Publicado en Crónica Numismática, 26 de noviembre de 2021
Nacido en
Valencia el 15 de noviembre de 1901 y muerto en Barcelona en 1998, Felipe Mateu
y Llopis es, sin lugar a dudas, uno de los referentes indefectibles de la
Ciencia Numismática española del siglo XX. Dedicado en cuerpo y alma al estudio
de nuestra ciencia durante toda su larga vida profesional, el día 4 de
noviembre de 1936, durante la Guerra Civil y en su puesto de conservador del Gabinete
Numismático del Museo Arqueológico Nacional frustró en parte, con riesgo de su
propia vida, el posiblemente mayor expolio del Patrimonio Cultural español en
general y del Numismático en particular de la historia.
Licenciado en Historia con sobresaliente y
premio extraordinario en 1923 en la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Valencia, se trasladó a realizar su doctorado a Madrid entre los
años 1924 y 1929, siendo discípulo de los ilustres arqueólogos Manuel
Gómez-Moreno y Elías Tormo. Su Tesis Doctoral, Ensayo sobre una Casa Real de Moneda de uno de los Estados de
la Corona de Aragón: la Ceca de Valencia y las acuñaciones valencianas de los
siglos XIII al XVIII,
fue calificada con un sobresaliente cum
laude.
De vuelta en su Valencia natal, fue asiduo del
Archivo del Reino de Valencia, se codeó con los más destacados historiadores
valencianos de la época, y se relacionó con ambientes valencianistas. Fue el
primer director de la revista Acció
Valenciana, escribió varios artículos en esta lengua y fue uno de los
signatarios en 1932 de las conocidas como Normes
de Castelló, en las que se fijaban las bases para la unificación de la
ortografía del valenciano.
En el año 1930 se produjo su ingreso como
facultativo en el Cuerpo de Archivos, Bibliotecas y Museos, comenzando su
andadura profesional en la sección numismática del Museo Arqueológico Nacional
(MAN), y siendo nombrado posteriormente director del Museo Arqueológico y de la
Biblioteca Provincial de Tarragona. De vuelta en el MAN desde 1931, le
sorprendió en Madrid el estallido de la Guerra Civil, en el cargo de
conservador de su Gabinete Numismático. Este Gabinete era heredero del numario
creado por Felipe V en 1711, y constaba por estas fechas de 160.000 monedas y
15.000 medallas.
La orden
de requisa
El día 2 de noviembre de 1936 desde el
Ministerio de Hacienda se tomó la decisión de requisar el oro de las
colecciones numismáticas del Museo Arqueológico Nacional. Los encargados de
realizar esta requisa fueron el subsecretario del Ministerio de Instrucción
Pública y Bellas Artes, Wenceslao Roces, que nunca asumió la responsabilidad de
tan graves hechos, y Antonio Rodríguez-Moñino, posteriormente vicepresidente de
la Hispanic Society of America y
Académico de Número de la Real Academia Española.
Esta medida fue consecuencia de la creación por
Juan Negrín de la conocida como Caja de Reparaciones, cuyo objeto era la
requisa de bienes para su transformación en dinero para la compra de armas, a
las órdenes de Francisco Méndez Aspe. Ese mismo otoño, se expidieron a Moscú
7.800 cajas de lingotes de oro, 510 toneladas, que representaban el 72,6% de
las reservas en este metal del Banco de España.
El resultado de estas requisas fue embarcado
años después en un yate de recreo adquirido el 1 de agosto de 1938, rebautizado
como Vita, que trasladó estos tesoros
a México. Gracias a un pacto con el presidente Lázaro Cárdenas, Indalecio Prieto
se quedó con el tesoro que se descargó en Tampico. Cárdenas permitió a
Prieto desmontar y fundir las joyas para venderlas al Banco de México. Entre
1939 y 1941 se transformó patrimonio histórico español por valor de once millones de pesos mexicanos,
y parte de las obras de arte se vendieron en los Estados Unidos de América.
Entre afinación de metales preciosos e impuestos, la Hacienda mexicana se quedó
con un tercio del líquido recibido.
Entre los tesoros expoliados y posteriormente
trasladados a México en el buque Vita
se encontraron materiales de la capilla del Palacio Real de Madrid, depósitos
de la Generalitat de Catalunya, los tesoros de las catedrales de Toledo y
Madrid, el contenido de casi cinco mil cajas de alquiler, un millar de
depósitos y treinta sobres con joyas del Monte de Piedad de Madrid requisadas
en 1938 y 2.798 monedas de oro, 15,847 kilos de noble metal de inestimable
valor histórico, procedentes del MAN.
El expolio
del MAN
Desde que comenzó la guerra, Felipe Mateu y
Llopis comenzó a retirar de las vitrinas del MAN para su protección las
principales piezas de su numerario, de forma muy discreta, y desde septiembre
comenzó a guardarla en las arcas de caudales medievales que se encontraban en
la planta baja del edificio.
El desarrollo de los acontecimientos está
perfectamente documentado, dado que se conservan y se han estudiado los
informes presentados por Antonio Rodríguez-Moñino sobre esta requisa y el
posteriormente redactado minuciosamente por el propio Mateu y Llopis el 16 de
mayo de 1939.
El día 4 de noviembre por la tarde Mateu recibió
una llamada de Rodríguez-Moñino, que se personó con Roces en el museo a las
ocho de la tarde. No habiendo luz eléctrica, toda la iluminación era la de las
linternas de dos guardias que les acompañaban. A su requerimiento de abrir el
monetario, y según el propio testimonio de Moñino, Mateu le respondió que no
encontraba las llaves, con lo que Roces propuso descerrajar la cámara. Impaciente,
Roces se fue, no sin ordenar taxativamente que se requisase todo el oro, sin
excepción.
Tras solicitar Mateu para ganar tiempo del
director del museo, Francisco Álvarez-Ossorio, la orden por escrito para poder
entregar la colección, que le fue enviada con una criada, y cenar con Moñino,
comenzó a recoger las onzas de ocho escudos de los Borbones de menor rareza,
proponiendo hacer una ficha detallada de cada una de ellas. Se negaron a ello,
y le contestaron que la entrega debía realizarse esa misma noche. Mientras
revisaba las piezas con toda la lentitud que podía, Mateu escondía las más
valiosas entre las grietas, en los cajones y en cualquier lugar que podía.
Asimismo, y debido a la escasa iluminación y a
la miopía de Moñino, le convenció de que algunas de las monedas áureas eran
realmente de plata. Posteriormente dirigió al grupo a la zona de bronces
romanos, para ganar tiempo, aunque subsiguientemente estaban las emisiones de
oro de Roma, Bizancio y visigodas. En un momento de la noche, un miliciano
apoyó su pistola contra la sien de Mateu, exigiéndole que se diera más prisa.
Igualmente, los funcionarios comenzaron a
esconder las piezas más importantes por las dependencias del edificio, con
grave riesgo para sus personas. Algunos de ellos, como la conservadora Felipa
Niño, ocultó entre sus ropas varias piezas. Los representantes del gobierno, al
darse cuenta de esta situación, instalaron dos focos en la entrada del museo y
obligaron a los funcionarios a volcar las monedas sin ningún orden en los
gorros de los milicianos, metiéndolas luego sin ningún tipo de inventario en
dos cajones.
De madrugada volvió Roces con una pistola al
cinto, retirándose aparte para hablar con Moñino. Cuando volvió, le comentó a
Mateu lo que le había insinuado Roces que se hacía con los funcionarios
obstruccionistas y poco discretos. Al día siguiente se requisaron el tesoro de
Quimbayas, otros objetos de oro y máscaras, la moneda extranjera y las
medallas.
Al terminar la jornada, Mateu solicitó redactar
un acta de entrega, en la que constaba hasta el nombre de los guardias y una
descripción detallada de las circunstancias. Al verla, Roces la agarró
violentamente y la rompió, levantando un lacónico informe con el número de
monedas y su peso, que se introdujeron en cajas y se sellaron con lacre del
MAN.
Entre las piezas que puso a buen recaudo en esta
época se encuentran algunos de los tesoros numismáticos que todavía podemos
disfrutar en esta egregia institución, como la dobla de Pedro I, las
amonedaciones de oro de los Reyes Católicos o el Medallón de Augusto. Las monedas salieron ese mismo día para
Valencia, depositándose en la Torre de Serranos.
En opinión de Martín Almagro Gorbea, exdirector
del MAN, Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid y Académico de Número de la Real Academia de
la Historia, el expolio perpetrado el día 4 de noviembre de 1936, hace ahora 85
años, ha sido el mayor robo cometido contra el patrimonio de la historia de
España.
La carrera
de Felipe Mateu y Llopis
Durante la guerra y en el bando republicano
ocupó diversos cargos en Madrid y Valencia, entre ellos el de vocal de la Junta
de Tesoro Artístico. En este puesto, consiguió in extremis evitar la destrucción de varios archivos catedralicios,
como los de Toledo, Segorbe y su ciudad natal, así como de otros archivos
valencianos, como el personal de Josep Sanchis Sivera, el canónigo e
historiador que fue director del Centro de Cultura Valenciana desde 1927 hasta
su muerte en 1937.
Al terminar la guerra, y tras sufrir un proceso
de depuración, ingresó nuevamente en el MAN, para posteriormente ser nombrado
director de la Biblioteca Central de Barcelona, donde igualmente salvó por
omisión de las órdenes recibidas buena parte de sus fondos catalanes. En cuanto
a su vida universitaria, fue nombrado
Catedrático de Paleografía y Diplomática de la Universidad de Oviedo en
1943, trasladándose posteriormente a la de Valencia y finalmente a Barcelona.
Socio de la Asociación Numismática Española,
recibió el Primer Premio Javier Conde Garriga de la misma en 1958 y numerosos
reconocimientos, siendo nombrado su Presidente de Honor, cargo que ostentó
entre 1984 y 1988. Autor de una inmensa, profunda y fecunda producción
numismática entre los años 1926 y 1998, hay muchas razones para recordarle como
un magnífico maestro y una admirable persona.
Para saber
más:
ALMAGRO GORBEA, M., “El expolio de las monedas de oro del Museo Arqueológico Nacional
en la Segunda República española”, Boletín
de la Real Academia de la Historia, Tomo 205, Cuaderno 1, 2008, pp. 7-72.
GARCÍA ALONSO, F., y MUNILLA CABRILLANA, G., El Tesoro del Vita: La protección y el
expolio del Patrimonio Histórico-Arqueológico durante la Guerra Civil,
Universidad de Barcelona, 2014.
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