Publicado en Numismático Digital, 5 de diciembre de 2012
En
el convulso cuarto final del siglo XVIII francés destaca la figura de Jean
Ribes, director de la Ceca de Perpiñán, que tejió una red de contrabando de
reales de a ocho españoles a gran escala con el que surtía de monetario a toda
Francia, dado que las acuñaciones de esta ceca superaban muchos años a los de
la ceca capitalina.
La salida fraudulenta de plata española hacia Francia fue una constante
durante toda esa centuria. A ello contribuyeron tanto el mayor ratio del oro frente
a la plata en España como la crónica escasez de moneda metálica en el país
galo. En el último cuarto del siglo en el país vecino el excesivo gasto de la Corte,
la pésima administración de la Hacienda y la participación en los conflictos
bélicos, como la Guerra de Independencia de los Estados Unidos, unido a la
práctica inexistencia de industria y a las restricciones en el comercio debidas
al férreo control mercantilista, llevaron a la quiebra del Estado. A ello se
unió desde 1778 la sequía, que hizo disminuir la producción cerealista y la
cabaña ganadera.
La legislación española es reiterativa en sus intentos de paliar este
tráfico ilegal, pero ni esta abundancia normativa ni las medidas tomadas en
este sentido, como fueron la devaluación de la moneda y la reducción de su ley
y el monopolio de las exportaciones otorgado al Banco Nacional de San Carlos
consiguieron acabar con la saca a gran escala, si bien parece que la redujeron.
Este contrabando era defendido abiertamente incluso por el cónsul francés
en Cádiz, Aubert, y era uno de los principales argumentos del conde de Mirabeu
en sus ataques al Banco Nacional de San Carlos. Si bien el principal punto de
salida de moneda de manera fraudulenta siguió siendo Cádiz, y se producía a lo
largo de las fronteras con Portugal y Francia, fue posiblemente en la frontera
catalana donde el tráfico ilícito estaba mejor organizado.
Las estructuras financieras de este tráfico a gran escala estaban
soportadas por dos de las grandes fortunas del Rosellón. Los hermanos banqueros
Raymond y Françoise Durand surtían de numerario a los contrabandistas para su
avituallamiento, y la recepción y redistribución de la moneda introducida era
controlada por el propio director de la Casa de Moneda de Perpiñán, Jean Ribes.
Ribes, además de este cargo, ostentaba los de Receptor General de Finanzas de
Tolosa, Orleans, el Rosellón y Montpellier, y trabajaba tanto como agente del
gobierno para reconducir este tráfico como en su propio beneficio desde 1775.
Este tráfico se alimentaba de la perfección alcanzada por las letras de
cambio, que permitían realizar los fondos en cualquier plaza que se designase,
y su negociación sin problemas en las principales plazas bursátiles francesas.
En 1783 y durante un lustro el Banco de San Carlos decidió que la exportación
de moneda a Francia se realizase exclusivamente desde el puerto de Bayona, y no
fue hasta 1787 cuando se habilitaron otros puntos de salida, en la frontera catalana
y en el puerto de La Coruña.
Asimismo, se endurecieron las penas en 1786, dado que por el Tratado
firmado el 24 de septiembre todas las monedas españolas que viajasen en
cualquier barco de cualquier nacionalidad debían ir acompañadas de un certificado
del cónsul español del puerto de embarque en el que constase su carga. Las
exportaciones legales a Francia supusieron entre 1783 y 1789 noventa y ocho
millones de reales de a ocho, siendo el principal destinatario el banco
parisino Lecouteulx et Cie.
Un informe de l’Epinay de 23 de junio de 1785 indicaba que era Barcelona el
destino de las letras de cambio giradas en Cádiz, Madrid y esta misma plaza, y
los contactos de Ribes se extendían a compañías radicadas en las tres ciudades.
La moneda metálica se conducía por arrieros a lomo de mulas vía Riba, Puigcerdá
y Veibez hacia los pueblos fronterizos de la Cerdaña. Los puntos de entrada en
Francia eran Le Perthus, Tolosa y el país de Foix, para centralizarse
finalmente en la población de Montlouis.
Se estima que el número de contrabandistas era de unos cien mil, frente a
cuarenta mil agentes de aduanas. El volumen del tráfico era tal que en Montluis
se recibían semanalmente entre 50 y 60.000 reales de a ocho. Asimismo, se
falseaban importaciones de carne procedente de Francia, se adelantaban fondos a
los contrabandistas para ser devueltos en la Ciudad Condal, e incluso se
premiaba a los pasajeros que pasasen moneda con destino a Francia. Los agentes
españoles perseguían a los contrabandistas incluso en territorio galo, y los
encuentros entre ambos acababan en ocasiones en enfrentamientos, e incluso en batallas
campales, como pasó en abril de 1787 entre 400 guardias y 150 contrabandistas. En
este comercio ilícito participaba activamente la población más humilde de la
Cerdaña francesa, siendo la principal fuente de ingresos para muchos de los
pueblos fronterizos.
Jean Ribes abastecía de moneda con este tráfico fraudulento a toda Francia.
Una parte del producto de este comercio ilícito se quedaba en el área para el
comercio regional, buena parte del mismo se reacuñaba y el resto se remitía a
Tolosa, Montpellier, Limoges y a los bancos de Lyon, e incluso a la capital y a
lugares mucho más alejados, como la Rochelle. Se estima que los escudos batidos
en Perpiñán entraban en circulación tres días después de que los reales de a
ocho de los que procedía su contenido habían llegado a Francia. Ribes se
convirtió asimismo en el principal proveedor de la Caisse d’Ecompte y del
gobierno galo, y trabajaba con Calonne, el Controlador General de Finanzas.
En 1786 la producción de medios escudos de plata de la ceca que dirigía es
la mayor de toda Francia, y en 1789 se batieron en la misma más de novecientos
mil escudos. En 1790 remitió a la Ceca de París dos millones de reales de a
ocho, y en Perpiñan se acuñaron ciento once mil marcos de plata. Asimismo,
compraba enormes cantidades de moneda española a comerciantes en Barcelona y en
el Mediodía francés a un valor de 5 libras, 6 sueldos y 2 o 6 dineros por pieza, y la revendía, en pocos días, con un pingüe beneficio
de más de 8 dineros por pieza.
Los escudos de esta ceca están batidos a nombre de Luis XVI, según el
diseño del Grabador Principal Benjamin Duvivier. En su anverso llevan su busto uniformado
y con coleta a izquierda y la leyenda LUD XVI D G FR ET NAV REX. En su reverso
encontramos un escudo coronado de tres flores de lis dentro de un campo oval rodeado
de dos ramas de olivo, la leyenda SIN NOMEN DOMINI BENEDICTUM, el año y la
marca de ceca Q. Su contenido en fino es de once dineros, y están batidos en
8,3 piezas el marco. Su diámetro es de 39 milímetros, y su valor facial era de
6 libras.
En el convulso año de 1792 Jean Ribes huyó de Francia y sus bienes fueron
confiscados, no volviendo a Perpiñán hasta la época del Consulado, jurando la
Constitución de 28 de vendimiario del Año IX. Entre los bienes que reclamó tras
su vuelta como emigrado desposeído se
encontraba un molino de harina habilitado para la fundición de pasta argéntea,
situado en las proximidades de Perpiñán, en un lugar conocido como Quatre
Cazals, lo que prueba que Ribes afinaba la plata en el mismo, fuera de las
estancias de la ceca que dirigía, en su
propio beneficio.
Bibliografía:
BOMBRÉ, F. « Trafic de piastres à Perpignan au
XVIIIº siècle », Bulletin de la
SASL, vol. XC, 1982, pp. 53-60.
COLLIN, B., “l’atelier monétaire de Perpignan et le
trafic des piastres à la fin du XVIIIº siècle », Acta Numismàtica 17-18, 1988, pp. 263-268
Novísima Recopilación de las Leyes de España, L. XII, T. VIII, leyes XII, XIII y XIV.
PÉREZ SARRIÓN, G. "Intereses financieros y
nacionalismo. La pugna entre mercaderes banqueros españoles y franceses en
Madrid, 1766-1796", Cuadernos de
Historia Moderna, Anejos, 2008, VII, pp. 31-72, p. 39 y ss.
VENTURA I SUBIRATS, “La moneda a Catalunya durant el
regnat de Carles III”, Revista d’historia modena, nº 8, 1 ,
1988, pp. 499-510.
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