viernes, 27 de noviembre de 2020

La creación del sólido romano, el “dólar” de oro de la Antigüedad obra de Constantino I

 Publicado en Oroinformación, 27 de noviembre de 2020

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No cabe la menor duda de que en durante el reinado del emperador Constantino I, conocido como El Magno, se produjeron dos revoluciones que cambiaron la historia política, espiritual y económica del Imperio Romano. La primera de ellas fue la instauración del cristianismo como la religión oficial de Roma, correspondiendo la segunda a la aparición del solidus de Constantino en el año 309, en sustitución del aureus,  y la subsiguiente difusión de la moneda áurea por todo el orbe romano.

 Heredero de una crisis monetaria que procedía del siglo anterior, consecuencia de una superabundancia de la moneda divisionaria de cobre, sometida a una constante inflación, Constantino revalorizó el oro para ajustarlo a su valor real, apreciando la libra de oro en sesenta mil denarios, y equivaliendo la libra de oro a setenta y dos soldi o sueldos constantinianos. Para ello necesitaba hacer una emisión de una gran cantidad de moneda áurea, lo que pudo realizarse al haberse incautado el emperador de grandes cantidades de oro atesoradas en los templos paganos que fueron incautados tras su clausura.

 Esta nueva moneda tenía un peso de 4,4 gramos, y una extraordinaria pureza, un 99,7%, y una talla de 72 por libra. El diámetro habitual es de 22 milímetros. Su peso estándar suponía una diferencia de 0,14 gramos con respecto al teórico y un señoreaje del 3 %, un 0,25% más que la precedente moneda de oro de Diocleciano, posiblemente conocida ya como solidus, con un peso de unos 5,3 gramos y una talla de 60 de ellos por libra. En cuanto a su aspecto, mientras que en los primeros batidos se reproducía en su anverso el retrato del emperador y en su reverso alguna alegoría pagana, el motivo de éste último rápidamente paso a ser una cruz griega o un ángel. 

El sólido contaba con una serie de múltiplos, los llamados medallones, que eran monedas de prestigio de gran formato, valoradas en 1 y 1/5, 1 y 1/2, 2, 3, 4 y 1/2, y hasta 9 y 12 sólidos o solidii, usadas para regalos y donaciones. Su principal fracción era el semis o medio sólido (2,25 gramos), y el scripulum, una pieza de 3/8 de sólido (1,65 gramos) con un valor de 9 siliquas o siliquae, por extraño que pueda resultar. El valor fijado para el sólido fue de 24 siliquae, lo que posiblemente está en el origen de la división del oro en 24 quilates. 

El sistema se completó en tiempos de Máximo y Teodosio con la moneda equivalente a un tercio, el tremis, con un peso de 1,5 gramos, moneda que se acuñó a gran escala durante el siglo V y tuvo un enorme éxito, ya que su menor valor la hacía más apta para los intercambios de menor cuantía, y por tanto más accesible para un sector más amplio de la población.

 A pesar de las alteraciones de los emperadores posteriores, tras la restauración de su peso y pureza por Valentiniano y Valente en el año 367, el sólido permaneció inalterado durante los siguientes 700 años. Se trató de una moneda estable y acreditada, convirtiéndose en la piedra angular del sistema monetario romano. Igualmente, esta moneda  se convirtió en la divisa internacional de referencia de su tiempo, siendo aceptada en todos los países extranjeros. También se convirtió en  un elemento de máximo prestigio para el Emperador de los Romanos, cuya efigie garantizaba la calidad de las emisiones. 

También es cierto que, a pesar de la contundente legislación imperial en contra, su falsificación se generalizó, y está documentado que en esta época incluso los funcionarios del Erario pasaban moneda falsa. Con el fin de atajar problema, se decretó que el producto de los impuestos debía ser fundido  y conducido en un plazo de diez días a la tesorería de la sede imperial, conocida como comitatus, más cercana, donde debía ser acuñado en forma de nuevos solidii por los  monetarios llamados aurifices solidorum. Esta práctica debió acentuar según González García la tendencia de la moneda de oro a permanecer en circulación por poco tiempo, y en círculos reducidos.

Durante el Bajo Imperio, el recurso a la manipulación de la moneda fue habitual en periodos de crisis, siendo la inflación una vía de ingreso complementario a unas imposiciones fiscales insuficientes para hacer frente a cuantiosos gastos derivados de los numerosos conflictos bélicos. Todo usurpador, como de hecho lo fue el propio Constantino, necesitaba obtener en el menor tiempo posible reconocimiento público y fondos suficientes para su causa. Para ello, y evitando la impopular elevación de los tributos, se recurría a la confiscación de los bienes de sus adversarios y la reacuñación de moneda a su nombre y con su efigie, con el fin de legitimar su posición.

 En contra de lo afirmado por muchos autores, no hubo inflación en la moneda áurea, pues apenas se devaluó y siempre disfrutó de la máxima confianza del público. Incluso la variación de la cantidad de oro disponible debió ser mínima, según González García. Prueba de todo ello es para este autor que la estabilidad de los precios expresados en el metal áureo es casi total. Contra lo afirmado por el anónimo de rebus bellicis, no fue no la circulación del oro puesta en marcha por Constantino, sino las ingentes cantidades de vellón en circulación y sus constantes mutaciones de peso, ley y valor nominal, las que realmente sembraron el caos en el sistema monetario del Imperio Romano.

 Esta reforma monetaria tuvo, para Álvaro d’Ors, una capital importancia en la rígida jerarquización social que definió la sociedad romana del Bajo Imperio. Para este autor, el oro lanzado por Constantino sirvió para crear una clara diferencia social entre los ricos, que atesoraban el metal áureo, y los pobres, que para su subsistencia dependían de la moneda divisionaria, una separación social entre potentiores (u  honestiores) y humiliores que según este autor durará tanto como el Imperio Romano y sólo será abolida por la superposición de un pueblo invasor. Ya entonces, el oro se convirtió en un valor refugio.

 El sólido siguió en uso en Bizancio, el Imperio Romano de Oriente, con los nombres de nomisma y besante, hasta que su acuñación fue interrumpida por el emperador Alejo Comnero, que reinó entre 1081 y 1118, y fue sustituido por el hyperyon. Fue asimismo el origen del dinar, emitido por primera vez por el califa omeya Abd al-Malik Ibn Marwan en el año 691-692, y que en sus principios imitaba los motivos bizantinos. 

El sueldo fue igualmente la moneda de referencia en los reinos bárbaros herederos del Imperio Romano de Occidente. Su escasez llevó a Carlomagno a reformarlo, haciéndole equivaler en vez de a 72 piezas de la libra romana de oro a la vigésima parte de la libra carolingia de plata. El sueldo se hizo equivaler desde entonces a 12 denarios o dineros. Esta proporción estuvo vigente hasta la Revolución Francesa, en el Reino Unido hasta 1971 y en la moneda de los distintos reinos de la Corona de Aragón hasta las emisiones del siglo XVIII, y como moneda circulante y de cuenta en algunos de ellos hasta bien entrado el siglo XIX. Está en el origen de vocablos comunes como sueldo o soldado.

 Para saber más:

 CASTÁN, C., Las monedas imperiales romanas y bizantinas. Sila 138 a.C., Constantino XI 1453 d.C., Madrid, 2002.

D’ORS, A., “Un arbitrista del siglo IV y la decadencia del Imperio Romano”, Cuadernos de la Fundación Pastor, Nº. 7, 1963, págs. 41-69

GONZÁLEZ GARCÍA, A., “La inflación en el Imperio Romano de Diocleciano a Teodosio”, Documenta & Instrumenta, 9 (2011), pp. 123-152.

PIGANIOL, A., « Le problème de l'or au IVe siècle », Annales d'histoire sociale. 8e année, nº. 1, 1945. pp. 47-53.

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