Publicado en El Eco Filatélico y Numismático, Año LXXIV, nº 1.273, Mayo 2018, pp. 46-48
Es ampliamente conocido en el mundo
numismático el importante papel que tuvo la moneda de plata de mayor módulo de
la Monarquía Hispánica, el real de a ocho, conocido también como peso, duro,
piastra o patacón, en la circulación monetaria tanto de sus propios reinos como
a escala internacional, incluso durante el siglo XIX, cuando hacía ya muchos
años que había dejado de acuñarse. A pesar de ser una moneda que, hasta las
reformas de los monarcas de la Casa de Borbón, estaba en muchas ocasiones en
extremo deficientemente acuñada y era fácilmente cercenable, y en muchas
ocasiones tenía graves faltas en su peso, se encontraba en el mercado en enormes
cantidades.
Su origen se encuentra en las
macromonedas de plata labradas a partir de la segunda mitad del siglo XV con la
plata procedente de los ricos yacimientos descubiertos en el Tirol y en
Sajonia. Este tipo de emisiones rompieron con la tradición medieval de batir
monedas de plata y vellón en finísimos discos, y se comenzaron a acuñar en
Italia, con los bellos ejemplos de la lira Tron veneciana y los testones
milaneses. Esta novedad se extendió asimismo por los Países Bajos, Francia y
los estados alemanes. En estos últimos los soberanos de la Casa de Austria,
como dueños de las minas de Sankt Joachimstal, emitieron sus famosos taler,
thaler o táleros, la moneda a la que nuestro real de a ocho debe su origen.
A pesar de este módulo se impuso
rápidamente en toda Europa, en España la moneda de plata siguió siendo el real,
una moneda medieval nacida en tiempos de Pedro I, y con un peso fijado en sólo
3,53 gramos. La ley fijada en la Pragmática de Medina del Campo para la plata,
de 11 dineros y 4 granos, su talla de 67 piezas por marco y su valoración en
moneda de cuenta en 34 maravedíes se mantuvieron inalteradas para la conocida
como plata nacional, la acuñada en las cecas de los Reinos de las Indias,
durante tres siglos y medio.
Pasó bastante tiempo desde la promulgación
de esta Pragmática antes de que se batiesen múltiplos del real, y según Antonio
Beltrán los mismos debieron comenzarse a labrar después de 1516 y antes de
1566, cuando Felipe II cambió los tipos de las emisiones argénteas. Los reales
de a ocho se convirtieron tras su aparición en la base de la circulación
monetaria de la Casa de Austria, y por influencia ultramarina cambiaron su
nombre con el tiempo por el de peso duro o simplemente duro.
En el reinado de Carlos I se mandaron acuñar piezas de
cuartos y ochavos de real, así como múltiplos de dos, cuatro y ocho reales. Las
emisiones de dos y cuatro reales de facial se realizaron a partir de la década
de los años 30, y las de ocho reales a partir de la década de los 50. De todas
las monedas batidas en este metal, la más corriente en su uso fue con el tiempo
la de ocho reales, que posteriormente, como antes comentábamos, se convertirá en la auténtica divisa de las
relaciones internacionales de la época. A juicio de Carlo Maria Cipolla el real de a ocho no fue una moneda
estable, dado que le faltó dicha estabilidad en su valor intrínseco, y ya en
1574 las pruebas realizadas en la ceca de Florencia mostraban faltas en su
ley.
Dos fueron las razones según Carlos Marichal para su
enorme difusión. Por un lado, que durante muchos años la demanda monetaria en
prácticamente todos los países del mundo consistía en monedas de plata,
sirviendo las de oro fundamentalmente para ser atesoradas por los poderes
públicos o por los particulares. Para este autor, los estudios de
las experiencias históricas de las monedas
universales del Antiguo Régimen tienen un evidente interés en una época
marcada por la integración de los sistemas monetarios, y la revisión de la
historia monetaria internacional muestra que los procesos contemporáneos de globalización tienen sus antecedentes en
los sucesos de épocas precedentes.
Asimismo, durante tres centurias las posesiones españolas en las Indias
produjeron más de las ¾ partes de la plata mundial.
La moneda de plata mantuvo los tipos precedentes de la
época de los Reyes Católicos, con escudo contracuartelado de Castilla y León, y
Aragón y Aragón-Sicilia en anverso, y en el reverso un yugo y un haz de flechas.
También se mantuvieron las leyendas, FERNANDVS ET ELISABETH en anverso y REX ET
REGINA CASTELLE LEGIONIS, más o menos apocopadas según el tamaño de los flanes
donde se acuñaban. Para su correcta datación, como afirma el profesor José
María de Francisco, hemos de tener muy presentes las marcas de ensayador.
Este autor cita una pieza de un real que se batió en
Sevilla y Toledo a nombre de Juana y Carlos, con anverso del tipo del escudo de
oro y reverso que mantiene el de los Reyes Católicos. Cuando los ensayadores
se trasladaban de unas cecas a otras continuaban incluyendo la sigla que habían
utilizado en su primer destino, y así pueden ser ordenados cronológicamente los
productos de varias cecas por un método auxiliar conjetural para situar en el
tiempo algunas monedas sin datar.
Dado que un real pesaba unos 3,4 gramos,
los reales de a ocho pesaban entre 27 y 27,5 gramos, o, lo que es lo mismo,
igual que los primeros táleros. Su le estaba establecida en 930,555 milésimas,
por lo que su contenido en plata pura rondaba los 25,5 gramos, con un diámetro
de 40 milímetros y un grueso de 3. Según Beltrán, no se conocen documentos
sobre los primeros reales de a ocho acuñados en la Península, y estimaba que no
debieron ser anteriores a la corona de oro de 1534 y debieron de aparecer antes
de la obra de Covarrubias de 1566 Veterum
collatio numismatum. Según este autor, entre 1543 y 1566 se batieron en las
cecas de Burgos, Segovia, Sevilla y Toledo con los tipos de 1497, a nombre de
los Reyes Católicos, con un arte muy deficiente. Del mismo parecer era María
Ruiz Trapero.
Hasta este último año se puede hablar de continuismo
en las emisiones monetarias, manteniéndose los tipos y leyendas vistos para las
emisiones áureas, argénteas y de vellón. En 1566 se produjo la importantísima
reforma del vellón y la readecuación de las emisiones de oro y plata,
manteniendo la talla y la ley en estos dos últimos metales, en las Pragmáticas
de la Nueva Estampa, de 23 de noviembre para el oro y la plata y de 14 de
diciembre para el vellón. Unos días
antes de la primera de ellas, el 7 de noviembre, se emitió una Orden por la que
se establecía el cobro del derecho de señoreaje sobre toda la moneda que se
acuñase en el Reino, derecho al que habían renunciado los Reyes Católicos. Esto
supuso que, por este concepto, se cobrasen 400 maravedíes por marco de oro
acuñado, 50 maravedíes por marco de plata y 34 por marco de vellón rico, de la
nueva especie que aparece con la pragmática el 14 de diciembre.
En las monedas de oro y plata, los cambios tipológicos
lo fueron en la dirección de primar a Castilla como centro de la Monarquía
Hispánica, y en el anverso de las piezas apareció el escudo de armas de la
misma, con el único retoque de la inserción del escudo de Portugal tras la
unión de las Coronas en 1580, salvo en el caso de las piezas de ½ real, en las
que aparecía el monograma del Rey, por su pequeño tamaño. En el reverso de las
emisiones áureas seguirá utilizándose la Cruz de Jerusalén, y en las de metal
argénteo las armas cuarteladas de castillos y leones, las propias de la Corona
de Castilla. Esta estampa, según el Ensayador Mayor José García Caballero en
1731, era “diferente a la que se avia
acostumbrado siempre en España”.
El 11 de
diciembre de 1558 las Cortes de Valladolid se quejaban de que las cecas
producían cada vez menos piezas de medio real y de que su actividad se
concentraba en la acuñación de piezas de a ocho y a cuatro, al suponer para los
monederos menos trabajo y mayor ganancia. En la Pragmática de San Lorenzo de 2 de julio de 1588 se estableció, en
su punto séptimo, que en toda la moneda de oro y plata debía constar el año en
que fue emitida, y si no cupiesen los cuatro dígitos, habrían de ponerse los
dos últimos, aunque en las emisiones del Real Ingenio de Segovia ya aparecía
regularmente desde dos años antes.
Según Escalona, tras la Orden Real de visitar las siete
Casas de Moneda de España y las averiguaciones de las diferencias que tenían en
la forma de ensayar el oro y la plata, en el peso del dineral y otras cosas,
mandó que la moneda que se labrase en adelante fuese uniforme, por Cédula de 22
de junio de 1588.
La reducción de la ley de las emisiones de plata por
el ensayador Juan de Morales, anteriormente ensayador de la ceca de Burgos, en
las piezas emitidas en el Ingenio a 11 dineros y 2 granos y la falta de sigla
de ensayador en las monedas, hizo que se sospechase de ellas. Como recoge Glenn
Murray, el
engaño consistió en rebajar secretamente la ley de los primeros 18.000
kilogramos de reales de a ocho acuñados de su propia plata, según un plan
urdido por el propio Felipe II y llevado a cabo por Morales.
Aunque dicho fraude solamente afectó a las emisiones
de 1586, la desconfianza perduró durante todo el reinado de este soberano, y la
marca de ensayador no apareció en las piezas durante el mismo. En el comercio
exterior, la moneda de esta procedencia fue retarifada, y si en la Génova de
1636 un real de a ocho castellano se cambiaba a ochenta escudos, los del
Ingenio sólo valían 78 escudos. Incluso existen algunos contratos del primer
tercio del siglo XVII que citan expresamente que los cobros no se realizarían
en moneda batida en los molinos de Segovia.
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Fuentes
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