Publicado en Numismático Digital, 3 de diciembre de 2014
SPENCE, J.D., The Search for Modern China, Norton, 2013.
Existe en la historiografía china un debate abierto sobre el
posible impacto que pudo tener el coyuntural descenso en la recepción de plata
procedente de las Indias españolas como factor desencadenante o coadyuvante en
la caída de la dinastía Ming. La plata española había sido un importante factor
para la mercantilización de su economía y la base de su sistema fiscal, con lo
que su escasez, combinada con una serie de desastres naturales y con las
revueltas campesinas interiores, habría favorecido la conquista de China por
los manchúes de la dinastía Qing.
La plata era ya empleada en el siglo
XV, antes de la llegada de los portugueses y españoles, en sustitución de un
papel moneda cada vez más depreciado, especialmente en las provincias
meridionales de China. El año 1436 los emperadores Ming dieron cobertura legal
al metal argénteo, y desde mediados del siglo siguiente se ordenó que los
tributos debían pagarse necesariamente en el mismo, a partir del sistema
impositivo conocido como del latigazo único o i-t’iao pien fa.
En un primer momento, su circulación se
circunscribió a las provincias de Quanzhou-Cantón- y Zhangzhou. A pesar de no
existir moneda de este metal, la plata se utilizaba para el pago de las
operaciones al por mayor, para los intercambios internacionales y para el pago
de tasas. Cipolla afirmaba que los chinos estaban enamorados de los reales de a
ocho, pero que una vez adquiridos no los ponían en circulación como moneda,
sino que los fundían en lingotes o los cortaban. Para los pagos se procedía a
cortar los lingotes o los reales de a ocho recibidos con unas cizallas en
piezas del peso requerido.
El comercio con los españoles de Manila
y con los portugueses de Goa y Malaca fue el que familiarizó a los chinos con
la moneda que sería dominante en el comercio en las siguientes tres centurias.
Con la concesión del permiso de establecimiento en Macao a los portugueses en 1557
y con la fundación de Manila en 1571 comenzó una época de activo comercio de
los mercaderes chinos con los puertos bajo control ambos países ibéricos.
Para adquirir la plata española en
Manila y la japonesa en Macao los comerciantes chinos se vieron obligados a
vender seda, que estaba libre de impuestos directos, y cerámica, utilizada en
realidad como lastre de sus juncos, para cubrir sus necesidades de numerario
metálico. Los pesos españoles comenzaron a ser familiares en los puertos de
Cantón, Ningbó y Amoy desde 1571, por su relación comercial con las Filipinas. Este comercio fue según Ollé un factor de
canalización de un flujo comercial suficiente para que el Imperio Chino tomase
medidas para la pacificación e integración en el sistema de las últimas redes
de piratas y contrabandistas, organizadas en grandes flotas navales.
Los portugueses obtenían plata para su
comercio con China de Japón, pero también en la propia Península Ibérica. Según
Céspedes la primera y más importante vía de salida de plata hacia Oriente nacía
en Lisboa, donde se combinaban su proximidad y fácil comunicación con Sevilla
con ser el principal puerto de la naciente ruta comercial hacia las Indias
Orientales. A ello contribuyó igualmente la unión de ambas Coronas en el
reinado de Felipe II, con la que los mercaderes lusitanos extendieron sus
negocios a los reinos de Castilla, tanto peninsulares como indianos.
Según Cipolla, en los siglos XVI y XVII
las naos portuguesas transportaban a Macao de 6 a 30 toneladas de plata al año.
También reproducía las palabras de Gomes Solis en su Arbitrio de la plata publicado en Londres en 1621, que afirmaba que
“… la plata va peregrinando por todo el
mundo para acabar finalmente en la China, y allí se queda como si fuera su
lugar natural”, y las del almirante don Honorio de Bañuelos y Carrillo, que
atestiguaba que el emperador de China podría construirse un palacio de plata
con las barras que de este metal llegaban del Perú.
Fue durante la Guerra de los Ochenta
Años, que enfrentó a España con las insurrectas Provincias Unidas, cuando los
holandeses comenzaron a navegar hacia Oriente. Tras la Tregua de los Doce años
y la reanudación de las hostilidades, el gobierno español decretó en 1621 el
embargo general del comercio con Holanda, que duró hasta 1647. Los neerlandeses siguieron obteniendo metal
argénteo por vías alternativas a través de Calais, Amberes, Hamburgo y Londres.
También la conseguían con el comercio
que con base en Bayona y San Juan de Luz, controlado por las comunidades
sefardíes de estas poblaciones vascofrancesas, introducía en el norte de
Castilla y Aragón especias y textiles a cambio de plata y lana. A pesar de
ello, la totalidad del comercio holandés sufrió de escasez de numerario de
plata.
Dado
que la Corte china prefería comerciar con los españoles y portugueses, y las
exportaciones de seda se realizaban hacia Macao y Filipinas, los holandeses
llevaron a cabo una agresiva política en la que intentaron tomar Manila y Macao
y asaltaron numerosos navíos chinos, obteniendo finalmente el permiso de
establecerse en Formosa, donde en 1626 se establecieron también los españoles. Para los holandeses Japón era la principal alternativa para
obtener plata al Imperio español, por lo que tras la expulsión de los comerciantes
ibéricos los holandeses quedaron como únicos suministradores de este país,
ventaja que se acrecentó con la prohibición del soghunado a los japoneses de
abandonar el país, acabando con ello con el floreciente comercio nipón con
China. La crisis monetaria global de los años 40 del siglo, que coincidió con
la última fase de la cruenta Guerra de los Treinta Años en Europa, llevó a Japón a la prohibición de cualquier
exportación de plata.
Las medidas tomadas por los monarcas
españoles para evitar el contrabando de plata con Oriente desde las Indias, el
cierre del comercio de Macao con Japón y la crisis del Galeón de Manila habían
reducido de forma drástica el flujo de plata hacia el interior de China,
produciendo deflación, acaparamiento y el incremento de la presión fiscal. A
ello se sumaron una serie de desastres naturales que devastaron amplias
regiones del imperio chino.
La conjunción simultánea de todos estos
sucesos causaron un rápido y descontrolado aumento en el valor de la plata, por
lo que para muchas provincias se hizo imposible pagar los impuestos que habían
de satisfacerse en este metal. La cada vez más escasa plata fue atesorada, lo
que produjo un descenso del precio del cobre, la verdadera moneda metálica
china. Mientras que en los años 30 del siglo mil piezas de cobre equivalían a
una onza de plata, diez años después se estimaban en menos de la mitad, y en
1643 en menos de un tercio.
Ello llevó a la ruina a los
agricultores, que debían pagar sus tributos en plata mientras que sus ingresos
eran recibidos en moneda de cobre. Junto a ello se sucedieron en el norte de
China hambrunas debidas a las malas cosechas, producidas por un clima seco y
frío en un fenómeno climático conocido como Pequeña
Edad del Hielo, y en todo el país hubo graves inundaciones y epidemias que
diezmaron su población. La rebelión estalló en Shanxi en 1627 y durante seis
años se produjo una cruenta y larga guerra.
La conjunción de las sublevaciones
interiores de campesinos hambrientos y de la presión de los manchúes en el
norte hizo que en 1644 los nuevos emperadores Qing tomasen el control de Pekín.
En algunas provincias como Yunnan, Shanxi o Nakín, así como en la isla de Formosa
controlada por Koxinga, los partidarios de los Ming resistieron unos años más,
hasta que Zhu Youlang, el último pretendiente Ming, fue ejecutado en 1662.
Thierry recogía el caso de tres
ocultaciones descubiertas a principios de los años 70 del siglo XX en Fujian,
compuestas de moneda macuquina batida antes de la llegada al poder de Felipe V,
que se debieron producir por los ejemplares que las componen entre el periodo
final de la época Ming y la llegada de la dinastía Manchú, entre los años 1644
y 1660, esta época convulsa que hemos estudiado. Porque, como afirmaba el
contemporáneo monje agustino portugués Sebastiâo Manrique, los mercaderes
chinos si fuese posible habrían descendido a los infiernos para fabricar nuevos
objetos para vender, y así adquirir la codiciada plata y los reales de a ocho
españoles.
BIBLIOGRAFÍA
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