miércoles, 1 de junio de 2016

Las remesas de metales preciosos indianos en la Edad Moderna (IV)

Publicado en Numismático Digital, 1 de junio de 2016


http://www.numismaticodigital.com/noticia/9555/articulos-numismatica/las-remesas-de-metales-preciosos-indianos-en-la-edad-moderna-iv.html



El destino de todos los tesoros llegados a la Península en esta época era la Casa de Contratación, y si por alguna circunstancia el desembarco se producía en otro puerto que no fuese Sevilla, como Málaga o Lisboa, los cargamentos eran inmediatamente trasladados a este lugar. Una vez en la Casa, un funcionario, llamado balanzario, los pesaba, procediéndose después a su custodia en la cámara del Tesoro, la Audiencia o el Consulado de Comercio.

Las cámaras y arcas estaban cerradas con tres llaves, y cada una de ellas estaba en manos de un funcionario diferente. Una vez que todo estuviese registrado y en orden, y previa autorización del Consejo de Indias, las cantidades correspondientes a comerciantes privados les eran devueltas a sus propietarios por el Maese de la plata de la flota, normalmente en el plazo de cuatro meses.
No todo el metal precioso que llegaba en las flotas era acuñado directamente, y en ocasiones se pagaban por la Corona cantidades importantes de metal sin batir a sus acreedores, especialmente a los banqueros.  La ceca de Sevilla, y por ende todas las de la Corona, solamente acuñaban aquellos metales que tuviesen la finura adecuada que vimos anteriormente, por lo que sus propietarios habían de hacerse cargo del mismo, y eso hizo que los mismos se vendieran en muchas ocasiones en subasta pública a los mercaderes de oro y plata.
Los mercaderes eran particulares, acaudalados, con experiencia financiera y en muchas ocasiones bancarias, que se especializaron en la compra de los metales preciosos con un descuento a los productores, y que llevaban los mismos a las casas de fundición y posteriormente a las cecas para su conversión en moneda. Su actividad beneficiaba tanto a los productores como a las Casas de Moneda, dado que garantizaban el suministro de los metales necesario para que el proceso productivo fuese rentable.
Estos mercaderes, que se hacían cargo del manejo y tráfico de los caudales y realizaban el afinado de los metales preciosos, gozaban del privilegio de no poder ser visitados por la Justicia, lo que contribuyó aún más al fraude. Desde 1608 se estipuló que solamente las compañías que constasen de dos o más socios podrían participar en este negocio, lo que supuso la aparición en España por vez primera de las sociedades comanditarias a gran escala.
Parte de las remesas de plata eran remitidas sin acuñar a las cecas de otras ciudades del Reino, especialmente al Ingenio de Segovia. Otras Casas de Moneda fueron beneficiadas por remesas ocasionales, como las de Madrid, Granada y Cuenca. Pero los propietarios de la plata preferirán batirla en Sevilla, toda vez que se ahorraban los costes de transporte y recibían el metal acuñado en menos tiempo. Asimismo, se prefería, como en las cecas indianas, la labra de reales de a ocho, en contra de lo deseado por la Corona, que ordenaba la emisión de piezas de reales sencillos, de a dos y de a cuatro, dado que los comerciantes y súbditos necesitaban también moneda fraccionaria.
Para Domínguez Ortiz, la importancia capital de la ceca de la capital hispalense radicaba en que la misma proveía a la Corona de las emisiones de oro y plata necesarias para financiar su política exterior. Toda vez que las cantidades recibidas en concepto de pagos a la Real Hacienda devenían insuficientes, la monarquía desarrolló el sistema de juros como fuente de financiación, del que ya hemos hablado anteriormente en esta obra.
La época de Carlos II presenta para este mismo autor grandes incógnitas. Quizás la más importante de ellas sea el cálculo de las remesas de oro y plata que llegaron durante su reinado, toda vez que el fraude generalizado y la falta de registros de entrada hacen difícil su estimación. Los comerciantes que pudieron sobrevivir a las quiebras, muchos de ellos mudados a Cádiz, siguieron participando en el comercio de la plata, y este metal siguió siendo utilizado para los gastos interiores y exteriores de la Corona.
La saca de metales preciosos continuó como en épocas anteriores. Antonio Miguel Bernal recoge el testimonio del cónsul francés, que nos informa de en 1670, el 49% de las remesas pasaron al extranjero en un plazo inferior a un mes, el año siguiente se extrajo el mismo porcentaje solamente en embarcaciones francesas, y en 1681 el 62,69% de lo arribado en los Galeones, unos trece millones de pesos, habían salido de Cádiz para Europa en seis semanas.
El transporte de la plata en Europa necesitaba de una adecuada coordinación de todos los agentes que participaban en el mismo, para llevarlo a cabo de la manera más rápida y eficaz. Los banqueros de Madrid trabajaban siempre con los mismos comisarios, que recogían las rentas o los metales preciosos en distintos lugares de la Península y volvían con ellos a la capital, al igual que sucedía con los agentes que debían recibir el metal precioso en Barcelona, el que posteriormente se hacía cargo de él en Génova o el que posteriormente se ocupaba de su venta.
En Madrid se contaba el dinero y se empaquetaba en talegos y cajas de madera, en un valor común de 20.000 reales por cada una de ellas. El peso máximo de carga por mula que normalmente se acordaba entre los comisarios y los carreteros era de 13 arrobas por macho, y en cada carga iban dos cajas. Estas cajas se preparaban para resistir las inclemencias y el transporte y llevaba una insignia de las Armas Reales, dado que su contenido estaba protegido por la Corona.
El embalaje se realizaba ante notario y en presencia del comisario encargado del transporte, y se certificaba la suma recibida, el tipo de monedas y el destino de las partidas. El comisario era el responsable del transporte hasta que se entregaba la carga en destino a cambio de una carta de pago. Al estar en principio prohibida la transferencia de metales preciosos de unos reinos a otros, debía contar con una previa licencia real y un permiso especial del Consejo de Hacienda al banquero, y de éste al comisario, que recibía asimismo poderes para hacer uso de las licencias de saca y de los pasaportes.
Las licencias de exportación de metales preciosos se concedían a los banqueros como parte de las concesiones de los asientos por los ministerios de Hacienda y Guerra, y los pasaportes eran órdenes expedidas a las autoridades de cada uno de los territorios que se atravesaban para que no se produjesen incautaciones o retenciones. De no llevarse estos pasaportes, cualquier autoridad podía disponer de manera temporal del dinero circulante en el territorio de su jurisdicción, y servían igualmente para solicitar protección de dichas autoridades.
Hasta 1640 el puerto de embarque normalmente utilizado era Barcelona, y a partir de la revuelta de los segadores se optó por los de Denia, Valencia o Cartagena. Los viajes de ida y vuelta a Barcelona no duraban más de quince días, y diez a Cartagena. Si el destino era Amberes, se embarcaban los caudales en los puertos del Cantábrico y el Atlántico, especialmente en La Coruña. Una vez en el puerto, se entregaban por el comisario a un agente de la ciudad, si bien en los envíos a Génova era habitual que se embarcasen con los caudales.
Cuando el dinero llegaba a Génova, o bien se vendía en esta misma plaza o bien se reenviaba a otra ciudad. También se podía depositar en el Banco de San Jorge o remitirlo a Milán o Amberes, en este último caso cruzando los Alpes. El coste del transporte se realizaba en plata, y si bien cuando los portes se hacían íntegramente en territorio castellano podían pagarse en vellón, en los territorios de la Corona de Aragón se debían liquidar en plata.     
La llegada de metales preciosos, tanto por cuenta de la Real Hacienda como de los particulares, se incrementó notablemente en el siglo XVIII, especialmente en el caso de las remesas a particulares, que supusieron un 89,80% del total de los llegados entre 1717 y 1778, según el siguiente detalle:

Importación de metales preciosos desde las Indias (1717-1778), en pesos









Real Hacienda
Particulares

    Totales

1717-1738

1747-1778
1717-1738
1747-1778


Plata
15.136.927

36.101.485
117.088.918
333.026.274

501.353.604
Oro
6.554.582

2.624.195
13.728.176
67.976.485

90.883.438
Total
21.691.509

38.725.680
130.817.094
401.002.759

592.237.042

Según los estudios de la profesora García Bernal, los caudales recibidos por los particulares representaron el 76,78% de las remesas recibidas en España, frente al 23,21% de las mercancías, no cabiendo ninguna duda del importante peso específico en el comercio ultramarino de las entradas de metales preciosos en la Península y en el circuito comercial europeo.
A finales del siglo XVIII, según Humboldt, el conjunto de los metales preciosos beneficiados en la América española y portuguesa ascendía a 70.000 marcos de oro y 3.250.000 marcos de plata, lo que suponía el 90% del total del oro y el 91% del de la plata a nivel mundial, lo que suponía un porcentaje de 1 a 46 entre ambos metales, una cantidad no muy diferente a lo extraído en el continente europeo, incluyendo la Rusia asiática, en la que la proporción estaba en 1 a 40. 
Parte de las remesas llegaron en metal ya amonedado, y gran cantidad de ella siguió arribando en barras y piñas. La Casa de Moneda de Sevilla vivió épocas de una febril actividad, que coincidían con las llegadas de las Flotas, con otras de una práctica inactividad, al espaciarse las salidas de galeones y Flotas, lo que para este autor estuvo en ocasiones motivado por los intereses de los grandes mercaderes, que al crear en las Indias una artificial escasez conseguían incrementar los precios de sus mercancías.
   Como afirma Serrano Mangas, la plata, ya fuese la oculta o la corriente, era la garantía de la circulación y aceptación de la moneda de vellón, y la abundancia o escasez de metales preciosos determinaba el crecimiento o el reflujo del premio. El deseo de los comerciantes, en todo momento, fue trocar la moneda de vellón, inútil fuera de las fronteras de los reinos peninsulares de Castilla, por plata peruana o mexicana, una moneda universal cotizada a escala planetaria.

Bibliografía

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Álvarez Nogal, C (2005). La formación de un mercado europeo de Plata: Mecanismos y costes de transporte en España. Primer borrador: enero, 26 pp. Madrid: Universidad Carlos III.
Ardit, M. (2007). El Siglo de las Luces- Economía. Col. Historia de España 3er milenio. Madrid: Síntesis.
Bernal, A.M. (1999). El coste del Imperio para la economía española. En El Oro y la Plata de las Indias en la época de los Austrias. Madrid: Fundación ICO.
Céspedes del Castillo, G. (1996). Las cecas indianas en 1536-1825. En Anes y Álvarez de Castrillón, G., y Céspedes del Castillo, G., Las Casas de Moneda en los Reinos de Indias, Vol. I. Madrid: FNMT.
Domínguez Ortiz, A. (1999). La Casa de la Moneda de Sevilla y la Política Internacional de los Austrias.  En El Oro y la Plata de las Indias en la época de los Austrias. Madrid: Fundación ICO.
García-Baquero González, A. (1976). Cádiz y el Atlántico (1717-1788). El comercio colonial español bajo el monopolio gaditano, 2 vols. Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos.
García Bernal, M.C. (1983). El Comercio. En Ramos Pérez, D. (Coord.), América en el siglo XVIII. Los Primeros Borbones, Historia General de España y América, Tomo XI-1, 231-232. Madrid: Rialp.
Hamilton, E. J. (1983). El tesoro americano y la revolución de los precios en España, 1501-1650. Barcelona: Ariel.
Humboldt, A. von (1827). Ensayo Político sobre la Nueva España, T.III. Paris: En casa de Rosa, gran patio del Palacio Real. 
Serrano Mangas, F. (1996).  Vellón y metales preciosos en la Corte del Rey de España (1618-1668). Estudios de Historia Económica nº 33. Madrid: Banco de España.

jueves, 19 de mayo de 2016

El coleccionismo y los estudios numismáticos en el Siglo XVIII (III)

Publicado en Panorama Numismárico, 19 de mayo de 2016
http://www.panoramanumismatico.com/articulos/el_coleccionismo_y_los_estudios_numismaticos_en_el_sigl_id02416.html



Como en otros muchos otros ámbitos del conocimiento, el siglo XVIII supuso el comienzo de los estudios sistemáticos de la ciencia numismática. Los estudiosos españoles estuvieron al corriente de los avances de los trabajos llevados a cabo en otros países europeos, tanto por la lectura de las obras de los principales autores en su lengua original como por las traducciones y adaptaciones de sus obras al castellano. Igualmente, los escritos de los principales autores españoles fueron conocidos y estudiados en las demás naciones europeas.

En 1731 el Ensayador Mayor de los Reinos y Marcador Mayor de Castilla José García Caballero publicó su obra Breve cotejo, y valance de las pesas y medidas de varias Naciones, en la que estudia el peso y las medidas de varias naciones comparadas con las de Castilla, así como la ley, peso y valor de las monedas hebreas, griegas, romanas y castellanas, estudiando a diferentes autores y corrigiendo los defectos en los mismos encontrados. Estudios similares  aparecen asimismo en la obra de Antonio Bordazar Proporción de monedas, pesos, i medidas, publicada en Valencia en la imprenta del propio autor en 1736. En su dedicatoria al Bibliotecario Mayor del Rey don Blas Antonio Nasarre hace referencia a la propensión del mismo al estudio de las monedas, pesos y medidas antiguas, para la inteligencia de los Autores, i de las Medallas. Las monedas estudiadas son las hebreas, griegas, romanas, castellanas y las corrientes en España, incluyendo las de los territorios con moneda propia, informando asimismo de los cambios de estas últimas con las monedas europeas y del Imperio Otomano. En cuanto al cálculo de la proporción de las monedas, tanto antiguas como corrientes, el autor afirmaba en la p. xxiii que no consistía únicamente en inteligencia y ejercicio de la aritmética y geografía, al haberse alterado en muchas ocasiones, tanto en las monedas antiguas como en las contemporáneas, los valores intrínseco y extrínseco, porque las monedas antiguas que habían llegado a sus días posiblemente estuviesen cortas de peso o deterioradas, e incluso por el muy diferente valor que los metales podían tener tanto en la Antigüedad como en ese momento. En su obra, como afirmaba en la p. 88, ajustó el valor de las monedas antiguas y circulantes en otros países a la moneda castellana,

    la estimacion que el Rei N.S. ha dado al marco Castellano, en Real Cedula de 31 de Agosto de 1731, esto es, por el marco de oro de 22 quilates, 1280 reales de plata de à 64 maravedis; i por el marco de plata de 11 dineros de lei, 80 reales de plata para los mismos 64 maravedis.

        A mediados del siglo encontramos la obra de Luis José Velázquez, publicada en 1752, Ensayo sobre los alfabetos de las letras desconocidas, que se encuentran en las más antiguas medallas y monumentos de España, que se centra en las emisiones con leyendas ibéricas y púnicas, ilegibles en aquel momento.  En la misma se distinguen por primera vez tres alfabetos distintos, el turdetano, el ibérico levantino –llamado por él celtibérico- y el fenicio-púnico. En el prólogo de esta obra hablaba de que estaba concluyendo una obra más extensa, que no pudo terminar, al morir en 1772. Rodríguez Casanova apunta la posible relación con esta obra de los dibujos que se encuentran en el Gabinete Numario de la Real Academia de la Historia en fichas.
        El año 1759 se publicó por Luis José Velázquez Congeturas sobres las monedas de los Reyes Godos, posiblemente estimulada por el hallazgo de Garrovillas en 1751. La moneda visigoda no había sido tratada sistemáticamente hasta este momento, si bien su estudio se remontaba hasta el reinado de Felipe II, con autores tan importantes como Ambrosio de Morales y Antonio Agustín.  
        En el año 1763, Pedro de Cantos Benítez, miembro de los Consejos Supremos de Castilla y de la Inquisición, publicó en Madrid su obra Escrutinio de maravedises y monedas de oro antiguas, en la que estudiaba las monedas que habían circulado en España desde la época de los romanos hasta el siglo XVIII y su reducción a la moneda de cuenta en este siglo, el maravedí. En el Capítulo I de su obra Cantos afirmaba que

    … para conocer fundamentalmente el principio, y valor de los Maravedises, es necessario  dar una breve idea de las Monedas Godas, y Romanas, de donde proviene su raiz, y reconocer la proporcion, que tenia entre estas Naciones el oro, plata, y cobre, y modo que tuvieron de computarlo, que servirà de claridad à lo que se huviere de decir.

        Importante es asimismo la labor de uno de los mejores grabadores de moneda de nuestro solar, Tomás Francisco Prieto. Como director de la Escuela de Grabado y para su labor docente, era para él necesario el conocimiento de los modelos antiguos, tanto directamente de las medallas y monedas, de las que afirmaba poseer 4.000, como por medio de libros en los que se reproducían medallas romanas y francesas. A su muerte en 1782 la tasación de su biblioteca ascendió a casi 24.000 reales, un valor superior al de su vivienda; las monedas, medallas y materiales numismáticos se valoraron en 1.000 reales; y las estampas y dibujos en otros 10.000. Una parte importante de ellos pasaron a formar parte de la Escuela de Grabado de la Real Casa de la Moneda, y con el tiempo constituyeron el germen del actual Museo-Casa de la Moneda, y otra pasó al Gabinete Numario de la Real Academia de la Historia en octubre de 1784. Entre los libros dedicados a la numismática que poseía se encontraban, junto con libros de grabado de los principales artistas italianos de los siglos XVI y XVII y tratados de numismática italianos y franceses, las obras de los principales autores españoles aquí estudiados.
        El año 1773 el conde de Lumiares publicó la obra Medallas de las Colonias, Municipios y pueblos antiguos de España hasta hoy no publicadas (1773), en la que añadió monedas que Enrique Flórez no pudo añadir. Entre 1773 y 1777 se publicó en seis tomos el Diccionario Numismático General para la perfecta inteligencia de las Medallas antiguas por el académico Tomás Andrés de Guseme, una obra de consulta sólida y ambiciosa, realizada por un autor que, además de ser un estudioso numismático, era también epigrafista.  
        Pedro Alonso O’Crouley, anticuario gaditano de origen irlandés, fue autor en 1774 de la Ydea compendiosa del Reyno de Nueva España, una obra manuscrita que se conserva en la Biblioteca Nacional y que fue traducida al inglés y publicada por Sean Galvin en 1972. Fue también, según Sánchez-Cantón, el dueño de la primera colección española de cuadros y estatuas que tuvo un catálogo impreso. En 1795 O’Crouley, Teniente Cuadrillero Mayor de la Santa Hermandad de Toledo y Socio de la Real Sociedad Bascongada,  publicó una traducción de la obra de Joseph Addison, Diálogos sobre las utilidad de las medallas antiguas, Principalmente por la conexión que tienen con los Poetas Griegos y Latinos, que tuvo una amplia difusión en su época.  
        Un autor de finales del siglo especialmente importante para los estudios de moneda medieval fue Fray Liciano Sáez, con importantes estudios de historia económica y fuentes documentales, que publicó en 1786 Apéndice a la crónica nuevamente impresa del señor rey don Juan el II, en 1796 la Demostración histórica del verdadero valor de todas las monedas que corrían en Castilla durante el reinado de Don Enrique III y de su correspondencia con las del señor Don Carlos IV,  y en 1805 su Demostración histórica del verdadero valor de todas las monedas que corrían en Castilla durante el reinado de Don Enrique IV y de su correspondencia con las del señor Don Carlos IV.
        La centuria vio asimismo el resurgir de los estudios arábigos, en los que la moneda se convertirá, como pone de manifiesto Fátima Martín, en una manera de poder interpretar la Historia a través de los datos aportados por la moneda, destacando especialmente la figura de José Antonio Banqueri. El trabajo con las monedas árabes quedó en manos de especialistas, normalmente arabistas que conocían el idioma. En las instituciones públicas se fueron formando colecciones, tanto por el apogeo del coleccionismo como por la nueva concepción del estudio de la Historia a través de las fuentes primarias de información, como son las monedas. Entre estos estudiosos destaca la figura de  Miguel Casiri, y otro importante arabista que descubrió la escritura aljamiada y publicó diversas obras sobre numismática árabe fue José Antonio Conde.
        Desde finales del siglo XVI la numismática fue la única rama del conocimiento histórico que ofrecía alguna posibilidad de estudio de la cultura púnica, si bien, como reconocía Antonio Agustín, el desconocimiento de la lengua semita condicionaba estas posibilidades. Las obras del Padre Flórez y de Gusseme no se ocuparon de las emisiones púnicas, pero si lo hicieron Velázquez y Pérez Bayer. En opinión de Ferrer, sus estudios abundaron en erudición y buenas intenciones, siendo su mayor logro la asimilación de estas amonedaciones al ámbito fenicio-púnico.
        En el fondo de estos trabajos se encontraba la teoría de que la lengua fenicia era una de las lenguas madre, al identificarse con el hebreo, reivindicando con ello que si los primitivos pobladores de España descendían directamente de los pueblos bíblicos, se convertiría en la primera entre las naciones europeas, lo que conferiría a sus monarcas privilegios económicos e institucionales incluso ante la Santa Sede. Esta idea, según García-Bellido, impregnó las principales obras dedicadas a las antigüedades.
        El estudio de las emisiones visigodas fue tratado por Velázquez de Velasco en su obra Congeturas sobre las medallas de los reyes godos y suevos de España, de 1759, y el Padre Flórez hizo referencia en varias de sus cartas al erudito sevillano Patricio Gutiérrez Bravo de su interés por las monedas gothicas y su proyecto de publicar su propia colección, citando asimismo a destacados coleccionistas como Francisco de Bruna y Leirens.  
        En cuanto al estudio de la moneda en los reinos de la Corona de Aragón, destaca especialmente la obra publicada en 1818 en Barcelona por el doctor Josef Salat, un estudio sistemático y con transcripciones de sus documentos justificativos de las emisiones realizadas en el Principado en que también se recogían estudios sobre  las minas, las cecas emisoras, las ligas de las monedas, las equivalencias de su numerario propio con el de los reinos de Castilla, e incluso una relación de los gabinetes numismáticos existentes en Cataluña. Dedicó a los gabinetes numismáticos existentes en Cataluña las pp. XI y ss. de la obra, destacando que muchas de las personas referenciadas pertenecían, como antes apuntábamos, al clero, al ejército y a la administración. Afirmaba igualmente en la p. XVI que “…Todos estos monetarios existían cuando se formó la presente colección, algunos en el día han desaparecido por causa de esta última guerra”.
        El arcediano de Valencia don Francisco Pérez Bayer fue un erudito que mantuvo correspondencia con los más célebres numismáticos de su tiempo, tanto españoles como portugueses, franceses e italianos. Fue autor de varios opúsculos sobre medallas desconocidas, y González de Posada afirmaba que hizo en 1759 a Carlos III un presente de medallas “…digno del descubridor de Herculano”. Se puede citar asimismo al también valenciano José March y a Fray Juan Izquierdo, que formó el mayor monetario que había en Cataluña.
        No faltaron tampoco las falsificaciones. La gran demanda de monedas singulares fue en toda Europa en parte satisfecha por falsarios, alcanzando grandes proporciones en los monetarios privados y públicos. Como ponían de manifiesto Vives y Escudero, en ocasiones la frontera entre la moneda genuina y la falsa es muy estrecha, al ser común retocar las monedas con epígrafes ilegibles o borrosos. Como afirma Bartolomé Mora, si bien el ánimo de lucro puede explicar el fenómeno de la falsificación de la moneda hispana en el mercado anticuario de esta centuria, hubo otros intereses en juego, como proporcionar argumentaciones sólidas a problemas histórico-arqueológicos.
        Guinea recoge que existía un importante mercado de coleccionistas especialmente interesados en la moneda que ser utilizadas para la identificación de nuevas ciudades romanas, y se consideraba la emisión de moneda como testimonio de la honorabilidad de una ciudad en el pasado. Los procedimientos para realizar estas piezas espurias por los plateros fueron de lo más variado, desde la simple invención a la copia en anverso y reverso de matrices de monedas diferentes.     


Para saber más:

ADDISON, Joseph. Diálogos sobre la utilidad de las medallas antiguas, Principalmente por la conexión que tienen con los Poetas Griegos y Latinos. Traducción de O’CROULEY, Pedro Alonso, Madrid: 1795.
ALMAGRO GORBEA, Martín. Epigrafía prerromana. Real Academia de la Historia, Madrid: 2003.
BORDAZAR DE ARTAZU, Antonio. Proporcion de monedas, pesos i medidas, con principios practicos de Artihmetica, i Geometria para su uso. Valencia: 1736.
BELTRÁN MARTÍNEZ, Antonio. La Moneda. Una introducción al estudio de la numismática. Madrid: 1983.
CANTOS BENÍTEZ, Pedro de. Escrutinio de maravedises y monedas de oro antiguas, su valor, reducción y cambio a las monedas corrientes deducido de escrituras, leyes y pragmáticas antiguas y modernas de España. Madrid: 1763.
FERRER ALBELDA, Eduardo. La España cartaginesa: claves historiográficas para La historia de España. Universidad de Sevilla: 1996.
GARCÍA-BELLIDO, Mª Paz y CALLEGARIN, Laurent. Los cartagineses y la monetización del Mediterráneo occidental. CSIC: 2000. 
GARCIA CAVALLERO, Joseph. Breve cotejo, y valance de las pesas y medidas de varias Naciones, Reynos, y Provincias, comparadas y reducidas à las que corren en estos Reynos de Castilla: Declarase tambien la ley, peso, y valor de algunas monedas Hebreas, Griegas, Romanas y castellanas, y de otros Reynos, y Señorios, recopilado, y sacado con todo cuidado, y diligencia de los Autores de mayor erudicion, que han escrito sobre esta materia, citando sus Autoridades y corrigiendo sus equivocaciones: Añadense otras noticias, y nuevas curiosidades, propias del Autor, para mayor inteligencia, y claridad de esta Obra. Madrid: 1731.
GONZÁLEZ DE POSADA, Carlos.Noticia de españoles aficionados a monedas antiguas”. En Boletín de la Real Academia de la Historia, nº 51. 1907, pp. 452-484.
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miércoles, 18 de mayo de 2016

Los delitos monetarios y su regulación legal en el siglo XVIII

Publicado en Revista Aequitas, Estudios sobre Historia, Derecho e Insitituciones, nº 7 2016.

https://revistaaequitas.files.wordpress.com/2016/03/revista-aequitas-7x.pdf

Resumen: La legislación monetaria del siglo XVIII es fiel trasunto de las normas dictadas en los siglos anteriores, de acuerdo con el sistema heredado de la época de los Reyes Católicos. La reiteración de la normativa vigente y el mandato de que las penas fijadas para estos delitos se aplicasen con el máximo rigor se enmarca dentro de las medidas de centralización administrativa llevadas a cabo por la nueva dinastía, si bien no hubo modificaciones sustanciales en este campo del derecho penal castellano. Como en los siglos anteriores continuó produciéndose un activo contrabando hacia otros estados europeos, principalmente hacia Francia, que la abundante normativa dictada para combatirlo no pudo paliar.

Palabras clave: Derecho Monetario, Falsificación, Contrabando.