martes, 2 de abril de 2019

Fausto de Elhuyar y la falacia del genocidio indígena en el virreinato de Nueva España

Publicado en Oroinformación, 2 de abril de 2019


Fausto Fermín de Elhuyar y de Lubice, nacido en Logroño el 11 de octubre de 1755, fue un notable químico e ingeniero de minas, y ha pasado a la historia junto a su hermano Juan José por el descubrimiento del wolframio. Catedrático de Mineralogía y Metalurgia en el Seminario de Vergara entre 1781 y 1785, fue ministro honorario de la Junta General de Comercio, Moneda y Minas, así como Director del Tribunal General de Minería de México. Asimismo, era miembro de la Sociedad Vascongada de Amigos del País, e individuo de la de Naturalistas de Berlín, de la Werneriana de Edimburgo y de la de Marburgo. 

Tras su nombramiento en 1786 como Director General de Minería de Nueva España, dedicó treinta y tres años de su vida a la potenciación de este ramo, fundando el Colegio de Minería en 1792 y el Palacio de la Minería en 1813, ocupándose de la dirección de ambos y de las visitas a los Reales de Minas del virreinato. Tras la independencia de México en 1821, volvió a Madrid, donde escribió su obra “Memoria sobre el Influjo de la Minería en la agricultura, industria, población y civilización de la Nueva España en sus diferentes épocas”.

En esta obra, imprescindible para el conocimiento de la minería y la labra de moneda en el virreinato Novo hispánico, reflexiona sobre las medidas necesarias para retomar la enorme riqueza y pujanza que la minería había tenido en el devenir histórico de este territorio. La producción minera se había colapsado con los movimientos insurreccionales que finalmente desembocaron en la proclamación del Imperio Mexicano, que según sus propias palabras llevaron al exterminio o ausentamiento de los vecinos más acomodados, el saqueo de los metales en pasta, el colapso de las vías de comunicación y el desmantelamiento de las instalaciones industriales y productivas.

Este importante escritor dedicó un estudio dentro de la obra, en su nota 4º, a la impugnación del falso concepto que se había tenido del trabajo de las minas, y de las imputaciones hechas sin fundamento a las de oro y plata, y especialmente a las de América. Una de las aserciones de esta nota lleva el claro título “Que el trabajo de las minas de plata y oro es destructor de la humanidad, y ha sido de la primitiva población de este Continente”.

En cuanto a la primera afirmación, referida a los estragos que la minería había producido a la humanidad y que suponían sus defensores inherentes a la propia actividad, Elhuyar considera que comprendía dos partes. Por un lado, la relativa a la existencia de dichos estragos, y por otra la firmeza con la que se afirmaba que había sido la causa principal del aniquilamiento de los naturales de esos países después de su conquista.Desde la más remota antigüedad, según sus palabras, el trabajo de las minas había sido el desgraciado patrimonio y destino de los esclavos y malhechores condenados al mismo para purgar sus crímenes con su continua tarea, alimento muy preciso y la privación de libertad.  Reconoce asimismo que por su propia naturaleza este trabajo había sido penoso, molesto y repugnante, al practicarse a mayor o menor profundidad dentro de la tierra, y de ello se derivaban ciertas enfermedades y en ocasiones el peligro de la vida de los trabajadores.

Por ello, estimaba el autor que entre los particulares se tenía una idea funesta y espantosa sobre la minería, que inspiraban horror y aversión. Y esta visión se había perpetuado hasta comienzos del siglo XIX, momento en el que Elhuyar escribía su obra, a pesar del devenir del ramo de la minería desde que los gobiernos habían protegido estas empresas, convirtiéndose en una ocupación decente y honrosa, y se había puesto el mayor esmero en simplificar y facilitar las labores, así como en precaver los accidentes y desgracias. Por ello la gente se dedicaba espontáneamente a esta ocupación como a cualquier otra, siendo raros y usualmente casuales los accidentes, que podrían producirse según sus palabras en otros ramos de la producción, poniendo como ejemplo el de la marina.

En cuanto al segundo de los temas, que da título a este artículo, el autor estima que el mayor impacto en la población indígena se produjo en los tiempos inmediatos a la conquista, cuando estos trabajos eran superficiales y lentos, “sin las cavernas y abismos tenebrosos en que gratuitamente se han figurado sepultados”. Elhuyar se preguntaba qué molestia o impresión podría causarles que no experimentasen igualmente la agricultura, la construcción de edificios o cualquier otra actividad en las que se les ocupase, para que exclusivamente se atribuyese a la minería sus perniciosos efectos. Asimismo, se habría llevado a cabo una política de incremento de las labores, con el descubrimiento de gran número de nuevas minas.

Para el autor, nada de eso había sucedido, y era notorio que en la época en la escribía su obra los indios, no viniendo obligados ya desde hacía siglos a estos trabajos, no habían dejado de dedicarse a los mismos voluntariamente, y sin que se notaran consecuencias funestas. El rigor y la tiranía que se suponía a los dueños de las minas no habrían sido vicios inherentes a los trabajos mineros, sino defectos personales de dichos dueños. Las malas prácticas, igualmente, no habrían sido exclusivas de este ramo, y se habrían dado en las explotaciones agrícolas y en otras industrias.

Por todo ello, concluía nuestro autor que:

Por último, si unánimes los escritores convienen en haberse notado desde luego en los expresados indígenas una naturaleza débil, la propensión al ocio y mucha repugnancia al trabajo, que aún hoy día están manifestando los de su clase, nada extraño sería, que la eficacia de los primeros europeos procurara, no solo en la minería, sino también en los demás ramos, excitar su laboriosidad, por medios que sin ser verdaderamente violentos, la piedad y compasión mal entendidas calificasen de excesivos y crueles.  Así de esto, como de ponderaciones de todas clases, hubo mucho en aquellos tiempos por motivos y fines particulares, que sin el debido discernimiento han pasado a la posteridad por hechos ciertos, y que un detenido examen imparcial reduciría todavía a términos moderados, como resulta del que acaba de hacerse en orden a la pretendida mortandad causada por el trabajo de las minas”.

Fuente:

Elhuyar, F. de, “Memoria sobre el Influjo de la Minería en la agricultura, industria, población y civilización de la Nueva España en sus diferentes épocas”, Madrid, 1825.

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