jueves, 6 de octubre de 2016

Las labores de la moneda en las cecas de los Reinos de las Indias (IV). El ensaye y fundición (I)

Publicado en Numismático Digital, 6 de octubre de 2016


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Entre los metales usados como materias primas en las Casas de Moneda destacaban el plomo, utilizado en las fundiciones, y el cobre usado para la liga. Estos minerales se solían adquirir a los mineros indios o a los dueños de las haciendas de beneficio, en forma de panes o barras, que debían necesariamente contener metal puro, para evitar la alteración de la ley de la moneda. El cobre se obtenía normalmente de sulfuros, óxidos o sulfatos, y el plomo del sulfuro de plomo.

Ambos debían refinarse en hornos de reverbero en origen, para eliminar toda impureza, y no se solía practicar en la ceca, salvo que el cobre adquirido resultase quebradizo y poco dúctil. El hierro, necesario para la fabricación de los cuños y punzones, se traía de la Península, dado que su producción en Indias era antieconómico, y se templaba para convertirlo en acero por el fundidor o por el herrero.

El ensayador mayor era quien recibía en depósito la plata de los particulares, analizando la aleación con otros metales y encargando al oficial fundidor que de la misma se obtuviese una plata con la ley prescrita. Dicha plata se fundía en lingotes o barras, que llevaban el sello y la inscripción que garantizaba su ley, y eran devueltos a sus propietarios, deducidos los gastos de afinación y fundición y el quinto real.

El registro en asientos o remache de la plata entregada para marcar y quintar, paso previo a su amonedación,  había de realizarse necesariamente por los oficiales de la Real Hacienda, y no por los de las Casas de Moneda ni por ninguna otra persona. Los oficiales de la Real Hacienda debían estar presentes los días señalados para realizar estas actividades, eran los encargados de recibir los ingresos procedentes de las labores, y en caso de contravención de esta normativa se les imponía una multa de veinte mil maravedíes.

Las penas previstas para los propietarios de la plata que la registraran sin la concurrencia de los oficiales de la Hacienda eran las de la pérdida de la misma, que se distribuía de la misma manera vista para el caso de las incompatibilidades de los oficiales de las cecas. Para aquellos que realizaran el remache de la plata en las mismas circunstancias la pena prevista era la de privación del oficio, pérdida de todos sus bienes y destierro perpetuo de la provincia.

Gemelli comenta en su obra que la ley necesaria para que la plata fuese aceptada en la Caja Real era la contenida entre los 2.210 maravedíes, llamada ley cansada, y los 2.376, esta última conocida como ley subida. Si la ley era inferior, no se aceptaba en la Caja ni se marcaba por los oficiales reales, y si era superior se reducía a la ley subida antes vista, para posteriormente reducirla a la cansada de 2.210 maravedíes añadiendo a cada marco de plata cinco ochavos de onza de cobre.

En los primeros tiempos se usaron los lingotes para el reintegro a los propietarios del mineral y para la remisión del quinto real a la Península, pero ya en época temprana se decidió que, para evitar fraudes, los lingotes se remitiesen directamente a las Casas de Moneda para su acuñación. El tesorero de la ceca realizaba el control de plata recibida en consignación, y que consistía normalmente en 24 barras de un peso de 70 libras cada una, en la ceca de Potosí. 

Las barras de plata eran pesadas por el balanzario y registradas por el escribano, también conocido como merino,  y el tesorero, detallando el año de fundición de cada barra, el número de cuenta de la fundición, la Real Hacienda donde había sido gravada y su peso y ley. Una vez que dichos datos eran repetidos y nuevamente apuntados en la parte final de la página de su registro, conocido como libro de remaches, se grababan las barras con la marca real y la marca de ceca. Esta labor era realizada por el escribano, que desfiguraba las marcas anteriores con un martillo en forma de T, y grababa las nuevas.

   Estas barras eran transportadas, normalmente al siguiente día, al taller de fundición, dividido en la ceca de México en ocho estancias conocidas como hornazas, y entregadas a capataces o cabos que dirigían grupos de diez o doce trabajadores, llamados brazajeros. Normalmente el techo de las oficinas de fundición era abovedado, estaba construido en piedra o ladrillo y tenía una gran chimenea con forma de farol o linterna para eliminar los humos.

   Debajo de la chimenea se encontraba el horno, construido con ladrillos, y en el que se mantenía el fuego por medio de un fuelle cuyo cañón se protegía con una manga de cobre o barro denominada alcribís. Dentro del horno se asentaba la craza o callana, un crisol en forma de vaso, con paredes refractarias y fabricado con arcilla y cenizas de cáscara de huevo, y con una vida útil de siete crazadas o fundiciones.

   La callana se fijaba a unas horquetas fijas en el suelo mediante un cincho o canasta de hierro con dos brazos, en los que había dos agujeros u orejeras, en los que se introducían dos palancas para en su momento poder voltear el contenido de la craza. En el suelo se encontraban empotrados dos espigones de hierro, los cepeles o mazos, en cuyo extremo superior encajaban los brazos dentro de dos horquetas para su sujeción.

   En la craza se introducían 3 o 4 barras, que no debían exceder de un peso de 600 marcos, sobre un intenso fuego atizado por fuelles. Se fundían de cada vez cuatro barras, y una vez fundidas el ensayador encargado de la aleación añadía el cobre necesario para obtener la fineza legal de 11 dineros y 4 granos, así como una cantidad adicional para compensar las posibles pérdidas por evaporación, que se conocía como religado.

   Si bien esta aleación tenía en los primeros tiempos la función de la igualación de la ley con la de la moneda y se añadía para ello plata pura, con el tiempo se hizo más común que las barras fuesen de una ley superior a la requerida, por lo que se requería añadir una ligazón de cobre.

   La fundición requería un tiempo de entre tres cuartos de hora y una hora, y una vez que el ensayador estimaba que la mezcla estaba correctamente realizada, ordenaba removerla en el crisol con un espetón o barra de hierro, para conseguir la perfecta liga con la plata. Posteriormente se levantaba el crisol, se colocaba sobre una oquedad de un gran bloque de piedra con un canal con agua y se procedía al rellenado de los moldes o rieleras.

   Para preparar los moldes el corredor de rieles untaba su interior con un hisopillo untado en grasa fundida para que el metal lo llenase y corriese sin dificultad. Estos moldes se rellenaban por el vaciador vertiendo poco a poco la plata fundida del crisol, y cuando estaban llenos el tirador los vaciaba sobre el suelo o en una artesa llena de agua y se volvían a rellenar. Los moldes se introducían en una tina de agua, para acelerar el endurecimiento. La barra o riel así obtenida era un molde cuadrilongo, de un peso de entre 8 y 10 marcos, 1,8 a 2,3 kilogramos.

   El vaciado de la callana era una operación delicada, y el metal no debía de estar ni muy caliente ni debía trasegarse ni bruscamente ni desde demasiada altura, para conseguir que se solidificase de manera compacta. Ya en el siglo XVIII, con el incremento de las acuñaciones, los equipos a cargo del fundidor estaban compuestos por seis sopladores, dos vaciadores dos corredores de rieles, un carbonero, un aguador y varios asistentes.

El ensayador procedía entonces a cortar un trozo de la plata moldeada en barras, y en su oficina comprobaba si la misma se ajustaba a la fineza requerida para la acuñación de las monedas. En caso afirmativo, ordenaba a los fundidores que continuasen su labor con una nueva remesa, y en el caso contrario, si la aleación era defectuosa, que procediesen a una nueva fundición de las mismas para enriquecerla.

En el siglo XVI se utilizaban dos métodos distintos para realizar los ensayes, que coexistieron durante siglos: uno sencillo y barato, llamado ensaye por puntas, y otro más complicado y costoso, denominado ensaye por fuego y copella. El primero de ellos se realizaba con doce a catorce pequeñas varillas de cobre, unidas por un lado con un aro como en un llavero, y por el lado más estrecho chapadas en el metal precioso para el que se iban a utilizar, con la ley exacta marcada en su parte central.

La ley de cada punta variaba desde la plata pura hasta los 12 y los 8 dineros, y sus valores intermedios, y servían para comprobar la ley de los metales preciosos introducidos mediante en examen del color del metal, utilizando para ello una piedra de toque, con la que se frotaba el objeto a analizar, y se hacían trazas con las dos puntas de color más parecido, consiguiendo con ello conocer con una aproximación increíble la ley de las piezas analizadas.

El ensaye por fuego y copella, o ensaye real, era mucho más lento, difícil y costoso que el anterior, pero mucho más preciso. Para realizarlo, el ensayador trabajaba sentado, teniendo al lado su hornillo de ensayar y una balanza, y enfrente un cepel o tronco para asentar, pieza de madera con un hueco donde se incrustaba el tas o yunque de platero. El hornillo era un cilindro de hierro, de 42 cm de alto y 21 cm de ancho, revestido por dentro y por fuera con barro arenoso.

Su parte inferior estaba dedicada a combustible, que debía consistir preferentemente en carbón de pino, y tenía una abertura para su alimentación. La parte superior estaba separada de la inferior por una rejilla, donde se encontraba asentado un ladrillo plano, sobre el que se colocaba una vasija semiesférica con agujeros conocida como mufla, y sobre ella se colocaba la copela o crisol de ensaye, un pequeño vaso troncocónico fabricado con cenizas de hueso.

Bibliografía:

Bails, Benito, Arismética para negociantes, Madrid, Imprenta de la viuda de Ibarra, 1790.
Céspedes del Castillo, Guillermo, "Las cecas indianas en 1536-1825", en  Gonzalo Anes y Álvarez de Castrillón  y Guillermo Céspedes del Castillo, Las Casas de Moneda en los Reinos de Indias, Vol. I., Madrid, Museo Casa de la Moneda, 1996.
Lazo García, Carlos, “Tecnología herramental y maquinarias utilizadas en la producción monetaria durante el Virreinato”, Investigaciones Sociales, Año 2 nº2, 1998, pp. 93-121
Muñoz de Amador, Bernardo, Arte de ensayar oro, y plata con breves reglas para la theorica y la práctica, Madrid, Imprenta de Antonio Marín, 1755.

Recopilación de las Leyes de los Reinos de las Indias,  Libro IV, Título XXIII.

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