Publicado en OroInformación, 11 de febrero de 2019
Este virreinato se creó en 1717
sobre lo que anteriormente era la Audiencia de Santa Fe, a la que se unieron
las de Quito y Panamá y seis provincias de la de Santo Domingo, la posterior
Capitanía General de Venezuela, y se suprimió la Audiencia de Panamá, y tuvo
una vida efímera, hasta 1723.
Nuevamente en 1739 se reinstauró, si bien los territorios venezolanos fueron
restituidos en lo judicial a la Audiencia de Santo Domingo.
A partir de 1680 se produjo una revitalización de
la minería del oro en Nueva Granada, especialmente en el área de Popayán,
debido a la mejora en las comunicaciones con las minas del Chocó. Según los
cálculos de Melo, citados por Manuel Lucena, de 1665 a 1700 Nueva Granada
produjo oro por valor de 571.700 pesos, de los que más de la mitad, 307.600
pesos, lo fueron en la década de los años ochenta. En todo caso, estas
cantidades están lejos de alcanzar la producción que se dio entre 1595 y 1624,
con un importe total de 8.014.500 pesos, y un promedio anual de 267.150. La
producción total del período estudiado por este historiador es de 16.631.700
pesos, desde 1550 a 1699.
La producción
áurea neogranadina creció durante el siglo XVIII, y especialmente a finales del
siglo, si bien en los yacimientos se siguieron usando técnicas primitivas
basadas en explotaciones superficiales por cuadrillas de mazamorreros. Las
arenas auríferas se lavaban utilizando bateas para sacar las pepitas, y en las
minas se trabajaba por el sistema de tajos abiertos o pozos. El mineral era
molido en ingenios, que requerían gran cantidad de mano de obra, tras lo cual
era lavado para proceder a su beneficio. Lucena afirma que había doce ingenios
para el tratamiento del oro y la plata en Mariquita, trece en las minas de
Ocaña y en la Montuosa diez.
El área del Nuevo Reino de Granada fue el lugar donde se encontraron los
más importantes y duraderos yacimientos auríferos de todo el continente. Se
estima que en este reino se benefició la mitad del metal áureo producido
legalmente en los Reinos de las Indias
españolas. Su posición geográfica hacía que tuviese buenas comunicaciones tanto
con el Virreinato de Nueva España y la cuenca del Caribe, por el puerto de
Cartagena de Indias, como con el del Perú y la cuenca del Océano Pacífico. Su
principal distrito minero se ubicaba en su área noroccidental, explotándose los
placeres de los lechos fluviales de los ríos en una zona de baja altitud,
húmeda y cálida.
Las minas del Chocó
no eran subterráneas, sino que todas las labores se hacían al aire libre. El
mayor costo para su funcionamiento era el de las pilas o estanques para
embalsar el agua necesaria para las labores. Se realizaban agujeros conocidos
como canalones, anchos en su boca y angostos en su final, y la mayor parte de
sus operarios eran negros, libres o esclavos, muy adaptados al clima de la
zona. Para el beneficio de estas explotaciones se utilizó en un
primer momento mitayos indios y esclavos negros, que eran organizados en
cuadrillas, en las que uno de sus miembros, el capitán de cuadrilla, era el encargado de recolectar el oro
encontrado, cuidaba de la disciplina y distribuía los bastimentos y alimentos
entre los demás miembros, bajo la supervisión de un capataz, normalmente
español.
El hispanista francés Pierre Chaunu
afirmaba que el núcleo de esta fuerza de trabajo esclava estaba formada por
africanos que se habían dedicado ya a la metalurgia del oro en sus lugares de
origen, en Benín o Mali. De acuerdo con los estudios de Bakewell, mientras
que en las explotaciones argénteas en las Indias españolas, normalmente
situadas en altura, como en el caso del Cerro rico de Potosí, la mortalidad de
los esclavos negros era muy elevada, en las explotaciones auríferas, ubicadas
en zonas bajas de clima tropical, tenían buena resistencia a las enfermedades y
a los duros trabajos. Así, aunque a finales del siglo XVI los esclavos negros
suponían alrededor del 14% de los mineros de Nueva España, donde más fueron
utilizados en la minería fue en la Nueva Granada en el siglo XVIII.
La dureza del
trabajo a realizar y las carencias en la alimentación hacía que la mortalidad
de los esclavos fuese elevada. A pesar de ello, y dado que parte de lo
encontrado quedaba en su poder, con el tiempo un número muy importante de los
esclavos negros dedicados a la minería compraron su libertad. Su número, junto
al de los mulatos libres, fue incrementándose, superando a comienzos del siglo XIX
con diferencia a la población esclava. En 1787 había en
las principales regiones auríferas unos 17.000 esclavos negros ocupados en
labores mineras. En 1778, de los casi 20.000 habitantes de origen africano en
el Chocó, 10.987 eran libres y 7.088 vivían en calidad de esclavos. El
porcentaje de trabajadores libres negros hacia 1808 suponía un 75% del total.
El número de negros mazamorenos destinados en las
minas de la provincia de Antioquía era en 1770 de 1.462, y en 1778 de 4.896
individuos. En el Chocó había, en 1778, 3.054, y en el valle de Cauca se
contaban, a principios del siglo XIX, 8.000 individuos. El oro de esta área era de baja ley, de 19 a
20 quilates de fino, mientras que en Barbacoas su ley era de 21 1/3
quilates, y en el Chocó de entre 20 y 21 quilates. La única mina que producía
oro de 22 quilates era, según Humboldt, la de Indipurdu, y en la mina de Girón
el oro tenía una ley superior, de 23 ¾ quilates de grano
Dado que las explotaciones se ubicaban
en territorios poco poblados, se estima que de todo el oro el polvo que se
encontró en estos placeres, sus dos terceras partes no llegaron a pagar el
quinto real, por lo que circularon sin acuñar o fueron exportados burlando la
normativa vigente sobre los metales preciosos. En base a los datos aportados
por Hamilton, Colmenares y Barriga Villaba sobre la producción aurífera por
decenios, Lucena ha llegado a la conclusión de que la cantidad de oro producido
y posteriormente acuñado en este virreinato era doble, triple o incluso diez
veces superior al que posteriormente se enviaba a la Península.
Los placeres auríferos se fueron
desplazando hacia tierras más altas en Santa Rosa, Rionegro y Marinilla, menos
productivas agrícolamente, lo que contribuyó a la creación de circuitos
económicos. Las tierras altas se especializaron en la cría de ganado para tiro
y alimentación, mientras que la costa suministraba los productos agrícolas.
Popayán fue la puerta del mundo andino, y especialmente el centro textil de
Quito.
Benito Bails recogía en 1790 que el oro no se liga
ni con el azufre ni con el arsénico, y se halla casi siempre en su forma
natural. Se encontraba en masas en ocasiones, en polvo o granitos normalmente,
o en gotitas o vetitas de piedras vitrificables. Para sacarlo de las minas y
purificarlo, se lavaba para separarlo de las tierras y arenas con las que
estaba mezclado, para nuevamente lavarlo con azogue, al quedarse unido a él. El
mercurio amalgamado con oro se exprimía con gamuzas, y finalmente se separaban
el mercurio y el oro al fuego.
La producción minera tuvo un efecto
dinamizador del territorio, que duplicó su población y favoreció las
actividades tendentes a su suministro. Según Colmeiro, el reino de Nueva Granada producía en un año común
18.300 marcos de oro, y desde 1789 a 1795, según cálculos de Humboldt, en la
Casa de Moneda de Santa Fe se acuñaron 8.161.862 pesos en oro, y en la de
Popayán de 1788 a 1794 otros 6.502.542 pesos.
La principal actividad económica de
la Audiencia de Quito hasta principios del siglo XVIII fue la producción textil
realizada en los obrajes, si bien entre los años 1660 y 1720 experimentó un
importante auge minero por el beneficio de placeres auríferos. A pesar de ello,
y por carecer de Casa de Moneda propia, la circulación monetaria fue escasa, y
más aún la de moneda fraccionaria, que fue sustituida por el uso de papeles
fiduciarios.
Bibliografía:
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