Publicado en Numismático Digital, 4 de julio de 2012.
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Luis Prudencio Álvarez fue elegido diputado a Cortes Constituyentes por las
Islas Filipinas y, no habiendo llegado a tiempo para cumplir con su mandato,
presentó una Memoria en 1842 en la que se solicitaba, entre otras propuestas,
el establecimiento de una moneda provincial para el archipiélago. Según afirma
en el Discurso Preliminar de la misma, la Constitución vigente en ese momento,
la de 1837, establecía que los establecimientos de Ultramar debían regirse por
leyes especiales, y estimaba que la adopción de una moneda privativa sería de
gran ayuda para el desarrollo de las islas.
El archipiélago de las 7.107 islas
llevaba desde 1565 bajo mandato español. Junto a los prehispánicos piloncitos de oro, habían circulado en
el mismo las monedas de cobre chinas, el arroz y otras monedas de la tierra, como las mantas de abacá, de seis metros de
largo y 1 ½ metros de ancho y un valor de tres reales, y otros bienes, como los lampotes o ropas de algodón, las
cuerdas de abacá y las mantas de algodón, todas ellas con un valor prefijado en
reales a efectos tributarios a mediados del siglo XVIII.
Importante fue asimismo el uso de los
cauris, conocidos en Filipinas como sigeys
o sigayes, cuya recolección era la principal ocupación de la isla de Dauis
hasta el siglo XIX, dado que los mismos se exportaban para su uso monetario a
la India y Siam, siendo un circulante aceptado hasta hace muy pocos años en
numerosos países africanos.
A todo ello se unió la plata
novohispana traída en su periplo anual por la Nao de la China, la moneda
macuquina, que se convirtió en la divisa de todo Oriente. En el reinado de
Felipe V se comenzó a remitir a las islas en concepto de situado moneda por un
valor de entre ¼ y ½ millón de pesos, lo que contribuyó al florecimiento en el
archipiélago de una economía de base monetaria.
La ausencia de moneda fraccionaria hizo
que se cortasen en pedazos los pesos y medios pesos recibidos, conocidos como moneda cortada entre los españoles y con
los nombres tagalos de kahati los
dos reales y sikapat los reales sencillos. Estas piezas eran marcadas en
Manila con un sello de su valor, pero al no indicarse su peso en metal estaban
muy expuestas a falsificaciones.
Junto a estos
pedazos de monedas indianas, aparecieron en el siglo XVIII las barillas, barrillas o calderilla,
que se citan en varias fuentes, pequeños lingotes de bronce o cobre de los que
pocos ejemplares han llegado a nuestros días. Los primeros que se conservan
parecen pruebas, y están fechados entre 1724 y 1728. El
primero de ellos consiste en tres piezas redondas unidas, y en cada una de
ellas sucesivamente la marca de Barilla,
el escudo de Manila y el año 1724.
La segunda de ellas muestra en su anverso una estrella
de ocho puntas, una M en su centro rodeada por una orla de puntos y la fecha
1727, y en el reverso un león marino. La tercera de ellas, de 26 milímetros de diámetro y 5 de espesor, lleva en el centro el escudo de Manila, y la leyenda
BARILLA Año De 1728 alrededor, y
reverso sin labrar. Escasos son asimismo los ejemplares conservados dechados entre 1733 y
1743, de labra tosca.
La toma de
Manila y su saqueo por los ingleses el 6 de octubre de 1762, y su posterior
control de la capital insular hasta el 12 de junio de 1764, tuvieron como
efecto la ruina económica del archipiélago, especialmente por la falta de las
remesas remitidas por el Galeón de Manila, la savia de su comercio. En fecha 25
de abril de 1764 el gobernador La Torre publicó un Bando ordenando la
circulación de la moneda cortada por el valor expresado en su sello, dado que
no era aceptada por los indios, mestizos ni sangleyes –comerciantes chinos- por
lo adulterada que estaba.
Simón de Anda y
Salazar, el héroe de la resistencia antibritánica, estimaba que había supuesto
un gran abuso contra la Hacienda Real que la producción de oro de alto
contenido en fino, proveniente entre otros de los filones de Mindoro y Marmulao, no hubiera
durante muchos años tributado y pagado el diezmo al monarca, circulando sin
acuñar, y que no se había pensado en el establecimiento de una Casa de Moneda
para el beneficio del comercio de los habitantes del archipiélago.
A su entender
se debía fundir y reacuñar el circulante defectuoso, la plata cortada, dado que los chinos la cortaban y la dejaban
reducida a la mitad, produciéndose numerosos fraudes, sobre todo en las
compras, donde los sangleyes cobraban hasta un 40% más, y fijaba la pérdida en cualquier otra
actividad por su uso en un diez o doce por ciento.
La escasez de
moneda hizo que se habilitase en 1766 un taller en Cavité en el que se
emitieron barrillas de calderillas, siendo las primeras de ellas rectangulares,
y posteriormente, en el mismo año, ya circulares. Es una pieza de cobre
de 18 mm. de diámetro, en cuyo anverso aparece un escudo coronado en orla circular, y leyenda CIUDAD DE MAN(ila) y fecha 1766.
En su reverso aparece un león marino portando
una espada a izquierda, dentro de una orla coronada, y a ambos lados B(arrilla) e I.
Por Real
Decreto de 19 de diciembre de 1769 Carlos III ordenó la sustitución de estas barillas por 6.000 pesos en cuartillas de plata batidas en México.
Al continuar los problemas con la moneda fraccionaria, se autorizó a
contratistas chinos la labra de ochavos
y cuartos, de motivos muy toscos, que
se batieron hasta el reinado de Isabel II. Los cuartos, de entre 22 a 20,5 mm de
diámetro, se acuñaron entre 1763 y 1782, con
escudo cuartelado y coronado, y leyenda CAR III D G HISP ET IND R en anverso, y león sobre dos mundos con
corona de palma alrededor y leyenda VTRUMQ
VIRT PROTEGO, F fecha M, en el reverso, y ochavos con los mismos motivos.
Por el Decreto
de 21 de agosto de 1789 se declaró a Manila puerto
franco, medida que ese año se aplicó a las naos de países asiáticos y a
partir del año siguiente se amplió a las naciones europeas por un periodo de
tres años, para la venta de géneros asiáticos, no
europeos, y para la extracción de plata, productos de la tierra y
españoles. Esto, junto
con el Estanco de Tabaco de 1782, hizo que el archipiélago dejase de depender
económicamente del situado, teniendo incluso un remanente en 1799 de 249.787 pesos, 3 reales y 11 maravedíes.
La
independencia de México en 1821 no supuso que la moneda de esta procedencia
dejase de fluir hacia Manila, lo que hizo que las autoridades filipinas, no
pudiendo prohibir su circulación, optasen por su resello, que la habilitaba
para su circulación, y que se simplificaron por Bando de 27 de octubre de 1832
y fueron asimismo modificados en el reinado de Isabel II. A partir de 1837,
tras el reconocimiento de las nuevas Repúblicas, no se consideró necesario el
mismo.
En este año se
promulgó asimismo una nueva Constitución. Luis Prudencio Álvarez, diputado
electo por las Filipinas para la Asamblea que la aprobó, presentó unos años
después una Memoria en la que
solicitaba la emisión de una moneda provisional en las Filipinas. Afirmaba que
entre todas las naciones de Asia era el peso español la moneda universal del
comercio, si bien todos los gobiernos de esa parte del mundo se habían visto
obligados a acuñar una moneda colonial para evitar su extracción.
Esta medida no
había sido necesaria mientras había durado en comercio con Nueva España, que
suponía un millón o más de pesos por el comercio y ¼ de millón más en concepto
de situado. El circulante en el archipiélago era a su entender todavía
suficiente para satisfacer el comercio exterior, dado que la balanza comercial
con los estados europeos era positiva y compensaba las salidas de moneda en
dirección a China e India. A ello se sumaba la recepción de moneda de todas las
Repúblicas de América, y al hecho de que la habilitación vía resello había
estacionado esta moneda en las islas.
Esta bonanza
estaba amenazada a su parecer por la posibilidad de que por algún factor, que
podría ser político, militar, comercial o natural, cesase la llegada de moneda,
no se podría hacer frente a las frecuentes y necesarias remesas remitidas a
China e India, arruinándose no solamente el comercio exterior, sino también el
interior. Dentro de las provincias de las Islas circulaba poca moneda, y muchas
de las relaciones comerciales se seguían haciendo con pagos en especie,
especialmente entre los indios.
Con la adopción
de esa moneda provisional, se compensaría la excesiva extracción que los chinos
hacían de los pesos españoles por la sola ventaja de su valor extrínseco, dado
que éste se aumentaría y estaría en paridad con el de las demás plazas del
continente. Entendía que, en estas circunstancias, los chinos en su comercio
preferirían llevarse a cambio productos de la tierra. Hace referencia en la
Memoria a las medidas excesivamente restrictivas del Imperio Chino para la
extracción de la moneda española de su territorio, y al continuo resello de las
piezas. Nos informa también que alguno de esos pesos, llenos de resellos,
solían volver, siendo nuevamente resellados, como los de las Repúblicas
Americanas, para su circulación en Manila y en las provincias, y que eran
admitidos en las tesorerías del Estado.
Para esta
moneda provincial proponía la refundición de las monedas de ½ duro en reales y
medios reales de plata fuerte, el uso de alguna plata americana introducida en
barras por extranjeros y la fundición de muchos muebles que había de plata de
baja ley y bajos precios trabajada en China, así como del oro de baja calidad y
mezclado de plata que se encontraba en las islas. Con ello, sin necesidad de gastos ni anticipos de
capital, satisfaciendo a los tenedores
en la moneda nuevamente acuñada, y aceptando como pago el oro de los lavaderos
al mismo precio que lo extraían los chinos, se podría conseguir su
implantación.
Sería para ello
necesario que su valor fuese el mismo que el de las demás colonias asiáticas
europeas, y que se subdividiese cuanto antes para subvenir a las necesidad del
tráfico interior. Para ello se debía establecer una Casa de Moneda, y podría a
su entender ser conveniente que fuese de capital privado, por un tiempo
determinado. En la misma debía admitirse todo el oro y la plata en especie
presentada por particulares, a quienes se resarciría con la moneda de ley que
resultase, deduciendo los gastos indispensables para su labra. Para evitar cualquier fraude, finalmente,
debía formarse un reglamento para su funcionamiento por facultativos.
Durante el
reinado de Isabel II se intentó la fundación de una Casa de Moneda en Manila,
pero no fue sino hasta el 18 de marzo de 1861 cuando la misma empezó a operar,
batiendo divisores de pesos con la
plata procedente de las antiguas posesiones americanas ahora
independientes, así como algunas
medallas. Entre 1864 y 1868 se acuñaron piezas de 10 y 20 céntimos, y el año
siguiente de 50 céntimos.
Bibliografía:
ÁLVAREZ Y TEJERO,
L.P., De las Islas Filipinas: Memoria,
Valencia, 1842.
GIL FARRÉS, O., Historia de la moneda española, Madrid,
1976.
MUÑOZ SERRULLA,
Mª. T., “Numismática en Filipinas”, en CABRERO FERNÁNDEZ, L:, LUQUE TALAVÁN, M.
y PALANCO AGUADO, F. (Coords.), Directorio
Histórico, geográfico y cultural de Filipinas y el Pacífico Español,
Madrid, Centro de Estudios Hispánicos Iberoamericanos de la Fundación Carolina
y la Agencia española de Cooperación Internacional, 2008, Vol. II, pp. 695-698.
PARDO DE TAVERA, T.H., Una memoria de Anda y Salazar,
Manila, 1899, pp. 101 y ss.