jueves, 18 de enero de 2018

La reforma monetaria de los Reyes Católicos y su vigencia durante la Edad Moderna

Publicado en Gaceta Numismática nº 194, Diciembre 2017, pp. 85-92
http://ceipac.ub.edu/biblio/Data/A/0968.pdf

A comienzos del siglo XV el sistema monetario castellano estaba compuesto de circulante de oro, la dobla, los reales de plata y las monedas de vellón, y los monarcas habían conseguido organizar una política de emisiones unitarias para todo el reino y fijar la ley y talla de las monedas batidas. Si bien desde 1390 a 1430 hubo una política monetaria estable, entre esta última fecha y 1480 se produjo un paulatino envilecimiento del vellón, y hubo importantes desórdenes monetarios en los reinados de Juan II y Enrique IV.

     El sistema monetario vigente en la Corona de Castilla en tiempos de los primeros Borbones fue heredero de la gran reforma monetaria realizada por los Reyes Católicos en la Pragmática de Medina del Campo de 1497, que puso fin a un periodo de enorme inestabilidad monetaria en Castilla durante el siglo XV. En la misma se introdujo en el reino para el oro el modelo del ducado veneciano que ya había sido adoptado en Aragón, Cataluña y Valencia, mandándose acuñar una nueva especie monetaria, el excelente de la granada.

La Guerra del Rosellón y la Casa de Moneda de México

Publicado en Panorama Numismático, 18 de enero de 2018

La Guerra del Rosellón, también conocida como de la Convención o de los Pirineos, enfrento a la Monarquía española  con la recientemente constituida Primera República francesa entre los años 1793 y 1795, dentro del conflicto generalizado en Europa entre esta última y la Primera Coalición.  Para hacer frente a los gastos que este conflicto, se recurrió a la continua emisión de Vales Reales y se urgió a los territorios ultramarinos a que remitieran fondos para contener el creciente déficit del Estado.

  Es en este contexto donde encontramos, en el Archivo General de la Nación de México, una carta del virrey de Nueva España, Miguel de la Grúa Talamanca, Marqués de Branciforte, fechada el día 29 de mayo de 1795. En la misma, el virrey comienza haciendo referencia a la necesidad de hacer acopio de sumas considerables de dinero para la próxima remesa a enviar a la Península, sin con ello perjudicar la remisión de los situados a Cuba y a las demás islas.

  Esta perentoria necesidad le había llevado a requerir reiteradamente al superintendente de la Real Casa de Moneda, don Francisco Fernández de Córdoba, previniéndole bajo responsabilidad de que no omitiese medio alguno para influir en la pronta acuñación tanto de los metales que habían entrado en la ceca como de los que iban entrando, para que con ello tanto la Real Hacienda como los particulares recibiesen con prontitud las cantidades que les correspondieran.

  El virrey era consciente de que en muchas ocasiones el ingreso de plata excedía la labor que las máquinas eran capaces de amonedar, por lo que había buscado arbitrios para, según sus propias palabras, superar esa dificultad. La solución no pasaba por hacer que se trabajase por la noche, dado que además de estar prohibido por las Ordenanzas de esta ceca conllevaba numerosos riesgos y gastos, en unas oficinas expuestas al robo o al incendio.

  Al encontrarse en la Casa de Moneda gran cantidad de barras de plata sin acuñar, no le quedó al virrey, según el texto del documento, más recurso que disponer, previo el permiso que pidió y dio el Obispo de la ciudad, que se trabajase en la ceca los domingos y festivos el tiempo que hiciese falta. En virtud de ello, informaba que en los veintitrés días que pasaron desde el 21 de abril hasta el 13 de mayo se había acuñado la cantidad de tres millones de pesos, recibiendo la cuenta del superintendente de haberse concluido la acuñación de todos los metales que había y que fueron entrando en la oficina.

  Concluye el virrey su carta alabando la labor de Córdoba, recomendándole por su aplicación, celo y eficiencia, así como a los demás ministros y dependientes. Según un Oficio remitido por el superintendente y que el virrey adjuntó a su carta, la cuantiosa labor llevada a cabo carecía de precedente desde el establecimiento de la Casa de Moneda. Con ello, se habría proporcionado a los vasallos interesados el poder contribuir según sus facultades a… las urgentísimas atenciones a la Corona por vía de préstamos donativos o imposiciones a censo redimible, a que los he excitado en los términos que el caso requiere.

  Según los estudios de Guillermo Céspedes del Castillo, es cierto que en este año de 1795 se acuñaron 2.817.521 marcos de plata, lo que suponía 23.948.929 pesos, la mayor cantidad de marcos y pesos batidos en la ceca novohispana desde 1536. Pero no es menos cierto que la Paz de Basilea, firmada por España por separado en este año, por la que se cedió la Isla Española a Francia y se reconoció a esta República, no supuso la llegada de la paz. El año siguiente comenzó la Guerra Anglo-Española, a la que pocos años después siguió la Guerra de la Independencia.

  En este escenario bélico constante, el déficit de la Monarquía se hizo crónico, y las llamadas a los fondos procedentes de los Reinos de las Indias se multiplicaron. Las cantidades acuñadas en la ceca de México no dejaron de incrementarse, con un máximo en el año 1804, el último del enfrentamiento con los británicos, con 3.063.493 marcos y 26.130.971 pesos labrados, hasta que en la segunda década del siglo XIX comenzaron a caer. La emisión de Vales Reales y los préstamos recibidos de los habitantes de Nueva España no pudieron ser reembolsados, lo que según algunos autores fue uno de los motivos para que empezasen a decantarse por la independencia.

Fuente

Archivo General de la Nación, México, Correspondencia de Virreyes, 180, fol. 240-241.

Agradecimientos: Archivo General de la Nación de México, Roberto del Vecchyo Calcáneo

miércoles, 17 de enero de 2018

La historia de la Onza

http://adatio.eu/websalasubastas/subastas/subasta_31012018/subasta_31012018_catalogo.pdf


Colaboración en la introducción histórica, documentación y notas sobre ensayadores en el catálogo de Cayón Subastas de 31 de enero de 2018 de su subasta en el Hotel Palace de Madrid, celebrando su cincuentenario.

lunes, 15 de enero de 2018

Un expediente sobre la labra de moneda de oro en México en el archivo General de Indias

Publicado en Legajos, Boletín del Archivo General de la Nación, Octava época, Año 4, septiembre-diciembre 2017, México, pp. 115-131.

https://www.academia.edu/35673004/Un_expediente_sobre_la_labra_de_moneda_de_oro_en_México_en_el_archivo_General_de_Indias


Resumen: El presente artículo estudia un expediente conservado en el Archivo General de Indias, con signatura A.G.I.,  MEXICO, 77, R.3, N.50, relativo a la petición realizada por el virrey Conde de Alba de Liste para que se autorizase la labra de moneda de oro en la ceca de la capital virreinal. Esta petición, contestada por Real Cédula, no fue atendida hasta ocho años después, debido principalmente al celo de Francisco de Montemayor de Cuenca, oidor de la Real Audiencia de México, a pesar de la resistencia de algunos de los principales mercaderes de la ciudad.

Palabras clave: Moneda, oro, Consulado de México, Casa de Moneda

Abstract: The present article studies a file preserved in the Archivo General de Indias, with the signatures A.G.I., MEXICO, 77, R.3, N.50, concerning the petition made by the viceroy Count de Alba de Liste to authorize The minting of gold coin in the mint of the viceroyalty capital. This request, answered by Real Cedula, was not attended until eight years later, mainly due to the zeal of Francisco de Montemayor de Cuenca, oidor of the Real Audiencia of Mexico, in spite of the resistance of some of the main merchants of the city.

Keywords: Currency, gold, Mexican Consulate, Mint

domingo, 14 de enero de 2018

El contrabando de metales preciosos, oro y plata, en la América española

Publicado en OroInformación, 12 de enero de 2018


https://www.oroinformacion.com/es/OroInformacion/escuela/1261/El-contrabando-de-metales-preciosos-oro-y-plata-en-la-América-española.htm

En este nuevo artículo de la serie que Oroinformación dedica a los metales preciosos en la América Hispana, abordamos la cuestión del contrabando. Una actividad que, según autores como E. J. Hamilton, suponía que entre el 10 y el 50% de los metales preciosos que llegaba a los puertos europeos escapaba al control de las autoridades.
La visión positiva de Hamilton sobre el control del contrabando de metales preciosos desde la América Hispana (que estimaba que los caudales entrados fraudulentamente podían representar entre un 10 y un 50% del total, estando dicho porcentaje más próximo a la cifra más baja), no es compartida por muchos autores posteriores, como Chaunu. Morineau, utilizando como documentación las Gacetas Holandesas, que registraban las cantidades recibidas tanto por el tráfico legal como por el ilegal, llegó a la conclusión de que es en aquellos años en los que se habían registrado menos arribadas de plata en los que se encuentran mayores aumentos en las llegadas del metal argénteo fuera del control oficial a los puertos europeos.

El contrabando de oro y plata no era solamente llevado a cabo por nacionales de otros países. Era frecuente que barcos españoles tocaran puerto en Jamaica o en las islas francesas violando las leyes de estos países. No fue infrecuente tampoco que los contrabandistas y los comerciantes entregasen regalos y grandes cantidades de dinero a las autoridades locales para que no interviniesen en sus negocios. Así, Malamud recoge que los capitanes del navío de permiso inglés Bedford pagaron en Cartagena 75.000 pesos, y que el gobernador de Buenos Aires recibía el 25% de las ganancias de la Compañía del Mar del Sur.
También se intentó llevar a cabo un férreo control para evitar el contrabando en la Carrera de Indias, que llevaba aparejado desde un primer momento penas de confiscación y que posteriormente se fueron ampliando a suspensión del cargo para los oficiales públicos, exilio perpetuo de las Indias y pérdida de privilegios para las personas de posición elevada, y a condenas a galeras que llegaban hasta los diez años para personas de inferior rango. Se establecían además pingues recompensas para los denunciantes de esta práctica, y una vez a bordo se controlaba que los barcos no fuesen abordados en el mar por otros o que no se enviasen chalupas de auxilio sin que en las mismas estuviese una persona de confianza.

El control que redoblaba cuanto más cerca se estaba del puerto de destino, Sevilla o, posteriormente, Cádiz. Una vez en Sanlúcar de Barrameda, el capitán de la Flota notificaba a la Casa de Contratación y al Consejo de Indias los extremos del viaje, y no se permitía a nadie desembarcar hasta que el buque no hubiese sido inspeccionado exhaustivamente por los funcionarios de la Casa de Contratación, con toma de declaración a todos los pasajeros y marineros y apertura de los equipajes.
Cipolla afirmaba que en la década de los años 60 del siglo XVI el contrabando de oro y plata se convirtió en una práctica cada vez más habitual. Cita entre otros el caso de una de las naves de la flota que naufragó cerca de Cádiz en 1555, y que cuando se recuperó la carga se descubrió que en lugar de los 150.000 reales de plata declarados transportaba exactamente el doble. Recoge asimismo que en 1626 la Casa de Contratación estimaba en dos millones y medio de reales las importaciones de plata no declarada en ese año, y en un millón y medio las del siguiente.

Este autor citaba asimismo una Cédula de 1648 que calculaba que solamente de Perú y de Chile llegaban a Sevilla medio millón de ducados al año no registrados, y otra Real Cédula de 18 de marzo de 1634 que denunciaba que esta práctica había llegado a límites insospechados. Finalmente, este autor recoge que en 1660 las autoridades decidieron abolir la obligación del registro “…que por aquel entonces muy pocos practicaban ya”.
Las leyes no siempre fueron aplicadas en su máximo rigor, prometiéndose en varias ocasiones el indulto a quienes confesasen voluntariamente cantidades importantes de metales preciosos y satisficieran la avería. Felipe III, ante el hecho constatado de que estos indultos suponían un aumento del contrabando, estableció en 1618 que los mismos no volverían a ser otorgados.

A pesar de ello, se volvió a recurrir a esta práctica, y muy especialmente en los últimos años del reinado de su hijo Felipe IV, a la vista de la alarmante disminución de los ingresos y de las importaciones registradas legalmente. Si bien en 1661 las Aduanas pasaron a administrarse por cuenta de la Real Hacienda y se rebajaron algunos derechos a resulta de las quejas de los comerciantes, en 1663 se dieron en arriendo a un tal Eminente, que fue condenado y preso por no cumplimentar el contrato, si bien volvió a arrendarlas en tiempos de Carlos II hasta 1717.
Mainar le definía como aventurero y desmoralizado, y que con el fin de cortar el contrabando e incrementar sus ganancias les concedió gracias y mercedes, admitiendo el 4, el 6 o el 7% que gastaban con los metedores o contrabandistas en vez de cobrar los derechos. Si bien los indultos se cobraban normalmente en los puertos andaluces, a principios del siglo XVIII se llegó a cobrar en Francia a los veleros de esta nacionalidad que regresaban de las Indias españolas.

En las posesiones antillanas de otros Estados europeos se producía salida de moneda hacia sus respectivas metrópolis. Muy importante fue el papel de la parte francesa de Santo Domingo, donde Vilar cita los casos de Guizot y Millot, dos comerciantes de la isla que remitían reales de a ocho a Marsella, de donde se remitían a un banquero parisiense que inscribía su valor en la cuenta de una compañía establecida en Cádiz, que probablemente había remitido mercancías por igual valor a Inglaterra. En el caso holandés, el comercio ilícito se realizaba en la isla de Curazao.

Entre 1695 y 1726 un total de 181 barcos salieron de Francia con destino al Mar del Sur. Según los estudios llevados a cabo por Malamud, los retornos de estos viajes entre 1701 y 1725 supusieron un total de 47.000.000 de pesos, que comparado con los 27.767.287 pesos trasladados por los galeones de Tierra Firme en el mismo periodo, supondría que al menos un 65% del comercio exterior peruano habría sido realizado por los franceses.
Vilar hace referencia a llegadas de barcos españoles a las costas francesas y al intercambio en estos puertos atlánticos, especialmente en la Bretaña, de mercancías por reales de a ocho. Este comercio se hacía en muchas ocasiones de forma ilegal, sin pagar derechos y realizando las cargas y descargas en playas desiertas. De su volumen da constancia el hecho de que en 1775 cinco empleados de la Hacienda española se trasladasen al puerto de Beaucaire, lo que detuvo la feria durante dos días, en los que clandestinamente se realizaron operaciones por valor de 40.000 pesos, y cuando los inspectores se marcharon el volumen se incrementó a 100.000 pesos en sólo media jornada.

En el activo contrabando inglés participaban sus grandes compañías, siendo la del Mar del Sur la que operaba en las Indias. Sus tres centros operativos se encontraban en Jamaica, Barbados y el puerto de Buenos Aires. El gobierno español estimaba que en 1728 esta compañía controlaba una tercera parte del contrabando introducido en sus Indias, y un informe ordenado por Carlos III en 1759 estimaba que los beneficios obtenidos por los ingleses eran de unos seis millones de pesos al año.
Para el envío de metales preciosos sin registrar se utilizaban asimismo los puertos canarios. En la primera mitad del siglo XVII se limitaba el tonelaje concedido a este comercio a setecientas toneladas. Pero el Consulado de Sevilla afirmaba en 1654 que había más de sesenta buques con base en las Islas Afortunadas que realizaban tratos con las Indias, y que algunos de ellos realizaban hasta dos viajes al año, trayendo de ellas principalmente plata, la mayor parte de ella sin quintar, es decir, sin aplicar el quinto real o impuesto de la quinta parte de la mercancía que iba dirigida a la Corona. Fue también el archipiélago uno de los centros neurálgicos del comercio holandés con Indias, al margen del monopolio sevillano.

Otra forma de traer fraudulentamente plata a Europa pasaba por el puerto de Buenos Aires, donde los comerciantes holandeses introducían mercancías con destino al Perú y se llevaban plata. Según Arzáns, citando los datos recopilados por Muñoz de Camargo y otros vecinos de Potosí, en 112 años este tráfico ilícito ascendió a 560 millones de pesos de plata sacada clandestinamente por Buenos Aires sin pagar los reales quintos. 
El centro de estas actividades estaba situado en Ámsterdam, y su protagonista, según Serrano Mangas, fueron la activa comunidad sefardí de esta ciudad, y las comunidades de cristianos nuevos de origen hebreo establecidas en el Nuevo Mundo, que prosperaron especialmente tras la unión de las coronas de 1580. Muchos de los barcos que realizaban este comercio de plata, normalmente sin quintar, procedían de las Canarias, aunque también había embarcaciones procedentes de los puertos vascos. En una contestación del Consulado de Sevilla de 1659, se estimaba que por esta vía se distraía anualmente la cantidad de un millón de ducados.
El comercio entre Cádiz y Ámsterdam en el siglo XVIII ha sido estudiado en profundidad por Ana Crespo. Si bien algunas naves neerlandesas cruzaron directamente el Atlántico, y relaciona cuatro ocasiones en las que se tocó el puerto de Tenerife, la inmensa mayoría de las transacciones se llevaban a cabo en Cádiz, con un uso cada vez más extendido de los navíos de registro, incluso antes de la extinción del sistema de flotas.

Para Humboldt, las cantidades que salían sin pagar el quinto, vía contrabando, eran menores de lo que algunos estimaban, y que alcanzaban entre la mitad y un tercio del producto total. En el virreinato de Nueva España, donde solamente estaban habilitados los puertos de Veracruz y Acapulco, estimaba que la cantidad de plata embarcada sin registrar hacia la Habana y Jamaica, en el primero de ellos, o a Filipinas y Cantón, en el segundo, no ascendía a más de 800.000 pesos.

No obstante lo anterior, recogía que dichas cantidades crecerían conforme los norteamericanos e ingleses visitasen las costas de Sonora y Guadalajara, y se fuesen acercando a las orillas del gran río del Norte. En cuanto al comercio con China y Japón, afirmaba que tras el esperado fin del monopolio fluiría, como de hecho así sucedió, gran cantidad de plata hacia Asia. En Japón la ratio de la plata y el oro estaba en proporción de 8 o 9 a 1, y en China de 12 o 13 a 1, mientras que en México era de 15 5/8 a 1.
Say, citando la obra de Humboldt, afirmaba que la proporción entre el valor del oro y el de la plata no era en ningún modo relativa a las cantidades de estos metales suministrada por las minas, y que en la práctica no era posible asignar un valor fijo a mercancías cuyo valor es realmente variable, por lo que se debía dejar que una onza de oro o de plata buscasen sus diferentes valores en los cambios en los que se tenía por conveniente usar estos metales.

Tras la declaración de libre navegación del río Atrato (actual Colombia) se había incrementado mucho el contrabando de oro. En vez de remitirse el oro en barras o en polvo a las cecas de Santa Fe y Popayán, parte del mismo se dirigía a Cartagena y Portobelo, y desde allí a las colonias inglesas. La adversa climatología había abierto los puertos españoles al comercio de harina de Filadelfia, lo que unido a la entrada de esclavos negros de África favorecían estas prácticas. Los llamados rescatadores, que realizaban el comercio de oro en polvo en Popayán, Buga, Cartagena y Mompox, sacarían de contrabando según sus cálculos unos 2.500 marcos de oro (en Castilla un marco equivalía a 230 gramos) del Chocó, Barbacoas, Antioquía y Popayán.
La mayor parte del comercio fraudulento de metales preciosos en el Perú se hacía hacia el este de los Andes, por la cuenca del Amazonas, en una cantidad de 100.000 marcos para todo el virreinato. En Chile, la proporción del oro que salía fraudulentamente era según sus cálculos de ¼ del total, si bien Ulloa había estimado la proporción del legal e ilegal de 3 a 2. Del virreinato del Río de la Plata saldría fraudulentamente 1/6 parte,  unos 67.000 marcos.

Bibliografía
Cipolla, C.M. (1996). La Odisea de la plata española. Conquistadores, piratas y mercaderes. Barcelona: Crítica.
Crespo Solana, A. (2000). El comercio marítimo entre Ámsterdam y Cádiz (1713-1778). Estudios de Historia Económica nº 40. Madrid: Banco de España.
Chaunu, P. (1982). Conquista y explotación de los nuevos mundos. Barcelona: Labor.
Hamilton, E. J. (1983). El tesoro americano y la revolución de los precios en España, 1501-1650. Barcelona: Ariel.
Hanke, L. (1967). El otro tesoro de las Indias: Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela y su Historia de la Villa Imperial de Potosí. AIH, Actas II, 51-72. Nimega: Instituto Español de la Universidad de Nimega.
Humboldt, A. von (1827). Ensayo Político sobre la Nueva España, T.III. Paris: En casa de Rosa, gran patio del Palacio Real.
Mainar, R.M. de. (1851). Compendio Histórico de las Aduanas de España, desde la reunión definitiva de Castilla y León hasta fin de 1850. Madrid: Imprenta de Luis García. 
Malamud, C.D. (1981). El comercio directo de Europa con América en el siglo XVIII. Algunas consideraciones.  Quinto Centenario 1, 25-52. Madrid: Universidad Complutense.
Say, J.B. (1821). Tratado de Economía Política, ó exposición sencilla del modo que se forman, se distribuyen y se consumen las riquezas, 4ª ed. Trad.de Juan Sánchez Rivera, T. I. Madrid: Imprenta de don Fermín Villalpando.
Vilar, P. (1974). Oro y Moneda en la Historia (1450-1920). 3ª ed. Barcelona: Ariel.

Parecer del Consulado de Sevilla. Sevilla, 22 de agosto de 1654. AGI., Indiferente 2693

lunes, 11 de diciembre de 2017

Los metales preciosos en la América española: Los tesoros perdidos.

Publicado en OroInformación, 7 de diciembre de 2017
https://www.oroinformacion.com/es/OroInformacion/escuela/1165/Los-metales-preciosos-en-la-América-española-Los-tesoros-perdidos.htm

En los primeros años del Descubrimiento los barcos realizaron el tornaviaje de manera aislada, en los llamados navíos sueltos, pero ya en los años veinte del siglo XVI, y ante los ataques de los corsarios berberiscos y franceses en las costas atlánticas del Nuevo y Viejo Mundo, se comenzó por parte de la Corona a armar buques de guerra que patrullaban las costas andaluzas y el actual litoral marroquí, así como las cercanías de algunos puertos en las propias Indias.

Un poco más tarde, ya a mediados del siglo, se comenzó a agrupar a los mercantes en convoyes, bajo la protección de barcos de guerra que se financiaban mediante el llamado impuesto de avería, que se había de pagar por las mercancías transportadas a ambos lados del Atlántico. Esta fórmula que en 1565 se reguló, estableciendo dos flotas anuales, una en enero y otra en abril, que cubrían el comercio ultramarino, bien equipadas de armamento y personal. Para Pierre Chaunu, lo que determinaba la navegación en convoy era no sólo el deseo de seguridad, sino las dificultades de la navegación, la falta de buenos pilotos y la protección que suponía que en caso de naufragio se pudiesen salvar hombres y tesoros.

Carlo Maria Cipolla da la fecha del 16 de julio de 1561 como la del establecimiento de la Carrera de Indias, en la que se reorganizó la estructura de las flotas, se ordenó que cada año partiesen dos flotas en enero y agosto, y se prohibió la navegación de ninguna nave fuera de las mismas. Cada una de estas flotas debía ir comandada por un capitán general y un almirante, y en la nave capitana y en la almiranta debía haber una dotación de 30 soldados. A pesar de la prohibición, según este autor de los 18.767 viajes de ida y vuelta que se produjeron entre 1506 y 1650, 8.222 fueron realizados en convoy, 6.887 no están determinados y 2.658 fueron hechos por navíos sueltos.

Debido a los retrasos que sufrían estas flotas por las operaciones de carga y descarga y por los problemas para contratar marineros, las Ordenanzas de 1564 abolieron el sistema de flotas y lo sustituyeron por dos convoyes anuales, debiendo partir las que tenían como destino Por una Pragmática de 18 de octubre de 1564 se determinó que la llamada Flota de Nueva España navegase en abril, y la de  Tierra Firme en agosto o septiembre.  

El centro de agrupamiento de las flotas estaba ubicado en La Habana, donde les esperaban los buques de escolta, y de donde tenían que partir antes del día 10 de agosto, para evitar los huracanes. De allí, en una partida que se demoraba frecuentemente y de fecha secreta, contenida en un sobre lacrado, se enfilaba el Canal de las Bahamas con dirección noroeste hasta los 38º, donde se aprovechaban los vientos dominantes hacia el archipiélago de Las Azores para llegar fácilmente a la Península.

Todo esto supuso un importante freno a los ataques de los corsarios, toda vez que, según la documentación contenida en los archivos de la Casa de Contratación, abundan las noticias de ataques fallidos de piratas y corsarios a estas flotas. Para Cipolla, el periodo más desgraciado fue el quinquenio 1587-1592, en el que los piratas ingleses capturaron más del 15% de la plata destinada a Sevilla, si bien el autor reconocía que los españoles salieron muy bien librados de la durísima batalla que tres poderosas naciones, Francia, Holanda e Inglaterra, habían emprendido contra ellos.

De hecho, y como afirmaba Hamilton, solamente en dos ocasiones, en 1628 y en 1656 se consiguieron por ellos objetivos importantes, en el primer caso los holandeses apoderándose de la flota de Nueva España y en el segundo los ingleses impidiendo la arribada de la flota de Tierra Firme. Esta escasez de capturas contrasta vivamente con la exagerada y romántica imagen que se tiene de los grandes tesoros que estos corsarios consiguieron amasar.

Según García Bernal, que estudió el impacto de las actividades piráticas y corsarias sobre el comercio español en el siglo XVIII, y conforme a los datos facilitados por García Baquero para el periodo 1717-1759, de los 28 barcos hundidos o apresados 25 lo fueron entre 1741 y 1748, durante la Guerra del Asiento o de la Oreja de Jenkins, y 22 de ellos lo fueron por ingleses, no teniendo por tanto esta actividad gran consideración en este siglo.

   El viaje anual de las Flotas de la Plata no estaba exento de peligros. En muchas ocasiones, las inclemencias o los ataques de los enemigos y piratas produjeron naufragios, en ocasiones de toda una Flota. Por su situación destacó la labor realizada por el puerto de La Habana, situado en la boca del seno mexicano, cerca del canal y de la parte septentrional del continente y Florida, lugar donde se produjeron importantes naufragios.

   Otro punto donde se produjeron numerosos naufragios fue el estuario del Río de la Plata, debido a los temporales, al choque contra arrecifes o por ataques de piratas o navíos de otras naciones. El número de ellos se incrementó durante el siglo XVIII, debido al incremento del comercio, al convertirse Buenos Aires en destino de numerosos navíos de registro como capital de un nuevo virreinato y al libre comercio.

   Como afirma Cipolla, en la historia de la Carrera se registran furiosas tempestades que dispersaban las naves a los cuatro vientos rompiendo la cuidada formación defensiva y causando enormes pérdidas y daños. Según este autor, entre 1546 y 1650 de las naves que hicieron un total de 14.456 travesías sólo 402 se hundieron a causa de las tempestades, y de las naves que hicieron 2.221 travesías entre los años 1717 y 1772 sólo se perdieron 85, un auténtico record. De acuerdo con Morineau, en los quince años transcurridos entre 1741 y 1757 llegaron a Nueva España 164 transportes sin contar 24 avisos, 45 bajo pabellón neutral, 40 franceses, 3 holandeses, 1 imperial y 119 españoles.

La Guerra de la Oreja de Jenkins, entre 1739 y 1748, dio un duro golpe al sistema de flotas, y supuso la extensión del uso de los navíos de registro al Mar del Sur. Según María García Fernández, la base económica del conflicto se encontraba en los deseos británicos de comerciar libremente con las posesiones españolas y la defensa de España de su monopolio mercantil.

Si bien la armada británica era mucho más poderosa que la española, los mares de América y Europa se vieron patrullados por los guardacostas y los corsarios españoles, que les infringieron daños notables, alcanzando las cotas más altas de capturas en todo el siglo. Los corsarios vascos operaban en el Atlántico Norte, cerca de las costas de las Islas Británicas, los gallegos en las costas portuguesas, y en el área del Estrecho destacó especialmente el papel de Ceuta. En 1779 se creó la escuadra corsaria del Consulado de Cádiz, estudiada por Herrero Gil.

La Guerra de los Siete Años, entre 1756 y 1763, tuvo como consecuencia la cesión a Inglaterra de la Florida y la cesión por Francia a España de la Luisiana. La ampliación de la marina, que comenzó en tiempos de José de Patiño y continuó con el marqués de la Ensenada, dio como resultado que se dispusiese en tiempos de Carlos III de una flota de 66 barcos de línea.

En cuanto al comercio con las naciones de Asia, destino de gran parte de los metales procedentes de la América española,  se estima que, de todas las rutas comerciales del momento, fue la de la China o del Galeón de Manila la más dura, y que la que más muertes se cobró. Hubo caso, como el del galeón San José, que llegó a la Nueva España en  1657 con su carga intacta, pero sin supervivientes. También hubo casos de ataques piratas, sobre todo de holandeses y británicos, con un balance de solamente cinco naos atrapadas por los ingleses.

Como pone de manifiesto Ollé, se puede poner en relación la actividad comercial ibérica desde Manila y Macao en el siglo XVI como un factor de canalización de un flujo comercial suficiente para que el Imperio Chino tomase medidas para la pacificación e integración en el sistema de las últimas redes de piratas y contrabandistas, organizadas en grandes flotas navales.

Para saber más:

 CÉSPEDES DEL CASTILLO, G., “El Real de a Ocho, primera moneda universal”, en ALFARO ASINS, C., (Coord), Actas del XIII Congreso Internacional de Numismática, Madrid, 2003, Vol. 2, 2005, pp. 1751-1760.
CHAUNU, P., Conquista y explotación de los nuevos mundos, Barcelona, 2ª ed., 1982.
CIPOLLA, C.M., La Odisea de la plata española. Conquistadores, piratas y mercaderes, Barcelona, 1996.
GARCÍA BERNAL, M.C., "El Comercio", en RAMOS PÉREZ, D. (Coord.), América en el siglo XVIII. Los Primeros Borbones, Historia General de España y América, Tomo XI-1, Madrid, 1983.
GARCÍA FERNÁNDEZ, Mª. N, Comerciando con el enemigo: El tráfico mercantil anglo-español en el siglo XVIII (1700-1765), Biblioteca de Historia, CSIC, Madrid, 2006.
HERRERO GIL, M.D., El mundo de los negocios de Indias, Sevilla, 2013.
LAVALLÉ, B., “La América Continental (1763-1820)", en La América Española (1763-1898), Col. Historia de España 3er milenio, Madrid, 2002
LORENZO ARROCHA, J.M., Galeón. Naufragios y Tesoros, Santa Cruz de la Palma, 1999.

domingo, 3 de diciembre de 2017

Medallas para Filipinas fabricadas en México en tiempos de Carlos III

Publicado en UNAN Numismática nº 21, Diciembre 2017, pp. 17-20

https://issuu.com/unannumismatica


La Capitanía General de Filipinas, adscrita desde su creación en el siglo XVI al virreinato de Nueva España, sufrió en 1762 la invasión y ocupación durante casi dos años de su capital, Manila, por un ejército británico, lo que supuso la ruina económica del archipiélago. Para el desarrollo del territorio, se creó en 1782 el Estanco de Tabaco y se llevaron a cabo medidas para su desarrollo económico, y es en esta situación en la que se ordenó la labra de las medallas que se estudian en el presente artículo.