miércoles, 17 de enero de 2018

La historia de la Onza

http://adatio.eu/websalasubastas/subastas/subasta_31012018/subasta_31012018_catalogo.pdf


Colaboración en la introducción histórica, documentación y notas sobre ensayadores en el catálogo de Cayón Subastas de 31 de enero de 2018 de su subasta en el Hotel Palace de Madrid, celebrando su cincuentenario.

lunes, 15 de enero de 2018

Un expediente sobre la labra de moneda de oro en México en el archivo General de Indias

Publicado en Legajos, Boletín del Archivo General de la Nación, Octava época, Año 4, septiembre-diciembre 2017, México, pp. 115-131.

https://www.academia.edu/35673004/Un_expediente_sobre_la_labra_de_moneda_de_oro_en_México_en_el_archivo_General_de_Indias


Resumen: El presente artículo estudia un expediente conservado en el Archivo General de Indias, con signatura A.G.I.,  MEXICO, 77, R.3, N.50, relativo a la petición realizada por el virrey Conde de Alba de Liste para que se autorizase la labra de moneda de oro en la ceca de la capital virreinal. Esta petición, contestada por Real Cédula, no fue atendida hasta ocho años después, debido principalmente al celo de Francisco de Montemayor de Cuenca, oidor de la Real Audiencia de México, a pesar de la resistencia de algunos de los principales mercaderes de la ciudad.

Palabras clave: Moneda, oro, Consulado de México, Casa de Moneda

Abstract: The present article studies a file preserved in the Archivo General de Indias, with the signatures A.G.I., MEXICO, 77, R.3, N.50, concerning the petition made by the viceroy Count de Alba de Liste to authorize The minting of gold coin in the mint of the viceroyalty capital. This request, answered by Real Cedula, was not attended until eight years later, mainly due to the zeal of Francisco de Montemayor de Cuenca, oidor of the Real Audiencia of Mexico, in spite of the resistance of some of the main merchants of the city.

Keywords: Currency, gold, Mexican Consulate, Mint

domingo, 14 de enero de 2018

El contrabando de metales preciosos, oro y plata, en la América española

Publicado en OroInformación, 12 de enero de 2018


https://www.oroinformacion.com/es/OroInformacion/escuela/1261/El-contrabando-de-metales-preciosos-oro-y-plata-en-la-América-española.htm

En este nuevo artículo de la serie que Oroinformación dedica a los metales preciosos en la América Hispana, abordamos la cuestión del contrabando. Una actividad que, según autores como E. J. Hamilton, suponía que entre el 10 y el 50% de los metales preciosos que llegaba a los puertos europeos escapaba al control de las autoridades.
La visión positiva de Hamilton sobre el control del contrabando de metales preciosos desde la América Hispana (que estimaba que los caudales entrados fraudulentamente podían representar entre un 10 y un 50% del total, estando dicho porcentaje más próximo a la cifra más baja), no es compartida por muchos autores posteriores, como Chaunu. Morineau, utilizando como documentación las Gacetas Holandesas, que registraban las cantidades recibidas tanto por el tráfico legal como por el ilegal, llegó a la conclusión de que es en aquellos años en los que se habían registrado menos arribadas de plata en los que se encuentran mayores aumentos en las llegadas del metal argénteo fuera del control oficial a los puertos europeos.

El contrabando de oro y plata no era solamente llevado a cabo por nacionales de otros países. Era frecuente que barcos españoles tocaran puerto en Jamaica o en las islas francesas violando las leyes de estos países. No fue infrecuente tampoco que los contrabandistas y los comerciantes entregasen regalos y grandes cantidades de dinero a las autoridades locales para que no interviniesen en sus negocios. Así, Malamud recoge que los capitanes del navío de permiso inglés Bedford pagaron en Cartagena 75.000 pesos, y que el gobernador de Buenos Aires recibía el 25% de las ganancias de la Compañía del Mar del Sur.
También se intentó llevar a cabo un férreo control para evitar el contrabando en la Carrera de Indias, que llevaba aparejado desde un primer momento penas de confiscación y que posteriormente se fueron ampliando a suspensión del cargo para los oficiales públicos, exilio perpetuo de las Indias y pérdida de privilegios para las personas de posición elevada, y a condenas a galeras que llegaban hasta los diez años para personas de inferior rango. Se establecían además pingues recompensas para los denunciantes de esta práctica, y una vez a bordo se controlaba que los barcos no fuesen abordados en el mar por otros o que no se enviasen chalupas de auxilio sin que en las mismas estuviese una persona de confianza.

El control que redoblaba cuanto más cerca se estaba del puerto de destino, Sevilla o, posteriormente, Cádiz. Una vez en Sanlúcar de Barrameda, el capitán de la Flota notificaba a la Casa de Contratación y al Consejo de Indias los extremos del viaje, y no se permitía a nadie desembarcar hasta que el buque no hubiese sido inspeccionado exhaustivamente por los funcionarios de la Casa de Contratación, con toma de declaración a todos los pasajeros y marineros y apertura de los equipajes.
Cipolla afirmaba que en la década de los años 60 del siglo XVI el contrabando de oro y plata se convirtió en una práctica cada vez más habitual. Cita entre otros el caso de una de las naves de la flota que naufragó cerca de Cádiz en 1555, y que cuando se recuperó la carga se descubrió que en lugar de los 150.000 reales de plata declarados transportaba exactamente el doble. Recoge asimismo que en 1626 la Casa de Contratación estimaba en dos millones y medio de reales las importaciones de plata no declarada en ese año, y en un millón y medio las del siguiente.

Este autor citaba asimismo una Cédula de 1648 que calculaba que solamente de Perú y de Chile llegaban a Sevilla medio millón de ducados al año no registrados, y otra Real Cédula de 18 de marzo de 1634 que denunciaba que esta práctica había llegado a límites insospechados. Finalmente, este autor recoge que en 1660 las autoridades decidieron abolir la obligación del registro “…que por aquel entonces muy pocos practicaban ya”.
Las leyes no siempre fueron aplicadas en su máximo rigor, prometiéndose en varias ocasiones el indulto a quienes confesasen voluntariamente cantidades importantes de metales preciosos y satisficieran la avería. Felipe III, ante el hecho constatado de que estos indultos suponían un aumento del contrabando, estableció en 1618 que los mismos no volverían a ser otorgados.

A pesar de ello, se volvió a recurrir a esta práctica, y muy especialmente en los últimos años del reinado de su hijo Felipe IV, a la vista de la alarmante disminución de los ingresos y de las importaciones registradas legalmente. Si bien en 1661 las Aduanas pasaron a administrarse por cuenta de la Real Hacienda y se rebajaron algunos derechos a resulta de las quejas de los comerciantes, en 1663 se dieron en arriendo a un tal Eminente, que fue condenado y preso por no cumplimentar el contrato, si bien volvió a arrendarlas en tiempos de Carlos II hasta 1717.
Mainar le definía como aventurero y desmoralizado, y que con el fin de cortar el contrabando e incrementar sus ganancias les concedió gracias y mercedes, admitiendo el 4, el 6 o el 7% que gastaban con los metedores o contrabandistas en vez de cobrar los derechos. Si bien los indultos se cobraban normalmente en los puertos andaluces, a principios del siglo XVIII se llegó a cobrar en Francia a los veleros de esta nacionalidad que regresaban de las Indias españolas.

En las posesiones antillanas de otros Estados europeos se producía salida de moneda hacia sus respectivas metrópolis. Muy importante fue el papel de la parte francesa de Santo Domingo, donde Vilar cita los casos de Guizot y Millot, dos comerciantes de la isla que remitían reales de a ocho a Marsella, de donde se remitían a un banquero parisiense que inscribía su valor en la cuenta de una compañía establecida en Cádiz, que probablemente había remitido mercancías por igual valor a Inglaterra. En el caso holandés, el comercio ilícito se realizaba en la isla de Curazao.

Entre 1695 y 1726 un total de 181 barcos salieron de Francia con destino al Mar del Sur. Según los estudios llevados a cabo por Malamud, los retornos de estos viajes entre 1701 y 1725 supusieron un total de 47.000.000 de pesos, que comparado con los 27.767.287 pesos trasladados por los galeones de Tierra Firme en el mismo periodo, supondría que al menos un 65% del comercio exterior peruano habría sido realizado por los franceses.
Vilar hace referencia a llegadas de barcos españoles a las costas francesas y al intercambio en estos puertos atlánticos, especialmente en la Bretaña, de mercancías por reales de a ocho. Este comercio se hacía en muchas ocasiones de forma ilegal, sin pagar derechos y realizando las cargas y descargas en playas desiertas. De su volumen da constancia el hecho de que en 1775 cinco empleados de la Hacienda española se trasladasen al puerto de Beaucaire, lo que detuvo la feria durante dos días, en los que clandestinamente se realizaron operaciones por valor de 40.000 pesos, y cuando los inspectores se marcharon el volumen se incrementó a 100.000 pesos en sólo media jornada.

En el activo contrabando inglés participaban sus grandes compañías, siendo la del Mar del Sur la que operaba en las Indias. Sus tres centros operativos se encontraban en Jamaica, Barbados y el puerto de Buenos Aires. El gobierno español estimaba que en 1728 esta compañía controlaba una tercera parte del contrabando introducido en sus Indias, y un informe ordenado por Carlos III en 1759 estimaba que los beneficios obtenidos por los ingleses eran de unos seis millones de pesos al año.
Para el envío de metales preciosos sin registrar se utilizaban asimismo los puertos canarios. En la primera mitad del siglo XVII se limitaba el tonelaje concedido a este comercio a setecientas toneladas. Pero el Consulado de Sevilla afirmaba en 1654 que había más de sesenta buques con base en las Islas Afortunadas que realizaban tratos con las Indias, y que algunos de ellos realizaban hasta dos viajes al año, trayendo de ellas principalmente plata, la mayor parte de ella sin quintar, es decir, sin aplicar el quinto real o impuesto de la quinta parte de la mercancía que iba dirigida a la Corona. Fue también el archipiélago uno de los centros neurálgicos del comercio holandés con Indias, al margen del monopolio sevillano.

Otra forma de traer fraudulentamente plata a Europa pasaba por el puerto de Buenos Aires, donde los comerciantes holandeses introducían mercancías con destino al Perú y se llevaban plata. Según Arzáns, citando los datos recopilados por Muñoz de Camargo y otros vecinos de Potosí, en 112 años este tráfico ilícito ascendió a 560 millones de pesos de plata sacada clandestinamente por Buenos Aires sin pagar los reales quintos. 
El centro de estas actividades estaba situado en Ámsterdam, y su protagonista, según Serrano Mangas, fueron la activa comunidad sefardí de esta ciudad, y las comunidades de cristianos nuevos de origen hebreo establecidas en el Nuevo Mundo, que prosperaron especialmente tras la unión de las coronas de 1580. Muchos de los barcos que realizaban este comercio de plata, normalmente sin quintar, procedían de las Canarias, aunque también había embarcaciones procedentes de los puertos vascos. En una contestación del Consulado de Sevilla de 1659, se estimaba que por esta vía se distraía anualmente la cantidad de un millón de ducados.
El comercio entre Cádiz y Ámsterdam en el siglo XVIII ha sido estudiado en profundidad por Ana Crespo. Si bien algunas naves neerlandesas cruzaron directamente el Atlántico, y relaciona cuatro ocasiones en las que se tocó el puerto de Tenerife, la inmensa mayoría de las transacciones se llevaban a cabo en Cádiz, con un uso cada vez más extendido de los navíos de registro, incluso antes de la extinción del sistema de flotas.

Para Humboldt, las cantidades que salían sin pagar el quinto, vía contrabando, eran menores de lo que algunos estimaban, y que alcanzaban entre la mitad y un tercio del producto total. En el virreinato de Nueva España, donde solamente estaban habilitados los puertos de Veracruz y Acapulco, estimaba que la cantidad de plata embarcada sin registrar hacia la Habana y Jamaica, en el primero de ellos, o a Filipinas y Cantón, en el segundo, no ascendía a más de 800.000 pesos.

No obstante lo anterior, recogía que dichas cantidades crecerían conforme los norteamericanos e ingleses visitasen las costas de Sonora y Guadalajara, y se fuesen acercando a las orillas del gran río del Norte. En cuanto al comercio con China y Japón, afirmaba que tras el esperado fin del monopolio fluiría, como de hecho así sucedió, gran cantidad de plata hacia Asia. En Japón la ratio de la plata y el oro estaba en proporción de 8 o 9 a 1, y en China de 12 o 13 a 1, mientras que en México era de 15 5/8 a 1.
Say, citando la obra de Humboldt, afirmaba que la proporción entre el valor del oro y el de la plata no era en ningún modo relativa a las cantidades de estos metales suministrada por las minas, y que en la práctica no era posible asignar un valor fijo a mercancías cuyo valor es realmente variable, por lo que se debía dejar que una onza de oro o de plata buscasen sus diferentes valores en los cambios en los que se tenía por conveniente usar estos metales.

Tras la declaración de libre navegación del río Atrato (actual Colombia) se había incrementado mucho el contrabando de oro. En vez de remitirse el oro en barras o en polvo a las cecas de Santa Fe y Popayán, parte del mismo se dirigía a Cartagena y Portobelo, y desde allí a las colonias inglesas. La adversa climatología había abierto los puertos españoles al comercio de harina de Filadelfia, lo que unido a la entrada de esclavos negros de África favorecían estas prácticas. Los llamados rescatadores, que realizaban el comercio de oro en polvo en Popayán, Buga, Cartagena y Mompox, sacarían de contrabando según sus cálculos unos 2.500 marcos de oro (en Castilla un marco equivalía a 230 gramos) del Chocó, Barbacoas, Antioquía y Popayán.
La mayor parte del comercio fraudulento de metales preciosos en el Perú se hacía hacia el este de los Andes, por la cuenca del Amazonas, en una cantidad de 100.000 marcos para todo el virreinato. En Chile, la proporción del oro que salía fraudulentamente era según sus cálculos de ¼ del total, si bien Ulloa había estimado la proporción del legal e ilegal de 3 a 2. Del virreinato del Río de la Plata saldría fraudulentamente 1/6 parte,  unos 67.000 marcos.

Bibliografía
Cipolla, C.M. (1996). La Odisea de la plata española. Conquistadores, piratas y mercaderes. Barcelona: Crítica.
Crespo Solana, A. (2000). El comercio marítimo entre Ámsterdam y Cádiz (1713-1778). Estudios de Historia Económica nº 40. Madrid: Banco de España.
Chaunu, P. (1982). Conquista y explotación de los nuevos mundos. Barcelona: Labor.
Hamilton, E. J. (1983). El tesoro americano y la revolución de los precios en España, 1501-1650. Barcelona: Ariel.
Hanke, L. (1967). El otro tesoro de las Indias: Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela y su Historia de la Villa Imperial de Potosí. AIH, Actas II, 51-72. Nimega: Instituto Español de la Universidad de Nimega.
Humboldt, A. von (1827). Ensayo Político sobre la Nueva España, T.III. Paris: En casa de Rosa, gran patio del Palacio Real.
Mainar, R.M. de. (1851). Compendio Histórico de las Aduanas de España, desde la reunión definitiva de Castilla y León hasta fin de 1850. Madrid: Imprenta de Luis García. 
Malamud, C.D. (1981). El comercio directo de Europa con América en el siglo XVIII. Algunas consideraciones.  Quinto Centenario 1, 25-52. Madrid: Universidad Complutense.
Say, J.B. (1821). Tratado de Economía Política, ó exposición sencilla del modo que se forman, se distribuyen y se consumen las riquezas, 4ª ed. Trad.de Juan Sánchez Rivera, T. I. Madrid: Imprenta de don Fermín Villalpando.
Vilar, P. (1974). Oro y Moneda en la Historia (1450-1920). 3ª ed. Barcelona: Ariel.

Parecer del Consulado de Sevilla. Sevilla, 22 de agosto de 1654. AGI., Indiferente 2693

lunes, 11 de diciembre de 2017

Los metales preciosos en la América española: Los tesoros perdidos.

Publicado en OroInformación, 7 de diciembre de 2017
https://www.oroinformacion.com/es/OroInformacion/escuela/1165/Los-metales-preciosos-en-la-América-española-Los-tesoros-perdidos.htm

En los primeros años del Descubrimiento los barcos realizaron el tornaviaje de manera aislada, en los llamados navíos sueltos, pero ya en los años veinte del siglo XVI, y ante los ataques de los corsarios berberiscos y franceses en las costas atlánticas del Nuevo y Viejo Mundo, se comenzó por parte de la Corona a armar buques de guerra que patrullaban las costas andaluzas y el actual litoral marroquí, así como las cercanías de algunos puertos en las propias Indias.

Un poco más tarde, ya a mediados del siglo, se comenzó a agrupar a los mercantes en convoyes, bajo la protección de barcos de guerra que se financiaban mediante el llamado impuesto de avería, que se había de pagar por las mercancías transportadas a ambos lados del Atlántico. Esta fórmula que en 1565 se reguló, estableciendo dos flotas anuales, una en enero y otra en abril, que cubrían el comercio ultramarino, bien equipadas de armamento y personal. Para Pierre Chaunu, lo que determinaba la navegación en convoy era no sólo el deseo de seguridad, sino las dificultades de la navegación, la falta de buenos pilotos y la protección que suponía que en caso de naufragio se pudiesen salvar hombres y tesoros.

Carlo Maria Cipolla da la fecha del 16 de julio de 1561 como la del establecimiento de la Carrera de Indias, en la que se reorganizó la estructura de las flotas, se ordenó que cada año partiesen dos flotas en enero y agosto, y se prohibió la navegación de ninguna nave fuera de las mismas. Cada una de estas flotas debía ir comandada por un capitán general y un almirante, y en la nave capitana y en la almiranta debía haber una dotación de 30 soldados. A pesar de la prohibición, según este autor de los 18.767 viajes de ida y vuelta que se produjeron entre 1506 y 1650, 8.222 fueron realizados en convoy, 6.887 no están determinados y 2.658 fueron hechos por navíos sueltos.

Debido a los retrasos que sufrían estas flotas por las operaciones de carga y descarga y por los problemas para contratar marineros, las Ordenanzas de 1564 abolieron el sistema de flotas y lo sustituyeron por dos convoyes anuales, debiendo partir las que tenían como destino Por una Pragmática de 18 de octubre de 1564 se determinó que la llamada Flota de Nueva España navegase en abril, y la de  Tierra Firme en agosto o septiembre.  

El centro de agrupamiento de las flotas estaba ubicado en La Habana, donde les esperaban los buques de escolta, y de donde tenían que partir antes del día 10 de agosto, para evitar los huracanes. De allí, en una partida que se demoraba frecuentemente y de fecha secreta, contenida en un sobre lacrado, se enfilaba el Canal de las Bahamas con dirección noroeste hasta los 38º, donde se aprovechaban los vientos dominantes hacia el archipiélago de Las Azores para llegar fácilmente a la Península.

Todo esto supuso un importante freno a los ataques de los corsarios, toda vez que, según la documentación contenida en los archivos de la Casa de Contratación, abundan las noticias de ataques fallidos de piratas y corsarios a estas flotas. Para Cipolla, el periodo más desgraciado fue el quinquenio 1587-1592, en el que los piratas ingleses capturaron más del 15% de la plata destinada a Sevilla, si bien el autor reconocía que los españoles salieron muy bien librados de la durísima batalla que tres poderosas naciones, Francia, Holanda e Inglaterra, habían emprendido contra ellos.

De hecho, y como afirmaba Hamilton, solamente en dos ocasiones, en 1628 y en 1656 se consiguieron por ellos objetivos importantes, en el primer caso los holandeses apoderándose de la flota de Nueva España y en el segundo los ingleses impidiendo la arribada de la flota de Tierra Firme. Esta escasez de capturas contrasta vivamente con la exagerada y romántica imagen que se tiene de los grandes tesoros que estos corsarios consiguieron amasar.

Según García Bernal, que estudió el impacto de las actividades piráticas y corsarias sobre el comercio español en el siglo XVIII, y conforme a los datos facilitados por García Baquero para el periodo 1717-1759, de los 28 barcos hundidos o apresados 25 lo fueron entre 1741 y 1748, durante la Guerra del Asiento o de la Oreja de Jenkins, y 22 de ellos lo fueron por ingleses, no teniendo por tanto esta actividad gran consideración en este siglo.

   El viaje anual de las Flotas de la Plata no estaba exento de peligros. En muchas ocasiones, las inclemencias o los ataques de los enemigos y piratas produjeron naufragios, en ocasiones de toda una Flota. Por su situación destacó la labor realizada por el puerto de La Habana, situado en la boca del seno mexicano, cerca del canal y de la parte septentrional del continente y Florida, lugar donde se produjeron importantes naufragios.

   Otro punto donde se produjeron numerosos naufragios fue el estuario del Río de la Plata, debido a los temporales, al choque contra arrecifes o por ataques de piratas o navíos de otras naciones. El número de ellos se incrementó durante el siglo XVIII, debido al incremento del comercio, al convertirse Buenos Aires en destino de numerosos navíos de registro como capital de un nuevo virreinato y al libre comercio.

   Como afirma Cipolla, en la historia de la Carrera se registran furiosas tempestades que dispersaban las naves a los cuatro vientos rompiendo la cuidada formación defensiva y causando enormes pérdidas y daños. Según este autor, entre 1546 y 1650 de las naves que hicieron un total de 14.456 travesías sólo 402 se hundieron a causa de las tempestades, y de las naves que hicieron 2.221 travesías entre los años 1717 y 1772 sólo se perdieron 85, un auténtico record. De acuerdo con Morineau, en los quince años transcurridos entre 1741 y 1757 llegaron a Nueva España 164 transportes sin contar 24 avisos, 45 bajo pabellón neutral, 40 franceses, 3 holandeses, 1 imperial y 119 españoles.

La Guerra de la Oreja de Jenkins, entre 1739 y 1748, dio un duro golpe al sistema de flotas, y supuso la extensión del uso de los navíos de registro al Mar del Sur. Según María García Fernández, la base económica del conflicto se encontraba en los deseos británicos de comerciar libremente con las posesiones españolas y la defensa de España de su monopolio mercantil.

Si bien la armada británica era mucho más poderosa que la española, los mares de América y Europa se vieron patrullados por los guardacostas y los corsarios españoles, que les infringieron daños notables, alcanzando las cotas más altas de capturas en todo el siglo. Los corsarios vascos operaban en el Atlántico Norte, cerca de las costas de las Islas Británicas, los gallegos en las costas portuguesas, y en el área del Estrecho destacó especialmente el papel de Ceuta. En 1779 se creó la escuadra corsaria del Consulado de Cádiz, estudiada por Herrero Gil.

La Guerra de los Siete Años, entre 1756 y 1763, tuvo como consecuencia la cesión a Inglaterra de la Florida y la cesión por Francia a España de la Luisiana. La ampliación de la marina, que comenzó en tiempos de José de Patiño y continuó con el marqués de la Ensenada, dio como resultado que se dispusiese en tiempos de Carlos III de una flota de 66 barcos de línea.

En cuanto al comercio con las naciones de Asia, destino de gran parte de los metales procedentes de la América española,  se estima que, de todas las rutas comerciales del momento, fue la de la China o del Galeón de Manila la más dura, y que la que más muertes se cobró. Hubo caso, como el del galeón San José, que llegó a la Nueva España en  1657 con su carga intacta, pero sin supervivientes. También hubo casos de ataques piratas, sobre todo de holandeses y británicos, con un balance de solamente cinco naos atrapadas por los ingleses.

Como pone de manifiesto Ollé, se puede poner en relación la actividad comercial ibérica desde Manila y Macao en el siglo XVI como un factor de canalización de un flujo comercial suficiente para que el Imperio Chino tomase medidas para la pacificación e integración en el sistema de las últimas redes de piratas y contrabandistas, organizadas en grandes flotas navales.

Para saber más:

 CÉSPEDES DEL CASTILLO, G., “El Real de a Ocho, primera moneda universal”, en ALFARO ASINS, C., (Coord), Actas del XIII Congreso Internacional de Numismática, Madrid, 2003, Vol. 2, 2005, pp. 1751-1760.
CHAUNU, P., Conquista y explotación de los nuevos mundos, Barcelona, 2ª ed., 1982.
CIPOLLA, C.M., La Odisea de la plata española. Conquistadores, piratas y mercaderes, Barcelona, 1996.
GARCÍA BERNAL, M.C., "El Comercio", en RAMOS PÉREZ, D. (Coord.), América en el siglo XVIII. Los Primeros Borbones, Historia General de España y América, Tomo XI-1, Madrid, 1983.
GARCÍA FERNÁNDEZ, Mª. N, Comerciando con el enemigo: El tráfico mercantil anglo-español en el siglo XVIII (1700-1765), Biblioteca de Historia, CSIC, Madrid, 2006.
HERRERO GIL, M.D., El mundo de los negocios de Indias, Sevilla, 2013.
LAVALLÉ, B., “La América Continental (1763-1820)", en La América Española (1763-1898), Col. Historia de España 3er milenio, Madrid, 2002
LORENZO ARROCHA, J.M., Galeón. Naufragios y Tesoros, Santa Cruz de la Palma, 1999.

domingo, 3 de diciembre de 2017

Medallas para Filipinas fabricadas en México en tiempos de Carlos III

Publicado en UNAN Numismática nº 21, Diciembre 2017, pp. 17-20

https://issuu.com/unannumismatica


La Capitanía General de Filipinas, adscrita desde su creación en el siglo XVI al virreinato de Nueva España, sufrió en 1762 la invasión y ocupación durante casi dos años de su capital, Manila, por un ejército británico, lo que supuso la ruina económica del archipiélago. Para el desarrollo del territorio, se creó en 1782 el Estanco de Tabaco y se llevaron a cabo medidas para su desarrollo económico, y es en esta situación en la que se ordenó la labra de las medallas que se estudian en el presente artículo.

La moneda circulante en la Capitanía General de Venezuela durante el siglo XVIII

Publicado en Revista Numismática Hécate, nº4, 2017, pp. 244-254.


http://www.revista-hecate.org/numeros/hecate-n-4.html

Resumen: En el presente artículo se estudia la moneda en circulación en la Capitanía General de Venezuela, territorio poco poblado de la costa meridional caribeña en el que se produjo un activo contrabando de metales preciosos con los territorios controlados por los holandeses y los británicos, así como las peticiones del Intendente de Caracas, Francisco de Saavedra, para el establecimiento de una moneda provincial para el territorio, que si bien fueron aprobadas por las autoridades metropolitanas e incluso se llegó a acuñar este numerario, no llegó a circular.

PALABRAS CLAVE: Numismática, moneda macuquina, circulación monetaria, pesetas provinciales.

Abstract: This article studies the currency in circulation in the Captaincy General of Venezuela, a sparsely populated territory on the southern Caribbean coast where there was active smuggling of precious metals with the territories controlled by the Dutch and the British, as well as the Petitions of the Intendant of Caracas, Francisco de Saavedra, for the establishment of a provincial currency in this territory, that although they were approved by the metropolitan authorities and even got to coin this currency, did not get to circulate.


 KEY WORDS: Numismatics, cob coin, currency circulation, pistareens.

domingo, 12 de noviembre de 2017

La moneda en la Guerra Civil Catalana de 1462

Publicado en Panorama Numismático, 8 de diciembre de 2017

Durante el reinado de Juan II se produjo un virulento y prolongado enfrentamiento armado en Cataluña entre la Generalitat de Cataluña y parte de la sociedad catalana organizada en torno al partido de la Busca, mayoritarios en el Consejo del Ciento. Este enfrentamiento fue contemporáneo a la conocida como Guerra de los Remensas,  campesinos feudales fieles a Juan II de Aragón. Tras diez años de enfrentamientos y con la nobleza catalana prácticamente desaparecida por la tremenda carnicería y arruinada, Barcelona cedió la preeminencia que había tenido en el comercio mediterráneo de la Corona de Aragón a la pujante Valencia. 

La profunda crisis que durante el siglo XV sacudió a toda Europa Occidental tuvo su reflejo en Cataluña, empobrecida por las plagas que diezmaron la población rural, la contracción del comercio y la crisis de subsistencia de su población. La crisis económica había llevado a mediados de la centuria a la polarización de la población de Barcelona en dos grupos, conocidos como la Biga y la Busca. El primero, integrado por la oligarquía urbana o ciudadans honrats y algunos mercaderes, de alto poder adquisitivo, se oponía a las alteraciones monetarias.  Enfrentado a este partido se encontraba la Busca, el partido de los mercaderes y menestrales, que aspiraban a controlar el gobierno municipal y que eran partidarios de que se tomaran medidas proteccionistas y de la devaluación de la moneda.

En fecha 16 de noviembre de 1454 Juan II concedió en Barcelona el permiso a sus consellers para la labra de medios, tercios, sextos y croats. Dos años después, en la misma ciudad, el 8 de abril de 1456 y de acuerdo con el parecer de la Busca antes visto ordenó que el croat valiese 18 dineros de terno y el florín 13 sueldos. Juan II batió moneda en las cecas catalanas de Perpiñán, Gerona, Lérida y Tortosa. En Perpiñán o Gerona se acuñaron timbres, con oro de 22 quilates y liga de ocho granos, la misma que el florín, divisa internacional de la época. En plata se labraron croats en Perpiñán y tercios de croats con busto coronado en un anverso anepígrafo en Lérida y Tortosa. En la ceca de Gerona se batió numerario de vellón en dineros y óbolos.

Entre las causas de este conflicto fratricida se encuentra también el enfrentamiento entre Juan II y su hijo, el Príncipe de Viana, cuyo encarcelamiento fue utilizado por las Cortes de Lérida para la constitución de un Consejo del Principado para exigir su excarcelación y forzar al monarca a aceptar en la Capitulaciones de Villafranca del Penedés las reivindicaciones de la oligarquía barcelonesa. La repentina muerte del príncipe Carlos precipitó los acontecimientos. En 1462 se produjo un levantamiento campesino contra los malos usos y Juan II, con el apoyo de Luis IX de Francia, entró en el Principado, contra lo cual la Generalitat organizó un ejército para sofocar la revuelta campesina y destituyó al monarca.

El Consejo buscó apoyos, y tras la destitución del monarca en junio, ofreció el título condal al rey de Castilla, Enrique IV, contando además con el apoyo del partido navarro de los beamonteses, enfrentados a Juan II. Las tropas castellanas lograron levantar el sitio de Barcelona, pero ante la división de su nobleza su monarca se vio obligado por el Tratado de Bayona a renunciar al título condal. En este breve periodo se acuñó a su nombre en la ceca de Barcelona numerario áureo y argénteo. En oro se batió moneda en florines y medios florines, si bien los mismos no tienen marca de ceca, con los tipos tradicionales de la flor de Lis y San Juan Bautista. En cuanto a la moneda de plata, se batieron medios y croats con busto coronado a izquierda y roel y tres puntos en reverso. Todas las monedas acuñadas a nombre de este monarca son escasísimas en la actualidad.   

El título condal fue ofrecido en 1464 al condestable Pedro de Portugal. Durante su breve reinado de menos de dos años hubo dos periodos monetarios claramente diferenciados. En el primero de ellos, claramente continuista con las emisiones anteriores, se acuñaron medios, tercios, sextos y croats en plata, los croats y los medios croats en la ceca de Barcelona, los tercios en Cervera, Balaguer y Tortosa y los sextos en esta última ceca. También se acuñaron medios y florines en la ceca capitalina, aunque sin marca. Debido al maltrecho estado de la economía catalana, el monarca pensó en reducir la pureza de la moneda argéntea, lo que no fue aceptado por los catalanes. Sin embargo, se procedió a la emisión de una nueva moneda con el peso de los florines pero con dos quilates menos de fino y liga de 16 granos, conocida como pacific o pacífico, la misma ley que la del cruzado portugués, con peso de 1 adarme 34 granos, el del florín de Aragón, y valor de 20 sueldos.

Esta moneda, a pesar de la rebaja en su ley que suponía, es una joya numismática en cuanto a su gótico diseño. Con un flan mayor que el de los florines, aparece en su anverso el retrato del monarca coronado con cetro en la mano dentro de una orla polilobulada, y en su reverso las barras de Aragón coronadas igualmente dentro de una orla. Se acuñaron en la ceca de Barcelona tanto pacíficos como medios. Esta novedad iconográfica fue posteriormente imitada por su contrincante Juan II en los ducados acuñados tras el conflicto en Valencia y Zaragoza, si bien la ley de estos últimos era de 23,75 quilates.

Según Salat, la labra de los pacíficos debió de llevarse a cabo con posterioridad a 1466, y habría sido una moneda muy abundante y que había sido depositada en grandes cantidades en la Tabla de Comunes Depósitos. Cita que en 1477, una vez terminada la guerra, había en dicha Tabla cuatro mil pacíficos cortos y cercenados, y que se pidió permiso al rey para fundirlos y fabricar, libres de monedaje, medios y cuartos de pacífico.

Al morir Pedro en Granollers en 1466 el título fue ofrecido a Renato I de Anjou, que fue representado por su hijo Juan II de Lorena, y a su muerte por su nieto Juan de Calabria. Renato I había sido depuesto en 1442 como rey de Nápoles, y el reino había sido incorporado a la Corona de Aragón. Durante su reinado se acuñó exclusivamente moneda de oro de cuartos, medios y pacíficos de la misma tipología en la ceca de Barcelona, posiblemente reutilizando antigua moneda áurea devaluada.

Juan II buscó la alianza con Castilla con el matrimonio de su hijo Fernando con su prima Isabel. Tras un largo asedio, el 8 de octubre de 1472 Barcelona se rindió tras una amnistía general. Las graves fracturas sociales y económicas de este enfrentamiento fueron heredadas por el futuro Rey Católico. Fernando II de Aragón ocupó el Rosellón y la Cerdaña, reformó el Consejo y la Diputación barceloneses y adoptó el programa económico para la recuperación de la Busca. La Generalitat sufrió un fuerte desprestigio. En cuanto a las revueltas campesinas, y tras el final de la Guerra de Sucesión castellana, se tomó el compromiso de la Sentencia Arbitral de Guadalupe del 21 de abril de 1486, por el que los malos usos fueron suprimidos mediante el pago de sesenta sueldos o sous para indemnizar a sus señores, y el monarca recibió la suma de 50.000 libras.

Para saber más:

PÉREZ, J., Isabel y Fernando: Los Reyes Católicos, Editorial Nerea, Hondarribia, 1988.
RIERA MEILS, A., 1359–1518, Historia de la Generalidad de Barcelona y sus presidentes, Vol I., Enciclopedia Catalana, S.A. (editorial), Barcelona, 2004.
RUIZ CALLEJA, A., Las monedas de la Guerra Civil Catalana (1462-1472), blognumismatico.com, http://blognumismatico.com/2017/09/28/las-monedas-de-la-guerra-civil-catalana-1462-1472/.
SALAT, J., Tratado de las monedas labradas en el Principado de Cataluña con instrumentos justificativos, Imprenta de Antonio Brusi, Barcelona, 1818.