Publicado en Oroinformación, 17 de junio de 2021
Los combates llevados a cabo durante la Segunda
Guerra Púnica contra los cartagineses les proporcionaron un enorme botín en
metales preciosos y en moneda de plata acuñada por los bárquidas. Si las
primeras operaciones para controlar Cartago Nova tenían como motivo principal
privar a Aníbal de los recursos de sus ricas minas de plata, ya desde la
batalla de Ilipa, en el 207, Roma ya tenía claro que debía permanecer en
Hispania. Desde este momento y durante toda la época republicana, Roma
convirtió la Península en una colonia de explotación. La riqueza en metales
preciosos explica que a pesar de la gran sangría que sufrieron sus ejércitos no
se plantease abandonar la Península, dado que los mismos financiaron a la
formación de un sistema económico orientado no al consumo, sino a la obtención
de pingües beneficios, procedentes de grandes contribuciones en metálico.
La conquista de Hispania llevó a que grandes
extensiones de terreno pasasen a formar parte del erario romano, y todos los
que en ella participaron obtuvieron grandes riquezas, sobre todo los jefes del
Ejército, miembros de la clase senatorial, con un poder prácticamente
ilimitado. La administración de las provincias de Hispania se convirtió con
ello en una fuente de riqueza para estas familias patricias. Ya desde el primer
momento explotaron los conquistadores romanos las minas, como sucedió en la
actual Cartagena o en Cástulo, las más famosas.
Las primeras son bien conocidas por la
descripción de Polibio, conservada por Estrabón y por los numerosos hallazgos
arqueológicos. Los romanos se preocuparon casi exclusivamente de obtener plata
y plomo, extrayendo la primera a costa de grandes pérdidas del segundo. Su
descubridor, el íbero Aletes, fue divinizado por ello. La extensión de estas
minas era de cuatrocientos estadios, unos setenta y cuatro kilómetros, y la
moneda acuñada muestra que estuvieron en explotación a gran ritmo durante toda
la conquista y hasta finales del siglo III.
La explotación de las minas era una gran empresa
capitalista, que requería grandes masas de esclavos proporcionados por las
mismas guerras de la Península. Era necesario además abundancia de madera en las proximidades para
apuntalar las paredes de los filones, una industria accesoria de instrumentos
de minero y de cuerdas, sacos de esparto, transportes bien organizados y la
distribución de los productos. El centro receptor más importante de los metales
preciosos fue, sin ninguna duda, la propia Roma.
Las riquezas no provenían únicamente de las
explotaciones mineras, sino también de los tributos y del botín arrebatado a
los distintos pueblos que poblaban Hispania. Tito Livio recoge que en el botín
que obtuvieron los Escipiones del ejército púnico entre los años 214 y 212 se
encontraban despojos galos –celtas-, collares de oro y brazaletes en gran
número. Asimismo, los autores romanos hablan de grandes cantidades en moneda y
objetos de oro y plata, como fíbulas, anillos, hebillas, torques, viriae
–brazaletes- celtibéricos y escudos cincelados de plata. Igualmente, los romanos
obligaron a las poblaciones a entregar todos sus objetos labrados en ambos
metales preciosos.
La
economía de guerra romana durante la Segunda Guerra Púnica
La política romana de ocupación se basó en la
obtención de la mayor cantidad posible de recursos sobre el terreno, lo que
suponía no traer desde Italia más que aquello que fuese absolutamente necesario
y no pudiera conseguirse de ninguna manera en Hispania, para sufragar los
costes de la misma. Durante la contienda, el monto mayor de los gastos se correspondió
al mantenimiento y pago del propio ejército.
Esta política supuso la introducción de obvios
cambios en la realidad económica del territorio ocupado, con la paralización de
muchas actividades productivas, la alteración del valor de los productos y la
modificación de los circuitos comerciales tradicionales. Destaca especialmente
la generalización del uso de moneda en las transacciones comerciales, lo que
tuvo su reflejo en los precios de todos los bienes y servicios.
La principal fuente de ingresos fue, como hemos
comentado, la obtención de botín y la coacción a los habitantes de la entrega
de todas sus riquezas, si bien al irse asegurando los territorios la economía
productiva, tanto la explotación de las minas como la agricultura, ganadería y
comercio fueron cobrando importancia. Aun así, pasaría bastante tiempo antes de
que los ingresos de estas últimas superasen los de la pura depredación.
Tras el final de las hostilidades, Roma
controlaba una parte considerable del territorio hispánico, alguna de sus áreas
más fértiles y los principales distritos mineros conocidos. Más allá de las
necesidades estratégicas, Roma emprendió posteriores guerras de conquista en
previsión de la obtención con ellas de importantes beneficios. Ello supuso en
los dos siguientes siglos un envío prácticamente constante de tropas y la
introducción de medidas administrativas para convertir Hispania en una
inversión rentable, y posteriormente segura, para el estado romano.
Un estudio de un grupo de científicos en Alemania
y Dinamarca han demostrado, con pruebas realizadas mediante la perforación de
muestras minuciosas de moneda y el análisis de sus firmas isotópicas,
utilizando espectrometría de masas, la sustitución de la plata egea, utilizada
en las emisiones de las ciudades griegas de Italia y Sicilia hasta entonces por
los romanos, por plata procedente de Hispania, con un contenido mucho más alto,
desde el 209 a.C. La afluencia masiva de plata hispánica cambió
significativamente la economía de Roma, permitiéndole convertirse en la
superpotencia de su época.
El impacto
económico de la conquista romana
La principal característica de la situación
económica de la Península anterior a la conquista romana es su gran
heterogeneidad y las diferencias existentes entre unas regiones y otras.
Mientras que la costa mediterránea y el litoral sudoccidental, los afectados
por este conflicto, mantenían
intercambios directos e intensos con los grandes centros económicos del
mediterráneo central y oriental desde el siglo VI a.C, en el interior de la
Península estos contactos fueron menos intensos y estuvieron mediatizados por
otras poblaciones o por fenómenos extraeconómicos, como la guerra o el mercenariado.
El mundo indígena vivía mucho más estrechamente
relacionado con lo que sucedía en el resto del Mediterráneo de lo que las
fuentes históricas disponibles nos permiten suponer. Los productos económicos
fundamentales durante esta época fueron los metales —especialmente los metales
preciosos, oro y plata—, el trigo y, en menor medida, el aceite y el vino. El
interés de los romanos por la riqueza minera peninsular de plata, oro, cobre,
estaño, plomo y minio está atestiguada ampliamente en las principales fuentes
literarias.
Con la conquista romana las minas, comprendidas
como parte del suelo provincial, pasaron a ser propiedad del pueblo romano, que
las explotaba directamente o bien las arrendaba a compañías de negotiatores o publicani. Con ello, desde
fecha muy temprana, y en relación principalmente con el abastecimiento del ejército,
la compra de botín y la explotación de las minas, se asistió a la penetración y
asentamiento de comerciantes itálicos en Hispania. En este sentido, Diodoro
recogía que los itálicos se establecieron en gran número en Hispania para
explotar las minas.
Durante la Segunda Guerra Púnica, y en un
periodo que se extiende hasta el 132 a.C, con la caída de Numancia, las guerras
fueron constantes y, con ellas, una serie de fenómenos que repercutieron
negativamente en la actividad económica, como entre otras las muertes, la despoblación,
las ventas masivas de prisionero o el abandono de las actividades productivas.
Durante este periodo, Roma fue implantando experimentalmente su modelo de
gobierno provincial, con importantes consecuencias en los ámbitos de la
fiscalidad y la tributación. En lo primero que debió notarse el impacto de la
conquista romana fue en el aspecto tributario, siendo el fenómeno económico más
importante el establecimiento del sistema fiscal romano.
La partida fundamental de la recaudación hecha
por Roma en Hispania estaba constituida por el stipendium, los recursos que el Senado destinaba a cada magistrado
provincial para el ejercicio de su cargo, compuesto por moneda, víveres y
vestido. Si durante la Segunda Guerra Púnica los Escipiones lo recaudaron de
manera provisional con los botines de guerra, rápidamente se extendió su cobro
directo de una manera coactiva más o menos violenta, lo que se ha puesto en
relación por algunos autores con la rápida extensión de la amonedación indígena
por Cataluña y el valle del Ebro.
Bibliografía:
BLÁZQUEZ MARTÍNEZ, J.M., “Explotaciones mineras
en Hispania durante la República y el Alto Imperio romano. Problemas económicos
sociales y técnicos”, Anuario de Historia
Económica y Social de España 2, 1969, pp. 9-68.
HERNÁNDEZ PRIETO, E., “La “economía de guerra”
romana durante la Segunda Guerra Púnica en Hispania, El Futuro del Pasado, nº 1, 2010, pp. 411-423.
ÑACO DEL HOYO, A., “Roma y el impacto de su
ejército en la Hispania republicana: un enfoque «total»”, Faventia 32-33, 2010-2011, pp.
297-305
SALINAS DE FRÍAS, M., “El impacto económico de
la conquista romana (218-19 a.C.)”, Stvd.hist.,Ha
antig. 17,1999, pp. 125-152.
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