Publicado en Panorama Numismático, 5 de noviembre de 2015
http://www.panoramanumismatico.com/articulos/los_primeros_billetes_de_banco_espanoles_id02245.html
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Los primeros billetes de banco españoles, conocidos
como Cédulas, fueron emitidos en tiempos del rey Carlos III, que los autorizó
por Real Cédula de 5 de enero de 1783, que aprobó globalmente todos los
acuerdos tomados en la primera Junta General de Accionistas del Banco Nacional
de San Carlos. La emisión de dichas Cédulas fue aprobada en dicha Junta a
propuesta de su director, Francisco Cabarrús. El Conde de Floridablanca tomó
bajo su responsabilidad esta primera emisión.
Los billetes eran, en su origen, un documento
representativo de la moneda metálica, con la promesa de que se devolvería el
montante que en él constaba en especie, y debían ser al portador, no podían
devengar intereses y estaban emitidos a la vista. Por tanto, no dejaba de ser
la promesa que una entidad privada, aunque con apoyo del Estado, hacía de que
se podría cambiar por oro y plata el valor en el mismo consignado, y por tanto,
estaba asimilado a lo que hoy día se entiende como papel moneda, aunque su
circulación venía limitada por el alto facial en los mismos consignados.
Joseph Alonso Ortiz defendía a finales del siglo XVIII
que la emisión de billetes de pequeño facial desterraba el oro y la plata de
los países donde se emitían, dado que al girarse en ellos casi toda la
negociación interna los metales preciosos no podían dejar de salir
violentamente en busca del empleo que no encontraban en el interior. Ya en la
primera Junta de Accionistas del Banco Nacional de San Carlos Cabarrús
manifestó que Carlos III permitía que el mismo emitiese cédulas, un papel
moneda que se reducía a dinero.
En cumplimiento de la Real Cédula de 5 de enero, en
fecha 19 de enero de 1783 se encargó a Juan Bautista Rossi y a José del Toro
que llevasen a cabo todas las actuaciones para la preparación de estas cédulas
o billetes en la cuantía de 52 millones de reales de vellón, haciendo
referencia a las cautelas a seguir para evitar las falsificaciones, la calidad
del papel a utilizar y la distinción de los distintos faciales por colores,
autorizando asimismo a José del Toro para la media firma de estos nuevos
billetes.
La primera de las emisiones lleva fecha de 1 de marzo
de 1783, y consta de nueve valores, desde los más pequeños de 200 reales a los
de mayor facial, de 1.000 reales de vellón. La segunda serie fue una
reimpresión de la primera, aunque con menos faciales. Las diferencias con los Vales
Reales eran sustanciales, dado que corrían por su valor nominal, sin interés, y
eran de curso forzoso para todas las tesorerías. Asimismo, eran títulos al
portador, y por tanto no necesitaban ser endosados. El tenedor podía acudir al
Banco en cualquier momento y cambiarlos por moneda metálica.
Una vez que se acordaron las características que
debían reunir los billetes y que fuesen aprobadas por las juntas particulares
de directores, se comisionó a los directores José del Toro y Juan Bautista
Rossi para hacerse cargo de todo lo necesario para su fabricación, en un monto
global antes recogido. Su diseño era bastante simple. Consistía en una orla de
elementos vegetales que enmarcaban el número correlativo, el valor o
denominación y las firmas de los directivos. En la orla superior se encontraba
el emblema del Banco, consistente en dos manos unidas como símbolo de
transacción mercantil y la leyenda fides
publica, rodeado por el nombre de la institución emisora, Banco Nacional de San Carlos. El origen
de este símbolo se encuentra en las emisiones romanas, y fue más adelante
utilizado en billetes de otros países europeos. Se diferenciaron de otros
billetes europeos anteriores y coetáneos por usar tintas diferentes según el
valor facial de cada ejemplar.
Su tamaño era de 200 x 400 milímetros, y estaban
estampados en papel de tipo ingres comprado a José Llorente, un fabricante de
la localidad barcelonesa de Capellades, con la obligación de no fabricar papel
semejante al que había suministrado al Banco. El mismo tiene un baño de alguna
disolución para darle más cuerpo, y lleva marcas de agua con anagramas de
números y letras. El grabado se hizo en aguafuerte tallado a buril, trabajado
sobre plancha de cobre, e impreso a un color y en calcografía sin reverso. Hay
que tener en cuenta lo avanzado de su diseño, dado que el procedimiento
calcográfico no se utilizó para la estampación de billetes en muchos países de
Europa hasta mediados del siglo siguiente.
Los colores elegidos fueron el negro para el de 200
reales, el azul para el de 300, el teja para el de 400, el verde para el de
500, el amarillo para el de 600, el violeta para el de 700, el teja subido para
el de 800, el morado para el de 900 y el encarnado para el de 1.000. El diseño
de sus grabados fue realizado por los hermanos Rafael y Alberico Mengs Guazzi, hijos
de Rafael Mengs.
La impresión fue supervisada por Joaquín de Ybarra, y
se realizó posiblemente en varias imprentas madrileñas, dado que la Real
Calcografía no fue fundada por el conde de Floridablanca hasta 1789. Los
grabadores fueron José Asensio, Mariano Brandi-Moreno de Tejada, Manuel
Salvador Carmona –yerno de Mengs-, Fernando Selma, Antonio Carnicero y Rafael
Ximeno, bajo la supervisión de Antonio Ponz, secretario de la Real Academia de
San Fernando.
La numeración de los billetes se realizó a mano, en el
ángulo superior izquierdo. El encargado de recoger las firmas fue Agustín Ceán
Bermúdez. Entre los encargados de numerar a mano estas cédulas estaba Agustín
de Betancourt, que años más tarde, como Teniente General del Zar Alejandro I,
fue el encargado de dibujar los nuevos rublos.
Cada billete debía de llevar tres firmas, que se
correspondían con las del Tenedor de la Caja General, don Pedro Pauca, el
Cajero General, don Joaquín Pablo de Goicoechea, y la de un Director, que era
diferente en cada uno de los faciales emitidos, y que fueron firmados por el
Marqués de Matallana -500, 600,700 y 1.000 reales-, Rossi -200, 800 y 900- y Toro-300
y 400-.
El
monto global de esta primera emisión fue el siguiente:
De los mismos, solamente se pusieron en circulación 18.250.000 reales, y
su presencia en el mercado no fue muy duradera, dado que en 1785 estos billetes
se hallaban ya recogidos en el archivo del banco. Nunca consiguieron la
aceptación de los usuarios, a pesar de las previsiones de Cabarrús. En teoría,
sus valores menores que los vales y la falta de necesidad de endoso los harían
circular más rápidamente, y además eran convertibles en dinero metálico
inmediatamente y sin pérdida.
Para compensar los billetes a la par de esta emisión y
las subsiguientes, la Real Hacienda depositó en el Banco un total de 30
millones de reales en oro, que debían ser acuñados en la ceca madrileña. Para
obtener estas reservas, el principal objetivo del banco era el de obtener
liquidez, dado que en fecha 15 de marzo de 1783, la de comienzo de operaciones,
debía tener una cantidad mínima en metálico.
El banco tenía que ir recibiendo los fondos en
efectivo a medida que se fuese acuñando el oro en la Casa de Moneda de Madrid,
y los directores del banco debían hacer entrega simultáneamente a la Tesorería
General de los billetes que estuviesen habilitados para salir a la circulación.
Entre el 21 de mayo de 1783 y el 25 de septiembre del
mismo año se realizaron las entregas entre la Tesorería General y el banco de
moneda metálica y billetes, respectivamente, hasta un importe global de 20
millones de reales, con lo cual no se llegó a la previsión hecha por Cabarrús
de los 30 millones de reales.
En la Memoria presentada por la dirección del banco a
la Junta General celebrada el 20 de diciembre de 1783, la misma se lamentaba de
que los billetes no hubiesen tenido la acogida que se había deseado, a pesar de
las medidas tomadas por el gobierno para su aceptación, obviando con ello la
lógica de que en todo tiempo y lugar la circulación expedita de los billetes de
banco como moneda solamente se ha conseguido con el transcurso de un plazo
razonable de tiempo.
El monarca ordenó que en las oficinas de recaudación
madrileñas se aceptasen estos billetes, y al Tesoro que pagase con ellos si
fuese posible. También fueron aceptados por los Cinco Gremios Mayores madrileños
y por la Compañía Guipuzcoana de Caracas. Toda vez que los Vales Reales
cotizaban a la par, no fue necesario recurrir a nuevas emisiones de estas
Cédulas.
Para saber más:
ALONSO ORTÍZ, J., Ensayo Económico
sobre el sistema de la moneda-papel: y sobre el crédito público, Madrid,
1796.
ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN, G, “Guerras, monedas y deuda durante el
reinado de Carlos III”, en Carlos III y
la Casa de la Moneda, Catálogo de la exposición celebrada en el Museo casa
de la Moneda, Madrid, diciembre 1988-febrero 1989.
ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN, G, "Historia del Billete", en Enciclopedia de billetes de España 1783-2006,
Filabo, Barcelona, 2006, pp. 51-69.
FRANCISCO OLMOS, J.M. de, “El estampillado de billetes de banco.
Alteración de un documento económico como medio de propaganda política”, Revista General de Información y
Documentación, 2004, 14, nº 2, pp. 59-96.
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en el siglo XVIII hasta fin del siglo XIX”, Estudios
de Historia Económica, nº 54, 2009, Banco de España, Madrid, 2010.
REINAL BOIX, J. “El primer Banco de España. El Banco Nacional de San
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2000, pp. 59-61.
SANTIAGO FERNÁNDEZ, J. de, “Legislación y reforma monetaria en la España
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Documentación Borbónica en España y América
(1700-1868), Madrid, 2007, pp. 403-436.
SANTILLÁN, R., Memoria histórica
sobre los Bancos Nacional de San Carlos, Español de San Fernando, Isabel II,
Nuevo San Fernando y de España, Madrid, 1865.
TORTELLA CASARES, T., "Cultura y política: dos símbolos del poder
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TORTELLA
CASARES, T., "El billete español en la Edad Contemporánea: mucho más que
un medio de pago", en VII Jornadas
Científicas Sobre Documentación Contemporánea (1868-2008), Madrid, 2008,
pp. 331-368.