Publicado en Panorama Numismático, 16 de marzo de 2017
El volumen de
acuñación de numerario de sus Casas de Moneda creció, durante el siglo XVIII,
en un 780%. Los mayores incrementos se produjeron entre los años veinte y
cuarenta del siglo, mientras que en la segunda mitad de la centuria los
aumentos fueron porcentualmente menos elevados, pero también menos irregulares.
Estos datos, junto con los de los quintos satisfechos en las distintas
provincias del virreinato, son la base de un importante estudio realizado por
Melo.
Las
áreas mineras y las ligadas económicamente a las mismas demandaban productos
agrícolas y productos manufacturados, tanto producidos en otras áreas del
territorio como importados. El incremento de la producción llevaba aparejado el
consiguiente incremento de la demanda y el mayor volumen de transacciones
comerciales, y suponían asimismo una importante fuente de ingresos para la Real
Hacienda.
Estos
ingresos eran el quinto real, las alcabalas
y almojarifazgos, los tributos que grababan la producción agrícola, como
el diezmo, y las cantidades recaudadas por lo bienes estancados, como el tabaco
y el aguardiente. Las cantidades recaudadas por estos conceptos, unidos a la
producción de oro y a las cantidades amonedadas, confirman el crecimiento
económico del territorio.
Es
también cierto que se incrementaron y mejoraron los rendimientos fiscales, y si
bien algunos tributos se incrementaron, como las alcabalas, también lo es que
otros se redujeron, como fue el caso de los quintos reales. No es desdeñable
tampoco el aporte económico para el Estado de la implantación de los monopolios.
Por
todo ello, Melo concluye que el rápido crecimiento de la producción minera en
la provincia de Antioquia, y los más suaves de otras provincias como Cauca y
Chocó, dinamizaron la economía virreinal. Si bien tradicionalmente se ha
atribuido este incremento a las medidas reformistas de Carlos III, Melo recoge
que la mayor producción aurífera antioqueña coincidió con el aumento de su
población. Es posible que parte de la masa asalariada se desplazase desde otras
actividades al sector minero.
Es posible
asimismo que los gastos administrativos del virreinato se hubiesen incrementado desde 1739, por lo que
se necesitaron remisiones de moneda de otros territorios indianos para hacer
frente a estos gastos, especialmente en los años 40 del siglo, en los que los
conflictos bélicos obligaron a las autoridades a mantener una numerosa
guarnición en la costa.
El
padre Gumilla hacía referencia en su Orinoco
Ilustrado a una carta que le remitió el padre de la Compañía de Jesús de 27
de enero de 1741 en la que le informaba que durante la Guerra del Asiento, y
para evitar su saca por los extranjeros,
el virrey había ordenado la llevanza de todos los oros a acuñar sin
demora, bajo pena de prendimiento, a la Casa de Moneda, saliendo fundición cada
quince días. Con ello el rey adelantaba el señoreaje sobre los quintos y el
derecho de Cobos y se evitaban los fraudes que se hacían en las barras, y en
pocos días se había recogido medio millón en oro, que era solamente el principio de lo que después adelantaran estas labores.
Informaba también que no se habían empezado a beneficiar las minas de
Mariquita, Muso, Pamplona, Cañaverales y otras.
Si
bien por Real Cédula de 18 de marzo de 1771 se ordenó la recogida de la moneda
macuquina, la extinción de esta moneda no tuvo efecto en el territorio
neogranadino, alegándose la falta de recursos públicos y la gran cantidad de
moneda cortada que corría en el territorio, estimada por algunos en más de
cuatro millones de pesos. Esta situación continuó tras la independencia del
territorio. La moneda macuquina y caraqueña
siguió teniendo curso legal hasta 1848.
En
1772 el virrey afirmaba que el Reino no disfrutaba de ningún comercio, y dado
que la moneda era necesaria para el mismo, salía de él, al no haber proporción
entre los géneros que se introducían y los frutos del país. Afirmaba que se
debería hacer acopio de los frutos que la tierra producía, tan preciosos y
abundantes, para canjearlos por los que se importaban, para conseguir así
mantener en él la moneda.
Según
los cálculos de Humboldt, la provincia de Chocó podría producir por sí sola más
de 20.000 marcos de oro si la misma se poblase, dado que consideraba que era
una de las más feraces del Nuevo Mundo, y se debía fomentar su agricultura. Lo
cierto es que a finales del siglo XVIII estaba poblada mayoritariamente por
esclavos africanos y por indios, y el precio de los alimentos era excesivo.
El
precio de un barril de harina estadounidense era de 64 a 90 pesos, y un quintal
de hierro 40 pesos, mientras que el sueldo de un arriero era de un peso o peso
y medio al día. La carestía se debía, según su opinión, a la falta de
infraestructuras en las comunicaciones, y a que toda la población consumía sin
producir nada.
Cuando
Juan José de Elhúyar, descubridor del wolframio y colaborador de José Celestino
Mutis, fue nombrado director de las minas del Nuevo Reino, se reemprendió la
labor de las minas de plata de Pamplona y Santa Ana, cerca de Mariquita, y se
estableció un taller de amalgamación con cuatro barriles. Dado que la producción
no ascendió, entre los años 1791 a 1797, más que 8.700 marcos y los gastos ascendieron a
216.000 pesos, el virrey ordenó abandonar la mina.
Para saber más:
GUMILLA, J., El Orinoco Ilustrado, y
defendido, Historia natural, civil y geographica de este gran río, y de sus
caudalosas vertientes, segunda impresión, T. I, Madrid, 1765.
HUMBOLDT, A. von, Ensayo Político
sobre la Nueva España, T.III, Paris, 1827.
LÓPEZ DE AZCONA, J.M. y LUCENA GIRALDO, M., La Minería en Nueva Granada: Notas
Históricas 1500–1810, IGME, 1992, p. 10.
MELO, J.O., “Producción minera y crecimiento económico en la Nueva Granada
durante el siglo XVIII”, Revista
Universidad del Valle, nº 3-4, Cali, 1977.
RESTREPO , J.M., Memoria sobre amonedación de oro i plata en la Nueva Granada desde
el 12 de julio de 1753 hasta 31 de agosto de 1859, Bogotá, 1860.
TEMPRANO, L., Monedas de Colombia, 1810-1992, Bogotá, 1993.
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