miércoles, 5 de septiembre de 2012

Será porque aquí no hablamos francés …

Publicado en Numismático Digital, 4 de septiembre de 2012




El historiador hispano-dominicano Fray Cipriano de Utrera transcribió en su magnífica obra sobre la moneda provincial de la Isla Española los documentos del Archivo General de Indias que muestran las objeciones y resistencia que el Cabildo de Santo Domingo opusieron a la orden de Toussaint Loverture de armonizar el valor de la moneda circulante en las partes francesa y española de la isla tras la anexión en 1801. Entre sus escusas, se encuentra la de no haber encontrado en el Cabildo quien pudiera traducir los sucesivos decretos que fueron recibidos en francés.

François Dominique Toussaint-Louverture es una de las figuras capitales de la lucha por la abolición de la esclavitud, e incluso Nelson Mandela le citaba como su modelo. Nacido esclavo en la parte francesa de la Isla Española en 1743, fue animado por su dueño, Baillon de Libertat, para que aprendiese a leer y escribir, y fue liberado en 1776. Tras el estallido de la Revolución Francesa y la revuelta de Bois-Caiman de 1791, paso a la parte española de la Isla en 1793, recibiendo instrucción militar para combatir a los franceses y siendo nombrado general.

El 5 de mayo de 1794 abandonó el servicio de España y combatió a sus fuerzas que, bajo sus anteriores superiores, habían invadido junto con la flota británica la parte francesa de la isla, alcanzando durante el Directorio el grado de general de división. Para dar cumplimiento al Tratado de Basilea de 1795, que cedía Santo Domingo a Francia, en enero de 1801 ocupó en un mes y sin resistencia la parte española de la isla.

Es en estas circunstancias cuando, en fecha 21 de Nivoso del año IX de la República Francesa, 11 de enero de 1801 en nuestro calendario, dictó una Ordenanza en su Cuartel General de Azúa por la que se establecía el nuevo valor de los pesos fuertes, con una valoración anterior de ocho reales, en once reales, el que tenían en la parte francesa, algo que consideraba indispensable para que no hubiese distintos pesos y medidas en un mismo gobierno. Esta Ordenanza debía ser traducida al español, leída y publicada, apercibiéndose contra su incumplimiento.

Los miembros del Cabildo respondieron pocos días después al General, en fecha 2 de febrero del mismo año, poniendo de manifiesto los inconvenientes de dicha reforma. Afirmaban asimismo que debía modificarse en proporción el valor de las demás monedas circulantes, los cuatro reales, las pesetas, los reales sencillos y los medios, dado que de no ser así y si se estimaban únicamente por valor intrínseco se producirían graves perjuicios, especialmente para los tenedores de moneda menuda y para los que se dedicaban al comercio al por menor. Por ello, solicitaban que se les remitiese una relación con el valor de todas las monedas de menor formato.

Ese mismo día, el 13 de Lluvioso del año IX, Loverture indicaba a los Agentes Municipales, el antiguo Cabildo, que dicha medida debía aplicarse, dado que sus soldados estaban acostumbrados a la valoración de los once reales, y si subsistiese la valoración española entenderían que se les dejaba de pagar tres reales por peso, dejando a su leal saber y entender las medidas que estimasen oportunas para paliar los perjuicios que la medida pudiese ocasionar al público.

Dos días después, el Cabildo contestaba que estimaba que el valor del real de a cuatro debía fijarse en cinco reales y medio. En cuanto a las pesetas, afirmaba que el circulante estaba compuesto de piezas de cruz, tan antiguas y desgastadas por el uso que había perdido gran parte de su estimación con respecto a los pesos columnarios, por lo que debería correr con un valor de dos reales y medio. En cuanto a los reales sencillos y medios reales, afirmaba que podrían quedarse en su antiguo valor, dado que no había moneda fraccionaria para completarlo en proporción, y que si bien con ello se producía un quebranto de un 12 ½ % en el cambio de la moneda menuda a la fuerte, la pérdida era menor que el 37 ½ % que se hubiese producido de no estimar la moneda menuda.

Junto a lo anterior, solicitaban que en los tratos y contratos firmados con anterioridad a la Ordenanza se respetase su valor en pesos fuertes, al igual que en sus frutos. Y asimismo, piden excusas por la demora alegando que recibían los decretos en francés, y había que buscar quién entendiese esta lengua. Como en la canción de Juan Luis Guerra, será porque aquí no hablamos francés, vous parlez?, no Monsieur.

La transcripción de esta Ordenanza, la original en francés, puede consultarse en el libro de Zay que mencionamos en la bibliografía. Asimismo, podemos continuar con esta obra las peripecias monetarias de Santo Domingo que el ínclito Utrera no pudo encontrar en el Archivo General de Indias. Así, un año después, el 15 de Nivoso del año X, 5 de enero de 1802, una nueva Ordenanza de Loverture afirmaba que después de mucho tiempo de ver la necesidad de reemplazar el numerario circulante de la colonia, ordenaba batir en la ceca de Santo Domingo moneda de dobles escalines, escalines sencillos y medios.

En una cara debían llevar la efigie de la República con la leyenda Republique française, y en la otra cara el valor de la moneda y la leyenda Colonie de Sª Domingue. A partir de ese día, los dobles escalines, los sencillos y los medios acuñados en Santo Domingo debían ser recibidos por los habitantes, al mismo valor que los que se hallaban en circulación del mismo facial, siendo el valor de once escalines por cada pieza de a ocho, grueso o gourde.

Mientras que el circulante de la antigua parte francesa de la isla seguiría circulando como hasta ese momento, el de la parte española debía ser fundido para transformarlo en la nueva moneda menuda, por lo que se invitaba a sus poseedores a llevarla al Tesoro Público, siéndoles entregado un gourde por cada once escalines. Se prohibía taxativamente la saca de moneda de la colonia, bajo pena de confiscación de la que se encontrase a bordo de los barcos antes de su expedición. Se renovaban asimismo las penas previstas en las Ordenanzas anteriores.

Zay describe asimismo las diferentes piezas. La moneda de dos escalines, con un diámetro de 23 milímetros y un peso de 3 gramos 600, tiene la leyenda arriba indicada, y una representación de la República a izquierda, vestida con un vestido atado a la cintura con un cordel. En su mano derecha lleva un fascio atravesado por una hacha y en la izquierda una pica que porta un gorro frigio. En su reverso está la leyenda arriba indicada y en el campo, el valor DEUX ESCALIN. Su canto, como en todas las demás monedas de la serie, era estriado.

El escalín sencillo, de 19 milímetros y peso de 1 gramo 710, tiene similares tipos, salvo que en exergo tiene tres globos y en el reverso la leyenda UN ESCALIN. En cuanto al medio, de 16 milímetros y peso de 0 gramos 810, en su anverso lleva un florón, y en su reverso la leyenda DEMY ESCALIN. Estas monedas habían sido según Zay descritas en 1849 por Bonneville como haitianas.

Recoge asimismo la afirmación del general Kervesau, hecha desde la parte española de la isla, de que Toussaint Loverture quería establecer la fábrica en Santo Domingo, y que las piezas batidas, escalines y gourdes, llevasen en el anverso a la República y en su reverso su propio nombre. Las labores habrían sido encomendadas a un francés llamado Tixier. Estas afirmaciones, según Zay, no se encontraban justificadas ni por las piezas puestas en circulación ni por el hecho de que Loverture no hiciese mención en su Ordenanza de los gourdes, y no se conoce documentación que pueda sostenerlas.

Por su calidad se ha defendido por algunos autores que las mismas fueron acuñadas o bien en Inglaterra, que mantenía buenas relaciones con Loverture, como afirma Miguel Estrella Gómez, o incluso en los recién creados Estados Unidos. Pero hemos de tener en cuenta que la elección de la labra en Santo Domingo venía avalada por el hecho de que en la misma ciudad había una Casa de Moneda desde 1542, y tenía los materiales y los equipos necesarios para llevar a cabo la labor. En cuanto a la materia prima, ya hemos comentado que contaba con la fundición de la antigua moneda de plata española circulante para llevar a cabo su reforma.  

La obra de Zay prosigue, pero ya sin nuestro protagonista. Habiendo capitulado el 2 de mayo de 1802, fue hecho prisionero el 7 de junio de 1802 y enviado a Francia, donde murió en Fort de Joux, en las montañas del Jura, enfermo y sin cuidados, el 7 de abril de 1803. Su historia se trasformó en leyenda, siendo vilipendiado por los autores franceses coetáneos y enaltecido por los británicos. Tampoco acabó con él el sufrimiento de Santo Domingo, que retornó a España, sufrió dos invasiones haitianas, volvió nuevamente a ser española y no alcanzó su definitiva independencia hasta 1865.


Bibliografía

DUBROCA, L., La Vie de Toussaint-Loverture, chef des noirs insurgés de Saint-Domingue, Paris, 1802.
STEPHEN, J., History of Toussaint Loverture, London, 1814.
UTRERA, C., La Moneda Provincial de la Isla Española, Edición facsímil del original de 1951, Santo Domingo, 2000.
ZAY, E., Histoire Monétaire des Colonies Françaises, Paris, 1892.
« La monnaie de Toussaint Loverture », en L’escalin, Journal de la Societé Haïtienne de Numismatique, Volumen I, nº 1, Junio 200.

viernes, 3 de agosto de 2012

El papel moneda, problema heredado en la Luisiana española

Publicado en Numismático Digital, 1 de agosto de 2012

http://www.numismaticodigital.com/noticia/5866/Artículos-Numismática/papel-moneda-problema-heredado-luisiana-española.html

Desde que en 1723 el papel moneda se había introducido en la Luisiana francesa, éste no dejó de depreciarse. Cuando por el Tratado de Fontainebleau de 3 de noviembre de 1762 España reciba el territorio, entrará en contacto con un problema al que había sido ajeno en sus territorios, que le producirá inestabilidad política y que abrirá la puerta a las posteriores emisiones de papeletas en otros de sus dominios.

Luisiana fue un vastísimo territorio sin apenas población blanca que ocupaba gran parte de la cuenca del Misisipi y sus afluentes principales, y que estaba nominalmente bajo soberanía francesa desde el último año del siglo XVII, si bien la fundación de Nueva Orleans se produjo en 1718. Como hemos comentado antes y a semejanza de lo que sucedía en Canadá, circuló profusamente el papel moneda durante el periodo francés.

Este sistema, como igualmente sucedía en las colonias británicas, se basaba en las monedas de cuenta de la metrópoli y así se reflejaba en sus valores faciales. Pero, como también sucedía en las Trece Colonias, el dinero metálico circulante estaba compuesto por el real español y sus múltiplos, especialmente el real de a ocho, y con cambios fijados oficialmente en las monedas de cuenta.

 La crónica escasez de moneda metálica había hecho que en 1736 se emitiesen para subvenir las necesidades de la colonia doscientas mil libras en papel moneda. Los billetes de esta emisión eran de cinco, diez, quince y veinte libras de facial, y había otros de menor facial de cincuenta, veinticinco, doce y medio y seis y un cuarto sueldos.

Esta emisión tuvo consecuencias nefastas para el circulante, dado que retiró la moneda metálica de la circulación y produjo una severa y rápida inflación. A pesar de ello, se produjeron nuevas emisiones de billetes, y en el año 1743 se emitieron también bonos del tesoro, que debían ser aceptados para el pago de tributos. Los problemas se agravaron en 1756, con el estallido de la Guerra de los Siete Años contra Inglaterra.

Si bien en 1762 se entregó el territorio a España, no fue hasta marzo de 1766 cuando se tomó oficialmente posesión del mismo por el gobernador don Antonio de Ulloa, una de las figuras más preclaras del Siglo de las Luces español, que venía de administrar desde su nombramiento el 11 de julio de 1754 la estratégica mina de mercurio y la población de Huancavelica, la provincia de Angaraes y sus Cajas Reales.

A la llegada de Ulloa, se le comunicó que el papel moneda circulante se había depreciado en una cuarta parte de su facial, siendo la deuda global de la nueva Gobernación estimada entre seis y ocho millones de libras, y se le solicitó que se aceptase que el mismo corriese a la par. Ulloa no solamente no transigió con esta petición, sino que ofreció a los residentes que el papel moneda se valorase únicamente a un 65% de su facial.

Los fondos recibidos de México fueron en los primeros tiempos insuficientes, incluso para hacerse cargo con ellos de los gastos corrientes, y la situación se complicó con la pérdida en la bahía de Mobile el 22 de septiembre de 1766 del convoy en el que se remitía el situado para la Gobernación. A ello se unió un periodo de gran inestabilidad atmosférica asociado al fenómeno del Niño, que trajo numerosos huracanes a todo el área caribeña, con sus secuelas de devastación y pérdida de cosechas.

En los dos años posteriores Ulloa informó a sus superiores de que los pagos estaban suspendidos, y avisaba del peligro que corría la Gobernación. Los destrozos producidos en la temporada de huracanes de 1768, llevaron a que en octubre de ese año se sublevase la población de origen francés e hiciese que el gobernador huyese del territorio, situación que se controló con el envío de algo más de dos mil soldados desde La Habana.

El año siguiente hubo grandes hambrunas en Nueva Orleans. La llegada de Alejandro O’Reilly en agosto y la remisión de setenta mil pesos contribuyeron a normalizar la situación. Por Acuerdo del Consejo de 1769 se redujo el valor de los bonos del tesoro a un 60% de su facial, y se pagaron las letras de cambio que el gobierno francés había emitido en 1765. Asimismo, el gobierno español asumió los  débitos que el gobierno había contraído en el territorio.

A pesar de los esfuerzos de O’Reilly, no se pudo reducir la dependencia de los comerciantes británicos, sobre todo en alimentos, debido a las sucesivas catástrofes naturales, si bien en 1776 se permitió por decreto el comercio con Francia y sus colonias. Ese mismo año Luisiana  se convirtió en el proveedor del estanco de tabaco de Nueva España, lo que supuso un compromiso de envío de ochocientos mil reales de a ocho anuales desde las factorías reales en México, y vivificó la vida económica del territorio.

A ello tenemos que añadir la remisión de un importante situado para el pago de los gastos corrientes y para paliar en lo posible los efectos de los virulentos huracanes. Uno de los navíos que lo transportaron era el famoso bergantín Cazador, que se hundió en 1784 con una carga de cuatrocientos cincuenta mil reales de a ocho.

Bibliografía.-
. CLARK, J. G., New Orleans, 1718-1812: An Economic History, Louisiana State University Press, Baton Rouge, 1970.
. FOERSTER, G.H., “Los “trillizos” mexicanos de 1783”, Crónica Numismática, diciembre 2002, pp. 50-51.
. GAYARRE, C., History of Louisiana, New York, 1867.
. McCUSKER, J. J., Money and Exchange in Europe and America, 1600-1775: A Handbook, UNC Press Books, 1992
. JOHNSON, S. , Where Has All the Flour Gone? El Niño, Environmental Crisis, and Cuban Trade Restrictions, 1768-1778, Prepared for the Conference of the Program in Early American Economy and Society, Library Company of Philadelphia, September 19, 2003.

miércoles, 4 de julio de 2012

Solicitud de una moneda provincial para Filipinas

Publicado en Numismático Digital, 4 de julio de 2012.

http://www.numismaticodigital.com/noticia/5806/Art%C3%ADculos-Numism%C3%A1tica/solicitud-moneda-provincial-filipinas.html


Luis Prudencio Álvarez fue elegido diputado a Cortes Constituyentes por las Islas Filipinas y, no habiendo llegado a tiempo para cumplir con su mandato, presentó una Memoria en 1842 en la que se solicitaba, entre otras propuestas, el establecimiento de una moneda provincial para el archipiélago. Según afirma en el Discurso Preliminar de la misma, la Constitución vigente en ese momento, la de 1837, establecía que los establecimientos de Ultramar debían regirse por leyes especiales, y estimaba que la adopción de una moneda privativa sería de gran ayuda para el desarrollo de las islas.

El archipiélago de las 7.107 islas llevaba desde 1565 bajo mandato español. Junto a los prehispánicos piloncitos de oro, habían circulado en el mismo las monedas de cobre chinas, el arroz y otras monedas de la tierra, como las mantas de abacá, de seis metros de largo y 1 ½ metros de ancho y un valor de tres reales, y otros bienes, como los lampotes o ropas de algodón, las cuerdas de abacá y las mantas de algodón, todas ellas con un valor prefijado en reales a efectos tributarios a mediados del siglo XVIII.

Importante fue asimismo el uso de los cauris, conocidos en Filipinas como sigeys o sigayes, cuya recolección era la principal ocupación de la isla de Dauis hasta el siglo XIX, dado que los mismos se exportaban para su uso monetario a la India y Siam, siendo un circulante aceptado hasta hace muy pocos años en numerosos países africanos.

A todo ello se unió la plata novohispana traída en su periplo anual por la Nao de la China, la moneda macuquina, que se convirtió en la divisa de todo Oriente. En el reinado de Felipe V se comenzó a remitir a las islas en concepto de situado moneda por un valor de entre ¼ y ½ millón de pesos, lo que contribuyó al florecimiento en el archipiélago de una economía de base monetaria.

La ausencia de moneda fraccionaria hizo que se cortasen en pedazos los pesos y medios pesos recibidos, conocidos como moneda cortada entre los españoles y con los nombres tagalos de kahati los dos reales y sikapat los reales sencillos. Estas piezas eran marcadas en Manila con un sello de su valor, pero al no indicarse su peso en metal estaban muy expuestas a falsificaciones.

Junto a estos pedazos de monedas indianas, aparecieron en el siglo XVIII las barillas, barrillas o calderilla, que se citan en varias fuentes, pequeños lingotes de bronce o cobre de los que pocos ejemplares han llegado a nuestros días. Los primeros que se conservan parecen pruebas, y están fechados entre 1724 y 1728. El primero de ellos consiste en tres piezas redondas unidas, y en cada una de ellas sucesivamente la marca de Barilla, el escudo de Manila y el año 1724.

La segunda de ellas muestra en su anverso una estrella de ocho puntas, una M en su centro rodeada por una orla de puntos y la fecha 1727, y en el reverso un león marino. La tercera de ellas, de 26 milímetros de diámetro y 5 de espesor,  lleva en el centro el escudo de Manila, y la leyenda BARILLA Año De 1728 alrededor, y reverso sin labrar. Escasos son asimismo los ejemplares conservados dechados entre 1733 y 1743, de labra tosca.

La toma de Manila y su saqueo por los ingleses el 6 de octubre de 1762, y su posterior control de la capital insular hasta el 12 de junio de 1764, tuvieron como efecto la ruina económica del archipiélago, especialmente por la falta de las remesas remitidas por el Galeón de Manila, la savia de su comercio. En fecha 25 de abril de 1764 el gobernador La Torre publicó un Bando ordenando la circulación de la moneda cortada por el valor expresado en su sello, dado que no era aceptada por los indios, mestizos ni sangleyes –comerciantes chinos- por lo adulterada que estaba.

Simón de Anda y Salazar, el héroe de la resistencia antibritánica, estimaba que había supuesto un gran abuso contra la Hacienda Real que la producción de oro de alto contenido en fino, proveniente entre otros de los filones de Mindoro y Marmulao,  no hubiera durante muchos años tributado y pagado el diezmo al monarca, circulando sin acuñar, y que no se había pensado en el establecimiento de una Casa de Moneda para el beneficio del comercio de los habitantes del archipiélago.

A su entender se debía fundir y reacuñar el circulante defectuoso, la plata cortada, dado que los chinos la cortaban y la dejaban reducida a la mitad, produciéndose numerosos fraudes, sobre todo en las compras, donde los sangleyes cobraban hasta un 40% más, y fijaba la pérdida en cualquier otra actividad por su uso en un diez o doce por ciento.

La escasez de moneda hizo que se habilitase en 1766 un taller en Cavité en el que se emitieron barrillas de calderillas, siendo las primeras de ellas rectangulares, y posteriormente, en el mismo año, ya circulares. Es una pieza de cobre de 18 mm. de diámetro, en cuyo anverso aparece un escudo coronado en orla circular, y leyenda CIUDAD DE MAN(ila) y fecha 1766. En su reverso aparece un león marino portando una espada a izquierda, dentro de una orla coronada, y a ambos lados B(arrilla) e I.

Por Real Decreto de 19 de diciembre de 1769 Carlos III ordenó la sustitución de estas barillas por 6.000 pesos en cuartillas de plata batidas en México. Al continuar los problemas con la moneda fraccionaria, se autorizó a contratistas chinos la labra de ochavos y cuartos, de motivos muy toscos, que se batieron hasta el reinado de Isabel II. Los cuartos, de entre 22 a 20,5 mm de diámetro, se acuñaron entre 1763 y 1782, con escudo cuartelado y coronado, y leyenda CAR III D G HISP ET IND R en anverso, y león sobre dos mundos con corona de palma alrededor y leyenda VTRUMQ VIRT PROTEGO, F fecha M, en el reverso, y ochavos con los mismos motivos.

Por el Decreto de 21 de agosto de 1789 se declaró a Manila puerto franco, medida que ese año se aplicó a las naos de países asiáticos y a partir del año siguiente se amplió a las naciones europeas por un periodo de tres años, para la venta de géneros asiáticos, no europeos, y para la extracción de plata, productos de la tierra y españoles. Esto, junto con el Estanco de Tabaco de 1782, hizo que el archipiélago dejase de depender económicamente del situado, teniendo incluso un remanente en 1799 de 249.787 pesos, 3 reales y 11 maravedíes

La independencia de México en 1821 no supuso que la moneda de esta procedencia dejase de fluir hacia Manila, lo que hizo que las autoridades filipinas, no pudiendo prohibir su circulación, optasen por su resello, que la habilitaba para su circulación, y que se simplificaron por Bando de 27 de octubre de 1832 y fueron asimismo modificados en el reinado de Isabel II. A partir de 1837, tras el reconocimiento de las nuevas Repúblicas, no se consideró necesario el mismo.

En este año se promulgó asimismo una nueva Constitución. Luis Prudencio Álvarez, diputado electo por las Filipinas para la Asamblea que la aprobó, presentó unos años después una Memoria en la que solicitaba la emisión de una moneda provisional en las Filipinas. Afirmaba que entre todas las naciones de Asia era el peso español la moneda universal del comercio, si bien todos los gobiernos de esa parte del mundo se habían visto obligados a acuñar una moneda colonial para evitar su extracción.

Esta medida no había sido necesaria mientras había durado en comercio con Nueva España, que suponía un millón o más de pesos por el comercio y ¼ de millón más en concepto de situado. El circulante en el archipiélago era a su entender todavía suficiente para satisfacer el comercio exterior, dado que la balanza comercial con los estados europeos era positiva y compensaba las salidas de moneda en dirección a China e India. A ello se sumaba la recepción de moneda de todas las Repúblicas de América, y al hecho de que la habilitación vía resello había estacionado esta moneda en las islas.

Esta bonanza estaba amenazada a su parecer por la posibilidad de que por algún factor, que podría ser político, militar, comercial o natural, cesase la llegada de moneda, no se podría hacer frente a las frecuentes y necesarias remesas remitidas a China e India, arruinándose no solamente el comercio exterior, sino también el interior. Dentro de las provincias de las Islas circulaba poca moneda, y muchas de las relaciones comerciales se seguían haciendo con pagos en especie, especialmente entre los indios.

Con la adopción de esa moneda provisional, se compensaría la excesiva extracción que los chinos hacían de los pesos españoles por la sola ventaja de su valor extrínseco, dado que éste se aumentaría y estaría en paridad con el de las demás plazas del continente. Entendía que, en estas circunstancias, los chinos en su comercio preferirían llevarse a cambio productos de la tierra. Hace referencia en la Memoria a las medidas excesivamente restrictivas del Imperio Chino para la extracción de la moneda española de su territorio, y al continuo resello de las piezas. Nos informa también que alguno de esos pesos, llenos de resellos, solían volver, siendo nuevamente resellados, como los de las Repúblicas Americanas, para su circulación en Manila y en las provincias, y que eran admitidos en las tesorerías del Estado.

Para esta moneda provincial proponía la refundición de las monedas de ½ duro en reales y medios reales de plata fuerte, el uso de alguna plata americana introducida en barras por extranjeros y la fundición de muchos muebles que había de plata de baja ley y bajos precios trabajada en China, así como del oro de baja calidad y mezclado de plata que se encontraba en las islas. Con ello,  sin necesidad de gastos ni anticipos de capital,  satisfaciendo a los tenedores en la moneda nuevamente acuñada, y aceptando como pago el oro de los lavaderos al mismo precio que lo extraían los chinos, se podría conseguir su implantación.

Sería para ello necesario que su valor fuese el mismo que el de las demás colonias asiáticas europeas, y que se subdividiese cuanto antes para subvenir a las necesidad del tráfico interior. Para ello se debía establecer una Casa de Moneda, y podría a su entender ser conveniente que fuese de capital privado, por un tiempo determinado. En la misma debía admitirse todo el oro y la plata en especie presentada por particulares, a quienes se resarciría con la moneda de ley que resultase, deduciendo los gastos indispensables para su labra.  Para evitar cualquier fraude, finalmente, debía formarse un reglamento para su funcionamiento por facultativos.

Durante el reinado de Isabel II se intentó la fundación de una Casa de Moneda en Manila, pero no fue sino hasta el 18 de marzo de 1861 cuando la misma empezó a operar, batiendo divisores de pesos con la plata procedente de las antiguas posesiones americanas ahora independientes,  así como algunas medallas. Entre 1864 y 1868 se acuñaron piezas de 10 y 20 céntimos, y el año siguiente de 50 céntimos.

Bibliografía:

 ÁLVAREZ Y TEJERO, L.P., De las Islas Filipinas: Memoria, Valencia, 1842.
GIL FARRÉS, O., Historia de la moneda española, Madrid, 1976.
Manila Galleon Trade, http://manilagalleontrade.webs.com
MUÑOZ SERRULLA, Mª. T., “Numismática en Filipinas”, en CABRERO FERNÁNDEZ, L:, LUQUE TALAVÁN, M. y PALANCO AGUADO, F. (Coords.), Directorio Histórico, geográfico y cultural de Filipinas y el Pacífico Español, Madrid, Centro de Estudios Hispánicos Iberoamericanos de la Fundación Carolina y la Agencia española de Cooperación Internacional, 2008, Vol. II, pp. 695-698.
PARDO DE TAVERA, T.H., Una memoria de Anda y Salazar, Manila, 1899, pp. 101 y ss.
Resellos de Filipinas. http://www.chopmarks.com
RUBIO SANTOS, E., “Las últimas de Filipinas”, en http://www.numisma.org



jueves, 7 de junio de 2012

La Gran Depresión, la plata y Alexander del Mar

Publicado en Numismático Digital, 7 de junio de 2012




El Pánico de 1873, también conocido hasta los años treinta del siglo XX como la Gran Depresión, y posteriormente como la Larga Depresión, fue la primera de las grandes crisis económicas mundiales, y perduró en algunos países hasta 1896. En su origen estuvo el abandono de la acuñación de moneda de plata por el naciente Imperio Alemán.

En el año 1871, tras el final de la Guerra Franco-Prusiana, el nuevo Reich alemán obtuvo una importante indemnización por gastos militares de la vencida Francia de cinco mil millones de francos, que fue liquidada en metal áureo. La abundancia del mismo llevó a que el Imperio Alemán decidiese dejar de emitir táleros de plata y abandonase este sistema monetario. La desmonetarización de la plata comenzó el 23 de noviembre de 1871, y culminó con la creación del marco de oro el 9 de julio de 1783 para sustituir con él el circulante argénteo de todas las partes constitutivas del Imperio.

La merma en la demanda del metal argénteo a nivel internacional llevó a la caída de la Bolsa de Viena, encargada de la negociación de los bonos del Estado, el día 9 de mayo de 1873, seguida de la quiebra parcial del sistema bancario. A ello se unió el final de los pagos de las indemnizaciones de guerra por parte de Francia a Alemania en septiembre.  La crisis se extendió rápidamente por toda Europa y Estados Unidos. La bajada generalizada en el precio de la plata hizo que ese mismo año la Unión Monetaria Latina suspendiese las acuñaciones en este metal.

A raíz de esta depreciación, Estados Unidos cambió su política monetaria por la Coinage Act de ese mismo año. Esta Ley de Acuñación, la cuarta de la Unión, convirtió de facto el oro en la única moneda patrón, que no se adoptaría de iure hasta 1900. Por esta norma la Casa de Moneda se situó bajo la jurisdicción del Departamento del Tesoro, y se reglamentaron cuatro cecas, ubicadas en Filadelfia, San Francisco, Carson City y Denver, y dos oficinas de ensaye en Nueva York y en Boise City, Idaho. Estas medidas supusieron la inmediata depreciación de la plata.

Entre las causas de la crisis estuvieron la sobreproducción mundial debida a la Segunda Industrialización, así como la explosión en Estados Unidos de la burbuja ferroviaria, dado que tras el final de su Guerra Civil se había producido un espectacular incremento de la construcción de vías férreas, convirtiéndose en la segunda actividad del país, tras la agricultura, y dedicándose a esta actividad gran cantidad de fuerza laboral, capitales y riesgos.

Sus consecuencias a nivel planetario fueron la quiebra del monopolio industrial británico, la adopción de medidas proteccionistas y la creación de los mercados nacionales, la agudización de los conflictos sociales, el comienzo de la Era del Colonialismo, el nacimiento de un nacionalismo exacerbado y la extensión del antisemitismo entre los pequeños inversores alemanes y austriacos, que culpaban a los hebreos irracionalmente de sus pérdidas durante la crisis. Las tensiones acumuladas a lo largo de las décadas siguientes serán, finalmente, las causantes del estallido de la Primera Guerra Mundial.

En 1877, años después de haber comenzado, la Comisión Monetaria estadounidense encargó a Alexander del Mar el mandato de estudiar el cambio operado entre las ratios del oro y la plata y su efecto sobre el comercio, las finanzas y los sectores productivos del país. También se le encomendó estudiar la posibilidad de volver al sistema bimetálico y la relación legal entre ambas monedas, facilitar la reanudación de los pagos en efectivo, y la continuidad del valor legal del papel moneda circulante con respecto a los patrones metálicos.

Alexander del Mar era en ese momento una de las principales autoridades monetarias de la Unión. Nacido en 1836 en Nueva York, en el seno de la comunidad sefardita de la ciudad, había vivido en Londres con su tío Manuel, donde había recibido una cuidada formación en humanidades, historia, literatura, leyes y política económica de manos de un tutor privado, el famoso Sir Arthur Helps, escritor que estuvo en Madrid estudiando la Era de los Descubrimientos, autor de varios libros sobre cultura española  y que posteriormente llegaría a ser cronista de la reina Victoria.

Tras graduarse como ingeniero civil en su ciudad natal, estudió ingeniería de minas en Madrid. De vuelta en Estados Unidos, fue el editor, director y fundador de numerosas e importantes publicaciones económicas, el primer director de la Oficina de Estadística del Departamento del Tesoro entre 1866 y 1869 y delegado norteamericano en el Congreso Internacional Monetario que se celebró en Turín en 1868.

Su forzada dimisión de la Oficina de Estadística se debió a las diferencias que mantenía con su superior, David Ames Wells, y con quien posteriormente fue su sucesor en el cargo, Francis Amasa Walker, defensores apasionados del dinero metálico, en especie, a diferencia de la concepción fiduciaria que del Mar tenía del mismo. Intentó posteriormente hacer carrera política, siendo candidato en varias elecciones presidenciales al cargo de Secretario del Tesoro por el Partido Liberal Republicano.

La comisión nombrada en 1877 y presidida por él informó desfavorablemente sobre el cambio de facto al patrón oro, y recomendó la vuelta al uso de la moneda de plata. Este dictamen no fue atendido, y al igual que en otros países se abandonó el patrón bimetálico. La presión de los estados mineros del oeste hizo que finalmente el gobierno dictase la Bland-Allison Act de 1878, que ordenó al Tesoro la compra de plata  a precios elevados, a casi el doble del precio del mercado y de 2 a 4 millones de dólares mensuales, y su conversión en moneda, con una ratio de 16:1.

A partir de 1878 del Mar abandonó la escena pública para dedicarse profesionalmente a la literatura. En 1879 publicó su History of the Precious Metals -Historia de los Metales Preciosos-, fruto de veintidós años de investigación sobre los sistemas monetarios y las finanzas en las principales bibliotecas y colecciones numismáticas  europeas. A partir de este momento, y hasta su muerte, publicó importantes obras, como Money and Civilization- Dinero y Civilización– en 1889, The Science of Money -Ciencia del Dinero- en 1895 o A History of Monetary Crimes -Una historia de crímenes monetarios- en 1900, entre otras muchas, así como algunas obras sobre arqueología de gran interés. A pesar de su clarividencia, su rigor, sus análisis pioneros en muchos temas, su sólida formación y su experiencia, no tuvo ningún reconocimiento por parte de la comunidad científica de su época, por lo que fue excluido de los estudios de Historia Económica y de Numismática.

El debate sobre la vuelta al patrón plata fue muy intenso en los Estados Unidos a finales del siglo XIX, y el movimiento a favor del metal argénteo fue mayoritario en el partido demócrata en 1896. Los sufragios de ese año y de 1900 tuvieron como tema principal de debate el oro y la plata, pero finalmente William McKinley, abanderado del oro, ganó las elecciones. Alexander del Mar fue el Presidente del Silver Party, Partido de la Plata, en Nueva York, un partido que consiguió en 1892 la elección de varios senadores y congresistas en el estado de Nevada, e incluso, unos años después, de dos gobernadores del mismo.


Bibliografía
·  Appleton and Company, The American annual cyclopædia and register of important events ...: Embracing political, civil, military, and social affairs; public documents; biography, statistics, commerce, finance, literature, science, agriculture, and mechanical industry, 1873
· de Canio, Samuel, “Populism, Paranoia, and the Politics of Free Silver”, Studies in American Political Development, 25 , 2011, pp 1-26.
· del Mar, Alexander, The history of money in modern countries, London, George Bell and Sons, 1885.
· del Mar, Alexander, History of monetary systems. New York: Cambridge Encyclopedia Co, 1895.
·Tavlas, George S., Academic exclusion: the case of Alexander del Mar, European Journal of Political Economy, 20, 1, Amsterdam, 2004.

miércoles, 2 de mayo de 2012

El oro del Río de la Plata


Publicado en Numismático Digital, 1 de mayo de 2012



En el Orden del día de la Sesión celebrada en el Palacio de las Cortes de Madrid el 11 de diciembre de 1855 varios prohombres disertaron sobre la idoneidad de la construcción de una nueva Casa de Moneda. Importante documento numismático, el Acta de Sesiones del Congreso nos informa entre otros del tema en el que hoy nos centramos, el origen del oro que se batía en España, y  de la saca de moneda de plata antigua y columnaria hacia Europa.

Claudio Moyano daba contestación a lo expuesto el día anterior por Práxedes Mateo Sagasta, sobre la idoneidad de la construcción de una nueva ceca y la posibilidad de que la misma se erigiese en la casa que se había adquirido recientemente al duque de Valencia, el general Ramón María Narváez . Se había propuesto que en la misma se reuniesen no solamente las dos casas existentes en la Villa, sino también que fuese la única que batiese moneda en el Reino.

El político, escritor y periodista Patricio de la Escosura informaba que para ello ya se habían comprado máquinas a vapor de gran fuerza, que podían acuñar constantemente, al menos durante días, semanas y meses, cuando la necesidad lo exigiese, pero que no le parecía que las mismas pudiesen instalarse en el edificio adquirido. También hacía referencia al estado de los edificios de las cecas madrileñas, que ocupaba una parte el departamento de grabado y dos  el de acuñación, lleno de funcionarios mal retribuidos, sin porvenir de ninguna especie
.
El diputado José Gener, entre otros temas, exponía que Sevilla, Barcelona y Cádiz tenían comercio directo con varios puertos de la cuenca del Plata, y que para ello debían ir provistos de dinero en metálico. En el Uruguay, Paraguay y Buenos Aires el oro tenía una valoración muy baja, especialmente en Montevideo y el Paraguay, donde la onza de oro valía catorce duros y un poco más. A cambio de plata, se conseguía en el Plata oro que se traía a España, donde se acuñaba en la Casa de Moneda de Sevilla en un periodo de entre doce y veinte días, y en la de Barcelona, en un periodo de seis a diez días.

La nueva moneda era trocada en plata, y los barcos volvían a realizar nuevamente los mismos periplos y a realizar estos negocios tan lucrativos.  A su entender, a estos comerciantes les sería de todo punto imposible traer sus metales a Madrid, dado que para las labores y el transporte se necesitarían al menos un mes y medio. Además, se obtenía un beneficio de un 20% con la moneda española de plata –la batida en la Península, anteriormente conocida como provincial- en estas latitudes, dado que en la provincia argentina de Entre Ríos, por ejemplo, las pesetas de cara españolas valían dos reales del país, o cinco reales españoles, y las medias pesetas un real del país, o 2 ½ españoles.

La moneda española no era admitida en el extranjero sino como pasta, pero también nos informaba que en Italia y en Austria los duros columnarios se adquirían a veinte reales, y era una gran ventaja, sobre todo para los comerciantes barceloneses, llevar esta moneda para los pagos en efectivo, dado que si utilizasen moneda corriente, valorada como pasta, perderían un 10%. Según él, la moneda que carecía de columnas, tanto en tiempo de Fernando VII como de Isabel II, la tomaban por 16 reales.

El problema de España, a su entender, era la falta de pastas. Productora y distribuidora casi en exclusiva de plata a nivel mundial durante tres siglos, España carecía, veinte años después de la Independencia de nuestra América, de metales preciosos, y lo que llegaba se amonedaba. Además, la moneda argéntea circulante contenía una ligera proporción de oro, lo que era a su entender la principal razón de que la misma desapareciese de la circulación, y solamente se conseguiría frenar su saca separando el oro que contenía.

Para él, la causa de la penuria monetaria no radicaba en el buen o mal sistema monetario, ni en el mecanismo, la ejecución del sistema, sino en la situación comercial, que sacaba los pesos fuertes todavía en circulación. El desnivel con el que desde Felipe V se había fijado la paridad del oro con la plata con respecto al mercado mundial del primero, había hecho desaparecer la plata. La situación seguía produciéndose, dado que, a pesar de la depreciación generalizada mundial del oro por el descubrimiento de los placeres de Australia y California, en España conservaba todavía , y hasta con premio, su estimación y valor.

La llegada de los Cien Mil Hijos de San Luis agravó la situación. Por Acuerdo de la Junta de Oyarzun de 13 de abril de 1823 se introdujeron en España cien millones de francos, según cálculos del político y economista francés León Faucher. Esto no sólo ayudó a la salida de España de los pesos fuertes, sino que hizo perder a nuestra moneda un 3% de su valor, dado que el real del napoleón francés tenían menos plata que el nacional, y asimismo elevó el nivel de precios.

Hasta hacía unos años , la relación entre el oro y la plata había sido de 1 a 16 ½, mientras que en Holanda, Rusia, Francia y otros países, y sobre todo en Inglaterra, era mucho más baja. Si bien se había reducido la ley de la moneda de oro a 1 a 15:436 milésimos, todavía no se estaba al nivel de varias naciones, y el resultado era la extracción de la plata, privando a España de la moneda más apropiada para las transacciones diarias. En cuanto a la separación del oro que la moneda de plata contenía, afirmaba que desde 1826 ninguna moneda de plata europea tenía oro, dado que se aplicaba para su afinación ácido sulfúrico en vez de ácido nítrico.

Esto no se hacía en Madrid porque se necesitarían grandes masas para que resultase provechoso, pero estimaba  que  la moneda antigua y las contemporáneas ultramarinas contenían ocho maravedíes de oro por onza de plata, y que las rendiciones de Sevilla y Barcelona que arriba vimos habían dado hasta miligramo y medio de oro, lo que hacía lucrativa la separación. Las pastas disponibles que no procedían de las repúblicas hispanoamericanas, originarias de las minas de Hiendelaencina –Guadalajara- y Sierra Almagrera –Almería-, no contenían oro, ni tampoco la moneda francesa, ni los objetos de plata, que ya habían sufrido la operación del apartado.

Fuente:
Diario de las sesiones de las Cortes Constituyentes en su legislatura de 1854, 1855 y 1856, Tomo X, Madrid, 1856.


sábado, 7 de abril de 2012

El rescate de los príncipes de Francia

Publicado en Numismático Digital, 4 de abril de 2012

http://www.numismaticodigital.com/noticia.asp?ref=5580



En su Historia General de España de 1853, Modesto Lafuente detallaba cómo se dio  cumplimiento a uno de los capítulos de la Paz de Cambrai de 1529, por el que se aceptó la devolución de dos de los hijos de Francisco I, rehenes en España, a cambio de una imponente suma, pagadera en escudos de oro del sol.

Ambos príncipes, el Delfín Francisco y el duque de Orleans Enrique, futuro Enrique II, se encontraban bajo la custodia de Pedro Fernández de Velasco, Condestable de Castilla, en el castillo segoviano de Pedraza. Si bien la primera fecha que se fijó fue el 1 de marzo de 1530, el monarca francés tuvo que retrasarla, al no disponer de la cantidad pactada, y tuvo que esperar una remesa del Rey de Inglaterra para hacer frente al pago.

Junto con ellos se entregaría también la archiduquesa de Austria doña Leonor, reina viuda de Portugal y futura esposa de Francisco. El mayordomo mayor del soberano galo, señor de Montmorency, pactó con la emperatriz doña Isabel de Portugal, con el señor de Praet, caballero flamenco al servicio del Emperador y Embajador en Paris, y con el Condestable la forma en que el intercambio debía realizarse.

De tal concierto se redactó un largo ceremonial en fecha 26 de mayo de 1530, compuesto de veintiocho capítulos en los que se pormenorizaba hasta el último detalle de la forma en la que el canje debía realizarse. No debía haber en los diez días anteriores y posteriores a diez leguas de ninguna de las fronteras de los reinos gente de armas, y en medio del Bidasoa debía construirse un pontón que dos horas antes del intercambio debía ser inspeccionado por un caballero de cada reino.

Debía igualmente haber dos gabarras iguales, conducidas por igual número de remeros que debían partir a la vez y bogar al mismo compás. Asimismo, la gabarra francesa debía ir cargada con tanto peso en hierro como el que pesase exactamente el dinero que debía ser entregado. Y, lo que más debates suscitó, sobre la calidad de la moneda en la que se debía realizar el pago.

Mientras que los franceses sostenían que los escudos debían ser de 21 quilates, los españoles estimaban que debían serlo de 24 quilates. El intercambio se hizo finalmente el día 1 de julio de 1530, dando fin a un cautiverio de cuatro años, en los que los príncipes habían reemplazado a su padre que, en palabras de Modesto Lafuente, había comprado fría y calculadamente su libertad personal al precio de la cautividad de sus hijos.

Ramón Carande cita a Álvaro de Lugo, que rindió cuenta de lo recibido en Bayona el 10 de junio de 1530, un minucioso cálculo del valor, peso y estampa de la moneda entregada. De ellas se hicieron quinientas pesadas de a veintiocho marcos cada una, por una parte, y cien pesadas más. Estaba compuesto de monedas de múltiples procedencias, entre las que se encontraban escudos franceses viejos y nuevos recién batidos en Bayona, nobles de la rosa, angelotes y enriques ingleses.

El año 1523 y a causa de los problemas financieros, se habían devaluado las monedas de oro y plata inglesas, lo que requería la emisión de una nueva especie y el incremento del valor del soberano y del angelote de oro. En 1526 se introdujo una moneda de oro equivalente al escudo francés, la corona de la rosa, si bien finalmente en 1544 se sustituyó el circulante áureo por las definitivas y longevas coronas.   

La suma de todas las monedas importó 1.204.280 escudos, sirviendo el pico para paliar la falta de ley de la moneda recibida. Álvaro de Lugo recoge asimismo la talla y ley de los escudos que el rey de Francia se había obligado a pagar, 71 y ½ monedas de oro por marco, con una ley de 22 quilates y ¾, y la fe dada por los técnicos nombrados al efecto.

Esta suma suponía una auténtica fortuna. Para hacerse una idea, el rescate del Inca Atahualpa, considerado el más alto de la historia, fue computado en 51.610 marcos de plata y 1.326.539 pesos de oro de ley de 22 ½ quilates, de los que 10.121 marcos de plata y 262.259 pesos correspondieron al quinto real, y 629 marcos de plata y 50.155 pesos a los derechos del fundidor.   

Otra obra que nos da información sobre el valor de los escudos del sol es el Escrutinio de maravedises de Pedro Cantos, escrito en 1763. En él nos indica, siguiendo a Sandoval, la misma fuente que posteriormente utilizó Lafuente, y con errata incluida en la fecha -1539 en vez de 1529- del valor del rescate. El escudo del Sol era la moneda de oro francesa de mayor módulo, creada por Luis XI por decreto de 2 de noviembre de 1475.

Describe Cantos la moneda como redonda o esférica, y en la parte superior de su anverso llevaba un Sol con ocho rayos iluminando una corona adornada de flores, y en su reverso una cruz de follajes. Si bien su valor inicial había sido 32 sueldos y un dinero, desde el 28 de septiembre de 1526, el valor de los escudos del sol estaba fijado en 45 sueldos torneses.  

Por la Paz de Cambrai Francisco I se comprometió según este autor a pagar de renta 1.200.000 escudos de oro del sol, a setenta y un escudos por marco, guardando en la ley del oro veintidós quilates y ¾. Cantos afirma que por este tiempo en Castilla se sacaban sesenta y una piezas y 1/3 por marco, teniendo el oro una ley de veintitrés quilates y ¾ largos, valiendo cada pieza once reales de plata y dos maravedíes. Termina, como acabamos el presente artículo, con una invitación al cálculo:

con lo que podrá sacar la cuenta puntual de lo que valía cada Escudo de Sol en este tiempo el que quiera entretenerse en hacer los cómputos por las reglas que dan los ensayadores, y valor de cada grano y quilate.


Bibliografía

·         CANTOS BENÍTEZ, P., Escrutinio de maravedises y monedas de oro antiguas, su valor, reducción y cambio a las monedas corrientes: deducido de escrituras, leyes y pragmáticas antiguas y modernas de España, Madrid, 1763.
·         CARANDE THOVAR, R., Carlos V y sus banqueros,  Barcelona, 2000.
·         CHAPMAN, COLIN R., Weights, Money and other measures used by our ancestors, Baltimore, 2nd printing, 2004.
·         DARGENT CHAMOT, E., Las Casas de Moneda Españolas en América del Sur, Lima-Madrid, diciembre de 2006, http://www.tesorillo.com/articulos/libro/14.  
·         LAFUENTE Y ZAMALLOA, M., Historia general de España, desde los tiempos más remotos hasta nuestros días, Volumen 11, Madrid, 1853.