Publicado en Numismático Digital, 5 de marzo de 2014
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El día 18 de noviembre de 1813, tras las sucesivas derrotas de Vilcapugio y
Ayohúma, el general Belgrano ordenó la retirada de la Villa Imperial de Potosí,
ocupada por su ejército unos meses antes, con la expresa orden de volar su
magnífica Casa de Moneda. Sólo la determinación del oficial Anglada hizo que la
voladura no se hiciese efectiva.
Tras la batalla de Salta de 20 de febrero de ese mismo
año el Ejercito del Norte de las Provincias Unidas del Río de la Plata, comandado
por Manuel Belgrano, ocupó la Villa de Potosí. Siguiendo instrucciones de la
Asamblea Constituyente de Buenos Aires de fecha 13 de abril de este año, y conforme a la propuesta del diputado Pedro
José Agrelo, se batieron en esta ceca monedas de la misma ley y peso que las
españolas, cambiando sus leyendas e iconografía.
En su anverso llevan un escudo creado por la propia
Asamblea, sin el sol que lo encabezaba, sin adornos en la moneda argéntea y con
dos cañones, un tambor y cuatro banderas en las áureas, la leyenda EN UNIÓN Y
LIBERTAD, el monograma PTS de la ceca, la sigla de ensayador J, de José Antonio
de Sierra, el valor en números arábigos y las letras S-los escudos- y R-los
reales. En su reverso portan tanto las monedas de oro como las de plata,
conforme a lo ordenado por la Asamblea, un sol con 32 rayos, 16 rectos y otros
tantos oblicuos, con ojos, cejas, boca, nariz y barbilla, y la leyenda
PROVINCIAS DEL RÍO DE LA PLATA.
El canto de las monedas de oro está decorado con estrías
en oblicuo, y el de las de plata con hojas de laurel. En esta considerada
primera emisión argentina se encontraban todas las monedas del sistema de la
plata ente los medios y los ocho reales, y en oro se acuñaron todos los valores
del sistema, desde los escudos sencillos a las onzas de ocho escudos.
Una vez se pusieron en circulación, a partir de finales
de junio, estas monedas no fueron aceptadas por el público, ya que en el
comercio se consideraba incomprensible este nuevo cuño, por lo que el Supremo
Poder Ejecutivo de Buenos Aires tuvo que decretar el 28 de julio de ese año su
curso forzoso, al ser de la misma ley y peso que las emisiones españolas precedentes.
Como afirmaba el general José María Paz, testigo de los
sucesos, la Casa de Moneda, vuelta a su giro ordinario, abastecía con
abundancia de moneda metálica al comercio, y
daba la bastante al ejército. En su retirada el Ejército del Norte cargaba,
según las palabras del mismo autor, con todo el dinero sellado y sin sellar que
se encontraba en la misma, y afirmaba que entre las cargas abandonadas en la retirada
salvó una compuesta de alhajas de diamantes y tejos de oro de un valor superior
a cuarenta mil duros.
La orden de partida se dio el mismo día 18 por la mañana,
saliendo de la ciudad Belgrano con una columna de infantería a las tres de la
tarde, y quedando en ella unos ochenta hombres al mando del general Díaz Vélez.
Dado que la población se iba reuniendo alrededor de la Casa de Moneda, se
mandaron patrullas para disolver a los grupos. Se informó asimismo
paulatinamente a los habitantes de las casas de alrededor de la ceca que debían
abandonarlas, al irse a volar la misma con un gran depósito de pólvora, si bien
Paz afirmaba que la mayor parte de la población siguió encerrada en sus casas.
En la sala de la fielatura, en el centro de la Casa de
Moneda, se habían colocado por orden expresa del general Belgrano gran cantidad
de barriles de pólvora, para cuya inflamación debía dejarse una mecha de
duración suficiente para permitir la retirada del ejército. Cerca del ocaso
Díaz Vélez ordenó encender la mecha y cerrar las puertas, y dado que no
aparecieron las llaves sólo se emparejaron y los últimos soldados salieron de
la ciudad. Paz recogía que se detuvieron a una legua de la ciudad, deseando gozar en su totalidad del terrible
espectáculo de ver volar en fracciones un gran edificio i quizá media ciudad.
Al no producirse la explosión, Belgrano ordenó al capitan
de artillería Juan Luna que entrase en la ciudad con 25 jinetes para volver a
encender la mecha, de lo que tuvo que desistir por la más que probable
oposición de los habitantes de la ciudad y por la cercanía de las tropas
realistas. La misma no se produjo porque el oficial mayor de la plaza,
apellidado Anglada, había ocultado las llaves y, quedándose escondido, cortó la
mecha que conducía a la bocamina.
¿Héroe o villano?. Para Muñoz Cabrera este oficial, que
afirmaba era boliviano, tuvo una feliz inspiración al evitar que se consumase
aquel hecho horrible, salvando con ello este edificio monumental. A pesar de
deshacerse en toda su obra en loas al general Belgrano, afirmaba taxativamente:
No es posible dejar de lamentar la especie de estravio mental que inspiro
al jeneral Belgrano el bárbaro proyecto de hacer volar la casa de moneda de
Potosí, situada en la parte mas central de la poblacion; i los que conocieron y
apreciaron las altas virtudes i espíritu caritativo de este jeneral no dejarian
de sorprenderse al saber que fué suyo tan temerario proyecto.
Paz refería en sus Memorias su conversación durante la
retirada con Tomás Manuel Anchorena, secretario de Belgrano, que versó sobre el
frustrado intento de la voladura de la ceca, afirmando que se tomó la libertad
de reprobarlo altamente, mientras que Anchorena lo sostuvo, alegando que además
de privar al enemigo de tan valioso recurso se hubiese conseguido arruinar un
pueblo que siempre había sido y seria
enemigo nuestro.
En cuanto a Anglada, a quien casi sin ninguna duda debió
conocer personalmente, afirmaba que era mendocino, y que se habría relacionado
con personas enemigas a la causa, y particularmente con una señora que era muy
realista. No dudaba de que fue él quien ocultó las llaves, cortó la mecha y se
presentó al enemigo, que le acogió bien por el importante servicio realizado y
lo empleó en el ejército, donde según su testimonio no jugó un papel
distinguido, dado que no pudo hacer olvidar a sus nuevos patronos que era un traidor.
¿Podría tratarse de Francisco Anglada? Probablemente no sea
más que un caso de homonimia, dado que no he encontrado ninguna referencia a su
nombre de pila entre los documentos y crónicas coetáneas que se refieren a esta
acción. Pero hay algunos indicios, siempre guardando las debidas reservas y esperando
encontrar datos debidamente contrastados, que parecen apuntar a esta posible
atribución.
Este oficial realista y posteriormente boliviano era
según algunos autores oriundo de la actual Argentina. La ciudad de Mendoza, que
los primeros 215 años de su historia perteneció a la Capitanía General de
Chile, fue integrada junto con el resto de Cuyo en el Virreinato del Río de la
Plata en 1776. Sin embargo, según el Diccionario Histórico del Departamento de
la Paz el luego general Francisco Anglada habría nacido en Montevideo el 4 de
noviembre de 1788. En el Índice del Archivo del Gobierno de Buenos Aires de
1810 encontramos una solicitud del día 8 de junio de un tal Francisco de Borja
y Anglada, para ser admitido en clase de cadete, agregado al batallón nº 1.
Es citado como sargento mayor y teniente coronel, y
calificado de intrépido por el
general realista Juan Ramírez Orozco, que combatió en las batallas de Vilcapugio
y Ayohúma antes citadas como Jefe de Estado Mayor de Joaquín de la Pezuela, en sus
comunicaciones durante las campañas contra los insurgentes de Cuzco, y consta asimismo
que fue herido en combate y aún así tomó la bandera de los enemigos por un
informe enviado por Ramírez a Joaquín de la Pezuela, fechado en el Cuartel General
de la Paz el 2 de noviembre de 1814.
En el Archivo General de Indias, Lima, 754, N.26-1, se conserva la carta nº 135 del virrey José Fernando de Abascal,
Marqués de la Concordia, a Pedro Cevallos, secretario de Gracia y Justicia, de
17 de mayo de 1816, en la que se informaba del nombramiento del sargento mayor
graduado de teniente coronel Francisco Anglada, como subdelegado interino del
partido de Yungas, en la Provincia de La Paz, por los recomendables servicios
realizados en el Ejército del Alto Perú, que eran dignos de una particular
atención. En la misma aparece reproducido asimismo el testimonio del oficial, fechado
el 13 de noviembre de 1815, que afirmaba que se excusaba de referir sus servicios
al Soberano, puestos de manifiesto por los partes del Señor General Reconquistador del Cusco.
De ser así, no sería la última
vez que cambió de bando, dado que, según Urcullu con el grado de comandante, se
pasó al ejército de Sucre a comienzos del año 1825, en los estertores del gobierno
español en Sudamérica, debidos a la sublevación absolutista de Pedro Antonio de
Olañeta contra el virrey José de la Serna, que fracturó la defensa del Perú, y a
la acción conjunta de los ejércitos de Simón Bolívar y Antonio José de Sucre.
En la Guerra Civil peruana de
1835-1836 le encontramos con el grado de general de brigada en el ejército de Andrés
de Santa Cruz, y presidió el Consejo de Guerra que firmó la sentencia de muerte
de Felipe Santiago Salaverry, Jefe Supremo de la República del Perú. En 1839
desempeño la Intendencia de Policía de la Paz, y falleció el 16 de julio de ese
año por una atrofia al corazón. Según el Diccionario Histórico
del Departamento de La Paz, estuvo casado con María Mercedes Goyeneche, que
murió el 11 de mayo de 1838.
Su caso no es único, sino uno
más en una época marcada por la violencia, por el caudillismo, por los
enfrentamientos fratricidas y por ominosas guerras
a muerte, que hicieron cumplirse el pronóstico que Simón Bolívar hizo en su
carta al general Juan José Flores, primer presidente de Ecuador. En ella
afirmaba que para ellos la América era ingobernable, que quien servía a una
revolución araba el mar, y que caería infaliblemente en manos de la multitud
desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos los
colores y razas. La revolución devoró a sus próceres.
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