Publicado en Puerto Rico Numismático, Volumen XLVII, agosto 2022
En el convulso comienzo del siglo XVIII encontramos a dos importantes personajes boricuas que, por sus acciones en defensa de la Monarquía española durante la prolongada Guerra de Sucesión Española, merecieron el mayor de los reconocimientos que la misma concedía a sus súbditos, la conocida como Medalla de la Real Efigie del Rey Nuestro Señor, y su ascenso a capitanes de los Reales Ejércitos. De extracción social muy diferente, tanto Miguel Enríquez, o Henríquez, como el conocido como Capitán Correa son en la actualidad referencias obligadas en la historia de Puerto Rico.
El corsario Miguel Enríquez
Nacido en 1674 de padre desconocido y una liberta mulata de nombre Graciana Enríquez, pasó los primeros años de su vida trabajando de zapatero, si bien había recibido educación, dado que sabía leer y escribir. Tras un corto servicio militar y algunos devaneos con el contrabando, entró al servicio del gobernador de la isla como guardacostas. La actividad corsaria realizada por armadores particulares fue un recurso habitual de la Monarquía española en periodos bélicos durante los siglos XVII y XVIII. A pesar de que las flotas del rey estaban presentes en prácticamente todas las latitudes, bien equipadas y organizadas, durante los conflictos bélicos y en los territorios ribereños e islas se expedían las conocidas como patentes de corso, incrementando con ello exponencialmente su poderío naval, asegurando la protección de sus territorios y sus comunicaciones y evitando intentos de desembarco o invasión.
De entre los numerosos hechos de armas, presas y victorias que protagonizaron los corsarios españoles del Caribe con bases en las islas de Cuba, Puerto Rico y Tierra Firme destacan sin duda los llevados a cabo por Miguel Enríquez. Activo ya a finales del siglo XVII contra los contrabandistas y bucaneros ingleses y holandeses, entre los años 1702 y 1713 su flota contaba con más de treinta naves, lo que convirtió a San Juan en uno de los puertos más seguros de todo el Caribe. Por sus acciones, en el año 1713 recibió la mencionada Medalla de la Real Efigie y su nombramiento como Capitán de Mar y Guerra y Armador de Corsos.
Siguió desarrollando esta actividad en los años posteriores, siendo capital su intervención en el desalojo del intento de asentamiento británico en Vieques en 1717, y sobre todo sus acciones durante la guerra anglo-española de 1727, durante la que capturó casi la mitad de la flota mercante británica y fue conocido por los ingleses con el nombre de The Grand Archvillain. Durante los periodos de paz y con la inmensa fortuna que había logrado amasar se dedicó a los negocios y participó en el comercio negrero británico. Su excelente relación con algunas de las principales autoridades civiles y militares de la isla le evitaron los problemas derivados de varios encarcelamientos y acusaciones.
El Capitán Correa
Antonio de los Reyes Rodríguez de Correa, nacido en Arecibo en 1665, era hijo del portugués Joseph Rodríguez y Correa y de la criolla Francisca Rodríguez y Valdés. En 1698 fue nombrado sargento mayor de San Felipe de Arecibo, ascendiendo poco después a teniente, el cargo que ostentaba cuando en 1702 dirigió la defensa de la población contra los barcos del contralmirante inglés Whelstone. Tras la declaración de guerra de la Gran Alianza a Francia y a España en junio de 1702, el 5 de agosto dos navíos desembarcaron a un grupo de unos cuarenta soldados y un capitán cerca del puerto de Arecibo, a los que se enfrentaron y derrotaron los miembros de la milicia urbana comandados por Correa, no habiendo ningún superviviente. El capitán Correa ordenó a sus hombres subir a las barcas de desembarco y atacar a las dos naves, que cortaron las amarras y se dieron a la fuga.
Este hecho, que frustró un posible desembarco y ocupación de la isla, fue reconocido por la Corona, que por Real Orden de 27 de septiembre de 1703, y a instancias del gobernador de la isla Gabriel Gutiérrez de la Riva concedió a Antonio de los Reyes Rodríguez de Correa la Medalla de la Real Efigie, siendo asimismo ascendido a Capitán de Infantería y nombrado alcalde de San Felipe de Arecibo. Desde este momento la población pasó a conocerse como la villa del Capitán Correa, y en su escudo encontramos representada una correa en recuerdo de su héroe, a quien todos los 5 de agosto se conmemora con un homenaje dedicado a recordar su gesta.
La Medalla de la Real Efigie
La Medalla de la Real Efigie es la primera condecoración propiamente dicha, no solo española sino europea, con los precedentes de la distinción concedida en 1636 a los defensores de la ciudad de Dola, en el Franco Condado y en la llamada por Alfonso de Ceballos-Escalera Joya Filipina, con un valor de unos 300 escudos. Fue establecida hacia 1666 por la Reina Gobernadora doña Mariana de Austria durante la minoría de edad de Carlos II. Su primer destino fue premiar la constancia de jefes y oficiales de los Reales Ejércitos que se hubiesen mantenido en activo durante más de veinte años, así como distinguir los actos heroicos.
No fue hasta el reinado de Carlos III cuando su uso preferente fue el de reconocimiento de los méritos de los militares y jefes indios, así como de los miembros de los batallones de pardos y morenos, tanto en el continente americano como en el archipiélago de Filipinas. Posteriormente se labraron para estos fines las conocidas como Medallas al Mérito, diseñadas por Tomás Francisco Prieto y grabadas en la ceca de México por Gerónimo Antonio Gil.
Esta Medalla de la Real Efigie es el precedente inmediato de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, creada con el mismo fin en 1814, y hasta la actualidad el más alto reconocimiento al personal militar. Conocemos el que podría ser su diseño en esta época por la concesión que el monarca Carlos II hizo de unas medallas de oro o plata según el modelo de las de la Real Efigie en 1694 a los tres alumnos más aventajados de la Real Academia Militar de Matemáticas ubicada en Bruselas, a propuesta de su director, don Sebastián Fernández de Medrano. En la descripción de las mismas consta que en su anverso mostraban la efigie del rey, y en su reverso las efigies de Palas y Marte sosteniendo una fortaleza pentagonal, y venía sujetada, si coincidía con la del primer premio, con dos cadenas de oro.
Como afirma Alfonso de Ceballos-Escalera, ya desde el Bajo Imperio Romano la entrega de un distintivo con la imagen del príncipe constituía en sí misma una insignia de poder, al tiempo que una insignia de honor. El doble concepto de la medalla como joya y premio tiene su origen según este autor en la baja Edad Media, dado que así eran los premios entregados a los vencedores de las justas y torneos. Al parecer, era habitual lucir este tipo de medallas sobre el pecho, prendidas o pendientes del cuello con una cadena o por una cinta. De la importancia que se daba a esta distinción da fe su solicitud por parte de Pedro Garci-Aguirre, grabador de la Casa de Moneda de Guatemala y autor de numerosas obras arquitectónicas en esta ciudad, incluyendo a la misma ceca, cuando afirmaba en su solicitud de merced que:
Y aviendo visto algunos Yndios, de este Reyno, que traen a sus pechos el distintibo de una Medalla del Real Busto por algún particular servicio que han hecho, los que por falta de instrucción no hacen todo el apresio que es debido a tan particular insignia, y mayormente quando tienen iguales exemplares en los Españoles ni estos los ponen en la emulacion del respecto que merece el honor de poder traer tan relebante insignia; por tanto quisiera que V.M. me isiera la gracia de poder honrar mi pecho con una Medalla que en amberso tuviese los Reales Bustos, para lograr la satisfacción de tener también junto al de V.M. el de mi Señora y Soberana la Reyna, y en el reverso el letrero o insignia que V.M. estimase por conveniente.
Para
saber más:
COLL
Y TOSTE, Cayetano, Crónicas de
Arecibo, Salicrup, Puerto Rico, 1891.
GONZÁLEZ
VALES, Luis E., “El ataque a La Boca de la Riviera de Loyza en 1702: ecos de la
guerra de sucesión española en Puerto Rico”, en Revista de Estudios de Historia Social y Económica de América, Universidad
de Alcalá de Henares, 1990.
LUCENA
SALMORAL, Manuel, “Algunas notas sobre el corso español en América durante los
siglos XVI a XVIII”, XVII Coloquio de Historia CanarioAmericana,
2008.
LÓPEZ
CANTÓS, Ángel, Miguel Enríquez, Ediciones Puerto-CSIC, San Juan de
Puerto Rico, 1998.
TAPIAS,
Enrique, “Corsarios en el Caribe durante la Carrera de Indias”, Revista de Historia Naval, nº 16, 2019.
VVAA,
Real y Militar Orden de San Hermenegildo,
Segundo Centenario, Imprenta del Ministerio de Defensa, Madrid, 2014.
No hay comentarios:
Publicar un comentario