domingo, 2 de mayo de 2021

La moneda en los últimos bastiones realistas en la América continental

 Publicado en UNAN Numismática nº41, marzo-abril 2021

https://www.academia.edu/47882055/La_moneda_en_los_últimos_bastiones_realistas_en_la_América_continental

Los procesos de independencia de las actuales repúblicas hispanoamericanas, a la luz de las obras publicadas principalmente en las mismas con motivo de su segundo bicentenario, son actualmente vistos como un inmenso conflicto civil, o una serie de conflictos civiles, que acabaron finalmente con un rotundo triunfo militar que llevó a la adopción de regímenes republicanos, si bien muchos analistas consideran que este proceso fue una revolución fallida, dado que las nuevas naciones reprodujeron el régimen anterior y se vieron sumergidas en una profunda inestabilidad social, política y económica. 

 Durante estas dos últimas centurias se ha argumentado recurrentemente que fue una lucha de los pueblos americanos contra los opresores peninsulares. Los estudios sobre el conflicto muestran más bien que se trató de la reacción de una parte de las clases acomodadas criollas para el mantenimiento de su estatus social, lo que de hecho consiguieron, siendo impopular para la mayor parte de la población, que se mantuvo fiel a la Corona, y muy especialmente la indígena. Los temores de perder sus privilegios jurídicos y el autogobierno de sus Repúblicas les llevaron a combatir en nombre del rey en los casos que estudiamos de Pasto y Chiloé, incluso cuando todo estaba perdido, como en los casos del sur de Chile hasta 1832 y la guerrilla de Iquicha en Perú hasta esa misma década. Importante fue asimismo el papel de los batallones de morenos y pardos en los ejércitos realistas.

 La población peninsular y canaria de los Reinos de las Indias era exigua. Durante el siglo XVIII, 53.000 españoles peninsulares emigraron a Ultramar, siendo la mayor parte de ellos varones, y casándose con mujeres del país. Los españoles europeos eran, según Humboldt, 150.000 personas a principios del siglo, si bien la cifra real debió de ser muy inferior, según Lynch de entre 30.000 y 40.000 individuos. Un porcentaje ínfimo sobre el total de la población blanca, algo más de tres millones, y sobre la total de entre 15 y 17 millones. Los indios representaban alrededor de un 40%, cerca de siete millones, los negros eran algo más de un millón y los mestizos unos cuatro millones.

 El ejército, que constaba de casi 30.000 soldados y unos 120.000 miembros de las Milicias Disciplinadas, cubría desde California a Chiloé, y desde Florida a Patagonia, si bien su máxima concentración se encontraba en torno al Caribe. Mientras que las milicias estaban compuestas por gentes del país, la proporción de los españoles europeos era prácticamente total en los altos mandos, virreyes y gobernadores, y en los altos grados castrenses, normalmente gente de edad que había pasado a las Indias en la década de los 60-70, integrados en las élites locales y casados con mujeres del país.

 Sin embargo, su presencia era prácticamente nula entre la oficialidad y la tropa, salvo en algunos casos, como Cuba o el Río de la Plata, donde habían llegado durante los conflictos del siglo XVIII. Su número era no obstante relativamente importante entre los sargentos, normalmente de origen humilde y con sobrados años de servicio, también casados en su mayoría con mujeres de la tierra. A ellos se habrían de sumar unos 50.000 soldados remitidos desde la península durante el conflicto, de los que una gran parte, entre 15.000 y 20.000, fueron destinados a Cuba, no participando en muchas ocasiones en los combates.

 A pesar de su exiguo número, los españoles europeos y canarios fueron duramente perseguidos por los gobiernos y los ejércitos republicanos. Los soldados españoles europeos al mando de Pablo Morillo eran solamente 2.000, frente a los casi 6.000 británicos de la Legión Británica de Bolívar, la práctica totalidad de la escuadra chilena de Thomas Cochrane y los filibusteros franceses y norteamericanos en Texas. En la batalla de Ayacucho solamente participaron 500 españoles peninsulares.

 Las guerras a muerte, copiadas por los republicanos venezolanos y colombianos de la revolución haitiana, sembraron el terror, con violaciones y ejecuciones sumarias e indiscriminadas, y llevaron a la población española peninsular y canaria a emigrar en masa, principalmente a Puerto Rico. De hecho, fue la razón para que la expedición de Pablo Morillo, que debía dirigirse al Río de la Plata, acabase desembarcando en sus costas. La llegada a la isla de los refugiados conllevó un verdadero caos monetario, dado que la moneda que traían, la macuquina circulante de mala calidad batida por ambos bandos, no pudo finalmente ser retirada de la circulación hasta 1857. Cuatro mil de ellos se refugiaron en Puerto Cabello, que resistió hasta el 10 de noviembre de 1823.

 En el caso de México, los indultos a los insurgentes de Juan Ruiz de Apodaca habían llevado prácticamente la paz al virreinato en 1819. El pronunciamiento del capitán Rafael de Riego el 1 de enero de las tropas acantonadas en Cabezas de San Juan, Sevilla, para pasar a combatir a los insurgentes y proclamar la Constitución de Cádiz llevó a las élites criollas, comandadas por el Inquisidor General Matías de Monteagudo, a conspirar para declarar la independencia. El oficial realista enviado para acabar con el último foco insurgente activo, el de Vicente Guerrero, Agustín de Iturbide, negoció con él el Plan de Iguala y fue proclamado emperador el 18 de mayo de 1822. Mientras tanto, en Veracruz, las milicias cívicas y la tropa rechazaron los ataques del ejército trigarante comandadas por el también antiguo oficial realista Antonio López de Santa Anna, hasta que, finalmente, el 26 de octubre de 1821, se retiraron junto a parte de la población a la fortaleza de San Juan de Ulúa, donde resistieron hasta el 23 de noviembre de 1825.

 La situación no fue mejor en las demás nuevas repúblicas. Perseguidos, asesinados, privados de sus derechos y despojados de sus bienes, salvo en el caso de Chile, sufrieron una limpieza que si no étnica, dado que obviamente los criollos eran descendientes de españoles, si lo fue por su lugar de nacimiento. Finalmente expulsados de la Gran Colombia, Centroamérica y México, se dirigieron en su mayoría, unos 20.000, a Cuba. En el caso de Perú, el terror decretado por Monteagudo redujo la población española europea de los 12.000 censados a 600. Los supervivientes, unos 6.000 y sus familias, fueron forzados en 1824 a refugiarse en la fortaleza de El Callao, donde, tras un asedio implacable que duró hasta el año 1826, solamente sobrevivieron unas 700 personas, 400 de ellos soldados.

 San Juan de Pasto

 Ya desde 1809, los pastusos y patianos se enfrentaron sucesivamente a los revolucionarios de Quito y a los rebeldes neogranadinos, derrotando a Antonio Nariño y haciéndole prisionero en 1814. Tras la batalla de Bocayá comenzó la conocida como Campaña de Pasto, que se dilatará en el tiempo entre 1822 y 1824, con alternancia en el control del territorio. Entre el 23 y 25 de diciembre de 1822, en la conocida como Navidad Negra, la tropa de Sucre entró en la ciudad, masacrando a 400 civiles de toda edad y sexo, entregando la misma al saqueo, violaciones y destrucción, y 1.000 vecinos fueron reclutados a la fuerza y enviados a combatir a Perú. El comportamiento de las tropas republicanas con la población pastusa fue tan infame que Agustín Agualongo, único militar mestizo que llegó a Brigadier General de los Ejércitos de Su Majestad, afirmó que “Independencia sin libertad no quiero, un pueblo que oprime a otro pueblo no puede ser libre”. Las partidas realistas siguieron operando en Pasto hasta 1826.

 En fecha 26 de diciembre de 1821, el mariscal Juan de la Cruz Mourgeon, Presidente de la Audiencia de Quito, ante la cercanía del ejército republicano, ordenó al director de la Casa de Moneda de Popayán, José María Satisával, el traslado de la maquinaria y los utensilios a Quito. El día 1 de enero Satisával informó de que no había podido trasladar el volante grande ni las máquinas de molino, por su enorme peso, pero que trasladaba el volante pequeño, para acuñar moneda menuda. Tras recibir orden de dirigirse a Pasto el 15 de enero, parece que llegó a esta población el 22 del mismo mes, de la que había sido capitán y superintendente en 1820. Don Carlos Iza ha recopilado valiosa información sobre la misma obrante en el Archivo Histórico de la Memoria de Nariño, Pasto, Caja 11.

 Las acuñaciones en módulo de dos reales o pesetas comenzaron inmediatamente, con plata expropiada de las iglesias y a particulares, con una ley de entre 8 y 9 dineros, y fue destinada al pago de las soldadas. Así aparece en un documento del Archivo Histórico Nacional de Quito, Criminales, 1822, que también recoge don Carlos Iza.  El 24 de enero el director informaba de haber tenido que usar el busto de Carlos IV, por no haber recibido los de Fernando VII. Se da el caso de que es la única moneda acuñada en el Nuevo Mundo intitulada a nombre de este monarca como rey constitucional. Es asimismo novedoso el numeral arábigo 7 en sustitución del romano VII.  

 Esta bella moneda, escasísima y difícil de encontrar en las subastas y ofertas numismáticas, lleva en su anverso el busto de Carlos IV, la leyenda FERDNAND. 7. D. G. ET. CONST y la fecha de emisión, 1822. En su reverso encontramos el escudo contracuartelado de castillo y leones, coronado y entre las Columnas de Hércules, y la leyenda HISPANIAR. REX. , la sigla P de Popayán-Pasto, el valor facial 2R, dos reales, y la sigla de ensayador O, Manuel Vicente Olave.

 Unos meses más tarde, el 8 de junio, la ciudad fue ocupada por Simón Bolívar, aunque no definitivamente, dado que fue nuevamente tomada por las guerrillas de Benito Boves el 28 de octubre siguiente. A finales de 1822, durante la Navidad Negra, la Casa de Moneda fue saqueada y desmantelada. Don Carlos Iza nos informa de que no existen documentos que refieran al retorno de las herramientas, pertrechos y el volante de acuñación a la Casa de Popayán.

 Puerto Cabello

 Tras la batalla de Carabobo de 1821, el batallón Valencey se refugió en esta ciudad, única bajo control de las tropas realistas en Venezuela. El marino Ángel Laborde, con base en este puerto, llevó a cabo la evacuación de civiles del puerto de La Guaira hacia la Habana. Un año después, el Mariscal de Campo Francisco Tomás Morales llevó a cabo la Campaña de Occidente, controlando Maracaibo y el Zulia.

 La flota de Ángel Laborde obtuvo una victoria en 1823 ante una escuadra grancolombiana muy superior en número a la española bajo el mando del comodoro francés Danells, levantando el bloqueo de la plaza, si bien el 24 de julio de ese mismo año sufrió una derrota ante la armada del almirante Padilla en el Golfo de Maracaibo. La misma forzó a Morales a capitular el 3 de agosto, entregando la plaza de Maracaibo, el Castillo de San Carlos, el de San Felipe en Puerto Cabello y los demás lugares que ocupaban en Venezuela. En Puerto Cabello, el brigadier Sebastián de la Calzada resistió hasta que hubo de capitular el 8 de noviembre de 1823 ante el general José Antonio Páez, si bien el Castillo de San Felipe, bajo el mando del criollo mantuano Manuel de Carrera, no capituló hasta dos días después. Varios vecinos y militares realistas recibieron poco después permiso para embarcarse con destino a Cuba.

 En esta plaza se procedió al resello de la moneda falsa de cuartillos que, introducida desde Curazao, no era aceptada por los comerciantes locales. Por ello, la Junta de Pacificación, presidida por el general Miguel de la Torre, en reunión del 5 de noviembre de 1821, resolvió la amortización y retirada de la circulación de toda la moneda de cobre fabricada en la Casa de Moneda de Caracas en circulación en la plaza. La razón esgrimida era que su valor facial estaba muy sobrevaluado con el real, lo que no solamente facilitaba su falsificación, sino que favorecía el atesoramiento de moneda de plata a bajo costo.

 A pesar de ello, y por ser la única moneda de la que disponía la Tesorería de la ciudad, Mariano Sixto ordenó el 5 de junio de 1822 que la misma fuese obligatoriamente aceptada en las tiendas y lugares públicos. Para ello se aprobó asimismo resellar toda la moneda de cobre circulante, sin variar con ello su valor facial, y prohibiendo bajo graves penas la introducción de moneda falsa, con lo que estabilizó el circulante en la ciudad.

 San Juan de Ulúa

 En la ciudad de Veracruz se había resellado moneda en 1812, ocho reales o pesos de la ceca provisional de Zacatecas, con un resello rectangular y las iniciales L.C.V., Las Cajas de Veracruz.  El 27 de noviembre de 1812 un decreto virreinal había declarado de obligada aceptación en toda Nueva España el numerario acuñado en las cecas provisionales realistas, y por nuevo decreto de 19 de diciembre se ordenó que toda la moneda provisional circulante en Veracruz debía ser pesada y resellada con el valor al que debía aceptarse. Se realizaron cuatro diferentes cuños para monedas faltas de peso, para darles el valor de 7 reales, 7 reales y ¼, 7 reales y ½ y 7 reales y ¾. La moneda sin resellar debía correr por su facial y considerarse de peso completo. Finalmente, las monedas faltas de peso y reselladas fueron escasas, y por ello es igualmente raro encontrar monedas con este resello, sobre piezas de Chihuahua y Zacatecas.   

 En 1819 una expedición militar al mando del teniente general Manuel Cagigal partió de Cádiz hacia La Habana, y debía llevar a Cuba una fuerza de tres mil hombres compuesta por los batallones de infantería de Málaga, Cataluña y Tarragona y formar allí un ejército con destino a Veracruz. Otra expedición, la llamada Expedición Grande que tenía primero como destino Veracruz y luego el Río de la Plata, no llegó a partir por el pronunciamiento de Riego antes mencionado.

 En fecha 7 de agosto de 1821 partió un destacamento avanzado, compuesto por cuatro compañías, la primera de 105 hombres del ejército regular, formada por piquetes de los regimientos de La Habana y La Luisiana y los batallones de Málaga, Cataluña y Tarragona, la segunda de 75 hombres del batallón de Pardos de La Habana, la tercera con la misma fuerza del batallón de Morenos, y la última con 105 soldados veteranos y voluntarios sueltos. La misma llegó a puerto el 25 del mismo mes. Pocos días después de la primera partida, se organizó una segunda expedición de refuerzo, con 299 soldados y 11 oficiales de las mismas unidades, aumentando con ello la expedición en 700 hombres.

 Mientras tanto, las tropas comandadas por Santa Anna habían comenzado el asedio de la ciudad el 23 de junio. Tres meses después, y ante la dificultad de mantener la plaza, la noche del 26 de octubre las tropas realistas se replegaron a San Juan de Ulúa, una impresionante fortaleza en una isla fortificada y con 132 bocas de fuego. Las hostilidades se rompieron en mayo de 1822, con la proclamación de Iturbide como emperador. En septiembre, los mexicanos habían tomado totalmente la ciudad, pues los españoles que seguían resistiendo en los edificios de la diputación y el ayuntamiento, tuvieron finalmente que abandonarlos y replegarse al castillo. Acto seguido comenzaron los insurgentes los trabajos para preparar el asedio a la fortaleza.

 Si bien la tropa fue relevada de tiempo en tiempo, a partir de octubre de 1825 una escuadra mexicana de ocho buques, bajo el mando de Pedro Sainz de Baranda, cerró la entrada, dejando solamente salir a las embarcaciones de transporte de tropas y enfermos, pero no permitiendo la entrada de ninguno. Un último esfuerzo de auxilio, una flota comandada por el antes mencionado Ángel Laborde, fue sorprendida por un huracán a la altura de la Sonda de la Tortuga e imposibilitó su socorro. La situación se volvió insostenible, al no recibir víveres y por el escorbuto, por lo que finalmente la plaza se rindió el 23 de noviembre de 1825.

 El incansable Ángel Laborde durante los siguientes años combatió a los corsarios de todas las nuevas naciones, llegando incluso a amenazar el puerto de Kingston, en Jamaica, y los puertos de la República de la Gran Colombia, y deshizo una escuadrilla mexicana en Cayo Hueso. Les produjo tan graves pérdidas que bajó mucho la intensidad con la que operaban, consiguiendo que se restableciera y asegurara el tráfico comercial español.

 En el castillo se encontraban depositados varios millones de pesos, y cuando hizo falta se pidió prestado a los comerciantes instalados en la fortaleza, por lo que no hubo necesidad, como en las otras plazas estudiadas, de emitir moneda de necesidad, obsidional o resellar moneda. Pero sí es de destacar la existencia en el Archivo General de Indias del registro de un escudo de distinción, con el que debían ser condecorados la guarnición de la milicia nacional de Veracruz y del ejército permanente, en premio de su conducta heroica en la defensa de la plaza y castillo de San Juan de Ulúa, a las órdenes del general José Dávila, gobernador de Veracruz, frente a las tropas rebeldes.

 El mismo forma parte de un expediente iniciado a instancias de los regidores del Ayuntamiento de Veracruz, Joaquín Tajonar y Manuel Martínez Samperio, para declarar beneméritos de la patria a la guarnición que defendió la plaza y castillo de San Juan de Ulúa. Se trata de una aguada en azul, marrón y amarillo sobre papel, y presenta el dibujo de un castillo, en el que figura una bandera izada, sobre unas rocas en medio del mar, y lleva inscrito en un círculo la leyenda LA PATRIA A LOS VALIENTES DE SAN JUAN DE ULÚA.

 El Callao

 El Perú fue hasta el año 1820 el principal bastión continental del realismo indiano, y de este virreinato partieron las campañas de reconquista en todas direcciones contra las fuerzas republicanas. A pesar de que Lima capituló ante la Expedición Libertadora del Perú de José de San Martín, que proclamó la independencia el 28 de julio de 1821, subsistieron reductos realistas y los enfrentamientos se prolongaron hasta las batallas de Junín y Ayacucho, en 1824, y hasta la siguiente centuria con la comentada guerrilla de Iquicha.

 En estas circunstancias, las fuerzas realistas del general José de Canterac ocuparon Lima entre el 18 de junio y el 18 de julio de 1823, acuñando moneda de ¼, 1, 2 y 8 reales en un monto global de 200.000 reales, sobre moneda del tipo Perú Libre recientemente acuñadas por los republicanos, en unos casos utilizándolas como cospeles y en otras resellándolas con una corona real. Al retirarse de la plaza, se desarmaron las máquinas y se llevaron a Cuzco, ceca realista operativa hasta diciembre de 1824, y que siguió acuñando moneda a nombre de Fernando VII por falta de nuevos cuños del nuevo régimen hasta principios de 1826.

 El conjunto de los Castillos del Callao, la mayor obra de ingeniería militar española en el continente americano, fue entregada por su comandante el general José de la Mar a los independentistas de San Martín el 19 de septiembre de 1821. Una nueva defección, la llevada a cabo por el motín de 5 de febrero de 1824, supuso la disolución de las tropas chilenas en el Perú y la práctica desaparición del rioplatense Ejército de los Andes, así como su vuelta a control realista. Su defensa fue encomendada al lucense José Ramón Rodil y Campillo.

 Entre las primeras medidas que se acometieron fue la del restablecimiento de la Casa de Moneda de Lima, que había sido saqueada por los insurgentes en su retirada, lo que según las Memorias de Rodil llevó a la construcción de nuevos útiles a costa de ingentes gastos, que se compensaron con el cuño de un banco de rescate, a precios moderados, de la plata labrada y chafalonía que los habitantes habían preservado de los vaivenes de la guerra, comenzando la amonedación el 12 de mayo. 

 Glenn Murray cree que la moneda realista acuñada en Lima fechada en 1824, en todos los valores desde los ¼ de real a los pesos fuertes y ensayadas por Juan Martínez de Roxas y Manuel Rodríguez de Carassa y Rivas, JM, con un busto distinto del anteriormente usado, lo fue en el breve lapso en el que los ejércitos realistas controlaron la ciudad, entre los días 27 de febrero y 18 de marzo de ese año. Aunque es la opinión más extendida entre los investigadores, entra en contradicción con lo arriba expresado por el propio Rodil.

 Entre los documentos anexos a su Memoria, Rodil reproduce el Oficio del general Canterac de 17 de febrero de 1824, en el que se le nombra Gobernador de las Fortalezas del Callao. Entre las instrucciones recibidas está la de la trasladar la Casa de Moneda al Castillo y una imprenta. Álvarez recoge que se dice que Rodil montó en el Callao una ceca en la que se resellaron nuevamente los pesos de Perú Libre, manteniendo con la corona usada anteriormente y el año, 1823. Pero, volviendo al testimonio del propio Rodil, si se tuvieron que construir nuevos útiles y se acuñó la plata y chafalonía procedente de particulares desde mayo, el lugar donde se pudo hacer la amonedación de la ceca de Lima de 1824, una vez transportados los útiles, fue en la fortaleza del Real Felipe.

 Tras la batalla de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824 capituló el Ejército Real del Perú. Rodil se negó a entregar la plaza, encerrándose en la Fortaleza del Real Felipe y en los castillos del puerto con los regimientos Real de Lima y el de Arequipa, compuesto por morenos y pardos, con desertores del ejército republicano y con miles de civiles, que murieron durante un largo y duro asedio por tierra y mar en gran número. La resistencia terminó el 22 de enero de 1826, obteniéndose una capitulación honrosa. En la Capitulación se incluyó expresamente la entrega de los útiles de la Casa de la Moneda.

 En este punto, encontramos una rareza numismática, la emisión de pesetas con el busto de Fernando VII, las iniciales IR de ensayador y fecha de emisión 1826. En cuanto a los ensayadores, existe la hipótesis de que las mismas se correspondieran a Javier Francisco de Izcue y José Ramón Rodil. Si bien muchos estudiosos creen que se trata de una falsificación de época o una fantasía, podría ser la última moneda de cuño realista acuñada en la América Meridional. La primera noticia que se tuvo de ella la dio el insigne don José Toribio Medina en su obra Las monedas obsidionales Hispano-Americanas, y por ello ha sido recurrentemente citada en los estudios numismáticos hasta la fecha. Álvarez Carrasco ha dado a conocer, por primera vez, un ejemplar de la misma, propiedad de un coleccionista peruano, única conocida, que es aquí la que citamos y reproducimos.

 Entre las razones dadas para negar que la misma fuese batida en esta plaza se esgrime que los útiles de los que se disponía no eran los adecuados, si bien como afirma Dargent se desconoce lo que se trasladó desde Lima, y que Rodil en su extensa Memoria no hace ninguna referencia a ella. Jorge Proctor, en un estudio inédito de la misma recogido por Dargent, llega a la conclusión de que esta pieza sería la misma mencionada por Medina y una falsificación de época. 

 Chiloé

 Durante las guerras de Independencia de Chile, los habitantes de Chiloé se mantuvieron fieles a la Corona, y participaron junto con las tribus araucanas del sur de Chile en la conocida como Guerra a Muerte contra los republicanos chilenos, comandados por su gobernador, Antonio de Quintanilla y Santiago. Desde San Carlos de Chiloé, actual Ancud, repelió las expediciones del anteriormente citado Lord Cochrane  en 1820 y la comandada por Ramón Freire en 1824, hasta que finalmente firmó el Tratado de Tantauco el 15 de enero de 1826, por el que el archipiélago fue anexionado a Chile. La lucha continuó en el continente, en un enfrentamiento extremadamente sangriento que devastó el sur de Chile y forzó a la emigración masiva de muchas tribus araucanas a la Pampa. El teniente coronel navarro Miguel de Senosiain capituló en 1827, pero los enfrentamientos continuaron hasta la siguiente centuria.

 Entre 1821 y 1822 Quintanilla requisó la platería de todo el archipiélago, tanto a la Iglesia como a los particulares, unos cincuenta kilos, con los que se fundieron, según una cara del intendente Carvallo al ministro de Hacienda, 1.800 piezas. Esta cantidad era totalmente irrelevante, dado que los gastos administrativos corrientes del territorio ascendían a 40.000 pesos, por lo que probablemente se tratase más de una emisión con fines propagandísticos que puramente económicos.   

 Contamos con el expediente de la entrega el día 20 de marzo de 1854 por parte del brigadier don Saturnino García, que había prestado sus servicios en la isla, de uno de estos pesos fuertes al Gabinete Numismático de la Real Academia de la Historia en Madrid. En el mismo informaba que, careciendo de cuños y medios para troquelar las piezas, la emisión se hizo por fundición por parte de un platero llamado Palomino. Los motivos utilizados, o al menos los que son habituales, corresponden a pesos fuertes potosinos de 1822 y, como fue el caso de esta donación, a un peso limeño de 1819. En la pieza se incluyó, a ambos lados del busto del soberano, la leyenda CHI y LOE. Los ejemplares conocidos tienen falta de peso, algo lógico por su proceso de fundición.

 Esta moneda circuló en Chiloé hasta 1833, y posiblemente algunos de los ejemplares conservados pueden ser falsos de época. Entre 1826 y 1832 se fabricaron numerosas piezas falsas, siempre coladas, que se distinguían de las buenas por su menor fineza y, en ocasiones, por ser más burdas. En cuanto a los falsarios, para los cuales se había decretado la pena capital, se encontró solamente a uno. Por esta razón, finalmente el 11 de diciembre de 1832 se decretó su recogida en un plazo de 48 horas, recogiéndose 509 piezas originales y 334 falsas. Las auténticas se sustituirían por pesos chilenos, mientras que las falsas se partían para inutilizarlas y se devolvían a sus poseedores. La comisión que se encargó de hacerlo tuvo serios problemas para diferenciarlas, por lo que dio por buenas las que parecían tener una proporción de plata y un peso adecuados.

 Bibliografía recomendada

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