lunes, 19 de septiembre de 2022

Plata y crédito. La financiación de la Monarquía hispánica en la época de los Austrias

 Publicado en Numismático Digital, 19 de septiembre de 2022

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La principal partida que componía los gastos de la Monarquía era la necesaria para mantener los ejércitos que combatían en buena parte de Europa, así como a los barcos y galeras de la Armada.  Junto a ella se encontraban los gastos propios de la Corte, aquellos necesarios para el mantenimiento del aparato administrativo y las ayudas y limosnas. El incremento del gasto supuso la búsqueda de nuevas fuentes de ingreso por la vía fiscal, con el establecimiento de nuevos tributos y la solicitud de servicios a las Cortes, los conocidos como Servicios de Millones. Durante algún tiempo funcionaron simultáneamente dos Haciendas en los reinos de Castilla: la de la Corona, controlada por el rey, y la del Reino, bajo la supervisión de las Cortes. 

Como estudia Ringrose, entre 1566 a 1609 y de 1618 a 1648 la Monarquía se vio envuelta en guerras en los Países Bajos, el norte de Francia y Alemania. Las cifras documentadas de las cantidades sufragadas o enviadas entre 1566 y 1609 y durante cerca de la mitad de los 34 años comprendidos entre 1617 y 1651 muestran un desembolso de 193.410.000 ducados, y usando promedios conservadores para los años que faltan, el total de los desembolsos españoles entre 1567 y 1651 han sido estimados en unos 220.000.000 ducados. Esto equivaldría al 45% de todos los envíos marítimos registrados de metales preciosos durante el mismo periodo. Para este autor, y dado que este inmenso caudal casi duplicó el valor monetario de los metales preciosos que el gobierno recibía por su propia cuenta, las decisiones políticas habrían detraído considerables sumas de capital en España e Italia para destinarlas al esfuerzo bélico en Europa del Norte. 

Afirma Ruiz Martín que mientras que hasta el siglo XVI las tropas habían exigido oro para el cobro de sus soldadas, hacia 1607 los ejércitos imperiales comenzaron a hacer conciertos con los mandos y las tesorerías militares, aceptando la plata como medio de pago y exigiendo que la moneda de cuenta se convirtiese en moneda real, de plata. Asimismo, demandaron para el pago de sus soldadas reales de a ocho, llamados por ellos reales dobles, porque eran más cómodos de llevar. Esto supuso que a partir de esta fecha acabasen las algaradas que se produjeron anteriormente, debidas a los impagos a estos ejércitos. 

Fue común que se remitiese plata para acuñar in situ en los territorios en conflicto. Por ejemplo, en octubre de 1551 se acuñaron en Milán con plata llegada de las Indias piezas de a ocho, de a cuatro y de dos entre los meses de octubre y noviembre para el pago del ejército, por un valor de 7.235 marcos, 1,85 toneladas. En 1567 tras la llegada del Duque de Alba a los Países Bajos, dos enormes convoyes cruzaron Francia cargados de moneda y plata acompañando a la expedición, y en los siguientes años se enviaron nuevas remesas y hubo acuñaciones masivas en la ceca de Amberes. 

Afirma Cipolla que la gran cantidad de moneda acuñada en Amberes entre los años 1567 y 1569 tuvo como efecto el considerable incremento de la circulación monetaria en el noroeste de Francia. La plaza de Amberes fue durante gran parte del siglo XVI el principal centro económico de la Europa septentrional, y como recoge Marichal, para los historiadores de la economía fue esencial la concurrencia de la plata procedente de las remesas de los Reinos de las Indias para el desarrollo de su Bolsa, una de las primeras y más importantes de Europa. 

El profesor Clemente López González considera que fueron tres las razones fundamentales de la falta en la consecución de un equilibrio presupuestario en la Real Hacienda. En primer lugar cita las limitaciones de un sistema fiscal en el que existía una multiplicidad de figuras que hacían muy difícil la eficaz gestión recaudadora de la Corona. En segundo lugar se encontraría la ineficiente administración, con cargos públicos en muchos casos privatizados y otros tantos más preocupados por intereses particulares o locales. Para terminar, destaca también la casi total exención fiscal de las clases poderosas, y muy especialmente la nobleza, y la desigualdad contributiva de los diferentes reinos de la Monarquía. Todo ello explica que continuamente se buscasen alternativas a dicho déficit, mediante el endeudamiento a corto y largo plazo y las alteraciones monetarias, que otorgaban a la Hacienda una liquidez momentánea. 

La alternativa utilizada a la falta de ingresos ordinarios fue la de la financiación por medio del crédito que los banqueros concedían a la Corona, en base a una serie de fórmulas, como fueron los asientos, los títulos de deuda conocidos como juros y las incautaciones de los tesoros americanos llegados a la Península en forma de juros, deudas a corto plazo garantizadas por letras de cambio, o préstamos forzosos. Ello hizo que la Monarquía hispánica tuviese en la época que nos ocupa el sistema de empréstitos más desarrollado de todo el orbe occidental, y el papel de la banca fuese capital para el engranaje del sistema financiero e incluso político de los soberanos, dando liquidez a la Real Hacienda en moneda circulante. Según Pierre Vilar, la reiterada exigencia de la Monarquía a los mercaderes de la plata que recibían de las Indias a cambio de juros, que los participantes apoyaron en el metal ausente, creó una monstruosa pirámide de empréstitos, los censos. 

Los asientos eran unos contratos realizados entre la Corona, representada por la Real Hacienda,  y un banquero o grupo de ellos, por el que se recibía una cantidad un préstamo. Los mismos consistían o bien en anticipo de un importe o bien en el abastecimiento de las tropas o entrega de armas en un determinado lugar. En el mismo contrato asimismo se estipulaba las condiciones en las que dicha cantidad debía ser devuelta en moneda, así como los intereses a satisfacer y las garantías que se establecían para su cumplimiento. Normalmente se garantizaba dicho pago a cuenta de las rentas o impuestos que la Real Hacienda esperaba cobrar, y en ocasiones se concedió a los banqueros incluso la administración de tales ingresos. 

Aunque en un principio el lugar donde estos contratos se formalizaban fue en las llamadas ferias de contratación, tanto nacionales como extranjeras, ya en el siglo XVI su negociación pasó a realizarse en Madrid. Destacaron entre estas ferias las ferias genovesas de cambio, instituidas en Besanzón en 1534 por orden de Carlos I y que posteriormente se celebraron en otros lugares, como Piacenza y las localidades ligures de Novi y Sestri Levante, y que a diferencia de otras ferias de cambio se mantuvieron activas como centros de cambio exterior hasta el siglo XVIII. 

El enorme volumen de capital que la Real Hacienda necesitaba supuso que en la práctica solamente unos pocos banqueros, aquellos que detentaban una mayor capacidad económica, fueran los que acaparasen dichos asientos. Aun cuando dichas operaciones no estuviesen exentas de riesgos, el enorme beneficio obtenido por ellas las hacían muy tentadoras para los banqueros y asentistas. Además, daban pie a la especulación con el crédito público, toda vez que podían negociar con los llamados juros de resguardo, entregados por la Corona en garantía de los préstamos obtenidos. 

La mayor parte de estos prestamistas eran extranjeros. Las leyes del Reino prohibían la saca de metales preciosos, con lo que se tuvo que o bien que negociar licencias de saca o bien los prestamistas tuvieron que reinvertir la ganancia obtenida comprando productos manufacturados, alimentos o materias primas. En la primera mitad del siglo XVI los banqueros fueron principalmente alemanes, como los famosos Fugger o Fúcares, y los Welser. A partir de 1557 se vieron sustituidos por los genoveses, como los Spínola, Centurión o Grimaldo, que carecían como sus predecesores de capitales suficientes para hacer frente a las necesidades de crédito de la Corona, pero controlaban el tráfico del oro.  

Como recoge Cipolla, la facilidad de los genoveses para obtener las licencias de exportación de plata les convirtió en los distribuidores de la plata española en buena parte de la Europa meridional. Más adelante aparecieron también hombres de negocios portugueses, en muchas ocasiones judíos conversos, a la sombra de la unión de las Coronas, y cuando se comenzó a aceptar la plata para los pagos internacionales, los asentistas de ambos orígenes compartieron dicho negocio.  Para Sancho de Moncada, los extranjeros eran los beneficiarios de más de un millón de juros, infinitos censos, toda la Cruzada y un enorme número de beneficios y encomiendas. 

Los banqueros cobraban sus asientos en distintos lugares de la Península Ibérica, que eran remitidos por sus correspondientes a Madrid en mulas o en carros. Buena parte del metal que llegaba acuñado o que se batía en Sevilla, en incluso en barras, se remitía primero a Madrid antes de salir al extranjero, por lo que la capital se convirtió cada vez más en el principal centro de distribución de numerario en el siglo XVII. 

Como recoge Álvarez Nogal, desde Madrid los banqueros iban enviando regularmente el metal precioso a sus corresponsales en Génova o los Países Bajos, encargándose ellos de vender el metal al mejor postor en el lugar donde el precio fuese más elevado, aunque ello supusiese un nuevo transporte del mismo. Una vez vendido recibía letras de cambio a pagar en las ferias o plazas donde los banqueros de Madrid tenían compromisos adquiridos con los que habían prestado inicialmente el dinero a la Monarquía. Asimismo, los banqueros cobraban sumas procedentes de inversiones de otros extranjeros, principalmente genoveses, normalmente rentas derivadas de juros, censos, cesiones y otras deudas, que eran remitidas a sus propietarios para disfrutarlas en sus lugares de residencia. 

Pierre Chaunu afirmaba que los metales que salían de Sevilla, un 83,80% de plata en 1570 y un 77,62% en los diez primeros meses del año siguiente, se destinaron en sus 2/5 partes a Valladolid, área de ferias, y a la Corte, una quinta parte al resto de Castilla, otro quinto a Andalucía y un séptimo hacia el norte cantábrico. Consideraba factible que la plata tuviese un rápido tránsito hacia Lisboa, que como Amberes era un foco de atracción de este metal para los pagos en el océano Índico y en Extremo Oriente. 

Según este autor, durante la primera mitad del siglo XVI las salidas de metales preciosos se organizaron en dirección a Amberes, verdadera capital financiera del mundo Atlántico, trasportados por las zabras de Vizcaya, registrándose envíos masivos según este autor en 1544, 1546-1548 y 1550-1552. Este numerario, en moneda mayor o barras o ya acuñado, era asimismo redistribuido en dirección a Alemania y a las islas Británicas. 

Para saber más: 

ÁLVAREZ NOGAL, C., “La formación de un mercado europeo de Plata: Mecanismos y costes de transporte en España”, Universidad Carlos III, Primer borrador: enero de 2005, 26 pp.

CHAUNU, P., Conquista y explotación de los nuevos mundos, Barcelona, 2ª ed., 1982.

CIPOLLA, C.M., La Odisea de la plata española. Conquistadores, piratas y mercaderes, Barcelona, 1996.

LÓPEZ GONZÁLEZ, C., “Desde las reformas monetarias de los Reyes Católicos hasta fines del siglo XVII”, en Hernández Andreu, J., Historia Monetaria y financiera de España, Madrid, 1996.

MARICHAL SALINAS, C., “La piastre ou le real de huit en Espagne et en Amérique: Une monnaie universelle (XVIe-XVIIIe siècles)", Revue européenne des sciences sociales, Tome XLV, 2007, N° 137, pp. 107-121.

RINGROSE,  D.R., Imperio y península: ensayos sobre historia económica de España (siglos XVI-XIX), Madrid, 1987.

SANTIAGO FERNÁNDEZ, J. de, "Relaciones monetarias entre Castilla y Génova durante el reinado de Carlos II", R.I.N., nº 109, 2008, pp. 303-332.

RUIZ MARTÍN, F., “El problema del vellón: Su incidencia en la distinta evolución económica de Castilla y de la Corona de Aragón en el siglo XVII”, Manuscrits: Revista d'història moderna, nº 15, 1997, pp. 97-104.

VILAR, P., Crecimiento y Desarrollo,  Barcelona, 2001.

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