domingo, 12 de noviembre de 2017

La moneda en la Guerra Civil Catalana de 1462

Publicado en Panorama Numismático, 8 de diciembre de 2017

Durante el reinado de Juan II se produjo un virulento y prolongado enfrentamiento armado en Cataluña entre la Generalitat de Cataluña y parte de la sociedad catalana organizada en torno al partido de la Busca, mayoritarios en el Consejo del Ciento. Este enfrentamiento fue contemporáneo a la conocida como Guerra de los Remensas,  campesinos feudales fieles a Juan II de Aragón. Tras diez años de enfrentamientos y con la nobleza catalana prácticamente desaparecida por la tremenda carnicería y arruinada, Barcelona cedió la preeminencia que había tenido en el comercio mediterráneo de la Corona de Aragón a la pujante Valencia. 

La profunda crisis que durante el siglo XV sacudió a toda Europa Occidental tuvo su reflejo en Cataluña, empobrecida por las plagas que diezmaron la población rural, la contracción del comercio y la crisis de subsistencia de su población. La crisis económica había llevado a mediados de la centuria a la polarización de la población de Barcelona en dos grupos, conocidos como la Biga y la Busca. El primero, integrado por la oligarquía urbana o ciudadans honrats y algunos mercaderes, de alto poder adquisitivo, se oponía a las alteraciones monetarias.  Enfrentado a este partido se encontraba la Busca, el partido de los mercaderes y menestrales, que aspiraban a controlar el gobierno municipal y que eran partidarios de que se tomaran medidas proteccionistas y de la devaluación de la moneda.

En fecha 16 de noviembre de 1454 Juan II concedió en Barcelona el permiso a sus consellers para la labra de medios, tercios, sextos y croats. Dos años después, en la misma ciudad, el 8 de abril de 1456 y de acuerdo con el parecer de la Busca antes visto ordenó que el croat valiese 18 dineros de terno y el florín 13 sueldos. Juan II batió moneda en las cecas catalanas de Perpiñán, Gerona, Lérida y Tortosa. En Perpiñán o Gerona se acuñaron timbres, con oro de 22 quilates y liga de ocho granos, la misma que el florín, divisa internacional de la época. En plata se labraron croats en Perpiñán y tercios de croats con busto coronado en un anverso anepígrafo en Lérida y Tortosa. En la ceca de Gerona se batió numerario de vellón en dineros y óbolos.

Entre las causas de este conflicto fratricida se encuentra también el enfrentamiento entre Juan II y su hijo, el Príncipe de Viana, cuyo encarcelamiento fue utilizado por las Cortes de Lérida para la constitución de un Consejo del Principado para exigir su excarcelación y forzar al monarca a aceptar en la Capitulaciones de Villafranca del Penedés las reivindicaciones de la oligarquía barcelonesa. La repentina muerte del príncipe Carlos precipitó los acontecimientos. En 1462 se produjo un levantamiento campesino contra los malos usos y Juan II, con el apoyo de Luis IX de Francia, entró en el Principado, contra lo cual la Generalitat organizó un ejército para sofocar la revuelta campesina y destituyó al monarca.

El Consejo buscó apoyos, y tras la destitución del monarca en junio, ofreció el título condal al rey de Castilla, Enrique IV, contando además con el apoyo del partido navarro de los beamonteses, enfrentados a Juan II. Las tropas castellanas lograron levantar el sitio de Barcelona, pero ante la división de su nobleza su monarca se vio obligado por el Tratado de Bayona a renunciar al título condal. En este breve periodo se acuñó a su nombre en la ceca de Barcelona numerario áureo y argénteo. En oro se batió moneda en florines y medios florines, si bien los mismos no tienen marca de ceca, con los tipos tradicionales de la flor de Lis y San Juan Bautista. En cuanto a la moneda de plata, se batieron medios y croats con busto coronado a izquierda y roel y tres puntos en reverso. Todas las monedas acuñadas a nombre de este monarca son escasísimas en la actualidad.   

El título condal fue ofrecido en 1464 al condestable Pedro de Portugal. Durante su breve reinado de menos de dos años hubo dos periodos monetarios claramente diferenciados. En el primero de ellos, claramente continuista con las emisiones anteriores, se acuñaron medios, tercios, sextos y croats en plata, los croats y los medios croats en la ceca de Barcelona, los tercios en Cervera, Balaguer y Tortosa y los sextos en esta última ceca. También se acuñaron medios y florines en la ceca capitalina, aunque sin marca. Debido al maltrecho estado de la economía catalana, el monarca pensó en reducir la pureza de la moneda argéntea, lo que no fue aceptado por los catalanes. Sin embargo, se procedió a la emisión de una nueva moneda con el peso de los florines pero con dos quilates menos de fino y liga de 16 granos, conocida como pacific o pacífico, la misma ley que la del cruzado portugués, con peso de 1 adarme 34 granos, el del florín de Aragón, y valor de 20 sueldos.

Esta moneda, a pesar de la rebaja en su ley que suponía, es una joya numismática en cuanto a su gótico diseño. Con un flan mayor que el de los florines, aparece en su anverso el retrato del monarca coronado con cetro en la mano dentro de una orla polilobulada, y en su reverso las barras de Aragón coronadas igualmente dentro de una orla. Se acuñaron en la ceca de Barcelona tanto pacíficos como medios. Esta novedad iconográfica fue posteriormente imitada por su contrincante Juan II en los ducados acuñados tras el conflicto en Valencia y Zaragoza, si bien la ley de estos últimos era de 23,75 quilates.

Según Salat, la labra de los pacíficos debió de llevarse a cabo con posterioridad a 1466, y habría sido una moneda muy abundante y que había sido depositada en grandes cantidades en la Tabla de Comunes Depósitos. Cita que en 1477, una vez terminada la guerra, había en dicha Tabla cuatro mil pacíficos cortos y cercenados, y que se pidió permiso al rey para fundirlos y fabricar, libres de monedaje, medios y cuartos de pacífico.

Al morir Pedro en Granollers en 1466 el título fue ofrecido a Renato I de Anjou, que fue representado por su hijo Juan II de Lorena, y a su muerte por su nieto Juan de Calabria. Renato I había sido depuesto en 1442 como rey de Nápoles, y el reino había sido incorporado a la Corona de Aragón. Durante su reinado se acuñó exclusivamente moneda de oro de cuartos, medios y pacíficos de la misma tipología en la ceca de Barcelona, posiblemente reutilizando antigua moneda áurea devaluada.

Juan II buscó la alianza con Castilla con el matrimonio de su hijo Fernando con su prima Isabel. Tras un largo asedio, el 8 de octubre de 1472 Barcelona se rindió tras una amnistía general. Las graves fracturas sociales y económicas de este enfrentamiento fueron heredadas por el futuro Rey Católico. Fernando II de Aragón ocupó el Rosellón y la Cerdaña, reformó el Consejo y la Diputación barceloneses y adoptó el programa económico para la recuperación de la Busca. La Generalitat sufrió un fuerte desprestigio. En cuanto a las revueltas campesinas, y tras el final de la Guerra de Sucesión castellana, se tomó el compromiso de la Sentencia Arbitral de Guadalupe del 21 de abril de 1486, por el que los malos usos fueron suprimidos mediante el pago de sesenta sueldos o sous para indemnizar a sus señores, y el monarca recibió la suma de 50.000 libras.

Para saber más:

PÉREZ, J., Isabel y Fernando: Los Reyes Católicos, Editorial Nerea, Hondarribia, 1988.
RIERA MEILS, A., 1359–1518, Historia de la Generalidad de Barcelona y sus presidentes, Vol I., Enciclopedia Catalana, S.A. (editorial), Barcelona, 2004.
RUIZ CALLEJA, A., Las monedas de la Guerra Civil Catalana (1462-1472), blognumismatico.com, http://blognumismatico.com/2017/09/28/las-monedas-de-la-guerra-civil-catalana-1462-1472/.
SALAT, J., Tratado de las monedas labradas en el Principado de Cataluña con instrumentos justificativos, Imprenta de Antonio Brusi, Barcelona, 1818.

viernes, 3 de noviembre de 2017

Los metales preciosos en la América española: la falacia del agotamiento

Publicado en Oroinformación, 3 de noviembre de 2017


 La “Leyenda negra” sobre España también incluyó, desde hace siglos, la falacia del agotamiento total del oro y la plata de las tierras de Indias. Según dicha leyenda, los españoles habrían esquilmado hasta la extenuación las minas de esos metales preciosos situadas en los virreinatos de Nueva España (actual México), Nueva Granada o del Perú (que incluía hasta Panamá). Es decir, habría agotado totalmente el oro y plata americanos.

Tal cúmulo de mentiras y falsedades son tan obvios que hoy en día pueden ser desenmascarados con los datos reales de instituciones propias de cada país (bancos centrales, ministerios de Minas, etc.), o con los informes mensuales del Consejo Mundial del Oro, del Silver Institute, etc. Embustes y patrañas saltan por los aires con datos tales como que México es, en la actualidad el país mayor productor de plata del mundo, con 5.791 toneladas de producción en 2016 y 28,4 millones de onzas extraídas durante el primer semestre de 2017, con 6 grandes minas de la que la famosa Fresnedillo está a la cabeza. Perú ocupa el segundo lugar mundial de los países productores de plata, con 4.593 toneladas el pasado año, además de ser el país con las reservas más grandes del mundo, nada menos que 120.000 millones de toneladas… Así podríamos seguir con Bolivia (1.300 toneladas en 2016), Chile (1.500 toneladas), etc.
Por lo que se refiere al metal rey, el oro, Perú ocupa sexto lugar del mundo entre los países de mayor producción, 150 toneladas en 2016, y México el octavo, con 120 toneladas.
Si eso fue esquilmar, está claro que la citada leyenda es una total patraña, o bien es que los españoles de los siglos XVI, XVII y XVIII fueron unos chapuceros y no supieron vaciar las minas de Potosí, Zacatecas y demás.
 Hasta aquí, el argumento de “Oroinformación” sobre la gran mentira. Pero es que, además, numerosos estudios de investigación histórica y económica también desenmascaran los malintencionados bulos con la aportación de datos como los que el doctorando Pedro Cano proporciona a continuación con este interesante y documentado artículo.
Humboldt fue el primer autor que estudió sistemáticamente la producción de metales preciosos de las Indias españolas desde su descubrimiento hasta principios del siglo XIX. Consideraba arbitrarios los cálculos realizados hasta esa fecha, y afirmaba que gran parte de los que al tema se habían acercado no habían hecho más que copiar los datos contenidos en el Tratado de comercio y marina de Gerónimo de Uztáriz, que asimismo se había basado en los cálculos de Sancho de Moncada y Pedro Fernández de Navarrete. La síntesis que realizó de los cálculos de los principales autores que habían tratado el tema fue la siguiente: 

Autores
Épocas
 Millones de Pesos
Uztáriz
1492-1724
3.536
Solórzano
1492-1628
1.500
Moncada
1492-1595
2.000
Navarrete
1519-1617
1.536
Raynal
1492-1780
5.154
Robertson
1492-1775
8.800
Necker
1763-1777
304
Gerboux
1724-1800
1.600
El autor de Reserches


sur le Commerce
1492-1775
5.072

Realizó un minucioso cálculo de todas las cantidades de metales preciosos producidas en las minas americanas desde 1492 a 1803. Para ello, utilizó los registros de las Casas de Moneda y de las Tesorerías Reales de México y Potosí, y otros datos obtenidos in situ para las producciones de otras áreas del Perú, Buenos Aires y Nueva Granada, tanto para las cantidades efectivamente registradas como para las que habían sido remitidas a Europa vía contrabando. 
En base a estos datos, calculó que el importe total del oro y la plata registrados en las posesiones españolas había ascendido entre estos años a 4.035.156.000 pesos. A ello habría de añadirse las cantidades que no constaban en los registros, y que ascendían a un total de otros 816.000.000 pesos, con lo que el montante total de lo producido habría ascendido a 4.851.200.000 pesos. La distribución de esta producción en los diversos virreinatos sería la siguiente:  

Divisiones políticas
Pesos
Virreinato de Nueva España
2.028.000.000
Virreinatos del Perú y Buenos Aires
2.410.200.000
Capitanía General de Chile
138.000.000
Virreinato de Nueva Granada
275.000.000

     A estos importes habrían de sumarse las cantidades que no habían sido beneficiadas en las minas, y que constituyeron el botín de las primeras huestes, que estimó en 106.000 marcos de oro más, por valor de unos 25 millones de pesos. Llegó incluso a calcular las cantidades importadas de metales preciosos en Europa por periodos, por medias anuales, siendo los resultados que reflejó los siguientes:  
Épocas
Medias anuales
1492-1500
250.000
1500-1545
3.000.000
1545-1600
11.000.000
1600-1700
16.000.000
1700-1750
22.500.000
1750-1803
35.300.000

   Humboldt estimaba que a finales del siglo XVIII en la América española se quintaban anualmente 41.400 marcos de oro y 3.563.000 marcos de plata, según la documentación a la que había tenido acceso en España y en el reino de la Nueva Granada, lo que coincidía con la afirmación de Campomanes, que estimaba en 1775 la importación de metales preciosos en treinta millones de pesos. El desglose de dichas magnitudes por Virreinatos era el siguiente:  

Divisiones
Oro

Plata

Valor total
políticas
Marcos
Marcos
en pesos
Virreinato de  Nueva España
7.000
2.250.000
22.170.740
Virreinato del Perú
3.400
513.000
5.317.988
Capitanía General de Chile
10.000
29.700
1.737.380
Virreinato de Buenos Aires
2.000
414.000
4.212.404
Virreinato de Nueva Granada
18.000
poco
2.624.760
Total
40.600
3.206.700
36.063.272

A dichos importes se tenían que añadir los que habían eludido el quintado y habían pasado de contrabando. Según los datos manejados, el importe del total extraído de las minas indianas habría sido notablemente superior, como se refleja en el siguiente cuadro: 

Divisiones
Oro
Plata
Valor total
políticas
Marcos
Kilos
Marcos
Kilos
en pesos
Virreinato de Nueva España
7.000
1.609
2.338.220
537.512
23.000.000
Virreinato del Perú
3.400
782
611.090
140.478
6.240.000
Capitanía General de Chile
12.212
2.807
29.700
6.827
2.060.000
Virreinato de Buenos Aires
2.000
506
481.830
110.764
4.850.000
Virreinato de Nueva Granada
20.505
4.714


2.990.000
Total
45.117
10.418
3.460.840
795.581
39.140.000

    Humboldt hacía referencia a las cantidades estimadas por diferentes autores coetáneos, considerándolas demasiado elevadas. Así, Malaspina mostraba una producción en 1793 de 40 millones de pesos; Jacob, autor del artículo Méjico de la Enciclopedia Británica, en 42.721.000 pesos; y El Viajero Universal, en 1798, estimaba la cantidad de 38.200.000 pesos. Tampoco consideraba acertados los datos reflejados en La riqueza de las Naciones de Adam Smith, que valoraba las remesas anuales de metales preciosos desde el continente americano a Cádiz y Lisboa en 6 millones de libras esterlinas, estimando que esta cantidad estaba infravalorada en 2/5 partes. 
Según Adam Smith, toda la plata y el oro conducidos anualmente a España y Portugal según las relaciones más verídicas no excedían regularmente de seis millones de libras, o 27 millones de pesos fuertes. Para Lionet, en un año común las minas españolas producían 14.000 marcos o 3.750 kilogramos de oro puro, con un valor de 12.055.555 francos 56 céntimos, y 1.400.000 marcos o 375.000 kilogramos de plata pura, con un valor de 77.777.777 francos y 78 céntimos.
Los datos referidos al Nuevo Reino de Granada fueron refutados por José Manuel Restrepo. Para él, los cálculos referentes a Barbacoa y a Cauca eran correctos, pero los del Chocó eran muy exagerados. Los cálculos realizados por Vicente Restrepo indicaban una producción para el mismo periodo de 440.000.000 pesos, de los que 194 millones se correspondían al siglo XIX.
Otros autores realizaron cálculos divergentes sobre esta producción, como el de Soetbeer, que estimaba un monto global de más de 661 millones de pesos. Gran parte de las divergencias, como pone de manifiesto Melo, vienen derivadas de las estimaciones sobre el contrabando y la evasión de impuestos, y por contener sus estudios la producción de regiones diferentes.
Los cálculos de Hamilton en su clásica obra American Treasure and the Price Revolution in Spain, 1501-1650, han sido utilizada durante mucho tiempo por los sucesivos historiadores que han tratado la revolución de los precios en Europa y de la producción argéntea indiana. Según dicha serie, entre 1521 y 1530 sólo se habrían recibido en España 149 kilogramos de plata, cantidad que se fue incrementando en los siguientes decenios hasta llegar a unas 303 toneladas en el decenio 1551-1560.
A partir de este decenio se produjeron espectaculares crecimientos, desde las 943 toneladas del siguiente hasta las 2.708 del primer decenio del siglo siguiente. A partir de este momento la importación de plata se estabilizó  alrededor de las 2.200 toneladas decenales hasta 1630, y tuvo un rápido descenso hasta llegar al mínimo de 443 toneladas en los años 50, el último de los periodos estudiados. En total, Hamilton estimaba que entre 1503 y 1660 las importaciones argénteas de las Indias ascendieron a 16.887 toneladas.
Cipolla estimaba que durante el siglo XVI se produjeron 16.000 toneladas de plata, en el siguiente 26.000 toneladas y durante el siglo XVIII más de 39.000 toneladas, una marea que inundó primero España y posteriormente un país tras otro, dotando a los mercados internacionales de una liquidez excepcional, lo que favoreció extraordinariamente el desarrollo del comercio intercontinental. Este autor ponía en tela de juicio los cálculos de Humboldt, dado que a su entender estos datos, basados en los registros oficiales, obviaban la plata fuera de registro, las importaciones por contrabando que alcanzaron a su entender dimensiones extraordinariamente elevadas. 
En todo caso, de todos los cálculos realizados se desprende que la producción de oro se incrementó progresivamente a lo largo del siglo XVIII, y el porcentaje del incremento de la moneda batida en el mismo es de un 780%, con lo que la tasa anual de crecimiento se situaría en un 2,3%, en una continua y regular expansión del sector a lo largo del siglo.
Morineau estimaba que entre 1721 y 1740 se importaron unos 8,5 millones de pesos, procedentes 4,2 de Tierra Firme, o 4,8 en la hipótesis más favorable, y 5,3 de Nueva España. Ente 1746 y 1750 habrían llegado según sus cálculos a Europa sin distinción del país más de 100 millones de pesos, en el siguiente lustro al menos otros 90 millones. A finales del siglo XVIII, España habría recibido un montante anual de 7 millones de pesos de Tierra Firme y 8 millones desde Nueva España, según Bernal. 
Entre los años 1763 a 1783 las remesas de Indias supusieron una media anual de tres millones y medio de pesos, si bien hubo años en los que, como en 1774, su importe fue muy elevado, 134.503 reales de vellón. En esta época fueron más importantes las recibidas desde el virreinato del Perú que de las procedentes del de Nueva España, una tendencia que se invirtió en los últimos años del siglo a favor del virreinato septentrional, y que llevó a que en los años de la Guerra de la Independencia se situasen en un 90% del total.
Según Miño, la transferencia neta fiscal de los territorios indianos entre 1763 y 1783 habría significado el 15% de los ingresos ordinarios de la tesorería metropolitana, alcanzando el 25% en la década de 1790, el 40% entre 1802 y 1804 y aproximadamente el 50% entre 1808 y 1811.  Esto significó en moneda 3,5 millones de pesos en la primera etapa y más de 5,4 millones hasta 1805, sin contar los ingresos de las transacciones comerciales y del estanco del tabaco, contribuyendo Nueva España con más de un 50% hasta 1787 y con un 75% hasta 1811, lo que se tradujo según este autor en 30 millones de pesos de plata, de los que 24 millones eran originarios de Nueva España.
La enorme descapitalización y la desacumulación debida a los préstamos, donativos y a la consolidación de los vales reales fueron según este autor factores determinantes de la independencia después de 1804, con la expropiación de la renta generada por el crédito por parte de la Corona, que apuntó al corazón de un sistema económico en el que todas las transacciones se encontraban articuladas por el crédito eclesiástico y usurario.
Además de los caudales remitidos, la Real Hacienda de Nueva España tenía un papel capital en el mantenimiento de las fortificaciones y los presidios de su virreinato en el Caribe, las provincias interiores y Filipinas, al igual que la Caja de Lima se ocupaba del mantenimiento de las guarniciones chilenas y de Panamá, la de Potosí de las del nuevo virreinato del Río de la Plata y las Cajas de Quito y Bogotá de los gastos de las guarniciones de Cartagena y Guayaquil.
Grafe e Irigoin defienden que mientras que el monto global de las remesas remitidas a la Península indudablemente crecieron en el siglo XVIII, constituyeron una modesta parte del gasto público global a comienzos de la centuria y una parte marginal al final de la misma. Ello a su entender demuestra que el Imperio Español no fue una máquina extractiva de los recursos indianos hacia la metrópoli, incluso en este momento de máximas tensiones fiscales por las guerras libradas en Europa, siendo mucho más importantes las transferencias entre las Cajas Reales de los distintos territorios, y que durante esta centuria se avanzó en el proceso de descentralización fiscal.
Según estos autores, el estudio de las colecciones de rentas públicas en las colonias españolas ha cambiado la caricatura absolutista del gobierno español y ha abierto nuevos debates sobre la interpretación de estructuras imperiales comparadas. Llegan a la conclusión de que su análisis de los ingresos públicos españoles en la metrópoli y en las colonias les lleva a creer que la función utilitaria de la Corona española estaba realmente centrada en el engrandecimiento y supervivencia del Imperio al menor coste posible, lo que dependió en parte de su capacidad de aplicar estos recursos para el funcionamiento y la protección del mismo sin incurrir en excesivos costes fiscales y políticos. Afirman asimismo que la enorme expansión de los territorios que se produjo en el siglo XVIII fue, como toda la empresa colonial española, autofinanciada.

Para saber más:

BERNAL, A.M, "Remesas de Indias: De "Dinero político" al servicio del Imperio a indicador monetario", en BERNAL, A.M., (ed.), Dinero, moneda y crédito en la Monarquía Hispánica, Madrid, 2000, pp. 353-384.
CARAVAGLIA, J.C. “La cuestión colonial”, en Nuevo Mundo Mundos Nuevos, Número 4 – 2004, pp. 1-11.
CIPOLLA, C.M., La Odisea de la plata española. Conquistadores, piratas y mercaderes, Barcelona, 1999.
GRAFE, R., y IRIGOIN, A., The political economy of Spanish imperial rule revisited, www.um.es, version 2, 14 Apr. 08, 31 pp.,
HAMILTON, E.J., American Treasure and the Price Revolution in Spain, 1501-1650, Cambridge, Massachusetts, 1934.
HUMBOLDT, A. von, Ensayo Político sobre la Nueva España, T.III, Paris, 1827.
LIONET, P.L., Manuel du systême métrique ou Livre de réduction de toutes les mesures et monnaies des quatre parties du Monde, Lille, 1820.
LORENZO ARROCHA, J.M., Galeón. Naufragios y Tesoros, Santa Cruz de la Palma, 1999.
MELO, J.O., “Producción minera y crecimiento económico en la Nueva Granada durante el siglo XVIII”, Revista Universidad del Valle, nº 3-4, Cali, 1977.
MIÑO GRIJALVA, M., “La Ciudad de México: de la articulación colonial a la unidad política nacional, o los orígenes económicos de la centralización federalista”, en RODRÍGUEZ O, J.E., Revolución, independencia y las nuevas naciones de América, Fundación MAPFRE Tavera, Madrid, 2005.
MORINEAU, M., Incroyables gazettes et fabuleux metaux: les retours des trésors américains d’après les gazettes Hollandaises (XVIeme et XVIIeme siècles), París, 1985.
RESTREPO, V.,  Estudio sobre las minas de oro y plata de Colombia, II ed., Bogotá, 1888
SMITH, A., Investigación de la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones, T. II, trad. de Josef Alonso Ortiz, Valladolid, 1794.

jueves, 26 de octubre de 2017

El real de a ocho español: tres siglos de la moneda más universal de la Historia

Publicado en OroInformación, 27 de octubre de 2017

Es de sobra conocido el capital papel que la moneda de plata española tuvo durante más de tres siglos en la economía a nivel planetario. El Imperio Español fue la unión monetaria y fiscal más grande que ha conocido la Historia, que además de dotarse de un numerario uniforme y de calidad que sobrevivió a las graves crisis económicas mundiales prácticamente inalterado hasta que la independencia de las nuevas Repúblicas Iberoamericanas acabó con el flujo de metales preciosos y con el propio sistema monetario. En su base se encontraba el real de a ocho, conocido también como peso, duro, piastra, patacón o dólar, entre otras denominaciones, una moneda de gran módulo que tuvo su origen en la plata encontrada en la segunda mitad del siglo XV en los yacimientos de los estados germánicos y en las monedas acuñadas por los monarcas de la Casa de Habsburgo en el Sacro Imperio.

Tras su adopción por los monarcas españoles, fue el numerario que alcanzó la más amplia distribución a nivel mundial de toda la Historia y que estuvo en la base económica de la primera economía mundo. Tras el descubrimiento de América y la puesta en producción de sus minas de plata, el mundo mediterráneo dejó de ser el eje comercial y monetario europeo, y las monedas italianas, preponderantes en la Baja Edad Media, se vieron sustituidas por los nuevos reales de a ocho españoles. El nuevo numerario se extendió por toda Europa a gran velocidad. Desde los reinos de Castilla se extendió a los demás territorios de la Monarquía en España, Italia y Flandes, así como a Portugal y a Francia, y en los años 40 del siglo XVI a todo el continente. Aunque se estima que una tercera parte de la moneda española que llegó a Europa se reacuñó en las cecas de Inglaterra, Francia u Holanda, ya en esta época temprana todos los mercaderes europeos que comerciaban con los países árabes o con el Imperio Otomano debían necesariamente satisfacer sus compras en moneda de plata española.

 La moneda española era especialmente demandada en Oriente. Los comerciantes portugueses, como después los holandeses, ingleses, franceses o daneses debían llevar en sus viajes para la adquisición de mercancías en China y la India este tipo de moneda y no otra hasta bien entrado el siglo XIX. Era una moneda abundante, con un contenido en metal noble adecuado, que no pagaba tributos durante su transporte, no debía reacuñarse en moneda propia de cada país y era universalmente aceptada por los comerciantes, y especialmente por los de los países de Oriente, que no mostraban interés por ningún otro producto que los europeos les pudieran suministrar. En este periplo la moneda española se convirtió asimismo en la base del sistema monetario de toda la costa africana y sus islas, así como de los de las diferentes colonias de los países europeos en los cinco continentes.

Gran cantidad de estos reales de a ocho fueron asimismo remitidos para cubrir los desequilibrios comerciales en el área del Báltico. Desde Rusia esta moneda se dirigía hacia Oriente con el comercio con Tartaria, el Imperio Persa y China. Los reales españoles que llegaban al Imperio Otomano salían en la misma dirección para alimentar el comercio del café en el Mar Rojo y por Arabia hacia el Imperio Mongol de la India. El Indostán y la India fueron el destino final de la mayor parte de los mismos, tanto de los que procedían de las rutas terrestres y marítimas que hemos visto como de los que llegaban directamente, vía el Galeón de Manila, desde Nueva España. Ambos imperios se monetizaron gracias a este flujo, y con su demanda, igualmente, sostuvieron las bases económicas del Imperio Español.

Durante toda la Edad Moderna y hasta bien entrado el siglo XIX, los pueblos de Oriente reconocieron el escudo de la Monarquía Hispánica acuñado en los reales de a ocho como la garantía de una ley fidedigna y un peso constante, y se resistieron a aceptar otra moneda de nuevo cuño que no les ofrecía ninguna seguridad. Igualmente, los nuevos imperios que sustituyeron al español, y muy especialmente el británico, adoptaron el real de a ocho como su patrón monetario, y los territorios donde circulaba se resistieron a los intentos posteriores de su sustitución por el patrón esterlino metropolitano. Esa es la razón de la existencia actual de los diversos dólares, moneda común junto al peso en los territorios iberoamericanos con el mismo origen a todo el territorio americano, así como a las antiguas colonias europeas de Oriente y del área del Pacífico. El real de a ocho está asimismo en el origen de las actuales monedas asiáticas de referencia: el won, el yuan o el yen. 

viernes, 6 de octubre de 2017

La Casa de Moneda de Santiago de Chile en el siglo XVIII

Publicado en Asociación Numismática de Chile, Anuario 2016-2017


https://www.academia.edu/34784059/La_Casa_de_Moneda_de_Santiago_de_Chile_en_el_siglo_XVIII

Como consecuencia de las condiciones del comercio en este Reino, la moneda había sido siempre escasa en el mismo, situación que se agudizó a comienzos del siglo XVIII con el incremento del comercio y el contrabando. Como pone de manifiesto García Bernal, en 1709 se alcanzó en Francia la cifra de 30 millones de piastras- reales de a ocho- de oro y plata procedentes de los negocios realizados en el Mar del Sur, una cantidad casi equivalente a los metales finos egresados en el Perú.  El 6 de  marzo de 1720 Francisco Acosta y Ravanal, capitán de caballería, hizo a la Real Hacienda la propuesta de montar a su costa una Casa de Moneda en Santiago de Chile, que no fue aprobada.