domingo, 9 de diciembre de 2018

Las Monedas de la Tierra en la América hispánica

Publicado en El Sitio. Boletín electrónico nº29, Año VIII, diciembre 2018, pp. 11-15
http://iunuy.org/flop01/wp-content/uploads/elsitio/ElSitioNº29.pdf

Ya desde 1493 los Cabildos indianos presionaron a los soberanos para crear Casas de Moneda en las Indias. El mayor obstáculo fue la falta de personal especializado, dado que aquellos que cruzaban el Océano preferían dedicarse a la platería, actividad mucho más lucrativa, que a batir moneda. La Corona además desconfió de las licencias a particulares, dado el pésimo resultado que esta práctica había dado en las emisiones bajo medievales castellanas. Esto supuso, como afirmaba Céspedes del Castillo, que gran parte de las transacciones se hiciesen a crédito, compensando deudas y liquidando los saldos con oro y plata al peso, sin amonedar.
La escasez de numerario, que debió ser importado desde la Península en la primera mitad del siglo XVI, hizo que los reales de plata que llegaban a territorio indiano desapareciesen rápidamente de la circulación, al ser atesorada por las clases pudientes, o retornaran como pago de las transacciones comerciales. El real acuñado tenía una valoración en las Indias superior a la de la Península en un 30%, dado que valía 44 maravedíes en vez de 34.
Carson afirmaba que se encuentran numerosas quejas por esta sobrevaloración en Santo Domingo, incluso tras el periodo en el que Antonio de Mendoza, gobernador de Nueva España, introdujo una producción regular de plata. Citando a Herrera, recogía que antes de 1510 no se encontraba moneda de oro circulando en Santo Domingo, pero que se encontraban castellanos y ducados falsos. La existencia de este premio, que se correspondía con los gastos de transporte, fue uno de los motivos, junto con la desconfianza de la monarquía por las causas antedichas, del retraso en el establecimiento ultramarino de Casas de Moneda.
Por su alto valor intrínseco, destacó el uso como moneda del oro nativo encontrado en los placeres  auríferos de las Grandes Antillas y la plata encontrada en el continente, que circulaba habitualmente en pasta, lo que supuso una adaptación flexible del sistema monetario vigente en Castilla. Con ello surgieron los obvios problemas para determinar el verdadero valor de estos trozos de oro y plata sin quintar, normalmente aleado con otros metales e incluso fraudulentamente falsificado con aleación de cobre al convertirlo en barras.
Los castellanos llamaron guanín al oro bajo de ley, aleado con cobre en proporciones cercanas al 50 %, que recibía lo nombres de tuob entre los taínos y caracoli entre los caribes. También se utilizaba para los rescates el latón, una aleación variable de oro y plata obtenida en las minas, y la chafalonía, aleación de cobre con poco oro. Hay que tener en cuenta que para los indios del Caribe el cobre era el más valioso de los metales, en un importe estimado para antes del Descubrimiento de 1 a 4 con respecto al oro.
Desde sus áreas de extracción en el norte del actual Chile su comercio se extendía hacia Centroamérica y el área caribeña, que sufría escasez de este metal por el monopolio ejercido por los incas sobre su transporte y comercialización. Su masiva introducción por parte de los españoles, en forma de moneda de vellón, vasijas o quincallas, la explotación de los yacimientos del río de las Balsas a partir de 1524 y su comercialización por todo el área conllevaron la rápida e irreversible depreciación de este metal.
El sistema prehispánico estaba basado en las tajaderas, piezas metálicas en forma de T, el  oro en polvo contenido en los cañones transparentes de las plumas de aves, en los granos de cacao, objetos de algodón, conchas u otros bienes. En el área mexicana los indios utilizaron para sus relaciones comerciales con los españoles esas tajaderas, hachuelas o cinceles fabricados con láminas de cobre. Su fragilidad, y el hecho de que se han encontrado en grupos de hasta un centenar en los enterramientos del área de Oaxaca, han hecho que algunos autores consideren que tenían la función de medio de cambio, opinión discutida por otros.
Estas formas de pago tenían el grave inconveniente de las grandes alteraciones en su valor, y no pueden considerarse realmente moneda, toda vez que no cumplen el requisito de medida común de valor. En estos sistemas se llevaron a cabo los llamados rescates. Estas monedas de la tierra fueron también en ocasiones bienes y productos manufacturados en Europa, como es el caso de los animales domésticos o los llamados cuchillos de rescate.
La gran diversidad existente entre monedas de la tierra y su distinta valoración hacía que estar al corriente de su valor fuese imprescindible para el comercio. Como ponía de manifiesto Burzio, las monedas de la tierra fueron las habituales en los tratos particulares y en el comercio en los siglos XVI, parte del XVII y en algunas regiones en el XVIII, y que en la parte que posteriormente constituyó el Virreinato del Río de la Plata  la moneda sellada en curso, compuesta mayoritariamente por moneda macuquina potosina, era de notoria escasez, como se puede observar en las Actas de los Cabildos de Asunción de Paraguay, Corrientes, Santa Fe o Córdoba. Igualmente sucedía en otras regiones, citando Burzio… El cacao en Nueva España, la coca en el Perú, las perlas y esmeraldas en Venezuela, las plumas de Ave Rica en Guatemala, la yerba mate, el tabaco y el lienzo de  algodón en el Paraguay…
Los granos de muchos tipos de cacao eran utilizados como moneda en Nueva España, Yucatán y Guatemala, e incluso se falsificaban rellenándolos con tierra, y si bien una Ordenanza de 1527 prohibió su uso monetario, en 1536 se volvió a permitir. Entre los españoles doscientos granos equivalían a un real. Covarrubias afirma que el año 1555 puede ser considerado como el en que la Corona aceptó plenamente el uso del cacao para los pagos menudos, dado que por Orden de 17 de junio se reguló que 140 bayas de cacao equivalieran a un real de plata, y que con ello se evitaban las oscilaciones de su valor en el comercio menudo y el contraste que se daba entre su valoración entre el comercio al por mayor y en el menudeo.
De acuerdo con Chacón, entre finales del siglo XVII y principios del XVIII se produjo una difícil situación económica que llevó a la ausencia de moneda de plata para las transacciones internas en Costa Rica, por lo que se solicitó y se consiguió en 1709 la autorización de la Corona para el uso monetario del cacao. Los granos de cacao en la actual Venezuela se contabilizaban a 140 el real en 1555, y en 1590 un escudo de oro valía 1.600. En el actual litoral venezolano la abundancia de perlas hizo que se utilizasen con fines monetarios, y así fue decidido por el Cabildo de Caracas, y su uso se perpetuó hasta que las ventas de cacao comenzaron a cobrarse en moneda mexicana ya en el siglo XVII.
Para las transacciones, los españoles usaron también las varas de algodón, utilizadas como moneda en toda la América tropical y subtropical, desde el actual México hasta los Andes y desde el Atlántico al Pacífico,  y con un valor de dos reales la vara en el área del Río de la Plata en fecha tardía. Los aztecas utilizaban las llamadas mantas pequeñas, mientras que en otras áreas se contabilizaban por varas de lienzo con una anchura más o menos uniforme y con un valor variable según su calidad, si bien había un valor estándar, conocido como lienzo común.
Aranda y Bello recogen que en el siglo XVII entre los grupos nahuas del Altiplano Central las mantas blancas o quauchtli eran la principal moneda en circulación, según León Pinelo. Las mantas eran utilizadas como principal moneda en los mercados mexicas, y los hombres recién casados daban quauchtli a sus esposas para adquirir en el mercado víveres, chiles, sal o leña. Los quauchtli eran, para estos autores, una forma conveniente de acumular riqueza.
Otras monedas de la tierra fueron los haces de tabaco, que en tiempos de Felipe III recibieron la calificación de dinero oficial en las áreas del Plata, Tucumán y Paraguay. La arroba de hierba mate en Paraguay recibía un valor de doce reales. En la ciudad de Córdoba, gobernación de Tucumán, llegaron a emplearse cabras como moneda. Beltrán recogía que a finales del siglo XVI en Buenos Aires se carecía de moneda metálica, por lo que se establecieron equivalencias de las distintas mercancías, como en Paraguay y en el Perú, y así un becerro de un año valía dos varas de lienzo de algodón, unas espuelas cuatro varas y unas botas dos.
En el actual Paraguay, la extrema escasez de moneda metálica hizo que los pagos se realizasen en objetos metálicos importados de Europa, como fueron los anzuelos, los cuchillos de rescate, los escoplos y las cuñas de ayunque. El metal recibido o reciclado era transformado por los herreros en estos objetos, quedando parte del metal en su poder como pago de su trabajo, dos onzas por libra trabajada. En el área del Plata, por tanto, las herrerías funcionaron como rudimentarias Casas de Moneda.  La moneda conocida como azuelo de mallas o de rescate fue creada por el gobernador de Paraguay Domingo de Yrala en 1511, hecha la primera con las mallas de acero de los soldados y un valor de un maravedí y la segunda con un valor cinco veces superior.

Bibliografía

Aranda Kilian, L., y Bello Chávez, G., "La moneda tejida: manta como moneda en el mundo prehispánico", NVMISMA, nº 247, enero-diciembre 2003, pp. 39-53.
Beltrán Martínez, A., "Numismática hispanoamericana", NVMISMA, nº 156-161, enero-diciembre 1979, pp. 157-174.
Beltrán Martínez, A., La Moneda. Una introducción al estudio de la Numismática, Madrid, 1983.
Carson Brevoort, J., Early Spanish & Portuguese Coinage in America, Boston, 1885.
Cespedes Del Castillo, G., "Las cecas indianas en 1536-1825" en Anes y Álvarez De Castrillón, G., y Céspedes del Castillo, G., Las Casas de Moneda en los Reinos de Indias, Vol. I., Madrid, 1996.
Chacón Hidalgo, M.B., "El cacao como moneda oficial en la Costa Rica del siglo XVIII", NVMISMA, nº 252, enero-diciembre 2008, pp. 137-147.
Covarrubias, J.E., La moneda de cobre en México, 1760-1842, un problema administrativo, México, Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México e Instituto de Investigaciones doctor José María Luis Mora, 2000.
Dinero Exótico. Una nueva colección del Museo Arqueológico Nacional, Colección Cayón, Catálogo de la exposición, 2001, pp. 82-83.
Ginocchio, M.F., "Medios de cambio en el Perú prehispánico", NVMISMA, nº 102-107, enero-diciembre 1970, pp. 9-54.
Muñoz Serrulla, Mª. T., “Legislación monetaria: La moneda de los Reinos de Indias en época moderna”, en Muñoz Serrulla, Mª. T., Coord., La Moneda: Investigación numismática y fuentes archivísticas, Madrid, Asociación de Amigos del Archivo Histórico Nacional y Departamento de Ciencias y Técnicas Historiográficas de la UCM, 2012, pp. 116-153.
Romero, E., Historia Económica del Perú, Lima, 2006 

sábado, 24 de noviembre de 2018

La labra de moneda de cordoncillo en Lima en el siglo XVIII

Publicado en Onoinformación, 19 de noviembre de 2018
https://oroinformacion.com/la-acunacion-de-moneda-de-cordoncillo-en-la-lima-del-siglo-xviii/

Los punzones para la labra de los nuevos cuños llegaron de Madrid el 31 de octubre de 1750, pero venían tan enmohecidos que no se pudieron usar, con lo que Morales de los Ríos tuvo que utilizar los que había traído consigo desde la capital novohispana. En la memoria del virrey José Antonio Manso de Velasco, conde de Superunda, se muestra su optimismo con respecto a la producción de esta nueva moneda, estimando que,  una vez concluidos los trabajos de los volantes y el molino, la moneda había salido a la perfección.  

  Tras la construcción del molino y de tres volantes, las primeras piezas batidas en oro fueron remitidas a la Península por Morales de los Ríos junto con una carta de fecha 25 de mayo de 1751, y en fecha 8 de agosto confirmó que se habían batido en la ceca seis mil marcos de oro, la cantidad inicialmente estipulada. A final del mismo año la producción alcanzó los 13.863 marcos y tres ochavas en moneda de oro, y algunos marcos de plata.
  Una carta de 21 de mayo de 1753 acusó recibo de las cartas remitidas por el virrey y de la recepción de las muestras. Las monedas, según esta misiva, estaban bien labradas en redondez, limpieza, lustre, tamaño e impresión, pero afirmaba que se habría de tener más cuidado con la estampa y la colocación de los sellos en ambos lados.           Asimismo, se informaba de que no se había utilizado el cordoncillo que debían tener las monedas de oro, y que se remitían al virrey los punzones de los retratos, sellos, matrices y el cordoncillo a utilizar. También se afirmaba que las onzas remitidas tenían tres cuartos de grano de ley, y las medias onzas tres cuartos de grano escasos, y se recomendaba tener más cuidado con los ensayes y la fundición de los que se encontrasen en falta.
   Las nuevas matrices llegaron al Callao en dos cajones en fecha 31 de octubre de 1751, y en esa misma fecha fueron remitidas por el conde de Superunda a Morales de los Ríos. La falta de operarios que conocieran las nuevas labores en moneda esférica de oro dificultaba la perfección en el diseño de las nuevas monedas, a juicio del virrey. Asimismo, los propietarios de los metales solicitaban que se les entregase a cambio moneda de oro, y no se conformaban con que se hiciesen las entregas en plata.
   Los oficiales fueron aprendiendo las nuevas técnicas, y desde ese mismo año quedaron remachados los antiguos cuños de oro. Las acuñaciones de plata esféricas comenzaron casi al mismo tiempo, pero la falta de oficiales hizo que se batiese sólo una pequeña parte, aumentándose la producción en 1752. Para que el comercio no se resintiese se siguió batiendo simultáneamente moneda de cuño antiguo, hasta que en 1753, concluidos los tres molinos y seis volantes y habilitados los suficientes operarios, se remacharon los cuños antiguos, batiéndose solamente moneda de cordoncillo.
   La producción de esta Casa de Moneda, según la Memoria del virrey, ascendió desde mayo de 1748 hasta finales de junio de 1756 a 1.910.122 marcos, siendo los derechos cobrados por la Corona, a razón de 3 reales y 32 maravedíes, de 941.016 pesos, 1 real y 29 maravedíes.  En estos años se acuñaron en oro 85.121 marcos, 10.640 marcos anuales, que produjeron unos ingresos de 670.957 pesos, 6 reales y 33 maravedíes.
         Con ello, el volumen total de lo ingresado por la Real Hacienda fue de 1.611.974 pesos y 28 maravedíes, a pesar de que, desde que se erigió nueva Casa de Moneda en Santiago de Chile, las partidas de oro de esa procedencia, anteriormente muy importantes, dejaron de batirse en la ceca capitalina. Colmeiro afirmaba que con los datos aportados por Humboldt, entre 1754 y 1791 se acuñaron en esta ceca 209.926 marcos de oro y 14.570.506 de plata, o 154.379.471 pesos fuertes. Asimismo recogía los cálculos de Canga Argüelles de 1792 a 1813, 10.231.887 pesos en moneda de oro y 100.256.138 en moneda de plata, o 110.488.025 pesos fuertes en 22 años. 
   En fecha 5 de septiembre de 1759 la reina regente, Isabel de Farnesio, remitió una Real Cédula al superintendente de la ceca, comunicándole que con motivo del advenimiento del monarca Carlos III, se había ordenado fabricar nuevos sellos con las Armas Reales a su nombre para remitirlos a las Audiencias y Tribunales de los Reinos de Indias, y que asimismo se debía labrar moneda a nombre del nuevo soberano.
   Las piezas de plata de tipo columnario se comenzaron a labrar en el mismo año de la recepción de la noticia, que llegó en un navío de permiso al Callao el 24 de mayo de 1760. En cuanto a la moneda de oro, la producción se demoró un año, hasta que llegaron los nuevos cuños con el retrato del monarca.
   Con Carlos III comenzó en el Perú la costumbre de batir medallas de proclamación a nombre del nuevo monarca. En fecha 21 de agosto de 1760, el virrey arrojó desde una galería del Cabildo al pueblo gran cantidad de medallas batidas en la ceca de Lima, que en un lado tenían el retrato del monarca y en el reverso las armas de la ciudad sobre el mar, y la leyendas SUP. UND. y OPTIMO PRINCIPI PUBLICUM FIDELITATIS JURAMENTUM. 
   En una carta de febrero de 1777 don Felipe Colmenares y Fernández de Córdoba, Marqués de Zelada de la Fuente, que ocupaba la superintendencia de la ceca de Potosí desde el 16 de marzo de 1772, informaba que, siendo contador de la ceca, estaba al corriente de las devaluaciones secretas ordenadas por la Corona, y se le ordenó fundir las cizallas de oro y la plata en manos del fiel, que no estaba al corriente de las instrucciones, para batirlas en moneda.
   Colmenares debió abrir un libro reservadísimo, donde debía anotar todo de su puño y letra, para contabilizar las utilidades de los cuatro granos de plata y el medio grano de oro de la rebaja. Afirmaba en la carta que el virrey no había tomado medidas para controlar las cuentas presentadas por el tesorero y el fiel de la ceca, por lo que la diferencia era notable entre los libros del fundidor mayor y las de los libros públicos de la ceca, por lo que peligraba el sigilo ordenado por el monarca.
   Colmenares detallaba en la carta los aumentos producidos por la medida entre los años 1772 y 1775, en un total de 30.275 marcos, 4 onzas, 5 ochavas y cuatro tomines en la plata y 320 marcos, 2 onzas, 2 tomines y un grano en el oro:

Metal
Bienio
Marcos fundidos
Aumento
Plata
1772/1773
971,239.3.6.5
14,942.1.1.4
Plata
1774/1775
996,023.3.5.7
15,323.3.4
Oro
1772/1773
11,344.(ilegible)
196.5.6.4.7
Oro
1774/1775
7,123.4.1.3.6
123.4.1.3.6

   El 14 de enero de 1779 el visitador José Antonio de Areche informó a Estanislao Landázuri, superintendente de la ceca, que había encontrado en las Cajas Reales la suma de 158.341 pesos y 2 reales en moneda macuquina, y unos doscientos y tantos mil pesos en las Cajas de la Real Aduana de Lima, y que deseaba que fueran llevadas a la Casa de Moneda para ser batidos en moneda de nuevo cuño.
   Asimismo, Areche intentó que en la ceca limeña se formase una oficina de apartado, a semejanza de la que existía en México, donde separar el oro que pudiese venir ligado en el mineral de plata. En 1780 pidió para ello que viniesen maestros hábiles en la fundición, y el virrey novohispano mandó a dos operarios, siendo uno de ellos el experto Demetrio Guasque. Guasque recibía un salario de 100 pesos mensuales, más 500 pesos anuales que eran entregados a su familia, que seguía residiendo en México.
   Los estudios para poner en práctica la oficina comenzaron el 19 de septiembre de 1783, pero el sistema no pudo aplicarse en el Perú, donde el contenido de oro en los minerales de plata era muy bajo. Además, hubo problemas para fabricar en este territorio los vasos, cornamusas y otros recipientes necesarios para realizar dicho trabajo.
   Por tanto, no se obtuvieron los resultados esperados, y la Real Hacienda hubo de desembolsar una suma muy importante de dinero. Areche fue finalmente destituido en 1789 y castigado a vivir fuera de Madrid, y con una jubilación de sólo medio sueldo.
   Una vez recibida la Real Orden de 21 de febrero de 1784 de recogida de moneda macuquina y labra de cuartillos de plata, el virrey Teodoro de Croix informó al superintendente de su contenido. El encargado de la fielatura contestó al virrey que  no había problema ni en reacuñar la moneda macuquina ni en evitar la remisión a España de moneda menuda, pero en el asunto de la labra de cuartillos la cantidad ordenada, informaba de que ya había batido moneda menuda en mayor cantidad que la comprometida en el remate de su oficio.
   No obstante lo anterior, estaba dispuesto a batir los cuartillos si se rebajaba la cantidad que se había obligado a acuñar en plata menuda, de veintisiete a veinte mil marcos. Si esta propuesta se aceptaba, podrían acuñarse anualmente cuatrocientos marcos en monedas de cuartillos. Asimismo, se informaba que la labra de moneda menuda era más costosa por el instrumental, la fundición de cizallas, las escobillas, etcétera. Los primeros cuartillos se batieron en 1792.

Bibliografía:

CERDAN DE LANDA SIMON PONTERO, A., Memorias de los vireyes que han gobernado el Perú durante el tiempo del coloniaje español, T. IV, Lima, 1859.
COLMEIRO, M., Historia de la Economía Política en España, Tomo II, Madrid, 1863.
DARGENT CHAMOT, E., “La Casa de Moneda de Lima”, en ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN, G., Y CÉSPEDES DEL CASTILLO, G. (directores), Las Casas de Moneda en los Reinos de Indias, Vol. II, Cecas de fundación temprana, Madrid, 1997.

jueves, 18 de octubre de 2018

La famosa plata peruana: acuñación de moneda en la ceca de Potosí en el siglo XVIII

Publicado en Oroinformación, 18 de octubre de 2018

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    Las monedas macuquinas batidas a mano en Potosí a menudo tienen grandes grietas en sus flanes, algunas tan grandes y extensas que la moneda parece que va a partirse en pedazos. Estas melladuras, irregulares roturas de tensión en el metal siguen la estructura de la aleación en impredecibles líneas de fragilidad. A primera vista las grietas hacen parecer a la moneda potosina mellada, frágil y pobremente hecha. Todo ello le hizo sospechosa de su peso y fineza. Los mercaderes de fuera del virreinato del Perú eran a menudo hostiles a recibirlas en pago, rebajando en ocasiones las monedas incluso cuando estaban batidas con los estándares legales.         
    De acuerdo con Butts y Coxe, la aleación de la plata utilizada para hacer moneda en Potosí no estaba suficientemente desoxidizada. En las macuquinas hechas allí veían múltiples signos de fragilidad en la forma de las grietas periféricas y grandes rajas en las planchas irregulares. En otras palabras, las planchas de plata no eran muy dúctiles.          Aunque esto es esencialmente correcto, posiblemente haya una mejor explicación. Es claro que las planchas en Potosí a menudo se realizaban a mano y con una aleación pobre. Los plateros de los siglos XVI XVII sabían perfectamente que cualquier objeto de plata se convertía en frágil si estaba batido a martillo sin recocer. Su fundición a fuego lento permite a la estructura cristalizada volver a su forma dúctil habitual. Pero estos mismos expertos a cargo de las acuñaciones en Potosí ignoraron deliberadamente esta relación simple entre la fortaleza y el recocimiento de la plata por una razón económica que ha escapado a la atención de muchos investigadores.
    El carbón de leña era prácticamente el único combustible que podía utilizarse para los hornos de mezcla y recocido de la ceca. Con la amplia deforestación desde los primeros días del descubrimiento de plata en las regiones circundantes, el carbón pronto alcanzó precios exorbitantes en Potosí. Con mayor incidencia que cualquier otro artículo, el carbón contribuyó al mayor coste de la vida y el trabajo en la América Española.
    Otro problema se añadía al del deseo de economizar carbón de leña. Cuando las piñas de plata esponjosa eran llevadas a la ceca por los mineros o propietarios de ingenios, solamente lo necesario del caro combustible era expendido para fundirla en lingotes ensayados de pureza apropiada para su acuñación (en otras palabras, 2.380 partes de plata de las posibles 2.400), y el peso y la fineza estaban marcadas en cada lingote y cuidadosamente registrada. Nada sucedía, algunas veces durante años, hasta que los propietarios, o la ceca, necesitasen convertir esos lingotes de plata pura en la requerida fineza fundiéndolas y añadiendo cobre pare hacer una aleación final con la que las macuquinas podían batirse.
    Entonces los ensayadores, en algunos casos fundidores especiales, tenían que fundir los lingotes enteros en hornos equipados con fuelles y verter la plata líquida sola de los calderos de hierro en una serie de moldes para hacer los rieles. Como la plata estaba a muy poca temperatura de su punto de fundición, se solidificaba rápida y desigualmente en estas piezas de metal de tamaño uniforme. Cuando se cortaban las planchas-cospeles- de estas barras, la anchura del metal de varios vertidos no era siempre la misma.
    Cuando los trabajadores cortaban los cospeles de estas tiras de metal, deliberadamente hacían una que tenía claramente un tamaño mayor que el legal dado que el coste efectivo de cortar piezas menores -la cizalla- era mayor, hasta que el balanzario estuviese satisfecho, que  hacer un cospel con peso inferior -feble- o superior –fuerte-. El cospel podría ser rechazado si tenía menos peso, o sujeto a ulteriores recortes si era demasiado pesado.
    Obviamente, cualquier recorte que se realizaba en los pesos que pudiese ser convertido en moneda de pequeño módulo por no estar en el estándar y podía acuñarse en dicho facial, pero los sobrantes tenían que ser completamente reciclados, con un coste mayor en combustible. Es interesante hacer notar que durante los primeros años de la ceca de Potosí, el ensayador mayor tenía la prerrogativa de hacer barrer los suelos periódicamente de cualquier viruta de plata, cortes pequeños o limaduras, de los que se convertía en propietario.
    Pero aunque fuesen gruesos o delgados, los cospeles estrechos y rectangulares requerían al menos un martillado para convertirlos en una pieza más redondeada o con forma de moneda. En este punto en la ceca de México, los cospeles eran obviamente recalentados para eliminar los relieves internos antes de proceder al acuñado. Pero la economía de combustible en Potosí era superior y la misma, si alguna vez se producía, era brevemente.
    Entonces estos cospeles retocados eran entregados a dos equipos de acuñadores, que los mantenían entre dos lengüetas encima de la matriz mientras le daban un fuerte golpe con grandes martillos. Tanto el cospel como el martillo a menudo rebotaban y dejaban una o varias impresiones parciales en alguna o ambas caras en parte de la superficie desigual de la plata. En el momento en el que estos golpes se acuñaban, las grietas de tensión aparecían alrededor de los cantos finos desde los que debían trabajar hacia el centro en el caso de que el cospel fuese inusualmente duro y frágil.
    Siendo plateros con un largo aprendizaje, los ensayadores tenían que saber lo que estaba pasando. Todo el mundo ponía excusas para los problemas encontrados en la producción de moneda y usualmente culpaban a la plata misma por ser recalcitrante y rebelde. Incluso a finales del siglo XVIII el superintendente Jorge Escobedo se quejaba a sus superiores de que la mala calidad de la plata era tan irremediable como la ignorancia de cómo refinarla.
    En el año 1752 se fundó por Real Cédula el Banco de Azogueros o de Rescates, con las funciones primordiales de comprar y rescatar la plata de los azogueros, trapicheros y mineros. Prácticamente no tenía funciones de crédito, y solo auxilió a los trabajadores en caso de necesidad, y estaba destinado a defender sus intereses de los excesivamente altos beneficios que obtenían los mercaderes de la plata en la venta de sus pastas. En 1779 fue incorporado por la Corona, con el nombre de Real Banco de San Carlos de Potosí, con las mismas atribuciones que su antecesor.
   Fuentes hacía en 1861 referencia a que tras la incorporación por Jorge Escobedo del banco a la Corona en agosto de 1779, sus ganancias subían cada año de 30.000 pesos, y llegaban en alguno, como en 1780, a 46.588 pesos 6 reales. Con ello se proveía sin escasez el gremio con dinero, azogue y bastimentos, se recaudaron deudas atrasadas por importe de 400.000 euros, se remitió al virrey Cevallos en Buenos Aires la misma cantidad para la expedición contra los portugueses, y se hicieron otros muchos importantes desembolsos. El cálculo de los rescates de 1754 a 1790 ascendía a 5.652.499 marcos 7 onzas.
    La acuñación de moneda macuquina durante el largo proceso de construcción de la nueva Casa de Moneda no se interrumpió, utilizando las anticuadas técnicas que venían usándose desde la fundación de la ceca. Había en la ceca antigua cuatro hornazas: la llamada La Pila, propiedad de Diego Moreno de Villegas, que fue legada el 19 de enero de 1759 al Hospital de Belén por la última heredera doña Josefa Villegas Moreno; la de los Barea, más tarde propiedad de don Manuel Tovar y Mur; la de los Laredo; y la de los Quintanilla.
    La nueva hornaza de los Laredo, instalada en la nueva Casa de Moneda, batió moneda macuquina hasta el 29 de enero de 1767. Unos meses después, el 15 de mayo de 1767, se acuñó el primer lote de moneda esférica columnaria, del que se sacaron unas muestras para remitirlas a la Corte. La producción de moneda macuquina no cesó inmediatamente, dado que había que preparar al personal en las nuevas técnicas, y asimismo era necesario mantener la producción para sacar la moneda al mercado. La producción de moneda de mundos y mares se irá incrementando, pero ambos tipos de acuñación coexistieron durante tres años.  Según la Memoria del virrey, entre los años 1746 y 1750 se labraron en la Casa de Moneda de Potosí 1.503.840 marcos de plata, o 300.768 marcos anuales.
    En Potosí se usaron volantes de medio cuerpo y de cuerpo entero. Los primeros eran prensas pequeñas con un eje vertical enroscado al extremo que sujetaba el cuño del anverso de las monedas, y bajo el eje se situaba la maceta, donde se ponía el troquel del reverso de la pieza y soportaba el golpe en la acuñación. La fuerza necesaria se obtenía con un brazo acabado en dos pesadas bolas de plomo a modo de balancín, que se giraba con violencia. Era común que se rompiesen los troqueles, al no ser la base continuación de la parte superior.
     Tres de estos volantes llegaron de Lima en 1766. Unos años después se sumaron dos volantes de cuerpo entero, en los que la base era la continuación de la parte superior y que además estaban fijados a una piedra con garfios de bronce, lo que les daba mayor estabilidad. Junto a los volantes era necesaria la máquina acordonadora para el laurel o cordoncillo de los cantos de las piezas.
    La primera moneda potosina con cordoncillo se acuñó en 1767, pero debió de recogerse inmediatamente, debido a un egregio error de diseño. Los ejemplares de finales de este año fueron correctamente batidos, pero son hoy en día muy escasos. La producción de moneda columnaria prosiguió hasta el 21 de noviembre de 1770, en todos los valores del sistema argénteo, desde el medio real a los ocho reales, y su producción se fue incrementando en detrimento de la de moneda macuquina de año en año.
    En 1769 se descubrió una errata en la leyenda de algunos reales de a ocho de 1768, con la errónea inscripción URTA QUE UNUM. Pedro de Tagle y Bracho, Oidor de la Plata y encargado de la organización del Banco de Potosí informó al virrey, que ordenó la total e inmediata recogida de toda esta moneda, amenazando con el decomiso de las piezas que no fueran entregadas en el plazo de quince días.      Tras las pesquisas, se descubrió que el tallador mayor José Fernández de Córdova se hallaba enfermo, y había muerto el 30 de julio de 1768, y que el responsable de tal error había sido el hijo del guardacuños Álvarez, que había sustituido a su padre, también enfermo, y que no cayó en dicha errata. Se estimó que la moneda batida con leyenda errónea suponía de diez a quince mil pesos.
    Santiago de Arze reemplazó a Saint Just, y el 17 de marzo de 1770 ordenó que se terminase con la labra de macuquinas. Poco tiempo después se cerró la Casa Vieja y solamente se operó en la nueva ceca, hasta que el 15 de septiembre Pedro de Tagle y Bracho, Oidor de Audiencia de Charcas, viajó a Potosí por encargo del virrey Amat y Junyent, decidió suspender la producción de moneda esférica el 21 de noviembre y volver a labrar moneda macuquina.
    Arze afirmó posteriormente que Tagle había ordenado la clausura de la nueva Casa de Moneda cuando la misma estaba operando porque quería llevarse el mérito de haberla concluido. Otros adujeron motivos económicos, dado que el menor control en la moneda macuquina le habría beneficiado. Tras un juicio que duró una década, se pudo probar la culpabilidad del oidor.
    Tagle alegó que las piezas redondas que se habían ordenado fabricar en exclusividad desde el 29 de mayo fueron muy defectuosas, por lo que debió seguirse con la acuñación de macuquina. Asimismo, las partidas de plata agria hacían que las macuquinas saliesen rajadas y con los motivos mal grabados, y en las batidas a volante se producían continuos rompimientos de cuños. Tagle acusaba al fiel de la ceca, Luis Cabello, de ser el culpable de la detención de la acuñación de moneda circular.
    Aunque por carta de fecha 6 de junio de 1774 se había ordenado por las autoridades virreinales al superintendente de la ceca potosina la labra de al menos 500 o 600 marcos en plata menuda en cada remisión, nunca se cumplió. La escasez de este numerario era notoria, de manera que en ocasiones se podía estar una hora o más tiempo buscando cambio de un peso fuerte en reales sencillos y medios por las pulperías de la villa sin hallarlo. El problema principal era que solamente había un volante para la acuñación de numerario menudo, con lo que era imposible que se llegasen a las cantidades ordenadas. El problema se agravaba en las otras ciudades del reino, en las que la escasez crónica hacía que se hubiese de recurrir a fichas hechas de plomo, cobre o cartón.
    El año 1778 encontramos una anomalía en sus emisiones, dado que en algunas piezas de cuatro reales se encuentran las siglas de ensayador JR, que habían dejado de usarse el año anterior, y que debían de ser PR. Posiblemente esta variante se deba a la reutilización de cuños de los reversos de los años 1772 a 1776, algo totalmente anormal. Asimismo, se sustituyó la letra R de REX por una N, por lo que la leyenda reza NEX. También se retocaron y utilizaron troqueles para las emisiones de ½ real, y en las monedas es visible que se retocaron tanto las fechas como las siglas de ensayador.
    Ferrari estima, por la cantidad de estas monedas anómalas que han llegado a nuestros días, que debieron de circular en una cantidad apreciable. Por un lado, su labra no podía ser legal, dado que desde la Real Orden de 18 de marzo de 1778 se ordenaba el cese de la labra de moneda macuquina y la recogida de la moneda de estas características ya batida en el plazo de dos años, si bien dicho plazo se prorrogó en sucesivos periodos y su circulación se dilató hasta su circulación en las nuevas repúblicas iberoamericanas.
    A pesar de que Hernán Sanz afirmaba que las mismas fueron batidas en la hornaza del Hospital de Belén en pequeña cantidad, Ferrari cree que las mismas son falsificaciones de época, una acuñación clandestina en la que o bien estarían implicados trabajadores de la ceca o al menos tenían acceso a sus elementos y maquinaria. Para ello se apoya en varias características de estas monedas. La primera de ellas es que los troqueles para la acuñación habían sido abiertos expresamente para esta emisión. Junto a ello, observa que todos los pesos fuertes que se conservan tienen el mismo recorte, algo totalmente imposible, dado que el mismo se usaba para eliminar los excesos de cada una de las piezas, y no podía haber dos iguales.
    De ello colige que estas monedas fueron realmente acuñadas con troqueles, y no a martillo, para simular su carácter macuquino. Asimismo, en todas ellas es perfectamente visible la antigua marca de ceca, P, en ese año en desuso, pero en ninguna se pueden ver las siglas de los ensayadores, apareciendo el tramo donde deberían estar sin excepción aplastado. La grafía de última cifra del año, el 8, es diferente a la utilizada en esta ceca en varias épocas, lo que este autor deduce por simple cotejo, con lo que este autor supone que se realizó de esta manera para sembrar la duda sobre posibles errores de punzón o defectos en la labra. Este tipo de errores que se habían producido en el pasado son a su entender burdos y manifiestos, y no ofrecen dobles interpretaciones.
    Si bien parecería más lógica la labra fraudulenta de la nueva moneda de busto, Ferrari estima que inteligentemente los falsarios recurrieron a los tipos macuquinos, dado que ofrecían menos dificultades para la acuñación que las nuevas monedas con cordoncillo, improntas iguales y en troqueles regulares. Es posible también a su entender que esta moneda no fuese puesta en circulación, sino cambiada por moneda de nuevo cuño aprovechando la recogida de las macuquinas.
    El monarca había autorizado por Real Orden de 17 de marzo de 1777 la labra de moneda de oro en Potosí, derogando con ello la prohibición incluida en la Real Cédula de 15 de diciembre de 1761. Conforme a ello, en 1778 se comenzó a batir moneda áurea en esta ceca, teniéndose que dedicar el ensayador primero de la misma, Pedro Narciso de Macondo, a una labor que según sus propias palabras nadie había visto en esa Casa de Moneda practicar. Para Ferrari este hecho reafirma la suposición de que el ensayador primero tuvo que volcarse en esta primera emisión de oro, abandonando las labores de la plata a unos subalternos con los que por otro lado no se llevaba nada bien.

Bibliografía
BUTTS, A. Y COXE, C.D., Silver: Economics, Metallurgy, and Use, Princetown, Nueva York, 1967.
CRAIG, A.K., Spanish colonial silver coins in the Florida Collection, Gainesville, Florida, 2000.
CERDAN DE LANDA SIMON PONTERO, A., Memorias de los vireyes que han gobernado el Perú durante el tiempo del coloniaje español, T. IV, Lima, 1859.
CUNIETTI-FERRANDO, A., “Las macuquinas de Potosí en el reinado de Carlos III”, Cuadernos de Numismática y Ciencias Históricas, T. IX, nº33, Buenos Aires, 1982.
DARGENT CHAMOT, E., Las Casas de Moneda españolas en América del Sur,  (3.17). Disponible en https://www.tesorillo.com/articulos/libro/02a.htm.
DOMINGO FIGUEROLA, L., “Contribución al estudio de la ceca de Potosí”,  NVMISMA 24, enero-febrero 1957, pp. 47-65.
FERRARI, J.N., "Anomalías en las acuñaciones potosinas de 1778", NVMISMA 32, mayo-junio 1958, pp. 23-31.
FUENTES, M.A., Biblioteca Peruana de Historia, Ciencias y Literatura, Tomo III, Antiguo Mercurio Peruano III, Lima, 1861.
PELLICER I BRU, J., “La Villa Imperial de Potosí (Noticias mineras y numismáticas)”, Gaceta Numismática 141, Junio 2001, pp. 61-73.

lunes, 15 de octubre de 2018

La moneda en Puerto Rico durante el siglo XVIII

Publicado en Panorama numismático, 11 de octubre de 2018
https://www.panoramanumismatico.com/articulos/la_moneda_en_puerto_rico_durante_el_siglo_xviii_id03066.html

La privilegiada posición de Puerto Rico, su importancia para las rutas comerciales y para los galeones de la plata y los esfuerzos realizados por las potencias europeas para anexionárselo llevaron a que para la misma se instituyese, en época temprana, un situado o ayuda de costa para su mantenimiento, que rápidamente se convirtió en el principal medio de financiación y en el pilar fundamental de la economía de la isla, muy por encima de los ingresos de las Cajas Reales locales y de las exportaciones.
    La recepción del mismo era vital para la construcción y mantenimiento de las fortificaciones, así como para el pago de las soldadas de la guarnición. La demora en su recepción conllevaba el retraso en dichos trabajos. En el año 1701, en víspera del estallido de la Guerra de Sucesión, Felipe y remitió una carta al virrey de Nueva España, urgiéndole a que concluyese las obras de fortificación de la ciudadela de San Juan, al considerar la isla como el antemural de las Indias.
   Como estudia detalladamente Crespo en su obra monográfica sobre el desarrollo económico y monetario de la isla, es harto difícil determinar el montante anual de las cantidades recibidas por este concepto durante el siglo XVIII, ya que para su determinación las fuentes secundarias disponibles muestran datos en muchas ocasiones contradictorios. Para intentar sistematizarlos recoge entre otros los contenidos en la obra de Coll y Toste, Ortiz Murias y de Córdova.
   La obra de Pedro Tomás de Córdova es a juicio del autor la única fuente autoritativa sobre el tema, y es asimismo la utilizada predominantemente por los autores posteriores como referencia. Dichos datos nos informan exclusivamente de los situados recibidos desde 1766. Para el período comprendido entre 1700 y 1765, Crespo utiliza una estimación en base a los promedios anuales de los ciclos previo y posterior.
   Una de las conclusiones que se desprenden de los datos conocidos es que el situado creció exponencialmente en épocas de guerra, con incrementos que fueron especialmente intensos en la época de Carlos II y durante el siglo XVIII. Es a su luz notorio que durante la Guerra de Sucesión Española, la Guerra de los Siete Años y la de Independencia de los Estados Unidos el esfuerzo económico que recaía sobre el virreinato novohispano se materializó en el envío de importantes sumas para el mantenimiento de la isla.
   Otro dato que se infiere de su estudio es la enorme dependencia de Puerto Rico de los ingresos del situado, al cruzar los datos con los conocidos de los demás ingresos de la isla por otros conceptos, y muy especialmente los fiscales. La proporción era, como comenta Crespo, cercana a un 69% del total, y era utilizada para hacer frente no solamente a los gastos militares, sino también a los generales.
  Los efectos de estos subsidios han sido vistos por diversos autores y en diversas épocas como un freno al desarrollo endógeno de la isla, dado que la certeza de su recepción por la prioridad dada por la Corona a la conservación del territorio, unidos al sistema mercantilista vigente en la época, no favorecía el auge de la agricultura y el comercio locales.
  Como en muchos otros lugares de las Indias, las remesas recibidas en plata fuerte, reales de a ocho y de a cuatro,  servían para adquirir productos en el exterior, ya fuesen aquellos que legalmente entraban en el territorio, ya los introducidos por el contrabando, principalmente realizado por portugueses y daneses, que drenaban de moneda la isla, producían una inflación galopante y la hacían sufrir, como en tantas otras partes, una escasez crónica de circulante.
  La dependencia del situado hizo que en aquellos momentos en que el mismo no llegaba las autoridades locales tuviesen que recurrir a medidas de financiación como la solicitud de préstamos a los comerciantes o la emisión de numerario provisional en forma de papel moneda. Los préstamos solicitados, en aquellos casos en que la demora en la recepción llevaba a la escasez de circulante, llegaron a alcanzar un porcentaje de hasta un 28% del total de los ingresos. En caso de que los mismos no fuesen suficientes, se tenía que recurrir a la moneda provisional.
   Para las transacciones menudas, se utilizó hasta este siglo moneda de vellón batida en Santo Domingo en el siglo XVI, conocida en la isla como moneda de fraile o moneda de los pobres. La distinta valoración que la misma tenía en Puerto Rico y en la isla Española hacía que hacía que esta longeva moneda provincial fuese remitida a Puerto Rico para ser cambiada por plata o para obtener con ello una ganancia.
   La isla fue el primer territorio de las Indias españolas en el que se hubo de recurrir a la emisión de papel moneda de necesidad, la llamada moneda provisional de papeletas. Para ello se llevaban a cabo emisiones en papeles de diferentes tamaños, según los valores faciales que representaban, con impresión de los mismos y de marcas que dificultasen su falsificación, teniendo que ir firmados por los oficiales de la Hacienda Real.
   Según de Córdova, en el año 1766 y a causa tanto de la falta de recepción del situado como de una serie de violentos huracanes, hubo en la isla una gran penuria, y al no encontrarse los suficientes recursos por la vía de los préstamos de particulares se tuvo que recurrir a la emisión de papeletas entre ese año y 1768 por valor facial de 8 reales. Cuando finalmente se recibió el situado, por un importe de 271.929 pesos, 6 tomines y 6 granos, que procedió a la liquidación de parte de esta deuda, y al abono de 50.993 pesos 6 reales de lo debido por préstamos.
   En el año 1781, y debido asimismo a la falta de llegada del situado, se volvió nuevamente a recurrir a la emisión de esta moneda provisional desde el día 17 de julio, y hasta finales de marzo de 1785 se hicieron nuevas emisiones, que alcanzaron un montante global de 654.325 pesos. Cuando finalmente se procedió a amortizarías, hubo de pagarse de más 25.233 pesos y 2 reales, procedentes de falsificaciones.
      Por Real Orden de 24 de mayo de 1784 se creó la Intendencia de esta isla, sujeta a la ordenanza de Buenos Aires. Hasta esa fecha, según Córdoba, es de suponer que existían los oficios de contador y tesorero. Cada uno de estos empleados recibía en 1759 un sueldo de 567 pesos, 5 reales y 6 maravedíes, que se elevó a 1.200 pesos por Real Orden de 8 de agosto de 1767.
   Las rentas de la isla estaban reducidas a los derechos que producía el escaso comercio con la Península, según lo establecido para puerto menor en la Ordenanza de Libre Comercio, a los diezmos y a otros escasos ingresos por bulas, alcabalas y rentas del papel sellado, por lo que la dependencia del situado remitido de Nueva España era, como hemos ya indicado, el que sostenía todas las cargas de la isla.
    Las autoridades de la isla tuvieron que recurrir en diversas ocasiones al recurso de las papeletas  durante el resto del siglo y principios del siguiente, sin ningún respaldo en moneda metálica. Esta práctica llevó a su falta de aceptación por parte de los isleños, a una espiral inflacionaria y a la generalización de su falsificación.
    Estas emisiones, según Córdoba, destruyeron el crédito, ahuyentaron el numerario, desterraron la confianza en las mismas y finalmente las convirtieron en ineficaces, llegando a valer un peso en moneda metálica diez en papel. Las graves consecuencias de este proceso fueron finalmente atajadas a partir de 1814 por el Intendente Alejandro Ramírez, aprovechando las remesas de moneda macuquina traídas por los refugiados procedentes de Venezuela.

Para saber más

BURZIO, H.F., Diccionario de la moneda hispanoamericana, Santiago de Chile, 1958, vol. 2.
CARO COSTAS, A.R., Antología de Lecturas de Historia de Puerto Rico (siglos XV-X VIII), San Juan, Puerto Rico, 1980.
COLL Y TOSTE, C., Reseña del Estado Social, Económico e Industrial de la Isla de Puerto Rico al tomar Posesión de ella los Estados Unidos, San Juan, Puerto Rico, 1899, en su edición facsímil de la Real Academia Puertorriqueña de la Historia de 2003.
CORDOVA, P.T. de, Memorias Geográficas, Históricas, Económicas y Estadísticas de la Isla de Puerto Rico, 6 vol., 1832, en su edición facsímil del Instituto de Cultura Puertorriqueña de 1968.
CÓRDOVA, P.T. de, Memoria sobre todos los ramos de la Administración de la Isla de Puerto-Rico, Madrid, 1838.
CRESPO ARMÁIZ, J., Fortalezas y Situados. La geopolítica española y sus efectos sobre el desarrollo económico y monetario de Puerto Rico (1582-1809), Puerto Rico, 2005.
NAVARRO ZAYAS, A.O., “Reporte de nuevos ejemplares de la emisión del papel moneda en Puerto Rico (1781)”, Documenta & Instrumenta, 12, 2014, pp. 195-208
ORTIZ MURIAS, J., “La moneda en Puerto Rico”, NUMIEXPO, Sociedad Numismática de Puerto Rico, 1984.

Archivo General de Indias (AGI), “Vale de 8 reales”.  MP-MONEDAS, 3(1).

miércoles, 26 de septiembre de 2018

El real de a ocho español y las primeras economías-mundo

Publicado en OroInformación, 26 de septiembre de 2018


https://oroinformacion.com/el-real-de-a-ocho-espanol-y-las-primeras-economias-mundo-a-finales-del-siglo-xviii/
 

Como recoge Bernal, España fue durante casi tres siglos ininterrumpidamente la fábrica de moneda del mundo, por lo que a su entender no es de extrañar que para las economías europeas e internacionales de los siglos XVI al XVIII las remesas indianas, en cuanto a oferta monetaria, fuera uno de los temas más recurrentes en los esbozos teóricos y prácticos de economía política mercantilista de los coetáneos, y a partir de entonces, objeto de reflexión teórica económica desde la investigación histórica.


El descubrimiento de América y la llegada de las remesas de metales preciosos tuvieron como efectos la extensión del ámbito monetario y el desplazamiento de la preeminencia económica del mundo mediterráneo, que dejó de ser el eje del comercio y con ello del mundo monetario. Las monedas internacionales de épocas anteriores, las emitidas por las repúblicas italianas, se vieron sustituidas por los reales de a ocho españoles. Para Lluís y Navas, la política de supresión total de las emisiones de la Corona de Aragón por Felipe V marcó en España el triunfo definitivo de la moneda atlántica sobre la de herencia mediterránea.   

Desde muy temprana época, todos los comerciantes europeos que adquirían mercancías en los países árabes o en Oriente debían necesariamente satisfacer su adquisición en moneda de plata española, por lo que tanto en las carabelas portuguesas como posteriormente en los barcos de las compañías holandesas, británicas, francesas o danesas se llevaba la misma como carga, y esto siguió produciéndose hasta bien entrado el siglo XIX. Como afirmaba Cipolla, ni la India ni China mostraban ningún interés por los productos europeos, por lo que, citando a Van Linschoten, afirmaba que los veleros que partían a las Indias Orientales no llevaban más carga que víveres para la población, algunos barriles de vino y aceite y reales de a ocho españoles.

Si bien fue habitual la circulación de moneda mayor, en barras o panes, que procuraba beneficios a sus tenedores a la hora de su afinado y acuñación en la moneda propia de cada país, la moneda acuñada, especialmente los reales de a ocho, tenía las ventajas de no pagar tributos durante su transporte y ser aceptadas como circulante universalmente, por lo que era preferida por los comerciantes. Marichal afirma que que si bien se estima que la tercera parte de la plata indiana fue reacuñada en las cecas de Francia, Holanda o Inglaterra, una parte importante de la moneda española fue remitida por los mercaderes a las áreas donde había demanda de metales preciosos, como eran el Báltico, Rusia, Levante, India o China. 

De las Indias españolas salían, afirmaba Colmeiro con los datos aportados por Alfonso Carranza y otros autores, unos cinco millones de pesos a reinos extraños, ya de Nueva España vía Acapulco a China, ya del Paraguay para Brasil, o de los demás dominios españoles por las muchas y secretas minas del contrabando. Asia e incluso África eran el sepulcro de las riquezas de nuestras Indias, porque atravesando los océanos iban a esconderse a los reinos de la China, Japón, la India Oriental, Persia, Constantinopla, Gran Cairo y Berbería, y defendía que apenas corría entre aquellas gentes remotas otra moneda que reales de a ocho y doblones castellanos.

Para Marcos Gutiérrez, en 1829 el Indostán, el Imperio Mongol,  era el abismo donde iban a ocultarse todos los tesoros que se traían de América. En esta obra se trazaban una serie de itinerarios a los que haremos referencia en las siguientes páginas: de Turquía a Persia y de allí a la India por el comercio de Moka, Babel-Mandel, Bassora y Bandes-Abassi, y el comercio directo de los europeos y otras naciones asiáticas. Según esta obra, gran cantidad de esta moneda se consumía en telas y brocados de oro y plata, en obras de platería y sobre todo en el ocultamiento y enterramiento de enormes tesoros por los emperadores mongoles.

Braudel recogía que hasta finales del siglo XVIII, con la aparición de una auténtica economía mundial, Asia conoció unas economías-mundo sólidamente organizadas y explotadas, como fueron China, Japón, Insulindia y el Islam. Las relaciones entre sus economías y las europeas fueron superficiales, si bien algunas mercancías de lujo, como las especias, la pimienta y la seda, suponían su intercambio por otras especies monetarias. Estos estrechos intercambios se reservaban, no obstante, al gran capital, lo que a juicio de Braudel no puede ser una casualidad.

Para este autor, si bien Europa giró sucesivamente hasta 1750 alrededor de ciudades esenciales, como fueron Venecia, Amberes, Génova y Ámsterdam, su sucesora Londres no era una ciudad-estado, sino la capital de un territorio, las Islas Británicas, que le aportaron la fuerza irresistible de un mercado nacional. Definía la economía nacional como… un espacio político transformado por el Estado, en razón de las necesidades e innovaciones de la vida material, en un espacio económico coherente, unificado y cuyas actividades pueden dirigirse juntas en una misma dirección, y que  Sólo Inglaterra pudo realizar tempranamente esta proeza. Afirmaba asimismo que… Lo que consigue Inglaterra a costa de Ámsterdam no es sólo la continuación de sus pasadas hazañas, sino su superación. Esta conquista del universo fue difícil y entrecortada de accidentes y dramas, pero la preponderancia inglesa se mantuvo y superó todos los obstáculos. Por primera vez, la economía mundial europea, arrollando a las demás, pretenderá dominar la economía mundial e identificarse con ella a través de un universo en el cual se borrará todo obstáculo, ante el inglés primero y ante el europeo después.

El comercio intercontinental era asimétrico, dado que los consumidores asiáticos no estimaban las mercancías europeas en la misma cantidad que las adquisiciones realizadas en Oriente por los occidentales, lo que suponía un enorme déficit en el comercio europeo, que debía cubrirse con pagos en moneda. Esta visión, común a muchos autores, es no obstante discutida por otros, como Flynn y Giráldez, que observan contradicciones entre las explicaciones del deficitario balance macroeconómico europeo y la documentación actual.

Los europeos introdujeron en China miles de toneladas de plata entre mediados del siglo XVI y mediados del siglo XVII, que se unieron a las inmensas cantidades del mismo metal que se importaron en China desde Japón. Entre 1550 y 1650, sin embargo, China exportó oro a Europa, a Japón y a Nueva España, dado que mientras que el poder adquisitivo de la plata duplicaba en China al de cualquier otro punto del planeta, el del oro en Europa era mucho mayor.

Para Flynn y Giráldez el comercio de moneda acuñada se entiende sólo cuando se sitúa en un contexto global. Los principales productores de plata eran las Indias españolas y Japón, no Europa, y China era el principal mercado de destino de la plata. Los comerciantes europeos eran según estos autores meros intermediarios en el comercio global de los metales preciosos, tanto los portugueses como los holandeses, así como los españoles directamente a través de la Nao de la China. Según estos autores, en esta época grandes cantidades de sustancias monetarias, como la plata, el oro, el cobre o los cauris, se remitieron desde sus áreas específicas de producción a mercados finales en distintas partes del mundo, y la cobertura de la demanda de cada una de ellas debe ser analizada independientemente.

Como afirmaba en 1843 Saint Cair Dupont, el real de a ocho era todavía a mediados del siglo XIX la moneda más universal, y había servido durante siglos para las grandes transacciones comerciales del mundo marítimo. Los pueblos de Oriente reconocieron durante siglos las armas del Rey de España como garantía de un peso constante y un contenido en plata fidedigno, y tuvieron una gran repugnancia en aceptar en su lugar monedas de nuevo cuño, que no les ofrecían un grado de seguridad bien conocido por una larga experiencia.

En su trabajo sobre la historia de la moneda en las colonias británicas de 1893 Chalmers realizó una recopilación de la historia de los viejos pesos fuertes españoles o piezas de a ocho, así como de su representación mexicana coetánea, que estimaba era la más completa de todas las referidas, según sus palabras, a esta moneda universal durante tres siglos.

Bibliografía
BECHTLOFF, D., “Comercio, plata y prestigio social en el Madagascar precolonial. Introducción, divulgación y utilización de la moneda, considerando especialmente el papel del peso mexicano”, Contribuciones desde Coatepec, Universidad Autónoma de México, año/vol. 1, nº 1, julio-diciembre 2001, pp. 72-88
BERNAL, A.M, "Remesas de Indias: De "Dinero político" al servicio del Imperio a indicador monetario", en BERNAL, A.M., (ed.), Dinero, moneda y crédito en la Monarquía Hispánica, Madrid, 2000, pp. 353-384.
CHALMERS, R., History of currency in the British Colonies, London, 1893.
CIPOLLA, C.M., La Odisea de la plata española. Conquistadores, piratas y mercaderes, Barcelona, 1999.
FLYNN, D.O., y A. GIRÁLDEZ, "Imperial monetary policy in global perspective", en BERNAL, A.M., (ed.), Dinero, moneda y crédito en la Monarquía Hispánica, Madrid, 2000, pp. 385-404.
LLUIS Y NAVAS-BRUSI, J., "La función del Mediterráneo en la historia monetaria de las Edades Media y Moderna", NVMISMA, nº 19, marzo-abril 1956, pp. 33-54.
MARCOS GUTIÉRREZ, J., Librería de Escribanos, Abogados y Jueces, que compuso don José Febrero, Escribano Real y del Colegio de la Córte, Parte Primera, Tomo Primero, Séptima Edición, Madrid, 1829.
COLMEIRO, M., Historia de la Economía Política en España, Tomo II, Madrid, 1863.
MARICHAL SALINAS, C., “La piastre ou le real de huit en Espagne et en Amérique: Une monnaie universelle (XVIe-XVIIIe siècles)", Revue européenne des sciences sociales, Tome XLV, 2007, N° 137, pp. 107-121.
SAINT CLAIR DUPORT, De la production des métaux précieux au Mexique, considérée dans ses rapports avec la Géologie, la Métallurgie et l’économie politique, Paris, 1843.
SAY, J.B., Tratado de Economía Política, ó exposición sencilla del modo que se forman, se distribuyen y se consumen las riquezas, 4ª ed., trad.de Juan Sánchez Rivera, T. I, Madrid, 1821.