lunes, 1 de agosto de 2022

“El olor del dinero”. El dinero y la moneda en “Sapiens”, de Yuval Noah Harari

 Publicado en Crónica Numismática, 1 de agosto de 2022


Desde que el ensayo histórico Sapiens. De animales a dioses: Una breve historia de la humanidad vio la luz por primera vez en hebreo en el año 2011, ha sido traducido a más de treinta idiomas, alcanzando en el verano de 2018 una cifra de ventas superior a los diez millones de ejemplares. En esta obra, el historiador israelí Yuval Noah Harari examina la historia de la Humanidad, desde las especies humanas arcaicas hasta nuestros días, con el principal argumento de que el Homo Sapiens ha llegado a dominar el mundo por la sencilla razón de haber sido el único animal capaz de cooperar en gran número, por su capacidad de creer en una serie de entes y mitos que existen exclusivamente en su imaginación y que se basan, en última instancia, en una ficción.

 Entre los mismos enumera los dioses, las naciones, las religiones, las estructuras políticas, económicas y sociales, los derechos humanos y, en el caso que nos ocupa, el dinero. El dinero es, según este autor, junto a los imperios y a las religiones, uno de los poderes que han unificado el mundo y que ha coadyuvado a que sea tal y como hoy en día lo conocemos. Para el mismo, se trata de un sistema basado en la confianza mutua, en el que más que cada individuo crea en su valor lo importante es que crea que los demás creen en el valor del dinero.

 El apartado dedicado al estudio del dinero, con el sugerente nombre de El olor del dinero, comienza con una referencia a la llegada de Hernán Cortés al actual México en 1519, hasta entonces un mundo humano aislado, en el que el papel de la moneda estaba cubierto por determinados productos que, aunque el autor no lo refleje, sobrevivirán durante siglos como monedas de la tierra durante la época virreinal, como los granos de cacao o las mantas. El oro, según Harari, era utilizado por esta cultura para hacer joyas, estatuas y en ocasiones en polvo, como medio de trueque. La pasión u obsesión por el oro de estos españoles, léase castellanos, era según el autor una epidemia en el mundo afroasiático del que procedían.

 Tres siglos antes, según Harari, léanse ocho siglos, los antepasados de Cortés libraron una sangrienta guerra de religión contra los reinos musulmanes de Iberia y el Norte de África. A la par de las victorias, los reinos cristianos acuñaban moneda de oro y plata con la señal de la cruz dando gracias a Dios por su ayuda, pero simultáneamente acuñaban también los cuadrados millarenses adornados con leyendas en árabe alusivas a la grandeza de Alá, que eran usados y atesorados incluso por los obispos católicos. Una situación similar se producía en el bando contrario, dado que los mercaderes musulmanes del norte de África utilizaban para sus negocios monedas cristianas como el florín de Florencia, el ducado veneciano y el carlino napolitano.

 Bajo el epígrafe ¿cuánto cuesta?, el autor comienza el relato recogiendo el hecho de que los cazadores-recolectores no tenían dinero, dado que cada grupo humano cazaba, recolectaba y producía lo que necesitaba, siendo económicamente independiente. Si había algún producto que no podía conseguirse localmente, podía obtenerse por trueque. Esta manera de actuar cambió poco con el paso a las sociedades agrícolas, en aldeas pequeñas y limitadas, hasta que el auge de las ciudades y reinos y la mejora en las infraestructuras produjeron nuevas oportunidades para la especialización. Esta especialización generó un problema, el cómo gestionar el intercambio de productos, dado que el trueque es solamente efectivo cuando se intercambian una gama limitada de productos. Si bien algunas culturas intentaron establecer un sistema de trueque centralizado, como la extinta URSS o el Imperio inca, en la mayoría de las sociedades se optó por el dinero.

 El dinero fue, como afirma Harari, establecido en muchos lugares y muchas veces, sin necesidad de grandes descubrimientos tecnológicos, con la creación de una nueva realidad intersubjetiva, que según el autor solo existe en la imaginación compartida de la gente. El dinero no serían solo los billetes y monedas, sino cualquier cosa que la gente esté dispuesta a utilizar de manera sistemática como medida del valor de otras cosas, con el objeto de intercambiar bienes y servicios. Y aunque el medio más familiar sea la moneda, una pieza estandarizada de metal acuñado, el dinero existió mucho antes que ella, con productos como conchas o cauris, ganado, sal, cuentas, telas o notas de pago. El autor recoge el caso del uso como moneda de los cigarrillos en las prisiones y campos de prisioneros de guerra modernos, incluso por los prisioneros que no fuman, detallándolo con el testimonio de un superviviente de Auschwitz.

 Como afirma Harari, actualmente las monedas y billetes no son más que una pequeña fracción de la suma total de todo el dinero que circula por el mundo, en el que la inmensa mayoría de las transacciones se realizan moviendo datos electrónicos de un archivo informático a otro. En todo caso, para que los sistemas comerciales complejos funcionen, es indispensable algún tipo de dinero, un medio universal de intercambio que permite a la gente convertir casi todo en casi cualquier cosa. Dado que el dinero puede convertir, almacenar y trasportar fácil y baratamente los bienes, su contribución fue vital a la aparición de redes comerciales complejas y a mercados dinámicos.

 Para el autor, los cauris y los dólares tienen solamente valor en nuestra imaginación, no siendo una realidad material, sino una construcción psicológica. La confianza es según él la materia bruta a partir de la que se acuña cualquier tipo de dinero, siendo el más universal y más eficiente sistema de confianza mutua que jamás se haya inventado. El crucial papel de esta confianza explicaría el por qué los sistemas financieros están tan íntimamente imbricados con los sistemas sociales, político e ideológicos.

 Esta confianza no existía cuando se crearon las primeras versiones del dinero, como el dinero de cebada sumerio del tercer milenio a.C. La misma se alcanzó en Mesopotamia a mediados del tercer milenio a.C., con la aparición del siclo de plata, 8,33 gramos de metal argénteo, que no tenía un valor intrínseco, sino puramente cultural. El peso fijado en metales preciosos dio lugar a las monedas, siendo las primeras las del rey Aliates de Lidia, con un peso normalizado y una marca de identificación. Dicha marca certificaba tanto la cantidad de metal de la moneda como la autoridad emisora que garantizaba su contenido. Como afirma Harari, la mayoría de las monedas actualmente en uso son descendientes de estas monedas lidias.

 Las ventajas de la moneda sobre los lingotes de metales preciosos estribaban en que no tenían que pesarse para cada transacción y que la marca impresa sobre ella atestiguaba su valor exacto, la rúbrica de una autoridad que refrenda su valor. Si bien la forma y el tamaño de la marca, léase cuño,  han variado enormemente a lo largo de la Historia, el mensaje siempre ha sido el mismo. El castigo a la falsificación de moneda siempre se ha considerado un delito muy grave, al ser una violación de la soberanía y un acto de subversión contra el poder, los privilegios y la persona de la autoridad emisora. Poniendo el ejemplo del Imperio Romano, el autor afirma que su poder se basaba en el denario, dado que hubiese sido difícil, si no imposible, mantener el Imperio sin moneda, recaudar impuestos y redistribuir fondos entre sus distintas provincias.

 La confianza en la moneda romana era tan grande que su uso se extendía fuera de los confines del Imperio, hasta la lejana India, donde los gobernadores locales batieron moneda a semejanza de la romana, y el mismo nombre de denario se convirtió en el término genérico para denominar las monedas, el dinero. Con el tiempo, los califas musulmanes arabizaron el término, siendo actualmente todavía el dinar el nombre de la moneda oficial en numerosos países musulmanes y no musulmanes, como sucede en este último caso en Serbia o Macedonia.

 Si bien simultáneamente existió otro sistema monetario ligeramente distinto, el chino, basado en la emisión de moneda de cobre y lingotes de plata, era en esencia tan similar, al basarse en el oro y la plata, que permitió las relaciones comerciales entre ambos. Con la expansión musulmana y la posterior europea, a finales de la Edad Moderna todo el mundo era una sola área monetaria, basada en el oro y la plata, y posteriormente en algunas pocas monedas, como la libra o el dólar. Esta zona monetaria única, trasnacional y transcultural, puso los cimientos de una esfera económica y política única.

 La razón de ello es, según los economistas, que una vez que el comercio conecta dos áreas, las fuerzas de la oferta y la demanda tienden a igualar los precios de los bienes transportables. Como afirma Harari, durante miles de años filósofos, pensadores y profetas han vilipendiado el dinero, calificándolo de origen de todos los males, si bien para este autor también se trata del apogeo de la tolerancia humana, al ser más liberal que el lenguaje, las leyes estatales, las religiones, los hábitos culturales o los sociales, siendo el único sistema de confianza creado por los humanos que puede salvar casi cualquier brecha cultural.

 Dado que el dinero se basa en dos principios universales, su convertibilidad y confianza universales, ha permitido a millones de extraños cooperar efectivamente en el comercio y la industria. Sin embargo, para el autor, el lado oscuro del mismo se muestra en que corroe las relaciones íntimas, las tradiciones locales y los valores humanos, sustituyéndolos por las frías leyes de la oferta y la demanda. Tiene incluso para él un lado todavía más oscuro, dado que no confiamos en el extraño, ni siquiera en el vecino, sino en la moneda que sostienen.

 Aun así, Harari acaba este curioso e interesante capítulo reflexionando sobre el hecho de que si bien en este momento es generalizada la creencia en que el mercado siempre prevalece, es imposible entender la unificación de la Humanidad como un proceso puramente económico. Para entender cómo miles de culturas aisladas se aglutinaron para formar nuestra aldea global, se ha de tener en cuenta el capital papel del oro y de la plata, pero no se puede olvidar el igualmente crucial papel del acero.

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