martes, 19 de abril de 2016

Seminario:Cómo hacer una tesis doctoral

 


INTERVENDRÁN:

16h. -16.15h.- Apertura del Seminario a cargo del representante de la línea de investigación de Ccas. y Tcas. Historiográficas en la Comisión Académica del Doctorado en Historia y Arqueología, Dr. Don Juan Carlos Galende Díaz.
16.15H.- 17.15H.- Ponentes:
-Don José Miguel PUEBLA MORÓN (Doctor por la Universidad Complutense de Madrid, Epigrafía y Numismática): “Iconografía de la moneda griega de Sicilia (s. VI a.C – s.VIId.C.).
-Doña Bárbara SANTIAGO MEDINA (Doctora por la Universidad Complutense de Madrid, Paleografía y Diplomática): “La burocracia inquisitorial. Escritos y documentos”.
17.15h.-17.30h.- Coloquio.
17.30h. – 18.30h.- Intervención de los doctorandos del Programa:
- Carmen MERINO HERNÁNDEZ: “Archivos municipales de la sierra de Madrid. Fuentes documentales( ss. XVI-XVII)”

- Lara HERRERO PEDRERO: “Grandes olvidadas de la Historia de España: Grafología de las reinas consortes hasbúrgicas y borbónicas”.

- Pedro Damián CANO BORREGO: “Las reformas monetarias de los primeros monarcas de la Casa de Borbón en España e Indias”
- Noelle RODRÍGUEZ GARRIDO: “La difusión de la albeitería medieval hispánica a través del libro manuscrito: el Libro de Caballos, análisis codicológico y paleográfico”.

18.30h.-19h.- Sesión de debate y coloquio. Participan, en calidad de relatores críticos, los profesores:
Dr. Don Manuel  Joaquín SALAMANCA LÓPEZ.
Dra. Doña Fátima MARTÍN ESCUDERO.
(Actividad incluida en el programa de Doctorado en Historia y de Arqueología).

jueves, 14 de abril de 2016

El coleccionismo y los estudios numismáticos en el Siglo XVIII (II)

Publicado en Panorama Numismático, 14 de abril de 2016


http://www.panoramanumismatico.com/articulos/el_coleccionismo_y_los_estudios_numismaticos_en_el_sigl_id02385.html


En esta centuria se pusieron las bases de algunas de las principales colecciones numismáticas públicas que han llegado a nuestra época, como la de la Biblioteca Real y la de la Real Academia de la Historia. Fue asimismo durante el mismo una afición que se popularizó entre las personas eruditas, los miembros de la nobleza y de la familia real, la burguesía, los profesionales liberales, los clérigos y los militares. Como gran parte del Patrimonio Artístico e Histórico español, sufrió con las vicisitudes y los saqueos producidos durante la  Guerra de la Independencia, y con la muerte o el destierro de muchos de los Ilustrados tras su finalización.  La obra de los autores de esta época, especialmente la del Padre Flórez, sigue siendo aún hoy en día capital para el estudio de la moneda española de la Antigüedad.

        Fue habitual que las instituciones docentes, las Universidades o incluso las Sociedades, como las de Amigos del País, tuviesen su propio monetario. Un ejemplo de ello es el monetario del Colegio de San Ildefonso de la Universidad de Alcalá, que fue recibido de su antiguo colegial Juan Antonio de las Infantas, Deán de Toledo, que había sido conocido y utilizado por el padre Flórez en los dos primeros volúmenes de sus Medallas de las Colonias, cuyo inventario realizado en el año 1777 ha sido estudiado por Vallejo Girvés, del que la autora recoge que la mayoría de las mismas eran romanas, y había asimismo moneda celtíbera y visigoda, y que este monetario fue saqueado por los janseninstas y afrancesados en 1808. En esta centuria no había diferencia entre coleccionistas y estudiosos, y los tratadistas contaban con sus propios monetarios para sus estudios.
        Un importante gabinete numismático fue el de la Sociedad Bascongada de Amigos del País. Fundado en 1785, no formó parte de los estudios llevados a cabo en el Seminario de Vergara, sino que se ubicó en Vitoria bajo la dirección del subsecretario de la Sociedad, Diego Lorenzo de Prestamero, siendo su base las donaciones que se habían ido recibiendo desde su fundación, y que fueron más numerosas desde 1786. Como recoge Ortiz de Urbina, Diego Lorenzo de Prestamero fue el primer arqueólogo científico vasco, y llevó a cabo la excavación de la villa romana de Cabriana, en Álava. Su gran afición fue la numismática, lo que hizo que se hiciese cargo del monetario de la Sociedad desde su fundación hasta su renuncia voluntaria en 1798, y tras su muerte el 13 de febrero de 1817 su colección de monedas y libros fue adquirida por el Marqués de la Alameda en 24.000 reales de vellón. La colección fue adquirida el 8 de septiembre de 1959 a sus descendientes por la Diputación Foral de Álava, su actual propietaria.  
        Salas Álvarez ha estudiado la importancia que tuvo la numismática en las disertaciones de la Academia Sevillana de Buenas Letras, en la que muchos de sus miembros llegaron a reunir importantes colecciones numismáticas, citando los casos de Francisco de Bruna y Ahumada, Cándido María Trigueros y, especialmente, Livino Ignacio Leyrens y Peellart, y Tomás Andrés de Gusseme escribió un importante diccionario numismático. El coleccionismo y los estudios numismáticos en Málaga en este siglo y en el XIX han sido estudiados por  Mora Serrano, que cita los monetarios de Francisco Barbán de Castro, Tomás de Calvelo y Manuel Trabuco y Belluga, siendo los dos últimos citados en la obra del padre Flórez. 
        La Real Librería fundada por Felipe V en 1711, durante la Guerra de Sucesión, y abierta al público en Madrid el 1 de marzo de 1712 con fines divulgativos, integró los libros, monedas y antigüedades de las colecciones reales, que pasaron a constituir el Museo de Medallas y Antigüedades. El padre Flórez relaciona como instituciones públicas a las que tuvo acceso, además de a la anterior, el monetario del Real Monasterio de El Escorial, el Gabinete del Rey, el Real Gabinete de Historia Natural, la Real Academia de la Historia y una relación de casi cuarenta monetarios particulares. El importante monetario de El Escorial fue saqueado durante la Guerra de la Independencia, y el Real Gabinete de Historia Natural, del que se conoce poco, debía ser según Rodríguez Casanova el fundado por Antonio de Ulloa en 1752, y no a su sucesor inaugurado por Calos III con los fondos de Pedro Franco Dávila. Cita asimismo entre otros el Real Museo de Numismática fundado por Carlos IV en 1790 bajo la dirección de Cándido María de Trigueros, el monetario del Colegio de Nobles de Madrid y el de Valencia y los fondos de las Universidades de Santiago, Oviedo, Valencia y el Colegio de San Ildefonso de la Universidad de Alcalá.
        El Gabinete de Medallas de la Biblioteca Real incrementó sus fondos durante todo el siglo con donaciones y adquisiciones. Tras la Guerra de Sucesión sus fondos se incrementaron con las bibliotecas de los opositores austracistas, como los del Arzobispo de Valencia, el duque de Uceda o el duque de Monteleón. Al mismo se incorporaron los monetarios de los infantes don Gabriel y don Luis de Borbón, y se adquirieron importantes colecciones, como la del abad Charles de Orleans de Rothelin en 1749 o la del anticuario napolitano Alejo Symmacho Mazzochi en 1786. También recibió varias donaciones y unos años antes, entre 1754 y 1759 Pérez Bayer realizó viajes por cuenta de Fernando VI para adquirir antigüedades, monedas y manuscritos. Si en 1716 sus fondos se calculaban en 20.000 piezas, en 1800 ascendían a 77.655 monedas.
        Tras la fundación en 1735 de la Real Academia de la Historia se potenciaron los estudios numismáticos, con la creación de un monetario creado ex novo,  con la compra de un monetario de madera de nogal en 1751 y la petición a los académicos honorarios de monedas para completar la colección, especialmente durante el reinado de Fernando VI y por el proyecto llevado a cabo por Campomanes a finales del siglo. Uno de sus más ilustres Secretarios de esta institución fue Antonio de Capmany. Su papel en el desarrollo de la numismática española fue capital en esta centuria y en la siguiente. Muchos de los académicos y correspondientes, como antes comentábamos, contribuyeron a sus fondos mediante la permuta o donación de las piezas de sus propios monetarios, actuando de intermediarios en las compraventas de colecciones y proporcionando noticias sobre los hallazgos que se iban produciendo. La doctora Rodríguez Casanova ha estudiado la documentación que se conserva en el Gabinete Numario del descubrimiento y la composición del hallazgo que en 1782 se produjo en la localidad asturiana de Manzaneda, y el papel que en su recuperación tuvieron importantes ilustrados como Campomanes, Jovellanos y Jacinto Díaz de Miranda.
        Martín Almagro afirma que el Numario de la Real Academia tuvo su origen en la donación por parte de Fernando VI en 1751 de una apreciable colección de monedas. De acuerdo con los datos aportados por Capmany en 1796, constaba de 200 monedas de plata y 2.000 de cobre celtibéricas, 800 coloniales, 17 godas, y entre las árabes 55 de oro, 462 de plata y 846 de cobre. Junto con monedas de otras procedencias, entre las que destacaban las romanas y griegas por su número e importancia, sumaba unas 12.000 monedas, incluyendo las duplicadas.
        Para su formación se adquirieron las colecciones del Marqués de la Cañada, del Conde de Saceda y del Marqués de Belsunce, entre otras. La Academia tenía a gala que su colección era una de las más importantes y la mejor estudiada de España, y que sólo la aventajaba en número la de la Biblioteca Real, si bien sus principales ejemplares se perdieron durante la Guerra de la Independencia.
        Guillermo López Bustamante, bibliotecario real, publicó en 1799 su Examen de las medallas antiguas atribuídas a la ciudad de Munda, en la Bética. En la Advertencia Preliminar, pp. IX y ss., afirmaba que comenzó su trabajo en 1797, durante sus trabajos de reconocimiento de la Real Biblioteca y formación de su índice, en los que dedicaba sus ratos libres al estudio de la numismática, que era cultivada por él desde su niñez como recreo y que con el tiempo se convirtió en su principal destino. Cita la publicación del Tomo I de la Descripción General de las medallas antiguas del Museo Real realizada por Pedro Luis Blanco, que hizo que suspendiese temporalmente sus eruditos estudios de las series griegas para componer algunas Disertaciones relativas a las medallas de España, y pasando la ilustración de la Numismática nacional a ser la principal de sus ocupaciones, teniendo a su disposición los fondos de los copiosos gabinetes de la corte.
        Informaba asimismo en la pp. XII que la serie de medallas españolas de la Real Biblioteca, comenzada en el año 1787, “…aunque copiosísima y preciosa, no es tan completa que no sea á cada paso indispensable ayudarse de las luces, que otras puedan proporcionarle”. En su dedicatoria al monarca hace referencia a las adquisiciones para el Museo de la Real Biblioteca, citando el exquisito gabinete de don  Joaquín Ibáñez, y a las colecciones de los infantes don Gabriel y don Luis, “…en testimonio y confirmación del aprecio, que á la Real Familia de la augusta casa de V.M. ha merecido siempre la Numismatica, ciencia no menos útil que agradable”. Se quejaba en la p. XV amargamente de la poca ayuda que había tenido en el estudio de “…las multiplicadas colecciones de la peninsula; ó á lo menos las de la corte copiosisimas, según es fama, algunas de ellas é intactas”. Citaba asimismo las obras de numerosos autores nacionales y extranjeros, y defendió los trabajos del Padre Flórez  y de O’Crouley.
        Su intensa actividad investigadora fue conocida en los círculos científicos de la época. Fue uno de los primeros en intentar descifrar las inscripciones escritas en alfabeto ibérico de las acuñaciones ibéricas y celtibéricas, y es posible que la obra Descrizione delle Medaglie Ispane, appartenenti alla Lusitania, alla Betica, e alla Tarraconense, de Domenico Sestini, de gran importancia en la primera mitad de la centuria siguiente para el estudio de la moneda hispánica, fuese tomada en su mayor parte de los manuscritos inéditos de López Bustamante. 
        Es en este siglo cuando se publicó una de las obras capitales de la  numismática española, Medallas de las Colonias, Municipios y pueblos antiguos de España (1757-1773), del padre agustino Enrique Flórez. Para este fraile, en Europa se miraba la Ciencia Numismática como un almacén universal, “…donde cada Facultad halla armas con que defenderse, ò un fin al qual carecian de ilustración”. Desde el siglo XVI, según Flórez, los escritores hicieron uso de las medallas para formar historias, geografías, fastos, anales eclesiásticos y para corregir toda fuente de escritores antiguos.
        Flórez afirmaba en su obra que su colección era la más copiosa de las que conocía sobre colonias y municipios de España, y que le pareció que podía dar servicio al público dándolas a conocer, agregando las recogidas en otros autores, para que “…tuviesse nuestro Reyno lo que ninguno”. Afirmaba asimismo que en la calificación de lo raro o común en las monedas no había ninguna regla, al suceder que mientras en un reino podían ser raras en otros eran comunes, lo que podía suceder dentro de un mismo reino, entendiendo que era regular que abundase donde se hizo, especialmente si no prevalecía en el comercio.
      En la p. iii se quejaba de que siendo España el origen de esta ciencia, quedó atrasada con respecto a las demás naciones, citando los trabajos realizados en Italia, Francia, y casi toda Europa. Como curiosidad y en relación al tema de este estudio, cuando hablaba de los módulos de las medallas, equiparaba en la p. vii el máximo módulo o medallón a nuestro peso fuerte Mexicano, el gran bronce al peso fuerte, el mediano a la peseta, el pequeño al real de plata y el mínimo módulo al medio real. En las pp. viii y ss. incorporaba un valioso glosario, explicando las distintas partes de la moneda.
        Su método de trabajo hizo que Flórez fuese el primer historiador español que trascribió los documentos tal y como los encontró en el original, incluyendo los errores, limitando con ello toda manipulación y dejando los textos preparados para un posterior análisis formal del escrito. Ello le llevó, por ejemplo, a dejar en blanco el dibujo de una moneda, dado que  “…las muchas equivocaciones que suele haver en semejante materia no da bastante seguridad mientras no se vea la Medalla original, o se sepa fijamente quien la tiene”. Para él la numismática era un medio de conocimiento que le llevaba a un fin superior, el cimentar la Historia de la Iglesia antigua de España sobre fuentes sólidas y pruebas documentales.
        El autor citaba entre los gabinetes de los que se había servido para redactar su obra los reales de El Escorial y de la Real Biblioteca, el del Gabinete de Historia Natural, donde se habían recogido las medallas descubiertas “…en diversas provincias de estos Reynos”, y el de la Real Academia de la Historia. Junto con estas instituciones públicas, citaba asimismo las colecciones del residente en Sevilla Conde del Águila, la del doctor Joseph Alfinet, Académico de la Real Academia de la Historia y Médico del Real Sitio de Aranjuez, la del Padre extremeño Alonso Gerónimo Boza, y las de otros muchos más colaboradores, tanto laicos como religiosos.
 
         
Para saber más


ALMAGRO GORBEA, Martín. “El numario”. En ALMAGRO GORBEA, Martín (ed.), El Gabinete de Antigüedades de la Real Academia de la Historia.  Real Academia de la Historia: 1999, pp. 85-95.
ALMAGRO GORBEA, Martín. Monedas y medallas españolas de la Real Academia de la Historia.  Real Academia de la Historia.  Real Academia de la Historia: 2007.
CAMPOS Y FERNÁNDEZ DE SEVILLA, Francisco Javier. “El P. Flórez y los estudios de la Historia Antigua de España en el reinado de Carlos III 1759-1788”. En Cuadernos de Investigación Histórica, nº 27, 2010, pp. 23-64.
CHINCHILLA GÓMEZ, Marina. “Las colecciones de Numismática en los museos estatales”, en XIII Congreso Internacional de Numismática. Madrid, 2003, actas-proceedings-actes. Coordinado por ALFARO ASINS, Carmen, MARCOS ALONSO, Carmen, y OTERO MORÁN, Paloma. Vol. 1. Madrid: 2005.
DÍAZ-ANDREU GARCÍA, Margarita, MORA, Gloria y CORTADELLA, Jordi. Diccionario histórico de la Arqueología en España: siglos XV-XX. Madrid: 2009.
FLOREZ, Henrique. Medallas de las Colonias, Municipios y pueblos antiguos de España. Madrid: 1762.
LÓPEZ BUSTAMANTE, Guillermo. Examen de las medallas antiguas atribuídas a la ciudad de Munda, en la Bética. Madrid: 1799.
MORA SERRANO, Bartolomé. "Hallazgos antiguos y colecciones numismáticas malagueñas de los siglos XVIII y XIX". En NVMISMA, nº 250. Enero-diciembre 2006, pp. 577-590.
ORTIZ DE URBINA MONTOYA, Carlos. “Un gabinete numismático de la Ilustración española: La Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País y Diego Lorenzo de Prestamero”. En Cuadernos Dieciochistas, 5. 2004, pp. 203-250.
RODRÍGUEZ CASANOVA, Isabel. “El tesoro de Manzaneda (Oviedo): Los ilustrados asturianos y la numismática”. En Documenta & Instrumenta, 7. 2009, pp. 149-160.
RODRÍGUEZ CASANOVA, Isabel. “La numismática en la España de la Ilustración”. En ALMAGRO GORBEA, Martín y MAIER ALLENDE, Jorge. De Pompeya al Nuevo Mundo: la Corona española y la Arqueología en el siglo XVIII. Real Academia de la Historia. Madrid: 2012.
SALAS ÁLVAREZ, Jesús. "El coleccionismo numismático en Andalucía durante la Ilustración". En NVMISMA, nº 252. Enero-diciembre 2008, pp. 149-176.
VALLEJO GIRVÉS, Margarita. “El inventario del año 1777 del monetario del Colegio de San Ildefonso de la Universidad de Alcalá (AHN. Libro 1080. Sección Universidades)”. En NVMISMA, nº 253. Enero-diciembre 2009, pp. 117-126.

miércoles, 6 de abril de 2016

Las remesas de metales preciosos indianos en la Edad Moderna (II)

Publicado en Numismático Digital, 6 de abril de 2016

http://www.numismaticodigital.com/noticia/9387/articulos-numismatica/las-remesas-de-metales-preciosos-indianos-en-la-edad-moderna-ii.html


En los puertos de embarque hacia Sevilla no se permitía que parte de estos ingresos se usasen para otros fines. Así, se ordenó a los Gobernadores de La Habana que no tomasen ningún dinero del que llegase en las flotas y Armadas, ni de la Real Hacienda ni de los particulares, apercibiéndoles de que en caso contrario se procedería contra ellos. Asimismo, a los Oficiales de Tierra Firme se les ordenaba, aun en caso de cualquier orden en contrario, que no dispusieran de los caudales remitidos desde Perú, usando para hacer frente a sus pagos los ingresos procedentes de los almojarifazgos y demás ingresos propios de su Caja.

Cuando los caudales de la Real Hacienda llegaban de Perú a Panamá, habían de ser custodiados necesariamente en las Casas Reales de esta ciudad, no permitiéndose el alquiler de casas particulares, para así garantizar su seguridad. Para ello, se habían de habilitar los aposentos necesarios para ello, y por este motivo no se podía cobrar o pasar en cuenta ninguna cantidad.
El Presidente de la Real Audiencia de Tierra Firme era el encargado de tasar el precio del transporte desde Panamá a Portobelo, a precios moderados, dando testimonio de estos costes en las cuentas de los Oficiales de esta provincia. Además, tenía la facultad de embargar las recuas, mulas y bagajes necesarios para trasladar la plata entre estas dos ciudades con la mayor brevedad posible, pregonando los precios de los portes y fletes.
Por motivos de seguridad, se ordenó en tiempos de Felipe III que el transporte de la plata y el oro, tanto de la Real Hacienda como de particulares, entre Panamá y Portobelo no se realizase hasta que hubiese llegado la Armada, y que la conducción se hiciese por tierra, no por el río de Chagre, mandando también que los caminos estuviesen transitables y seguros para no demorar las expediciones. Asimismo, en la misma época se estableció que, cuando no hubiese seguridad en los mares, las expediciones se realizasen por tierra hacia los puertos de embarque, para no demorar los envíos.
El despacho de los caudales en las Flotas de Indias en Tierra Firme dependía del gobernador de esta provincia, que estaba encargado de la provisión de todo lo necesario para que los embarques hacia Sevilla se llevaran a cabo con la mayor brevedad y seguridad, correspondiendo la ejecución a los Oficiales Reales. Los fondos pertenecientes a la Real Hacienda tenían preferencia en los transportes. Los Oficiales Reales de las Indias venían obligados por ley a comunicar al Tesorero del Real Consejo de las Indias las cantidades que procedían de ejecutorias de las condenas impuestas por el mismo y cobradas por los Oidores ejecutores, en un registro aparte.
Los puertos de embarque de los metales preciosos con destino a la Península fueron Veracruz, en el Virreinato de Nueva España; Cartagena de Indias, en Nueva Granada; Trujillo y Almatique en Honduras; y Portobelo y Nombre de Dios en Panamá, adonde llegaban las remesas procedentes del Virreinato del Perú vía el puerto de El Callao.
En los primeros años del Descubrimiento los barcos realizaron el tornaviaje de manera aislada, en los llamados navíos sueltos, pero ya en los años veinte del siglo XVI, y ante los ataques de los corsarios berberiscos y franceses en las costas atlánticas del Nuevo y Viejo Mundo, se comenzó por parte de la Corona a armar buques de guerra que patrullaban las costas andaluzas y el actual litoral marroquí, así como las cercanías de algunos puertos en las propias Indias.
Un poco más tarde, ya a mediados del siglo, se comenzó a agrupar a los mercantes en convoyes, bajo la protección de barcos de guerra que se financiaban mediante el llamado impuesto de avería, que se había de pagar por las mercancías transportadas a ambos lados del Atlántico. Esta fórmula que en 1565 se reguló, estableciendo dos flotas anuales, una en enero y otra en abril, que cubrían el comercio ultramarino, bien equipadas de armamento y personal. Por una Pragmática de 18 de octubre de 1564 se determinó que la llamada Flota de Nueva España navegase en abril, y la de Tierra Firme en agosto.
Cipolla da la fecha del 16 de julio de 1561 como la del establecimiento de la Carrera de Indias, en la que se reorganizó la estructura de las flotas, se ordenó que cada año partiesen dos flotas en enero y agosto, y se prohibió la navegación de ninguna nave fuera de las mismas. Cada una de estas flotas debía ir comandada por un capitán general y un almirante, y en la nave capitana y en la almiranta debía haber una dotación de 30 soldados. A pesar de la prohibición, según este autor de los 18.767 viajes de ida y vuelta que se produjeron entre 1506 y 1650, 8.222 fueron realizados en convoy, 6.887 no están determinados y 2.658 fueron hechos por navíos sueltos.
Debido a los retrasos que sufrían estas flotas por las operaciones de carga y descarga y por los problemas para contratar marineros, las Ordenanzas de 1564 abolieron el sistema de flotas y lo sustituyeron por dos convoyes anuales, debiendo partir las que tenían como destino Tierra Firme en agosto o septiembre y las que se dirigían a Nueva España en marzo o abril. Para Chaunu, lo que determinaba la navegación en convoy era no sólo el deseo de seguridad, sino las dificultades de la navegación, la falta de buenos pilotos y la protección que suponía que en caso de naufragio se pudiesen salvar hombres y tesoros. 
El centro de agrupamiento de las flotas estaba ubicado en La Habana, donde les esperaban los buques de escolta, y de donde tenían que partir antes del día 10 de agosto, para evitar los huracanes. De allí, en una partida que se demoraba frecuentemente y de fecha secreta, contenida en un sobre lacrado, se enfilaba el Canal de la Bahama con dirección noroeste hasta los 38º, donde se aprovechaban los vientos dominantes hacia el archipiélago de Las Azores para llegar fácilmente a la Península.
Todo esto supuso un importante freno a los ataques de los corsarios, toda vez que, según la documentación contenida en los archivos de la Casa de Contratación, abundan las noticias de ataques fallidos de piratas y corsarios a estas flotas. De hecho, y como afirma Hamilton, solamente en dos ocasiones, en 1628 y en 1656 se consiguieron por ellos objetivos importantes, en el primer caso los holandeses apoderándose de la flota de Nueva España y en el segundo los ingleses impidiendo la arribada de la flota de Tierra Firme. Esta escasez de capturas contrasta vivamente con la exagerada y romántica imagen que se tiene de los grandes tesoros que estos corsarios consiguieron amasar.
García Bernal estudió el impacto de las actividades piráticas y corsarias sobre el comercio español en el siglo XVIII, y conforme a los datos facilitados por García Baquero para el periodo 1717-1759, y concluye que de los 28 barcos hundidos o apresados 25 lo fueron entre 1741 y 1748, durante la Guerra del Asiento o de la Oreja de Jenkins, y 22 de ellos lo fueron por ingleses, no teniendo por tanto esta actividad gran consideración en este siglo. Según Cipolla, el periodo más desgraciado fue el quinquenio 1587-1592, en el que los piratas ingleses capturaron más del 15% de la plata destinada a Sevilla, si bien el autor reconocía que los españoles salieron muy bien librados de la durísima batalla que tres poderosas naciones, Francia, Holanda e Inglaterra, habían emprendido contra ellos.
Los tributos que se pagaban por el transporte eran cuatro: la avería, el almojarifazgo, las toneladas y el almirantazgo. La habería o avería, llamado así por servir para el pago de los haberes de la armada que se utilizaba para perseguir a los corsarios de la costa de Andalucía, comenzó a cobrarse en 1521, fue en un principio de un 5% sobre el valor de las mercancías, para posteriormente incrementarse hasta el 14%, así como 20 ducados por cada pasajero libre o esclavo. Este tributo fue suprimido en 1660, a cambio de que el coste de las armadas que protegían las flotas pasase a los virreinatos indianos.
Los costes de las flotas recogidas por Manero fueron de 790.000 ducados de plata, de los que se asignaban 350.000 a Perú, 200.000 a Nueva España. 50.000 a Nueva Granada. 40.000 a Cartagena y 150.000 a la Real Hacienda. Manero recoge que desde 1706 buques de guerra franceses escoltaron a las flotas, pagados por el Tesoro Real, y que hasta 1732 se comenzó a cobra el 4% sobre el oro, plata y grana para la armada real y el 1% para correos o avisos.
Durante la Guerra de Sucesión, como ha estudiado García Bernal, se solicitaron los servicios de la escuadra francesa para escoltar a la flota y los galeones como única forma viable de mantener el comercio con las Indias, si bien el proyecto no llegó a buen fin al negarse los comerciantes de Saint-Malo a pagar elevados aranceles por un comercio que practicaban de forma ilícita. Según esta autora, las flotas que cruzaron el Atlántico de 1706 a 1714 fueron tres, a las que se habrían de sumar un total de 26 navíos de registro y 36 navíos de correo.
El almojarifazgo o portazgo era un tributo establecido en 1543, que consistía en un 7 ½ % del valor de las mercancías que llegaba de la Península, y se redujo en 1543 al 5%, pagadero en Indias, y al 2% a pagar en Sevilla y posteriormente en Cádiz en el momento de la salida. En 1766 se aumento el porcentaje en las remisiones al 5%, y las recepciones en las Indias al 10%. Junto a este impuesto, se cobraba desde 1566 el 5% sobre los valores y un 10% más en concepto de alcabala de primera venta, que desde la década de los 70 del siglo XVIII se exoneraron para muchos productos, como el algodón, el palo de tinte, la pimienta, la madera o el café.
El reglamento de 1720 suprimió el almojarifazgo y en su lugar instauró el derecho de palmeo, que se calculaba en función del volumen de las mercancías, a razón de cinco reales y medio por cada palmo cúbico de ellas. También se mantuvo el aumento producido en 1717 en los derechos sobre metales preciosos, fijados en un 2% para el oro y un 5% para la plata.  
El derecho de toneladas se instituyó en España en 1608 para los buques que comerciaban con las Indias, para los gastos de la cofradía de navegantes de Triana, y consistía en un primer momento en 1 ½ real de plata por tonelada, y en 1632 se estableció también la media anata. Estos tributos posteriormente se fueron incrementando, y a partir de 1755 los buques que llegaban a Veracruz debían satisfacer 1.406 reales de vellón de palmeo, 1.406 de abarrotes, 1.406 de enjunques y 67 de frutos. Estos tributos, según Manero, no eran igual para todos los buques, dado que disminuían en proporción a la menor importancia de los puertos a donde se dirigían.
Todos los barcos que entraban en Sevilla y que no eran propiedad de los vecinos de su arzobispado o del de Cádiz debían de satisfacer, ya antes del descubrimiento de América, el derecho llamado de almirantazgo. Este tributo no se comenzó a cobrar a los barcos de la Carrera de Indias hasta el año 1737, en el que se instituyó el tributo del Almirante General de España e Indias, y que consistió en 2 ½ pesos por cada quintal de hierro que fuese a Nueva España, 1 peso por tonelada de todos los buques y diez reales por cada mil pesos que en oro, plata o frutos llegasen de Indias por cuenta de los particulares. Si bien el almirantazgo se suprimió por Real Orden de 30 de octubre de 1748, continuó su recaudación por la Real Hacienda.
Como pone de manifiesto Morineau, mientras que la historia de los metales preciosos en la segunda mitad del siglo XVII han sido durante mucho tiempo terra incognita, no sucedió lo mismo con el siglo XVIII, dado que existe una documentación relativamente abundante recogida en la misma época por observadores como el Abate Raynal, Lamberto Sierra o Alexander von Humboldt. El Abate Raynal fue el autor de la Histoire philosophique et politique des établissements et du commerce des Européens dans les deux Indes, Paris, 1780. Lamberto Sierra, tesorero de la ceca de Potosí, viene citado en H. Ternaux-Compans, Archives de voyage, Paris, 1840, tome II. Para sus cálculos de las llegadas de las Indias entre 1721 y 1805 considera como fuentes fiables las gacetas holandesas y las correspondencias consulares.

Fuentes
Recopilación de las Leyes de los Reinos de las Indias. Libro VIII. Título XXX.

Bibliografía
Chaunu, P. (1982). Conquista y explotación de los nuevos mundos. Barcelona: Labor.
Cipolla, C.M. (1999). La Odisea de la plata española. Conquistadores, piratas y mercaderes. Barcelona: Crítica.
García Bernal, M.C. (1983). El Comercio. En Ramos Pérez, D. (Coord.), América en el siglo XVIII. Los Primeros Borbones, Historia General de España y América, Tomo XI-1, 231-232. Madrid: Rialp.
Hamilton, E. J. (1983). El tesoro americano y la revolución de los precios en España, 1501-1650. Barcelona: Ariel.
Manero, V.E. (1879). Noticias históricas sobre el comercio exterior de México desde la conquista hasta el año 1878, con dos croquis que señalan, el uno: las rutas de las flotas y demás embarcaciones que venían de España a Indias, y el otro: la situación de los puertos de la república. México: Tipografía de Gonzalo A. Esteva.
Morineau, M. (1985). Incroyables gazettes et fabuleux metaux: les retours des trésors américains d’après les gazettes Hollandaises (XVIeme et XVIIeme siècles). Paris: Les Editions de la MSH.