARGENT CHAMOT, E., Las Casas de Moneda españolas en América del Sur,  (3.17). Disponible en https://www.tesorillo.com/articulos/libro/02a.htm.
DOMINGO FIGUEROLA, L., “Contribución al estudio de la ceca de Potosí”,  NVMISMA 24, enero-febrero 1957, pp. 47-65.
FERRARI, J.N., "Anomalías en las acuñaciones potosinas de 1778", NVMISMA 32, mayo-junio 1958, pp. 23-31.
FUENTES, M.A., Biblioteca Peruana de Historia, Ciencias y Literatura, Tomo III, Antiguo Mercurio Peruano III, Lima, 1861.
PELLICER I BRU, J., “La Villa Imperial de Potosí (Noticias mineras y numismáticas)”, Gaceta Numismática 141, Junio 2001, pp. 61-73.

lunes, 15 de octubre de 2018

La moneda en Puerto Rico durante el siglo XVIII

Publicado en Panorama numismático, 11 de octubre de 2018
https://www.panoramanumismatico.com/articulos/la_moneda_en_puerto_rico_durante_el_siglo_xviii_id03066.html

La privilegiada posición de Puerto Rico, su importancia para las rutas comerciales y para los galeones de la plata y los esfuerzos realizados por las potencias europeas para anexionárselo llevaron a que para la misma se instituyese, en época temprana, un situado o ayuda de costa para su mantenimiento, que rápidamente se convirtió en el principal medio de financiación y en el pilar fundamental de la economía de la isla, muy por encima de los ingresos de las Cajas Reales locales y de las exportaciones.
    La recepción del mismo era vital para la construcción y mantenimiento de las fortificaciones, así como para el pago de las soldadas de la guarnición. La demora en su recepción conllevaba el retraso en dichos trabajos. En el año 1701, en víspera del estallido de la Guerra de Sucesión, Felipe y remitió una carta al virrey de Nueva España, urgiéndole a que concluyese las obras de fortificación de la ciudadela de San Juan, al considerar la isla como el antemural de las Indias.
   Como estudia detalladamente Crespo en su obra monográfica sobre el desarrollo económico y monetario de la isla, es harto difícil determinar el montante anual de las cantidades recibidas por este concepto durante el siglo XVIII, ya que para su determinación las fuentes secundarias disponibles muestran datos en muchas ocasiones contradictorios. Para intentar sistematizarlos recoge entre otros los contenidos en la obra de Coll y Toste, Ortiz Murias y de Córdova.
   La obra de Pedro Tomás de Córdova es a juicio del autor la única fuente autoritativa sobre el tema, y es asimismo la utilizada predominantemente por los autores posteriores como referencia. Dichos datos nos informan exclusivamente de los situados recibidos desde 1766. Para el período comprendido entre 1700 y 1765, Crespo utiliza una estimación en base a los promedios anuales de los ciclos previo y posterior.
   Una de las conclusiones que se desprenden de los datos conocidos es que el situado creció exponencialmente en épocas de guerra, con incrementos que fueron especialmente intensos en la época de Carlos II y durante el siglo XVIII. Es a su luz notorio que durante la Guerra de Sucesión Española, la Guerra de los Siete Años y la de Independencia de los Estados Unidos el esfuerzo económico que recaía sobre el virreinato novohispano se materializó en el envío de importantes sumas para el mantenimiento de la isla.
   Otro dato que se infiere de su estudio es la enorme dependencia de Puerto Rico de los ingresos del situado, al cruzar los datos con los conocidos de los demás ingresos de la isla por otros conceptos, y muy especialmente los fiscales. La proporción era, como comenta Crespo, cercana a un 69% del total, y era utilizada para hacer frente no solamente a los gastos militares, sino también a los generales.
  Los efectos de estos subsidios han sido vistos por diversos autores y en diversas épocas como un freno al desarrollo endógeno de la isla, dado que la certeza de su recepción por la prioridad dada por la Corona a la conservación del territorio, unidos al sistema mercantilista vigente en la época, no favorecía el auge de la agricultura y el comercio locales.
  Como en muchos otros lugares de las Indias, las remesas recibidas en plata fuerte, reales de a ocho y de a cuatro,  servían para adquirir productos en el exterior, ya fuesen aquellos que legalmente entraban en el territorio, ya los introducidos por el contrabando, principalmente realizado por portugueses y daneses, que drenaban de moneda la isla, producían una inflación galopante y la hacían sufrir, como en tantas otras partes, una escasez crónica de circulante.
  La dependencia del situado hizo que en aquellos momentos en que el mismo no llegaba las autoridades locales tuviesen que recurrir a medidas de financiación como la solicitud de préstamos a los comerciantes o la emisión de numerario provisional en forma de papel moneda. Los préstamos solicitados, en aquellos casos en que la demora en la recepción llevaba a la escasez de circulante, llegaron a alcanzar un porcentaje de hasta un 28% del total de los ingresos. En caso de que los mismos no fuesen suficientes, se tenía que recurrir a la moneda provisional.
   Para las transacciones menudas, se utilizó hasta este siglo moneda de vellón batida en Santo Domingo en el siglo XVI, conocida en la isla como moneda de fraile o moneda de los pobres. La distinta valoración que la misma tenía en Puerto Rico y en la isla Española hacía que hacía que esta longeva moneda provincial fuese remitida a Puerto Rico para ser cambiada por plata o para obtener con ello una ganancia.
   La isla fue el primer territorio de las Indias españolas en el que se hubo de recurrir a la emisión de papel moneda de necesidad, la llamada moneda provisional de papeletas. Para ello se llevaban a cabo emisiones en papeles de diferentes tamaños, según los valores faciales que representaban, con impresión de los mismos y de marcas que dificultasen su falsificación, teniendo que ir firmados por los oficiales de la Hacienda Real.
   Según de Córdova, en el año 1766 y a causa tanto de la falta de recepción del situado como de una serie de violentos huracanes, hubo en la isla una gran penuria, y al no encontrarse los suficientes recursos por la vía de los préstamos de particulares se tuvo que recurrir a la emisión de papeletas entre ese año y 1768 por valor facial de 8 reales. Cuando finalmente se recibió el situado, por un importe de 271.929 pesos, 6 tomines y 6 granos, que procedió a la liquidación de parte de esta deuda, y al abono de 50.993 pesos 6 reales de lo debido por préstamos.
   En el año 1781, y debido asimismo a la falta de llegada del situado, se volvió nuevamente a recurrir a la emisión de esta moneda provisional desde el día 17 de julio, y hasta finales de marzo de 1785 se hicieron nuevas emisiones, que alcanzaron un montante global de 654.325 pesos. Cuando finalmente se procedió a amortizarías, hubo de pagarse de más 25.233 pesos y 2 reales, procedentes de falsificaciones.
      Por Real Orden de 24 de mayo de 1784 se creó la Intendencia de esta isla, sujeta a la ordenanza de Buenos Aires. Hasta esa fecha, según Córdoba, es de suponer que existían los oficios de contador y tesorero. Cada uno de estos empleados recibía en 1759 un sueldo de 567 pesos, 5 reales y 6 maravedíes, que se elevó a 1.200 pesos por Real Orden de 8 de agosto de 1767.
   Las rentas de la isla estaban reducidas a los derechos que producía el escaso comercio con la Península, según lo establecido para puerto menor en la Ordenanza de Libre Comercio, a los diezmos y a otros escasos ingresos por bulas, alcabalas y rentas del papel sellado, por lo que la dependencia del situado remitido de Nueva España era, como hemos ya indicado, el que sostenía todas las cargas de la isla.
    Las autoridades de la isla tuvieron que recurrir en diversas ocasiones al recurso de las papeletas  durante el resto del siglo y principios del siguiente, sin ningún respaldo en moneda metálica. Esta práctica llevó a su falta de aceptación por parte de los isleños, a una espiral inflacionaria y a la generalización de su falsificación.
    Estas emisiones, según Córdoba, destruyeron el crédito, ahuyentaron el numerario, desterraron la confianza en las mismas y finalmente las convirtieron en ineficaces, llegando a valer un peso en moneda metálica diez en papel. Las graves consecuencias de este proceso fueron finalmente atajadas a partir de 1814 por el Intendente Alejandro Ramírez, aprovechando las remesas de moneda macuquina traídas por los refugiados procedentes de Venezuela.

Para saber más

BURZIO, H.F., Diccionario de la moneda hispanoamericana, Santiago de Chile, 1958, vol. 2.
CARO COSTAS, A.R., Antología de Lecturas de Historia de Puerto Rico (siglos XV-X VIII), San Juan, Puerto Rico, 1980.
COLL Y TOSTE, C., Reseña del Estado Social, Económico e Industrial de la Isla de Puerto Rico al tomar Posesión de ella los Estados Unidos, San Juan, Puerto Rico, 1899, en su edición facsímil de la Real Academia Puertorriqueña de la Historia de 2003.
CORDOVA, P.T. de, Memorias Geográficas, Históricas, Económicas y Estadísticas de la Isla de Puerto Rico, 6 vol., 1832, en su edición facsímil del Instituto de Cultura Puertorriqueña de 1968.
CÓRDOVA, P.T. de, Memoria sobre todos los ramos de la Administración de la Isla de Puerto-Rico, Madrid, 1838.
CRESPO ARMÁIZ, J., Fortalezas y Situados. La geopolítica española y sus efectos sobre el desarrollo económico y monetario de Puerto Rico (1582-1809), Puerto Rico, 2005.
NAVARRO ZAYAS, A.O., “Reporte de nuevos ejemplares de la emisión del papel moneda en Puerto Rico (1781)”, Documenta & Instrumenta, 12, 2014, pp. 195-208
ORTIZ MURIAS, J., “La moneda en Puerto Rico”, NUMIEXPO, Sociedad Numismática de Puerto Rico, 1984.

Archivo General de Indias (AGI), “Vale de 8 reales”.  MP-MONEDAS, 3(1).