Publicado en Numismático Digital, 1 de junio de 2016
http://www.numismaticodigital.com/noticia/9555/articulos-numismatica/las-remesas-de-metales-preciosos-indianos-en-la-edad-moderna-iv.html
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El
destino de todos los tesoros llegados a la Península en esta época era la Casa
de Contratación, y si por alguna circunstancia el desembarco se producía en
otro puerto que no fuese Sevilla, como Málaga o Lisboa, los cargamentos eran
inmediatamente trasladados a este lugar. Una vez en la Casa, un funcionario,
llamado balanzario, los pesaba, procediéndose después a su custodia en la
cámara del Tesoro, la Audiencia o el Consulado de Comercio.
Las cámaras y arcas
estaban cerradas con tres llaves, y cada una de ellas estaba en manos de un
funcionario diferente. Una vez que todo estuviese registrado y en orden, y
previa autorización del Consejo de Indias, las cantidades correspondientes a
comerciantes privados les eran devueltas a sus propietarios por el Maese de la
plata de la flota, normalmente en el plazo de cuatro meses.
No todo el metal
precioso que llegaba en las flotas era acuñado directamente, y en ocasiones se
pagaban por la Corona cantidades importantes de metal sin batir a sus
acreedores, especialmente a los banqueros.
La ceca de Sevilla, y por ende todas las de la Corona, solamente
acuñaban aquellos metales que tuviesen la finura adecuada que vimos
anteriormente, por lo que sus propietarios habían de hacerse cargo del mismo, y
eso hizo que los mismos se vendieran en muchas ocasiones en subasta pública a
los mercaderes de oro y plata.
Los mercaderes eran
particulares, acaudalados, con experiencia financiera y en muchas ocasiones
bancarias, que se especializaron en la compra de los metales preciosos con un
descuento a los productores, y que llevaban los mismos a las casas de fundición
y posteriormente a las cecas para su conversión en moneda. Su actividad
beneficiaba tanto a los productores como a las Casas de Moneda, dado que
garantizaban el suministro de los metales necesario para que el proceso
productivo fuese rentable.
Estos mercaderes,
que se hacían cargo del manejo y tráfico de los caudales y realizaban el
afinado de los metales preciosos, gozaban del privilegio de no poder ser
visitados por la Justicia, lo que contribuyó aún más al fraude. Desde 1608 se
estipuló que solamente las compañías que constasen de dos o más socios podrían
participar en este negocio, lo que supuso la aparición en España por vez
primera de las sociedades comanditarias a gran escala.
Parte de las remesas
de plata eran remitidas sin acuñar a las cecas de otras ciudades del Reino,
especialmente al Ingenio de Segovia. Otras Casas de Moneda fueron beneficiadas
por remesas ocasionales, como las de Madrid, Granada y Cuenca. Pero los
propietarios de la plata preferirán batirla en Sevilla, toda vez que se
ahorraban los costes de transporte y recibían el metal acuñado en menos tiempo.
Asimismo, se prefería, como en las cecas indianas, la labra de reales de a
ocho, en contra de lo deseado por la Corona, que ordenaba la emisión de piezas
de reales sencillos, de a dos y de a cuatro, dado que los comerciantes y
súbditos necesitaban también moneda fraccionaria.
Para Domínguez
Ortiz, la importancia capital de la ceca de la capital hispalense radicaba en
que la misma proveía a la Corona de las emisiones de oro y plata necesarias
para financiar su política exterior. Toda vez que las cantidades recibidas en
concepto de pagos a la Real Hacienda devenían insuficientes, la monarquía
desarrolló el sistema de juros como fuente de financiación, del que ya hemos
hablado anteriormente en esta obra.
La época de Carlos
II presenta para este mismo autor grandes incógnitas. Quizás la más importante
de ellas sea el cálculo de las remesas de oro y plata que llegaron durante su
reinado, toda vez que el fraude generalizado y la falta de registros de entrada
hacen difícil su estimación. Los comerciantes que pudieron sobrevivir a las
quiebras, muchos de ellos mudados a Cádiz, siguieron participando en el comercio
de la plata, y este metal siguió siendo utilizado para los gastos interiores y
exteriores de la Corona.
La saca de metales
preciosos continuó como en épocas anteriores. Antonio Miguel Bernal recoge el
testimonio del cónsul francés, que nos informa de en 1670, el 49% de las
remesas pasaron al extranjero en un plazo inferior a un mes, el año siguiente
se extrajo el mismo porcentaje solamente en embarcaciones francesas, y en 1681
el 62,69% de lo arribado en los Galeones, unos trece millones de pesos, habían
salido de Cádiz para Europa en seis semanas.
El transporte de la
plata en Europa necesitaba de una adecuada coordinación de todos los agentes
que participaban en el mismo, para llevarlo a cabo de la manera más rápida y
eficaz. Los banqueros de Madrid trabajaban siempre con los mismos comisarios,
que recogían las rentas o los metales preciosos en distintos lugares de la
Península y volvían con ellos a la capital, al igual que sucedía con los
agentes que debían recibir el metal precioso en Barcelona, el que posteriormente
se hacía cargo de él en Génova o el que posteriormente se ocupaba de su venta.
En Madrid se contaba
el dinero y se empaquetaba en talegos y cajas de madera, en un valor común de
20.000 reales por cada una de ellas. El peso máximo de carga por mula que
normalmente se acordaba entre los comisarios y los carreteros era de 13 arrobas
por macho, y en cada carga iban dos cajas. Estas cajas se preparaban para
resistir las inclemencias y el transporte y llevaba una insignia de las Armas
Reales, dado que su contenido estaba protegido por la Corona.
El embalaje se
realizaba ante notario y en presencia del comisario encargado del transporte, y
se certificaba la suma recibida, el tipo de monedas y el destino de las
partidas. El comisario era el responsable del transporte hasta que se entregaba
la carga en destino a cambio de una carta de pago. Al estar en principio
prohibida la transferencia de metales preciosos de unos reinos a otros, debía
contar con una previa licencia real y un permiso especial del Consejo de
Hacienda al banquero, y de éste al comisario, que recibía asimismo poderes para
hacer uso de las licencias de saca y de los pasaportes.
Las licencias de
exportación de metales preciosos se concedían a los banqueros como parte de las
concesiones de los asientos por los ministerios de Hacienda y Guerra, y los
pasaportes eran órdenes expedidas a las autoridades de cada uno de los
territorios que se atravesaban para que no se produjesen incautaciones o
retenciones. De no llevarse estos pasaportes, cualquier autoridad podía
disponer de manera temporal del dinero circulante en el territorio de su
jurisdicción, y servían igualmente para solicitar protección de dichas
autoridades.
Hasta 1640 el puerto
de embarque normalmente utilizado era Barcelona, y a partir de la revuelta de
los segadores se optó por los de Denia, Valencia o Cartagena. Los viajes de ida
y vuelta a Barcelona no duraban más de quince días, y diez a Cartagena. Si el
destino era Amberes, se embarcaban los caudales en los puertos del Cantábrico y
el Atlántico, especialmente en La Coruña. Una vez en el puerto, se entregaban
por el comisario a un agente de la ciudad, si bien en los envíos a Génova era
habitual que se embarcasen con los caudales.
Cuando el dinero
llegaba a Génova, o bien se vendía en esta misma plaza o bien se reenviaba a
otra ciudad. También se podía depositar en el Banco de San Jorge o remitirlo a
Milán o Amberes, en este último caso cruzando los Alpes. El coste del
transporte se realizaba en plata, y si bien cuando los portes se hacían
íntegramente en territorio castellano podían pagarse en vellón, en los
territorios de la Corona de Aragón se debían liquidar en plata.
La llegada de
metales preciosos, tanto por cuenta de la Real Hacienda como de los
particulares, se incrementó notablemente en el siglo XVIII, especialmente en el
caso de las remesas a particulares, que supusieron un 89,80% del total de los
llegados entre 1717 y 1778, según el siguiente detalle:
Importación de metales preciosos desde las Indias (1717-1778), en
pesos
|
|||||||
Real Hacienda
|
Particulares
|
Totales
|
|||||
1717-1738
|
|
1747-1778
|
1717-1738
|
1747-1778
|
|||
Plata
|
15.136.927
|
|
36.101.485
|
117.088.918
|
333.026.274
|
501.353.604
|
|
Oro
|
6.554.582
|
|
2.624.195
|
13.728.176
|
67.976.485
|
90.883.438
|
|
Total
|
21.691.509
|
38.725.680
|
130.817.094
|
401.002.759
|
592.237.042
|
Según los estudios
de la profesora García Bernal, los caudales recibidos por los particulares
representaron el 76,78% de las remesas recibidas en España, frente al 23,21% de
las mercancías, no cabiendo ninguna duda del importante peso específico en el
comercio ultramarino de las entradas de metales preciosos en la Península y en
el circuito comercial europeo.
A finales del siglo
XVIII, según Humboldt, el conjunto de los metales preciosos beneficiados en la
América española y portuguesa ascendía a 70.000 marcos de oro y 3.250.000
marcos de plata, lo que suponía el 90% del total del oro y el 91% del de la
plata a nivel mundial, lo que suponía un porcentaje de 1 a 46 entre ambos
metales, una cantidad no muy diferente a lo extraído en el continente europeo,
incluyendo la Rusia asiática, en la que la proporción estaba en 1 a 40.
Parte de las remesas
llegaron en metal ya amonedado, y gran cantidad de ella siguió arribando en
barras y piñas. La Casa de Moneda de Sevilla vivió épocas de una febril
actividad, que coincidían con las llegadas de las Flotas, con otras de una
práctica inactividad, al espaciarse las salidas de galeones y Flotas, lo que
para este autor estuvo en ocasiones motivado por los intereses de los grandes
mercaderes, que al crear en las Indias una artificial escasez conseguían
incrementar los precios de sus mercancías.
Como afirma Serrano Mangas, la plata, ya fuese la oculta o la corriente,
era la garantía de la circulación y aceptación de la moneda de vellón, y la
abundancia o escasez de metales preciosos determinaba el crecimiento o el
reflujo del premio. El deseo de los comerciantes, en todo momento, fue trocar
la moneda de vellón, inútil fuera de las fronteras de los reinos peninsulares
de Castilla, por plata peruana o mexicana, una moneda universal cotizada a
escala planetaria.
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