Publicado en Numismático Digital, 15 de junio de 2016
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De todos es bien
sabido que esta obra cumbre de la literatura española y universal refleja
fielmente la vida cotidiana de la época en la que fue escrita, y, como no podía
ser menos, también de la moneda en circulación en los reinos de Castilla, por
su carácter de medida de valor y medio de pago en las transacciones de la vida diaria de la población y en las
grandes operaciones mercantiles.
El sistema monetario castellano de la época
de El Quijote es heredero de la gran reforma monetaria de los Reyes Católicos
llevada a cabo por la Pragmática de Medina del Campo de 1497, dictada para
poner fin a la enorme inestabilidad monetaria del siglo XV, y que con pocas
variaciones se mantuvo durante toda la Edad Moderna. En la misma se introdujo
en el numerario áureo el modelo del ducado veneciano, la divisa de la época,
que ya se había adoptado en los reinos de la Corona de Aragón, y que recibió el
nombre de excelente de la granada, con una ley de 23 ¾ quilates o una finura de
un 98,96% y un peso aproximado de 3,55 gramos por excelente, y una talla de 65 1/3 por marco de
Castilla. Su valor en relación a la moneda de cuenta quedó fijado en 375
maravedíes por pieza.
Asimismo se autorizó la labra en plata de
reales y medios, cuartos y octavos de real, con una talla de 11 dineros y
cuatro granos y un peso de 3,65 gramos. Su talla era de 67 piezas por marco, y
tenía una equivalencia de 34 maravedíes por real, un valor que se mantuvo
constante durante casi tres siglos y medio. Los tipos acuñados en los reales
cambiaron completamente con esta reforma, y no fueron sustituidos hasta la
reforma de Felipe II en 1566, por lo que, como afirmaba Beltrán se trata de la
serie más longeva de toda la numismática española. Ya en el siglo XVI se
comenzaron a acuñar sus múltiplos de a dos, cuatro y ocho reales, siendo esta
última moneda la más universal que jamás ha circulado, protagonista de las
transacciones comerciales en la mayor parte del orbe hasta muy entrado el siglo
XIX y base de los principales sistemas monetarios todavía vigentes en amplias
zonas del planeta.
En la misma también se llevó a cabo la
reforma del circulante de vellón, reduciendo su pureza de 10 a 7 granos de
plata, un 2,43%. La nueva moneda recibió el nombre de blanca, y tuvo una talla
de 192 piezas por marco y un valor respecto a la moneda de cuenta de ½
maravedí. Su emisión se limitó a diez millones de maravedíes, lo que acarreó
graves problemas monetarios en los reinados ulteriores. Con posterioridad
recibió los nombres de calderilla o vellón rico. En cuanto a la moneda de
cómputo, el maravedí, fue originariamente una moneda de oro de origen musulmán,
el morabetino, y que con el paso del tiempo se fue depreciando y durante muchos
años no se correspondió con ninguna moneda efectiva. El maravedí como unidad de
cuenta, tanto de plata como de vellón, se mantuvo vigente hasta el siglo XIX.
La presencia de la moneda fuerte de oro y,
tras los descubrimientos de las ricas minas de las Indias, de plata, permitió
hacer frente a los pagos necesarios para la adquisición de productos y para el
pago de los gastos de la Corona, mientras que la moneda corriente, la de vellón
y posteriormente de cobre puro, permitió cubrir las necesidades ordinarias en
el mercado interior. La clave de todo el sistema se encontraba en que todas las
monedas en circulación se encontrasen correctamente ajustadas en sus valores
intrínsecos y nominales.
Según Motomura esta política monetaria
estaba fundada en principios muy racionales, dado que mientras que las monedas
áureas y argénteas debían conservar su magnífica calidad y la de vellón era
susceptible de proporcionar mediante el señoreaje o su manipulación elevados
ingresos a la Real Hacienda. Para Serrano Mangas la moneda de vellón, la
utilizada por las clases más humildes, fue el crédito que las clases más
empobrecidas proporcionaron a los ingresos de la Corona, un numerario
fiduciario que permitió dilatar la agonía de la hegemonía española.
Los ducados, nombre con el que comúnmente se
conocía a los excelentes, aparecen referenciados en seis ocasiones en la
primera parte de El Quijote y doce veces en la segunda. En la primera parte, se
nombran cuando don Quijote libera a los presos que iban a cumplir su condena en
galeras, en el capítulo XXII, cuando el tercero de los reos le comentó que se
encontraba en esa situación por faltarle diez ducados, y que si hubiese contado
con los veinte que el hidalgo le ofrecía…
hubiera untado con ellos la péndola del escribano, y avivado el ingenio del
procurador, de manera que hoy me viera en mitad de la plaza de Zocodover de
Toledo…
También los encontramos en el capítulo XXXIX
de la primera parte, Donde el cautivo
cuenta su vida y sucesos, cuando el padre repartió la herencia entre sus
tres hijos, dando a cada uno tres mil ducados en dineros, dado que su tío había
comprado toda su hacienda y la había pagado al contado, para que no saliese del
tronco de la casa. El cautivo entregó a su padre, al quedarse viejo y con tan
poca hacienda, dos mil de ellos, dado que el resto le bastaba para acomodarse
como soldado, y sus hermanos le entregaron asimismo mil ducados.
En la segunda parte de la obra, capítulo XXVIII,
aparecen mencionados en boca de Sancho Panza, cuando afirmaba que siendo criado
de Tomé Carrasco, el padre del bachiller Sansón Carrasco, cobraba dos ducados
al mes además de la comida, y que…con
vuesa merced no sé lo que puedo ganar, puesto que sé que tiene más trabajo el
escudero del caballero andante que el que sirve a un labrador... Sancho
estimaba, una vez que don Quijote le preguntó sobre cuál debía ser su salario,
que debía recibir dos reales más por mes y otros seis reales por la promesa de
darle el gobierno de una ínsula,…que por
todos serían treinta.
Ante las reiteradas peticiones de las Cortes
para la reducción de la ley y el peso de la moneda áurea, por Real Célula de 30
de mayo de 1535 dada en Barcelona se ordenó por Carlos V la labra de coronas o
escudos de oro para la financiación de la expedición a Argel, siguiendo el
modelo francés, aunque limitando su circulación a los lugares donde esta
expedición trascurriese. Finalmente, en las Cortes de Valladolid de 1537 se
adoptó esta moneda con carácter general. Su ley se fijó en 22 quilates de oro,
un 91,66% de fino, un peso de 3,38 gramos y una valoración de 350 maravedíes
por escudo, que en 1566 pasó a 400 y desde 1609 a 440 maravedíes.
Encontramos referencias al escudo en la vida
de Cervantes en su cautiverio de Argel, dado que su rescate quedó fijado, al
considerársele una persona de alto rango por las cartas de recomendación que
llevaba de don Juan de Austria, en 500 escudos, cantidad que fue satisfecha
para su liberación. Esta moneda aparece citada en numerosas ocasiones en El
Quijote, en unas treinta y dos ocasiones. En el capítulo XXIII de la primera
parte, De lo que le aconteció al famoso
don Quijote en Sierra Morena, cuando encuentran una maleta y un cojín que
contenían entre otras cosas un montoncillo de escudos de oro, que don Quijote…mandóle que guardase el dinero y lo tomase
para él. En el capítulo XIII de la segunda parte, Sancho Panza afirmaba que
en la bolsa se encontraron cien ducados.
En el capítulo XXXIII de la primera parte, Donde se cuenta la novela del «Curioso
impertinente», Anselmo le ofrece a Lotario dos mil escudos de oro…que se los ofrezcáis, y aun se los deis, y
otros tantos para que compréis joyas con que cebarla. Al día siguiente le entregó los cuatro mil
escudos…y con ellos cuatro mil
confusiones, porque no sabía qué decirse para mentir de nuevo.
Los escudos aparecen también en el capítulo
XLI de la primera parte, Donde todavía
prosigue el cautivo su suceso, cuando se describe la riqueza del padre de
Zoraida, citándose también las doblas o doblones: … y el padre de Zoraida tenía fama de tener muchas y de las mejores que
en Argel había, y de tener asimismo más de doscientos mil escudos españoles, de
todo lo cual era señora esta que ahora lo es mía. En este mismo capítulo se
hace referencia igualmente al zoltaní, moneda argelina de oro, al afirmar el
cautivo que su amo había dado por el mil quinientos de ellos.
Los reales de plata y sus múltiplos son
nombrados en numerosas ocasiones, más de setenta, en la obra. El real de a ocho
aparece tempranamente, ya en la primera salida de don Quijote, en el capítulo II de la primera parte.
Cuando, siendo viernes, le preguntaron a don Quijote si quería comer truchuela,
nombre con el que se conocía al bacalao, el hidalgo afirmaba que … Como haya muchas truchuelas…podrían servir
de una trucha, porque eso se me da que me den ocho reales en sencillos que una
pieza de a ocho. También se menciona el real de a cuatro en el antes citado
capítulo en el que se encuentra con la cadena de presos camino de las galeras,
cuando el anciano acusado de hechicería y alcahuetería recibe de Sancho una
limosna por este importe.
Una magnífica relación de la moneda argéntea
y su valoración se encuentra en el capítulo LXXI de la segunda parte, De lo que
a don Quijote le sucedió con su escudero Sancho yendo a su aldea, cuando don
Quijote propone a Sancho que se azote para liberar a Dulcinea de un hechizo. La
rapidez de cálculo mental de Sancho en este episodio es impresionante:
—Ellos —respondió
Sancho— son tres mil y trescientos y tantos; de ellos me he dado hasta cinco:
quedan los demás; entren entre los tantos estos cinco, y vengamos a los tres
mil y trescientos, que a cuartillo cada uno, que no llevaré menos si todo el
mundo me lo mandase, montan tres mil y trescientos cuartillos, que son los tres
mil, mil y quinientos medios reales, que hacen setecientos y cincuenta reales;
y los trescientos hacen ciento y cincuenta medios reales, que vienen a hacer
setenta y cinco reales, que juntándose a los setecientos y cincuenta son por
todos ochocientos y veinte y cinco reales. Estos desfalcaré yo de los que tengo
de vuestra merced, y entraré en mi casa rico y contento, aunque bien azotado,
porque no se toman truchas..., y no digo más.
Como no podía ser menos, la moneda de vellón
también aparece mencionada en esta magna obra. Una buena descripción de su
poder adquisitivo se encuentra en boca de Teresa Panza, en una carta que remite
a la duquesa, incluida en el capítulo
LII de la segunda parte:
…y, así, suplico a
vuesa excelencia mande a mi marido me envíe algún dinerillo, y que sea algo
qué, porque en la corte son los gastos grandes: que el pan vale a real, y la
carne, la libra a treinta maravedís, que es un juicio y si quisiere que no
vaya, que me lo avise con tiempo, porque me están bullendo los pies por ponerme
en camino…
El maravedí, la moneda de cuenta, aparece
trece veces, e incluso Cervantes puso en boca del ingenioso hidalgo el origen morisco del término, en el capítulo
LXVII de la segunda parte. La encontramos en el precio de venta de la primera
edición, donde Juan Gallo de Andrada, Escribano de Cámara de Felipe III,
rubricó que la obra sin encuadernar se vendió a tres maravedíes y medio por
pliego, y teniendo la misma ochenta y tres pliegos, el libro costaba doscientos
noventa maravedíes y medio
El cuarto o moneda de cuatro maravedíes aparece
ya en el primer capítulo de la obra, cuando Cervantes describe a Rocinante,
afirmando que…y aunque tenía más cuartos
que un real, y más tachas que el caballo de Gonela, que tantum pelli ert ossa
fuit… Se hace igualmente otra referencia a esta moneda en el retorno de don
Quijote y Sancho a su aldea, en el capítulo LXXIII de la segunda parte, al ser
el precio que paga Sancho para comprar una caja de grillos a unos muchachos y
así disuadir el mal agüero.
La blanca también aparece en la obra en
varias ocasiones. Cuando en el capítulo III de la primera parte don Quijote
pide al ventero que le arme caballero, éste le preguntó si traía dineros, a lo
que el hidalgo respondió que no traía blanca… porque él nunca había leído en las historias de los caballeros andantes
que ninguno los hubiese traído. En el mismo sentido se expresaba Sancho
cuando en el capítulo LIII de la segunda parte renuncia al gobierno de la
Ínsula Barataria, cuando afirmaba que…sin
blanca entré en este gobierno y sin ella salgo, bien al revés de cómo suelen
salir los gobernadores de otras ínsulas.
Una moneda citada una única vez es el
cornado, con un valor de medio maravedí y que fue batida en el Reino de Navarra
como moneda privativa hasta bien entrado
el siglo XVIII. Su escaso valor viene recogido en el suceso relatado en el
capítulo XVII de la primera parte, cuando don Quijote sale sin pagar de una
venta y Sancho acaba finalmente manteado, tras interpelar al ventero que…por la ley de caballería que su amo había
recibido, no pagaría un solo cornado aunque le costase la vida.
Una moneda no castellana que aparece en
doce ocasiones en la obra es el ardite, que tenía el valor de un dinero
catalán, con el significado de poco valor. Así, en el Prólogo de la segunda
parte de la obra, cuando arremetiendo contra el apócrifo Avellaneda, Cervantes
afirma que…de la amenaza que me hace que
me ha de quitar la ganancia con su libro, no se me da un ardite…Asimismo,
en el capítulo XXXII de la segunda parte, al referirse a sus andanzas, afirmaba
que …pero de que me tengan por sandio los
estudiantes, que nunca entraron un pisaron las sendas de la caballería, no se
me da un ardite: caballero soy y caballero he de morir, si place al Altísimo.
Para
saber más:
BALBUENA,
L., Cervantes, don Quijote y las
Matemáticas, Tenerife, 2004.
HERNÁNDEZ,
B., Monedas y Medidas en El Ingenioso
Hidalgo don Quijote de la Mancha, Barcelona, 1998.
HERNÁNDEZ-PECORARO,
R., “Cervantes’s Quixote and the Arbitrista Reform Project”, Romance Quartely, 57, 2010, pp. 169-182.
ORTEGA
DATO, J.A., “Los dineros de El Quijote”, Suma
52, junio 2006, pp. 33-40.
SANTIAGO
FERNÁNDEZ, J. de, “Usos monetarios en tratos, comercio y finanzas en la
Castilla del Quijote”, Cuadernos de
Investigación Histórica 22, 2005, pp. 143-172.