miércoles, 2 de julio de 2014

La Gran Guerra del Norte y el rublo

Publicado en Numismático Digital, 2 de julio de 2014

http://www.numismaticodigital.com/noticia/7422/
Este conflicto, simultáneo a la Guerra de Sucesión Española, enfrentó entre los años 1700 y 1721 a la práctica totalidad de los estados del norte, centro y este europeo, y en su momento álgido los combates se extendieron desde el Mar Báltico hasta el Mar Negro. Tan largo y enconado enfrentamiento tuvo importantes repercusiones en el circulante de los diferentes países beligerantes.
El origen de esta larga guerra se encuentra en la alianza firmada por los reinos de Dinamarca-Noruega, Rusia, Polonia-Lituania y Sajonia contra la supremacía sueca en el Báltico y el norte de Alemania. Los primeros teatros de operaciones se situaron en Dinamarca, los territorios bálticos de Ingria y Curlandia, en Polonia y en Sajonia, sucediéndose las victorias suecas.  
Las alianzas cambiaron durante el curso del conflicto. La coalición aliada se rompió finalmente por las resonantes victorias suecas, pero se restableció en 1709 con el fracaso de la invasión sueca de Rusia. Los enfrentamientos se extendieron a Finlandia, Alemania, los actuales estados bálticos e incluso a Ucrania y a la Moldavia otomana. Hannover y Prusia se sumaron a los aliados en 1715.
Suecia no estableció alianzas militares sólidas con ninguna potencia extranjera, y las victorias aliadas predominaron en la segunda mitad del conflicto. Tras la firma en 1719 por Jorge I de Gran Bretaña de alianzas con Prusia y con Suecia, la estrategia del gobierno sueco fue la de firmar la paz con todos sus enemigos, exceptuando a Rusia, creando nuevas alianzas que le permitieran alcanzar una paz definitiva con Pedro I en las mejores condiciones posibles.
Por el Tratado de Estocolmo de 9 de octubre de 1719, Suecia cedió los ducados alemanes de Verden y Bremen a Hannover, y por el firmado en la misma ciudad el 21 de enero siguiente se cedió a Prusia la Pomerania sueca al sur del río Peene y al este del Oder. Por el firmado el 3 de junio de 1720 en Frederiksborg con Dinamarca Suecia dejó de apoyar al ducado de Holstein-Gottorp, que volvió a dominio danés, y se comprometió al pago de 600.000 riksdaler, si bien recuperó los territorios ocupados por los daneses en Pomerania y Wismar.
El conflicto terminó con la firma el 30 de agosto de 1721 del Tratado de Nystad, que supuso la elevación de Rusia a la categoría de potencia mundial de primer orden y le convirtió en el estado más influyente del norte de Europa y en el entorno del Mar Báltico. Suecia cedió a Rusia toda la provincia de Ingria, Výborg y el sur de Kexholm, si bien pudo conservar la práctica totalidad de Finlandia. Hubo de entregar asimismo Livonia y Estonia, incluidas las islas de Ösel y Dagö. Pedro I fue nombrado en 1721 Zar de todas las Rusias, y continuó con su obra modernizadora y su política expansionista.
Ya en 1703 el ejército ruso había ocupado parte de Letonia, Ingria y Carelia, fundando la que sería su nueva capital, San Petersburgo, ese mismo año. En estas campañas Pedro I utilizó fuerzas cosacas procedentes de la actual Ucrania, territorio este último que a pesar de su amplia autonomía tuvo que soportar la presencia del ejército ruso, que fue acusado de saquear las ciudades y vejar a la población en las que estaba acantonado.
Por todo ello el atamán cosaco Iván Mazepa se alió con los polacos y suecos, si bien no fue secundado por la mayor parte de la población ucraniana, y fue con ellos derrotado en Poltava. Entre los escasos apoyos que recibió se encontró el de la Sich de Zaporozhia, magistralmente descrita por Nikolái Gogol en su obra Taras Bulba, bastión de una república pirata cosaca que se convirtió en una potente entidad militar, civil y política que desafió durante siglos el poder de la Mancomunidad Polaco-Lituana, del Imperio Otomano y del Imperio Ruso, y que por este apoyo fue destruida por el ejército zarista en 1709.
En Suecia se siguieron batiendo en el siglo XVII las placas rectangulares o palt-mynt con el cobre de las ricas minas de Dalarma, para suplir la falta de plata, de las que algunas de llegaron a pesar 19,71 kilos. La práctica del cercén estuvo tan extendida que en el canto de las emisiones de ocho marcos de 1692 se encontraba la leyenda latina manibus ne laedar avaris, que se perpetuó durante el siglo XVIII.
Las continuas depreciaciones, la penuria del numerario causada por la guerra y la presencia de moneda de necesidad, los daler de Carlos XII de 1714, produjeron una grave situación económica de la que se acusó al barón Georg Heinrich von Görtz, su ministro plenipotenciario y de finanzas, oriundo de Holstein-Gottorp.
En cuanto a sus enemigos daneses, siguieron acusando los mismos problemas heredados del siglo XVII, con bellas y ricas piezas acuñadas con la plata de Kronsberg, lugar donde se trasladó la ceca de Cristianía, y la presencia de abundante moneda menuda, que presentaba serios problemas para ser cambiada por la de mayor valor. La moneda de polaca sufrió asimismo un constante deterioro y un progresivo empobrecimiento, situación que se mantuvo durante el siglo XVIII, debido principalmente a sus enfrentamientos con Rusia.
En el emergente Imperio Ruso Pedro I el Grande reformó su sistema monetario para adecuarlo al vigente en la mayor parte de Europa, basándolo desde 1701 en el rublo, moneda argéntea semejante al thaler y al real de a ocho español. Acuñado con un peso de 28,44 gramos, módulo de 49 mm. y ley de 729 milésimas, fue dividido en cien kopeks. Es de destacar que con ello Pedro el Grande fue pionero en la introducción del sistema decimal, adoptado posteriormente por todos los sistemas monetarios del mundo.  
Esta denominación de rublo venía referida originariamente a un trozo de plata de unos 200 gramos, y apareció por primera vez en una moneda de plata, yefimki, en el siglo XVII. Los rublos se comenzaron a batir regularmente a partir de 1704, y en los mismos se representó el retrato del zar, realizado por Fedor Alexeiev, al modo occidental. La plotina de medio rublo tenía 14,18 gramos, y se retiró de la circulación el antiguo numerario de cobre, sustituyéndolo por divisores del kopek marcados con puntos para indicar su valor.
Además de estas modificaciones también se alteraron las leyendas, abandonándose el latín y utilizándose el idioma ruso y el alfabeto cirílico. La reforma alcanzó asimismo al numerario áureo, con la emisión de chervónets de 3,47 gramos y ley de 986 milésimas, equivalentes a los ducados húngaros en circulación. Como curiosidad, hubo una emisión ad hoc de marcos llevada a cabo para el pago de los que incumplían la obligación de recortar sus barbas a la manera occidental.  
La adopción del rublo fue consecuencia lógica de la situación monetaria no sólo europea, sino mundial. Los reales de a ocho españoles compartieron en el norte de Europa su papel de divisa internacional con otras macromonedas de plata equivalentes a ellos, como los talhers o táleros y los riksdaler  o rix-dólares holandeses de Leeuwen. Está documentada la presencia de los pesos en el siglo XVII en Narva, Nyen, Riga y Reval  y Pernau, en el entorno del Báltico, y eran asimismo gustosamente aceptados por los rusos.
Con ellos Rusia alimentaba su activo comercio con Persia, donde se adquirían tejidos de algodón, tafilete, seda, satén, incienso y otros bienes, a cambio de pieles, cuero y cristal moscovita, sirviendo la plata española para saldar su deficitaria balanza comercial. En su camino hacia Oriente, los pesos fuertes españoles eran la moneda preferida de los pueblos integrados en el Imperio Otomano y en Persia, así como entre los mongoles y tártaros, sobre otras como los reichsthalers. 
Es curioso como el rublo, en sus casi setecientos años de historia, no había sido utilizado nunca como divisa fuera del Imperio Ruso, de la extinta Unión Soviética y de la actual Federación, y sólo hace muy poco la libre circulación del rublo se instauró por vez primera en el extranjero, en la ciudad china de Suifenhe, cerca de la frontera de ambos países. Quizá sea esta la razón por la que el Banco de Rusia ha aprobado recientemente un nuevo símbolo del rublo, con la intención de introducir su moneda en los mercados internacionales.

Bibliografía:

·         BELTRÁN, A., Introducción a la Numismática universal, Madrid, 1987.
·         BLACK, J., La Europa del siglo XVIII, Madrid, 1997.
·         CIPOLLA, C.M., La odisea de la plata española. Conquistadores, piratas y mercaderes, Barcelona, 1999.
·         MANAEV, G. , “Breve historia del rublo”, en Russia beyond the headlines, 22 de diciembre de 2013.

miércoles, 4 de junio de 2014

La moneda española en circulación en las islas Malvinas en el siglo XIX

Publicado en Numismático Digital, 4 de junio de 2014

http://www.numismaticodigital.com/noticia/7331/Articulos-Numismatica/La-moneda-espanola-en-circulacion-en-las-islas-Malvinas-en-el-siglo-XIX.html


El pequeño archipiélago de las Malvinas, deshabitado hasta mediados del siglo XVIII, fue motivo de fricciones políticas entre España, Francia y el Reino Unido, hasta que finalmente fue poblado y posteriormente abandonado por los españoles. Tras su hasta la fecha definitiva ocupación británica en 1833 y hasta mediados del siglo XIX, las onzas y los pesos españoles y de otros países iberoamericanos fueron comunes en la circulación monetaria entre la exigua población de estas islas.

Compuesto de dos islas principales, Gran Malvina y Soledad, y más de doscientos islotes, se discute sobre quien fue su descubridor, y fue visitado desde el siglo XVI por marinos españoles, ingleses y holandeses. No fue hasta el 3 de febrero de 1764 cuando Bougainville tomó posesión de las islas en nombre del rey de Francia, construyendo un fuerte en la isla Soledad y fundando la colonia de Port Louis. Los españoles requirieron a los franceses la evacuación de las islas, que fueron entregadas el 1 de abril de 1767 al gobernador español designado, don Felipe Ruiz Puente, que se hizo cargo de la colonia y de sus 115 habitantes.

Simultáneamente, el capitán Mac Bride fundó una colonia británica, Puerto Egmont, en la isla Trinidad. Tras dos años de presencia de ambos establecimientos y de desconocimiento mutuo, dos navíos, uno de cada nacionalidad, se encontraron en la bahía de la Soledad y dieron noticia a sus respectivos gobiernos. El gobernador de Buenos Aires, Francisco Bucareli y Ursua, envió a Puerto Egmont cinco fragatas con 1.500 hombres de desembarco al mando de Juan Ignacio de Madariaga, que enfrentándose a un contingente británico muy similar y tras encarnizados combates se apoderaron de la colonia inglesa el 10 de junio de 1770.

Los ingleses protestaron enérgicamente, y si bien se les permitió volver a tomar posesión de Puerto Egmont, fue sólo para posteriormente abandonarlo. Los colonos españoles no consiguieron aclimatar la flora y los árboles traídos de la isla del Fuego y retornaron al continente, quedando el archipiélago como lugar de destierro y presidio, con una exigua guarnición en su extremo occidental que finalmente fue evacuada en 1811.

En 1829, abrogando todos los derechos de la Corona de España en las tierras cercanas al Cabo de Hornos, la República Argentina expidió un decreto de 10 de junio recogiendo que las islas Malvinas tendrían un gobernador político y militar, con residencia en la Isla de la Soledad, donde se levantaría una batería. El cargo de gobernador recayó en el hamburgués Luis Vernet, que partió con cuarenta colonos para comenzar a poblar las islas. Según una carta del capitán King, citada por Lacroix, la población de las mismas se reducía a unas cien personas, entre las que se encontraban 25 gauchos, cinco indios, dos familias holandesas, tres familias inglesas, una alemana y algunos comerciantes portugueses y españoles.

 Las medidas represivas tomadas por el gobernador contra los balleneros anglo norteamericanos levaron a que en 1831, tras apoderarse los argentinos de una embarcación norteamericana, el capitán estadounidense Silas Duncan, de la corbeta Liexngton, atacase la colonia, saquease sus propiedades, arrasase las viviendas y se llevase cautivos a muchos de sus habitantes. El 2 de febrero de 1832 la fragata Clio fondeó en la bahía de Berkeley, y la Tyne en Puerto Egmont, enarbolando ambas la bandera británica, y la pequeña guarnición argentina se rindió sin resistencia y se trasladó al continente en la goleta Sarandí.

 Con anterioridad a la ocupación británica de las islas circulaban en las mismas unos vales expresados en pesos, que habían sido emitidos por el gobernador Vernet  para el pago del personal asalariado y para la provisión de bienes. Los mismos estaban impresos en tinta negra y tenían valores faciales de 1, 2,5 y 10 pesos, y sólo tenían el anverso coloreado, estando su reverso en blanco.

 Este papel moneda siguió circulando como moneda local hasta tiempo después de la ocupación, incluso una década más, si bien, según el barón Robert Chalmers, era muy impopular entre los gauchos. Aunque se utilizaba el numerario esterlino como moneda de cuenta, según este autor el circulante estaba compuesto de reales de a ocho-dólares-  y de doblones importados de Río de Janeiro o traídos por los barcos, siendo las principales monedas en uso para los 78 habitantes de las islas.

 Chalmers citaba que el 31 de marzo de 1842 el gobernador había recibido 1.183 dólares y 8 peniques, con la misma valoración que en las colonias inglesas tenían en 1825 de 4 chelines y 4 peniques cada peso fuerte, y el 6 de abril del mismo año que había recibido una bolsa con 44 doblones españoles y 217 ¼ pesos de plata desde Río.

 Debido a la escasez de moneda en 1844 el gobernador emitió temporalmente papel moneda por un valor nominal de 1.000 libras esterlinas, expresados en pesos españoles-dólares-, según el siguiente cuadro:

Descripción
Ejemplares
Total en pesos
£.
s.
d.
½ pesos
210
105
22
15
-
1 peso
130
130
28
3
4
5 pesos
170
850
184
3
4
10 pesos
43
430
93
3
4
25 pesos
64
1.600
346
13
4
50 pesos
30
1.500
325
-
-
1 chelín y 10 peniques
1
1 chelín y 10 peniques
-
1
10
Total
£
1.000
-
-

 
Hasta 1849 los pesos siguieron circulando en las Malvinas a un valor de 4 chelines y 4 peniques, hasta que de acuerdo con las instrucciones recibidas el gobernador emitió una Proclamación el 31 de julio de 1849 declarando la estimación de los doblones y dólares españoles en 64 chelines y 4 chelines y 2 peniques, respectivamente, proveyendo que sólo las monedas perfectas podrían recibirse como pago.

Fue en esta época según Chalmers cuando el creciente valor del metal áureo desplazó al numerario argénteo y se comenzó a importar moneda esterlina, convirtiéndola en el modo habitual de pago en las islas, a pesar de los fallidos intentos de importar pesos españoles desde Montevideo. También citaba en circulación a finales de la centuria monedas estadounidenses de oro y plata, pesos mexicanos, uruguayos, de Montevideo, chilenos y peruanos, moneda brasileña de oro y plata y piezas francesas de 5 francos, todos ellos a una estimación de 4 chelines por peso –dólar-. Se habían encontrado en 1863 pesos chilenos y otras monedas falsas en circulación.

El oro era escaso, dado que los particulares lo atesoraban para cambiarlo por plata a los ovejeros que emigraban a Patagonia, que pagaban más de un 7 ½ % de premio por el oro para llevarlo con ellos al continente. Cuando escribió su obra, Chalmers afirmaba que sólo quedaban en circulación como moneda foránea 20 o 30 medios dólares y una moneda de 200 reis, y que eran muy impopulares.

 BIBLIOGRAFÍA:  

CHALMERS, R.,  History of currency in the British Colonies, London, 1893
LACROIX, F., Historia de la Patagonia, Tierra de Fuego e Islas Malvinas, traducida al castellano por una sociedad literaria, Barcelona, 1841.

 Numismática de las Islas Malvinas Argentinas, del Museo Histórico y Numismático José Evaristo Uriburu (H). Banco Central de la República Argentina, 2008.

miércoles, 7 de mayo de 2014

Los dólares de Groenlandia, o Columnarios daneses

Publicado en Numismático Digital, 7 de mayo de 2014


http://www.numismaticodigital.com/noticia/7266/Articulos-Numismatica/Los-dolares-de-Groenlandia-o-los-Columnarios-daneses.html

A pesar de ser conocidos en el mundo numismático como dólares o piastas de Groenlandia, estas imitaciones de los célebres pesos de mundos y mares fueron batidas entre 1771 y 1777 para el comercio danés con Asia. Estas emisiones recogen los principales motivos de la originaria moneda española, adaptándolos a las leyendas e iconografía de los territorios del rey de Dinamarca.

El comercio danés de la Edad Moderna, como el de otros estados europeos, se basó en el establecimiento de factorías y emporios en la costa africana, el Caribe y en el comercio con Asia. Desde su base de Christiansborg, en la actual Accra, dominaron un pequeño territorio en la costa africana, conocido como Costa de Oro Danesa, donde obtenían oro, marfil y esclavos. Los esclavos eran transportados al Caribe, a las posesiones de las islas Vírgenes, Santo Tomás, San Juan y Santa Cruz, donde se producían mercancías como azúcar, ron, tabaco y algodón, y se recogía moneda de plata española. Estos bienes eran posteriormente transportados al territorio metropolitano, donde se vendían con un considerable beneficio.

Este lucrativo comercio estaba en manos la Compañía danesa de las Indias Occidentales y Guinea. Para el comercio con Asia se creó la Compañía Danesa de las Indias Orientales, cuyas actividades convirtieron a Copenhague en un activo mercado de productos asiáticos como la seda, las especias y, sobre todo, el té. Durante el siglo XVII los comerciantes daneses introdujeron en Europa más té que los británicos, e Inglaterra fue el destino final del 90% de estas importaciones.

El principal puerto de la Compañía en Asia fue el de Tranquebar, un emporio en la costa de Coromandel por el que pagaban al Rajá de Tanjur unos derechos de 2.000 pagodas, 16.800 libras de 1788, y que tuvo su propia ceca. Tras varias refundaciones y con apoyo regio la Compañía siguió operando, con el derecho exclusivo del comercio con China, y Malo de Luque recogía que entre 1732 y 1772 las cargas de los despachos habían supuesto un montante global de 97.913.731 libras y 10 sueldos, y las ventas de sus retornos ascendieron a 188.939.673 libras.

Una curiosa y atractiva moneda acuñada por Dinamarca para el comercio con Oriente fue la imitación de los reales de a ocho columnarios batida en Europa para este fin. Los pesos columnarios eran la principal moneda demandada por China, dado que su contenido en fino, un 0,935, se adecuaba al estándar chino de la plata de un 0,937. A pesar de la obvia similitud, sobre todo para culturas no acostumbradas a los caracteres latinos, las fuentes coetáneas afirmaban que no se pudieron usar para su fin salvo con muchas dificultades, dado que los chinos no las aceptaban.

El diseño de estas piastras reprodujo los principales motivos iconográficos de las originarias monedas españolas, respetando la distribución de sus diseños y leyendas y con una apariencia en todo muy similar. En el anverso se reprodujeron las armas de su monarquía en un escudo coronado, como en el tipo original, en forma de casulla o piel de toro, típicamente español, junto con el nombre de su soberano y sus títulos, y en su reverso las famosas columnas de Hércules coronadas, los dos orbes y las ondas del mar, recogiendo incluso la leyenda PLVS VLTRA en las cartelas.

En su anverso se encuentran el escudo del reino de Dinamarca en tres cuarteles, con los blasones de Dinamarca -tres leones pasantes -, Noruega –león coronado rampante- y las tres coronas de la Unión de Kalmar, la leyenda CRISTIANUS.VII.D.G.DA.NOR.VAN.GOT.REX y un diseño hojas de roble en espiral similar a un tetratrisqel o cruz gamada. En su reverso se incluyeron en los dos globos coronados los escudos de Dinamarca y Noruega, y entre las olas del mar bajo las columnas los nombres de las tres colonias de Dinamarca, ISLAND, GRÖNLAND, FERÖ, en tres paneles, la leyenda circular GLORIA.ET.AMORE.PATRIAE y la fecha de emisión entre las mismas espirales vistas en el anverso, sustituidas en la emisión de 1777 por un diseño cruciforme de cinco puntos.    

De la primera emisión, que se batió en la ceca de Copenhague en el año 1771 y fue grabada por J.E. Bauert, sólo se acuñaron 543 ejemplares, considerados como pruebas, las cuales debieron ser aceptadas, dado que en 1774 se batieron 44.900 piastras usando los mismos cuños y fecha. Una nueva acuñación de 50.000 ejemplares se llevó a cabo en 1777 con nuevos cuños, realizados por Anders Lunde, en la Casa de Moneda de Königsberg, capital de la Prusia Oriental. Esto no es de extrañar, dado que los prusianos fueron durante siglos socios comerciales de los daneses en Europa y en los mercados exteriores, y esta última ciudad un importante centro de redistribución de reales de a ocho en los mercados del Báltico y en Rusia.

Gilboy cita cinco variedades distintas de cuños en las emisiones, y hay piezas con las leyendas ISLAND e ISLAN en los paneles del reverso en la acuñación de 1777. De la emisión de 1771 se conocen cinco ejemplares, de la de 1774 veinte, la mitad en museos, y de la de 1777 hay tres ejemplares de la variedad con ISLAND y veintiuno con ISLAN, de los que doce de ellos se conservan en museos. Esto convierte a estos alógenos reales de a ocho en una de las mayores rarezas de la numismática moderna, y en unas estimadas y cotizadas piezas en las contadas subastas en las que aparecen.

El comercio exterior danés decayó con el incremento del británico. En 1845 el puerto de Tranquebar fue vendido a los británicos, e igualmente cinco años después el africano de Christiansborg, a cambio de diez mil libras. El 1 de abril de 1917 las islas de las Indias Occidentales Danesas fueron vendidas a los Estados Unidos por un precio de 25 millones de dólares. A principios del siglo XIX en la isla de Santa Cruz se habían resellado reales de a ocho, de a cuatro y de a dos españoles con las letras STC dentro de un óvalo, y el doblón de oro y el peso de plata españoles fueron las monedas que durante muchos años dominaron la circulación en el archipiélago de las Islas Vírgenes.

BIBLIOGAFÍA:

. BELTRÁN, A., Introducción a la Numismática universal, Madrid, 1987.
. GILBOY, F.F.,The milled columnarios of Central and South America. Spanish American Pillar Coinage, 1732 to 1772, Regina, Saskatchewan, 1999.
. MALO DE LUQUE, E., Historia política de los establecimientos ultramarinos de las naciones europeas, T. IV, Madrid, 1788.
. MONTANER AMORÓS, J., Los resellos. Las monedas españolas reselladas en el mundo, Valencia, 1999

Ira&Larry Goldberg Auctioneers, Sale 46, The Millennia Collection, http://images.goldbergauctions.com/php/chap_auc.php?site=1&lang=1&sale=46&chapter=55&page=1

miércoles, 2 de abril de 2014

Una reseña de Octavio Gil Farrés sobre el artículo “Datos sobre una moneda marroquí acuñada en España”

Publicado en Numismático Digital, 2 de abril de 2014

http://www.numismaticodigital.com/noticia/7192/Articulos-Numismatica/Una-resena-de-Octavio-Gil-Farres-sobre-el-articulo-Datos-sobre-una-moneda-marroqui-acunada-en-Espana.html

Preparando un artículo sobre la moneda áurea marroquí conocida como Madridiyah, por haber sido acuñada en nuestra capital, me acerqué por un conocido anticuario para adquirir la separata del artículo  “Datos sobre una moneda marroquí acuñada en España” del eminente filólogo y arabista don Mariano Arribas Palau. Cuál sería mi sorpresa cuando dentro de la misma se encontraba una recensión de don Octavio Gil Farrés, anterior propietario de la publicación, en dos versiones, manuscrita y mecanografiada, así como otro folio con las notas que tomó de su puño y letra del artículo. Ignoro si finalmente esta reseña llegó a publicarse, dado que no la he encontrado, por lo que la transcribo íntegramente.

ARRIBAS PALAU, MARIANO: datos sobre una moneda marroquí acuñada en España. Al-Qantara, Vol. IV, fasc. 1 y 2, págs. 185-263. Madrid, 1983.

            En este interesante artículo-de tipo histórico y numismático-se trata de las gestiones realizadas por el sultán Sayyidi Muhammad b. Abd Allah, cerca del gobierno de Carlos III para acuñar en España moneda de su país. La pretensión consistía en labrar ducados, onzas y blanquillos. El ducado equivalía a 10 onzas, con el peso de un peso fuerte español más dos blanquillos. La onza equivalía a 46 blanquillos. Según Tomás Bremond, cónsul en Marruecos, apenas se labra ahora moneda, “pues viene toda acuñada de América”. Esto suponía un serio inconveniente para los deseos del monarca marroquí. Además, éste solicitaba que el oro y plata a utilizar fuese el proveniente de Indias, a fin de que la moneda tuviese la misma ley que los doblones y pesos fuertes españoles. El pago se efectuaría con el producto de las exportaciones de grano desde el puerto de Casablanca. Tras diversos titubeos por ambas partes, se determinó hacer cuatro millones de piezas de plata: blanquillos, que 40 de ellos fuesen del peso de un real de a ocho, o sea de 0,675 gramos. Asimismo, un millón de piezas de plata, mayores, u onzas, que 10 equivaliesen a un peso fuerte, o sea de 2,70 gramos. También diez mil monedas grandes de oro (solamente se hicieron éstas) con valor de 10 pesos fuertes cada una. Se indicaba que una parte se enviase a Nápoles, para que el rey Fernando IV rescatase cautivos de Malta. En 1787 se hicieron pruebas por el grabador general Pedro González de Sepúlveda, ayudado por Miguel Casiti “por ser el hombre sabio que tenemos en esta clase de letra”. Como problema fundamental se indicaba que dos volantes trabajando sin interrupción y produciendo seis mil piezas diarias, requerirían cuatro años para rematar la operación. En las piezas fabricadas se consignó siempre la fecha 1201 y Madrid, como ceca de la operación.
                                                                                                                  O.G.F.
 
 En la versión manuscrita cambia un poco la última parte. Tras citar al grabador y a su ayudante, don Octavio escribía:

 Uno de los inconvenientes señalados por los españoles era que las altas temperaturas a que debían someterse dichos metales reduciría (…) su contenido original, y se añadía que con dos volantes trabajando …

 Asimismo, incluía un comentario final:

 Como anécdota, se señala que en la devolución a Marruecos de parte del metal que debía emplearse, se hundió en Tánger un cajón conteniendo dos mil pesos fuertes, que no pudieron ser rescatados.

 El dicharachero dueño de la Librería Anticuario Bellver me explicó cómo había llegado parte de la colección de don Octavio a sus manos, y aprovechó, como buen comerciante, la ocasión para endosarme otros dos libros que pertenecieron a nuestro ilustre numismático, y un diccionario de arte de regalo.

 Se pueden consultar los escritos originales aquí
 

domingo, 9 de marzo de 2014

La frustrada voladura de la ceca de Potosí

Publicado en Numismático Digital, 5 de marzo de 2014

http://www.numismaticodigital.com/noticia/7136/Articulos-Numismatica/La-frustrada-voladura-de-la-ceca-de-Potosi.html


El día 18 de noviembre de 1813, tras las sucesivas derrotas de Vilcapugio y Ayohúma, el general Belgrano ordenó la retirada de la Villa Imperial de Potosí, ocupada por su ejército unos meses antes, con la expresa orden de volar su magnífica Casa de Moneda. Sólo la determinación del oficial Anglada hizo que la voladura no se hiciese efectiva.

 Tras la batalla de Salta de 20 de febrero de ese mismo año el Ejercito del Norte de las Provincias Unidas del Río de la Plata, comandado por Manuel Belgrano, ocupó la Villa de Potosí. Siguiendo instrucciones de la Asamblea Constituyente de Buenos Aires de fecha 13 de abril de este año,  y conforme a la propuesta del diputado Pedro José Agrelo, se batieron en esta ceca monedas de la misma ley y peso que las españolas, cambiando sus leyendas e iconografía.

En su anverso llevan un escudo creado por la propia Asamblea, sin el sol que lo encabezaba, sin adornos en la moneda argéntea y con dos cañones, un tambor y cuatro banderas en las áureas, la leyenda EN UNIÓN Y LIBERTAD, el monograma PTS de la ceca, la sigla de ensayador J, de José Antonio de Sierra, el valor en números arábigos y las letras S-los escudos- y R-los reales. En su reverso portan tanto las monedas de oro como las de plata, conforme a lo ordenado por la Asamblea, un sol con 32 rayos, 16 rectos y otros tantos oblicuos, con ojos, cejas, boca, nariz y barbilla, y la leyenda PROVINCIAS DEL RÍO DE LA PLATA.

El canto de las monedas de oro está decorado con estrías en oblicuo, y el de las de plata con hojas de laurel. En esta considerada primera emisión argentina se encontraban todas las monedas del sistema de la plata ente los medios y los ocho reales, y en oro se acuñaron todos los valores del sistema, desde los escudos sencillos a las onzas de ocho escudos.
 
Una vez se pusieron en circulación, a partir de finales de junio, estas monedas no fueron aceptadas por el público, ya que en el comercio se consideraba incomprensible este nuevo cuño, por lo que el Supremo Poder Ejecutivo de Buenos Aires tuvo que decretar el 28 de julio de ese año su curso forzoso, al ser de la misma ley y peso que las emisiones españolas precedentes.

 Como afirmaba el general José María Paz, testigo de los sucesos, la Casa de Moneda, vuelta a su giro ordinario, abastecía con abundancia de moneda metálica al comercio, y daba la bastante al ejército. En su retirada el Ejército del Norte cargaba, según las palabras del mismo autor, con todo el dinero sellado y sin sellar que se encontraba en la misma, y afirmaba que entre las cargas abandonadas en la retirada salvó una compuesta de alhajas de diamantes y tejos de oro de un valor superior a cuarenta mil duros.

La orden de partida se dio el mismo día 18 por la mañana, saliendo de la ciudad Belgrano con una columna de infantería a las tres de la tarde, y quedando en ella unos ochenta hombres al mando del general Díaz Vélez. Dado que la población se iba reuniendo alrededor de la Casa de Moneda, se mandaron patrullas para disolver a los grupos. Se informó asimismo paulatinamente a los habitantes de las casas de alrededor de la ceca que debían abandonarlas, al irse a volar la misma con un gran depósito de pólvora, si bien Paz afirmaba que la mayor parte de la población siguió encerrada en sus casas.

En la sala de la fielatura, en el centro de la Casa de Moneda, se habían colocado por orden expresa del general Belgrano gran cantidad de barriles de pólvora, para cuya inflamación debía dejarse una mecha de duración suficiente para permitir la retirada del ejército. Cerca del ocaso Díaz Vélez ordenó encender la mecha y cerrar las puertas, y dado que no aparecieron las llaves sólo se emparejaron y los últimos soldados salieron de la ciudad. Paz recogía que se detuvieron a una legua de la ciudad, deseando gozar en su totalidad del terrible espectáculo de ver volar en fracciones un gran edificio i quizá media ciudad.

Al no producirse la explosión, Belgrano ordenó al capitan de artillería Juan Luna que entrase en la ciudad con 25 jinetes para volver a encender la mecha, de lo que tuvo que desistir por la más que probable oposición de los habitantes de la ciudad y por la cercanía de las tropas realistas. La misma no se produjo porque el oficial mayor de la plaza, apellidado Anglada, había ocultado las llaves y, quedándose escondido, cortó la mecha que conducía a la bocamina.

¿Héroe o villano?. Para Muñoz Cabrera este oficial, que afirmaba era boliviano, tuvo una feliz inspiración al evitar que se consumase aquel hecho horrible, salvando con ello este edificio monumental. A pesar de deshacerse en toda su obra en loas al general Belgrano, afirmaba taxativamente:

No es posible dejar de lamentar la especie de estravio mental que inspiro al jeneral Belgrano el bárbaro proyecto de hacer volar la casa de moneda de Potosí, situada en la parte mas central de la poblacion; i los que conocieron y apreciaron las altas virtudes i espíritu caritativo de este jeneral no dejarian de sorprenderse al saber que fué suyo tan temerario proyecto.

 Paz refería en sus Memorias su conversación durante la retirada con Tomás Manuel Anchorena, secretario de Belgrano, que versó sobre el frustrado intento de la voladura de la ceca, afirmando que se tomó la libertad de reprobarlo altamente, mientras que Anchorena lo sostuvo, alegando que además de privar al enemigo de tan valioso recurso se hubiese conseguido arruinar un pueblo que siempre había sido y seria enemigo nuestro.

En cuanto a Anglada, a quien casi sin ninguna duda debió conocer personalmente, afirmaba que era mendocino, y que se habría relacionado con personas enemigas a la causa, y particularmente con una señora que era muy realista. No dudaba de que fue él quien ocultó las llaves, cortó la mecha y se presentó al enemigo, que le acogió bien por el importante servicio realizado y lo empleó en el ejército, donde según su testimonio no jugó un papel distinguido, dado que no pudo hacer olvidar a sus nuevos patronos que era un traidor.  

 ¿Podría tratarse de Francisco Anglada? Probablemente no sea más que un caso de homonimia, dado que no he encontrado ninguna referencia a su nombre de pila entre los documentos y crónicas coetáneas que se refieren a esta acción. Pero hay algunos indicios, siempre guardando las debidas reservas y esperando encontrar datos debidamente contrastados, que parecen apuntar a esta posible atribución.

 Este oficial realista y posteriormente boliviano era según algunos autores oriundo de la actual Argentina. La ciudad de Mendoza, que los primeros 215 años de su historia perteneció a la Capitanía General de Chile, fue integrada junto con el resto de Cuyo en el Virreinato del Río de la Plata en 1776. Sin embargo, según el Diccionario Histórico del Departamento de la Paz el luego general Francisco Anglada habría nacido en Montevideo el 4 de noviembre de 1788. En el Índice del Archivo del Gobierno de Buenos Aires de 1810 encontramos una solicitud del día 8 de junio de un tal Francisco de Borja y Anglada, para ser admitido en clase de cadete, agregado al batallón nº 1.

 Es citado como sargento mayor y teniente coronel, y calificado de intrépido por el general realista Juan Ramírez Orozco, que combatió en las batallas de Vilcapugio y Ayohúma antes citadas como Jefe de Estado Mayor de Joaquín de la Pezuela, en sus comunicaciones durante las campañas contra los insurgentes de Cuzco, y consta asimismo que fue herido en combate y aún así tomó la bandera de los enemigos por un informe enviado por Ramírez a Joaquín de la Pezuela, fechado en el Cuartel General de la Paz el 2 de noviembre de 1814.

En el Archivo General de Indias,  Lima, 754, N.26-1, se conserva la carta nº 135 del virrey José Fernando de Abascal, Marqués de la Concordia, a Pedro Cevallos, secretario de Gracia y Justicia, de 17 de mayo de 1816, en la que se informaba del nombramiento del sargento mayor graduado de teniente coronel Francisco Anglada, como subdelegado interino del partido de Yungas, en la Provincia de La Paz, por los recomendables servicios realizados en el Ejército del Alto Perú, que eran dignos de una particular atención. En la misma aparece reproducido asimismo el testimonio del oficial, fechado el 13 de noviembre de 1815, que afirmaba que se excusaba de referir sus servicios al Soberano, puestos de manifiesto por los partes del Señor General Reconquistador del Cusco.

De ser así, no sería la última vez que cambió de bando, dado que, según Urcullu con el grado de comandante, se pasó al ejército de Sucre a comienzos del año 1825, en los estertores del gobierno español en Sudamérica, debidos a la sublevación absolutista de Pedro Antonio de Olañeta contra el virrey José de la Serna, que fracturó la defensa del Perú, y a la acción conjunta de los ejércitos de Simón Bolívar y Antonio José de Sucre.

En la Guerra Civil peruana de 1835-1836 le encontramos con el grado de general de brigada en el ejército de Andrés de Santa Cruz, y presidió el Consejo de Guerra que firmó la sentencia de muerte de Felipe Santiago Salaverry, Jefe Supremo de la República del Perú. En 1839 desempeño la Intendencia de Policía de la Paz, y falleció el 16 de julio de ese año por una atrofia al corazón. Según el Diccionario Histórico del Departamento de La Paz, estuvo casado con María Mercedes Goyeneche, que murió el 11 de mayo de 1838.

 Su caso no es único, sino uno más en una época marcada por la violencia, por el caudillismo, por los enfrentamientos fratricidas y por ominosas guerras a muerte, que hicieron cumplirse el pronóstico que Simón Bolívar hizo en su carta al general Juan José Flores, primer presidente de Ecuador. En ella afirmaba que para ellos la América era ingobernable, que quien servía a una revolución araba el mar, y que caería infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos los colores y razas. La revolución devoró a sus próceres.

 
Bibliografía

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“Bicentenario Acuñación Primera Moneda Patria 1813-2013”, Folios Numismáticos, nº 72, Centro Numismático de Santa Fe, Abril 2013.