lunes, 31 de mayo de 2021

Las monedas del Imperio Mexicano (1821 -1822) acuñadas a nombre de Fernando VII

 Publicado en Crónica Numismática, 31 de mayo de 2021


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Durante los años 1821 y 1822 se siguió acuñando moneda a nombre de Fernando VII en las distintas Casas de Moneda del Virreinato de Nueva España. La razón de ello, a pesar de la firma del Acta de Independencia el 28 de septiembre de 1821, se debe a una razón jurídica. Tanto el Pacto de Iguala como los Tratados de Córdoba definían a México como un Imperio, en el que el monarca español o alguno de los miembros de su dinastía seguiría siendo el soberano, y hasta su aceptación y coronación un Consejo de Regencia ejercería el poder ejecutivo.

 Tras la sublevación de Rafael de Riego y el restablecimiento de la Constitución de Cádiz en 1820, simpatizantes del régimen absolutista de Nueva España comenzaron a reunirse secretamente en la conocida como la Conspiración de la Profesa. En sus primeras reuniones, su objetivo fue el de impedir que la noticia del triunfo liberal en España se conociese. Cuando finalmente las autoridades virreinales tuvieron que jurar la Constitución, su objetivo varió hacia la independencia, con el objeto de instaurar una monarquía, obviando las instituciones constitucionales, en la persona del propio Fernando VII o de alguno de los infantes españoles. Uno de los apoyos que buscaron y obtuvieron fue el del oficial realista Agustín de Iturbide.

 En consonancia con las órdenes recibidas, el virrey expidió un generoso indulto y liberó a los insurgentes que se encontraban presos, lo que hizo que su descontento aumentase. Finalmente, en noviembre Iturbide fue nombrado comandante para combatir a uno de los últimos focos insurgentes, el de Vicente Guerrero. Con este último concluyó el  Plan de Independencia de la América Septentrional, conocido como Plan de Iguala, el 24 de febrero de 1821, con el objetivo de establecer la independencia de México, manteniendo la monarquía en la persona de Fernando VII u otro de los miembros de su casa, estableciendo la religión católica como única y la unión de todas las clases sociales. Se formó un ejército conocido como Trigarante, al que se unieron militares realistas y algunos antiguos insurgentes.

 A la llegada de Juan O’Donojú, el Jefe Político Supremo enviado por las Cortes, Iturbide se reunió con él el 24 de agosto de 1821, y firmó con él, aunque O’Donojú lo hizo a título personal, los Tratados de Córdoba, una ampliación del Plan de Iguala, por los que entre otros artículos se estipuló que se devolvería en México a Fernando VII, o en su defecto a otro miembro de su familia, el poder que la Constitución de Cádiz le había arrebatado. En este último, Iturbide incluyó una frase que no estaba contemplada en el Plan de Iguala, la de que en caso de que ninguno de los miembros de la familia real española aceptase, el nuevo Emperador sería nombrado por las Cortes Imperiales.

 O’Donojú envió una copia de los Tratados a Francisco Novella, que actuaba de virrey interino en la Ciudad de México, que convocó un Consejo de Guerra que concluyó que el mismo debía ser ratificado por el gobierno español. El 13 de septiembre se celebró una reunión en Tacubaya, por la que se reconoció a O’Donojú como Jefe Político Superior, el 27 de septiembre el Ejército Trigarante entró en México y al día siguiente se elaboró el Acta de Independencia de México, que se firmó por la Soberana Junta Gubernativa y eligió los miembros del Consejo de Regencia, que ejercería el poder en nombre de Fernando VII.

 Conforme a lo dispuesto en el artículo 12 de los Tratados de Córdoba, el país se gobernaría interinamente acorde a las leyes vigentes inmediatamente anteriores a la Independencia, particularmente las gaditanas,  por lo que los integrantes de la Junta se preguntaron si se podían establecer en la convocatoria reglas distintas, e inclusive contrarias a la legislación española. Se concluyó que la Soberana Junta no tenía capacidad de convocar un Congreso distinto a lo prevenido en la Constitución española.

 Juan O’Donojú murió el 8 de octubre de 1821, siendo enterrado con honores de Virrey en la Catedral de México. Finalmente, el 17 de noviembre de 1821 se publicó en la Gaceta Imperial la convocatoria a un Congreso Constituyente. En febrero de 1822 las Cortes de España rechazaron los Tratados de Córdoba, y el 18 de mayo el Congreso Constituyente proclamó a Agustín de Iturbide Emperador de México, cargo que ostentó hasta su abdicación el 19 de marzo de 1823. La Constitución de Cádiz estuvo vigente en México hasta finales del año 1823, cuando hacía meses que se había acabado el Imperio de Agustín I y se caminaba hacia una república federal, y el Congreso consideró nulos el Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba.  

 Las últimas monedas mexicanas a nombre de Fernando VII

 Debido a lo anteriormente expuesto, es lógico que la Regencia decretase que las casas de moneda operativas en el Imperio siguiesen acuñando moneda de oro y plata con el busto y las leyendas de Fernando VII, lo que fue efectivo hasta la proclamación de Iturbide, por lo que el 11 de junio de 1822 se autorizó la emisión de moneda de oro, plata y cobre con los nuevos tipos referidos a Agustín I.

 Los tipos utilizados en las emisiones a nombre de Fernando VII utilizan como modelo los de los cuños realizados por el grabador Félix Sagau por encargo de la Junta Gubernativa y posteriormente del Consejo de Regencia durante la Guerra de Independencia, que uniformaron tipológicamente la moneda después de una época de gran diversidad en el uso de bustos reales o imaginarios en las emisiones tanto en España como en América, y que fue por primera vez utilizado en la ceca de Sevilla en 1809. En el anverso aparece el busto del monarca mirando a derecha, provisto de manto y coronado de laurel. Pero en las cecas provinciales hay una amplia variedad de estos bustos, incluso solo en estos dos años que estudiamos.

 En la Real Casa de Moneda de México se acuñó moneda a nombre de Fernando VII en 1821 por los ensayadores Joaquín Dávila Madrid y José García Anzaldo, recogiendo fielmente en el busto representado el modelo antes citado de Sagau. En su reverso se reproduce en el centro las armas coronadas de Castilla y León, con un escusón de Borbón en su centro y granada en punta, y sobre el escudo la corona real con remate de mundo y cruz, y flanqueado por las Columnas de Hércules. El canto de estas monedas es perfecto, y sigue la disposición real de anillos y rectángulos alternados.

 En la Casa de Moneda de Durango, con sigla D, encontramos emisiones a nombre de Fernando VII tanto en 1821 como en 1822, con sigla de ensayador CG, Cosme Garcés. En esta ceca el busto del monarca aparece de forma distinta en cada año de acuñación desde 1812, y solamente a finales de las emisiones se consiguió un buen retrato del monarca. Incluso en estos dos años las emisiones difieren bastante unas de otras, utilizándose varios bustos, que aunque siguen el modelo antes citados de Sagau son distintos unos de otros. Las gráfilas grabadas al borde del anverso y reverso están casi sin excepción descentradas. Hay igualmente moneda acuñada en Chihuahua en estos años. Aunque siguen los tipos oficiales, las mismas son muy deficientes en su acuñación.

 Muy distintas son las piezas emitidas también en los años 1821 y 1822 por la Casa de Moneda de Guadalajara, GA, por el ensayador Francisco Suárez. En estas emisiones se rozó la perfección en los grabados, tanto en el busto del soberano del anverso como en las armas del reverso. Como afirma Antonio Deana, este preciosismo se debió a que la Casa de Moneda de México remitió tanto a artífices como a operarios a solicitud de la Real Audiencia de Guadalajara.

 Las actualmente escasas monedas acuñadas en Guanajuato, con marca de ceca o dentro de una G, aparecen en 1821 y 1822 ensayadas por José Manuel Lejérzar, y siguen el tipo que podemos llamar universal.

 La última Casa de Moneda en acuñar a nombre de Fernando VII fue la de Zacatecas, con marca de ceca Zs . Uno de los firmantes del Acta de Independencia fue Manuel de la Sota Riva Llano y Aguilar, Jefe político superior de México y Capitán General, a cargo de las provincias de México, Valladolid, Querétaro y Guanajuato, nombrado posteriormente, el 1 de julio de 1822, Ministro de Guerra y Marina.

 En su calidad de Jefe Superior Político de la Provincia de México, y en nombre de la Soberana Junta gubernativa del Imperio, de la Sota dictó un bando en fecha 28 de febrero de 1822, que debía ser publicado en las ciudades, villas y lugares de dicho distrito, por el que comunicaba al público los exámenes realizados por peritos imparciales de la moneda labrada en la nueva Casa de Moneda de Zacatecas durante el año 1821. Según los mismos, la moneda acuñada en esta ceca tenía todas las cualidades de ley, peso y estampa que la ordenanza requería.

 Durante los años 1821 y 1822 se acuñó moneda en Zacatecas a nombre del monarca Fernando VII. Las siglas de ensayador son RG, José Rodríguez Gallinas, que ensayó moneda entre los años 1820 y 1822, y AG, por J. Antonio García, que ensayó entre los años 1813 y 1822. Muchas de ellas están más o menos descentradas, y hay variedades de bustos, si bien desde 1816 los grabados de ambas caras fueron excelentes.

 Esta variedad de diseños en los años 1821 y 1822 se deben a que el director de la ceca entre 1817 y 1827, Dionisio Sancho, continuó labrando moneda con el busto y a nombre de Fernando VII hasta el año 1825, alegando la urgente necesidad de numerario y que las matrices y troqueles que le habían remitido con los sellos de la nueva república eran muy defectuosos, por lo que batir moneda con los mismos sería un desprestigio para la afamada Casa de Moneda de Zacatecas.

 El desplome de las labores de la ceca de México y las nuevas Casas de Moneda

 Según Fausto de Elhuyar,  la producción minera había colapsado con los movimientos insurreccionales que habían llevado al exterminio o ausentamiento de los vecinos más acomodados, al saqueo de los metales en pasta, al colapso de las vías de comunicación y al desmantelamiento de las instalaciones industriales y productivas. La contracción de la producción argéntea en el virreinato desde las revueltas del año 1810, así como la autorización para la apertura de otras casas de moneda provisionales, llevaron al desplome de la amonedación en la ceca capitalina, otrora la más rica y productiva de todos los Reinos de las Indias españolas. Ante la falta de envíos de metales preciosos desde las áreas mineras tradicionales, los ingresos de metales de particulares se elevaron, en forma de oro y plata en piezas y en vajillas. Pero fueron la independencia y la reorganización administrativa posterior la que produjo efectos más devastadores sobre la Casa de Moneda de México que la propia guerra.

 El conflicto llevó a que se autorizase la acuñación de moneda de plata en otros lugares cercanos a los Reales de Minas, llegando a aparecer seis nuevas casas de moneda oficiales en el virreinato, las de Chihuahua, Durango, Guadalajara, Guanajuato, Sombrerete y  Zacatecas. Además de en estas nuevas cecas, tanto los realistas como los insurgentes acuñaron moneda de plata de muy diversa calidad, ley, arte y peso, y apareció en la circulación la moneda de cobre puro. Fue común que se tuviese que comprobar y resellar la moneda en circulación para asegurar su circulación. En la época que estudiamos, entre 1821 y 1823, Agustín de Iturbide acuñó moneda en pesos con solamente 0,902 milésimos de fino, 40 mm de diámetro y peso de 26,95 gramos de peso. 

 Este grave problema monetario se agravó más tras la independencia, dado que la Constitución Federal de 1824 permitió que cada estado que tuviese ya Casa de Moneda podría seguir acuñándola. Con ello se terminó con el monopolio tricentenario de la ceca de México, pero también supuso que el señoreaje dejase de ser una fuente de ingresos para el gobierno. Si entre 1811 y 1821 las seis casas de moneda citadas acuñaron una cuarta parte de toda la moneda batida en el país, entre 1822 y 1824 supuso más de la mitad. La cantidad de plata acuñada no dejó de disminuir, y se recurrió a la labra por parte de los estados con fines recaudatorios y a la manipulación de su fineza.

 Igualmente, el recuerdo de la destacada importancia financiera de la Nueva España dentro de la Monarquía Hispánica impidió a la clase política darse cuenta del estado real de la Hacienda Pública, con las arcas casi vacías. Estimando que se trataba de una situación coyuntural, y que revertiría en breve gracias a la riqueza natural del país, incluso se suprimieron varios impuestos y se rebajaron tasas. Al darse cuenta de tan craso error, se intentó recurrir a los préstamos y empréstitos voluntarios de ciudadanos y corporaciones, lo que fue un rotundo fracaso. Hay autores, como Jesús Hernández, que afirman que una de las razones que indujeron a Iturbide a renunciar fue la escasez de dinero y la incapacidad de su gobierno para recaudarlo

 Para hacer frente a los aprietos financieros, se gravó a los residentes de la Ciudad de México, pero poco o nada se consiguió del resto del país, dado que, como sucedió en buena parte de las nuevas naciones surgidas de la implosión de la Monarquía Hispánica, los grupos de interés y los gobiernos provinciales se arrogaron una amplia autonomía, una situación que se mantuvo en México hasta bien entrado el siglo XX.

 Bibliografía:

 ÁUREO & CALICÓ, Subasta 267, Isabel de Trastámara, Parte 3, 23 de abril de 2015.

DEANA SALMERÓN, A., “Las acuñaciones de 8 reales de plata a nombre de Fernando VII en la Metrópoli y en los Reinos de América”, Psana, 59-60, 1984, pp. 159-180.

ELHUYAR, F. de, Memoria sobre el Influjo de la Minería en la agricultura, industria, población y civilización de la Nueva España en sus diferentes épocas, Madrid, 1825.

FRASQUET, I., “La “otra” Independencia de México: el primer Imperio Mexicano. Claves para la reflexión histórica”, Revista Complutense de Historia de América, 2007, vol. 33, pp. 35-54.

HERNÁNDEZ JAIMES, J., “Entre la dispersión del poder político y la quiebra de la legitimidad tributaria: Una hipótesis complementaria sobre el fracaso del Imperio Mexicano, 1821-1823”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Tercera serie, núm. 39, segundo semestre, 2013, pp.15-41.

HERRERA, I, “La más importante Casa de Moneda del Imperio Español durante la rebelión que afectó a este precioso y desgraciado suelo”, Si Somos Americanos, 2003, pp. 123-136.

IRIGOIN, M. A., “Las raíces monetarias de la fragmentación política de la América española en el siglo XIX”,  Historia Mexicana, LIX (3), 2010, pp. 919-979.

LEYVA MARTÍNEZ, F., “El imperio de Agustín I, un intento de gobierno a través de una conciliación política”, Historia 2.0, Año V, nº 9, junio 2015, pp. 188-204.

SABAU, R., “Retratos de don Fernando VII en los reales de a ocho”, NVMISMA, Año II, nº 2, enero-marzo 1952, pp. 49-63.

SOBERANES FERNÁNDEZ, J.L., “El primer Congreso Constituyente Mexicano”, Cuestiones Constitucionales, Revista Mexicana de Derecho Constitucional, nº 27, julio-diciembre 2012, pp. 311-381.

VEGA, N., “Monedas del Primer Imperio”, Artes de México, nº103, Monedas Mexicanas, 1968, pp. 41-46.

domingo, 30 de mayo de 2021

100 pesetas de 1870, una de las monedas más bellas de la numismática española

Publicado en El Eco Filatélico y Numismático, nº 1.307, junio 2021, pp. 44-45.



De esta preciosa moneda solamente se acuñaron doce ejemplares, cinco de los cuales se encuentran en la colección de la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, y otro en los fondos del Museo Arqueológico Nacional. No llegaron a ponerse nunca en circulación, lo que hizo de la pieza de las 100 pesetas una moneda mítica de la Numismática española, y cada vez que aparece uno de sus escasísimos ejemplares en manos privadas en una subasta la convierte en un acontecimiento numismático, que suscita el máximo interés entre los coleccionistas.

 La Revolución de 1868, conocida también como la Gloriosa o Septembrina, nació en el Pacto de Ostende de 1866, con una alianza entre los progresistas, demócratas y republicanos y un programa político que preveía el destronamiento de Isabel II y la convocatoria de una Asamblea Constituyente. Los hechos revolucionarios comenzaron con el alzamiento en Cádiz del Almirante Topete el 18 de septiembre de 1868, y tras la victoria en la batalla de Alcolea, la toma de Madrid y la huida de Isabel II a Francia, se formó un gobierno provisional, presidido por el General Serrano, que transformó en leyes los puntos programáticos de la revolución, y se convocaron Cortes Constituyentes el 6 de diciembre. En medio de este frenesí político, en fecha 19 de octubre de 1868 el Ministro de Hacienda, Laureano Figuerola firmó un Decreto por el que en todos los dominios españoles la unidad monetaria pasaba a ser la peseta, una moneda efectiva equivalente a 100 céntimos

 Esta rápida aprobación parece demostrar que el proyecto de esta reforma monetaria estaba ya preparado, y que el nuevo Gobierno lo hizo suyo, incluyendo algunos cambios tipológicos y políticos, reconociendo la importancia de los tipos y leyendas de la nueva moneda como reflejo de la nueva constitución y de realizar en el menor tiempo posible el cambio tipológico de la moneda. Así se afirmaba en el propio Decreto, que consideraba indispensable la reacuñación de la moneda anterior, indicando que convenía olvidar el pasado, rompiendo todos los lazos con el mismo. Dado que no había más poder que la Nación, la nueva moneda solo debía ofrecer la figura de la patria y el escudo de armas de España, borrando del escudo las lises borbónicas o cualquier otro signo o emblema de cualquier persona concreta.

 Esta perentoria necesidad de cambiar la tipología era a su entender la ocasión para cambiar el sistema monetario, ajustándolo al Convenio Internacional de 23 de 1865, que creó la Unión Monetaria Latina entre Francia, Bélgica, Italia y Suiza. Su el objetivo era compartir una moneda con las mismas características físicas para todos los países miembros y ayudar así a los intercambios comerciales. En los años siguientes llegó a sumar entre afiliados, asociados y alineados 33 miembros. Aunque España estuvo al corriente de la iniciativa desde el primer momento, no fue en principio favorable a la adhesión, y cuando finalmente en 1870 la solicitó formalmente, fue rechazada por el gobierno francés.

 En el Decreto se prevenía que todas las monedas cuyo tamaño lo permitiese ostentarían una figura que representara a España, con las armas y atributos propios de la soberanía nacional, y su valor, peso, ley, año de fabricación y las iniciales de los funcionarios responsables de la exactitud de su peso y ley expresados en ellas. A requerimiento del Gobierno Provisional, la Real Academia de la Historia emitió un Informe en fecha 6 de noviembre, en el que recomendaba que el motivo del anverso fuese el de Hispania como matrona romana, según el modelo de algunas medallas del emperador Adriano, recostada en los Pirineos y con sus pies en el Estrecho, con diadema en la cabeza y una rama de olivo en su mano.

 En cuanto al escudo que debía constar en el reverso, después de dar numerosas explicaciones, su propuesta fue la de que constase de:

 Escudo cuartelado en cruz: primero, de gules y un castillo de oro, almenado de tres almenas, y donjonado de tres torres, la del medio mayor; cada una también con tres almenas, el todo de oro, mazonado de sable y adjurado de azur: segundo, de plata y un león de gules, coronado de oro, armado y lampasado de lo mismo: tercero, de oro y cuatro palos de gules: cuarto, de gules y una cadena de oro puesta en orla, en cruz y en sotuer: entado en punta, de plata y una granada al natural mostrando sus granos de gules, sostenida, tallada y hojada de dos hojas de sinople. Acostadas, una á cada lado, las dos columnas de Hércules, de plata, con la basa y el capitel de oro, liadas con una lista de gules, cargada con el Plus ultra de oro.

 En base a estas recomendaciones, en fecha 12 de enero de 1869 se convocó un concurso nacional e internacional para la elaboración de los cuños de las nuevas monedas a acuñar de oro, plata y bronce. En su artículo 4º establecía que la moneda de oro debía tener 21 milímetros de diámetro, 6,45161 gramos de peso y grueso o espesor de 0m, 00130. Pormenorizaba asimismo los motivos que debía tener, tanto en el anverso como en el reverso. En su anverso se apartaba del dictamen de la Real Academia de la Historia, al representarse  Hispania no recostada sino de pie señalando al Estrecho, manteniendo todos los demás atributos. Debía tener una moldura gruesa y de bastante relieve, y mientras que en la parte superior debía ponerse España, debía dejarse espacio en el exergo suficiente para poner las cifras del año y las marcas de los funcionarios responsables de la fabricación. El escudo del reverso es trasunto del propuesto por la Academia, y se preveía que los artistas debían consultar los mejores modelos de los siglos XIII a XV, tanto para los castillos y leones como para la granada abierta, y cada cuartel debía rallarse según su esmalte o color.

 Rodeando al escudo debían aparecer como en guirnalda los atributos de la abundancia u otros apropiados, a elección del artista, y como remate o timbre superior una estrella de seis puntas despidiendo ráfagas luminosas. En su parte de arriba debía constar la leyenda Ley de 900 milésimas – 155 piezas el kilóg., y en la parte de abajo 20 pesetas, y ambas leyendas debían colocarse en el círculo resultante entre el escudo y el canto de la moneda. Su moldura debía ser igual a la descrita en el anverso, y la virola debía llevar la leyenda Soberanía nacional, y una estrella de seis puntas, marca de ceca de la Casa de Moneda de Madrid.

 El jurado del concurso falló el 30 de marzo de 1869 de forma bastante confusa, ya que dejó desierto el dedicado a la plata, por lo cual el 5 de febrero ya encargó a Marchionni que prepara la acuñación de la plata según el diseño de las medallas de 1868. Para  el bronce fue aprobado el diseño presentado por Luis Plañiol, grabador principal de la Casa de la Moneda, y para el oro el de José Esteban Lozano, profesor de grabado en hueco de la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Los modelos aprobados fueron retocados por el grabador general Luis Marchionni, y el resultado del concurso llevó a realizar unas pequeñas modificaciones en cuanto a sus bases originales.

 En lo referente a la moneda de oro, el Gobierno Provisional no llegó a acuñar en este metal. De este período sólo se conoce la pieza de 100 pesetas estudiada, cuyo anverso es similar al de la plata, aunque Hispania aparece de pie, según el diseño aprobado, y el reverso muestra el nuevo escudo de España bajo corona monárquica, sobre manto de armiño y rodeado del Toisón de oro, lo que nos indica que esta pieza se diseñó tras la aprobación por parte de las Cortes Constituyentes de que España sería un Reino, pero antes de que se votara quién sería el nuevo rey, ya que no aparece ningún símbolo dinástico.

 Su fecha de emisión y fabricación es 1870, y no hay datos en la Casa de la Moneda sobre su acuñación. Para su emisión, se utilizó en su anverso el diseño realizado por José Esteban Lozano, que cumplía todas las indicaciones contenidas en el concurso en el que había resultado ganador,  siendo grabada por Luis Marchionni Hombrón. Incluimos en este artículo la imagen de la prueba del anverso realizada de la misma en bronce y firmada por Luis Marchionni. 

 La leyenda que ocupa el campo superior de la moneda alrededor de la figura es *ESPAÑA*, llevando en ambas estrellas la cifra 70. La leyenda inferior en exergo es la del año de emisión, 1870, y en su parte izquierda, a la altura de la representación de Gibraltar, aparece el nombre del grabador, L·MARCHIONNI. Mayor complejidad, como apuntábamos antes, tiene el escudo de su reverso, rodeado por la leyenda LEY 900 MILESIMAS 31 PIEZAS EN KILOG·S·D·100 PESETAS·M·. Las siglas de ensayadores, SD, son las de Donato Álvarez Santullano y Eduardo Díaz Pimienta. En cuanto a la del Juez de Balanza, M, se corresponde con Ángel Mendoza Ordóñez. Estas siglas aparecen también sobre otra mítica moneda de 100 pesetas, la acuñada en 1871 a nombre de Amadeo I.

 Fuentes:

 Gaceta de Madrid, 20 de octubre de 1868, pp. 7-8.

Boletín de la Real Academia de la Historia. Tomo 4, Año 1884, pp. 186-191.

Gaceta de Madrid, 15 de enero de 1869, p.2.

 Bibliografía recomendada:

 Rafael FERIA Y PEREZ: Laureano Figuerola: La Peseta y el Senado, Madrid, 2001.

José María de FRANCISCO OLMOS: La peseta: Nueva unidad monetaria y medio de propaganda política (1868-1936),  Universidad Complutense, Departamento de Ciencias y Técnicas Historiográficas, 2008, p. 127 y ss.

Javier de SANTIAGO FERNÁNDEZ, La peseta, 130 años de historia, Madrid, 2000  

Rafael FERIA: La Peseta. Historia de una época, Madrid, 2002.


jueves, 27 de mayo de 2021

Balastracas de moeda espanhola durante a Guerra do Paraguai /Balastracas sobre moneda española durante la Guerra de la Triple Alianza

 Publicado en Revista Numismática Brasileira, Vol. XXV, nº1, 2021

https://www.academia.edu/49053077/Balastracas_de_moeda_espanhola_durante_a_Guerra_do_Paraguai_Balastracas_sobre_moneda_española_durante_la_Guerra_de_la_Triple_Alianza

Como colofón de los numerosos conflictos que sacudieron el área del Río de la Plata desde la independencia de las nuevas repúblicas (las guerras civiles argentinas y uruguayas, la de los Farrapos, la Guerra Grande y la Guerra Platina), en las que se dirimieron las disputa entre Argentina y Brasil por su hegemonía en el área y su influencia sobre Uruguay y Paraguay, se desarrolló este cruel enfrentamiento bélico. Entre los años 1864 y 1870 Paraguay se enfrentó al Imperio de Brasil, Argentina y Uruguay, en el conflicto más sangriento de la historia de Iberoamérica, en el que los países aliados tuvieron entre 120.000 y 250.000 muertos, mientras que en Paraguay supuso la desaparición de más de la mitad de la población, la mayor parte de ella varones en una pérdida estimada por algunos autores en un 90%. La situación se agravó por la esclavitud de los prisioneros paraguayos en los cafetales paulistas.

 Las consecuencias económicas del mismo fueron asimismo catastróficas para todos los contendientes. ​ Los vencedores impusieron al Paraguay una abultada indemnización de guerra, pero la miseria reinante en un país arrasado hizo imposible el pago de la misma, que se fue posponiendo a través de diferentes gobiernos y no se llegó a pagar en su totalidad. Para hacer frente a los mismos, Paraguay tuvo que contraer con los bancos británicos empréstitos que tuvo que ir refinanciando. Muy endeudados quedaron asimismo con los mismos bancos los vencedores en la contienda, sufriendo una bancarrota financiera que agudizó su dependencia frente al Reino Unido. 

 Como culminação dos inúmeros conflitos que abalaram a região do Rio da Prata desde a independência das novas repúblicas (as guerras civis da Argentina e do Uruguai, a Revolução Farroupilha, a Grande Guerra e a Guerra de Platina), nos quais a disputa entre Argentina e Brasil por sua hegemonia na área e sua influência sobre o Uruguai e o Paraguai, essa guerra cruel se desenvolveu. Entre os anos 1864 e 1870 o Paraguai enfrentou o Império do Brasil, Argentina e Uruguai, no conflito mais sangrento da história da Ibero-América, em que os países aliados tiveram entre 120.000 e 250.000 mortos, enquanto no Paraguai significou o desaparecimento de mais da metade da população, a maioria do sexo masculino, com perda estimada por alguns autores em 90%. A situação foi agravada pela escravidão de prisioneiros paraguaios nas fazendas de café de São Paulo.

 As consequências econômicas disso também foram catastróficas para todos os contendores. Os vencedores impuseram ao Paraguai uma grande compensação de guerra, mas a miséria que prevalecia em um país devastado impossibilitou o pagamento, que foi adiada por diversos governos e não foi paga integralmente. Para enfrentá-los, o Paraguai teve que contrair empréstimos com os bancos britânicos que teve de refinanciar. Os vencedores do concurso também permaneceram fortemente endividados com os mesmos bancos, sofrendo uma falência financeira que exacerbou sua dependência do Reino Unido.

 Muy importante fue asimismo el impacto de este largo y cruel conflicto sobre el circulante de todos los contendientes, tanto en la moneda metálica con en las masivas emisiones de billetes para financiar la contienda. En este artículo nos centramos en las monedas conocidas como balastracas, moneda cortada, realizadas en Brasil sobre moneda provincial española, las conocidas como pesetas de busto, de cara o sevillanas. Esta moneda, de ley más baja que la batida en las cecas americanas y acuñada en las cecas peninsulares, tenía su ámbito de circulación limitado por ley ya desde sus primeras emisiones a la España peninsular, y su uso en los territorios ultramarinos fue prohibido y perseguido, incluso en fecha tan tardía como 1841 en Cuba, donde se resellaron con la famosa contramarca de rejilla.

 

A pesar de ello, está documentada su circulación en amplias áreas geográficas de todo el mundo, aunque su mayor aceptación la tuvo en las colonias británicas del continente americano, ya desde las primeras emisiones realizadas a comienzos del siglo XVIII durante la Guerra de Sucesión por ambos contendientes, llegando a conformar el numerario normalmente utilizado por las clases populares para sus transacciones diarias en todas ellas. Con los intentos de esterlinización del numerario de sus colonias a finales de los años 30 del siglo XIX no se consiguió reemplazar al peso o dólar en circulación, pero sí se retiraron estas pesetas. En la década siguiente comenzaron a entrar en circulación en grandes cantidades en las nuevas repúblicas iberoamericanas, como ha estudiado de forma magistral don Roberto Jovel para el caso centroamericano.

 Também foi muito importante o impacto deste longo e cruel conflito na moeda de todos os contendores, tanto na moeda metálica como nas emissões maciças de notas para financiar a disputa. Neste artigo nos concentramos nas moedas conhecidas como balastracas, moeda cortada, fabricadas no Brasil com a moeda provincial espanhola, as conhecidas como pesetas de busto, cara ou sevilhanas. Essa moeda, de lei inferior à batida nas casas da moeda americanas e cunhada nas casas da moeda peninsular, teve seu alcance limitado por lei desde suas primeiras emissões para a Espanha peninsular, e seu uso em territórios ultramarinos foi proibido e perseguido, mesmo tão tarde como em 1841 em Cuba, onde foram carimbadas novamente com o famoso carimbo de rejilla-grelha-.

 Apesar disso, sua circulação em amplas áreas geográficas ao redor do mundo está documentada, embora sua maior aceitação tenha sido nas colônias britânicas do continente americano, desde as primeiras emissões feitas no início do século XVIII durante a Guerra de Sucessão por ambos os contendores, passando a se conformar à moeda normalmente usada pelas classes populares para suas transações diárias em todas elas. Com as tentativas de substituição por moeda esterlina da moeda de suas colônias no final da década de 30 do século XIX, não foi possível repor o peso ou o dólar em circulação, mas essas pesetas foram retiradas. Na década seguinte, começaram a circular em grande quantidade nas novas repúblicas ibero-americanas, como Dom Roberto Jovel estudou com maestria para o caso da América Central.

 Estas pesetas llegaron al área del Plata también directamente vía comercio de España con estos territorios, como pone de manifiesto la transcripción de una Sesión de las Cortes en Madrid el 11 de diciembre de 1855. En la misma, el diputado José Gener afirmaba que Sevilla, Cádiz y Barcelona tenían comercio directo con varios puertos de la cuenca del Río de la Plata, y para ello debían necesariamente llevar dinero en metálico. Según su testimonio, tanto en Paraguay como en Uruguay y en Buenos Aires el oro- posiblemente muy abundante por su cercanía a Brasil-, tenía, en relación con España, una valoración muy baja, con una estimación de catorce duros y poco más. A ello se unía que las pesetas de cara españolas en la provincia de Entre Ríos recibían una estimación de dos reales, y las medias pesetas o reales un real, por lo que se obtenía un beneficio de un 20% con su uso. A cambio de plata, se conseguía con este comercio oro que era traído a España, donde se acuñaba en las cecas de Sevilla y Barcelona en pocos días y era cambiado por plata, volviendo los barcos a realizar los mismos lucrativos periplos.

 Las balastracas, o moneda cortada, ya habían sido profusamente utilizadas en las provincias del Sur de Brasil, especialmente durante la República de Piratiní. Entre ellas destacan las que otorgaban el valor de 400 reis, o un cruzado, sobre moneda española de un real, la de 200 sobre la media peseta provincial y la de 100 sobre las de medio real. Se piensa que esta moneda fraccionaria no fue mandada resellar por las autoridades de la República Riograndense, sino que su creación fue popular, para tener una moneda fraccionaria necesaria para las transacciones menudas. Para ello, se fraccionaron asimismo las monedas de cuño español y de las nuevas repúblicas de dos reales en cuatro partes, dentadas o no, recibiendo la estimación de 400 reis, el valor dado en ese momento a la peseta, y en medios y cuartos, con valores de 200 y 100 reis.

 Essas pesetas também alcançaram a área da Prata diretamente por meio do comércio da Espanha com esses territórios, como evidenciado pela transcrição de uma Sessão das Cortes em Madrid em 11 de dezembro de 1855. Nela, o deputado José Gener afirmou que Sevilha, Cádiz e Barcelona tinha comércio direto com vários portos da bacia do Rio da Prata, e para isso eles necessariamente tinham que carregar dinheiro. Segundo seu depoimento, tanto no Paraguai quanto no Uruguai e em Buenos Aires o ouro - possivelmente muito abundante devido à sua proximidade com o Brasil - tinha um valor muito baixo em relação à Espanha, com uma estimativa de quatorze pesos e pouco mais. A isto foi adicionado que as pesetas de face espanhola na província de Entre Rios receberam uma estimativa de dois reais, e as meias pesetas ou reales de um real, pelo que se obteve um benefício de 20% com a sua utilização. Em troca de prata, obtinha-se com este comércio o ouro que era trazido para a Espanha, onde em poucos dias era cunhado nas casas da moeda de Sevilha e Barcelona e trocado por prata, devolvendo os navios para realizar as mesmas viagens lucrativas.

 As balastracas, ou moeda cortada, já haviam sido amplamente utilizadas nas províncias do sul do Brasil, principalmente durante a República de Piratiní. Entre eles, destacam-se os que concederam o valor de 400 réis, ou um cruzado, sobre uma moeda espanhola de um real, o de 200 sobre a meia peseta provincial e o de 100 sobre as de meio real. Pensa-se que essa moeda fracionária não foi enviada para ser lacrada pelas autoridades do Rio Grande do Sul, mas que sua criação foi popular, por ter uma moeda fracionária necessária para pequenas transações. Para tal, as moedas da cunhagem espanhola e das novas repúblicas de dois reais foram também divididas em quatro partes, dentadas ou não, recebendo a estimativa de 400 réis, valor então atribuído à peseta, e ao meio e quarto, com valores de 200 e 100 réis.

 Nuevamente se volvió a recurrir a ellas durante la Guerra de la Triple Alianza, conocida en Brasil como la Guerra de Paraguay. En la Colección del Museo Histórico Nacional hay una serie de 13 de ellas sobre moneda hispanoamericana de plata, cortadas en media o casi media moneda o en cuartos. En ellas hay dos tipos de resellos, uno incuso, el aplicado sobre la moneda cortado, y otro rectangular, con el número en bajo relieve. Curiosamente, de estos en la actualidad escasos documentos numismáticos conservados, en la mayor parte de estas monedas es visible el cuño de la moneda española provincial sobre el que fueron realizados.

 Eles foram usados ​​novamente durante a Guerra da Tríplice Aliança, conhecida no Brasil como Guerra do Paraguai. Na Coleção do Museu Histórico Nacional há uma série de 13 delas em moedas de prata hispano-americanas, cortadas ao meio ou quase meia moeda ou em quartos. Neles existem dois tipos de carimbos, um incuso, o aplicado na moeda cortada, e o outro retangular, com o número em baixo relevo. Curiosamente, desses poucos documentos numismáticos atualmente preservados, na maioria dessas moedas é visível da cunhagem da moeda espanhola provincial em que foram feitas.

 Bibliografía recomendada:

 CANO BORREGO, P.D., “La circulación internacional de la peseta”, Numismático Digital,  22 de octubre de 2014.

COIMBRA, A. da VEIGA, “Noções de Numismática Brasileira (VI)”, Revista de História 20 (42), 1960, pp. 507-553.

Diario de las sesiones de las Cortes Constituyentes en su legislatura de 1854, 1855 y 1856, Tomo X, Madrid, 1856.

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GARAVAGLIA, J.C., “Guerra y finanzas en la Argentina unificada, 1864-1875: la guerra del Paraguay y la misión de la Riesa en Londres”, Quinto Sol, vol. 20, núm. 3, pp. 1-33, 2016.

MOTA, C.G., “História de um silêncio: a guerra contra o Paraguai (1864-1870) 130 anos depois”, Estudos Avançados, vol.9, no. 24 São Paulo, May/Aug. 1995.

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PRATT MAYANS, M., Billetes del Paraguay, 3ª Ed., 2012.

PROVER, K. Catálogo das Moedas Brasileiras, Vol. X, Rio de Janeiro, 1960.

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RUSSO, A., Livro das Moedas do Brasil, 1643-1982, São Paulo, 3º Ed., 1982.

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lunes, 17 de mayo de 2021

El oro, plata, mina y barbarie en la retórica de la independencia de América Hispana

 Publicado en Oroinformación, 17 de mayo de 2021


https://oroinformacion.com/el-oro-plata-mina-y-barbarie-en-la-retorica-de-la-independencia-de-america-hispana/

La actividad periodística, el discurso político y la poesía fueron, según García-Caro, los principales medios que utilizaron las élites criollas para justificar como legítima la cruenta guerra civil que desembocó en el nacimiento de las nuevas repúblicas hispanoamericanas. Destaca especialmente en esta dialéctica la denuncia criolla de la dependencia española de la plata y el oro americanos, en la que lo americano representaba los valores naturales de la periferia, las nuevas naciones, frente a la corrupción urbana de un centro absolutista y tirano, la Monarquía española, de corte oriental y en descomposición.

 Este conflicto, o más bien conjunto de ellos, fue simultáneamente un conjunto de guerras civiles, de emancipación, territoriales entre caudillos locales e incluso conflictos de clases, como sucedió en este último caso en la primera fase de los mismos en Nueva España o con los llaneros de Boves en Venezuela. Los mismos se prolongaron a ambos lados del Atlántico en constantes guerras civiles, pronunciamientos y dictaduras durante el siglo XIX y parte del XX.

 En esta creación identitaria de nuevo cuño, en el que el nacionalismo o protonacionalismo anterior era prácticamente inexistente o incluso nulo, se sitúa la crítica liberal y republicana al mercantilismo metálico de cuño español y a la explotación de la riqueza minera de América, al que los republicanos propusieron como alternativa el libre comercio con Inglaterra.

 En estos escritos se describe una dependencia patológica de la “metrópoli” de sus “colonias”, una conducta política y económica enfermiza, aberrante, corrupta y codiciosa, producto de la marginalidad oriental hispana, como descendientes de vándalos, godos, moros, etíopes, y judíos, los destructores de la civilización latina. La historia peninsular quedó amalgamada y reducida a una infame mezcolanza de impurezas, producto de la lascivia y la violencia de pueblos bárbaros y salvajes.

 Buen ejemplo de ello es la Carta de Jamaica de 1815, escrita por Simón Bolívar, en la que, tras comparar al régimen español y a los españoles americanos con tiranías orientales como Turquía, Persia y China, sitúa al criollo esclavizado en la mina de oro: 

¿Cuál era nuestro destino? Los campos para cultivar el añil, la grana, el café, la caña, el cacao y el algodón; las llanuras solitarias para criar ganados, los desiertos para cazar las bestias feroces, las entrañas de la tierra para excavar el oro que no puede saciar a esa nación avarienta.

 Al referirse al Perú, Bolívar afirma que sería más difícil establecer allí una república moderna, dado que: 

… encierra dos elementos enemigos de todo régimen justo y liberal; oro y esclavos. El primero lo corrompe todo; el segundo está corrompido por sí mismo.

 El oro que se producía en la América española, principalmente en el área neogranadina del Chocó, actual Colombia, era en placeres mineros de los ríos, y no en minas bajo tierra, como Bolívar no podía dejar de saber. Igualmente, cualquier estudio serio sobre la minería en este periodo reconoce que la propiedad de las explotaciones mineras, tanto en Nueva España como en Perú en el caso de la plata y en Nueva Granada en el caso del oro, estaba en manos de estos mismos criollos. Ellos eran la élite natural del continente, un grupo social hegemónico y relativamente abundante, con cerca de un 20% de la población, frente a los escasos 30.000 peninsulares residentes calculados por Lynch.

 Igualmente, no podemos olvidar que el sistema de trabajo forzoso remunerado, conocido en Perú como mita de minas, era una fórmula vigente ya en época incaica, como forma de reparto rotatorio del trabajo, y no como una obligación personal, sino un alistamiento territorial en virtud del cual una determinada zona venía obligada a facilitar a un número determinado de trabajadores, para cumplir unos turnos de trabajo prefijados. La normativa dictada desde la época de Carlos I y por sus sucesores ahondaba en la necesidad de que el trabajo fuese remunerado, con salarios justos, tolerando esta práctica siempre que no fuese perjudicial para su salud, siendo adoctrinados y protegidos legalmente de cualquier abuso, de lo que debía dar cuenta un veedor de la Audiencia. De hecho, el decreto para su abolición fue firmado por Felipe V ya en 1719, si bien no se cumplió, posiblemente por la oposición de los propietarios de las explotaciones, y fue finalmente abolida por las Cortes de Cádiz en 1812. Y, por supuesto, la producción aurífera del virreinato peruano que afirmaba Bolívar no era ni muy representativa ni se realizaba en profundas cavernas.

 En este discurso creado de nuevo cuño el criollo liberal, que habitaba en ciudades con calles empedradas, universidades, colegios y foros, detentador de la riqueza y como decimos propietario de la inmensa mayoría de las explotaciones mineras, renegaba de su origen y de su herencia hispánica e identificaba artificiosamente su linaje con el indio, el minero esclavizado que producía la plata, de rápida exportación al área metropolitana. Es en este sentido muy revelador un extracto de un artículo publicado por un autor anónimo en El grito del Sud, una revista bonaerense, en 1812: 

El español, ese monstruo a quien parece vomitaron las ondas del Océano en nuestras apacibles costas, para causar en ellas la desolación, horror y espanto en que  nos han sumergido por tres siglos, devorado por la insaciable sed del oro, y de la plata, de ese funesto don con que la naturaleza quiso regalarnos para turbar por tantos años de sangre la inmutable tranquilidad en que vivían nuestros mayores, arrancando de su sagrado asilo a los miserables indios para trasplantarlos a los obscuros calabozos de las minas, y haciendo perecer por el trabajo, y por la dureza del castigo a la enorme población con que se inundaba el continente y sus innumerables islas apartó sus ojos sanguinarios de las riberas de la América, en donde había apurado las víctimas de su codicia y su furor, y los dirigió al África para arrancar de allí a esa porción de miserables, a ese montón de hermanos nuestros, que llevan hasta el día impreso en su semblante el sello de nuestra ignominia en la continuación de su pesada esclavitud. 

El autor obviaba que la población negra, sin mestizar, de la América española era porcentualmente pequeña, y sin comparación con las colonias de los demás estados europeos, y especialmente con las británicas y Estados Unidos. Asimismo, el porcentaje de  población libre era superior al de los esclavos. Y que era la propia élite criolla del Río de la Plata la que con su demanda alentaba y participaba activamente en el nefando tráfico negrero. La masiva utilización posterior de la población negra como carne de cañón en las Guerras Platinas, con el propósito manifiesto de “emblanquecer” la población, y el ulterior expolio y práctica extinción física y cultural de los indios pampas y araucanos muestran que la “hermandad” defendida no dejaba de ser un artificio retórico, que no por falso se ha seguido manteniendo hasta nuestros días.

 El análisis de la economía política española en los Reinos de las Indias realizado por Regina Grafe y Alejandra Irigoin muestra un panorama muy distinto al del puro expolio. En base al estudio de la información fiscal, afirman que era muy poco centralizada, y que la extracción de moneda hacia la Península era muy limitada. Muy al contrario, fueron la iniciativa local, la negociación con los particulares para la captación de los recursos necesarios y el control de los flujos económicos los que determinaron la estructura de los gastos.

 Poetas que difundieron estos nuevos mitos fundacionales fueron Bartolomé José Hidalgo, Andrés Bello y José Joaquín de Olmedo. El montevideano Bartolomé José Hidalgo, que había sido soldado en las milicias del Rey a las  órdenes del reconocido filántropo Francisco Antonio Maricel, uno de los mayores traficantes de esclavos de Montevideo, fue el autor de los populares Cielitos y Diálogos Patrióticos, en los que diversos gauchos retaban al Rey de España. Entre los mismos, podemos reproducir el siguiente: 

Lo que el Rey siente es la falta

de minas de plata y oro;

para pasar este trago

cante conmigo este coro.

 José Joaquín Eufrasio de Olmedo y Maruri, diputado en las Cortes de Cádiz, donde abogó por la abolición de la mita, participó en 1820 en la conjura para la secesión de su Guayaquil natal. Tras la anexión del territorio a la Gran Colombia por Simón Bolívar, autonombrado Dictador, se exilió a Perú, desde donde mandó posteriormente a Bolívar una invitación para que trasladase al Perú la lucha por la independencia. Reconciliado con él, posteriormente escribió su Canto a Bolívar, lo que le dio fama internacional. Sin embargo, el mismo no fue del agrado de su destinatario, que en fecha 12 de julio de 1825 desde Cuzco le dirigió al autor una demoledora crítica, dado que el verdadero protagonista de este panegírico no era él, sino el inca Huayna-Cápac.

 El inca evocaba la riqueza mineral de América antes de la llegada de los españoles, y esta loa resumía los trescientos años anteriores como un tiempo de maldición, de sangre y de servidumbre, y auguraba un futuro en el que el oro fluiría solo: 

Ya las hondas entrañas de la tierra

en larga vena ofrecen el tesoro

que en ellas guarda el Sol, y nuestros montes

los valles regarán con lava de oro.

 El caraqueño Andrés de Jesús María y José Bello López, posteriormente nacionalizado chileno, había sido profesor de Simón Bolívar y es considerado uno de los humanistas más importantes de América. Si durante su estancia en Londres de 1810 a 1829 su poesía hacía referencia a la esperanza en un futuro brillante, el fracaso político bolivariano, los escombros de las luchas internas tras la independencia, los caudillismos localistas y las guerras civiles de las décadas posteriores hicieron que sus esfuerzos intelectuales se orientaran a los escritos legales, filológicos y gramaticales en los que brilló.

 Como asegura Alejandra Irigoin, este largo, cruento y dilatado proceso de enfrentamientos afectó significativamente al desarrollo económico y monetario de las nuevas repúblicas. El sistema hispánico involucraba vastas regiones en tupidas redes comerciales, y redistribuía por varias vías, desde los situados a los negocios, grandes cantidades de moneda en todo el espacio continental, por lo que su quiebra supuso la obvia ruptura de estos vínculos. En el mismo sentido, como recogen Prieto Tejeiro y Haro, en España el modelo monetario tradicional sobrevivió mientras siguió afluyendo la plata de las Indias, y la quiebra de la Monarquía supuso su final.

 Irigoin afirma igualmente que como la insolvencia de los gobiernos fue persistente, no hubo medios de financiarse con deuda interna ni externa, y la manipulación monetaria se convirtió en el indeseable último medio para financiar a unos gobiernos quebrados. Las consecuencias fueron la completa ineficacia fiscal de los estados y la creciente carga fiscal sobre los consumidores por medios indirectos. El anteriormente citado y deseado modelo librecambista con Gran Bretaña y los Estados Unidos devino finalmente en pura dependencia y colonialismo económico.

 Para saber más:

 BENNASSAR, B., La América española y la América portuguesa (siglos XVI-XVIII), Madrid, 1985.

GARCÍA-CARO, P. “Las minas del Rey Fernando: plata, oro, y la barbarie española en la retórica independentista hispanoamericana”, Anales de Literatura Hispanoamericana, 011, vol.40, pp. 39-59.

GRAFE, R., e IRIGOIN, A., “The political economy of Spanish imperial rule revisited”, www.um.es, version 2, 14 Apr. 08.

IRIGOIN, A., “Las raíces monetarias de la fragmentación política de la América Española en el siglo XIX”, Historia Mexicana, vol. LIX, núm. 3, enero-marzo, 2010, pp. 919-979.

LYNCH, J., “Los factores estructurales de la crisis: La crisis del orden colonial”, en Historia General de América Latina, Vol. V, UNESCO, Paris, 2003, pp. 33-54.

PÉREZ VEJO, T., “Las guerras de Independencia como guerras civiles: un replanteamiento del nacimiento de la modernidad política en Hispanoamérica”, en PATINO VILLA, C.A. (Ed.), Estado, guerras internacionales e idearios políticos en Iberoamérica, Editorial Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2012, pp. 61-88.

PRIETO TEJEIRO, E., y HARO, D. de, Las reformas monetarias en la primera mitad del siglo XIX: Una aproximación a la historia monetaria de España desde el Trienio Constitucional hasta la Ley Monetaria de 1848, Madrid.

lunes, 10 de mayo de 2021

Los pesos del Perú Libre: del Banco auxiliar de Papel Moneda a otras cecas de necesidad

 Publicado en Crónica Numismática, 10 de mayo de 2021

https://cronicanumismatica.com/los-pesos-del-peru-libre-del-banco-auxiliar-de-papel-moneda-a-otras-cecas-de-necesidad/

Tras la salida de Lima del ejército realista al mando de José Canterac el 25 de junio de 1821 y su ocupación por las tropas republicanas de la Expedición Libertadora del Perú, el general José de San Martín proclamó en fecha 28 de julio la independencia del Estado Peruano. A pesar de ello, las fuerzas realistas dominaban completamente las zonas estratégicas del virreinato, y muy especialmente los distritos mineros, con capital en la ciudad de Cuzco.  La quiebra del comercio y de los ingresos de la aduana de El Callao, los efectos de la guerra sobre la agricultura y la supresión de los impuestos extraordinarios y de los tributos de indios colocó a la naciente república en una terrible crisis económica y monetaria. Por ello, a pesar de tener el control de la Casa de Moneda de la capital virreinal y toda su maquinaria, no había plata que acuñar en ella.

 Entre las soluciones que se tomaron para la financiación del Estado y de la guerra se encontraron las tradicionales contribuciones ordinarias y extraordinarias, así como los donativos. Dado que no era suficiente, se recurrió a la pura extorsión y expoliación de los bienes de los españoles peninsulares de Lima, una minoría relativamente importante de la población de la ciudad, estimada en unos 10.000 individuos sobre una población total de entre 58.000 y 70.000 habitantes. El Juzgado de Secuestros, constituido el 16 de octubre de 1821, llevó a cabo una intensa política de confiscación de propiedades a los comerciantes peninsulares,  que se prolongó hasta su extinción por orden del Soberano Congreso el 27 de diciembre de 1823.  

 Las finanzas del Perú independiente tuvieron en estas confiscaciones un soporte básico, y la política de secuestros permitió un rápido y fácil acceso a bienes de muy diversa índole y naturaleza, si bien esta política de pura expoliación tuvo un alcance mucho menor del deseado. La posterior expulsión de los peninsulares sin indemnización supuso además el ahorro al Estado a buena parte de sus deudas con sus antiguos acreedores. Con todo ello solo se consiguió desplazar a un grupo económico y social de primer orden, reduciendo drásticamente el desarrollo de futuros empréstitos y contribuciones nacionales, lo que hizo que se tuviesen que negociar empréstitos extranjeros, que derivaron, como en la mayor parte de los nuevos países del continente, en agudas y recurrentes crisis económicas y de deuda.

 En estas circunstancias, y ante la falta de circulante, el gobierno de San Martín creó el 1 de febrero de 1822 el Banco Auxiliar de Papel Moneda, y unos días después, el 18 del mismo mes, se dispuso la emisión de moneda de cobre de valor de un cuartillo o cuarto de real, con un sol radiante en su anverso y el valor ¼, la leyenda Provisional y el año de emisión en su reverso. Este Banco emitió hasta agosto de este año papel moneda por valor de 350.000 pesos, cantidad que se incrementó el año siguiente. Aunque proveyó de fondos a corto plazo al gobierno republicano, a medio y largo plazo esta medida de emisión de papel moneda sin respaldo supuso la falta de confianza en la circulación de los billetes en el Perú durante el siglo XIX, con graves consecuencias para su desarrollo económico.

 Asimismo, el 15 de julio, se estableció la nueva moneda nacional, con el mismo peso y ley de la de cuño español, pero con nuevos motivos que aluden a la nueva república, conocidos como pesos de Perú Libre o de San Martín. Según el Decreto Supremo que la creó:

 He acordado y decreto:

 1º. La nueva moneda del Perú se pondrá en circulación desde el día de mañana, y será recibida por el mismo valor que la antigua, por ser de la misma ley y peso que hasta aquí ha tenido.

2º. La nueva moneda del Perú, se distinguirá por las armas provisionales del estado, que lleva en el anverso con esta inscripción, Perú libre, y en el reverso, la justicia y la paz, con una columna en el centro, y la inscripción que dice, Por la virtud y la justicia.

3º. Los que rehusaren recibir esta moneda, incurrirán en las penas establecidas por la ley.

4º. El ministro de relaciones exteriores avisará oficialmente a los gobiernos amigos y aliados, lo prevenido en el artículo 1º de este decreto, remitiéndoles las monedas del nuevo cuño para su conocimiento.

 Comuníquese al director de la Casa de Moneda, publíquese por bando, e insértese en la gaceta oficial. Dado en el palacio del supremo gobierno, en Lima a 15 de julio de 1822.-3º - Firmado.- Trujillo.- Por orden de S.E.- B. Monteagudo

 El escudo provisional citado con las armas del nuevo Estado fue diseñado por el propio San Martín, y llevaba como motivos según consta en un Decreto de 21 de octubre de 1820 “un Sol, saliendo por detrás de sierras escarpadas que se elevan sobre un mar tranquilo”. Sobre dicho escudo se puso una platanera, y está sostenido por un cóndor a la izquierda y una vicuña a la derecha. En el lado izquierdo aparecen las banderas de las Provincias Unidas del Río de la Plata y de Chile, y en el derecho las de Guayaquil y la del propio Perú. 

 Dicho escudo se encuentra sobre una plataforma adornada con flecos y con una banda, que en el escudo original porta la leyenda RENACIO EL SOL DEL PERU. La leyenda circular que rodea el anverso es PERU LIBRE, la marca de ceca con el monograma de Lima, el facial 8R y las siglas de ensayador J y P, así como el año de emisión en su parte baja. La inicial J se corresponde con Juan Martínez de Roxas, ensayador mayor del Reino según recoge Pellicer entre 1773 y 1830, y la P con Pablo Cano Melgarejo, ambos ensayadores activos en la ceca de Lima durante los reinados de Carlos IV y Fernando VII, en moneda de cuño español y posteriormente republicano, entre los años 1803 y 1825.

En el reverso se reproducen dos figuras femeninas, alegorías de la Justicia, con espada y balanza, y la Paz, con una rama de olivo en su mano izquierda, a ambos lados de una columna dórica rodeada con una banda, semejante a las representadas en las Columnas de Hércules de la moneda española, todo ello sobre un pedestal. La leyenda circular, como recogía el Decreto, es POR LA VIRTUD Y LA JUSTICIA.

 Acuñadas con ley de 0,903 milésimos, peso de 25 gramos, diámetro de 39 mm y canto liso incrustado, se batieron entre los años 1822 y 1823 solamente 75.000 pesos de esta especie, y por tanto su circulación fue muy reducida y no pudo cubrir las necesidades de numerario circulante en el territorio controlado por los republicanos. Por ello, se recurrió a introducir moneda chilena de oro y plata y al uso de fichas de pulperos. Si bien se ensayó el sistema de batir moneda por una empresa particular, la escasez de estas acuñaciones hacían muy limitados los provechos para los posibles empresarios.

 El traslado de la ceca a Cuzco

 El desarrollo de la guerra y la disposición de fuerzas permitieron al bando realista considerar a Lima como objetivo militar en las campañas anuales que se planificaban una vez terminada la estación de lluvias, lo que llevó a la toma militar temporal de la capital virreinal en junio de 1823. Mientras que en campo republicano se daba la paradoja de máquinas sin plata para acuñarla, en el bando realista, a pesar de contar con la Casa de Moneda de Potosí, se daba la contraria. Por ello el gobierno virreinal acometió una de las acciones más audaces de todo el conflicto, el traslado de la maquinaria de Lima a Cuzco en julio de 1823.

 Con ello se pretendía tanto privar a los republicanos de ella como utilizarla para acuñar la plata obtenida en las minas bajo su control. El 17 de julio de este año el Teniente Coronel Manuel Vigil fue comisionado para llevar a este nuevo destino toda la maquinaria y a los operarios y dependientes. La misma fue instalada en el Convento y Hospital de San Juan de Dios. Los gastos de la obra entre el 26 de enero y el 26 de junio de 1824 ascendieron a 15.800 pesos. Para su amonedación, se decretó que la plata de las minas de Tarma, Huamanga, Tacna, Huancavelica, Puno y Arequipa se remitiera a la misma.

 Durante su estancia en Lima, entre el 18 de junio y el 18 de julio de 1823, se procedió igualmente a acuñar moneda de plata en todos los faciales, unos 200.000 reales en total, utilizando para ello, al menos en parte y en módulo de 8 reales o peso, la moneda estudiada. En unas ocasiones, la misma se utilizó como cospel de la nueva acuñación, mientras que otras piezas fueron reselladas con una corona real y el año.

 La nueva ocupación de Lima en 1824


La misma se produjo por la defección de la guarnición de El Callao el día 4 de febrero de 1824, que hizo que la ciudad pasase a control realista el 27 de febrero de 1824, tras abandonar las fuerzas republicanas la ciudad, con parte de los útiles de la Casa de Moneda y todo el oro y la plata de las iglesias que no era necesario para el culto. En este año se acuñó moneda de plata de cuño español en Lima, ensayada por Juan Martínez de Roxas y Manuel Rodríguez de Carassa y Rivas, con siglas de ensayadores JM.

 El gobernador de la plaza de El Callao, José Ramón Rodil, recibió en sus Instrucciones de 17 de febrero la recomendación, si así lo estimaba oportuno, de trasladar la Casa de Moneda y una imprenta al Castillo. Según su testimonio, las labores de la moneda, tras construir los nuevos útiles, comenzaron el 12 de mayo. Hay autores que afirman que estas nuevas labores consistieron en un nuevo resello de la moneda del Perú Libre, manteniendo la corona usada anteriormente y con el año 1824. En este sentido, Dargent reproduce un extracto de un Bando del día 30 de abril, en el que se prohibía la circulación de estos pesos, que debían resellarse en el plazo de ocho días, bajo pena de decomiso, relativo a este resello, que se realizó indistintamente en el anverso o reverso de la moneda.  

 A pesar de la escasez relativa de las piezas acuñadas y de los resellos anteriormente vistos, podemos encontrar otros resellos realistas realizados sobre esta moneda, los llevados a cabo en el archipiélago de las Islas Filipinas unos años después, tanto a nombre de Fernando VII como de su hija Isabel II, e incluso alguno realizado por otras repúblicas hispanoamericanas.

 Bibliografía:

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