jueves, 3 de septiembre de 2015

La Guerra de la Oreja de Jenkins

Publicado en Numismático Digital, 3 de septiembre de 2015


La Guerra del Asiento, conocida también como de la Oreja de Jenkins por el incidente que la provocó, fue un conflicto que enfrentó a España y el Reino Unido entre los años 1739 y 1748 y que coincidió cronológicamente con la Guerra de Sucesión Austriaca. Si bien el principal teatro de operaciones durante este periodo para España fue el italiano, fue una guerra con enfrentamientos en un enorme espacio geográfico. Los combates en el Caribe durante esta confrontación tuvieron importantes repercusiones en el ámbito numismático.

    El casus belli para que se desencadenase el conflicto fue el apresamiento en abril de 1731 del Rebecca, un barco que se dedicaba al contrabando en las costas de Florida, por un guardacostas español. Su capitán, Julio León Fandiño, corto al capitán inglés Robert Jenkins una oreja, y según el testimonio de este último ante la Cámara de los Comunes en 1738, le dijo textualmente, “Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve”.
   
   La oposición parlamentaria y el público en general consideraron que era un ultraje al honor nacional, y forzaron al Primer Ministro, Robert Walpole, a que contra su voluntad declarase la guerra a España. Este enfrentamiento supuso finalmente la mayor derrota sufrida en su historia por la Royal Navy, y aseguró la preeminencia española en el Atlántico hasta finales de la centuria.

   Aunque en teoría la armada británica era muy superior a la española, los mares de América y Europa se vieron patrullados por los guardacostas y los buques corsarios españoles, que infringieron a la marina británica daños notables y alcanzaron las cotas más altas de capturas de todo el siglo.  Los corsarios vascos operaban en el Atlántico Norte, cerca de las costas de las Islas Británicas, los gallegos en las costas portuguesas, y en el área del Estrecho destacó especialmente el papel de Ceuta.        
    
   Este conflicto supuso no obstante un duro golpe al sistema de flotas, y conllevó una generalizada insolvencia de los comerciantes indianos, una crisis comercial de gran envergadura y la paralización de las remesas de metales preciosos hacia España. Ello llevó a la generalización de los envíos en buques sueltos, conocidos como navíos de registro. Según Morineau, entre los años 1741 y 1757 llegaron a Nueva España 164 transportes, sin contar 24 avisos, 45 bajo pabellón neutral, 40 franceses, 3 holandeses, 1 imperial y 119 españoles. El caso más conocido es el del Glorioso, un navío de línea de 70 cañones que transportaba cuatro millones de reales de a ocho, y que se enfrentó sucesivamente a cuatro escuadras británicas, pudiendo desembarcar su cargamento en España antes de ser capturado al agotar su munición. 
     
  Florida, el lugar donde se produjo el incidente que causó su estallido, sufrió pronto un ataque británico. A comienzos de 1739, con la guerra en ciernes, su situación económica era desoladora. En enero de ese año ya se había gastado el situado enviado para el pago de las compañías. Un año después, en febrero, se reconoció una deuda con los forzados y esclavos que levantan las fortificaciones ascendía a cuarenta mil pesos, y en agosto los pagos devengados y no entregados a la tropa ascendían a 8.891 pesos.

    El gobernador había informado el 30 de enero de 1740 a La Habana de su temor a un ataque británico en la primavera, que finalmente se produjo en mayo, cuando dos fragatas británicas se situaron frente a San Agustín, y en junio la ciudad fue cercada por las tropas de Oglethorp y Pierse. A pesar de ser repelido el ataque, y recibir por ello la felicitación regia, en diciembre de ese año se seguían debiendo 5.737 pesos a los oficiales y 711 a los milicianos, en concepto de raciones de carne y harina suministradas durante el sitio.

    En mayo de 1741 la guarnición había quedado reducida a 424 hombres, por lo que el gobernador de La Habana recibió órdenes de enviar refuerzos. Entre 1742 y 1743 fueron enviados desde Cuba 422 soldados, ante la inminencia de un nuevo ataque británico. Los cálculos de la Real Hacienda de Cuba para los fuertes de San Agustín y Apalache fueron de un millón y medio de reales, y la situación se agravó por la falta de recepción del situado desde 1739 hasta 1742, lo que llevó incluso a una petición de los soldados de caballería de licencia para vender sus monturas para poder subsistir.

    En julio de 1742, la guarnición, junto con granaderos de La Habana y milicianos negros del fuerte Mosé, la mayor parte antiguos esclavos huidos de las colonias británicas, participó en la invasión de Georgia. El gobernador Manuel de Montiano, ante tanta penuria monetaria, remitió al monarca por vía reservada en fecha 8 de febrero de 1744 una propuesta para el establecimiento de una moneda provincial para el territorio a su cargo. En esta misiva informaba de que los situados remitidos desde 1736 solamente habían dado para el pago del salario de algunos de sus hombres de armas, y que se debían los correspondientes a los tres años inmediatamente anteriores, por un montante global de 361.771 pesos.

    La isla de Cuba fue asimismo escenario de enfrentamientos entre 1741 y 1744. En la misma, sitiada por el almirante Vernon, se batió moneda obsidional en 1741. Se autorizó en esta ocasión la acuñación de piezas de cobre de reales de a ocho, cuatro, dos y cuartos en cobre, con tipos de león y columnas. Las que se conservan difieren de estos tipos, dado que presentan en su anverso un escudo coronado con F V y C 8 a los lados, y castillo dentro de escudo coronado en reverso, entre 17-41.

    El Cabildo de la isla, reunido el 4 de agosto de 1741, acordó en vista de los acontecimientos el uso de moneda de cobre, resellándola con una roseta. Las autoridades de la isla, reunidas en Junta, acordaron en fecha 6 de agosto de 1741 la fabricación de estas monedas de a ocho, cuatro, dos y cuartos en cobre, encomendándose el diseño y grabado a Francisco Enrique de Angle. El Acuerdo fue modificado por Auto del Gobernador Juan Francisco Caxigal de la Vega, de 25 del mismo mes, reduciendo las monedas a batir a cuartos y reales de a ocho. Las monedas, de cobre puro, debían ser del mismo tamaño que los cuartos, y solamente se diferenciarían en su valor, que habría de constar en ellas.

     El 8 de septiembre fue autorizada su circulación por el Gobernador de la isla mediante Bando, lo que fue puesto en conocimiento de las autoridades metropolitanas por carta del mismo de fecha 6 de octubre del mismo año. Esta moneda era de labra tosca, y fue diseñada por el ingeniero Francisco Enrique del Ángel y con troquel de Antonio de Natera. Los cuartos y reales de a ocho batidos comenzaron a circular inmediatamente. Esta moneda se falsificó abundantemente y circuló hasta 1779, y según Beltrán se continuó esta práctica en Santiago, hablándose de monedas provinciales entre 1754 y 1756.

      En fecha 8 de marzo de 1742 el Consejo de Indias aprobó la actuación de las autoridades en lo referente a la emisión de esta moneda de cobre. El 7 de junio el Consejo se pronunció sobre el aumento dado a la moneda de cuartos de cobre, y en fecha 11 de junio del mismo año una Resolución del Consejo de Indias autorizó la circulación de esta moneda de cobre hasta la finalización de la guerra. En fecha 13 de septiembre de 1755 se emitió una Resolución por el Consejo de Indias, contestando a una carta del Gobernador, en el que se le daba cuenta de las medidas tomadas para la extinción de la moneda mandada hacer generalmente en las Indias.

     Los enfrentamientos en la costa de Nueva Granada y el Perú tuvieron asimismo importantes consecuencias monetarias, esta vez en el bando británico. El comodoro George Anson partió de Portsmouth en 1740 con seis navíos y 2.000 hombres para hostigar los territorios hispánicos del Pacífico. Volvió en 1744 con un solo barco y 104 supervivientes, y con un botín estimado en 50 millones de libras. En 1745-1746 se acuñó moneda de plata y oro con la inscripción LIMA, en formato de cinco guineas, sencillas y medias, así como en divisores de plata, aunque Anson nunca llegó a tocar la capital del virreinato meridional.

    Sus presas principales se produjeron en el puerto peruano de Paita, saqueado el día 24 de noviembre de 1741, donde se obtuvo un botín de 180.000 pesos de plata, y el galeón Nuestra Señora de Covadonga. En esta última nave consiguió, según Dasí, un botín de 1.813.843 pesos en moneda y 40.473 marcos de plata, con una equivalencia de medio millón de libras esterlinas.

    Las monedas de cinco guineas acuñadas para la ocasión llevan en su anverso el busto del rey, con pelo largo y laureado, con la leyenda GEORGIUS II DEI GRATIA, y en su reverso las armas en un campo sencillo coronado y guarnecido, la leyenda M B F ET H REX F D B ET L D S R I A T ET E, y la fecha de emisión. En el canto llevan la leyenda DECUS ET TUTAMEN ANNO REGNI y el año del reinado correspondiente.

   Curiosas son asimismo las numerosas emisiones de medallas para conmemorar las campañas del almirante Edward Vernon durante este mismo conflicto, que constituyen según Ferrari el conjunto más numeroso de las batidas en Europa en distintos países, en todas las épocas y por múltiples motivos, relacionadas con América. Las mismas vienen referidas a la efectiva toma de Portobelo y a la de Cartagena de Indias, realmente una victoria de las fuerzas españolas comandadas por el heroico Blas de Lezo.

   Según Ferrari, en 1885 Hawkins catalogó por encargo del Museo Británico 121 medallas de esta serie, y nueve años, más tarde Betts elevó su número a 169. José Toribio Medina llegó a catalogar en 1919 141 y Milford Haven 210. Tras diez años de estudios, Ferrari llegó a catalogar hasta 360 piezas disímiles, casi todas acuñadas en cobre o bronce, siendo rarísimas las de la plata, siempre de baja ley.

Bibliografía:

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martes, 1 de septiembre de 2015

El Derecho Monetario castellano en la Edad Moderna

Publicado en Revista Aequitas, Estudios sobre Historia, Derecho e Instituciones, nº 6, 2015, pp. 13-42.

https://revistaaequitas.files.wordpress.com/2015/09/revista-aequitas-6x.pdf


Resumen: El ius monetae, el derecho sobre la labra y emisión de moneda, fue desde la Edad Media una regalía o derecho que en Castilla perteneció al señorío natural del soberano. Durante la Edad Moderna las Casas de Moneda españolas fueron durante tres siglos ininterrumpidamente la fábrica de moneda de todo el orbe. Si bien en un principio se permitió e incluso se fomentó la acuñación de numerario por cuenta de los particulares y se vendieron los oficios de las Casas de Moneda, a partir de la instauración de la Casa de Borbón se produjo un rápido proceso de reincorporación de las cecas a su jurisdicción y de control absoluto de toda la producción monetaria. Destaca en el campo del derecho por un lado la continuidad de la legislación monetaria durante todo el periodo, pareja a la pervivencia de la ley y la talla de la moneda misma acuñada en oro y plata, y por otro la progresiva pérdida de protagonismo de las Cortes en las decisiones sobre política monetaria. Importantes fueron asimismo las sucesivas recopilaciones legales que se fueron sucediendo en el tiempo, en las que el Derecho Monetario, debido a la importancia que tenían no solamente para España sino para prácticamente todos los países del mundo las remesas de metales preciosos, tuvo una presencia creciente.

miércoles, 12 de agosto de 2015

La defensa del Castillo del Morro de La Habana

Publicado en Numsmático Digital, 12 de agosto de 2015

http://www.numismaticodigital.com/noticia/8664/la-defensa-del-castillo-del-morro-de-la-habana.html

Tras una heroica defensa de más de dos meses, la ciudad de La Habana cayó en manos de una gran escuadra británica el 13 de agosto de 1762. En recuerdo de sus ilustres defensores, los capitanes de navío Luis  Vicente de Velasco e Isla y Vicente González-Valor de Bassecourt, se acuñó una de las más bellas medallas de la Edad Moderna española, diseñada y grabada por Tomás Francisco Prieto, Grabador General de la Casa de Moneda de Madrid.

Tras la firma del Pacto de Familia con Francia en 1761, y en el marco de la Guerra de los Siete Años, una enorme flota británica al mando del almirante George Pocock, compuesta de 23 navíos, 24 fragatas, 150 barcos de transporte y 14.000 soldados de asalto, más tarde reforzados por otros 4.000, atacó La Habana el 6 de junio del año siguiente. Los defensores españoles, unos 4.000 soldados regulares reforzados por 10.000 voluntarios y milicianos, ofrecieron una resistencia a ultranza a la invasión, principalmente la guarnición de El Morro, comandada por Luis de Velasco, un capitán de navío curtido en la reconquista de Orán y en la Guerra del Asiento, donde obtuvo fama y gloria por el apresamiento de varios buques británicos de mayor tonelaje y bocas de fuego que la fragata que capitaneaba.

El asedio a la fortaleza del Castillo de los Tres Reyes del Morro, que protege la entrada de la Habana, duró dos meses, en notorias condiciones de inferioridad. Cuentan las crónicas que el fuego que caía sobre él le hacía parecer un volcán en erupción. Tras cuarenta y cuatro días de feroces combates, los británicos consiguieron con una mina abrir una brecha en sus fortificaciones. El día 30 de julio fue herido de un balazo en el pecho el heroico Luis de Velasco, y poco después cayó su segundo al mando, el marqués Vicente González.

Velasco fue trasladado a La Habana, al conceder los británicos una tregua de veinticuatro horas para facilitar su cuidado, y fueron sus médicos quienes intentaron sin éxito salvar su vida, muriendo al día siguiente. Los británicos respetaron su sepelio en el convento de San Francisco y contestaron desde su campamento a las salvas que en su honor dispararon las tropas españolas. Finalmente, la ciudad cayó el 13 de agosto, y en la misma permanecieron los británicos hasta el 6 de julio del año siguiente, cuando en virtud de lo acordado en el Tratado de Versalles devolvieron la plaza a España.

Por esta acción, Carlos III mandó erigir una estatua en el pueblo natal de Velasco, Meruelo, en Cantabria, concedió a su hermano Íñigo José un marquesado con una asignación de 4.000 pesos anuales y le otorgó asimismo el mayor honor a que puede aspirar un marino, que siempre haya en la Armada española un navío que lleve su nombre. Los británicos, por su parte, levantaron un monumento en su memoria en la Abadía de Westminster y guardaron la bandera tomada en El Morro en la Torre de Londres. Hasta comienzos del siglo XX, los buques de guerra británicos disparaban salvas en su honor a su paso por su pueblo natal.  

Según Juan Agustín Ceán  Bermúdez, fue el propio Tomás Francisco Prieto quien se ofreció en 1763 a grabar la medalla conmemorativa de esta gloriosa defensa, con la que la Academia de San Fernando había de premiar a los pintores y escultores que obtuviesen dos premios extraordinarios de primera clase. Dado que se había de contar con el permiso real para su acuñación, el propio monarca se implicó en su diseño, como consta en las actas de la Academia y recoge Isabel Rodríguez, y entre sus sugerencias estuvo la de incluir en la medalla a Vicente González, dado que en un principio estaba previsto que en la misma sólo apareciese Luis de Velasco. En su diseño intervinieron, además de Prieto, algunos profesores de pintura y escultura de la Academia, y para el diseño del castillo se copió un plano del año 1737.

La medalla tiene un diámetro de 49,5 milímetros, y el peso de la de plata es de 72,22 gramos y la de bronce de 52,44 gramos, en los ejemplares estudiados.  Presenta en su anverso los bustos superpuestos de Luis de Velasco y Vicente González, de perfil a la derecha, imberbes, con peluca y coleta, casaca y manto. Vicente González lleva la cruz de Santiago colgada al cuello. En la parte superior aparece la leyenda LVDOVICO DE VELASCO ET VINCENTIO GONZALEZ. Debajo de los bustos aparece el apellido del grabador, PRIETO.

En su reverso recoge el castillo del Morro en el momento de la explosión de la mina en su costado, a su izquierda la escuadra inglesa y a la derecha una parte de las fortificaciones de la plaza y varios buques al fondo. En la parte superior aparece la leyenda IN MORRO VIT. GLOR. FVNCT (En el Morro fueron vencidos con gloria), y en exergo, en cuatro líneas, la leyenda ARTIVM ACADEMIA CAROLO REGE CATHOL ANNVENTE CONS. A. MDCCLXIII (La Academia de Bellas Artes, con la aquiescencia del rey católico Carlos, la consagra el año de 1763).

En abril de ese mismo año se solicitó permiso al Secretario de Hacienda para poder acuñar en la Casa de Moneda esta medalla. En junta de 14 de abril de ese año se acordó la acuñación de seis ejemplares en oro, destinados al monarca, el príncipe, la reina madre, la familia de Velasco, la de González y otra para el archivo de la propia Academia, cien de plata y muchas de metal. Finalmente, y ante la fuerte demanda, se emitieron cuarenta y cuatro de oro, doscientas cincuenta de plata y ciento dos de cobre. Como recoge Marina Cano, de acuerdo con el acta de la asamblea de 21 de marzo de 1768 se vendieron al precio de 1.079 reales cada ejemplar las de oro, a 45 reales las de plata y a 12 las de cobre. Los troqueles de acero de esta medalla quedaron en la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre. En una sesión ordinaria del mismo año de la emisión de la Real Academia de la Historia consta que Francisco de Rivera entregó un ejemplar de esta medalla, junto con otra mandada hacer por el Rey para colocarla en los cimientos de la nueva Casa de Correos, por un valor intrínseco y de adquisición de 1.605 reales y 5 maravedíes.

Cuando en 1828 se construyó en La Habana el Templete, por acuerdo del Cabildo de la ciudad se depositó en un arca de bronce a la que se llamó Caja de Memorias, junto a otras monedas, documentos y libros, un ejemplar de la misma. Esta arca se situó en la base de la primera columna de la derecha, a la entrada del edificio, y allí sigue. Esta medalla fue puesta de ejemplo por Basilio Sebastián Castellanos en su Cartilla Numismática como representativa del término Ilustres, “las medallas acuñadas para perpetuar la memoria de los grandes hombres en todos géneros, ó de un acontecimiento extraordinario”. 


Bibliografía:

Almagro Gorbea, M., Pérez Alcorta, M.C., Moneo, T., Medallas españolas, Real Academia de la Historia, 2005.  
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