Publicado en Numismático Digital, 1 de abril de 2015
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La isla de Tahití
fue descubierta por Pedro Fernández de Quirós en 1606, y en el siglo XVIII fue
visitada por algunos navegantes europeos, como el británico Samuel Wallis o el
francés Louis Antoine de Bouganville. La Corona española, tras tener
conocimiento de estos viajes y los de James Cook, con el fin de evitar el
establecimiento en la Polinesia de otras potencias occidentales y para
evangelizar a la población, tomó posesión en 1772 de la isla, que recibió el
nombre de Amat, en honor del virrey del Perú Manuel Amat y Junyent.
El
Virrey Amat envió cuatro expediciones: una a la isla de Pascua en 1770, que
tomó posesión de esta isla, que recibió el nombre de San Carlos, en honor del
monarca reinante, y otras tres a la Polinesia, con el objeto de ubicar sus
islas en el mapa y fundar colonias, con el fin de proteger con ello las costas
americanas. La primera expedición a Tahití salió del puerto del Callao el 26 de
septiembre de 1772 en la fragata El
Águila, al mando de Domingo de Bonaechea. Sus instrucciones fueron muy
precisas, en el sentido de que el fin de la misma era “…atraer nuevas almas a la religión cristiana y nuevos vasallos al
Rey”, lo
que al parecer se cumplió, dado que Cook afirmó más tarde que los habitantes de
Tahití siempre se referían a los españoles “…con
las mayores expresiones de estima y consideración”.
Una
nueva expedición fue enviada en 1774 al mando de Bonaechea, acompañado de dos
misioneros, fray Jerónimo Clota y fray Narciso
González, y de los dos indígenas
supervivientes de los cuatro que vinieron en la primera expedición, llamados Pautu
y Tetuanui. También les acompañaba como intérprete el limeño Máximo Rodríguez,
que había aprendido el idioma en el primer viaje, y cuyo Diario es considerado actualmente la principal fuente de estudio de
la sociedad tahitiana de la época. El día 1 de enero de 1775 se tomó posesión
de la isla en nombre del Rey de España.
Tras la muerte de Bonaechea, la expedición volvió al Perú, dejando en la
isla a Máximo Rodríguez, a los dos misioneros franciscanos y al grumete José Páez,
que abandonaron asimismo la isla con la expedición de Lándara de 1775. Con ello
se abandonaron definitivamente los intentos de establecimiento españoles en la
isla.
La
única referencia numismática que tenemos de estos viajes es que el comandante
de El Águila recibió de la Real
Hacienda para la expedición cien monedas de medio real y otras tantas de un
real, que en su anverso llevaban el busto de Carlos III. Estas monedas,
posiblemente acuñadas en la ceca de la capital virreinal, estaban perforadas
con un agujero para servir de adorno a los collares que los españoles
entregaron a los indígenas tahitianos.
Esta
costumbre está ampliamente documentada en la América española, donde según Rocha
las medallas de proclamación eran guardadas con cariño por los indios, y era
habitual que se las colgaran al cuello, por lo que salvo escasas excepciones
tienen un pequeño agujero para tal fin. Estas monedas fueron ensartadas en
alambres junto con cuentas de vidrio azul, a modo de sarcillos, y según Máximo
Rodríguez los tahitianos se los colocaban en las orejas a modo de pendientes.
En
los años posteriores otros europeos, como nuevamente James Cook y la famosa Bounty del capitán Bligh visitaron la
isla. Entre 1767 y 1797 Tahití perdió dos tercios de su población debido a las
epidemias y el alcoholismo, en un fenómeno común al resto de la Polinesia y
Nueva Zelanda. Tahití se convirtió en suministrador de carne de cerdo seco para
la colonia penitenciaria de Port Jackson, hoy Sydney, y en 1819 el rey Pomare II ordenó la
destrucción de los ídolos, y la población estaba ya mayoritariamente
cristianizada.
Durante el reinado
de la reina Pomaré, antes del establecimiento del protectorado francés en la
isla, la moneda más apreciada por sus habitantes eran los reales de a ocho
españoles, la piastre espagnole à double
colonne, si bien según los autores galos los aborígenes no conocían el
valor de la plata, dado que no era extraño que ofertasen dos pesos fuertes por
un objeto brillante. Los reales de a ocho recibían los nombres de dalla o tara, el mismo que posteriormente y hasta el siglo XX se dio a los
dólares y a los pesos de las repúblicas iberoamericanas en circulación en la
isla.
Cuando en 1843 los
franceses tomaron posesión de la isla, la unidad monetaria adoptada fue el 20
de noviembre de ese año la de la moneda de cinco francos de plata, con un valor
equivalente a los pesos chilenos en circulación. Pero en la práctica esta
moneda oficial no se correspondió con la moneda circulante, dado que el
numerario estaba compuesto en 1850 por onzas
chilenas de oro, con un valor de 84 francos, y sus divisores de medio, cuarto y
octavo de onza o doublon, a un valor de 40,
20 y 10 francos. En cuanto a la moneda de plata, se encontraban en circulación los
reales de a ocho españoles, con un valor de dos francos y medio, y las pesetas,
estimadas en 1 ¼ francos.
En 1862, una tabla
de cambios publicada en el periódico Messager
de Tahiti muestra circulación de numerosas monedas foráneas en los
establecimientos franceses de Oceanía, como los soberanos británicos y las águilas
y dólares estadounidenses de oro y los dimes
norteamericanos, chelines británicos
y diversos pesos fuertes de plata, entre ellos el Douro d’Espagne, con un valor de 5 francos y 30 céntimos, y los
reales españoles, que se estimaban en 66 céntimos. La presencia simultánea de
estas monedas creaba dificultades, existiendo agios bancarios para los pagos y
en las letras de cambio, y pérdidas o ganancias según la moneda utilizada.
Las ordenanzas del
gobierno de 1857 y 1863 prohibieron la entrada de dólares de oro de San
Francisco y la de los cóndores y medias piastras
chilenas, lo que se convirtió en papel mojado.
La situación se complicó con la entrada de moneda falsa procedente de
Perú y de Bolivia, con una ley menor que la legal. No fue hasta 1910 cuando se
consiguieron erradicar por las autoridades del territorio los pesos chilenos y
sustituirlos por numerario francés. Como se afirmaba en el Rapport de la Assemblée de
la Polynésie Française 11-2006, de la Commission
des finances, sobre una proposición para la introducción
del Euro en el territorio, con la instauración del Banco de Indochina el 1904
el franco se fue imponiendo progresivamente a las monedas extranjeras en
circulación, principalmente chilenas y peruanas
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