Publicado en UNAN Numismática nº44, 2021
Durante el dilatado ciclo bélico que vivió
el Perú entre el desembarco en Pisco de la Expedición Libertadora del Perú en
septiembre de 1820 y la batalla de Tumusla el 1 de abril de 1825, se agudizaron
las necesidades de financiación de ambos bandos contendientes. La capital,
Lima, en disputa y ocupada por uno u otro ejército en varias ocasiones,
disponía de su Real Casa de Moneda para la labra de moneda, pero carecía de
metales para llevarla a cabo, mientras que en el territorio controlado por el
Ejército Real del Perú se encontraban los principales yacimientos de metales
preciosos, pero se carecía de los medios para amonedarlos. En estas
circunstancias, en una de las ocupaciones de Lima por las fuerzas realistas en
julio de 1823, el virrey José de la
Serna ordenó la evacuación y traslado de los útiles y el personal de la Casa de
Moneda de Lima, para con ellos abrir una nueva ceca en la capital del
territorio que controlaban, Cuzco.
Tras el fracaso de la Conferencia de
Punchauca el 5 de junio de 1821, el Ejército Real del Perú se retiró de Lima y
se trasladó a la ciudad de Cuzco, que se convirtió en la capital virreinal
durante más de tres años. A diferencia de lo que sucedió en el bando
republicano, los estudios de Dionisio de Haro muestran que los limitados
recursos disponibles fueron eficientemente
gestionados. La falta de fondos metálicos, procedentes de la ceca de
Lima, en manos republicanas, y la existencia de egresos que crecían
exponencialmente por los gastos bélicos, hicieron que se hubiese que recurrir a
los cupos al comercio, préstamos forzosos, contribuciones de predios rústicos y
a los donativos y préstamos voluntarios.
A pesar de estos instrumentos financieros
extraordinarios, la falta de moneda circulante ahogaba la economía y lastraba
el necesario esfuerzo bélico, por lo que el gobierno llevó a cabo la
posiblemente más audaz y sorprendente acción de todo el conflicto, con el
traslado de la Casa de Moneda desde Lima a Cuzco. Durante la ocupación de Lima
en julio de 1823, el general José de Canterac recibió la orden de dicho
traslado de los materiales y de los operarios de la misma. En el mes escaso que
permaneció en la ciudad, se acuñaron en su ceca monedas de ¼, 1, 2 y 8 reales
de facial, por un montante global de 200.000 pesos, utilizando como cospeles o
resellando con una corona un número indeterminado de los conocidos como Pesos de San Martín o del Perú Libre.
Desde Lurín, Canterac informó el 17 de julio
del traslado de la maquinaria, los dependientes y operarios. El superintendente
Pablo Terón y Prieto, que había sido cesado por San Martín el 7 de agosto de
1821, el ensayador y contador Tomás Panizo y Talamantes, el ensayador Pablo
Cano Melgarejo, el guarda cuños Fernando Gonzales de Varea, el contador de
moneda Domingo Arriaga, su oficial Manuel Urrutia, el portero marcador de la
sala de libranzas José Zapata, el guarda vista de la fundición Antonio Imperial
Cárcamo y los talladores Fernández de Soto y Dávalos acompañaron también a la
maquinaria a su nuevo emplazamiento.
En la localidad de Huancayo, el teniente
coronel José Antonio Vigil Manrique de Lara, cajamarquino que sirvió lealmente
en el Ejército Real hasta la batalla de Ayacucho y posteriormente en el
ejército peruano, fue encargado del traslado hasta Cuzco, mientras la Real
Hacienda realizaba todos los preparativos para su instalación en esta ciudad.
Manuel Solares, tesorero de la Casa de Moneda de Potosí, recibió en fecha 28 de
noviembre su traslado para la organización de la nueva ceca, y se trasladó a
Cuzco con el ensayador Gregorio Carril y el contador Juan Bautista de la Rosa. Los
útiles y el personal procedentes de Lima llegaron a la ciudad el 19 de
diciembre.
Para su ubicación se optó el Convento y
Hospital de San Juan de Dios, un edificio abandonado, eligiendo al Asesor
General del virreinato, José María de Lara, dado que tenía experiencia como
ensayador propietario de las Cajas de Potosí, como consejero. Se encomendó
al subdelegado de Paucartambo, Silvestre Prado, que proveyese de la necesaria
madera, y fue necesario reparar los viejos canales y depósitos de agua. Los
gastos de adecuación del edificio y de la infraestructura necesaria para
dotarle de la necesaria fuerza hidráulica para mover la maquinaria ascendieron
entre el 26 de enero al 26 de junio del año siguiente a la suma de 15.800
pesos.
Para dotar de metales a la misma, por dos
Decretos de 6 de marzo y 5 de junio de 1824 se establecieron los rescates de la
plata por las tesorerías, fijando para el Banco de San Carlos de Potosí y
dichas tesorerías las tarifas de compra del metal en pasta, pagándose por las
piñas con peso superior a 30 marcos 7 pesos y 2 reales por marco, por las
menores hasta 10 7 pesos y 1 real, por la plata en planchas, piezas menudas y
piñones 6 pesos y 4 o 6 reales, y por la chafalonía y vajilla 6 pesos. El
decreto de 6 de marzo redujo los derechos del Banco de San Carlos de Potosí a
un real por marco, suprimió el impuesto extraordinario de guerra y ordenó el
inmediato pago en dinero, al contado y sin dilación o demora, a los mineros.
Igualmente, se reguló la distribución de los
metales, dado que las barras fundidas en las Cajas de Oruro y La Paz se debían
remitir con guía a Potosí, mientras que las que se procesaban en Puno,
Arequipa, Tarma, Huamanga, Tacna y Huancavelica eran remitidas a las Casa de la
Moneda de Cuzco. En todo caso, se trataba de unas tarifas elevadas para el pago
a mineros y poseedores, y más en tiempos de guerra, y la eficientemente
gestionada institución cumplió en su corta vida útil en manos de las
autoridades virreinales, medio año, un importantísimo papel, al suministrar al
Gobierno numerario en momentos económicos críticos.
Los tipos utilizados fueron los mismos que
se usaron en la Casa de Moneda de Lima, con el busto del monarca realizado por
el grabador Félix Sagau y Dalmau de Galcerán en 1811, del conocido como tipo
general y que fueron remitidos a las Casas de Moneda de los Reinos de las
Indias desde ese mismo año. Como marca de ceca se utilizaron las siglas CUZ,
sirviendo de tallador un oficial apellidado Herrera y como ensayador el antes
citado Tomás Panizo y Talamantes, con sigla T. Se acuñó moneda de 1, 2 y 8
reales de facial.
Dargent informa de que en las emisiones
realizadas tras la capitulación de Ayacucho, realizadas con los mismos cuños,
se cambió la sigla de ensayador por la G, correspondiente al ensayador Gregorio
Carril, por lo que son reconocibles estas monedas batidas ya bajo gobierno
republicano. El reconocimiento de esta ceca fue aprobado por Fernando VII el
día 16 de enero de 1825.
Según recoge Dargent, en el Manual principal de la administración del
tesoro público del Cusco, que como reconoce el propio autor recoge doce
partidas de metal y puede que no sean datos completos, supone una acuñación de
65.663 pesos y 2 reales de plata. Hemos de recordar que las estimaciones más
altas para las emisiones de los pesos del Perú
Libre entre 1822 y 1823 arrojan un montante global de unos 75.000 pesos,
que obviamente no pudieron cubrir las necesidades de circulante del territorio
controlado por los republicanos.
Algunos autores recogen que los plateros
iniciaron una campaña para desacreditar el sistema de compra, dado que con ello
perdían el monopolio de la compra de las pastas a un precio muy inferior, entre
5 y 5 ½ pesos el marco, y que los republicanos afirmaron que la población fue
resistente a la entrega de estas pastas, lo se debería al celo patriótico a
favor de la causa de liberación.
El día 16 de diciembre de 1824 se recibieron
en Cuzco las noticias de la batalla de Ayacucho y de la posterior capitulación,
y el 25 de diciembre llegó el general Agustín Gamarra Messía, antiguo teniente
coronel del Ejército Real del Perú que había desertado en 1821 y natural de
Cuzco, como gobernador de la plaza y director de su Casa de Moneda. El metal de
plata y todo el oro recaudado, para el que se habían preparado también los
cuños, que se encontraban en ella fueron acuñados los días 4, 12 y 15 de enero
de 1825, como vimos, reutilizando los
cuños a nombre de Fernando VII, que se siguieron utilizando, manteniendo la
fecha, hasta 1826.
En cuanto a los oficiales y trabajadores de
esta Casa de Moneda, como en prácticamente todos los ámbitos de la sociedad
peruana, los menos abandonaron el país y la mayoría siguió realizando su
trabajo o se reincorporó a la Casa de Moneda de Lima, como fue el caso del
ensayador Tomás Panizo y Talamantes, que sirvió en la ceca capitalina entre
1835 y 1848, el superintendente Pablo Terón y Prieto o los ensayadores Pablo
Cano Melgarejo y Gregorio Carril.
Y es que, como afirma don Ricardo Iván Álvarez
Carrasco en su magnífico artículo citado en la bibliografía, esta fue una época
de veleidades y lealtades endebles, en un conflicto en el que, como afirma apropiadamente
la historiadora también peruana Natalia Sobrevilla, en vez de utilizar la tan
habitual como desacertada dicotomía españoles versus patriotas, tendríamos que
hablar de hermanos, compañeros y amigos de sus mismos contrarios.
Bibliografía
recomendada:
ALVAREZ CARRASCO,
R.I. “Superintendentes Administradores, Ensayadores y Grabadores en las cecas
del Perú Virreinal”, Revista
Numismática Hécate Nº 6, 2019, pp. 204-224.
DARGENT CHAMOT,
E., Monedas, medallas y condecoraciones
de la Independencia del Perú, Universidad Ricardo Palma, Escuela de Turismo,
Hotelería y Gastronomía, Perú, 2019.
HARO ROMERO, D.
de, “Las Casas de Moneda españolas y peruanas durante la Independencia del Perú
(1820-1824): Reforma liberal y guerra”, II
Congreso Latinoamericano de Historia Económica, México, 2010.
HARO ROMERO, D.
de, “La paradoja monetaria durante la Independencia del Perú (1820-1824):
Máquinas sin plata y plata sin máquinas”, X
Congreso Internacional de la AEHE, Universidad Pablo de Olavide, septiembre 2011.
PELLICER I BRU, J., Glosario de maestros de ceca y ensayadores, Madrid, 1997.
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