Publicado en Numismático Digital, 25 de noviembre de 2015
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El
presente artículo es el primero de una serie dedicada a las actividades
industriales que mediaban entre la extracción del mineral en las minas y su
acuñación o labra en las Casas de Moneda durante los tres siglos de presencia
española en los Reinos de las Indias.
La
producción argéntea fue con diferencia la principal actividad económica de la
América española, al ser su primordial manufactura, su más importante producto
de exportación y la base de su activo comercio. La llegada de los españoles al
continente coincidió con una capital mejora de los procesos productivos y de
organización del trabajo, que mantuvieron una producción creciente que
prácticamente alimentó las necesidades monetarias de todo el orbe, y que no
pudieron ser mantenidos con la misma intensidad una vez alcanzada la
independencia las distintas repúblicas iberoamericanas.
Pese
a la fama de retraso en cuanto a las técnicas mineras, según Lockhart y
Schwartz totalmente inmerecida, las actividades industriales relacionadas con
la producción de metales preciosos se llevaron a cabo a gran escala y con
métodos muy eficientes para la época. Además de la técnica de la amalgamación
también se realizaron otros avances, como los depósitos construidos en Potosí
para asegurarse el necesario suministro de energía hidráulica, o la sustitución
de esta última fuente de energía por mulas en el árido norte mexicano. Todo
ello, y las adecuaciones realizadas por la propia práctica diaria, hicieron que
estas actividades no necesitasen, incluso en el siglo XIX, de mejoras técnicas.
Una
vez descubiertos los yacimientos, y agotados los ricos depósitos situados en la
superficie, se comenzaba a buscar el mineral en pozos que, con el tiempo,
alcanzarán una gran profundidad. Los problemas técnicos derivados del drenaje o
los accesos se solían solucionar con pozos horizontales que se cruzaban con el
principal, con cabrestantes. En un principio, se encontraron veneros de mineral
que, aunque ricos, no podían tratarse con las técnicas y recursos de la época.
Bakewell afirma que cuando la independencia permitió el acceso a las
legendarias zonas mineras a los extranjeros y en las décadas de 1820 y 1830
afluyó el capital británico a las minas mexicanas y andinas, las empresas se
derrumbaron, mostrando a los decepcionados accionistas
…cuán difícil resultaba arrancar los
metales preciosos de las entrañas de América, y la magnitud de la hazaña
española al superar las dificultades.
Como
recogía Alexander del Mar, desde finales del siglo XVIII la escasez de
numerario a nivel mundial se acrecentó con las oleadas revolucionarias en
Europa, Norteamérica y la América Hispana y con el cierre de las minas de
México y Sudamérica, lo que llevó a la emisión de gran número de billetes de
banco convertibles y a su circulación en sustitución de la moneda metálica, lo
que marcó la historia monetaria a nivel mundial entre los años 1797 y 1821.
En un principio, los
procedimientos metalúrgicos para su obtención fueron los de oxidación del
mineral en los llamados hornos
castellanos, donde se activaba la combustión por medio de fuelles,
o en las guairas
prehispánicas peruanas. En este último procedimiento, se alternaban las capas
de mineral con otras de carbón u otro combustible, como la waikuna o excremento de llama, en
un horno provisto de muchos agujeros de ventilación, que se activaban en los
días de fuerte viento, en sucesivas fundiciones, lo que suponía un alto coste
en combustible y transporte. Los hornos castellanos, de planta cuadrada o
circular, se construían de cal y canto, o bien con adobes, cuidando que en su
construcción se utilizasen materiales resistentes al calor y a los procesos
químicos que iban a soportar. En los mismos había una chimenea para la salida
de humos, y vanos para introducir el combustible y el metal troceado o reducido
a polvo, y para aplicar los fuelles. Con ello se conseguía una mezcla de plata
con plomo, que era necesario separar por copelación.
Otros
tipos de hornos que se utilizaron profusamente fueron los de pachamanca o reverbero,
fabricados en adobe y del tamaño de un horno de pan, cuya ventaja principal era
el que unía la fundición a la copelación, y además permitía el uso del mineral
en polvo y su tueste. El suelo del horno se preparaba con una mezcla de huesos,
ceniza, arena y carbón, que absolvía el óxido de plomo y que era renovada en
cada carga, normalmente de cincuenta quintales. Bajo el horno o a un lado se
encontraba el hornillo, donde ardía la leña. Las llamas entraban en el horno,
que estaba asimismo dotado de una chimenea.
Según
relataba Capoche, en el área de Potosí, en un primer momento, muchos indios ventureros se
contrataban voluntariamente y concertaban con los dueños de las minas para
trabajar un número determinado de varas de las mismas, de donde recibieron el
nombre de indios varas.
Los dueños de las minas les facilitaban las barretas, y los indios ponían las
velas. De esta manera, en la época en que las vetas de mineral eran ricas,
…los indios poseyeron toda la riqueza
del reino, porque de esta contratación estaba pendiente, ni en él había otro
socorro más que la plata que beneficiaban los indios por guaira.
Capoche
informaba de en los años anteriores a 1585 los asientos de guairas o guayrachinas llegaron a
6.497. Los indios trituraban el mineral en molinos de piedra, y se obtenía su
fusión en pequeños hornos de arcilla alimentados de hierba seca, icchu, o excrementos de
llama, de los que había unos 6.000 en actividad en Potosí.
La
mejora en la producción fue consecuencia de la aplicación a la industria minera
de la obtención de plata mediante la amalgamación con mercurio, patentada por
Bartolomé de Medina en 1555 en Pachuca, México, con el nombre de beneficio de patio. Este
método de amalgamación fue hasta 1784 de uso exclusivo en la América española,
hasta que en este año se estableció el primer beneficio de mercurio fuera del continente,
en Schemnitz, Hungría. Cipolla citaba el precedente del uso del mercurio y la
sal en el tratado de Vannoccio Biringuccio llamado La Pirotechnia, publicado en Venecia en
1540, y que si bien no sabía si Medina había leído esta obra, afirmaba que con
toda certeza había tenido noticia del uso del azogue para el beneficio de la
plata.
La
amalgamación vino a desplazar al sistema prehispánico de fundición antes visto
del mineral en hornos o guairas,
dado que permitirá aprovechar minerales de más baja calidad, posibilitando el
beneficio de casi todos los sulfuros de plata. Fue el motor del rápido
desarrollo económico de los Virreinatos de Nueva España y del Perú, tras su
adopción en este último por el llamado beneficio
de cajones, de Pedro Fernández de Velasco, en 1572. Otras mejoras
técnicas parciales se fueron realizando, entre las que destaca el beneficio de cazo y conocimiento
de Álvaro Alonso Barba.
En
las minas peruanas el metal el bruto se sacaba de las vetas con picos y
barretas en las galerías, a la luz de candelas de sebo, para ser posteriormente
conducido al exterior de la mina por indios cargadores, que lo llevaban a sus
espaldas en sacos de piel de llama con una capacidad de dos arrobas, por
escaleras de tiento o crizneja. Aún después de haber obtenido todo el metal
posible del mineral, con las técnicas aplicadas, se ordenaba por ley que no se
desperdiciasen los desmontes y escoriales que se sacaban del ensayado,
fundición, lamas y lavados realizados por los dueños de ellos. Todos ellos
habían de recogerse y guardarse, y así controlados quedar en beneficio y
utilidad de sus dueños y aumento de la Real Hacienda. Los escoriales y
terreros, si eran beneficiados, solamente tributaban a la Real Hacienda entre
una décima y una quinceava parte de la plata que se obtuviese, en vez del
quinto real. Se utilizó para ello el método de amalgamación, cuando los
minerales eran de una ley menor de tres o cuatro marcos por quintal.
El proceso para su
fundición se iniciaba con la quema de los minerales en los hornos, para separar
los metales preciosos de otros minerales presentes en el mineral en roca, como
el azufre, el amoniaco, el antimonio, la caparrosa y el alumbre. Una vez retirado
del horno, el metal era molido y convertido en harina. Esta molienda se realizaba en varios tipos de
morteros. Podía realizarse con el llamado quimbalete,
un pesado instrumento de piedra con dos brazos de madera, y que se levantaba
por dos hombres y se golpeaba contra una solera de piedra. Otro de estos
morteros era la llamada rastra
o tahona, una muela
de piedra redonda en posición horizontal que se complementaba con otra gran
piedra en situación vertical, la volandera,
con un eje de madera que se movía por mulas.
Los
lugares en los que se aplicaban los morteros anteriores eran conocidos como trapiches. Los ingenios eran aquellos
en los que se contaba con molinos hidráulicos para estas labores. Se trataba de
una enorme rueda circular con paletas en forma de cajón, para ser movidas por
la fuerza de una corriente de agua. Esta gran rueda estaba situada entre dos
gruesas paredes, el cárcamo o castillo, y con su movimiento hacía girar un eje
en el que se encontraban unos mazos, compuestos de una almadeneta y una cabeza
de hierro, que batían sobre los morteros y con ello se pulverizaba el mineral.
La
molienda del mineral se realizaba hasta que el mismo adquiriera una suave
consistencia, y el polvo de mena o harina
obtenido se vertía en unos cajones, los buytrones,
y se mezclaba con sal, el salmorado,
y con otras sustancias, como piritas o azufre molido, y con mercurio. Para el incorporo del azogue se
le hacía pasar por un lienzo, para que así se incorporase a la mena en finas
gotas, y la cantidad a utilizar estaba en función de la ley de la harina a tratar. Esta
mezcla se extendía y trillaba, en un proceso que podía durar entre tres y ocho
semanas. Posteriormente se lavaba en tinas de madera, donde se decantaban los
lodos y las piñas o pellas.
El mineral decantado se pasaba a otras tinas donde era agitado por un molinete,
y se procedía tras ello a exprimirlo utilizando lienzo o cañamazo. El mineral
extraído, una vez molido y tratado, se preparaba en panes o piñas que habían de
entregarse al Ensayador Mayor, a cambio de un comprobante donde aparecía el
peso y la calidad de la plata recibida. Por destilación y fundición se separaba
la plata del mercurio, que era reutilizado, al ser un producto caro. De cada
200 marcos, o 46 kilogramos, de pella se conseguía finalmente un beneficio de
40 marcos de plata en piña, siendo el peso medio de las piñas de plata estos
9,2 kilogramos.
Para
el tratamiento del mineral hacía falta mucho equipamiento, como bombas,
trapiches y cubas, lo que hizo que se situasen secciones distintas, las
refinerías, normalmente cerca de los cursos de agua, para el tratamiento del
metal. Estas refinerías, auténtico centro neurálgico de las explotaciones,
constaban de varios edificios donde normalmente residían el propietario y el
personal, y fueron conocidas en Nueva España como hacienda de minas y en Potosí
con el nombre de ingenio. En cualquier momento de la historia de las Indias es
probable que contasen con 400 a 700 refinerías en activo, variando la cantidad
según las condiciones imperantes de auge o depresión.
Los
ingenios o trapiches de Potosí, que suponían el más importante equipamiento
industrial para estas labores en el mundo, estaban compuestos de una rueda
horizontal o tupa, que medía unos dieciocho pies, mazos, en número variable y
que eran levantados por el llamado árbol, traídos desde los bosques de Tucumán,
y otros aperos como tinas para lavar metales y morteros. Se agrupaban en torno
a una construcción conocida como el castillo, que contenía la o las ruedas
hidráulicas que movían los ejes que accionaban los mazos o almadenetas para la
molienda del mineral, que iban forrados con unas garras de hierro. Los morteros
donde se molía el mineral eran rellenados y vaciados día y noche. Los pedazos
más grandes o granza debían
ser molidos otra vez en los llamados ingenios
de sutil, que utilizaban una rueda horizontal y muelas del tipo de
las almazaras, o simples piedras.
Para
la obtención del agua necesaria para hacerlos trabajar, se construyeron un
conjunto de presas, comunicadas entre sí en el macizo del Cari-Cari, y un
acueducto de veinticinco kilómetros de largo desde la laguna natural de
Chalviri o Tabacoñuño, que fue recrecida. Este sistema requería un
mantenimiento cuidadoso y un control eficaz para poder disponer del agua
necesaria para las labores durante el mayor tiempo posible. Según Capoche, si
el año era lluvioso, la molienda duraba seis o siete meses. En los complejos
mineros también existían otras variadas labores, no directamente relacionadas
con la extracción y tratamiento del mineral, como eran la producción de
alimentos y la cría de ganado para la alimentación y transporte, así como el
suministro de combustible, lo que hacía que su área de influencia se extendiese
por un ámbito espacial considerablemente amplio.
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Lorenço, 14 de noviembre de 1603