Publicado en Oroinformación, 17 de mayo de 2021
La actividad
periodística, el discurso político y la poesía fueron, según García-Caro, los
principales medios que utilizaron las élites criollas para justificar como
legítima la cruenta guerra civil que desembocó en el nacimiento de las nuevas
repúblicas hispanoamericanas. Destaca especialmente en esta dialéctica la
denuncia criolla de la dependencia española de la plata y el oro americanos, en
la que lo americano representaba los valores naturales de la periferia, las
nuevas naciones, frente a la corrupción urbana de un centro absolutista y
tirano, la Monarquía española, de corte oriental y en descomposición.
Este conflicto, o más bien conjunto de ellos, fue simultáneamente un conjunto de guerras civiles, de emancipación, territoriales entre caudillos locales e incluso conflictos de clases, como sucedió en este último caso en la primera fase de los mismos en Nueva España o con los llaneros de Boves en Venezuela. Los mismos se prolongaron a ambos lados del Atlántico en constantes guerras civiles, pronunciamientos y dictaduras durante el siglo XIX y parte del XX.
En esta creación identitaria de nuevo cuño, en el que el nacionalismo o protonacionalismo anterior era prácticamente inexistente o incluso nulo, se sitúa la crítica liberal y republicana al mercantilismo metálico de cuño español y a la explotación de la riqueza minera de América, al que los republicanos propusieron como alternativa el libre comercio con Inglaterra.
En estos escritos se describe una dependencia patológica de la “metrópoli” de sus “colonias”, una conducta política y económica enfermiza, aberrante, corrupta y codiciosa, producto de la marginalidad oriental hispana, como descendientes de vándalos, godos, moros, etíopes, y judíos, los destructores de la civilización latina. La historia peninsular quedó amalgamada y reducida a una infame mezcolanza de impurezas, producto de la lascivia y la violencia de pueblos bárbaros y salvajes.
Buen ejemplo de ello es la Carta de Jamaica de 1815, escrita por Simón Bolívar, en la que, tras comparar al régimen español y a los españoles americanos con tiranías orientales como Turquía, Persia y China, sitúa al criollo esclavizado en la mina de oro:
¿Cuál era nuestro
destino? Los campos para cultivar el añil, la grana, el café, la caña, el cacao
y el algodón; las llanuras solitarias para criar ganados, los desiertos para
cazar las bestias feroces, las entrañas de la tierra para excavar el oro que no
puede saciar a esa nación avarienta.
Al referirse al Perú, Bolívar afirma que sería más difícil establecer allí una república moderna, dado que:
… encierra dos
elementos enemigos de todo régimen justo y liberal; oro y esclavos. El primero
lo corrompe todo; el segundo está corrompido por sí mismo.
El oro que se producía en la América española, principalmente en el área neogranadina del Chocó, actual Colombia, era en placeres mineros de los ríos, y no en minas bajo tierra, como Bolívar no podía dejar de saber. Igualmente, cualquier estudio serio sobre la minería en este periodo reconoce que la propiedad de las explotaciones mineras, tanto en Nueva España como en Perú en el caso de la plata y en Nueva Granada en el caso del oro, estaba en manos de estos mismos criollos. Ellos eran la élite natural del continente, un grupo social hegemónico y relativamente abundante, con cerca de un 20% de la población, frente a los escasos 30.000 peninsulares residentes calculados por Lynch.
Igualmente, no podemos olvidar que el sistema de trabajo forzoso remunerado, conocido en Perú como mita de minas, era una fórmula vigente ya en época incaica, como forma de reparto rotatorio del trabajo, y no como una obligación personal, sino un alistamiento territorial en virtud del cual una determinada zona venía obligada a facilitar a un número determinado de trabajadores, para cumplir unos turnos de trabajo prefijados. La normativa dictada desde la época de Carlos I y por sus sucesores ahondaba en la necesidad de que el trabajo fuese remunerado, con salarios justos, tolerando esta práctica siempre que no fuese perjudicial para su salud, siendo adoctrinados y protegidos legalmente de cualquier abuso, de lo que debía dar cuenta un veedor de la Audiencia. De hecho, el decreto para su abolición fue firmado por Felipe V ya en 1719, si bien no se cumplió, posiblemente por la oposición de los propietarios de las explotaciones, y fue finalmente abolida por las Cortes de Cádiz en 1812. Y, por supuesto, la producción aurífera del virreinato peruano que afirmaba Bolívar no era ni muy representativa ni se realizaba en profundas cavernas.
En este discurso creado de nuevo cuño el criollo liberal, que habitaba en ciudades con calles empedradas, universidades, colegios y foros, detentador de la riqueza y como decimos propietario de la inmensa mayoría de las explotaciones mineras, renegaba de su origen y de su herencia hispánica e identificaba artificiosamente su linaje con el indio, el minero esclavizado que producía la plata, de rápida exportación al área metropolitana. Es en este sentido muy revelador un extracto de un artículo publicado por un autor anónimo en El grito del Sud, una revista bonaerense, en 1812:
El español, ese monstruo a quien parece vomitaron las ondas del Océano en nuestras apacibles costas, para causar en ellas la desolación, horror y espanto en que nos han sumergido por tres siglos, devorado por la insaciable sed del oro, y de la plata, de ese funesto don con que la naturaleza quiso regalarnos para turbar por tantos años de sangre la inmutable tranquilidad en que vivían nuestros mayores, arrancando de su sagrado asilo a los miserables indios para trasplantarlos a los obscuros calabozos de las minas, y haciendo perecer por el trabajo, y por la dureza del castigo a la enorme población con que se inundaba el continente y sus innumerables islas apartó sus ojos sanguinarios de las riberas de la América, en donde había apurado las víctimas de su codicia y su furor, y los dirigió al África para arrancar de allí a esa porción de miserables, a ese montón de hermanos nuestros, que llevan hasta el día impreso en su semblante el sello de nuestra ignominia en la continuación de su pesada esclavitud.
El
autor obviaba que la población negra, sin mestizar, de la América española era
porcentualmente pequeña, y sin comparación con las colonias de los demás
estados europeos, y especialmente con las británicas y Estados Unidos. Asimismo,
el porcentaje de población libre era
superior al de los esclavos. Y que era la propia élite criolla del Río de la
Plata la que con su demanda alentaba y participaba activamente en el nefando
tráfico negrero. La masiva utilización posterior de la población negra como
carne de cañón en las Guerras Platinas, con el propósito manifiesto de
“emblanquecer” la población, y el ulterior expolio y práctica extinción física
y cultural de los indios pampas y araucanos muestran que la “hermandad”
defendida no dejaba de ser un artificio retórico, que no por falso se ha
seguido manteniendo hasta nuestros días.
El análisis de la economía política española en los Reinos de las Indias realizado por Regina Grafe y Alejandra Irigoin muestra un panorama muy distinto al del puro expolio. En base al estudio de la información fiscal, afirman que era muy poco centralizada, y que la extracción de moneda hacia la Península era muy limitada. Muy al contrario, fueron la iniciativa local, la negociación con los particulares para la captación de los recursos necesarios y el control de los flujos económicos los que determinaron la estructura de los gastos.
Poetas que difundieron estos nuevos mitos fundacionales fueron Bartolomé José Hidalgo, Andrés Bello y José Joaquín de Olmedo. El montevideano Bartolomé José Hidalgo, que había sido soldado en las milicias del Rey a las órdenes del reconocido filántropo Francisco Antonio Maricel, uno de los mayores traficantes de esclavos de Montevideo, fue el autor de los populares Cielitos y Diálogos Patrióticos, en los que diversos gauchos retaban al Rey de España. Entre los mismos, podemos reproducir el siguiente:
Lo que el Rey siente
es la falta
de minas de plata y
oro;
para pasar este
trago
cante conmigo este
coro.
José Joaquín Eufrasio de Olmedo y Maruri, diputado en las Cortes de Cádiz, donde abogó por la abolición de la mita, participó en 1820 en la conjura para la secesión de su Guayaquil natal. Tras la anexión del territorio a la Gran Colombia por Simón Bolívar, autonombrado Dictador, se exilió a Perú, desde donde mandó posteriormente a Bolívar una invitación para que trasladase al Perú la lucha por la independencia. Reconciliado con él, posteriormente escribió su Canto a Bolívar, lo que le dio fama internacional. Sin embargo, el mismo no fue del agrado de su destinatario, que en fecha 12 de julio de 1825 desde Cuzco le dirigió al autor una demoledora crítica, dado que el verdadero protagonista de este panegírico no era él, sino el inca Huayna-Cápac.
El inca evocaba la riqueza mineral de América antes de la llegada de los españoles, y esta loa resumía los trescientos años anteriores como un tiempo de maldición, de sangre y de servidumbre, y auguraba un futuro en el que el oro fluiría solo:
Ya las hondas
entrañas de la tierra
en larga vena
ofrecen el tesoro
que en ellas guarda
el Sol, y nuestros montes
los valles regarán
con lava de oro.
El caraqueño Andrés de Jesús María y José Bello López, posteriormente nacionalizado chileno, había sido profesor de Simón Bolívar y es considerado uno de los humanistas más importantes de América. Si durante su estancia en Londres de 1810 a 1829 su poesía hacía referencia a la esperanza en un futuro brillante, el fracaso político bolivariano, los escombros de las luchas internas tras la independencia, los caudillismos localistas y las guerras civiles de las décadas posteriores hicieron que sus esfuerzos intelectuales se orientaran a los escritos legales, filológicos y gramaticales en los que brilló.
Como asegura Alejandra Irigoin, este largo, cruento y dilatado proceso de enfrentamientos afectó significativamente al desarrollo económico y monetario de las nuevas repúblicas. El sistema hispánico involucraba vastas regiones en tupidas redes comerciales, y redistribuía por varias vías, desde los situados a los negocios, grandes cantidades de moneda en todo el espacio continental, por lo que su quiebra supuso la obvia ruptura de estos vínculos. En el mismo sentido, como recogen Prieto Tejeiro y Haro, en España el modelo monetario tradicional sobrevivió mientras siguió afluyendo la plata de las Indias, y la quiebra de la Monarquía supuso su final.
Irigoin afirma igualmente que como la insolvencia de los gobiernos fue persistente, no hubo medios de financiarse con deuda interna ni externa, y la manipulación monetaria se convirtió en el indeseable último medio para financiar a unos gobiernos quebrados. Las consecuencias fueron la completa ineficacia fiscal de los estados y la creciente carga fiscal sobre los consumidores por medios indirectos. El anteriormente citado y deseado modelo librecambista con Gran Bretaña y los Estados Unidos devino finalmente en pura dependencia y colonialismo económico.
Para saber más:
BENNASSAR, B., La América española y la América portuguesa (siglos XVI-XVIII), Madrid, 1985.
GARCÍA-CARO, P. “Las minas del Rey
Fernando: plata, oro, y la barbarie española en la retórica independentista
hispanoamericana”, Anales de Literatura
Hispanoamericana, 011, vol.40, pp. 39-59.
GRAFE, R., e IRIGOIN, A., “The political economy of
Spanish imperial rule revisited”, www.um.es, version 2, 14 Apr. 08.
IRIGOIN, A., “Las raíces monetarias de la
fragmentación política de la América Española en el siglo XIX”, Historia Mexicana, vol. LIX, núm. 3,
enero-marzo, 2010, pp. 919-979.
LYNCH, J., “Los factores estructurales
de la crisis: La crisis del orden colonial”, en Historia General de América Latina, Vol. V, UNESCO, Paris, 2003,
pp. 33-54.
PÉREZ VEJO, T., “Las guerras de
Independencia como guerras civiles: un replanteamiento del nacimiento de la
modernidad política en Hispanoamérica”, en PATINO VILLA, C.A. (Ed.), Estado, guerras internacionales e idearios
políticos en Iberoamérica, Editorial Universidad Nacional de Colombia,
Bogotá, 2012, pp. 61-88.
PRIETO TEJEIRO, E., y HARO, D. de, Las reformas monetarias en la primera mitad del siglo XIX: Una aproximación a la historia monetaria de España desde el Trienio Constitucional hasta la Ley Monetaria de 1848, Madrid.
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