jueves, 5 de noviembre de 2015

Los primeros billetes de banco españoles

Publicado en Panorama Numismático, 5 de noviembre de 2015
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Los primeros billetes de banco españoles, conocidos como Cédulas, fueron emitidos en tiempos del rey Carlos III, que los autorizó por Real Cédula de 5 de enero de 1783, que aprobó globalmente todos los acuerdos tomados en la primera Junta General de Accionistas del Banco Nacional de San Carlos. La emisión de dichas Cédulas fue aprobada en dicha Junta a propuesta de su director, Francisco Cabarrús. El Conde de Floridablanca tomó bajo su responsabilidad esta primera emisión.

Los billetes eran, en su origen, un documento representativo de la moneda metálica, con la promesa de que se devolvería el montante que en él constaba en especie, y debían ser al portador, no podían devengar intereses y estaban emitidos a la vista. Por tanto, no dejaba de ser la promesa que una entidad privada, aunque con apoyo del Estado, hacía de que se podría cambiar por oro y plata el valor en el mismo consignado, y por tanto, estaba asimilado a lo que hoy día se entiende como papel moneda, aunque su circulación venía limitada por el alto facial en los mismos consignados.
Joseph Alonso Ortiz defendía a finales del siglo XVIII que la emisión de billetes de pequeño facial desterraba el oro y la plata de los países donde se emitían, dado que al girarse en ellos casi toda la negociación interna los metales preciosos no podían dejar de salir violentamente en busca del empleo que no encontraban en el interior. Ya en la primera Junta de Accionistas del Banco Nacional de San Carlos Cabarrús manifestó que Carlos III permitía que el mismo emitiese cédulas, un papel moneda que se reducía a dinero.
En cumplimiento de la Real Cédula de 5 de enero, en fecha 19 de enero de 1783 se encargó a Juan Bautista Rossi y a José del Toro que llevasen a cabo todas las actuaciones para la preparación de estas cédulas o billetes en la cuantía de 52 millones de reales de vellón, haciendo referencia a las cautelas a seguir para evitar las falsificaciones, la calidad del papel a utilizar y la distinción de los distintos faciales por colores, autorizando asimismo a José del Toro para la media firma de estos nuevos billetes.
La primera de las emisiones lleva fecha de 1 de marzo de 1783, y consta de nueve valores, desde los más pequeños de 200 reales a los de mayor facial, de 1.000 reales de vellón. La segunda serie fue una reimpresión de la primera, aunque con menos faciales. Las diferencias con los Vales Reales eran sustanciales, dado que corrían por su valor nominal, sin interés, y eran de curso forzoso para todas las tesorerías. Asimismo, eran títulos al portador, y por tanto no necesitaban ser endosados. El tenedor podía acudir al Banco en cualquier momento y cambiarlos por moneda metálica.
Una vez que se acordaron las características que debían reunir los billetes y que fuesen aprobadas por las juntas particulares de directores, se comisionó a los directores José del Toro y Juan Bautista Rossi para hacerse cargo de todo lo necesario para su fabricación, en un monto global antes recogido. Su diseño era bastante simple. Consistía en una orla de elementos vegetales que enmarcaban el número correlativo, el valor o denominación y las firmas de los directivos. En la orla superior se encontraba el emblema del Banco, consistente en dos manos unidas como símbolo de transacción mercantil y la leyenda fides publica, rodeado por el nombre de la institución emisora, Banco Nacional de San Carlos. El origen de este símbolo se encuentra en las emisiones romanas, y fue más adelante utilizado en billetes de otros países europeos. Se diferenciaron de otros billetes europeos anteriores y coetáneos por usar tintas diferentes según el valor facial de cada ejemplar. 
Su tamaño era de 200 x 400 milímetros, y estaban estampados en papel de tipo ingres comprado a José Llorente, un fabricante de la localidad barcelonesa de Capellades, con la obligación de no fabricar papel semejante al que había suministrado al Banco. El mismo tiene un baño de alguna disolución para darle más cuerpo, y lleva marcas de agua con anagramas de números y letras. El grabado se hizo en aguafuerte tallado a buril, trabajado sobre plancha de cobre, e impreso a un color y en calcografía sin reverso. Hay que tener en cuenta lo avanzado de su diseño, dado que el procedimiento calcográfico no se utilizó para la estampación de billetes en muchos países de Europa hasta mediados del siglo siguiente.
Los colores elegidos fueron el negro para el de 200 reales, el azul para el de 300, el teja para el de 400, el verde para el de 500, el amarillo para el de 600, el violeta para el de 700, el teja subido para el de 800, el morado para el de 900 y el encarnado para el de 1.000. El diseño de sus grabados fue realizado por los hermanos Rafael y Alberico Mengs Guazzi, hijos de Rafael Mengs.
La impresión fue supervisada por Joaquín de Ybarra, y se realizó posiblemente en varias imprentas madrileñas, dado que la Real Calcografía no fue fundada por el conde de Floridablanca hasta 1789. Los grabadores fueron José Asensio, Mariano Brandi-Moreno de Tejada, Manuel Salvador Carmona –yerno de Mengs-, Fernando Selma, Antonio Carnicero y Rafael Ximeno, bajo la supervisión de Antonio Ponz, secretario de la Real Academia de San Fernando.
La numeración de los billetes se realizó a mano, en el ángulo superior izquierdo. El encargado de recoger las firmas fue Agustín Ceán Bermúdez. Entre los encargados de numerar a mano estas cédulas estaba Agustín de Betancourt, que años más tarde, como Teniente General del Zar Alejandro I, fue el encargado de dibujar los nuevos rublos.
Cada billete debía de llevar tres firmas, que se correspondían con las del Tenedor de la Caja General, don Pedro Pauca, el Cajero General, don Joaquín Pablo de Goicoechea, y la de un Director, que era diferente en cada uno de los faciales emitidos, y que fueron firmados por el Marqués de Matallana -500, 600,700 y 1.000 reales-, Rossi -200, 800 y 900- y Toro-300 y 400-.
El monto global de esta primera emisión fue el siguiente:




De los mismos, solamente se pusieron en circulación 18.250.000 reales, y su presencia en el mercado no fue muy duradera, dado que en 1785 estos billetes se hallaban ya recogidos en el archivo del banco. Nunca consiguieron la aceptación de los usuarios, a pesar de las previsiones de Cabarrús. En teoría, sus valores menores que los vales y la falta de necesidad de endoso los harían circular más rápidamente, y además eran convertibles en dinero metálico inmediatamente y sin pérdida.
Para compensar los billetes a la par de esta emisión y las subsiguientes, la Real Hacienda depositó en el Banco un total de 30 millones de reales en oro, que debían ser acuñados en la ceca madrileña. Para obtener estas reservas, el principal objetivo del banco era el de obtener liquidez, dado que en fecha 15 de marzo de 1783, la de comienzo de operaciones, debía tener una cantidad mínima en metálico.
El banco tenía que ir recibiendo los fondos en efectivo a medida que se fuese acuñando el oro en la Casa de Moneda de Madrid, y los directores del banco debían hacer entrega simultáneamente a la Tesorería General de los billetes que estuviesen habilitados para salir a la circulación.
Entre el 21 de mayo de 1783 y el 25 de septiembre del mismo año se realizaron las entregas entre la Tesorería General y el banco de moneda metálica y billetes, respectivamente, hasta un importe global de 20 millones de reales, con lo cual no se llegó a la previsión hecha por Cabarrús de los 30 millones de reales.
En la Memoria presentada por la dirección del banco a la Junta General celebrada el 20 de diciembre de 1783, la misma se lamentaba de que los billetes no hubiesen tenido la acogida que se había deseado, a pesar de las medidas tomadas por el gobierno para su aceptación, obviando con ello la lógica de que en todo tiempo y lugar la circulación expedita de los billetes de banco como moneda solamente se ha conseguido con el transcurso de un plazo razonable de tiempo.
El monarca ordenó que en las oficinas de recaudación madrileñas se aceptasen estos billetes, y al Tesoro que pagase con ellos si fuese posible. También fueron aceptados por los Cinco Gremios Mayores madrileños y por la Compañía Guipuzcoana de Caracas. Toda vez que los Vales Reales cotizaban a la par, no fue necesario recurrir a nuevas emisiones de estas Cédulas.

Para saber más:

ALONSO ORTÍZ, J., Ensayo Económico sobre el sistema de la moneda-papel: y sobre el crédito público, Madrid, 1796.
ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN, G, “Guerras, monedas y deuda durante el reinado de Carlos III”, en Carlos III y la Casa de la Moneda, Catálogo de la exposición celebrada en el Museo casa de la Moneda, Madrid, diciembre 1988-febrero 1989.
ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN, G, "Historia del Billete", en Enciclopedia de billetes de España 1783-2006, Filabo, Barcelona, 2006, pp. 51-69.
FRANCISCO OLMOS, J.M. de, “El estampillado de billetes de banco. Alteración de un documento económico como medio de propaganda política”, Revista General de Información y Documentación, 2004, 14, nº 2, pp. 59-96.
MORENO FERNÁNDEZ, R., “El personal del Banco de España: Desde su origen en el siglo XVIII hasta fin del siglo XIX”, Estudios de Historia Económica, nº 54, 2009, Banco de España, Madrid, 2010.
REINAL BOIX, J. “El primer Banco de España. El Banco Nacional de San Carlos”, Crónica Numismática, febrero 2000, pp. 59-61.
SANTIAGO FERNÁNDEZ, J. de, “Legislación y reforma monetaria en la España Borbónica”, en VI Jornadas sobre Documentación Borbónica en España y América  (1700-1868), Madrid, 2007, pp. 403-436.
SANTILLÁN, R., Memoria histórica sobre los Bancos Nacional de San Carlos, Español de San Fernando, Isabel II, Nuevo San Fernando y de España, Madrid, 1865.
TORTELLA CASARES, T., "Cultura y política: dos símbolos del poder financiero en los billetes del Banco de España", NVMISMA, nº 250, enero-diciembre 2006, pp. 591-608.
TORTELLA CASARES, T., "El billete español en la Edad Contemporánea: mucho más que un medio de pago", en VII Jornadas Científicas Sobre Documentación Contemporánea (1868-2008), Madrid, 2008, pp. 331-368.

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