Publicado en UNAN Numismática nº41, marzo-abril 2021
https://www.academia.edu/47882055/La_moneda_en_los_últimos_bastiones_realistas_en_la_América_continentalLos
procesos de independencia de las actuales repúblicas hispanoamericanas, a la
luz de las obras publicadas principalmente en las mismas con motivo de su segundo
bicentenario, son actualmente vistos como un inmenso conflicto civil, o una
serie de conflictos civiles, que acabaron finalmente con un rotundo triunfo
militar que llevó a la adopción de regímenes republicanos, si bien muchos
analistas consideran que este proceso fue una revolución fallida, dado que las
nuevas naciones reprodujeron el régimen anterior y se vieron sumergidas en una
profunda inestabilidad social, política y económica.
Durante
estas dos últimas centurias se ha argumentado recurrentemente que fue una lucha
de los pueblos americanos contra los opresores peninsulares. Los estudios sobre
el conflicto muestran más bien que se trató de la reacción de una parte de las
clases acomodadas criollas para el mantenimiento de su estatus social, lo que
de hecho consiguieron, siendo impopular para la mayor parte de la población,
que se mantuvo fiel a la Corona, y muy especialmente la indígena. Los temores
de perder sus privilegios jurídicos y el autogobierno de sus Repúblicas les llevaron
a combatir en nombre del rey en los casos que estudiamos de Pasto y Chiloé,
incluso cuando todo estaba perdido, como en los casos del sur de Chile hasta
1832 y la guerrilla de Iquicha en Perú hasta esa misma década. Importante fue
asimismo el papel de los batallones de morenos y pardos en los ejércitos
realistas.
La
población peninsular y canaria de los Reinos de las Indias era exigua. Durante
el siglo XVIII, 53.000 españoles peninsulares emigraron a Ultramar, siendo la
mayor parte de ellos varones, y casándose con mujeres del país. Los españoles
europeos eran, según Humboldt, 150.000 personas a principios del siglo, si bien
la cifra real debió de ser muy inferior, según Lynch de entre 30.000 y 40.000
individuos. Un porcentaje ínfimo sobre el total de la población blanca, algo
más de tres millones, y sobre la total de entre 15 y 17 millones. Los indios
representaban alrededor de un 40%, cerca de siete millones, los negros eran algo
más de un millón y los mestizos unos cuatro millones.
El
ejército, que constaba de casi 30.000 soldados y unos 120.000 miembros de las
Milicias Disciplinadas, cubría desde California a Chiloé, y desde Florida a
Patagonia, si bien su máxima concentración se encontraba en torno al Caribe.
Mientras que las milicias estaban compuestas por gentes del país, la proporción
de los españoles europeos era prácticamente total en los altos mandos, virreyes
y gobernadores, y en los altos grados castrenses, normalmente gente de edad que
había pasado a las Indias en la década de los 60-70, integrados en las élites
locales y casados con mujeres del país.
Sin
embargo, su presencia era prácticamente nula entre la oficialidad y la tropa,
salvo en algunos casos, como Cuba o el Río de la Plata, donde habían llegado
durante los conflictos del siglo XVIII. Su número era no obstante relativamente
importante entre los sargentos, normalmente de origen humilde y con sobrados
años de servicio, también casados en su mayoría con mujeres de la tierra. A
ellos se habrían de sumar unos 50.000 soldados remitidos desde la península
durante el conflicto, de los que una gran parte, entre 15.000 y 20.000, fueron
destinados a Cuba, no participando en muchas ocasiones en los combates.
A
pesar de su exiguo número, los españoles europeos y canarios fueron duramente
perseguidos por los gobiernos y los ejércitos republicanos. Los soldados
españoles europeos al mando de Pablo Morillo eran solamente 2.000, frente a los
casi 6.000 británicos de la Legión Británica de Bolívar, la práctica totalidad
de la escuadra chilena de Thomas Cochrane y los filibusteros franceses y
norteamericanos en Texas. En la batalla de Ayacucho solamente participaron 500
españoles peninsulares.
Las
guerras a muerte, copiadas por los republicanos venezolanos y colombianos de la
revolución haitiana, sembraron el terror, con violaciones y ejecuciones sumarias
e indiscriminadas, y llevaron a la población española peninsular y canaria a
emigrar en masa, principalmente a Puerto Rico. De hecho, fue la razón para que
la expedición de Pablo Morillo, que debía dirigirse al Río de la Plata, acabase
desembarcando en sus costas. La llegada a la isla de los refugiados conllevó un
verdadero caos monetario, dado que la moneda que traían, la macuquina
circulante de mala calidad batida por ambos bandos, no pudo finalmente ser
retirada de la circulación hasta 1857. Cuatro mil de ellos se refugiaron en
Puerto Cabello, que resistió hasta el 10 de noviembre de 1823.
En
el caso de México, los indultos a los insurgentes de Juan Ruiz de Apodaca
habían llevado prácticamente la paz al virreinato en 1819. El pronunciamiento
del capitán Rafael de Riego el 1 de enero de las tropas acantonadas en Cabezas
de San Juan, Sevilla, para pasar a combatir a los insurgentes y proclamar la
Constitución de Cádiz llevó a las élites criollas, comandadas por el Inquisidor
General Matías de Monteagudo, a conspirar para declarar la independencia. El
oficial realista enviado para acabar con el último foco insurgente activo, el
de Vicente Guerrero, Agustín de Iturbide, negoció con él el Plan de Iguala y fue proclamado
emperador el 18 de mayo de 1822. Mientras tanto, en Veracruz, las milicias
cívicas y la tropa rechazaron los ataques del ejército trigarante comandadas
por el también antiguo oficial realista Antonio López de Santa Anna, hasta que,
finalmente, el 26 de octubre de 1821, se retiraron junto a parte de la
población a la fortaleza de San Juan de Ulúa, donde resistieron hasta el 23 de
noviembre de 1825.
La
situación no fue mejor en las demás nuevas repúblicas. Perseguidos, asesinados,
privados de sus derechos y despojados de sus bienes, salvo en el caso de Chile,
sufrieron una limpieza que si no étnica, dado que obviamente los criollos eran
descendientes de españoles, si lo fue por su lugar de nacimiento. Finalmente expulsados
de la Gran Colombia, Centroamérica y México, se dirigieron en su mayoría, unos
20.000, a Cuba. En el caso de Perú, el terror decretado por Monteagudo redujo
la población española europea de los 12.000 censados a 600. Los supervivientes,
unos 6.000 y sus familias, fueron forzados en 1824 a refugiarse en la fortaleza
de El Callao, donde, tras un asedio implacable que duró hasta el año 1826,
solamente sobrevivieron unas 700 personas, 400 de ellos soldados.
San Juan de Pasto
Ya
desde 1809, los pastusos y patianos se enfrentaron sucesivamente a los
revolucionarios de Quito y a los rebeldes neogranadinos, derrotando a Antonio
Nariño y haciéndole prisionero en 1814. Tras la batalla de Bocayá comenzó la
conocida como Campaña de Pasto, que
se dilatará en el tiempo entre 1822 y 1824, con alternancia en el control del
territorio. Entre el 23 y 25 de diciembre de 1822, en la conocida como Navidad Negra, la tropa de Sucre entró
en la ciudad, masacrando a 400 civiles de toda edad y sexo, entregando la misma
al saqueo, violaciones y destrucción, y 1.000 vecinos fueron reclutados a la
fuerza y enviados a combatir a Perú. El comportamiento de las tropas republicanas
con la población pastusa fue tan infame que Agustín Agualongo, único militar
mestizo que llegó a Brigadier
General de los Ejércitos de Su Majestad, afirmó que “Independencia sin libertad
no quiero, un pueblo que oprime a otro pueblo no puede ser libre”. Las partidas realistas siguieron operando en Pasto hasta
1826.
En
fecha 26 de diciembre de 1821, el mariscal Juan de la Cruz Mourgeon, Presidente
de la Audiencia de Quito, ante la cercanía del ejército republicano, ordenó al
director de la Casa de Moneda de Popayán, José María Satisával, el traslado de
la maquinaria y los utensilios a Quito. El día 1 de enero Satisával informó de
que no había podido trasladar el volante grande ni las máquinas de molino, por
su enorme peso, pero que trasladaba el volante pequeño, para acuñar moneda
menuda. Tras recibir orden de dirigirse a Pasto el 15 de enero, parece que
llegó a esta población el 22 del mismo mes, de la que había sido capitán y
superintendente en 1820. Don Carlos Iza ha recopilado valiosa información sobre
la misma obrante en el Archivo Histórico de la Memoria de
Nariño, Pasto, Caja 11.
Las
acuñaciones en módulo de dos reales o pesetas comenzaron inmediatamente, con
plata expropiada de las iglesias y a particulares, con una ley de entre 8 y 9
dineros, y fue destinada al pago de las soldadas. Así aparece en un documento
del Archivo Histórico Nacional de Quito, Criminales, 1822, que también recoge
don Carlos Iza. El 24 de enero el
director informaba de haber tenido que usar el busto de Carlos IV, por no haber
recibido los de Fernando VII. Se da el caso de que es la única moneda acuñada
en el Nuevo Mundo intitulada a nombre de este monarca como rey constitucional.
Es asimismo novedoso el numeral arábigo 7 en sustitución del romano VII.
Esta
bella moneda, escasísima y difícil de encontrar en las subastas y ofertas
numismáticas, lleva en su anverso el busto de Carlos IV, la leyenda FERDNAND. 7. D. G. ET. CONST y
la fecha de emisión, 1822. En su reverso encontramos el escudo contracuartelado
de castillo y leones, coronado y entre las Columnas de Hércules, y la leyenda HISPANIAR. REX. , la sigla P de Popayán-Pasto, el valor
facial 2R, dos reales, y la sigla de ensayador O, Manuel Vicente Olave.
Unos meses más tarde, el 8 de junio, la
ciudad fue ocupada por Simón Bolívar, aunque no definitivamente, dado que fue
nuevamente tomada por las guerrillas de Benito Boves el 28 de octubre
siguiente. A finales de 1822, durante la Navidad Negra, la Casa de Moneda fue
saqueada y desmantelada. Don Carlos Iza nos informa de que no existen
documentos que refieran al retorno de las herramientas, pertrechos y el volante
de acuñación a la Casa de Popayán.
Puerto Cabello
Tras
la batalla de Carabobo de 1821, el batallón Valencey se refugió en esta ciudad,
única bajo control de las tropas realistas en Venezuela. El marino Ángel
Laborde, con base en este puerto, llevó a cabo la evacuación de civiles del puerto
de La Guaira hacia la Habana. Un año después, el Mariscal de Campo Francisco
Tomás Morales llevó a cabo la Campaña de
Occidente, controlando Maracaibo y el Zulia.
La
flota de Ángel Laborde obtuvo una victoria en 1823 ante una escuadra
grancolombiana muy superior en número a la española bajo el mando del comodoro
francés Danells, levantando el bloqueo de la plaza, si bien el 24 de julio de
ese mismo año sufrió una derrota ante la armada del almirante Padilla en el
Golfo de Maracaibo. La misma forzó a Morales a capitular el 3 de agosto,
entregando la plaza de Maracaibo, el Castillo de San Carlos, el de San Felipe
en Puerto Cabello y los demás lugares que ocupaban en Venezuela. En Puerto
Cabello, el brigadier Sebastián de la Calzada resistió hasta que hubo de
capitular el 8 de noviembre de 1823 ante el general José Antonio Páez, si bien
el Castillo de San Felipe, bajo el mando del criollo mantuano Manuel de
Carrera, no capituló hasta dos días después. Varios vecinos y militares
realistas recibieron poco después permiso para embarcarse con destino a Cuba.
En
esta plaza se procedió al resello de la moneda falsa de cuartillos que,
introducida desde Curazao, no era aceptada por los comerciantes locales. Por
ello, la Junta de Pacificación, presidida por el general Miguel de la Torre, en
reunión del 5 de noviembre de 1821, resolvió la amortización y retirada de la
circulación de toda la moneda de cobre fabricada en la Casa de Moneda de
Caracas en circulación en la plaza. La razón esgrimida era que su valor facial
estaba muy sobrevaluado con el real, lo que no solamente facilitaba su falsificación,
sino que favorecía el atesoramiento de moneda de plata a bajo costo.
A
pesar de ello, y por ser la única moneda de la que disponía la Tesorería de la
ciudad, Mariano Sixto ordenó el 5 de junio de 1822 que la misma fuese
obligatoriamente aceptada en las tiendas y lugares públicos. Para ello se
aprobó asimismo resellar toda la moneda de cobre circulante, sin variar con
ello su valor facial, y prohibiendo bajo graves penas la introducción de moneda
falsa, con lo que estabilizó el circulante en la ciudad.
San Juan de Ulúa
En
la ciudad de Veracruz se había resellado moneda en 1812, ocho reales o pesos de
la ceca provisional de Zacatecas, con un resello rectangular y las iniciales
L.C.V., Las Cajas de Veracruz. El 27 de noviembre de 1812 un decreto
virreinal había declarado de obligada aceptación en toda Nueva España el
numerario acuñado en las cecas provisionales realistas, y por nuevo decreto de
19 de diciembre se ordenó que toda la moneda provisional circulante en Veracruz
debía ser pesada y resellada con el valor al que debía aceptarse. Se realizaron
cuatro diferentes cuños para monedas faltas de peso, para darles el valor de 7
reales, 7 reales y ¼, 7 reales y ½ y 7 reales y ¾. La moneda sin resellar debía
correr por su facial y considerarse de peso completo. Finalmente, las monedas
faltas de peso y reselladas fueron escasas, y por ello es igualmente raro encontrar
monedas con este resello, sobre piezas de Chihuahua y Zacatecas.
En
1819 una expedición militar al mando del teniente general Manuel Cagigal partió
de Cádiz hacia La Habana, y debía llevar a Cuba una fuerza de tres mil hombres
compuesta por los batallones de infantería de Málaga, Cataluña y Tarragona y
formar allí un ejército con destino a Veracruz. Otra expedición, la llamada Expedición Grande que tenía primero como
destino Veracruz y luego el Río de la Plata, no llegó a partir por el
pronunciamiento de Riego antes mencionado.
En
fecha 7 de agosto de 1821 partió un destacamento avanzado, compuesto por cuatro
compañías, la primera de 105 hombres del ejército regular, formada por piquetes
de los regimientos de La Habana y La Luisiana y los batallones de Málaga,
Cataluña y Tarragona, la segunda de 75 hombres del batallón de Pardos de La
Habana, la tercera con la misma fuerza del batallón de Morenos, y la última con
105 soldados veteranos y voluntarios sueltos. La misma llegó a puerto el 25 del
mismo mes. Pocos días después de la primera partida, se organizó una segunda
expedición de refuerzo, con 299 soldados y 11 oficiales de las mismas unidades,
aumentando con ello la expedición en 700 hombres.
Mientras
tanto, las tropas comandadas por Santa Anna habían comenzado el asedio de la
ciudad el 23 de junio. Tres meses después, y ante la dificultad de mantener la
plaza, la noche del 26 de octubre las tropas realistas se replegaron a San Juan
de Ulúa, una impresionante fortaleza en una isla fortificada y con 132 bocas de
fuego. Las hostilidades se rompieron en mayo de 1822, con la proclamación de
Iturbide como emperador. En septiembre, los mexicanos habían tomado totalmente la
ciudad, pues los españoles que seguían resistiendo en los edificios de la
diputación y el ayuntamiento, tuvieron finalmente que abandonarlos y replegarse
al castillo. Acto seguido comenzaron los insurgentes los trabajos para preparar
el asedio a la fortaleza.
Si
bien la tropa fue relevada de tiempo en tiempo, a partir de octubre de 1825 una
escuadra mexicana de ocho buques, bajo el mando de Pedro Sainz de Baranda,
cerró la entrada, dejando solamente salir a las embarcaciones de transporte de
tropas y enfermos, pero no permitiendo la entrada de ninguno. Un último
esfuerzo de auxilio, una flota comandada por el antes mencionado Ángel Laborde,
fue sorprendida por un huracán a la altura de la Sonda de la Tortuga e
imposibilitó su socorro. La situación se volvió insostenible, al no recibir
víveres y por el escorbuto, por lo que finalmente la plaza se rindió el 23 de
noviembre de 1825.
El
incansable Ángel Laborde durante los siguientes años combatió a los corsarios
de todas las nuevas naciones, llegando incluso a amenazar el puerto de
Kingston, en Jamaica, y los puertos de la República de la Gran Colombia, y
deshizo una escuadrilla mexicana en Cayo Hueso. Les produjo tan graves pérdidas
que bajó mucho la intensidad con la que operaban, consiguiendo que se
restableciera y asegurara el tráfico comercial español.
En
el castillo se encontraban depositados varios millones de pesos, y cuando hizo
falta se pidió prestado a los comerciantes instalados en la fortaleza, por lo
que no hubo necesidad, como en las otras plazas estudiadas, de emitir moneda de
necesidad, obsidional o resellar moneda. Pero sí es de destacar la existencia
en el Archivo General de Indias del registro de un escudo de distinción, con el
que debían ser condecorados la guarnición de la milicia nacional de Veracruz y
del ejército permanente, en premio de su conducta heroica en la defensa de la
plaza y castillo de San Juan de Ulúa, a las órdenes del general José Dávila,
gobernador de Veracruz, frente a las tropas rebeldes.
El
mismo forma parte de un expediente iniciado a instancias de los regidores del
Ayuntamiento de Veracruz, Joaquín Tajonar y Manuel Martínez Samperio, para
declarar beneméritos de la patria a la guarnición que defendió la plaza y
castillo de San Juan de Ulúa. Se trata de una aguada en azul, marrón y amarillo
sobre papel, y presenta el dibujo de un castillo, en el que figura una bandera
izada, sobre unas rocas en medio del mar, y lleva inscrito en un círculo la
leyenda LA PATRIA A LOS VALIENTES DE SAN JUAN DE ULÚA.
El Callao
El
Perú fue hasta el año 1820 el principal bastión continental del realismo
indiano, y de este virreinato partieron las campañas de reconquista en todas
direcciones contra las fuerzas republicanas. A pesar de que Lima capituló ante
la Expedición Libertadora del Perú de José de San Martín, que proclamó la
independencia el 28 de julio de 1821, subsistieron reductos realistas y los
enfrentamientos se prolongaron hasta las batallas de Junín y Ayacucho, en 1824,
y hasta la siguiente centuria con la comentada guerrilla de Iquicha.
En
estas circunstancias, las fuerzas realistas del general José de Canterac
ocuparon Lima entre el 18 de junio y el 18 de julio de 1823, acuñando moneda de
¼, 1, 2 y 8 reales en un monto global de 200.000 reales, sobre moneda del tipo
Perú Libre recientemente acuñadas por los republicanos, en unos casos
utilizándolas como cospeles y en otras resellándolas con una corona real. Al
retirarse de la plaza, se desarmaron las máquinas y se llevaron a Cuzco, ceca
realista operativa hasta diciembre de 1824, y que siguió acuñando moneda a
nombre de Fernando VII por falta de nuevos cuños del nuevo régimen hasta
principios de 1826.
El
conjunto de los Castillos del Callao, la mayor obra de ingeniería militar
española en el continente americano, fue entregada por su comandante el general
José de la Mar a los independentistas de San Martín el 19 de septiembre de
1821. Una nueva defección, la llevada a cabo por el motín de 5 de febrero de
1824, supuso la disolución de las tropas chilenas en el Perú y la práctica
desaparición del rioplatense Ejército de los Andes, así como su vuelta a
control realista. Su defensa fue encomendada al lucense José Ramón Rodil y
Campillo.
Entre
las primeras medidas que se acometieron fue la del restablecimiento de la Casa
de Moneda de Lima, que había sido saqueada por los insurgentes en su retirada,
lo que según las Memorias de Rodil
llevó a la construcción de nuevos útiles a costa de ingentes gastos, que se
compensaron con el cuño de un banco de rescate, a precios moderados, de la
plata labrada y chafalonía que los habitantes habían preservado de los vaivenes
de la guerra, comenzando la amonedación el 12 de mayo.
Glenn
Murray cree que la moneda realista acuñada en Lima fechada en 1824, en todos
los valores desde los ¼ de real a los pesos fuertes y ensayadas por Juan
Martínez de Roxas y Manuel Rodríguez de Carassa y Rivas, JM, con un busto
distinto del anteriormente usado, lo fue en el breve lapso en el que los
ejércitos realistas controlaron la ciudad, entre los días 27 de febrero y 18 de
marzo de ese año. Aunque es la opinión más extendida entre los investigadores, entra
en contradicción con lo arriba expresado por el propio Rodil.
Entre
los documentos anexos a su Memoria,
Rodil reproduce el Oficio del general Canterac de 17 de febrero de 1824, en el
que se le nombra Gobernador de las Fortalezas del Callao. Entre las
instrucciones recibidas está la de la trasladar la Casa de Moneda al Castillo y
una imprenta. Álvarez recoge que se dice que Rodil montó en el Callao una ceca
en la que se resellaron nuevamente los pesos de Perú Libre, manteniendo con la
corona usada anteriormente y el año, 1823. Pero, volviendo al testimonio del
propio Rodil, si se tuvieron que construir nuevos útiles y se acuñó la plata y
chafalonía procedente de particulares desde mayo, el lugar donde se pudo hacer
la amonedación de la ceca de Lima de 1824, una vez transportados los útiles,
fue en la fortaleza del Real Felipe.
Tras
la batalla de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824 capituló el Ejército Real del
Perú. Rodil se negó a entregar la plaza, encerrándose en la Fortaleza del Real
Felipe y en los castillos del puerto con los regimientos Real de Lima y el de Arequipa,
compuesto por morenos y pardos, con desertores del ejército republicano y con
miles de civiles, que murieron durante un largo y duro asedio por tierra y mar
en gran número. La resistencia terminó el 22 de enero de 1826, obteniéndose una
capitulación honrosa. En la Capitulación
se incluyó expresamente la entrega de los útiles de la Casa de la Moneda.
En
este punto, encontramos una rareza numismática, la emisión de pesetas con el
busto de Fernando VII, las iniciales IR de ensayador y fecha de emisión 1826.
En cuanto a los ensayadores, existe la hipótesis de que las mismas se
correspondieran a Javier Francisco de Izcue y José Ramón Rodil. Si bien muchos
estudiosos creen que se trata de una falsificación de época o una fantasía,
podría ser la última moneda de cuño realista acuñada en la América Meridional.
La primera noticia que se tuvo de ella la dio el insigne don José Toribio
Medina en su obra Las monedas
obsidionales Hispano-Americanas, y por ello ha sido recurrentemente citada
en los estudios numismáticos hasta la fecha. Álvarez Carrasco ha dado a
conocer, por primera vez, un ejemplar de la misma, propiedad de un
coleccionista peruano, única conocida, que es aquí la que citamos y
reproducimos.
Entre
las razones dadas para negar que la misma fuese batida en esta plaza se esgrime
que los útiles de los que se disponía no eran los adecuados, si bien como
afirma Dargent se desconoce lo que se trasladó desde Lima, y que Rodil en su
extensa Memoria no hace ninguna
referencia a ella. Jorge Proctor, en un estudio inédito de la misma recogido
por Dargent, llega a la conclusión de que esta pieza sería la misma mencionada
por Medina y una falsificación de época.
Chiloé
Durante las guerras de Independencia de
Chile, los habitantes de Chiloé se mantuvieron fieles a la Corona, y
participaron junto con las tribus araucanas del sur de Chile en la conocida
como Guerra a Muerte contra los
republicanos chilenos, comandados por su gobernador, Antonio de Quintanilla y
Santiago. Desde San Carlos de Chiloé, actual Ancud, repelió las expediciones
del anteriormente citado Lord Cochrane
en 1820 y la comandada por Ramón Freire en 1824, hasta que finalmente
firmó el Tratado de Tantauco el 15 de enero de 1826, por el que el archipiélago
fue anexionado a Chile. La lucha continuó en el continente, en un
enfrentamiento extremadamente sangriento que devastó el sur de Chile y forzó a
la emigración masiva de muchas tribus araucanas a la Pampa. El teniente coronel
navarro Miguel de Senosiain capituló en 1827, pero los enfrentamientos
continuaron hasta la siguiente centuria.
Entre 1821 y 1822 Quintanilla requisó la
platería de todo el archipiélago, tanto a la Iglesia como a los particulares,
unos cincuenta kilos, con los que se fundieron, según una cara del intendente
Carvallo al ministro de Hacienda, 1.800 piezas. Esta cantidad era totalmente
irrelevante, dado que los gastos administrativos corrientes del territorio
ascendían a 40.000 pesos, por lo que probablemente se tratase más de una
emisión con fines propagandísticos que puramente económicos.
Contamos con el expediente de la entrega el
día 20 de marzo de 1854 por parte del brigadier don Saturnino García, que había
prestado sus servicios en la isla, de uno de estos pesos fuertes al Gabinete
Numismático de la Real Academia de la Historia en Madrid. En el mismo informaba
que, careciendo de cuños y medios para troquelar las piezas, la emisión se hizo
por fundición por parte de un platero llamado Palomino. Los motivos utilizados,
o al menos los que son habituales, corresponden a pesos fuertes potosinos de
1822 y, como fue el caso de esta donación, a un peso limeño de 1819. En la
pieza se incluyó, a ambos lados del busto del soberano, la leyenda CHI y LOE.
Los ejemplares conocidos tienen falta de peso, algo lógico por su proceso de
fundición.
Esta
moneda circuló en Chiloé hasta 1833, y posiblemente algunos de los ejemplares
conservados pueden ser falsos de época. Entre 1826 y 1832 se fabricaron numerosas
piezas falsas, siempre coladas, que se distinguían de las buenas por su menor fineza
y, en ocasiones, por ser más burdas. En cuanto a los falsarios, para los cuales
se había decretado la pena capital, se encontró solamente a uno. Por esta
razón, finalmente el 11 de diciembre de 1832 se decretó su recogida en un plazo
de 48 horas, recogiéndose 509 piezas originales y 334 falsas. Las auténticas se
sustituirían por pesos chilenos, mientras que las falsas se partían para
inutilizarlas y se devolvían a sus poseedores. La comisión que se encargó de
hacerlo tuvo serios problemas para diferenciarlas, por lo que dio por buenas
las que parecían tener una proporción de plata y un peso adecuados.
Bibliografía recomendada
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