miércoles, 15 de junio de 2016

Don Quijote y la moneda

Publicado en Numismático Digital, 15 de junio de 2016
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De todos es bien sabido que esta obra cumbre de la literatura española y universal refleja fielmente la vida cotidiana de la época en la que fue escrita, y, como no podía ser menos, también de la moneda en circulación en los reinos de Castilla, por su carácter de medida de valor y medio de pago en las transacciones de  la vida diaria de la población y en las grandes operaciones mercantiles.

   El sistema monetario castellano de la época de El Quijote es heredero de la gran reforma monetaria de los Reyes Católicos llevada a cabo por la Pragmática de Medina del Campo de 1497, dictada para poner fin a la enorme inestabilidad monetaria del siglo XV, y que con pocas variaciones se mantuvo durante toda la Edad Moderna. En la misma se introdujo en el numerario áureo el modelo del ducado veneciano, la divisa de la época, que ya se había adoptado en los reinos de la Corona de Aragón, y que recibió el nombre de excelente de la granada, con una ley de 23 ¾ quilates o una finura de un 98,96% y un peso aproximado de 3,55 gramos por excelente, y una talla de 65 1/3 por marco de Castilla. Su valor en relación a la moneda de cuenta quedó fijado en 375 maravedíes por pieza.
   Asimismo se autorizó la labra en plata de reales y medios, cuartos y octavos de real, con una talla de 11 dineros y cuatro granos y un peso de 3,65 gramos. Su talla era de 67 piezas por marco, y tenía una equivalencia de 34 maravedíes por real, un valor que se mantuvo constante durante casi tres siglos y medio. Los tipos acuñados en los reales cambiaron completamente con esta reforma, y no fueron sustituidos hasta la reforma de Felipe II en 1566, por lo que, como afirmaba Beltrán se trata de la serie más longeva de toda la numismática española. Ya en el siglo XVI se comenzaron a acuñar sus múltiplos de a dos, cuatro y ocho reales, siendo esta última moneda la más universal que jamás ha circulado, protagonista de las transacciones comerciales en la mayor parte del orbe hasta muy entrado el siglo XIX y base de los principales sistemas monetarios todavía vigentes en amplias zonas del planeta.
   En la misma también se llevó a cabo la reforma del circulante de vellón, reduciendo su pureza de 10 a 7 granos de plata, un 2,43%. La nueva moneda recibió el nombre de blanca, y tuvo una talla de 192 piezas por marco y un valor respecto a la moneda de cuenta de ½ maravedí. Su emisión se limitó a diez millones de maravedíes, lo que acarreó graves problemas monetarios en los reinados ulteriores. Con posterioridad recibió los nombres de calderilla o vellón rico. En cuanto a la moneda de cómputo, el maravedí, fue originariamente una moneda de oro de origen musulmán, el morabetino, y que con el paso del tiempo se fue depreciando y durante muchos años no se correspondió con ninguna moneda efectiva. El maravedí como unidad de cuenta, tanto de plata como de vellón, se mantuvo vigente hasta el siglo XIX.
   La presencia de la moneda fuerte de oro y, tras los descubrimientos de las ricas minas de las Indias, de plata, permitió hacer frente a los pagos necesarios para la adquisición de productos y para el pago de los gastos de la Corona, mientras que la moneda corriente, la de vellón y posteriormente de cobre puro, permitió cubrir las necesidades ordinarias en el mercado interior. La clave de todo el sistema se encontraba en que todas las monedas en circulación se encontrasen correctamente ajustadas en sus valores intrínsecos y nominales.
   Según Motomura esta política monetaria estaba fundada en principios muy racionales, dado que mientras que las monedas áureas y argénteas debían conservar su magnífica calidad y la de vellón era susceptible de proporcionar mediante el señoreaje o su manipulación elevados ingresos a la Real Hacienda. Para Serrano Mangas la moneda de vellón, la utilizada por las clases más humildes, fue el crédito que las clases más empobrecidas proporcionaron a los ingresos de la Corona, un numerario fiduciario que permitió dilatar la agonía de la hegemonía española.
   Los ducados, nombre con el que comúnmente se conocía a los excelentes, aparecen referenciados en seis ocasiones en la primera parte de El Quijote y doce veces en la segunda. En la primera parte, se nombran cuando don Quijote libera a los presos que iban a cumplir su condena en galeras, en el capítulo XXII, cuando el tercero de los reos le comentó que se encontraba en esa situación por faltarle diez ducados, y que si hubiese contado con los veinte que el hidalgo le ofrecía… hubiera untado con ellos la péndola del escribano, y avivado el ingenio del procurador, de manera que hoy me viera en mitad de la plaza de Zocodover de Toledo…
   También los encontramos en el capítulo XXXIX de la primera parte, Donde el cautivo cuenta su vida y sucesos, cuando el padre repartió la herencia entre sus tres hijos, dando a cada uno tres mil ducados en dineros, dado que su tío había comprado toda su hacienda y la había pagado al contado, para que no saliese del tronco de la casa. El cautivo entregó a su padre, al quedarse viejo y con tan poca hacienda, dos mil de ellos, dado que el resto le bastaba para acomodarse como soldado, y sus hermanos le entregaron asimismo mil ducados.
   En la segunda parte de la obra, capítulo XXVIII, aparecen mencionados en boca de Sancho Panza, cuando afirmaba que siendo criado de Tomé Carrasco, el padre del bachiller Sansón Carrasco, cobraba dos ducados al mes además de la comida, y que…con vuesa merced no sé lo que puedo ganar, puesto que sé que tiene más trabajo el escudero del caballero andante que el que sirve a un labrador... Sancho estimaba, una vez que don Quijote le preguntó sobre cuál debía ser su salario, que debía recibir dos reales más por mes y otros seis reales por la promesa de darle el gobierno de una ínsula,…que por todos serían treinta.
   Ante las reiteradas peticiones de las Cortes para la reducción de la ley y el peso de la moneda áurea, por Real Célula de 30 de mayo de 1535 dada en Barcelona se ordenó por Carlos V la labra de coronas o escudos de oro para la financiación de la expedición a Argel, siguiendo el modelo francés, aunque limitando su circulación a los lugares donde esta expedición trascurriese. Finalmente, en las Cortes de Valladolid de 1537 se adoptó esta moneda con carácter general. Su ley se fijó en 22 quilates de oro, un 91,66% de fino, un peso de 3,38 gramos y una valoración de 350 maravedíes por escudo, que en 1566 pasó a 400 y desde 1609 a 440 maravedíes.  
   Encontramos referencias al escudo en la vida de Cervantes en su cautiverio de Argel, dado que su rescate quedó fijado, al considerársele una persona de alto rango por las cartas de recomendación que llevaba de don Juan de Austria, en 500 escudos, cantidad que fue satisfecha para su liberación. Esta moneda aparece citada en numerosas ocasiones en El Quijote, en unas treinta y dos ocasiones. En el capítulo XXIII de la primera parte, De lo que le aconteció al famoso don Quijote en Sierra Morena, cuando encuentran una maleta y un cojín que contenían entre otras cosas un montoncillo de escudos de oro, que don Quijote…mandóle que guardase el dinero y lo tomase para él. En el capítulo XIII de la segunda parte, Sancho Panza afirmaba que en la bolsa se encontraron cien ducados.
   En el capítulo XXXIII de la primera parte, Donde se cuenta la novela del «Curioso impertinente», Anselmo le ofrece a Lotario dos mil escudos de oro…que se los ofrezcáis, y aun se los deis, y otros tantos para que compréis joyas con que cebarla.  Al día siguiente le entregó los cuatro mil escudos…y con ellos cuatro mil confusiones, porque no sabía qué decirse para mentir de nuevo.
   Los escudos aparecen también en el capítulo XLI de la primera parte, Donde todavía prosigue el cautivo su suceso, cuando se describe la riqueza del padre de Zoraida, citándose también las doblas o doblones: … y el padre de Zoraida tenía fama de tener muchas y de las mejores que en Argel había, y de tener asimismo más de doscientos mil escudos españoles, de todo lo cual era señora esta que ahora lo es mía. En este mismo capítulo se hace referencia igualmente al zoltaní, moneda argelina de oro, al afirmar el cautivo que su amo había dado por el mil quinientos de ellos.
  Los reales de plata y sus múltiplos son nombrados en numerosas ocasiones, más de setenta, en la obra. El real de a ocho aparece tempranamente, ya en la primera salida de don Quijote,  en el capítulo II de la primera parte. Cuando, siendo viernes, le preguntaron a don Quijote si quería comer truchuela, nombre con el que se conocía al bacalao, el hidalgo afirmaba que … Como haya muchas truchuelas…podrían servir de una trucha, porque eso se me da que me den ocho reales en sencillos que una pieza de a ocho. También se menciona el real de a cuatro en el antes citado capítulo en el que se encuentra con la cadena de presos camino de las galeras, cuando el anciano acusado de hechicería y alcahuetería recibe de Sancho una limosna por este importe.
   Una magnífica relación de la moneda argéntea y su valoración se encuentra en el capítulo LXXI de la segunda parte, De lo que a don Quijote le sucedió con su escudero Sancho yendo a su aldea, cuando don Quijote propone a Sancho que se azote para liberar a Dulcinea de un hechizo. La rapidez de cálculo mental de Sancho en este episodio es impresionante:

—Ellos —respondió Sancho— son tres mil y trescientos y tantos; de ellos me he dado hasta cinco: quedan los demás; entren entre los tantos estos cinco, y vengamos a los tres mil y trescientos, que a cuartillo cada uno, que no llevaré menos si todo el mundo me lo mandase, montan tres mil y trescientos cuartillos, que son los tres mil, mil y quinientos medios reales, que hacen setecientos y cincuenta reales; y los trescientos hacen ciento y cincuenta medios reales, que vienen a hacer setenta y cinco reales, que juntándose a los setecientos y cincuenta son por todos ochocientos y veinte y cinco reales. Estos desfalcaré yo de los que tengo de vuestra merced, y entraré en mi casa rico y contento, aunque bien azotado, porque no se toman truchas..., y no digo más.

   Como no podía ser menos, la moneda de vellón también aparece mencionada en esta magna obra. Una buena descripción de su poder adquisitivo se encuentra en boca de Teresa Panza, en una carta que remite a la duquesa, incluida  en el capítulo LII de la segunda parte:

…y, así, suplico a vuesa excelencia mande a mi marido me envíe algún dinerillo, y que sea algo qué, porque en la corte son los gastos grandes: que el pan vale a real, y la carne, la libra a treinta maravedís, que es un juicio y si quisiere que no vaya, que me lo avise con tiempo, porque me están bullendo los pies por ponerme en camino…

   El maravedí, la moneda de cuenta, aparece trece veces, e incluso Cervantes puso en boca del ingenioso hidalgo el origen morisco del término, en el capítulo LXVII de la segunda parte. La encontramos en el precio de venta de la primera edición, donde Juan Gallo de Andrada, Escribano de Cámara de Felipe III, rubricó que la obra sin encuadernar se vendió a tres maravedíes y medio por pliego, y teniendo la misma ochenta y tres pliegos, el libro costaba doscientos noventa maravedíes y medio
    El cuarto o moneda de cuatro maravedíes aparece ya en el primer capítulo de la obra, cuando Cervantes describe a Rocinante, afirmando que…y aunque tenía más cuartos que un real, y más tachas que el caballo de Gonela, que tantum pelli ert ossa fuit… Se hace igualmente otra referencia a esta moneda en el retorno de don Quijote y Sancho a su aldea, en el capítulo LXXIII de la segunda parte, al ser el precio que paga Sancho para comprar una caja de grillos a unos muchachos y así disuadir el mal agüero.
   La blanca también aparece en la obra en varias ocasiones. Cuando en el capítulo III de la primera parte don Quijote pide al ventero que le arme caballero, éste le preguntó si traía dineros, a lo que el hidalgo respondió que no traía blanca… porque él nunca había leído en las historias de los caballeros andantes que ninguno los hubiese traído. En el mismo sentido se expresaba Sancho cuando en el capítulo LIII de la segunda parte renuncia al gobierno de la Ínsula Barataria, cuando afirmaba que…sin blanca entré en este gobierno y sin ella salgo, bien al revés de cómo suelen salir los gobernadores de otras ínsulas. 
   Una moneda citada una única vez es el cornado, con un valor de medio maravedí y que fue batida en el Reino de Navarra como moneda privativa hasta  bien entrado el siglo XVIII. Su escaso valor viene recogido en el suceso relatado en el capítulo XVII de la primera parte, cuando don Quijote sale sin pagar de una venta y Sancho acaba finalmente manteado, tras interpelar al ventero que…por la ley de caballería que su amo había recibido, no pagaría un solo cornado aunque le costase la vida.
     Una moneda no castellana que aparece en doce ocasiones en la obra es el ardite, que tenía el valor de un dinero catalán, con el significado de poco valor. Así, en el Prólogo de la segunda parte de la obra, cuando arremetiendo contra el apócrifo Avellaneda, Cervantes afirma que…de la amenaza que me hace que me ha de quitar la ganancia con su libro, no se me da un ardite…Asimismo, en el capítulo XXXII de la segunda parte, al referirse a sus andanzas, afirmaba que …pero de que me tengan por sandio los estudiantes, que nunca entraron un pisaron las sendas de la caballería, no se me da un ardite: caballero soy y caballero he de morir, si place al Altísimo.

Para saber más:

BALBUENA, L., Cervantes, don Quijote y las Matemáticas, Tenerife, 2004.
HERNÁNDEZ, B., Monedas y Medidas en El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, Barcelona, 1998.
HERNÁNDEZ-PECORARO, R., “Cervantes’s Quixote and the Arbitrista Reform Project”, Romance Quartely, 57, 2010, pp. 169-182.
ORTEGA DATO, J.A., “Los dineros de El Quijote”, Suma 52, junio 2006, pp. 33-40.
SANTIAGO FERNÁNDEZ, J. de, “Usos monetarios en tratos, comercio y finanzas en la Castilla del Quijote”, Cuadernos de Investigación Histórica 22, 2005, pp. 143-172.

miércoles, 8 de junio de 2016

El oro de Guinea y la Guerra de Sucesión Castellana (1475-1479)

Publicado en Numismático Digital, 8 de junio de 2016
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El conflicto bélico que se desarrolló por la sucesión en la Corona de Castilla tras la muerte de Enrique IV de Trastámara entre los partidarios de su hija Juana, apoyados por su esposo Alfonso V de Portugal y Francia, y los de su hermana Isabel, la esposa de Fernando, heredero de la Corona de Aragón, tuvo uno de sus principales frentes en las costas atlánticas del continente africano. El control del oro de la costa de Guinea, que ambos bandos reclamaban, dio lugar a una serie de enfrentamientos y batallas navales en las que las flotas portuguesas acabaron imponiéndose a las castellanas de los futuros Reyes Católicos, si bien el oro obtenido en estas expediciones y en las razias contra los barcos portugueses permitieron a estos últimos llevar a cabo durante el conflicto las primeras emisiones de excelentes.

   Durante el siglo XV tanto los pescadores como los comerciantes y exploradores de ambos reinos hispánicos se fueron internando cada vez más en el Océano Atlántico, y ya desde finales de la centuria anterior los alcaides de las fortalezas costeras andaluzas lanzaban algaradas en territorio norteafricano.  Pronto surgieron las disputas sobre la posesión del Archipiélago Canario y sobre los territorios de la Mina y Guinea, ricos en oro y esclavos. En la primera mitad del siglo Castilla organizó la conquista de algunas de las Islas Afortunadas, mientras que los portugueses, sin renunciar a ellas, exploraron las ricas costas de Guinea.
    En esta disputa el Papado otorgó una serie de bulas a favor de los intereses de los monarcas lusitanos, en detrimento de las aspiraciones castellanas, por lo que, una vez que estalló el conflicto, Isabel I reclamó para Castilla las partes de África y Guinea que le correspondían por derecho e incitó a sus comerciantes a navegar por sus aguas, lo que dio comienzo al enfrentamiento en el Atlántico.
   Como ha estudiado Anna M. Balaguer, los Reyes Católicos organizaron un auténtico corso contra Portugal, con la obligación de la percepción en Sevilla del quinto de las mercancías y la prohibición de realizar expediciones a África sin licencia, haciendo al enemigo…guerra e todo mal edanno commo adversario por quantas vias y maneras se pudiera facer. Por carta de 6 de diciembre de 1476 fechada en Toro los reyes nombraron a Luis González escribano mayor único de las carabelas y naos con destino a Guinea, y ordenaron que en cada nave fuese un escribano para que llevase la contabilidad de lo transportado, citando oro, plata, joyas y esclavos.
   Tras el comienzo de las hostilidades naos portuguesas recorrieron las costas andaluzas apresando buques mercantes y pesqueros, por lo que los monarcas castellanos enviaron una flota de cuatro galeras al mando de Álvaro de la Nava, que frenó estas incursiones y saqueó la villa de Alcoutim. Como afirmaba Pierre Vilar,  naos castellanas consiguieron capturar varias carabelas portuguesas que llevaban a bordo 6.000 doblas de oro, y sus presas llegaron hasta las mismas puertas de la Mina.
    Asimismo, los marineros de Palos se lanzaron al saqueo de las costas de Guinea. Vilar afirmaba que una de las razones para que más adelante hubiesen de suministrar los barcos del primer viaje de Colón devenía de ilegalidades cometidas en esta época. El año siguiente una flota portuguesa de veinte barcos al mando de Fernâo Gomes partió para recuperar el control del territorio, por lo que Fernando e Isabel encargaron a Carlos de Varela preparar una flota para apresarlos.
    Tras varias dilaciones y derrotar a una expedición portuguesa procedente del Mediterráneo con un valioso cargamento,  una armada de tres barcos vascongados y nueve carabelas andaluzas partió hacia Guinea y, al no poder dar alcance a la expedición portuguesa, saqueó la isla de Antonio de Noli y capturó dos carabelas negreras del marqués de Cádiz. El curso de las operaciones hizo que Luis XI de Francia entrase en conflicto con Castilla, lo que abrió el frente de Navarra, donde Fernando controló Viana y Puente la Reina y puso una guarnición en Pamplona de 150 lanzas, y dinamizó el conflicto en el Atlántico, dado que envió a la zona la flota del pirata normando Coullon.
    En 1478 los reyes de Castilla prepararon dos flotas, una para la conquista de la Gran Canaria y otra para comerciar con Guinea. La primera de ellas, debido a la presencia de una armada lusitana, no consiguió su propósito. Tampoco los portugueses consiguieron desembarcar en la isla, por lo que, tras hacer presa en varios mercantes castellanos cargados de víveres, se dirigieron a Guinea, donde derrotaron por sorpresa a la segunda escuadra castellana, que traía gran cantidad de oro, con el que Alfonso V pudo mantener el conflicto.
   En tres cartas fechadas en 1749 en Trujillo y Cáceres, donde los monarcas combatían los focos de resistencia extremeños de Juana, los monarcas ordenaban que los que quisiesen ir a la mina de Guinea debían acudir a Sevilla o Jerez para solicitar que se les proveyese de naves de acompañamiento de la armada, para formar una flota, amenazando con la pena capital a quien se dirigiese a Guinea por su cuenta, y se establecieron impuestos especiales sobre la pesca y sobre la carga y descarga de los mercantes para financiar esta flota.
   Todavía en junio de 1479 se trató de enviar una nueva expedición, pero las mismas cesaron con la firma de la paz con Portugal en septiembre de este mismo año. Como recogía Fray Bartolomé de las Casas, por el Tratado de Alcáçovas-Toledo las Canarias quedaron bajo el señorío supremo de Castilla, así como el Reino de Granada, que el monarca lusitano también pretendía, mientras que Portugal recibía los derecho sobre el Reino de Fez, así como el comercio con Guinea durante la vida de su soberano Alfonso y la de su hijo, don Juan.
   Las primeras medidas monetarias tomadas por los Reyes Católicos estuvieron encaminadas a prohibir la circulación de moneda acuñada a nombre del rey de Portugal, bajo pena de confiscación de bienes y de ser quemado públicamente. Pocos días después, el 26 de junio de 1475, Isabel dio orden de que se labrasen las primeras emisiones de su reinado. Debían acuñarse tres clases de moneda de oro: el excelente, de veinticinco piezas el marco y valor de dos castellanos, el medio excelente, de cincuenta piezas, y el cuarto de excelente, de cien piezas, con ley todas ellas de veintitrés quilates y tres cuartos, o 980 milésimas de oro. Estas monedas se acuñaron hasta la promulgación de las ordenanzas de Medina del Campo de 13 de junio de 1497.
   Esta moneda, de mayor peso y ley que las anteriores castellanas y de las de los reinos vecinos, estaba condenada según Sanz Arizmendi a desaparecer de la circulación o a emigrar. Para evitar su saca y a instancias de las Cortes de Toledo de 1480, recién acabada la contienda, los monarcas ordenaron que a quien sacase del reino 250 excelentes o 500 castellanos se le condenase a muerte y confiscación de bienes, y a los que llevasen menos la primera vez a confiscación y la segunda también la pena capital. Estos males fueron, según el autor antes citado, una de las causas para que los soberanos redujeran en la reforma de Medina del Campo el peso de esta moneda áurea.   
  

BIBLIOGRAFÍA:

BALAGUER, A.M., “Documentos referentes a moneda y al comercio del oro africano del Tumbo de los Reyes Católicos del Concejo de Sevilla (1474-1492)”, NVMISMA, nº 180-185, enero-diciembre 1983, pp. 331-345.
CASAS, B. de Las, Brevísima relación de la destrucción de África, NoBooks, 2015.
DIFFIE, B.W., Foundations of the Portuguese Empire 1415-1580, vol I, University of Minnesota Press, 1985.
SANZ ARIZMENDI, C., “Las primeras acuñaciones de los Reyes Católicos”, Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1920, pp. 67-80.
VILAR, P., Oro y moneda en la Historia (1450-1920), Barcelona, 1972.

miércoles, 1 de junio de 2016

Las remesas de metales preciosos indianos en la Edad Moderna (IV)

Publicado en Numismático Digital, 1 de junio de 2016


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El destino de todos los tesoros llegados a la Península en esta época era la Casa de Contratación, y si por alguna circunstancia el desembarco se producía en otro puerto que no fuese Sevilla, como Málaga o Lisboa, los cargamentos eran inmediatamente trasladados a este lugar. Una vez en la Casa, un funcionario, llamado balanzario, los pesaba, procediéndose después a su custodia en la cámara del Tesoro, la Audiencia o el Consulado de Comercio.

Las cámaras y arcas estaban cerradas con tres llaves, y cada una de ellas estaba en manos de un funcionario diferente. Una vez que todo estuviese registrado y en orden, y previa autorización del Consejo de Indias, las cantidades correspondientes a comerciantes privados les eran devueltas a sus propietarios por el Maese de la plata de la flota, normalmente en el plazo de cuatro meses.
No todo el metal precioso que llegaba en las flotas era acuñado directamente, y en ocasiones se pagaban por la Corona cantidades importantes de metal sin batir a sus acreedores, especialmente a los banqueros.  La ceca de Sevilla, y por ende todas las de la Corona, solamente acuñaban aquellos metales que tuviesen la finura adecuada que vimos anteriormente, por lo que sus propietarios habían de hacerse cargo del mismo, y eso hizo que los mismos se vendieran en muchas ocasiones en subasta pública a los mercaderes de oro y plata.
Los mercaderes eran particulares, acaudalados, con experiencia financiera y en muchas ocasiones bancarias, que se especializaron en la compra de los metales preciosos con un descuento a los productores, y que llevaban los mismos a las casas de fundición y posteriormente a las cecas para su conversión en moneda. Su actividad beneficiaba tanto a los productores como a las Casas de Moneda, dado que garantizaban el suministro de los metales necesario para que el proceso productivo fuese rentable.
Estos mercaderes, que se hacían cargo del manejo y tráfico de los caudales y realizaban el afinado de los metales preciosos, gozaban del privilegio de no poder ser visitados por la Justicia, lo que contribuyó aún más al fraude. Desde 1608 se estipuló que solamente las compañías que constasen de dos o más socios podrían participar en este negocio, lo que supuso la aparición en España por vez primera de las sociedades comanditarias a gran escala.
Parte de las remesas de plata eran remitidas sin acuñar a las cecas de otras ciudades del Reino, especialmente al Ingenio de Segovia. Otras Casas de Moneda fueron beneficiadas por remesas ocasionales, como las de Madrid, Granada y Cuenca. Pero los propietarios de la plata preferirán batirla en Sevilla, toda vez que se ahorraban los costes de transporte y recibían el metal acuñado en menos tiempo. Asimismo, se prefería, como en las cecas indianas, la labra de reales de a ocho, en contra de lo deseado por la Corona, que ordenaba la emisión de piezas de reales sencillos, de a dos y de a cuatro, dado que los comerciantes y súbditos necesitaban también moneda fraccionaria.
Para Domínguez Ortiz, la importancia capital de la ceca de la capital hispalense radicaba en que la misma proveía a la Corona de las emisiones de oro y plata necesarias para financiar su política exterior. Toda vez que las cantidades recibidas en concepto de pagos a la Real Hacienda devenían insuficientes, la monarquía desarrolló el sistema de juros como fuente de financiación, del que ya hemos hablado anteriormente en esta obra.
La época de Carlos II presenta para este mismo autor grandes incógnitas. Quizás la más importante de ellas sea el cálculo de las remesas de oro y plata que llegaron durante su reinado, toda vez que el fraude generalizado y la falta de registros de entrada hacen difícil su estimación. Los comerciantes que pudieron sobrevivir a las quiebras, muchos de ellos mudados a Cádiz, siguieron participando en el comercio de la plata, y este metal siguió siendo utilizado para los gastos interiores y exteriores de la Corona.
La saca de metales preciosos continuó como en épocas anteriores. Antonio Miguel Bernal recoge el testimonio del cónsul francés, que nos informa de en 1670, el 49% de las remesas pasaron al extranjero en un plazo inferior a un mes, el año siguiente se extrajo el mismo porcentaje solamente en embarcaciones francesas, y en 1681 el 62,69% de lo arribado en los Galeones, unos trece millones de pesos, habían salido de Cádiz para Europa en seis semanas.
El transporte de la plata en Europa necesitaba de una adecuada coordinación de todos los agentes que participaban en el mismo, para llevarlo a cabo de la manera más rápida y eficaz. Los banqueros de Madrid trabajaban siempre con los mismos comisarios, que recogían las rentas o los metales preciosos en distintos lugares de la Península y volvían con ellos a la capital, al igual que sucedía con los agentes que debían recibir el metal precioso en Barcelona, el que posteriormente se hacía cargo de él en Génova o el que posteriormente se ocupaba de su venta.
En Madrid se contaba el dinero y se empaquetaba en talegos y cajas de madera, en un valor común de 20.000 reales por cada una de ellas. El peso máximo de carga por mula que normalmente se acordaba entre los comisarios y los carreteros era de 13 arrobas por macho, y en cada carga iban dos cajas. Estas cajas se preparaban para resistir las inclemencias y el transporte y llevaba una insignia de las Armas Reales, dado que su contenido estaba protegido por la Corona.
El embalaje se realizaba ante notario y en presencia del comisario encargado del transporte, y se certificaba la suma recibida, el tipo de monedas y el destino de las partidas. El comisario era el responsable del transporte hasta que se entregaba la carga en destino a cambio de una carta de pago. Al estar en principio prohibida la transferencia de metales preciosos de unos reinos a otros, debía contar con una previa licencia real y un permiso especial del Consejo de Hacienda al banquero, y de éste al comisario, que recibía asimismo poderes para hacer uso de las licencias de saca y de los pasaportes.
Las licencias de exportación de metales preciosos se concedían a los banqueros como parte de las concesiones de los asientos por los ministerios de Hacienda y Guerra, y los pasaportes eran órdenes expedidas a las autoridades de cada uno de los territorios que se atravesaban para que no se produjesen incautaciones o retenciones. De no llevarse estos pasaportes, cualquier autoridad podía disponer de manera temporal del dinero circulante en el territorio de su jurisdicción, y servían igualmente para solicitar protección de dichas autoridades.
Hasta 1640 el puerto de embarque normalmente utilizado era Barcelona, y a partir de la revuelta de los segadores se optó por los de Denia, Valencia o Cartagena. Los viajes de ida y vuelta a Barcelona no duraban más de quince días, y diez a Cartagena. Si el destino era Amberes, se embarcaban los caudales en los puertos del Cantábrico y el Atlántico, especialmente en La Coruña. Una vez en el puerto, se entregaban por el comisario a un agente de la ciudad, si bien en los envíos a Génova era habitual que se embarcasen con los caudales.
Cuando el dinero llegaba a Génova, o bien se vendía en esta misma plaza o bien se reenviaba a otra ciudad. También se podía depositar en el Banco de San Jorge o remitirlo a Milán o Amberes, en este último caso cruzando los Alpes. El coste del transporte se realizaba en plata, y si bien cuando los portes se hacían íntegramente en territorio castellano podían pagarse en vellón, en los territorios de la Corona de Aragón se debían liquidar en plata.     
La llegada de metales preciosos, tanto por cuenta de la Real Hacienda como de los particulares, se incrementó notablemente en el siglo XVIII, especialmente en el caso de las remesas a particulares, que supusieron un 89,80% del total de los llegados entre 1717 y 1778, según el siguiente detalle:

Importación de metales preciosos desde las Indias (1717-1778), en pesos









Real Hacienda
Particulares

    Totales

1717-1738

1747-1778
1717-1738
1747-1778


Plata
15.136.927

36.101.485
117.088.918
333.026.274

501.353.604
Oro
6.554.582

2.624.195
13.728.176
67.976.485

90.883.438
Total
21.691.509

38.725.680
130.817.094
401.002.759

592.237.042

Según los estudios de la profesora García Bernal, los caudales recibidos por los particulares representaron el 76,78% de las remesas recibidas en España, frente al 23,21% de las mercancías, no cabiendo ninguna duda del importante peso específico en el comercio ultramarino de las entradas de metales preciosos en la Península y en el circuito comercial europeo.
A finales del siglo XVIII, según Humboldt, el conjunto de los metales preciosos beneficiados en la América española y portuguesa ascendía a 70.000 marcos de oro y 3.250.000 marcos de plata, lo que suponía el 90% del total del oro y el 91% del de la plata a nivel mundial, lo que suponía un porcentaje de 1 a 46 entre ambos metales, una cantidad no muy diferente a lo extraído en el continente europeo, incluyendo la Rusia asiática, en la que la proporción estaba en 1 a 40. 
Parte de las remesas llegaron en metal ya amonedado, y gran cantidad de ella siguió arribando en barras y piñas. La Casa de Moneda de Sevilla vivió épocas de una febril actividad, que coincidían con las llegadas de las Flotas, con otras de una práctica inactividad, al espaciarse las salidas de galeones y Flotas, lo que para este autor estuvo en ocasiones motivado por los intereses de los grandes mercaderes, que al crear en las Indias una artificial escasez conseguían incrementar los precios de sus mercancías.
   Como afirma Serrano Mangas, la plata, ya fuese la oculta o la corriente, era la garantía de la circulación y aceptación de la moneda de vellón, y la abundancia o escasez de metales preciosos determinaba el crecimiento o el reflujo del premio. El deseo de los comerciantes, en todo momento, fue trocar la moneda de vellón, inútil fuera de las fronteras de los reinos peninsulares de Castilla, por plata peruana o mexicana, una moneda universal cotizada a escala planetaria.

Bibliografía

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