lunes, 7 de mayo de 2018

Los primeros reales de a ocho de las cecas castellanas

Publicado en El Eco Filatélico y Numismático, Año LXXIV, nº 1.273, Mayo 2018, pp. 46-48


Es ampliamente conocido en el mundo numismático el importante papel que tuvo la moneda de plata de mayor módulo de la Monarquía Hispánica, el real de a ocho, conocido también como peso, duro, piastra o patacón, en la circulación monetaria tanto de sus propios reinos como a escala internacional, incluso durante el siglo XIX, cuando hacía ya muchos años que había dejado de acuñarse. A pesar de ser una moneda que, hasta las reformas de los monarcas de la Casa de Borbón, estaba en muchas ocasiones en extremo deficientemente acuñada y era fácilmente cercenable, y en muchas ocasiones tenía graves faltas en su peso, se encontraba en el mercado en enormes cantidades.
Su origen se encuentra en las macromonedas de plata labradas a partir de la segunda mitad del siglo XV con la plata procedente de los ricos yacimientos descubiertos en el Tirol y en Sajonia. Este tipo de emisiones rompieron con la tradición medieval de batir monedas de plata y vellón en finísimos discos, y se comenzaron a acuñar en Italia, con los bellos ejemplos de la lira Tron veneciana y los testones milaneses. Esta novedad se extendió asimismo por los Países Bajos, Francia y los estados alemanes. En estos últimos los soberanos de la Casa de Austria, como dueños de las minas de Sankt Joachimstal, emitieron sus famosos taler, thaler o táleros, la moneda a la que nuestro real de a ocho debe su origen.
A pesar de este módulo se impuso rápidamente en toda Europa, en España la moneda de plata siguió siendo el real, una moneda medieval nacida en tiempos de Pedro I, y con un peso fijado en sólo 3,53 gramos. La ley fijada en la Pragmática de Medina del Campo para la plata, de 11 dineros y 4 granos, su talla de 67 piezas por marco y su valoración en moneda de cuenta en 34 maravedíes se mantuvieron inalteradas para la conocida como plata nacional, la acuñada en las cecas de los Reinos de las Indias, durante tres siglos y medio. 
Pasó bastante tiempo desde la promulgación de esta Pragmática antes de que se batiesen múltiplos del real, y según Antonio Beltrán los mismos debieron comenzarse a labrar después de 1516 y antes de 1566, cuando Felipe II cambió los tipos de las emisiones argénteas. Los reales de a ocho se convirtieron tras su aparición en la base de la circulación monetaria de la Casa de Austria, y por influencia ultramarina cambiaron su nombre con el tiempo por el de peso duro o simplemente duro.
En el reinado de Carlos I se mandaron acuñar piezas de cuartos y ochavos de real, así como múltiplos de dos, cuatro y ocho reales. Las emisiones de dos y cuatro reales de facial se realizaron a partir de la década de los años 30, y las de ocho reales a partir de la década de los 50. De todas las monedas batidas en este metal, la más corriente en su uso fue con el tiempo la de ocho reales, que posteriormente, como antes comentábamos,  se convertirá en la auténtica divisa de las relaciones internacionales de la época. A juicio de Carlo Maria Cipolla  el real de a ocho no fue una moneda estable, dado que le faltó dicha estabilidad en su valor intrínseco, y ya en 1574 las pruebas realizadas en la ceca de Florencia mostraban faltas en su ley. 
Dos fueron las razones según Carlos Marichal para su enorme difusión. Por un lado, que durante muchos años la demanda monetaria en prácticamente todos los países del mundo consistía en monedas de plata, sirviendo las de oro fundamentalmente para ser atesoradas por los poderes públicos o por los particulares. Para este autor, los estudios de las experiencias históricas de las monedas universales del Antiguo Régimen tienen un evidente interés en una época marcada por la integración de los sistemas monetarios, y la revisión de la historia monetaria internacional muestra que los procesos contemporáneos de globalización tienen sus antecedentes en los sucesos de épocas precedentes. Asimismo, durante tres centurias las posesiones españolas en las Indias produjeron más de las ¾ partes de la plata mundial.  
La moneda de plata mantuvo los tipos precedentes de la época de los Reyes Católicos, con escudo contracuartelado de Castilla y León, y Aragón y Aragón-Sicilia en anverso, y en el reverso un yugo y un haz de flechas. También se mantuvieron las leyendas, FERNANDVS ET ELISABETH en anverso y REX ET REGINA CASTELLE LEGIONIS, más o menos apocopadas según el tamaño de los flanes donde se acuñaban. Para su correcta datación, como afirma el profesor José María de Francisco, hemos de tener muy presentes las marcas de ensayador. 
Este autor cita una pieza de un real que se batió en Sevilla y Toledo a nombre de Juana y Carlos, con anverso del tipo del escudo de oro y reverso que mantiene el de los Reyes Católicos. Cuando los ensayadores se trasladaban de unas cecas a otras continuaban incluyendo la sigla que habían utilizado en su primer destino, y así pueden ser ordenados cronológicamente los productos de varias cecas por un método auxiliar conjetural para situar en el tiempo algunas monedas sin datar.   
Dado que un real pesaba unos 3,4 gramos, los reales de a ocho pesaban entre 27 y 27,5 gramos, o, lo que es lo mismo, igual que los primeros táleros. Su le estaba establecida en 930,555 milésimas, por lo que su contenido en plata pura rondaba los 25,5 gramos, con un diámetro de 40 milímetros y un grueso de 3. Según Beltrán, no se conocen documentos sobre los primeros reales de a ocho acuñados en la Península, y estimaba que no debieron ser anteriores a la corona de oro de 1534 y debieron de aparecer antes de la obra de Covarrubias de 1566 Veterum collatio numismatum. Según este autor, entre 1543 y 1566 se batieron en las cecas de Burgos, Segovia, Sevilla y Toledo con los tipos de 1497, a nombre de los Reyes Católicos, con un arte muy deficiente. Del mismo parecer era María Ruiz Trapero.
Hasta este último año se puede hablar de continuismo en las emisiones monetarias, manteniéndose los tipos y leyendas vistos para las emisiones áureas, argénteas y de vellón. En 1566 se produjo la importantísima reforma del vellón y la readecuación de las emisiones de oro y plata, manteniendo la talla y la ley en estos dos últimos metales, en las Pragmáticas de la Nueva Estampa, de 23 de noviembre para el oro y la plata y de 14 de diciembre para el vellón.  Unos días antes de la primera de ellas, el 7 de noviembre, se emitió una Orden por la que se establecía el cobro del derecho de señoreaje sobre toda la moneda que se acuñase en el Reino, derecho al que habían renunciado los Reyes Católicos. Esto supuso que, por este concepto, se cobrasen 400 maravedíes por marco de oro acuñado, 50 maravedíes por marco de plata y 34 por marco de vellón rico, de la nueva especie que aparece con la pragmática el 14 de diciembre.
En las monedas de oro y plata, los cambios tipológicos lo fueron en la dirección de primar a Castilla como centro de la Monarquía Hispánica, y en el anverso de las piezas apareció el escudo de armas de la misma, con el único retoque de la inserción del escudo de Portugal tras la unión de las Coronas en 1580, salvo en el caso de las piezas de ½ real, en las que aparecía el monograma del Rey, por su pequeño tamaño. En el reverso de las emisiones áureas seguirá utilizándose la Cruz de Jerusalén, y en las de metal argénteo las armas cuarteladas de castillos y leones, las propias de la Corona de Castilla. Esta estampa, según el Ensayador Mayor José García Caballero en 1731, era “diferente a la que se avia acostumbrado siempre en España”.
El 11 de diciembre de 1558 las Cortes de Valladolid se quejaban de que las cecas producían cada vez menos piezas de medio real y de que su actividad se concentraba en la acuñación de piezas de a ocho y a cuatro, al suponer para los monederos menos trabajo y mayor ganancia. En la Pragmática de San Lorenzo de 2 de julio de 1588 se estableció, en su punto séptimo, que en toda la moneda de oro y plata debía constar el año en que fue emitida, y si no cupiesen los cuatro dígitos, habrían de ponerse los dos últimos, aunque en las emisiones del Real Ingenio de Segovia ya aparecía regularmente desde dos años antes.
Según Escalona, tras la Orden Real de visitar las siete Casas de Moneda de España y las averiguaciones de las diferencias que tenían en la forma de ensayar el oro y la plata, en el peso del dineral y otras cosas, mandó que la moneda que se labrase en adelante fuese uniforme, por Cédula de 22 de junio de 1588.
La reducción de la ley de las emisiones de plata por el ensayador Juan de Morales, anteriormente ensayador de la ceca de Burgos, en las piezas emitidas en el Ingenio a 11 dineros y 2 granos y la falta de sigla de ensayador en las monedas, hizo que se sospechase de ellas. Como recoge Glenn Murray, el engaño consistió en rebajar secretamente la ley de los primeros 18.000 kilogramos de reales de a ocho acuñados de su propia plata, según un plan urdido por el propio Felipe II y llevado a cabo por Morales.
Aunque dicho fraude solamente afectó a las emisiones de 1586, la desconfianza perduró durante todo el reinado de este soberano, y la marca de ensayador no apareció en las piezas durante el mismo. En el comercio exterior, la moneda de esta procedencia fue retarifada, y si en la Génova de 1636 un real de a ocho castellano se cambiaba a ochenta escudos, los del Ingenio sólo valían 78 escudos. Incluso existen algunos contratos del primer tercio del siglo XVII que citan expresamente que los cobros no se realizarían en moneda batida en los molinos de Segovia.

Bibliografía

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Fuentes

Archivo General de Simancas, Consejo de Juntas de Hacienda, leg.90, fol.112.
Nueva Recopilación de las Leyes de España. Libro V, Título XXI, Ley XIII. 
Nueva Recopilación de las Leyes de España. Libro V, Título XXI, Ley XIV.

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