Publicado en Crónica Numismática, 22 de septiembre de 2021
Debemos a la insigne
historiadora del Arte peruana Natalia Majluf, directora durante casi dos
décadas del Museo de Arte de Lima, un magnífico estudio sobre la revolución simbólica
que derivó en la mutación en la alegoría del poder que se produjo tras la
implosión de la Monarquía española y en el tránsito a las contemporáneas nuevas
repúblicas hispanoamericanas. Aunque el mismo abarca todos los nuevos símbolos
visuales y representativos del nuevo orden republicano, nos centramos en el
estudio que la autora hace de las medallas y monedas que se labraron durante la
época dictatorial en el Perú, en esta república y en la de Bolivia, a nombre y
con el busto de Simón Bolívar.
Durante tres siglos, en los Reinos de las Indias la imagen del monarca resumía, según Majluf, todos los conceptos de autoridad, soberanía, legitimidad y poder en el Antiguo Régimen, apareciendo su nombre y armas en el papel sellado y en la moneda, su busto en las medallas de juras y en las emisiones monetarias partir de las reformas borbónicas del siglo XVIII, y su retrato presidía con honores todos los actos públicos y políticos.
Este que podríamos llamar culto a la representación del monarca alcanzó su máximo apogeo y una profusión sin parangón en 1808, con el nuevo rey cautivo, siendo la demostración de la adhesión personal de los ciudadanos a la Corona. Los retratos de Fernando VII fueron sistemáticamente destruidos cuando los partidarios de la independencia alcanzaron el poder, en una furia iconoclasta que explica por qué a pesar de su profusión se conserven en nuestros días tan pocas muestras.
Si la Independencia fue impopular para la mayor parte de la población, lo que fue reiteradamente puesto de manifiesto en los escritos y las memorias de muchos de sus próceres, la fidelidad a la idea monárquica tuvo una larga vigencia entre amplias capas de la población. Así lo recogía el ilustre abogado, político e historiador chileno Benjamín Vicuña Mackenna, muchos años después:
Con la excepción de unas pocas familias pudientes y comprometidas de la capital, el país, campos y ciudades, pueblo y magnates, indios y españoles eran todos realistas hasta la médula de los huesos, y tanto que el verdadero sentimiento democrático, base de las repúblicas, aún no se hace mediano camino ni después de cien victorias, ni después de ochenta años de ensayos, de pruebas y de éxitos.
Las declaraciones ahora consideradas como punto de partida de los movimientos independentistas se realizaron en nombre de Fernando VII, como sucede igualmente con el Grito de Dolores. La lealtad al monarca se reafirmó en el Reglamento Constitucional Provisorio de Chile de 1812 y en el Tratado de Lircay, y las Provincias Unidas del Río de la Plata fueron renuentes a proclamar la independencia y a adoptar la forma de gobierno republicana hasta el 9 de julio de 1816.
En las declaraciones de independencia de los dos grandes virreinatos en el año 1821, Nueva España y Perú, de las que se celebran este año sus bicentenarios, en el primero el Plan de Iguala expresamente contemplaba mantener la monarquía en la persona de Fernando VII o algún miembro de su familia, mientras que en las Conferencias de Punchauca San Martín se ofreció a viajar a España personalmente para solicitar que se nombrase por las Cortes para el Perú a un infante de España, y la forma monárquica era asimismo la mayoritariamente preferida y manifestada en un primer momento por los miembros de sus órganos de gobierno tras la declaración de independencia.
Las ideas republicanas, minoritarias y en gran medida exógenas, dado que se fraguaron principalmente en Europa, en las Logias de Londres y, sobre todo, en las de Madrid y Cádiz, entre los miembros de las élites indianas que pasaron su juventud en España y que posteriormente sirvieron en la administración y los ejércitos del rey en la península, a la postre fueron las que acabaron imponiéndose en todos los nuevos estados.
La nueva imagen del Estado republicano
En
esta nueva situación, serán las banderas y los escudos, herencia visual del
Estado monárquico, las que sirvieron de base para la constitución visual de las
nuevas repúblicas. Las ceremonias con los nuevos estandartes seguían al pie de
la letra el mismo protocolo de la jura real, sustituyendo al retrato del
monarca. En cuanto a los escudos o sellos, las iniciativas para su diseño y
creación se debieron principalmente a la necesidad de realizar nuevas emisiones
que sustituyeran a la moneda de cuño español, y fueron diseñados y grabados
para todos los fines en las Casas de Moneda.
En las primeras emisiones republicanas se sustituye el busto del monarca con el escudo nacional, despersonificándose la imagen del nuevo Estado, mientras que en el reverso se incluyeron figuras alegóricas relativas a las ideas puntuales de los nuevos gobiernos, como la virtud, la libertad o la justicia. Durante mucho tiempo no hubo fronteras definidas, por lo que los nuevos estados solamente existían donde podían acuñar moneda y recaudar impuestos.
La llegada de Simón Bolívar al Perú
La llegada al Perú de Simón Bolívar desató una intensa campaña iconográfica de exaltación de su imagen, que comenzó el 12 de febrero de 1825, con la acuñación de una medalla, la erección de un monumento ecuestre, la instalación de una lápida conmemorativa en la plaza mayor de todas las capitales de departamento y la colocación de su retrato en todos los Ayuntamientos. Como apunta Majluf, no se trata de una imagen honorífica, de reconocimiento y gratitud al héroe, sino de señas que se confunden con el poder político. Sus retratos se colocaban bajo dosel, uno de los más evidentes símbolos de realeza y majestad en el ceremonial y las preeminencias virreinales.
En cuanto a las medallas que se acuñaron en el Perú y Bolivia en su honor, trastocan igualmente el estatuto de la imagen del Estado que se había materializado en las primeras amonedaciones republicanas. En las medallas peruanas fabricadas en la Casa de Moneda en 1825 bajo la supervisión de Hipólito Unanue, la efigie de Bolívar figura en una de las caras y el escudo nacional en la otra, resultando imposible saber cuál es el anverso y cuál el reverso de la medalla, y por su composición y simbología remiten a las medallas de fidelidad realizadas a nombre de Fernando VII.
Las primeras monedas de Bolivia
La correspondencia entre la imagen de Bolívar y la del rey, así como el juego de la suplantación que las equipara, aparece también nítidamente en las primeras monedas bolivianas, producidas en 1827, dado que el primer diseño de 1825, en el que se previó la leyenda REPUBLICA BOLIVAR y la imagen del Cerro de Potosí no se llegó a utilizar. La primera Ley Monetaria, fue aprobada por la Asamblea Constituyente el 17 de agosto de 1825, fijando como unidad monetaria el peso, con la misma ley y peso que la moneda anterior de cuño español, dividida en ocho soles, equivalentes a los antiguos reales.
Según algunos autores, la principal razón para no proceder a dichas acuñaciones fue que la mayoría de los operarios y oficiales de la Real Casa de Moneda de Potosí abandonaron sus puestos tras la victoria de los ejércitos republicanos, por lo que fueron reemplazados por empleados sin experiencia. Eso llevó a que hasta 1827 se siguiesen utilizando los cuños anteriores, con el retrato diseñado por el grabador Félix Sagau, a nombre de Fernando VII.
Por ello, un nuevo Decreto de 20 de noviembre de 1826 ordenó colocar el busto de Bolívar en el anverso de las monedas. Estas emisiones fueron de un valor facial de 8 soles de plata, y llevan en su anverso el busto de Simón Bolívar y su apellido debajo en mayúsculas y la leyenda LIBRE POR LA CONSTITUCION, y en su reverso una representación del Árbol de la Libertad, con dos llamas tumbadas enfrentadas a cada uno de los lados, la leyenda circular REPUBLICA BOLIVIANA en su parte superior y seis estrellas. Porta asimismo el año de emisión, las siglas de ensayador IM y el monograma PTS de la Casa de Moneda de Potosí. Su canto es acanalado, con la leyenda AYACUCHO SUCRE 1824.
El busto de Bolívar se representa con uniforme militar y corona de laurel con cinta, una representación a la heroica que remite irremisiblemente a las acuñaciones desde Carlos III en las emisiones de busto de las cecas ultramarinas españolas, así como a las emisiones del tipo conocido como Almirante realizadas en la Casa de Moneda de Santiago de Chile a nombre de Fernando VII. Dicho retrato es realista, posiblemente tomado del natural o de algún cuadro contemporáneo con gran detalle, visible en sus rasgos faciales y en su silueta.
Se conocen ejemplares de una versión o prueba anterior, en todo caso no adoptada, de moneda de facial de 8 y 4 soles, realizada durante los primeros meses del Gobierno del Presidente Antonio José de Sucre, Gran Mariscal de Ayacucho, en la ceca de Potosí, como consta en el monograma que aparecen en las mismas, y con las mismas siglas de ensayador que en las finalmente adoptadas. En sus anversos se reproduce el busto desnudo a derecha de Simón Bolívar y la misma composición en el reverso, con la leyenda en su canto SUCRE AYACUCHO 1824.
El dudoso carácter del culto al héroe republicano
La presencia del retrato de Bolívar en las medallas y en las dependencias públicas, la exaltación desmesurada de su imagen y los honores que se rinden a dicho retrato, rompen según Majluf el frágil equilibrio entre el reconocimiento debido a los caudillos y el espíritu republicano, y era de alguna forma, la traición a la revolución republicana lo que conducía irremediablemente a los caudillos a asociar su imagen a la del rey.
Otra traición a los principios republicanos fue su Constitución Vitalicia. Redactada por el propio Bolívar, en la carta de presentación de la misma, que imaginaba habría de hacerle presidente de Bolivia, la Gran Colombia y el Perú, Bolívar se presenta a sí mismo con todos los atributos de un monarca constitucional:
El presidente de la república viene a ser en nuestra Constitución como el sol que, firme en su centro, da vida al universo. Esta suprema autoridad debe ser perpetua; porque en los sistemas sin jerarquías se necesita más que en otros un punto fijo alrededor del cual giren los magistrados y los ciudadanos: los hombres y las cosas. Dadme un punto fijo, decía un antiguo, y moveré el mundo. Para Bolivia, este punto es el presidente vitalicio. En él estriba todo nuestro orden, sin tener en esto acción. Se le ha cortado la cabeza para que nadie tema sus intenciones, y se le han ligado las manos para que a nadie dañe.
El propio Bolívar había escrito a Francisco de Paula Santander que dado que los pueblos se habían desacreditado por su apoyo a los realistas, era por tanto el ejército la única formación social dotada de fuerza y capaz de actuar a favor de la revolución, y como afirma Clément Thibaut, el ejército republicano y sus héroes se habían forjado una legitimidad histórica, quizá más fuerte que la legitimidad política del sufragio, lo que les permitió pronunciarse fuera de los mecanismos de la política representativa.
Otro colaborador y amigo de Simón Bolívar, Joaquín Posada, justificaba en sus Memorias como imprescindibles las represalias, reconocía que había excitado el odio del pueblo y justificaba los horrores cometidos en la medida en que hacían parte de una guerra de conquista, como actos propios de una relación en la que el conquistador lograba la obediencia del pueblo subyugado. Los mismos se compensaban de alguna manera, pues, en su opinión, algunas veces la conquista mejoraba su suerte.
La salida de Simón Bolívar del Perú marca el comienzo de una nueva etapa iconoclasta, materializada en la orden del nuevo Presidente José de la Mar, antiguo Mariscal del Ejército Real del Perú de 13 de noviembre de 1827, en la que se establecía que:
… en los tribunales de justicia, municipalidades, administraciones del Tesoro, y oficinas de Hacienda están bajo de dosel retratos del general Bolívar, y persuadido de que esto es mirado como una señal de reconocimiento de soberanía; ha dispuesto que se quiten inmediatamente, y que en su lugar se ponga el escudo nacional, en muestra que solo la nación es soberana.
Bibliografía:
MALJUF. N., “De cómo reemplazar a un rey: retrato, visualidad y poder en la crisis de la independencia (1808-1830)”, Histórica, Lima, 37, nº1, 2013, pp. 73-108.
THIBAUT,
C., “La república es un campo de batalla en donde no se oye otra voz que la del
general”: el ejército bolivariano como “cuerpo-nación” (Venezuela y Nueva
Granada, 1810-1830)”, en ORTIZ ESCAMILLA, J. (ed.), Fuerzas militares en Iberoamérica. Siglos XVIII y XIX., El Colegio
de México/El Colegio de Michoacán/Universidad Veracruzana, México,
D.F./Zamora/Xalapa, 2005.
VÉLEZ
RENDÓN, J.C., “Las tribulaciones de un patriota desencantado. Las Memorias
histórico políticas de Joaquín Posada”, Revista
Historia y Sociedad, nº 12, Medellín, Noviembre 2006, pp. 191-216.
VICUÑA MACKENNA, B., El coronel don Tomás de Figueroa, estudio crítico según documentos inéditos sobre la vida de este jefe y el primer motín militar que acaudilló en la plaza de Santiago el 1° de abril de 1811, i su proceso, Santiago de Chile, 1884.
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