viernes, 26 de noviembre de 2021

En recuerdo de Felipe Mateu y Llopis, el Schindler de la numismática, en su 120 aniversario

 Publicado en Crónica Numismática, 26 de noviembre de 2021

Nacido en Valencia el 15 de noviembre de 1901 y muerto en Barcelona en 1998, Felipe Mateu y Llopis es, sin lugar a dudas, uno de los referentes indefectibles de la Ciencia Numismática española del siglo XX. Dedicado en cuerpo y alma al estudio de nuestra ciencia durante toda su larga vida profesional, el día 4 de noviembre de 1936, durante la Guerra Civil y en su  puesto de conservador del Gabinete Numismático del Museo Arqueológico Nacional frustró en parte, con riesgo de su propia vida, el posiblemente mayor expolio del Patrimonio Cultural español en general y del Numismático en particular de la historia. 

 Licenciado en Historia con sobresaliente y premio extraordinario en 1923 en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Valencia, se trasladó a realizar su doctorado a Madrid entre los años 1924 y 1929, siendo discípulo de los ilustres arqueólogos Manuel Gómez-Moreno y Elías Tormo. Su Tesis Doctoral,  Ensayo sobre una Casa Real de Moneda de uno de los Estados de la Corona de Aragón: la Ceca de Valencia y las acuñaciones valencianas de los siglos XIII al XVIII, fue calificada con un sobresaliente cum laude.

 De vuelta en su Valencia natal, fue asiduo del Archivo del Reino de Valencia, se codeó con los más destacados historiadores valencianos de la época, y se relacionó con ambientes valencianistas. Fue el primer director de la revista Acció Valenciana, escribió varios artículos en esta lengua y fue uno de los signatarios en 1932 de las conocidas como Normes de Castelló, en las que se fijaban las bases para la unificación de la ortografía del valenciano.

 En el año 1930 se produjo su ingreso como facultativo en el Cuerpo de Archivos, Bibliotecas y Museos, comenzando su andadura profesional en la sección numismática del Museo Arqueológico Nacional (MAN), y siendo nombrado posteriormente director del Museo Arqueológico y de la Biblioteca Provincial de Tarragona. De vuelta en el MAN desde 1931, le sorprendió en Madrid el estallido de la Guerra Civil, en el cargo de conservador de su Gabinete Numismático. Este Gabinete era heredero del numario creado por Felipe V en 1711, y constaba por estas fechas de 160.000 monedas y 15.000 medallas.

 La orden de requisa

 El día 2 de noviembre de 1936 desde el Ministerio de Hacienda se tomó la decisión de requisar el oro de las colecciones numismáticas del Museo Arqueológico Nacional. Los encargados de realizar esta requisa fueron el subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, Wenceslao Roces, que nunca asumió la responsabilidad de tan graves hechos, y Antonio Rodríguez-Moñino, posteriormente vicepresidente de la Hispanic Society of America y Académico de Número de la Real Academia Española.  

 Esta medida fue consecuencia de la creación por Juan Negrín de la conocida como Caja de Reparaciones, cuyo objeto era la requisa de bienes para su transformación en dinero para la compra de armas, a las órdenes de Francisco Méndez Aspe. Ese mismo otoño, se expidieron a Moscú 7.800 cajas de lingotes de oro, 510 toneladas, que representaban el 72,6% de las reservas en este metal del Banco de España.

 El resultado de estas requisas fue embarcado años después en un yate de recreo adquirido el 1 de agosto de 1938, rebautizado como Vita, que trasladó estos tesoros a México. Gracias a un pacto con el presidente Lázaro Cárdenas, Indalecio Prieto se quedó con el tesoro que se descargó en Tampico. Cárdenas permitió a Prieto desmontar y fundir las joyas para venderlas al Banco de México. Entre 1939 y 1941 se transformó patrimonio histórico español  por valor de once millones de pesos mexicanos, y parte de las obras de arte se vendieron en los Estados Unidos de América. Entre afinación de metales preciosos e impuestos, la Hacienda mexicana se quedó con un tercio del líquido recibido.

 Entre los tesoros expoliados y posteriormente trasladados a México en el buque Vita se encontraron materiales de la capilla del Palacio Real de Madrid, depósitos de la Generalitat de Catalunya, los tesoros de las catedrales de Toledo y Madrid, el contenido de casi cinco mil cajas de alquiler, un millar de depósitos y treinta sobres con joyas del Monte de Piedad de Madrid requisadas en 1938 y 2.798 monedas de oro, 15,847 kilos de noble metal de inestimable valor histórico, procedentes del MAN.

 El expolio del MAN

 Desde que comenzó la guerra, Felipe Mateu y Llopis comenzó a retirar de las vitrinas del MAN para su protección las principales piezas de su numerario, de forma muy discreta, y desde septiembre comenzó a guardarla en las arcas de caudales medievales que se encontraban en la planta baja del edificio.

 El desarrollo de los acontecimientos está perfectamente documentado, dado que se conservan y se han estudiado los informes presentados por Antonio Rodríguez-Moñino sobre esta requisa y el posteriormente redactado minuciosamente por el propio Mateu y Llopis el 16 de mayo de 1939.

 El día 4 de noviembre por la tarde Mateu recibió una llamada de Rodríguez-Moñino, que se personó con Roces en el museo a las ocho de la tarde. No habiendo luz eléctrica, toda la iluminación era la de las linternas de dos guardias que les acompañaban. A su requerimiento de abrir el monetario, y según el propio testimonio de Moñino, Mateu le respondió que no encontraba las llaves, con lo que Roces propuso descerrajar la cámara. Impaciente, Roces se fue, no sin ordenar taxativamente que se requisase todo el oro, sin excepción.

 Tras solicitar Mateu para ganar tiempo del director del museo, Francisco Álvarez-Ossorio, la orden por escrito para poder entregar la colección, que le fue enviada con una criada, y cenar con Moñino, comenzó a recoger las onzas de ocho escudos de los Borbones de menor rareza, proponiendo hacer una ficha detallada de cada una de ellas. Se negaron a ello, y le contestaron que la entrega debía realizarse esa misma noche. Mientras revisaba las piezas con toda la lentitud que podía, Mateu escondía las más valiosas entre las grietas, en los cajones y en cualquier lugar que podía.

 Asimismo, y debido a la escasa iluminación y a la miopía de Moñino, le convenció de que algunas de las monedas áureas eran realmente de plata. Posteriormente dirigió al grupo a la zona de bronces romanos, para ganar tiempo, aunque subsiguientemente estaban las emisiones de oro de Roma, Bizancio y visigodas. En un momento de la noche, un miliciano apoyó su pistola contra la sien de Mateu, exigiéndole que se diera más prisa.

 Igualmente, los funcionarios comenzaron a esconder las piezas más importantes por las dependencias del edificio, con grave riesgo para sus personas. Algunos de ellos, como la conservadora Felipa Niño, ocultó entre sus ropas varias piezas. Los representantes del gobierno, al darse cuenta de esta situación, instalaron dos focos en la entrada del museo y obligaron a los funcionarios a volcar las monedas sin ningún orden en los gorros de los milicianos, metiéndolas luego sin ningún tipo de inventario en dos cajones.

 De madrugada volvió Roces con una pistola al cinto, retirándose aparte para hablar con Moñino. Cuando volvió, le comentó a Mateu lo que le había insinuado Roces que se hacía con los funcionarios obstruccionistas y poco discretos. Al día siguiente se requisaron el tesoro de Quimbayas, otros objetos de oro y máscaras, la moneda extranjera y las medallas.

 Al terminar la jornada, Mateu solicitó redactar un acta de entrega, en la que constaba hasta el nombre de los guardias y una descripción detallada de las circunstancias. Al verla, Roces la agarró violentamente y la rompió, levantando un lacónico informe con el número de monedas y su peso, que se introdujeron en cajas y se sellaron con lacre del MAN.

 Entre las piezas que puso a buen recaudo en esta época se encuentran algunos de los tesoros numismáticos que todavía podemos disfrutar en esta egregia institución, como la dobla de Pedro I, las amonedaciones de oro de los Reyes Católicos o el Medallón de Augusto.  Las monedas salieron ese mismo día para Valencia, depositándose en la Torre de Serranos.

 En opinión de Martín Almagro Gorbea, exdirector del MAN, Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid  y Académico de Número de la Real Academia de la Historia, el expolio perpetrado el día 4 de noviembre de 1936, hace ahora 85 años, ha sido el mayor robo cometido contra el patrimonio de la historia de España.

 La carrera de Felipe Mateu y Llopis

 Durante la guerra y en el bando republicano ocupó diversos cargos en Madrid y Valencia, entre ellos el de vocal de la Junta de Tesoro Artístico. En este puesto, consiguió in extremis evitar la destrucción de varios archivos catedralicios, como los de Toledo, Segorbe y su ciudad natal, así como de otros archivos valencianos, como el personal de Josep Sanchis Sivera, el canónigo e historiador que fue director del Centro de Cultura Valenciana desde 1927 hasta su muerte en 1937.

 Al terminar la guerra, y tras sufrir un proceso de depuración, ingresó nuevamente en el MAN, para posteriormente ser nombrado director de la Biblioteca Central de Barcelona, donde igualmente salvó por omisión de las órdenes recibidas buena parte de sus fondos catalanes. En cuanto a su vida universitaria, fue nombrado  Catedrático de Paleografía y Diplomática de la Universidad de Oviedo en 1943, trasladándose posteriormente a la de Valencia y finalmente a Barcelona.

 Socio de la Asociación Numismática Española, recibió el Primer Premio Javier Conde Garriga de la misma en 1958 y numerosos reconocimientos, siendo nombrado su Presidente de Honor, cargo que ostentó entre 1984 y 1988. Autor de una inmensa, profunda y fecunda producción numismática entre los años 1926 y 1998, hay muchas razones para recordarle como un magnífico maestro y una admirable persona.

 Para saber más:

 ALMAGRO GORBEA, M., “El expolio de las monedas de oro del Museo Arqueológico Nacional en la Segunda República española”, Boletín de la Real Academia de la Historia, Tomo 205, Cuaderno 1, 2008, pp. 7-72.

 GARCÍA ALONSO, F., y MUNILLA CABRILLANA, G., El Tesoro del Vita: La protección y el expolio del Patrimonio Histórico-Arqueológico durante la Guerra Civil, Universidad de Barcelona, 2014.

jueves, 18 de noviembre de 2021

Una solicitud del Conde de Casa Real de Moneda de Potosí pidiendo la superintendencia de la Casa de Moneda de Chile en 1815

 Publicado en el Anuario de la Asociación Numismática de Chile, 2021

https://www.academia.edu/61930643/Una_solicitud_del_Conde_de_Casa_Real_de_Moneda_de_Potos%C3%AD_pidiendo_la_superintendencia_de_la_Casa_de_Moneda_de_Chile_en_1815

En el Archivo General de Indias, signatura LIMA, 751, N.60, encontramos esta solicitud del II Conde de Casa Real, remitida al Secretario de Estado y del Despacho Universal de Indias por el virrey del Perú, José Fernando de Abascal y Sousa, Marqués de la Concordia, en fecha 12 de octubre de 1815. En la misma el Conde de Casa Real solicitaba la superintendencia de la Real Casa de Moneda del Reino de Chile, y en su defecto, la del Banco y Real Mita de Potosí.

 En el escrito de remisión del virrey se ponen de manifiesto los servicios realizados por el Conde, si bien reconoce, en función de los informes anexos que posteriormente estudiaremos, que al encontrarse la superintendencia de la Casa de Moneda de Chile ocupada y estar la del Banco y Mita de Potosí indisolublemente unida al gobierno de la Villa, no habría por ese momento lugar a atender su petición, si bien recomendaba otorgarle el grado de brigadier que solicitaba el General Pezuela en su informe.

 Este expediente es una importante fuente para conocer la vida y los servicios prestados por el Conde de Casa Real, tanto militares como civiles. Además de hacendado y dueño de ingenios para la molienda del mineral de plata, ocupó los cargos de Ministro Tesorero, Ministro Contador y Superintendente Interino de la Real Casa de Moneda de Potosí. Entre sus méritos militares, fue protagonista de algunas de las principales operaciones militares entre el Ejército Real del Alto Perú y el Ejército Auxiliar y Combinado del Perú de las Provincias Unidas del Rio de la Plata.

lunes, 15 de noviembre de 2021

Dos proyectos monetarios, billetes y monedas, para la Guerra de 1868 en Cuba

 Publicado en Crónica Numismática, 15 de noviembre de 2021

https://cronicanumismatica.com/dos-proyectos-monetarios-billetes-y-monedas-para-la-guerra-de-cuba-de-1868/

A comienzos de la conocida como Guerra Grande, Guerra de los Diez Años, Guerra del 68 o Primera Guerra de Cuba, encontramos dos importantes y simultáneos proyectos monetarios. Por un lado, un Decreto por el que se ordenaba el establecimiento de una Casa de Moneda en La Habana, lo que finalmente no se llegó a realizar. En el bando republicano, mientras tanto, se asistió a la emisión de los primeros billetes y monedas de la República de Cuba. 

 Este conflicto se enmarca dentro del contexto del periodo de inmensa inestabilidad que se produjo en España tras el triunfo de la revolución conocida como la Gloriosa. Este ciclo, conocido como Sexenio Revolucionario, vio el sucesivo derrocamiento de la dinastía borbónica, la instauración de un Gobierno Provisional, la monarquía fallida en la persona de Amadeo I, la Primera República española y, finalmente, la Restauración borbónica. En esta situación, a la guerra en Cuba se sumaron otros problemas como la Guerra Civil o Carlista, la pugna interpartidista, la agitación obrera y el movimiento cantonalista.

 El Decreto de 24 de septiembre de 1869

 En fecha 26 de septiembre de 1869 se publicó en la Gaceta de Madrid un Decreto de la Regencia del Reino, firmado por el Regente Francisco Serrano y por el Ministro de Ultramar, Manuel Becerra, procediendo al establecimiento de una Casa de Moneda en La Habana. En su Exposición de Motivos se da cuenta de las reiteradas solicitudes de las autoridades y clases más importantes de la isla en este sentido. El 6 de julio de 1856 se había pedido por Real Orden un informe sobre los medios para remediar la escasez de moneda de plata, y el Consejo de Administración propuso con marcada insistencia la creación de una ceca.

 Las razones para ello estribaban en la importancia de sus mercados, en las necesidades de sus establecimientos de crédito, la frecuencia con la que se desnivelaban los cambios, las reiteradas crisis monetarias y los conflictos derivados de la necesidad de aceptación de moneda foránea por la falta de moneda nacional. Se contaba asimismo para su instalación con la cercanía a las regiones productoras de California y México, y al precedente del establecimiento de la Casa de Moneda de Manila por Real Decreto de 8 de septiembre de 1857.

 Consideraba el ministro la urgente necesidad de dicho establecimiento, en base a las extraordinarias circunstancias de la citada provincia, no pudiendo demorarse nada de todo aquello que de algún modo pudiera contribuir a conjurar la grave crisis que afligía a la isla de Cuba, por lo que  proponía que se considerase comprendida en las facultades extraordinarias de la Autoridad superior de aquella provincia proceder al establecimiento en La Habana de una Casa de Moneda.

 A continuación se incluye el articulado de este Decreto, consistente en cuatro artículos. El primero de ellos regula que el Gobernador Superior Civil de la isla, de acuerdo con la Intendencia, procederá al establecimiento de la Casa de Moneda en La Habana, dotándola de todas las condiciones necesarias para su objeto, pero cuidando al mismo tiempo su economía, remitiendo posteriormente cuenta justificada al Ministerio de Ultramar.

 El artículo segundo viene referido a las Ordenanzas de la nueva institución. Hasta que las mismas se formasen, debía regirse tanto en la parte económica como facultativa y en lo que fuese posible por las publicadas en las fábricas de igual clase operativas en la Península.

 El tercero de ellos hace referencia a la facultad otorgada al Gobernador para determinar, de acuerdo con las necesidades de la isla, la clase o clases de moneda que deberían acuñarse con preferencia. Dichas emisiones deberían, en todo caso, ajustarse a lo previsto en el Decreto de 19 de octubre de 1868, por el que se fijaron el peso, ley y diámetro de las nuevas monedas, así como los tipos y leyendas.

 Por tanto, de haberse producido la acuñación de estas monedas, las mismas deberían de haberse ajustado a la nueva unidad monetaria, la peseta, dividida en 100 céntimos, con una figura que representara a España, con las armas y atributos propios de la soberanía nacional, y su valor, peso, ley, año de fabricación y las iniciales de los funcionarios responsables de la exactitud de su peso y ley expresados en ellas.

 El último de los artículos de este Decreto hace referencia a la necesaria remisión al Ministerio de Ultramar de muestras de cada una de las rendiciones a fin de someterlas a  los correspondientes ensayos, en los mismos términos y con las precauciones establecidas para la Casa de Moneda de Manila.

 Los primeros pesos republicanos

 Durante la Asamblea de Guáimaro, celebrada los días 10 y 11 de abril de 1869 en Camagüey, se proclamó la República y se nombró como su Presidente a Carlos Manuel de Céspedes. Unos días después, el 29 del mismo mes, la Cámara de Representantes informó que sin demora se necesitaba la emisión de dos millones de pesos en papel moneda. A finales de mayo y comienzos de junio 1869 se emitieron por los republicanos los primeros billetes a nombre de la República de Cuba, impresos en Nueva York.

 Su circulación obligatoria en los territorios controlados por los republicanos fue sancionada por la Ley de 9 de julio de este mismo año. En esta norma se recogía expresamente el valor de los billetes a emitir, en faciales de 1, 5, 10 y 50 pesos. A pesar de ello, se imprimieron igualmente billetes con valor facial de 50 centavos, 100 e incluso 1.000 pesos. El montante total de lo emitido en estos billetes alcanzó la cifra de 1.700.000 pesos, y tuvo un coste total de 5.328 pesos con 23 centavos.

 Para completar el importe aprobado de los dos millones de pesos, se emitieron igualmente billetes a nombre de la Junta Central Revolucionaria de Cuba y Puerto Rico, hasta completar la cuantía prevista. La distribución de este numerario no estuvo exenta de problemas, tanto por la dificultad de su distribución como por la falta de confianza en el mismo de parte de la población.

 Igualmente, en el año siguiente se aprobó la acuñación provisional en cobre de monedas de 5, 10,20 y 50 centavos de valor facial, y de 5 y 10 centavos y un peso en plata. Estas monedas, auténticas joyas de la numismática cubana, se emitieron en cantidades muy limitadas, por lo que son conocidas como los patrones o pruebas de 1870. Tampoco se conoce a ciencia cierta si las mismas fueron acuñadas en Providence, Filadelfia o Potosí, si bien parece que es esta última la que tiene más posibilidades de haber sido la ceca emisora.

 Tras el conocido como Grito de Yara, el 10 de octubre de 1868, se formaron milicias entre los residentes en defensa del régimen español, dando comienzo una dilatada y cruel guerra civil, en la que, como posteriormente sucedió hasta la intervención norteamericana en 1898, las fuentes muestran que hubo más combatientes cubanos fieles a España que a las ideas republicanas. Sus enormes costes humanos y materiales fueron estimados posteriormente por Cánovas del Castillo en unos cien mil muertos y doscientos cincuenta millones de pesetas, o cincuenta millones de pesos.

 Para saber más:

 Gaceta de Madrid, domingo 26 de septiembre de 1869, Año CCVIII, nº 269.

 ROLDÁN de MONTAUD, I., “La banca de emisión en Cuba (1856-1898)”, Estudios de Historia Económica, nº 44, 2004.

VILLARES, R., «Alfonso XII y Regencia. 1875-1902», en Ramón Villares y Javier Moreno Luzón, ed. Restauración y Dictadura. Vol. 7 de la Historia de España, dirigida por Josep Fontana y Ramón Villares. Barcelona-Madrid, Crítica/Marcial Pons, 2009.

VV.AA., Voluntarios y guerrilleros en las Guerras de Cuba, Real Acadèmia de Cultura Valenciana, 2018.   

 "Primeros billetes cubanos", Opus Habana, Vol. VI, nº 1/2003, pp.54-55

viernes, 12 de noviembre de 2021

The Silver Party, un intento de romper el bipartidismo en los Estados Unidos en 1892

 Publicado en Oroinformación, 12 de noviembre de 2021


https://oroinformacion.com/the-silver-party-un-intento-de-romper-el-bipartidismo-en-los-estados-unidos-en-1892/

El Partido de la Plata fue un partido político de los Estados Unidos, activo desde 1892 hasta 1911. El primero de estos años, varios candidatos del mismo fueron elegidos para cargos públicos en Nevada, continuando su éxito a lo largo de esta década y culminándolo con la elección de los gobernadores John E. Jones y Reinhold Sadler. Nevada fue el único Estado que eligió tanto a senadores como a congresistas de este Silver Party. A nivel nacional, se alió con el Partido Populista, y en menor medida con el Partido Republicano de la Plata. En 1902, la mayoría de sus diferentes facciones en Nevada habían sido absorbidas por la organización estatal del Partido Demócrata, pero aun así sus miembros siguieron gobernando Nevada hasta 1911.

 Simultáneamente, se produjo un movimiento paralelo en el seno del Partido Republicano. The Silver Republican Party, o Partido Republicano de la Plata, más tarde conocido como Partido Republicano de Lincoln, fue un partido político activo desde 1896 hasta 1901. Se llamó así porque se separó del Partido Republicano, al apoyar la teoría de la free silver, y defender una política monetaria expansiva y el bimetalismo. Su fuerza se concentró en los estados del Oeste, donde la minería de plata era una industria importante. Algunos de sus miembros fueron elegidos para el congreso de varios de estos Estados.

 El debate sobre la plata comenzó con la aprobación de la Cuarta Ley Monetaria en 1873, que fue conocida como el Crimen del 73 por sus opositores, que desmonetizó la moneda de plata para sustituirla por moneda de oro y níquel, así como por billetes de banco. El mismo duró hasta 1963, cuando la Ley de Compra de Plata de 1934 permitió al Presidente y al Departamento del Tesoro de los Estados Unidos regular la plata estadounidense.

 Como resultado de la nueva normativa, en el año 1873 se asistió a la acuñación de veinte diseños diferentes de monedas en trece denominaciones. El oro fue el ganador, al igual que el níquel, y perdió la plata. Se crearon nuevos diseños en las tres casas de moneda de Estados Unidos. Se colocaron flechas junto a la fecha en tres denominaciones de plata para indicar un cambio de peso. Asimismo, se eliminaron cuatro diseños de monedas y se agregó un nuevo tipo, mientras que nueve diseños continuaron sin cambios importantes.

 Los partidarios de un lugar importante para la plata en un sistema monetario bimetálico, que utilizara tanto plata como oro, llamados Silverites, solicitaron la acuñación de dólares de plata en una proporción fija de 16 a 1 frente a las monedas acuñadas en oro. Dado que la relación entre el precio real de los dos metales era sustancialmente más alta a favor del oro en ese momento, la mayoría de los economistas advirtieron que la moneda de plata menos valiosa sacaría de circulación al oro, más valioso. Esta teoría fue especialmente popular entre los agricultores del Cinturón de Trigo (el oeste del Medio Oeste) y el Cinturón de Algodón (el Sur Profundo), así como entre los mineros de plata del Oeste.

 Su fundamento ideológico se encuentra en lo que se conoció como Free Silver, un importante tema de política económica en los Estados Unidos a finales del siglo XIX. Sus defensores estaban a favor de una política monetaria expansiva, que presentara la acuñación ilimitada de plata a fondo pedido, en contraposición a la estricta adherencia a la oferta monetaria más cuidadosamente fijada, implícita en el patrón oro. Esta “plata gratis” se asoció cada vez más con el populismo, los sindicatos y la lucha de las clases populares estadounidenses contra los banqueros y monopolistas.

 De acuerdo con el patrón oro adoptado, cualquier persona podía depositar su oro en una casa de moneda para su acuñación. Salvo por la presencia de un señoreaje nominal para cubrir los costes de procesamiento, se pagaba en moneda acuñada al depositante, tratándose por tanto de una acuñación gratuita. El objetivo del Free Silver era que las cecas aceptaran y procesaran la plata de acuerdo con el mismo principio, aunque el valor de mercado de la plata en las monedas en circulación de los Estados Unidos fuese sustancialmente menor que su valor nominal.

 Entre sus defensores se encontraba Alexander del Mar, judío sefardita nacido en Nueva York y que había estudiado en la madrileña Escuela de Minas. Primer director de la Oficina de Estadística de los Estados Unidos, fue un historiador riguroso que hizo importantes contribuciones a la historia monetaria y a la numismática. A mediados de la década de 1890, se mostró contrario al papel monetario centrado en el oro como moneda mercancía, defendiendo la causa de la plata y su re-monetización como prerrogativa del Estado.

 En 1896 se creó una Plataforma para un Partido de la Plata Nacional, haciendo un llamamiento al pueblo de los Estados Unidos para: 

… que deje en suspenso por el momento todas las demás cuestiones, por importantes e incluso trascendentales que puedan parecer, para romper si es necesario todos los lazos y afiliaciones anteriores y unirse en un esfuerzo supremo para liberarse ellos y sus hijos de la dominación del poder del dinero, un poder más destructivo que cualquiera que se haya impuesto a los hombres civilizados de cualquier raza o época. Y tras la consumación de nuestros deseos y esfuerzos, invocamos el bondadoso favor de la divina Providencia.

domingo, 7 de noviembre de 2021

El traslado de la Real Casa de Moneda de Lima a Cuzco

 Publicado en UNAN Numismática nº44, 2021

Durante el dilatado ciclo bélico que vivió el Perú entre el desembarco en Pisco de la Expedición Libertadora del Perú en septiembre de 1820 y la batalla de Tumusla el 1 de abril de 1825, se agudizaron las necesidades de financiación de ambos bandos contendientes. La capital, Lima, en disputa y ocupada por uno u otro ejército en varias ocasiones, disponía de su Real Casa de Moneda para la labra de moneda, pero carecía de metales para llevarla a cabo, mientras que en el territorio controlado por el Ejército Real del Perú se encontraban los principales yacimientos de metales preciosos, pero se carecía de los medios para amonedarlos. En estas circunstancias, en una de las ocupaciones de Lima por las fuerzas realistas en julio de 1823, el virrey José de  la Serna ordenó la evacuación y traslado de los útiles y el personal de la Casa de Moneda de Lima, para con ellos abrir una nueva ceca en la capital del territorio que controlaban, Cuzco.

 Tras el fracaso de la Conferencia de Punchauca el 5 de junio de 1821, el Ejército Real del Perú se retiró de Lima y se trasladó a la ciudad de Cuzco, que se convirtió en la capital virreinal durante más de tres años. A diferencia de lo que sucedió en el bando republicano, los estudios de Dionisio de Haro muestran que los limitados recursos disponibles fueron eficientemente  gestionados. La falta de fondos metálicos, procedentes de la ceca de Lima, en manos republicanas, y la existencia de egresos que crecían exponencialmente por los gastos bélicos, hicieron que se hubiese que recurrir a los cupos al comercio, préstamos forzosos, contribuciones de predios rústicos y a los donativos y préstamos voluntarios.  

 A pesar de estos instrumentos financieros extraordinarios, la falta de moneda circulante ahogaba la economía y lastraba el necesario esfuerzo bélico, por lo que el gobierno llevó a cabo la posiblemente más audaz y sorprendente acción de todo el conflicto, con el traslado de la Casa de Moneda desde Lima a Cuzco. Durante la ocupación de Lima en julio de 1823, el general José de Canterac recibió la orden de dicho traslado de los materiales y de los operarios de la misma. En el mes escaso que permaneció en la ciudad, se acuñaron en su ceca monedas de ¼, 1, 2 y 8 reales de facial, por un montante global de 200.000 pesos, utilizando como cospeles o resellando con una corona un número indeterminado de los conocidos como Pesos de San Martín o del Perú Libre.

 Desde Lurín, Canterac informó el 17 de julio del traslado de la maquinaria, los dependientes y operarios. El superintendente Pablo Terón y Prieto, que había sido cesado por San Martín el 7 de agosto de 1821, el ensayador y contador Tomás Panizo y Talamantes, el ensayador Pablo Cano Melgarejo, el guarda cuños Fernando Gonzales de Varea, el contador de moneda Domingo Arriaga, su oficial Manuel Urrutia, el portero marcador de la sala de libranzas José Zapata, el guarda vista de la fundición Antonio Imperial Cárcamo y los talladores Fernández de Soto y Dávalos acompañaron también a la maquinaria a su nuevo emplazamiento.

 En la localidad de Huancayo, el teniente coronel José Antonio Vigil Manrique de Lara, cajamarquino que sirvió lealmente en el Ejército Real hasta la batalla de Ayacucho y posteriormente en el ejército peruano, fue encargado del traslado hasta Cuzco, mientras la Real Hacienda realizaba todos los preparativos para su instalación en esta ciudad. Manuel Solares, tesorero de la Casa de Moneda de Potosí, recibió en fecha 28 de noviembre su traslado para la organización de la nueva ceca, y se trasladó a Cuzco con el ensayador Gregorio Carril y el contador Juan Bautista de la Rosa. Los útiles y el personal procedentes de Lima llegaron a la ciudad el 19 de diciembre.

 Para su ubicación se optó el Convento y Hospital de San Juan de Dios, un edificio abandonado, eligiendo al Asesor General del virreinato, José María de Lara, dado que tenía experiencia como ensayador propietario de las Cajas de Potosí, como consejero. Se encomendó al subdelegado de Paucartambo, Silvestre Prado, que proveyese de la necesaria madera, y fue necesario reparar los viejos canales y depósitos de agua. Los gastos de adecuación del edificio y de la infraestructura necesaria para dotarle de la necesaria fuerza hidráulica para mover la maquinaria ascendieron entre el 26 de enero al 26 de junio del año siguiente a la suma de 15.800 pesos.

 Para dotar de metales a la misma, por dos Decretos de 6 de marzo y 5 de junio de 1824 se establecieron los rescates de la plata por las tesorerías, fijando para el Banco de San Carlos de Potosí y dichas tesorerías las tarifas de compra del metal en pasta, pagándose por las piñas con peso superior a 30 marcos 7 pesos y 2 reales por marco, por las menores hasta 10 7 pesos y 1 real, por la plata en planchas, piezas menudas y piñones 6 pesos y 4 o 6 reales, y por la chafalonía y vajilla 6 pesos. El decreto de 6 de marzo redujo los derechos del Banco de San Carlos de Potosí a un real por marco, suprimió el impuesto extraordinario de guerra y ordenó el inmediato pago en dinero, al contado y sin dilación o demora, a los mineros.

 Igualmente, se reguló la distribución de los metales, dado que las barras fundidas en las Cajas de Oruro y La Paz se debían remitir con guía a Potosí, mientras que las que se procesaban en Puno, Arequipa, Tarma, Huamanga, Tacna y Huancavelica eran remitidas a las Casa de la Moneda de Cuzco. En todo caso, se trataba de unas tarifas elevadas para el pago a mineros y poseedores, y más en tiempos de guerra, y la eficientemente gestionada institución cumplió en su corta vida útil en manos de las autoridades virreinales, medio año, un importantísimo papel, al suministrar al Gobierno numerario en momentos económicos críticos.

 Los tipos utilizados fueron los mismos que se usaron en la Casa de Moneda de Lima, con el busto del monarca realizado por el grabador Félix Sagau y Dalmau de Galcerán en 1811, del conocido como tipo general y que fueron remitidos a las Casas de Moneda de los Reinos de las Indias desde ese mismo año. Como marca de ceca se utilizaron las siglas CUZ, sirviendo de tallador un oficial apellidado Herrera y como ensayador el antes citado Tomás Panizo y Talamantes, con sigla T. Se acuñó moneda de 1, 2 y 8 reales de facial.

 Dargent informa de que en las emisiones realizadas tras la capitulación de Ayacucho, realizadas con los mismos cuños, se cambió la sigla de ensayador por la G, correspondiente al ensayador Gregorio Carril, por lo que son reconocibles estas monedas batidas ya bajo gobierno republicano. El reconocimiento de esta ceca fue aprobado por Fernando VII el día 16 de enero de 1825.

 Según recoge Dargent, en el Manual principal de la administración del tesoro público del Cusco, que como reconoce el propio autor recoge doce partidas de metal y puede que no sean datos completos, supone una acuñación de 65.663 pesos y 2 reales de plata. Hemos de recordar que las estimaciones más altas para las emisiones de los pesos del Perú Libre entre 1822 y 1823 arrojan un montante global de unos 75.000 pesos, que obviamente no pudieron cubrir las necesidades de circulante del territorio controlado por los republicanos.

 Algunos autores recogen que los plateros iniciaron una campaña para desacreditar el sistema de compra, dado que con ello perdían el monopolio de la compra de las pastas a un precio muy inferior, entre 5 y 5 ½ pesos el marco, y que los republicanos afirmaron que la población fue resistente a la entrega de estas pastas, lo se debería al celo patriótico a favor de la causa de liberación.

 El día 16 de diciembre de 1824 se recibieron en Cuzco las noticias de la batalla de Ayacucho y de la posterior capitulación, y el 25 de diciembre llegó el general Agustín Gamarra Messía, antiguo teniente coronel del Ejército Real del Perú que había desertado en 1821 y natural de Cuzco, como gobernador de la plaza y director de su Casa de Moneda. El metal de plata y todo el oro recaudado, para el que se habían preparado también los cuños, que se encontraban en ella fueron acuñados los días 4, 12 y 15 de enero de 1825, como vimos,  reutilizando los cuños a nombre de Fernando VII, que se siguieron utilizando, manteniendo la fecha, hasta 1826.

 En cuanto a los oficiales y trabajadores de esta Casa de Moneda, como en prácticamente todos los ámbitos de la sociedad peruana, los menos abandonaron el país y la mayoría siguió realizando su trabajo o se reincorporó a la Casa de Moneda de Lima, como fue el caso del ensayador Tomás Panizo y Talamantes, que sirvió en la ceca capitalina entre 1835 y 1848, el superintendente Pablo Terón y Prieto o los ensayadores Pablo Cano Melgarejo y Gregorio Carril.

 Y es que, como afirma don Ricardo Iván Álvarez Carrasco en su magnífico artículo citado en la bibliografía, esta fue una época de veleidades y lealtades endebles, en un conflicto en el que, como afirma apropiadamente la historiadora también peruana Natalia Sobrevilla, en vez de utilizar la tan habitual como desacertada dicotomía españoles versus patriotas, tendríamos que hablar de hermanos, compañeros y amigos de sus mismos contrarios. 

 Bibliografía recomendada:

 ALVAREZ CARRASCO, R.I. “Superintendentes Administradores, Ensayadores y Grabadores en las cecas del Perú Virreinal”,  Revista Numismática Hécate Nº 6, 2019, pp. 204-224.

DARGENT CHAMOT, E., Monedas, medallas y condecoraciones de la Independencia del Perú, Universidad Ricardo Palma, Escuela de Turismo, Hotelería y Gastronomía, Perú, 2019.

HARO ROMERO, D. de, “Las Casas de Moneda españolas y peruanas durante la Independencia del Perú (1820-1824): Reforma liberal y guerra”, II Congreso Latinoamericano de Historia Económica, México, 2010.

HARO ROMERO, D. de, “La paradoja monetaria durante la Independencia del Perú (1820-1824): Máquinas sin plata y plata sin máquinas”, X Congreso Internacional de la AEHE, Universidad Pablo de Olavide, septiembre 2011.

PELLICER I BRU, J., Glosario de maestros de ceca y ensayadores, Madrid, 1997.

La circulación de los pesos mexicanos en Puerto Rico a finales del siglo XIX / The circulation of Mexican pesos in Puerto Rico at the end of the 19th century

 Publicado en UNAN Numismática nº 44, 2021

https://www.academia.edu/61221781/La_circulacion_de_los_pesos_mexicanos_en_Puerto_Rico_a_finales_del_siglo_XIX_The_circulation_of_Mexican_pesos_in_Puerto_Rico_at_the_end_of_the_19th_century

La estratégica posición de la isla de Puerto Rico, antemural de los reinos de las Indias españolas, para el control de las rutas comerciales y de las Flotas de la Plata, así como para la defensa del Caribe hispánico, hizo que desde una temprana época le fuese asignado un situado para su mantenimiento. Al carecer de minas de plata, los retrasos en la recepción de estos situados conllevaban la escasez de moneda circulante, por lo que circularon en la isla tanto la moneda provincial de cobre de Santo Domingo como la moneda provisional de papeletas, siendo el primer territorio de la Monarquía donde se hubo de recurrir a la emisión de papel moneda de necesidad. Estos problemas se agravaron con la independencia de las nuevas repúblicas hispanoamericanas, convirtiéndose la moneda macuquina traída por los refugiados de Costa Firme, las actuales Venezuela y Colombia, en el circulante de la isla hasta 1857.

 The strategic position of the island of Puerto Rico, the entrance of the Spanish kingdoms of the Indies, for the control of the commercial routes and the La Plata Fleets, as well as for the defence of the Hispanic Caribbean, meant that from an early time a site was assigned for its maintenance. As they were no silver mines, delays in the reception of these locations led to a shortage of circulating currency, which is why both the provincial copper currency of Santo Domingo and the provisional currency of ballots circulated on the island, being the first territory of the Monarchy where it was necessary to resort to the issuance of paper money of necessity. These problems were aggravated with the independence of the new Spanish-American republics, converting the cob currency brought by the refugees from Costa Firme, the current Venezuela and Colombia, into the circulating of the island until 1857.

 Este numerario fue sustituido por pesos fuertes en 1857 en una cuantía de 1.350.000 pesos, si bien, y debido principalmente a las necesidades del comercio, este nuevo circulante se agotó en tres o cuatro años. Para paliar los efectos de la falta de moneda en el comercio, en 1867 se permitió por Decreto la circulación de los dólares estadounidenses y los napoleones franceses, con un descuento de un 2,5% en relación con el peso de cuño español. Dado que la escasez de moneda siguió produciéndose, se permitió la circulación de los pesos mexicanos en 1879, el mismo año en el que la Unión Latina había suspendido las acuñaciones en metal argénteo.  

 This currency was replaced by Spanish dollars in 1857 in an amount of 1,350,000 pesos, although, and mainly due to the needs of commerce, this new currency ran out in three or four years. To relieve the effects of the lack of currency in commerce, in 1867 was allowed by Decree the circulation of US dollars and French napoleons, with a discount of 2.5% in relation to the Spanish-minted dollar. Since the currency shortage continued to occur, the circulation of Mexican pesos was allowed in 1879, the same year in which the Latin Union had suspended minting in silver metal.

 Si bien los pesos mexicanos se aceptaban en el comercio en paridad con los pesos españoles, el descuento en los pagos al gobierno local era de un 5%. Esta medida coincidió asimismo con las graves perturbaciones que a nivel mundial supuso la conocida como Gran Depresión o Larga Depresión, desencadenada en 1873 y que duró hasta 1896, desencadenada por la adopción del patrón oro por Alemania y que produjo a nivel mundial la bajada generalizada del precio de la plata.

 Estos problemas no fueron exclusivos de la isla, dado que fueron similares los planteados en la India, Chile o los propios Estados Unidos, que en 1873 promulgó su cuarta Coinage Act, que transformó de facto al oro como única moneda patrón. Pero la isla sufrió especialmente los efectos de la crisis del sector azucarero, debida al cultivo de la remolacha y a la creación de una gran industria de refinado del azúcar en varios países europeos.

 Although Mexican pesos were accepted in commerce at parity with Spanish ones, the discount on payments to the local government was fixed in a 5%. This measure also coincided with the serious disturbances that worldwide represented the so-called Great Depression or Long Depression, unleashed in 1873 and which lasted until 1896, triggered by the adoption of the gold standard by Germany and which produced worldwide the general drop in the silver price.

 These problems were not exclusive to the island, since they were similar to those posed in India, Chile or the United States itself, which in 1873 enacted its fourth Coinage Act, which de facto transformed gold as the only standard currency. But the island suffered especially the effects of the crisis in the sugar sector, due to the cultivation of beetroot and the creation of a large sugar refining industry in several European countries.

 Simultáneamente, se puso en funcionamiento el primer banco de la isla, la Sociedad Anónima de Crédito Mercantil en 1877, mientras que el primer banco que tuvo la concesión para emitir billetes de moneda fiduciaria fue el Banco Español de Puerto Rico, en 1888. Durante la década de los años 90 surgieron nuevos bancos comerciales en función de las nuevas necesidades económicas y financieras, debidas a la extensión del cultivo del café y a la construcción de centrales azucareras.

 La deficitaria balanza comercial de la isla hizo que se introdujeran gran cantidad de estos pesos mexicanos desde Cuba y Estados Unidos, para el pago del café y el azúcar exportado. Siendo la economía puertorriqueña abierta, de exportación de un monocultivo principal e importadora de maquinaria y alimentos para una población creciente, la entrada de esta moneda suplía la escasez de moneda de cuño español y la falta de créditos y de un sistema bancario. A pesar de que se había prohibido la importación de los mismos con fecha de acuñación posterior a 1886, se dio la situación de áreas de la isla en la que todo el circulante disponible estaba compuesto de moneda mexicana de cuño prohibido.

Simultaneously, the first bank on the island was put into operation, the Sociedad Anónima de Crédito Mercantil in 1877, while the first bank that had the concession to issue fiduciary currency notes was the Banco Español de Puerto Rico, in 1888. During the In the 1990s, new commercial banks emerged as a function of new economic and financial needs, due to the expansion of coffee cultivation and the construction of sugar mills.

The island's deficit trade balance caused a large amount of these Mexican pesos to be introduced from Cuba and the United States, to pay for exported coffee and sugar. Since the Puerto Rican economy was open, exporting a main monoculture and importing machinery and food for a growing population, the entry of this currency made up for the shortage of Spanish-minted currency and the lack of credit and a banking system. Despite the fact that their importation had been prohibited with a minting date after 1886, the situation occurred in areas of the island in which all the available currency consisted of Mexican currency of prohibited mintage.

 La situación de preeminencia del peso mexicano en la circulación de la isla desató un importante debate entre las principales corporaciones, lo que cristalizó en la Asamblea de Aibonito. Ante esta situación, hubo posturas divergentes de cómo atajarla, en el sentido de o bien canjear la moneda mexicana en circulación por moneda nacional, o bien hacerlo por una moneda provincial. Mientras que casi todos los sectores locales abogaban por la instauración de la moneda nacional española, el Gobierno español defendió el uso de una moneda provincial.

 Finalmente, se optó por canjear los pesos o soles mexicanos por una nueva moneda provincial, los nuevos pesos portorriqueños de cuño español, con un valor equivalente a los duros españoles, de cinco pesetas, y con dimensiones idénticas a las emisiones peninsulares. Los preparativos se hicieron de manera reservada, y la recogida del circulante anterior se realizó de manera simultánea en todas las poblaciones designadas por el Gobernador General.

 The preeminence of the Mexican peso in the circulation of the island unleashed an important debate among the main corporations, which crystallized in the Assembly of Aibonito. Faced with this situation, there were divergent positions on how to tackle it, in the sense of either exchanging the Mexican currency in circulation for national currency, or doing it for a provincial currency. While almost all local sectors advocated the establishment of the Spanish national currency, the Spanish Government defended the use of a provincial currency.

 Finally, it was decided to exchange the Mexican pesos or soles for a new provincial currency, the new Puerto Rican pesos of Spanish stamp, with a value equivalent to the Spanish duro, of five pesetas, and with dimensions identical to the peninsular issues. The preparations were made in a reserved manner, and the collection of the previous circulating was carried out simultaneously in all the towns designated by the Governor General.

 El canje se realizó en oficinas especiales habilitadas durante ocho días, y durante los cuatro días siguientes se admitieron los pesos mexicanos por su valor de 95 centavos, si eran presentados en partidas inferiores a 120 pesos. Transcurrido este plazo, el peso mexicano quedó sin circulación legal, recibiéndose en las Cajas del Estado por valor de 55 centavos en los 90 días posteriores.

 La sustitución se hizo con toda celeridad, dado que se estima que casi 16 millones de monedas cruzaron el Atlántico, entre antiguas y nuevas, con una asombrosa regularidad. El ministro encargado de ello, Tomás Castellano, mereció por ello una declaración de Hijo Adoptivo de Puerto Rico. Se acuñó moneda en faciales de un peso y 5,10, 20 y 40 centavos. Esta bella moneda porta en su anverso el busto del rey niño Alfonso XIII a izquierda, con la leyenda ALFONSO XIII P.L.G.D.D. REY C. DE ESPAÑA y el año de acuñación, y en su reverso el escudo de España y la leyenda ISLA DE PUERTO RICO, y el valor monetario, en el caso de los pesos 1 PESO= 5 P.TAS, salvo en el caso de las piezas de 5 centavos, en las que en su anverso lleva el número de su denominación.

 Esta moneda, la primera propia de la isla, tuvo una existencia muy corta. En 1898 fue devaluada en un 60% frente al dólar estadounidense, para su completa sustitución por éste, perdiendo su curso legal en el año 1901.

 The exchange was carried out in special offices set up for eight days, and during the following four days Mexican pesos were admitted for their value of 95 cents, if they were presented in items less than 120 pesos. After this period, the Mexican peso was left without legal circulation, being received in the State Savings Banks for a value of 55 cents in the subsequent 90 days.

 The replacement was done very quickly, since it is estimated that almost 16 million coins crossed the Atlantic, old and new, with astonishing regularity. The minister in charge of it, Tomás Castellano, therefore deserved a declaration of Adoptive Son of Puerto Rico. Coins were minted in facials of one peso and 5,10, 20 and 40 cents. This beautiful coin bears on its obverse the bust of the child king Alfonso XIII looking left, with the legend ALFONSO XIII P.L.G.D.D. REY C. DE ESPAÑA and the year of issue, and on the reverse side the shield of Spain and the legend ISLA DE PUERTO RICO, and the monetary value, in the case of the peso 1 PESO = 5 P.TAS, except in the case of the 5-cent pieces, which bear the number of their denomination on their obverse.

 This coin, the island's first own currency, had a very short existence. In 1898 it was devalued by 60% against the US dollar, for its complete replacement by it, losing its legal tender in 1901.

 Bibliografía recomendada  Recommended bibliography

COLL Y TOSTE, C., Reseña del Estado Social, Económico e Industrial de la Isla de Puerto Rico al tomar posesión de ella los Estados Unidos, San Juan, Puerto Rico, 1899.

PASCUAL MARTÍNEZ SOTO, A., “La formación del sistema bancario de Puerto Rico (1870-1899)”, en Orígenes de la globalización bancaria. Experiencias de España y América Latina, El Colegio de México-Genueve Ediciones, 2017.

RIVERA RODRÍGUEZ, I., “El debate sobre el peso mexicano en Puerto Rico: 1879-1889”, Serie de Ensayos y Monografías, nº 62, 1991.

SABIO ALCUTÉN, A., “Un rasgo de política monetaria en tiempo de guerra: el canje de moneda en Cuba y Puerto Rico (1895-1898)”, en Tiempos de América, nº 3-4, 1999, pp. 3-18.

Medallas, condecoraciones y distinciones españolas de los Próceres de México, Centroamérica y Perú, en el Bicentenario de su Independencia

 Publicado en UNAN Numismática, nº 44, 2021


Este año 2021, en el que se celebra el Bicentenario de las Independencias de México, Perú, las Repúblicas Centroamericanas y Panamá, es una buena ocasión para recordar la historia previa de los principales actores de las mismas, todos ellos sin excepción oficiales de alto rango de los Ejércitos y con importantes destinos en el gobierno de la Monarquía española, un pasado obviado por incómodo en la mayoría de unas biografías que mitifican a estas sin lugar a dudas importantes figuras. Por sus servicios a la Monarquía todos ellos recibieron importantes reconocimientos y medallas, que pasamos a detallar, con una pequeña biografía introductoria de estos primeros años de sus intensas vidas.

 Agustín Cosme Damián de Iturbide y Arámburu

El autor del Plan de Iguala y Emperador de México nació en Valladolid, Michoacán, el 27 de septiembre de 1783. Era hijo del navarro José Joaquín de Iturbide y Arregui, natural de Peralta, y de la michoacana de origen guipuzcoano María Josefa de Arámburu y Carrillo de Figueroa.

En 1797 ingresó en el regimiento de su ciudad, y en 1808, con el grado de teniente, participó en la en la represión de la Conjura de Valladolid, y en octubre de 1810 se negó a colaborar con el alzamiento de Manuel Hidalgo y Costilla.

Entre este año y 1816 adquirió notoriedad por la persecución a la que sometió a los principales jefes independentistas. En 1813 fue ascendido a coronel por el virrey Félix María Calleja y recibió el control de la intendencia de Guanajuato, y en 1815 derrotó al caudillo José María Morelos. A raíz de reiteradas denuncias en su contra de oficiales del ejército y de los comerciantes por prácticas ilegales, fue destituido por el virrey, y aunque fue absuelto por mediación del auditor de guerra, no volvió al ejército.

Tras la sublevación de Rafael de Riego y el restablecimiento de la Constitución el 1820, los miembros de la Conspiración de la Profesa contactaron con Iturbide, encargado de combatir al insurgente Vicente Guerrero, con el que concluyó el  Plan de Independencia de la América Septentrional, conocido como Plan de Iguala, el 24 de febrero de 1821, con el objetivo de declarar la independencia de México, manteniendo la monarquía en la persona de Fernando VII u otro de los miembros de su familia.

Gabino Crispín de Gaínza Fernández de Medrano Monzón y Ximénez de Tejada

 El primer Jefe Político de la antigua Capitanía General de Guatemala independiente nació en Pamplona, Navarra, el 20 de octubre de 1753, en el seno de una noble familia. Comenzó su carrera militar en 1769 como cadete del Regimiento de Infantería de Soria, actualmente la unidad militar en servicio activo más antigua del mundo, dado que había sido fundada en 1509 con el nombre de Tercio de Zamudio. En 1777 fue ascendido a subteniente, alcanzando el grado de capitán dos años después, con destino en la plaza de Orán, participando en 1780 en el bloqueo de Gibraltar.

Pasó a América en la flota de Victorio de Navia y fue destinado a la guarnición de Mobila[1]. Participó en la toma de Pensacola durante la Guerra de Independencia de Estados Unidos, fue destinado posteriormente a La Habana y al acabar el conflicto, pasó al Reino del Perú. Tras retornar a la península en 1789, estuvo destinado en su regimiento con el grado de capitán, hasta que a instancias del brigadier Carlos del Corral, Presidente de la Real Audiencia de Cuzco, fue destinado a sus órdenes como segundo comandante con sueldo y carácter de teniente coronel. El año 1792 se abrió su expediente de pruebas para la concesión del título de Caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén, Rodas y Malta [2].

Durante las guerras contra la Convención francesa y Gran Bretaña desempeñó los cargos de Comandante Militar y Juez Real Subdelegado del Partido de Chancay en la primera y de la defensa de toda la provincia de Trujillo. El 10 de febrero de 1795 fue agregado como teniente coronel al Regimiento Real de Lima. El 25 de octubre de 1799 contrajo matrimonio con Manuela Gregoria de Rocafuerte, hija del capitán de artillería Juan Antonio de Rocafuerte y Antoll, natural de Morella, Valencia. Su cuñado, Vicente Rocafuerte, fue posteriormente presidente de la República de Ecuador.

Durante la Guerra de Independencia española, fue ascendido por la Suprema Junta Central al grado de coronel en 1809, y en 1811 a brigadier. En 1813 fue enviado por el virrey José Fernando de Abascal y Sousa a Chile, con la misión de convencer al ejército insurrecto de Chile de que depusiera sus armas y evitar la efusión de sangre, bajo promesa de perdón absoluto, y su jura del monarca y de la nueva Constitución de España.

El 3 de mayo de 1814 firmó con los brigadieres chilenos Bernardo O'Higgins y Juan Mackenna el Tratado de Lircay, por el que los rebeldes chilenos reafirmaron su lealtad a Fernando VII, a la Regencia y ser parte integrante de la Monarquía española. Por este motivo fue sometido a un Consejo de Guerra[3]. Tras su absolución, pasó a España, donde recibió la Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, heredera de la de la Real Efigie del Rey Nuestro Señor, la más antigua condecoración militar europea.

Por Real Cédula de 1 de octubre de 1818 se compitió a Gabino Gaínza para el cargo de Subinspector de la Real Audiencia de Guatemala, si bien aún se encontraba en Madrid cuando se produjo el pronunciamiento de Rafael de Riego y la restauración de la Constitución de Cádiz en 1820. No llegó a Nueva Guatemala de la Asunción hasta enero del año siguiente. En fecha 9 de marzo de 1821 el teniente general Carlos de Urrutia delegó interinamente la Jefatura Política Superior y la Capitanía General de la misma en el brigadier Gaínza[4]. En este puesto, fue el primer firmante del Acta de Independencia firmada el 15 de septiembre de 1821.

 Joseph Pedro Antonio María del Carmen de Fábrega y de las Cuevas

 El unánimemente reconocido como prócer de la Independencia de Panamá y conocido como el Libertador del Istmo nació en la ciudad de Panamá el 19 de octubre de 1774. Fue hijo del capitán de Granaderos Carlos de Fábrega, natural de Ceuta, y de la también española europea Antonia de las Cuevas y Álvarez, natural del municipio leonés de La Bañeza.

En su carrera militar, que comenzó a la temprana edad de tres años, destacan sus rápidos ascensos, ya que en 1797 era teniente, y a partir de 1812, por méritos de guerra, fue ascendido a capitán de milicias y dos años después a teniente coronel. Fue asimismo nombrado Gobernador de las Provincias de Veragua y Alanje el 17 de mayo de 1814. Por ello recibió dos  de las condecoraciones creadas por Fernando VII, la Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo y la de Caballero de la Orden de Isabel la Católica.

En su Expediente de la concesión de la Cruz de Caballero de la Orden de Isabel la Católica, fechado en Madrid el 15 de septiembre de 1816, por estar comprendido en el artículo 21 de los Estatutos de la misma, en contestación al Memorial presentado por José de Fábrega el 22 de febrero de ese mismo año, los méritos alegados y reconocidos habían sido “haber apagado la insurrección en varios puntos de América, hecho donativos y otros servicios”[5].

 … el año 1812 fue comisionado para pasar a las provincias del Chocó a procurar su pacificación por medios suaves y prudentes, y habiéndolo conseguido a fuerza de continuadas fatigas, hizo lo mismo después en Barbacoas e Yzquande, desarmando a las cuadrillas de esclavos que todo lo alteraban, y que en esta larga y penosa comisión hizo gastos considerables de su propio peculio; dio además 700 pesos  de donativo para sostener las tropas de aquellos puntos, colectó otros varios donativos,  y recobró 128 pesos en las minas de la playa de Oro, que puso a disposición del comandante general.

 Entre los días 10 y 11 septiembre de 1821 el mariscal de campo Juan de la Cruz Mourgeon y Achet, último Capitán General de la Nueva Granada y que en 1808 había protegido a José de San Martín en Cádiz salvándole la vida, nombró a  José de Fábrega Coronel de los Ejércitos Nacionales y le encargó interinamente el mando Político y Militar del Istmo y su provincia, afirmando que[6]:

 Tengo la satisfacción de haber elegido a V. S. ser el hijo del País que ha de mandar, en cuyas manos deposito la llave de dos mares para premiar sus servicios y porque las virtudes que le adornan corresponden a la confianza que V. S. me merece.

 Dos meses después, y en este puesto, el 28 de noviembre proclamó la Declaración de Independencia de Panamá  y su unión voluntaria con la Gran Colombia de Simón Bolívar.

 José Francisco de San Martín y Matorras

 Considerado una de las dos figuras más importantes de la emancipación de la América española, junto a Simón Bolívar, principal prócer de la independencia argentina, Fundador de la Libertad en el Perú y Capitán General de Chile, nació en Yapeyú, Gobernación de las Misiones Guaraníes, el 25 de febrero de 1778. Era el cuarto hijo varón del teniente gobernador del departamento Juan de San Martín y Gómez, natural de la población leonesa de Cervatos de la Cueza, y de Gregoria Matorras del Ser, también española europea, nacida en la localidad palentina de Paredes de Nava.

La familia se trasladó a Cádiz, puerto donde arribaron en abril de 1784. Todos los hijos varones de este militar perteneciente a la nobleza siguieron la carrera militar, sirviendo como oficiales laureados en diversos conflictos y permaneciendo, salvo en el caso de José, fieles a la Monarquía hasta el final de sus días. Tras estudiar en el Real Seminario de Nobles de Madrid, José de San Martín se incorporó al Regimiento de Murcia, con el grado de cadete, el 21 de julio de 1789. Sus primeras acciones bélicas se desarrollaron en las plazas norteafricanas de Melilla y Orán, El 19 de junio de 1793 ascendió a subteniente segundo por méritos de guerra durante la Guerra del Rosellón o de la Convención. Combatió en la Guerra de las Naranjas contra Portugal y en Cádiz y Gibraltar contra los británicos, durante más de un año como oficial de infantería de marina en la fragata Dorotea, alcanzando el grado de capitán el 2 de noviembre de 1804[7].

Al estallar la Guerra de Independencia se encontraba en Cádiz como Ayudante de Campo del Gobernador de Cádiz, el General Francisco María Solano, Marqués del Socorro, que murió en el tumulto provocado por no haber declarado la guerra, salvándose José de San Martín del mismo destino por la antes vista actuación de Juan de la Cruz Mourgeon. A las órdenes de este último, del Marqués de la Romana y del General Castaños tomo parte en la Batalla de Bailén, primera derrota de la historia de los ejércitos napoleónicos, en la acción de Arjonilla. Por su heroico comportamiento recibió el 11 de agosto de 1808 el grado de Teniente Coronel, y, como todos los integrantes del ejército, la Medalla de Oro de los Héroes de Bailén, por decreto de la Junta Suprema de Sevilla. Participó igualmente en la Batalla de la Albuera el 15 de mayo de 1811, y el 26 junio de 1811 fue nombrado Comandante de un escuadrón del Regimiento de Sagunto.

Según documentación obrante en el Archivo General de Indias, San Martín había obtenido su retiro para la ciudad de Lima por Real Despacho de 19 de septiembre de 1811[8]. Tras embarcarse en Cádiz con destino a Londres y tras una breve estancia en esta ciudad, se embarcó en la fragata Caning junto al capitán de infantería Francisco Vera, los subtenientes Antonio Arellano y Carlos de Alvear, el alférez de navío José Zapiola, el primer teniente de guardias valonas Barón de Olemberg y el capitán de milicias Francisco Chilavert. Tras su llegada a Buenos Aires el 13 de marzo de 1812, se pusieron al servicio de las Provincias Unidas del Río de la Plata. 

 José Mariano de la Riva-Agüero y Sánchez-Boquete

 Primer Presidente de la República del Perú, nació en Lima el 3 de mayo de 1783. Era hijo del español José de la Riva Agüero y Basso della Rovere, Caballero de la Orden de Carlos III y superintendente de la Real Casa de Moneda de Lima, y de la aristócrata limeña María Josefa Sánchez-Boquete y Román de Aulestia. Como la mayor parte del patriciado limeño, tuvo formación en el Ejército virreinal.

 Fue enviado por sus padres a España para completar su educación e iniciarse en la carrera naval, donde se afilió a una Logia Masónica. Tras un viaje por Francia, fue nombrado Caballero de la Orden de Carlos III en 1807. Al estallar la Guerra de la Independencia se alistó en el ejército, tomando parte en acciones contra el ejército napoleónico en las provincias de Guipúzcoa, Burgos y en Córdoba. Nombrado en 1810 contador y juez conservador del ramo de suertes y loterías del Tribunal Mayor de Cuentas de Lima. Implicado en casi todas las conspiraciones limeñas y confidente e informador de San Martín, se presentó ante este último en su cuartel de Huaura.  

 José Bernardo de Tagle y Portocarrero, IV Marqués de Torre Tagle

 El segundo de los presidentes peruanos nació en Lima el 21 de marzo de 1779, en el seno de una familia aristocrática limeña. Sus padres fueron José Manuel de Tagle e Isásaga, tercer marqués de Torre Tagle, Caballero de la Orden de Carlos III, y Josefa de las Mercedes Portocarrero y Zamudio.

En 1790 ingresó en el Regimiento de Dragones como portaestandarte, siguiendo su carrera militar en el Regimiento de Voluntarios Distinguidos de la Concordia Española del Perú, donde fue ascendido a Teniente Coronel y Coronel, siendo asimismo el Alcalde Ordinario de Lima entre los años 1811 y 1812.

El 29 de marzo de 1813 fue elegido diputado a las Cortes de Cádiz. En España fue en 1815 investido con el hábito de Caballero de la Orden de Santiago[9] y ascendido a Brigadier de Infantería. A su vuelta al Perú fue nombrado edecán del virrey Joaquín de la Pezuela,  y como Intendente de la Audiencia de Trujillo, en fecha 29 de diciembre de 1820 proclamó la Independencia.

 José Domingo de La Mar y Cortázar

 El tercer presidente del Perú independiente, considerado por muchos estudiosos como el Primer Presidente Constitucional de la República del Perú, nació en Cuenca, Presidencia de Quito, el 12 de mayo de 1776. Era hijo del vizcaíno Marcos La Mar Migura, administrador de las Cajas Reales de Guayaquil y Cuenca, y de la guayaquileña Josefa Paula Cortázar y Lavayen, y fue enviado con su tío Francisco Cortázar y Lavayen a la edad de dos años a España, donde estudió en el Real Seminario de Nobles de Madrid y pasó toda su infancia y juventud.

Adscrito como teniente al Regimiento de Saboya, participó en la Guerra del Rosellón a las órdenes del general limeño Luis Fermín de Carvajal Vargas y Brun, I Conde de la Unión, ascendiendo por méritos de guerra al grado de capitán en 1795. En la Guerra de la Independencia, con el grado de mayor, combatió en el durísimo y heroico Sitio de Zaragoza, donde cayó gravemente herido y recibió el título de Benemérito de la Patria en Grado Heroico y el ascenso a coronel.

Transferido al reino de Valencia, estuvo a las órdenes del general Black, con el mando de la columna de granaderos que recibió su nombre, dando muestra de gran valor, hasta la capitulación de dicho ejército ante el mariscal francés Suchet. Mientras se recuperaba de sus heridas en Tudela, Navarra, fue conducido prisionero a la villa de Beaune, en Borgoña, de donde escapó a Suiza, y cruzando el Trieste volvió a España en 1814, donde recibió el grado de Brigadier,  su nombramiento como Caballero de la Orden de San Hermenegildo y la Subinspección General del Virreinato del Perú.

Nombrado Mariscal de Campo por el virrey Pezuela en diciembre de 1819, quedó encargado de la defensa de los castillos de El Callao. Sitiado por tierra y mar desde el 6 de junio de 1821, capituló el 19 de septiembre de 1821 ante José de San Martín, a quien había conocido en España.

 La Real y Distinguida Orden de Carlos III

 Esta Orden fue establecida por Carlos III mediante Real Cédula de 19 de septiembre de 1771, con la finalidad de recompensar a aquellas personas que se hubiesen destacado especialmente por sus buenas acciones en beneficio de España y la Corona. Las insignias de la Orden han variado a lo largo del tiempo, pero invariablemente han mantenido rasgos originales: banda de seda azul con cantos blancos, cruz de ocho puntas con la imagen de la Inmaculada Concepción, la leyenda Virtuti et Merito y la cifra del rey fundador. La misma está en el origen de la actual bandera argentina, dado que durante las invasiones británicas los colores se usaron para la escarapela y el penacho del Regimiento de Patricios de Buenos Aires, y fueron utilizados por el general Manuel Belgrano en su diseño.

 La Real y Militar Orden de San Hermenegildo

 Esta Orden de Caballería, de uso exclusivamente militar, fue creada por Fernando VII al acabar la Guerra de la Independencia, el 28 de noviembre de 1814, con la finalidad de recompensar los servicios prestados. La Orden premiaba la constancia en el servicio de los oficiales de los Reales Ejércitos, Armada y Milicias. Esta Orden es en la actualidad una de las más altas distinciones militares de España. Tres eran sus categorías inicialmente, una cruz para oficiales con más de veinticinco años de servicios intachables, una placa para los treinta y cinco y la Gran Cruz para los oficiales generales a los cuarenta años de servicios.

Las insignias en esta época eran una cruz de esmalte blanco, de unos 40 mm. de anchura, con un círculo central azul en el que aparecía San Hermenegildo a caballo rodeado de la inscripción PREMIO A LA CONSTANCIA MILITAR, y en el reverso F. VII, y sobre montándola una corona real que la unía a la cinta carmesí con filetes blancos. La placa, de igual diseño central y doble tamaño, llevaba una corona de laurel alrededor del círculo, estaba bordada en hijo de plata, oro y colores. La gran cruz, como la anterior vista pero con corona real en el brazo superior, añadía una banda de los colores de la Orden y una cruz a su lazo como venera. Estas características se mantuvieron hasta 1931, cuando, con el advenimiento de la Segunda República, se sustituyó la corona real por una mural.

 La Real y Americana Orden de Isabel la Católica

 Esta distinción fue igualmente creada por Fernando VII el 14 de marzo de 1815, para premiar la lealtad acrisolada y los méritos contraídos en favor de la prosperidad de aquellos territorios. La Real Orden de Isabel la Católica, dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores, ha alcanzado actualmente un reconocido prestigio nacional e internacional, considerándose, por el número de concesiones, la primera condecoración civil del Estado en el ámbito de las relaciones internacionales. Importantes figuras de la política, la cultura, la ciencia, las bellas artes y el deporte, así como numerosos jefes de Estado y de Gobierno extranjeros ostentan dicha Orden, como reconocimiento a su relevante labor al servicio de España.

En su diseño reproduce los orbes coronados, en azul, y las Columnas de Hércules y la leyenda PLUS ULTRA, el emblema de Carlos I de España y V de Alemania que con posterioridad se convirtió en el escudo privativo de los Reinos de las Indias, con la leyenda LA LEALTAD ACRISOLADA POR ISABEL LA CATOLICA en una corona de laurel que rodea estos motivos, sobre una cruz carmesí con globulillos en las puntas y muralla de oro en el espacio entre los brazos.

Medalla de Oro de los Héroes de Bailén

 La Medalla de Oro de los Héroes de Bailén presenta en su círculo central dos sables en cruz unidos con una corona de laurel en la parte superior y una cinta de la cual cuelga el águila imperial napoleónica abatida. En su reborde azul aparece la leyenda BAYLEN 19 DE JULIO DE 1808, y está rematada por una corona real con orbe y cruz, con anilla para sujetar la banda roja y gualda. José de San Martín la conservó toda su vida, dándosela un día a su nieta María Mercedes Balcarce, que entró llorando en su gabinete, en su exilio francés. La medalla, recogida y guardada por su hija, fue donada posteriormente por su nieta Josefa Balcarce al Museo Histórico Nacional de Argentina.

Benemérito de la Patria

 Este título es una distinción que tradicionalmente se entregó durante el siglo XIX en diversos países hispanos, comenzándose a utilizar en España durante la Guerra de la Independencia como un inmaterial nomen iuris, o un título honorífico que el beneficiario podría hacer uso nominativamente. Los primeros galardonados fueron los vecinos, moradores y milicianos de la ciudad de Zaragoza que lucharon durante el Segundo Sitio de la ciudad, como José de La Mar, otorgándoles tal honor según Real Decreto de fecha 9 de marzo de 1809, a la que seguiría al año siguiente los defensores de la ciudad de Gerona.

Aunque poco después del final de la guerra comenzó a aparecer una medalla con una cruz en aspa de cinco brazos, esmaltada en negro, con muralla de oro entre los brazos y centro circular, sobre fondo blanco, con la inscripción BENEMÉRITO A LA PATRIA, con cinta azul, con franja lateral roja a cada lado, lo cierto es que ninguna Real Orden asocia este título meramente honorífico a ninguna medalla. No obstante esta irregularidad y su carácter extraoficial, fueron comunes en las pecheras de los oficiales de servicio en la Capitanía General de Cuba. Finalmente, se prohibido su uso por diferentes reales disposiciones, la más reciente del 26 de agosto de 1867.

La Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta

 Esta Orden, fundada en el año 1084 y conocida también como Orden de los Hermanos Hospitalarios, Orden de los Caballeros Hospitalarios u Orden de Malta, es la más antigua vigente. Por cesión de Carlos I de España se estableció en 1530 en Malta, hasta ser expulsada de esta isla por Napoleón durante la Campaña de Egipto el 6 de junio de 1798. La naturaleza de la Orden está expuesta en su Constitución, en donde se estipula que es religiosa y laica, soberana, militar, caballeresca, de tradición nobiliaria, con personalidad jurídica, aprobada por la Santa Sede y sujeta al Derecho Internacional. 

La Orden de Santiago

 Orden religiosa y militar fundada en el siglo XII en el Reino de León, con el objetivo de proteger a los peregrinos del Camino de Santiago y luchar contra los musulmanes que ocupaban buena parte de la península ibérica. En la época de los Reyes Católicos se incorporó la Orden a la Corona de España, y el papa Adriano VI unió su maestrazgo a la corona en 1523. Su insignia es una cruz de gules simulando una espada, con forma de flor de lis en su empuñadura y brazos, y los caballeros llevaban la cruz estampada o cosida en su pecho. Ser miembro de la Orden de Santiago formaba parte de las aspiraciones más codiciadas por los españoles durante la Edad Moderna, como prueba de su nobleza.

 A modo de conclusión

Como hemos podido ver, muchos de los próceres de estas, y las demás, independencias de la América española compartieron varias características. Muchos de ellos eran hijos de españoles peninsulares, algo poco común debido a la escasa presencia de los mismos en unos reinos donde su acceso estuvo vedado y con severas condiciones, y en los que se estima que solamente pasaron a Indias de forma legal o clandestina durante el siglo XVIII unos 55.000 españoles europeos y canarios, y que a comienzos del siglo XIX había unos 30.000, buena parte de ellos concentrados en Lima y Ciudad de México. El resto eran miembros de las principales familias de las élites criollas.

Sus padres por lo general fueron militares de carrera, y ellos siguieron la tradición familiar. Asimismo, algunos de los más importantes de ellos recibieron una educación elitista en España, donde bastantes de ellos coincidieron y se conocieron, e incluso comenzaron a pensar en la futura independencia en las Logias establecidas en Madrid y, sobre todo, en Cádiz. Mientras que algunos abrazaron la causa independentista por convencimiento, otros lo debieron hacer sobrepasados por las circunstancias. Los lazos familiares y las amistades trazan una tupida red entre ellos, pero también con aquellos a los que se enfrentaron y que optaron, hasta el final, por el partido realista.

Y así, la historia oficial olvida que sus protagonistas fueron hombres de carne y hueso para elevarlos a la categoría de mitos, obviando episodios como las horas previas a la batalla de Ayacucho, entre otras muchas, donde numerosos miembros de ambos ejércitos se encontraron en terreno neutral, lo que aprovecharon para saludarse y abrazarse, dado que tenían en el bando contrario amigos, parientes y hermanos.   


[1] Archivo General de Indias, LIMA, 721, N.45.

[2] Archivo Histórico Nacional, OM-SAN_JUAN_DE_ JERUSALEN,  Exp. 25237.

[3] Colección de Historiadores i de documentos relativos a la Independencia de Chile. Tomo XV. Proceso de Gaínza. Santiago, Chile, 1909.

[4] Archivo General de Indias, ESTADO, 49, N.154.

[5] Archivo Histórico Nacional, ESTADO, 6317, Exp. 48.

[6] NICOLAU, E.J., El Grito de la Villa, Panamá, 1961.

[7] Su Hoja de Servicios hasta julio de 1808, que fue conservada por el propio San Martín en su destierro francés, se puede consultar en VICUÑA MACKENNA, B., El Jeneral D. José de San Martín, considerado según documentos enteramente inéditos, con motivo de la inauguración de su estatua en Santiago el 5 de abril de 1863, Santiago de Chile, 1863.

[8] Archivo General de Indias, ESTADO, 82, N.87.

[9]Archivo Histórico Nacional, OM-CABALLEROS_SANTIAGO, Mod. 104.