Publicado en
Oroinformación, 18 de octubre de 2018
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Las
monedas macuquinas batidas a mano en Potosí a menudo tienen grandes grietas en
sus flanes, algunas tan grandes y extensas que la moneda parece que va a
partirse en pedazos. Estas melladuras, irregulares roturas de tensión en el
metal siguen la estructura de la aleación en impredecibles líneas de
fragilidad. A primera vista las grietas hacen parecer a la moneda potosina
mellada, frágil y pobremente hecha. Todo ello le hizo sospechosa de su peso y
fineza. Los mercaderes de fuera del virreinato del Perú eran a menudo hostiles
a recibirlas en pago, rebajando en ocasiones las monedas incluso cuando estaban
batidas con los estándares legales.
De
acuerdo con Butts y Coxe, la aleación
de la plata utilizada para hacer moneda en Potosí no estaba suficientemente
desoxidizada. En las macuquinas hechas allí veían múltiples signos de
fragilidad en la forma de las grietas periféricas y grandes rajas en las
planchas irregulares. En otras palabras, las planchas de plata no eran muy
dúctiles. Aunque esto es
esencialmente correcto, posiblemente haya una mejor explicación. Es claro que
las planchas en Potosí a menudo se realizaban a mano y con una aleación pobre.
Los plateros de los siglos XVI XVII sabían perfectamente que cualquier objeto
de plata se convertía en frágil si estaba batido a martillo sin recocer. Su
fundición a fuego lento permite a la estructura cristalizada volver a su forma
dúctil habitual. Pero estos mismos expertos a cargo de las acuñaciones en
Potosí ignoraron deliberadamente esta relación simple entre la fortaleza y el
recocimiento de la plata por una razón económica que ha escapado a la atención
de muchos investigadores.
El
carbón de leña era prácticamente el único combustible que podía utilizarse para
los hornos de mezcla y recocido de la ceca. Con la amplia deforestación desde
los primeros días del descubrimiento de plata en las regiones circundantes, el
carbón pronto alcanzó precios exorbitantes en Potosí. Con mayor incidencia que
cualquier otro artículo, el carbón contribuyó al mayor coste de la vida y el
trabajo en la América Española.
Otro
problema se añadía al del deseo de economizar carbón de leña. Cuando las piñas
de plata esponjosa eran llevadas a la ceca por los mineros o propietarios de
ingenios, solamente lo necesario del caro combustible era expendido para
fundirla en lingotes ensayados de pureza apropiada para su acuñación (en otras
palabras, 2.380 partes de plata de las posibles 2.400), y el peso y la fineza
estaban marcadas en cada lingote y cuidadosamente registrada. Nada sucedía,
algunas veces durante años, hasta que los propietarios, o la ceca, necesitasen
convertir esos lingotes de plata pura en la requerida fineza fundiéndolas y
añadiendo cobre pare hacer una aleación final con la que las macuquinas podían
batirse.
Entonces
los ensayadores, en algunos casos fundidores especiales, tenían que fundir los
lingotes enteros en hornos equipados con fuelles y verter la plata líquida sola
de los calderos de hierro en una serie de moldes para hacer los rieles. Como la
plata estaba a muy poca temperatura de su punto de fundición, se solidificaba
rápida y desigualmente en estas piezas de metal de tamaño uniforme. Cuando se
cortaban las planchas-cospeles- de estas barras, la anchura del metal de varios
vertidos no era siempre la misma.
Cuando
los trabajadores cortaban los cospeles de estas tiras de metal, deliberadamente
hacían una que tenía claramente un tamaño mayor que el legal dado que el coste
efectivo de cortar piezas menores -la cizalla- era mayor, hasta que el
balanzario estuviese satisfecho, que
hacer un cospel con peso inferior -feble- o superior –fuerte-. El cospel
podría ser rechazado si tenía menos peso, o sujeto a ulteriores recortes si era
demasiado pesado.
Obviamente,
cualquier recorte que se realizaba en los pesos que pudiese ser convertido en
moneda de pequeño módulo por no estar en el estándar y podía acuñarse en dicho
facial, pero los sobrantes tenían que ser completamente reciclados, con un
coste mayor en combustible. Es interesante hacer notar que durante los primeros
años de la ceca de Potosí, el ensayador mayor tenía la prerrogativa de hacer
barrer los suelos periódicamente de cualquier viruta de plata, cortes pequeños
o limaduras, de los que se convertía en propietario.
Pero
aunque fuesen gruesos o delgados, los cospeles estrechos y rectangulares
requerían al menos un martillado para convertirlos en una pieza más redondeada
o con forma de moneda. En este punto en la ceca de México, los cospeles eran
obviamente recalentados para eliminar los relieves internos antes de proceder
al acuñado. Pero la economía de combustible en Potosí era superior y la misma,
si alguna vez se producía, era brevemente.
Entonces
estos cospeles retocados eran entregados a dos equipos de acuñadores, que los
mantenían entre dos lengüetas encima de la matriz mientras le daban un fuerte
golpe con grandes martillos. Tanto el cospel como el martillo a menudo
rebotaban y dejaban una o varias impresiones parciales en alguna o ambas caras
en parte de la superficie desigual de la plata. En el momento en el que estos
golpes se acuñaban, las grietas de tensión aparecían alrededor de los cantos
finos desde los que debían trabajar hacia el centro en el caso de que el cospel
fuese inusualmente duro y frágil.
Siendo
plateros con un largo aprendizaje, los ensayadores tenían que saber lo que
estaba pasando. Todo el mundo ponía excusas para los problemas encontrados en
la producción de moneda y usualmente culpaban a la plata misma por ser
recalcitrante y rebelde. Incluso a finales del siglo XVIII el superintendente
Jorge Escobedo se quejaba a sus superiores de que la mala calidad de la plata
era tan irremediable como la ignorancia de cómo refinarla.
En
el año 1752 se fundó por Real Cédula el Banco de Azogueros o de Rescates, con
las funciones primordiales de comprar y rescatar la plata de los azogueros,
trapicheros y mineros. Prácticamente no tenía funciones de crédito, y solo
auxilió a los trabajadores en caso de necesidad, y estaba destinado a defender
sus intereses de los excesivamente altos beneficios que obtenían los mercaderes
de la plata en la venta de sus pastas. En 1779 fue incorporado por la Corona,
con el nombre de Real Banco de San Carlos de Potosí, con las mismas atribuciones
que su antecesor.
Fuentes hacía en 1861 referencia a que tras la incorporación por Jorge
Escobedo del banco a la Corona en agosto de 1779, sus ganancias subían cada año
de 30.000 pesos, y llegaban en alguno, como en 1780, a 46.588 pesos 6 reales.
Con ello se proveía sin escasez el gremio con dinero, azogue y bastimentos, se
recaudaron deudas atrasadas por importe de 400.000 euros, se remitió al virrey
Cevallos en Buenos Aires la misma cantidad para la expedición contra los
portugueses, y se hicieron otros muchos importantes desembolsos. El cálculo de
los rescates de 1754 a 1790 ascendía a 5.652.499 marcos 7 onzas.
La
acuñación de moneda macuquina durante el largo proceso de construcción de la
nueva Casa de Moneda no se interrumpió, utilizando las anticuadas técnicas que
venían usándose desde la fundación de la ceca. Había en la ceca antigua cuatro
hornazas: la llamada La Pila, propiedad de Diego Moreno de Villegas, que fue
legada el 19 de enero de 1759 al Hospital de Belén por la última heredera doña
Josefa Villegas Moreno; la de los Barea, más tarde propiedad de don Manuel
Tovar y Mur; la de los Laredo; y la de los Quintanilla.
La
nueva hornaza de los Laredo, instalada en la nueva Casa de Moneda, batió moneda
macuquina hasta el 29 de enero de 1767. Unos meses después, el 15 de mayo de
1767, se acuñó el primer lote de moneda esférica columnaria, del que se sacaron
unas muestras para remitirlas a la Corte. La producción de moneda macuquina no
cesó inmediatamente, dado que había que preparar al personal en las nuevas
técnicas, y asimismo era necesario mantener la producción para sacar la moneda
al mercado. La producción de moneda de mundos y mares se irá incrementando,
pero ambos tipos de acuñación coexistieron durante tres años. Según la Memoria del virrey, entre los años
1746 y 1750 se labraron en la Casa de Moneda de Potosí 1.503.840 marcos de
plata, o 300.768 marcos anuales.
En
Potosí se usaron volantes de medio cuerpo y de cuerpo entero. Los primeros eran
prensas pequeñas con un eje vertical enroscado al extremo que sujetaba el cuño
del anverso de las monedas, y bajo el eje se situaba la maceta, donde se ponía
el troquel del reverso de la pieza y soportaba el golpe en la acuñación. La
fuerza necesaria se obtenía con un brazo acabado en dos pesadas bolas de plomo
a modo de balancín, que se giraba con violencia. Era común que se rompiesen los
troqueles, al no ser la base continuación de la parte superior.
Tres de
estos volantes llegaron de Lima en 1766. Unos años después se sumaron dos
volantes de cuerpo entero, en los que la base era la continuación de la parte
superior y que además estaban fijados a una piedra con garfios de bronce, lo
que les daba mayor estabilidad. Junto a los volantes era necesaria la máquina
acordonadora para el laurel o cordoncillo de los cantos de las piezas.
La
primera moneda potosina con cordoncillo se acuñó en 1767, pero debió de
recogerse inmediatamente, debido a un egregio error de diseño. Los ejemplares
de finales de este año fueron correctamente batidos, pero son hoy en día muy
escasos. La producción de moneda columnaria prosiguió hasta el 21 de noviembre
de 1770, en todos los valores del sistema argénteo, desde el medio real a los
ocho reales, y su producción se fue incrementando en detrimento de la de moneda
macuquina de año en año.
En
1769 se descubrió una errata en la leyenda de algunos reales de a ocho de 1768,
con la errónea inscripción URTA QUE UNUM. Pedro de Tagle y Bracho, Oidor de la
Plata y encargado de la organización del Banco de Potosí informó al virrey, que
ordenó la total e inmediata recogida de toda esta moneda, amenazando con el
decomiso de las piezas que no fueran entregadas en el plazo de quince días. Tras las pesquisas, se descubrió que el
tallador mayor José Fernández de Córdova se hallaba enfermo, y había muerto el
30 de julio de 1768, y que el responsable de tal error había sido el hijo del
guardacuños Álvarez, que había sustituido a su padre, también enfermo, y que no
cayó en dicha errata. Se estimó que la moneda batida con leyenda errónea
suponía de diez a quince mil pesos.
Santiago
de Arze reemplazó a Saint Just, y el 17 de marzo de 1770 ordenó que se
terminase con la labra de macuquinas. Poco tiempo después se cerró la Casa
Vieja y solamente se operó en la nueva ceca, hasta que el 15 de septiembre
Pedro de Tagle y Bracho, Oidor de Audiencia de Charcas, viajó a Potosí por
encargo del virrey Amat y Junyent, decidió suspender la producción de moneda esférica
el 21 de noviembre y volver a labrar moneda macuquina.
Arze
afirmó posteriormente que Tagle había ordenado la clausura de la nueva Casa de
Moneda cuando la misma estaba operando porque quería llevarse el mérito de
haberla concluido. Otros adujeron motivos económicos, dado que el menor control
en la moneda macuquina le habría beneficiado. Tras un juicio que duró una
década, se pudo probar la culpabilidad del oidor.
Tagle
alegó que las piezas redondas que se habían ordenado fabricar en exclusividad
desde el 29 de mayo fueron muy defectuosas, por lo que debió seguirse con la
acuñación de macuquina. Asimismo, las partidas de plata agria hacían que las
macuquinas saliesen rajadas y con los motivos mal grabados, y en las batidas a
volante se producían continuos rompimientos de cuños. Tagle acusaba al fiel de
la ceca, Luis Cabello, de ser el culpable de la detención de la acuñación de
moneda circular.
Aunque
por carta de fecha 6 de junio de 1774 se había ordenado por las autoridades
virreinales al superintendente de la ceca potosina la labra de al menos 500 o
600 marcos en plata menuda en cada remisión, nunca se cumplió. La escasez de
este numerario era notoria, de manera que en ocasiones se podía estar una hora
o más tiempo buscando cambio de un peso fuerte en reales sencillos y medios por
las pulperías de la villa sin hallarlo. El problema principal era que solamente
había un volante para la acuñación de numerario menudo, con lo que era
imposible que se llegasen a las cantidades ordenadas. El problema se agravaba
en las otras ciudades del reino, en las que la escasez crónica hacía que se
hubiese de recurrir a fichas hechas de plomo, cobre o cartón.
El
año 1778 encontramos una anomalía en sus emisiones, dado que en algunas piezas
de cuatro reales se encuentran las siglas de ensayador JR, que habían dejado de
usarse el año anterior, y que debían de ser PR. Posiblemente esta variante se
deba a la reutilización de cuños de los reversos de los años 1772 a 1776, algo
totalmente anormal. Asimismo, se sustituyó la letra R de REX por una N, por lo
que la leyenda reza NEX. También se retocaron y utilizaron troqueles para las
emisiones de ½ real, y en las monedas es visible que se retocaron tanto las
fechas como las siglas de ensayador.
Ferrari
estima, por la cantidad de estas monedas anómalas que han llegado a nuestros
días, que debieron de circular en una cantidad apreciable. Por un lado, su
labra no podía ser legal, dado que desde la Real Orden de 18 de marzo de 1778
se ordenaba el cese de la labra de moneda macuquina y la recogida de la moneda
de estas características ya batida en el plazo de dos años, si bien dicho plazo
se prorrogó en sucesivos periodos y su circulación se dilató hasta su
circulación en las nuevas repúblicas iberoamericanas.
A
pesar de que Hernán Sanz afirmaba que las mismas fueron batidas en la hornaza
del Hospital de Belén en pequeña cantidad, Ferrari cree que las mismas son
falsificaciones de época, una acuñación clandestina en la que o bien estarían
implicados trabajadores de la ceca o al menos tenían acceso a sus elementos y
maquinaria. Para ello se apoya en varias características de estas monedas. La
primera de ellas es que los troqueles para la acuñación habían sido abiertos
expresamente para esta emisión. Junto a ello, observa que todos los pesos
fuertes que se conservan tienen el mismo recorte, algo totalmente imposible,
dado que el mismo se usaba para eliminar los excesos de cada una de las piezas,
y no podía haber dos iguales.
De
ello colige que estas monedas fueron realmente acuñadas con troqueles, y no a
martillo, para simular su carácter macuquino. Asimismo, en todas ellas es
perfectamente visible la antigua marca de ceca, P, en ese año en desuso, pero
en ninguna se pueden ver las siglas de los ensayadores, apareciendo el tramo donde
deberían estar sin excepción aplastado. La grafía de última cifra del año, el
8, es diferente a la utilizada en esta ceca en varias épocas, lo que este autor
deduce por simple cotejo, con lo que este autor supone que se realizó de esta
manera para sembrar la duda sobre posibles errores de punzón o defectos en la
labra. Este tipo de errores que se habían producido en el pasado son a su
entender burdos y manifiestos, y no ofrecen dobles interpretaciones.
Si
bien parecería más lógica la labra fraudulenta de la nueva moneda de busto,
Ferrari estima que inteligentemente los falsarios recurrieron a los tipos
macuquinos, dado que ofrecían menos dificultades para la acuñación que las
nuevas monedas con cordoncillo, improntas iguales y en troqueles regulares. Es
posible también a su entender que esta moneda no fuese puesta en circulación,
sino cambiada por moneda de nuevo cuño aprovechando la recogida de las
macuquinas.
El
monarca había autorizado por Real Orden de 17 de marzo de 1777 la labra de
moneda de oro en Potosí, derogando con ello la prohibición incluida en la Real
Cédula de 15 de diciembre de 1761. Conforme a ello, en 1778 se comenzó a batir
moneda áurea en esta ceca, teniéndose que dedicar el ensayador primero de la
misma, Pedro Narciso de Macondo, a una labor que según sus propias palabras
nadie había visto en esa Casa de Moneda practicar. Para Ferrari este hecho
reafirma la suposición de que el ensayador primero tuvo que volcarse en esta
primera emisión de oro, abandonando las labores de la plata a unos subalternos
con los que por otro lado no se llevaba nada bien.
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