viernes, 3 de noviembre de 2017

Los metales preciosos en la América española: la falacia del agotamiento

Publicado en Oroinformación, 3 de noviembre de 2017


 La “Leyenda negra” sobre España también incluyó, desde hace siglos, la falacia del agotamiento total del oro y la plata de las tierras de Indias. Según dicha leyenda, los españoles habrían esquilmado hasta la extenuación las minas de esos metales preciosos situadas en los virreinatos de Nueva España (actual México), Nueva Granada o del Perú (que incluía hasta Panamá). Es decir, habría agotado totalmente el oro y plata americanos.

Tal cúmulo de mentiras y falsedades son tan obvios que hoy en día pueden ser desenmascarados con los datos reales de instituciones propias de cada país (bancos centrales, ministerios de Minas, etc.), o con los informes mensuales del Consejo Mundial del Oro, del Silver Institute, etc. Embustes y patrañas saltan por los aires con datos tales como que México es, en la actualidad el país mayor productor de plata del mundo, con 5.791 toneladas de producción en 2016 y 28,4 millones de onzas extraídas durante el primer semestre de 2017, con 6 grandes minas de la que la famosa Fresnedillo está a la cabeza. Perú ocupa el segundo lugar mundial de los países productores de plata, con 4.593 toneladas el pasado año, además de ser el país con las reservas más grandes del mundo, nada menos que 120.000 millones de toneladas… Así podríamos seguir con Bolivia (1.300 toneladas en 2016), Chile (1.500 toneladas), etc.
Por lo que se refiere al metal rey, el oro, Perú ocupa sexto lugar del mundo entre los países de mayor producción, 150 toneladas en 2016, y México el octavo, con 120 toneladas.
Si eso fue esquilmar, está claro que la citada leyenda es una total patraña, o bien es que los españoles de los siglos XVI, XVII y XVIII fueron unos chapuceros y no supieron vaciar las minas de Potosí, Zacatecas y demás.
 Hasta aquí, el argumento de “Oroinformación” sobre la gran mentira. Pero es que, además, numerosos estudios de investigación histórica y económica también desenmascaran los malintencionados bulos con la aportación de datos como los que el doctorando Pedro Cano proporciona a continuación con este interesante y documentado artículo.
Humboldt fue el primer autor que estudió sistemáticamente la producción de metales preciosos de las Indias españolas desde su descubrimiento hasta principios del siglo XIX. Consideraba arbitrarios los cálculos realizados hasta esa fecha, y afirmaba que gran parte de los que al tema se habían acercado no habían hecho más que copiar los datos contenidos en el Tratado de comercio y marina de Gerónimo de Uztáriz, que asimismo se había basado en los cálculos de Sancho de Moncada y Pedro Fernández de Navarrete. La síntesis que realizó de los cálculos de los principales autores que habían tratado el tema fue la siguiente: 

Autores
Épocas
 Millones de Pesos
Uztáriz
1492-1724
3.536
Solórzano
1492-1628
1.500
Moncada
1492-1595
2.000
Navarrete
1519-1617
1.536
Raynal
1492-1780
5.154
Robertson
1492-1775
8.800
Necker
1763-1777
304
Gerboux
1724-1800
1.600
El autor de Reserches


sur le Commerce
1492-1775
5.072

Realizó un minucioso cálculo de todas las cantidades de metales preciosos producidas en las minas americanas desde 1492 a 1803. Para ello, utilizó los registros de las Casas de Moneda y de las Tesorerías Reales de México y Potosí, y otros datos obtenidos in situ para las producciones de otras áreas del Perú, Buenos Aires y Nueva Granada, tanto para las cantidades efectivamente registradas como para las que habían sido remitidas a Europa vía contrabando. 
En base a estos datos, calculó que el importe total del oro y la plata registrados en las posesiones españolas había ascendido entre estos años a 4.035.156.000 pesos. A ello habría de añadirse las cantidades que no constaban en los registros, y que ascendían a un total de otros 816.000.000 pesos, con lo que el montante total de lo producido habría ascendido a 4.851.200.000 pesos. La distribución de esta producción en los diversos virreinatos sería la siguiente:  

Divisiones políticas
Pesos
Virreinato de Nueva España
2.028.000.000
Virreinatos del Perú y Buenos Aires
2.410.200.000
Capitanía General de Chile
138.000.000
Virreinato de Nueva Granada
275.000.000

     A estos importes habrían de sumarse las cantidades que no habían sido beneficiadas en las minas, y que constituyeron el botín de las primeras huestes, que estimó en 106.000 marcos de oro más, por valor de unos 25 millones de pesos. Llegó incluso a calcular las cantidades importadas de metales preciosos en Europa por periodos, por medias anuales, siendo los resultados que reflejó los siguientes:  
Épocas
Medias anuales
1492-1500
250.000
1500-1545
3.000.000
1545-1600
11.000.000
1600-1700
16.000.000
1700-1750
22.500.000
1750-1803
35.300.000

   Humboldt estimaba que a finales del siglo XVIII en la América española se quintaban anualmente 41.400 marcos de oro y 3.563.000 marcos de plata, según la documentación a la que había tenido acceso en España y en el reino de la Nueva Granada, lo que coincidía con la afirmación de Campomanes, que estimaba en 1775 la importación de metales preciosos en treinta millones de pesos. El desglose de dichas magnitudes por Virreinatos era el siguiente:  

Divisiones
Oro

Plata

Valor total
políticas
Marcos
Marcos
en pesos
Virreinato de  Nueva España
7.000
2.250.000
22.170.740
Virreinato del Perú
3.400
513.000
5.317.988
Capitanía General de Chile
10.000
29.700
1.737.380
Virreinato de Buenos Aires
2.000
414.000
4.212.404
Virreinato de Nueva Granada
18.000
poco
2.624.760
Total
40.600
3.206.700
36.063.272

A dichos importes se tenían que añadir los que habían eludido el quintado y habían pasado de contrabando. Según los datos manejados, el importe del total extraído de las minas indianas habría sido notablemente superior, como se refleja en el siguiente cuadro: 

Divisiones
Oro
Plata
Valor total
políticas
Marcos
Kilos
Marcos
Kilos
en pesos
Virreinato de Nueva España
7.000
1.609
2.338.220
537.512
23.000.000
Virreinato del Perú
3.400
782
611.090
140.478
6.240.000
Capitanía General de Chile
12.212
2.807
29.700
6.827
2.060.000
Virreinato de Buenos Aires
2.000
506
481.830
110.764
4.850.000
Virreinato de Nueva Granada
20.505
4.714


2.990.000
Total
45.117
10.418
3.460.840
795.581
39.140.000

    Humboldt hacía referencia a las cantidades estimadas por diferentes autores coetáneos, considerándolas demasiado elevadas. Así, Malaspina mostraba una producción en 1793 de 40 millones de pesos; Jacob, autor del artículo Méjico de la Enciclopedia Británica, en 42.721.000 pesos; y El Viajero Universal, en 1798, estimaba la cantidad de 38.200.000 pesos. Tampoco consideraba acertados los datos reflejados en La riqueza de las Naciones de Adam Smith, que valoraba las remesas anuales de metales preciosos desde el continente americano a Cádiz y Lisboa en 6 millones de libras esterlinas, estimando que esta cantidad estaba infravalorada en 2/5 partes. 
Según Adam Smith, toda la plata y el oro conducidos anualmente a España y Portugal según las relaciones más verídicas no excedían regularmente de seis millones de libras, o 27 millones de pesos fuertes. Para Lionet, en un año común las minas españolas producían 14.000 marcos o 3.750 kilogramos de oro puro, con un valor de 12.055.555 francos 56 céntimos, y 1.400.000 marcos o 375.000 kilogramos de plata pura, con un valor de 77.777.777 francos y 78 céntimos.
Los datos referidos al Nuevo Reino de Granada fueron refutados por José Manuel Restrepo. Para él, los cálculos referentes a Barbacoa y a Cauca eran correctos, pero los del Chocó eran muy exagerados. Los cálculos realizados por Vicente Restrepo indicaban una producción para el mismo periodo de 440.000.000 pesos, de los que 194 millones se correspondían al siglo XIX.
Otros autores realizaron cálculos divergentes sobre esta producción, como el de Soetbeer, que estimaba un monto global de más de 661 millones de pesos. Gran parte de las divergencias, como pone de manifiesto Melo, vienen derivadas de las estimaciones sobre el contrabando y la evasión de impuestos, y por contener sus estudios la producción de regiones diferentes.
Los cálculos de Hamilton en su clásica obra American Treasure and the Price Revolution in Spain, 1501-1650, han sido utilizada durante mucho tiempo por los sucesivos historiadores que han tratado la revolución de los precios en Europa y de la producción argéntea indiana. Según dicha serie, entre 1521 y 1530 sólo se habrían recibido en España 149 kilogramos de plata, cantidad que se fue incrementando en los siguientes decenios hasta llegar a unas 303 toneladas en el decenio 1551-1560.
A partir de este decenio se produjeron espectaculares crecimientos, desde las 943 toneladas del siguiente hasta las 2.708 del primer decenio del siglo siguiente. A partir de este momento la importación de plata se estabilizó  alrededor de las 2.200 toneladas decenales hasta 1630, y tuvo un rápido descenso hasta llegar al mínimo de 443 toneladas en los años 50, el último de los periodos estudiados. En total, Hamilton estimaba que entre 1503 y 1660 las importaciones argénteas de las Indias ascendieron a 16.887 toneladas.
Cipolla estimaba que durante el siglo XVI se produjeron 16.000 toneladas de plata, en el siguiente 26.000 toneladas y durante el siglo XVIII más de 39.000 toneladas, una marea que inundó primero España y posteriormente un país tras otro, dotando a los mercados internacionales de una liquidez excepcional, lo que favoreció extraordinariamente el desarrollo del comercio intercontinental. Este autor ponía en tela de juicio los cálculos de Humboldt, dado que a su entender estos datos, basados en los registros oficiales, obviaban la plata fuera de registro, las importaciones por contrabando que alcanzaron a su entender dimensiones extraordinariamente elevadas. 
En todo caso, de todos los cálculos realizados se desprende que la producción de oro se incrementó progresivamente a lo largo del siglo XVIII, y el porcentaje del incremento de la moneda batida en el mismo es de un 780%, con lo que la tasa anual de crecimiento se situaría en un 2,3%, en una continua y regular expansión del sector a lo largo del siglo.
Morineau estimaba que entre 1721 y 1740 se importaron unos 8,5 millones de pesos, procedentes 4,2 de Tierra Firme, o 4,8 en la hipótesis más favorable, y 5,3 de Nueva España. Ente 1746 y 1750 habrían llegado según sus cálculos a Europa sin distinción del país más de 100 millones de pesos, en el siguiente lustro al menos otros 90 millones. A finales del siglo XVIII, España habría recibido un montante anual de 7 millones de pesos de Tierra Firme y 8 millones desde Nueva España, según Bernal. 
Entre los años 1763 a 1783 las remesas de Indias supusieron una media anual de tres millones y medio de pesos, si bien hubo años en los que, como en 1774, su importe fue muy elevado, 134.503 reales de vellón. En esta época fueron más importantes las recibidas desde el virreinato del Perú que de las procedentes del de Nueva España, una tendencia que se invirtió en los últimos años del siglo a favor del virreinato septentrional, y que llevó a que en los años de la Guerra de la Independencia se situasen en un 90% del total.
Según Miño, la transferencia neta fiscal de los territorios indianos entre 1763 y 1783 habría significado el 15% de los ingresos ordinarios de la tesorería metropolitana, alcanzando el 25% en la década de 1790, el 40% entre 1802 y 1804 y aproximadamente el 50% entre 1808 y 1811.  Esto significó en moneda 3,5 millones de pesos en la primera etapa y más de 5,4 millones hasta 1805, sin contar los ingresos de las transacciones comerciales y del estanco del tabaco, contribuyendo Nueva España con más de un 50% hasta 1787 y con un 75% hasta 1811, lo que se tradujo según este autor en 30 millones de pesos de plata, de los que 24 millones eran originarios de Nueva España.
La enorme descapitalización y la desacumulación debida a los préstamos, donativos y a la consolidación de los vales reales fueron según este autor factores determinantes de la independencia después de 1804, con la expropiación de la renta generada por el crédito por parte de la Corona, que apuntó al corazón de un sistema económico en el que todas las transacciones se encontraban articuladas por el crédito eclesiástico y usurario.
Además de los caudales remitidos, la Real Hacienda de Nueva España tenía un papel capital en el mantenimiento de las fortificaciones y los presidios de su virreinato en el Caribe, las provincias interiores y Filipinas, al igual que la Caja de Lima se ocupaba del mantenimiento de las guarniciones chilenas y de Panamá, la de Potosí de las del nuevo virreinato del Río de la Plata y las Cajas de Quito y Bogotá de los gastos de las guarniciones de Cartagena y Guayaquil.
Grafe e Irigoin defienden que mientras que el monto global de las remesas remitidas a la Península indudablemente crecieron en el siglo XVIII, constituyeron una modesta parte del gasto público global a comienzos de la centuria y una parte marginal al final de la misma. Ello a su entender demuestra que el Imperio Español no fue una máquina extractiva de los recursos indianos hacia la metrópoli, incluso en este momento de máximas tensiones fiscales por las guerras libradas en Europa, siendo mucho más importantes las transferencias entre las Cajas Reales de los distintos territorios, y que durante esta centuria se avanzó en el proceso de descentralización fiscal.
Según estos autores, el estudio de las colecciones de rentas públicas en las colonias españolas ha cambiado la caricatura absolutista del gobierno español y ha abierto nuevos debates sobre la interpretación de estructuras imperiales comparadas. Llegan a la conclusión de que su análisis de los ingresos públicos españoles en la metrópoli y en las colonias les lleva a creer que la función utilitaria de la Corona española estaba realmente centrada en el engrandecimiento y supervivencia del Imperio al menor coste posible, lo que dependió en parte de su capacidad de aplicar estos recursos para el funcionamiento y la protección del mismo sin incurrir en excesivos costes fiscales y políticos. Afirman asimismo que la enorme expansión de los territorios que se produjo en el siglo XVIII fue, como toda la empresa colonial española, autofinanciada.

Para saber más:

BERNAL, A.M, "Remesas de Indias: De "Dinero político" al servicio del Imperio a indicador monetario", en BERNAL, A.M., (ed.), Dinero, moneda y crédito en la Monarquía Hispánica, Madrid, 2000, pp. 353-384.
CARAVAGLIA, J.C. “La cuestión colonial”, en Nuevo Mundo Mundos Nuevos, Número 4 – 2004, pp. 1-11.
CIPOLLA, C.M., La Odisea de la plata española. Conquistadores, piratas y mercaderes, Barcelona, 1999.
GRAFE, R., y IRIGOIN, A., The political economy of Spanish imperial rule revisited, www.um.es, version 2, 14 Apr. 08, 31 pp.,
HAMILTON, E.J., American Treasure and the Price Revolution in Spain, 1501-1650, Cambridge, Massachusetts, 1934.
HUMBOLDT, A. von, Ensayo Político sobre la Nueva España, T.III, Paris, 1827.
LIONET, P.L., Manuel du systême métrique ou Livre de réduction de toutes les mesures et monnaies des quatre parties du Monde, Lille, 1820.
LORENZO ARROCHA, J.M., Galeón. Naufragios y Tesoros, Santa Cruz de la Palma, 1999.
MELO, J.O., “Producción minera y crecimiento económico en la Nueva Granada durante el siglo XVIII”, Revista Universidad del Valle, nº 3-4, Cali, 1977.
MIÑO GRIJALVA, M., “La Ciudad de México: de la articulación colonial a la unidad política nacional, o los orígenes económicos de la centralización federalista”, en RODRÍGUEZ O, J.E., Revolución, independencia y las nuevas naciones de América, Fundación MAPFRE Tavera, Madrid, 2005.
MORINEAU, M., Incroyables gazettes et fabuleux metaux: les retours des trésors américains d’après les gazettes Hollandaises (XVIeme et XVIIeme siècles), París, 1985.
RESTREPO, V.,  Estudio sobre las minas de oro y plata de Colombia, II ed., Bogotá, 1888
SMITH, A., Investigación de la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones, T. II, trad. de Josef Alonso Ortiz, Valladolid, 1794.

jueves, 26 de octubre de 2017

El real de a ocho español: tres siglos de la moneda más universal de la Historia

Publicado en OroInformación, 27 de octubre de 2017

Es de sobra conocido el capital papel que la moneda de plata española tuvo durante más de tres siglos en la economía a nivel planetario. El Imperio Español fue la unión monetaria y fiscal más grande que ha conocido la Historia, que además de dotarse de un numerario uniforme y de calidad que sobrevivió a las graves crisis económicas mundiales prácticamente inalterado hasta que la independencia de las nuevas Repúblicas Iberoamericanas acabó con el flujo de metales preciosos y con el propio sistema monetario. En su base se encontraba el real de a ocho, conocido también como peso, duro, piastra, patacón o dólar, entre otras denominaciones, una moneda de gran módulo que tuvo su origen en la plata encontrada en la segunda mitad del siglo XV en los yacimientos de los estados germánicos y en las monedas acuñadas por los monarcas de la Casa de Habsburgo en el Sacro Imperio.

Tras su adopción por los monarcas españoles, fue el numerario que alcanzó la más amplia distribución a nivel mundial de toda la Historia y que estuvo en la base económica de la primera economía mundo. Tras el descubrimiento de América y la puesta en producción de sus minas de plata, el mundo mediterráneo dejó de ser el eje comercial y monetario europeo, y las monedas italianas, preponderantes en la Baja Edad Media, se vieron sustituidas por los nuevos reales de a ocho españoles. El nuevo numerario se extendió por toda Europa a gran velocidad. Desde los reinos de Castilla se extendió a los demás territorios de la Monarquía en España, Italia y Flandes, así como a Portugal y a Francia, y en los años 40 del siglo XVI a todo el continente. Aunque se estima que una tercera parte de la moneda española que llegó a Europa se reacuñó en las cecas de Inglaterra, Francia u Holanda, ya en esta época temprana todos los mercaderes europeos que comerciaban con los países árabes o con el Imperio Otomano debían necesariamente satisfacer sus compras en moneda de plata española.

 La moneda española era especialmente demandada en Oriente. Los comerciantes portugueses, como después los holandeses, ingleses, franceses o daneses debían llevar en sus viajes para la adquisición de mercancías en China y la India este tipo de moneda y no otra hasta bien entrado el siglo XIX. Era una moneda abundante, con un contenido en metal noble adecuado, que no pagaba tributos durante su transporte, no debía reacuñarse en moneda propia de cada país y era universalmente aceptada por los comerciantes, y especialmente por los de los países de Oriente, que no mostraban interés por ningún otro producto que los europeos les pudieran suministrar. En este periplo la moneda española se convirtió asimismo en la base del sistema monetario de toda la costa africana y sus islas, así como de los de las diferentes colonias de los países europeos en los cinco continentes.

Gran cantidad de estos reales de a ocho fueron asimismo remitidos para cubrir los desequilibrios comerciales en el área del Báltico. Desde Rusia esta moneda se dirigía hacia Oriente con el comercio con Tartaria, el Imperio Persa y China. Los reales españoles que llegaban al Imperio Otomano salían en la misma dirección para alimentar el comercio del café en el Mar Rojo y por Arabia hacia el Imperio Mongol de la India. El Indostán y la India fueron el destino final de la mayor parte de los mismos, tanto de los que procedían de las rutas terrestres y marítimas que hemos visto como de los que llegaban directamente, vía el Galeón de Manila, desde Nueva España. Ambos imperios se monetizaron gracias a este flujo, y con su demanda, igualmente, sostuvieron las bases económicas del Imperio Español.

Durante toda la Edad Moderna y hasta bien entrado el siglo XIX, los pueblos de Oriente reconocieron el escudo de la Monarquía Hispánica acuñado en los reales de a ocho como la garantía de una ley fidedigna y un peso constante, y se resistieron a aceptar otra moneda de nuevo cuño que no les ofrecía ninguna seguridad. Igualmente, los nuevos imperios que sustituyeron al español, y muy especialmente el británico, adoptaron el real de a ocho como su patrón monetario, y los territorios donde circulaba se resistieron a los intentos posteriores de su sustitución por el patrón esterlino metropolitano. Esa es la razón de la existencia actual de los diversos dólares, moneda común junto al peso en los territorios iberoamericanos con el mismo origen a todo el territorio americano, así como a las antiguas colonias europeas de Oriente y del área del Pacífico. El real de a ocho está asimismo en el origen de las actuales monedas asiáticas de referencia: el won, el yuan o el yen. 

viernes, 6 de octubre de 2017

La Casa de Moneda de Santiago de Chile en el siglo XVIII

Publicado en Asociación Numismática de Chile, Anuario 2016-2017


https://www.academia.edu/34784059/La_Casa_de_Moneda_de_Santiago_de_Chile_en_el_siglo_XVIII

Como consecuencia de las condiciones del comercio en este Reino, la moneda había sido siempre escasa en el mismo, situación que se agudizó a comienzos del siglo XVIII con el incremento del comercio y el contrabando. Como pone de manifiesto García Bernal, en 1709 se alcanzó en Francia la cifra de 30 millones de piastras- reales de a ocho- de oro y plata procedentes de los negocios realizados en el Mar del Sur, una cantidad casi equivalente a los metales finos egresados en el Perú.  El 6 de  marzo de 1720 Francisco Acosta y Ravanal, capitán de caballería, hizo a la Real Hacienda la propuesta de montar a su costa una Casa de Moneda en Santiago de Chile, que no fue aprobada.

lunes, 18 de septiembre de 2017

Las primeras emisiones de las onzas de ocho escudos

Publicado en Oroinformación , 18 de septiembre de 2017

http://www.oroinformacion.com/es/OroInformacion/escuela/923/Las-onzas-de-ocho-escudos-el-inicio-del-dominio-del-oro-espa%C3%B1ol.htm


La Historia nos ha transmitido que España dominó económicamente el mundo durante unos cuantos siglos, gracias a sus emisiones monetarias acuñadas en oro y plata: onzas de 8 escudos y reales de a 8.

Como inicio del proceso de este dominio monetario, pongamos alguna equivalencia o comparación del valor de la moneda de antaño con algunos aspectos del índice de la vida de esa época, así el lector podrá comprobar el gran valor económico que tenían estas acuñaciones áureas que cruzaron continentes y surcaron mares y océanos.

Sirva como ejemplo que, con una onza, a finales del siglo XVIII, se alquilaba un piso en el centro de Madrid por un año. Y era bastante más de lo que cobraba al año un maestro carpintero. Piensen que una onza de 8 escudos equivalía a 320 reales de vellón (40 monedas de real de a 8), un Potosí, un valor superior a varios de los primeros billetes que emitió el Banco Nacional de San Carlos. Pero eso irá en otro artículo. 

Como vimos en un artículo anterior, el origen de la onza se sitúa en la adopción del patrón áureo del escudo en los reinos de Castilla a partir de 1537, si bien se tardó más de medio siglo en comenzar sus acuñaciones. La emisión de múltiplos de las unidades monetarias fue común en estos reinos, e incluso en la Pragmática de Medina del Campo de 1497 los Reyes Católicos afirmaban en relación a los particulares que llevaban sus metales preciosos a acuñar a las Casas de Moneda que,

…si alguno a este respecto quisiere labrar moneda de los dichos excelentes de la granada de cinco, e de diez, e de veynte, e de cincuenta por pieça que se pueda facere, poniendo al un cabo del escudo de las armas la suma de quantos excelentes ay en aquella pieça. 

Se conocen emisiones de este tipo de a diez, de a veinte e incluso una prueba en cobre dorado de cincuenta excelentes, como ha estudiado Anna María Balaguer.

En su obra clásica sobre la onza, Xavier Calicó recogía que un cronista había afirmado que en una visita que realizó al recién fundado Real Ingenio de Segovia en fecha 14 de junio de 1587 vio labrar moneda de oro en escudos sencillos, dobles, de a cuatro y de a ocho, si bien no se conservan ejemplares de estas emisiones. Este mismo autor recoge asimismo un ejemplar único batido bajo el reinado de este monarca en la Casa de Moneda de Sevilla de una pieza de módulo de cuatro escudos con el numeral VIII.

Las acuñaciones en moneda de este módulo, a pesar de  la posibilidad apuntada en el párrafo anterior, comenzaron en época de su hijo, Felipe III, habiendo un único ejemplar conocido de esta moneda batido en el Ingenio de Segovia con fecha 1611 sobre 1610, lo que parece indicar que en esta última fecha se habrían abierto ya cuños para este tipo de emisiones. Podrían existir, aunque no se conservan, onzas batidas en las Casas de Moneda de Sevilla y Toledo durante su reinado.

La normativa monetaria de la época, vigente desde la Edad Media, permitía a los particulares llevar sus metales nobles, oro y plata, a las Casas de Monedas para convertirlos en moneda. El alto valor nominal de esta nueva moneda hace suponer que su emisión, que necesitaba de una licencia especial, era llevada a cabo por cuenta de importantes comerciantes y mercaderes como una moneda de ostentación o para el pago de sumas elevadas. En este sentido, no podemos olvidar que su aparición coincide cronológicamente con la de otras monedas de ostentación, los cincuentines de plata y los centenes de oro.

Los centenes eran monedas de unas doce onzas de peso, y los cincuentines de cerca de seis onzas. Según Beltrán, los centenes se acuñaron como piezas de ostentación, requiriéndose autorización específica para su labra y casi siempre en provecho de los contratistas y proveedores de metales. Así, por ejemplo, en 1633 se concedió a unos mercaderes labrar moneda y que habían solicitado acuñar 150 marcos de oro en doblones de a ocho, cien en centenes y cien marcos de plata en reales de a cincuenta o cincuentines.

Otro de los destinos de esta moneda de tan dilatada vida posterior y amplia distribución en muchos lugares de todo el orbe debió de ser la de servir para los pagos en especie de importantes cantidades por la propia Corona, como pone de manifiesto el hecho de que el Real Servicio encargase a la ceca segoviana en ese mismo año de 1633 la acuñación de ciento cincuenta a doscientos marcos de oro en doblones de a ocho y centenes.

La adopción por parte del pueblo del nombre de onza para esta nueva moneda vino motivada por la similitud de su peso teórico, 27,09 gramos, con el de la onza, medida de peso vigente en Castilla para la medida de los metales preciosos equivalente a una octava parte del marco del oro y la plata, 28,7558 gramos.

Bibliografía:

BALAGUER, A.M., "La moneda y su historia en el reinado de los Reyes Católicos", NVMISMA, nº 233, julio-diciembre 1993, pp. 93-154.
CALICÓ, F. X., "Reales de a cincuenta de Felipe IV, del Ingenio de la Moneda de Segovia", NVMISMA, nº 23, noviembre-diciembre 1956, pp. 147-165.
CALICÓ, X. y F., El gran libro de la onza, Cecas peninsulares, Provincias Españolas de América y Repúblicas Independiente. Resellos y Falsificaciones. 1611-1873, Barcelona, 1968, p. 24.
BELTRÁN MARTÍNEZ, A., "El centén de Felipe IV, de 1623, en la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre", NVMISMA, nº 108-113, enero-diciembre 1971, pp. 161-165

jueves, 14 de septiembre de 2017

Dos reales de Pasto de 1822

Publicado en Panorama Numismático, 14 de septiembre de 2017



En el año 1821, y debido a la presencia de las tropas insurrectas comandadas por Simón Bolívar y Antonio José de Sucre, el director de la Casa de Moneda de Popayán recibió órdenes de retirarse hacia Quito con la maquinaria y los equipos de la ceca. Uno de los volantes de la misma acabó finalmente en Pasto, donde se batió moneda de dos reales a nombre de Fernando VII.
  
El mariscal Juan de la Cruz Mourgeon, nombrado Presidente de la Real Audiencia de Quito, reunió un ejército de ochocientos hombres para la recuperación de la Nueva Granada y desembarcó en la actual población ecuatoriana de Atacames el 28 de noviembre de 1821. El 26 de diciembre, y con la intención de evitar que la importante Casa de Moneda de Popayán cayese en manos de los insurrectos, ordenó a su director, José María Satisával, el traslado de la maquinaria y los utensilios a Quito.

El 1 de enero de 1822 Satisával informo a Mourgeon que los equipos habían salido ya de Popayán, si bien se había optado por no trasladar el volante grande y las máquinas de molino de esta ceca por su enorme peso y la dificultad en su transporte, si bien se llevaron el volante pequeño para hacer moneda menuda, aunque pesaba más de cuarenta arrobas. El día 15 de enero el director recibió la orden de dirigirse a Pasto, donde al parecer llegó el 22 de enero.

La elección de Pasto no parece haber sido casual, dado que fue un importante foco realista en el sur de la actual Colombia, y uno de los lugares donde Bolívar aplicó a fondo su ominosa Guerra a Muerte. El director Satisával había sido en esta ciudad capitán y superintendente en 1820. Gran parte de la resistencia contra la insurrección la llevó a cabo la población indígena y negra del área, siendo famosa la historia de Agustín Agualongo, único militar mestizo de América que alcanzó el rango militar de Brigadier General de los Ejércitos de Su Majestad.

Las acuñaciones, de dos reales de facial,  comenzaron inmediatamente, dado que dos días después, el 24 de enero,  informó a Mourgeon que había tenido que utilizar las matrices con el busto de Carlos IV, al carecer de los del monarca reinante por no haber llegado. En su anverso consta la fecha de emisión, 1822, y la leyenda FERDNAND. 7. D. G. ET. CONST, siendo la única moneda acuñada en el Nuevo Mundo en la que se hace referencia a Fernando VII como rey constitucional.  En su reverso porta el escudo de castillos y leones coronado entre Columnas de Hércules, y la leyenda HISPANIAR. REX. P. 2R. O, haciendo referencia la P a esta ceca provisional de Pasto, y la O es la sigla de ensayador.

Unos meses después, el 8 de junio, la ciudad fue ocupada por Simón Bolívar, aunque no definitivamente, dado que fue nuevamente tomada por las guerrillas de Benito Boves el 28 de octubre siguiente. Durante 15 años, Pasto fue un bastión realista casi inexpugnable, que resistió los envites de los ejércitos republicanos comandados por Simón Bolívar, y como afirma el Gobierno de Colombia en una página dedicada al bicentenario de su independencia, indígenas, mestizos y negros tomaron la bandera del Rey para defender sus derechos adquiridos en tres siglos de monarquía.


Para saber más:

Gutiérrez Ramos, Jairo, Los indios de Pasto contra la República (1809-1824), Instituto colombiano de Antropología e Historia, 2007.
Ortuño, Carlos, Historia Numismática del Ecuador, Quito, Banco Central del Ecuador, 1977
Áureo & Calicó, Subasta 267, Isabel de Trastámara, Parte 3º, 23 de abril de 2015, lote 531.
Jesús Vico, Subasta 8 de Junio de 2017, Lote 3417.