martes, 30 de abril de 2019

La extracción sistemática de moneda desde América, una afirmación revisada

Publicado en Oroinformación, 30 de abril de 2019


Aún hoy en día es común en los libros de Historia Económica, Historia en general o simple Numismática a nivel mundial, y tristemente en el área iberoamericana, la visión, utilizada como paradigma del mal gobierno, de una España depredadora, que extraía pingues ingresos de un territorio de abundantes recursos naturales y poblaciones indígenas: un Imperio represor de los deseos de sus “colonias” de autonomía política y económica, derrochador, absolutista y centralista.

El análisis de la economía política española en los Reinos de las Indias realizado por las historiadoras Regina Grafe y Alejandra Irigoin muestra un panorama muy distinto, en base al estudio de la documentación fiscal, posiblemente una de las más fidedignas, procedente de numerosas Cajas Reales. En base a los mismos, concluyen que la economía política española era muy poco centralizada, y la extracción de moneda hacia la Península era muy limitada. A sensu contrario, fueron la iniciativa local, la negociación con los particulares para la captación de los recursos necesarios y el control de los flujos económicos los que determinaron la estructura de los gastos, y niegan la afirmación aún en día predominante en los libros de Historia de que los gobernantes maximizaron con su política fiscal la obtención de ingresos.

Para estas autoras, la estructura de la administración fiscal española durante tres siglos intentó maximizar el engrandecimiento y la fidelización de los distintos reinos del Imperio en lugar de buscar la obtención del mayor número de ingresos posibles. Para ello fue necesaria la cooperación con las élites locales, manteniendo la mayoría de los ingresos obtenidos en las propias Indias y permitiendo a los comerciantes locales la participación en su recaudación y en el destino de los gastos. Los principales sectores locales recibieron subvenciones directas, y los comerciantes se beneficiaron de los intereses cobrados por los préstamos a la Corona. Con ello se consiguió el mantenimiento del Imperio y su defensa durante tres centurias sin desembolsos procedentes de la Península.

Este sistema habría sido perfectamente compatible con un sustancial crecimiento económico que se produjo en el siglo XVIII, y según estas investigadoras estaba inherentemente orientado a subvencionar los sectores económicos más exitosos. Según las mismas, vista desde el estudio de su sistema fiscal, hay muy pocas pruebas de coerción o de que fuese un Estado predatorio. Fue, por tanto, una forma barata de dirigir un enorme Imperio de forma muy eficiente, en el que prácticamente no hubo tensiones internas. A diferencia del Imperio Británico, en el que los particulares podían beneficiarse de las actividades del gobierno comprando bonos y acciones, el dominio español se basó en el pacto entre las partes interesadas y la cooperación entre los ámbitos público y privado, que aumentaron la participación local tanto en los gastos como en los ingresos.

Su estudio muestra la enorme expansión del gasto público durante el siglo XVIII, desde la cifra de 10 millones de pesos en la década de 1730, más de 40 millones a finales de la década de los 80 y a 70 millones a finales de la década de los 90. En este periodo netamente expansivo del gasto, su estudio muestra una marcada tendencia a la baja de las remesas efectivamente enviadas a la Península, que se redujeron en un promedio de alrededor de un 12% en el primer quinquenio, en un 5% en el segundo periodo y cerca de un 4% en el último. Con ello, aunque las cantidades totales remitidas desde los Reinos de las Indias sin duda aumentaron, supusieron una parte modesta del gasto total a principios del siglo XVIII y residual a finales del mismo. Por ello, como afirman expresamente, lo que es más que obvio es que el imperio español no fue una maquinaria extractiva orientada a la saca de recursos americanos hacia la metrópoli, incluso en momentos de máxima tensión fiscal, durante las guerras que se libraron en Europa.

La mayor parte de la redistribución de los ingresos obtenidos se realizó entre las distintas Cajas Reales, en un sistema muy descentralizado que se potenció en el transcurso del siglo XVIII. Tanto las Cajas grandes como las pequeñas podrían ser beneficiarias netas o pagadoras en un periodo, o meras intermediarias, y los flujos podían variar de un año a otro. Los mayores beneficiarios del sistema eran los grandes puertos comerciales, como Veracruz, Buenos Aires, La Habana y Cartagena de Indias, y Montevideo o Valparaíso en menor medida. En cuanto a su destino, los pagos de intereses por deudas nunca supusieron más del 7% del gasto total, mientras que los gastos civiles y los pagos de salarios representaron casi la mitad del monto total. En circunstancias excepcionales, los comerciantes suministraban al Estado grandes cantidades de fondos para hacer frente a gastos administrativos o militares.

Durante el siglo XVIII se produjo una expansión de las Cajas Reales desde las 35 en la década de 1730 a más de 70 a finales de la centuria, reflejo de la expansión territorial hacia sus límites en el Cono Sur y las regiones del norte de Nueva España, así como regiones interiores menos desarrolladas. La misma fue, como toda la presencia española en Ultramar, autofinanciada. Las circunscripciones existentes organizaron y financiaron la expansión del Estado a nuevas áreas. Por lo tanto, según las autoras, si el engrandecimiento del Imperio era el principal objetivo de la Corona española, fue sorprendentemente exitoso, casi sin costo directo para sí mismo. Por todo ello, el estudio del sistema fiscal español en los Reinos de las Indias realizado por estas investigadoras desafía la tristemente aún tan extendida caricatura absolutista del Imperio español.

En un sistema basado en la igualdad, al menos teórica, de todos los reinos de la Corona, todos debían contribuir en función de sus posibilidades a su mantenimiento. La Monarquía Hispánica fue la unión monetaria y fiscal más grande conocida por la Historia, y otros imperios que le sucedieron, como el británico o el francés, no fueron capaces hasta muy entrado el siglo XIX, y en algunos territorios no llegaron ni siquiera a conseguirlo, de dotar a sus colonias de un numerario uniforme. Ni mucho menos de llegar a unificar los territorios jurídicamente, con unos sistemas basados por un lado en colonias de poblamiento blanco, y por otro en colonias de explotación sistemática en los gobernaron tiránicamente hasta bien entrado el siglo XX.

Para saber más:

GRAFE, R., e IRIGOIN, A., “The political economy of Spanish imperial rule revisited”, www.um.es, version 2, 14 Apr. 08, 31 pp.
IRIGOIN, A., “Las raíces monetarias de la fragmentación política de la América Española en el siglo XIX”, Historia Mexicana, vol. LIX, núm. 3, enero-marzo, 2010, pp. 919-979.

martes, 2 de abril de 2019

Fausto de Elhuyar y la falacia del genocidio indígena en el virreinato de Nueva España

Publicado en Oroinformación, 2 de abril de 2019


Fausto Fermín de Elhuyar y de Lubice, nacido en Logroño el 11 de octubre de 1755, fue un notable químico e ingeniero de minas, y ha pasado a la historia junto a su hermano Juan José por el descubrimiento del wolframio. Catedrático de Mineralogía y Metalurgia en el Seminario de Vergara entre 1781 y 1785, fue ministro honorario de la Junta General de Comercio, Moneda y Minas, así como Director del Tribunal General de Minería de México. Asimismo, era miembro de la Sociedad Vascongada de Amigos del País, e individuo de la de Naturalistas de Berlín, de la Werneriana de Edimburgo y de la de Marburgo. 

Tras su nombramiento en 1786 como Director General de Minería de Nueva España, dedicó treinta y tres años de su vida a la potenciación de este ramo, fundando el Colegio de Minería en 1792 y el Palacio de la Minería en 1813, ocupándose de la dirección de ambos y de las visitas a los Reales de Minas del virreinato. Tras la independencia de México en 1821, volvió a Madrid, donde escribió su obra “Memoria sobre el Influjo de la Minería en la agricultura, industria, población y civilización de la Nueva España en sus diferentes épocas”.

En esta obra, imprescindible para el conocimiento de la minería y la labra de moneda en el virreinato Novo hispánico, reflexiona sobre las medidas necesarias para retomar la enorme riqueza y pujanza que la minería había tenido en el devenir histórico de este territorio. La producción minera se había colapsado con los movimientos insurreccionales que finalmente desembocaron en la proclamación del Imperio Mexicano, que según sus propias palabras llevaron al exterminio o ausentamiento de los vecinos más acomodados, el saqueo de los metales en pasta, el colapso de las vías de comunicación y el desmantelamiento de las instalaciones industriales y productivas.

Este importante escritor dedicó un estudio dentro de la obra, en su nota 4º, a la impugnación del falso concepto que se había tenido del trabajo de las minas, y de las imputaciones hechas sin fundamento a las de oro y plata, y especialmente a las de América. Una de las aserciones de esta nota lleva el claro título “Que el trabajo de las minas de plata y oro es destructor de la humanidad, y ha sido de la primitiva población de este Continente”.

En cuanto a la primera afirmación, referida a los estragos que la minería había producido a la humanidad y que suponían sus defensores inherentes a la propia actividad, Elhuyar considera que comprendía dos partes. Por un lado, la relativa a la existencia de dichos estragos, y por otra la firmeza con la que se afirmaba que había sido la causa principal del aniquilamiento de los naturales de esos países después de su conquista.Desde la más remota antigüedad, según sus palabras, el trabajo de las minas había sido el desgraciado patrimonio y destino de los esclavos y malhechores condenados al mismo para purgar sus crímenes con su continua tarea, alimento muy preciso y la privación de libertad.  Reconoce asimismo que por su propia naturaleza este trabajo había sido penoso, molesto y repugnante, al practicarse a mayor o menor profundidad dentro de la tierra, y de ello se derivaban ciertas enfermedades y en ocasiones el peligro de la vida de los trabajadores.

Por ello, estimaba el autor que entre los particulares se tenía una idea funesta y espantosa sobre la minería, que inspiraban horror y aversión. Y esta visión se había perpetuado hasta comienzos del siglo XIX, momento en el que Elhuyar escribía su obra, a pesar del devenir del ramo de la minería desde que los gobiernos habían protegido estas empresas, convirtiéndose en una ocupación decente y honrosa, y se había puesto el mayor esmero en simplificar y facilitar las labores, así como en precaver los accidentes y desgracias. Por ello la gente se dedicaba espontáneamente a esta ocupación como a cualquier otra, siendo raros y usualmente casuales los accidentes, que podrían producirse según sus palabras en otros ramos de la producción, poniendo como ejemplo el de la marina.

En cuanto al segundo de los temas, que da título a este artículo, el autor estima que el mayor impacto en la población indígena se produjo en los tiempos inmediatos a la conquista, cuando estos trabajos eran superficiales y lentos, “sin las cavernas y abismos tenebrosos en que gratuitamente se han figurado sepultados”. Elhuyar se preguntaba qué molestia o impresión podría causarles que no experimentasen igualmente la agricultura, la construcción de edificios o cualquier otra actividad en las que se les ocupase, para que exclusivamente se atribuyese a la minería sus perniciosos efectos. Asimismo, se habría llevado a cabo una política de incremento de las labores, con el descubrimiento de gran número de nuevas minas.

Para el autor, nada de eso había sucedido, y era notorio que en la época en la escribía su obra los indios, no viniendo obligados ya desde hacía siglos a estos trabajos, no habían dejado de dedicarse a los mismos voluntariamente, y sin que se notaran consecuencias funestas. El rigor y la tiranía que se suponía a los dueños de las minas no habrían sido vicios inherentes a los trabajos mineros, sino defectos personales de dichos dueños. Las malas prácticas, igualmente, no habrían sido exclusivas de este ramo, y se habrían dado en las explotaciones agrícolas y en otras industrias.

Por todo ello, concluía nuestro autor que:

Por último, si unánimes los escritores convienen en haberse notado desde luego en los expresados indígenas una naturaleza débil, la propensión al ocio y mucha repugnancia al trabajo, que aún hoy día están manifestando los de su clase, nada extraño sería, que la eficacia de los primeros europeos procurara, no solo en la minería, sino también en los demás ramos, excitar su laboriosidad, por medios que sin ser verdaderamente violentos, la piedad y compasión mal entendidas calificasen de excesivos y crueles.  Así de esto, como de ponderaciones de todas clases, hubo mucho en aquellos tiempos por motivos y fines particulares, que sin el debido discernimiento han pasado a la posteridad por hechos ciertos, y que un detenido examen imparcial reduciría todavía a términos moderados, como resulta del que acaba de hacerse en orden a la pretendida mortandad causada por el trabajo de las minas”.

Fuente:

Elhuyar, F. de, “Memoria sobre el Influjo de la Minería en la agricultura, industria, población y civilización de la Nueva España en sus diferentes épocas”, Madrid, 1825.