lunes, 8 de junio de 2020

Los Reales de Minas hispánicos y la frontera de la Gran Chichimeca en el siglo XVI

Publicado en Oroinformación, 8 de mayo de 2020


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En 1546 se encontró el yacimiento de Zacatecas en el norte del Virreinato de Nueva España, la Nueva Galicia, en el corazón mismo de la Gran Chichimeca. A diferencia de lo que sucedió en Potosí, donde el descubrimiento fue casual, el de Zacatecas fue resultado de una actividad de exploración e investigación por parte de un pequeño contingente de españoles e indios al mando de Juan de Tolosa. En los siguientes diez años se produjeron nuevas expediciones por parte de Diego Ibarra y Juan de Oñate, estableciendo nuevos Reales de Minas en San Martín, Sombrerete y Mazapil.

Como afirmaba Colmeiro, las minas casi siempre se descubrieron en montes tan agrios y ásperos que los hombres huyen de vivir en ellos, si la esperanza de lograr considerables riquezas no los determina a fijar en unos sitios tan solitarios y silvestres su morada. Su descubrimiento servía para poblar en pocos años los parajes más desérticos, y hacer lugar famoso lo que antes era infeliz aldea. Se desarrollaban las artes mecánicas, acudían los mercaderes, se animaba el cultivo, crecía el consumo, se levantaban casas y se formaba una villa o acaso una ciudad como por encanto.

Según Chaunu, las poblaciones mineras contribuyeron extraordinariamente al proceso de aculturación de los indios, al atraer a grandes cantidades de ellos como masa laboral, ofrecerles un poder adquisitivo relativamente alto como trabajadores asalariados y ser los únicos asentamientos españoles en regiones muy extensas, como en este caso del norte de Nueva España, el altiplano de Charcas, donde se ubica Potosí, o el norte de Chile.

La ruta que unía estas minas septentrionales con México, el Camino Real de la Tierra Adentro, se jalonó de presidios y de misiones, y a ella se trasladaron junto con los mineros procedentes del centro del virreinato agricultores, ganaderos y comerciantes. Este trazado permitió también la fundación y pacificación de los territorios de Nuevo México, Texas y California.

Este territorio se correspondía con la Gran Chichimeca, una amplia área que se corresponde con los actuales estados mexicanos de Jalisco, Aguascalientes, Zacatecas, Guanajuato, San Luis Potosí y Querétaro. Los españoles dieron ese nombre a todos los habitantes del centro y norte de la Nueva España, que se agrupaban en cuatro naciones principales: los pames, zacatecos, guachichiles y guamares. La mayor parte de ellos eran cazadores recolectores nómadas en una zona árida con escasas precipitaciones y clima variable dependiendo de la altitud.

A pesar de la pronta colonización del área, se tardó mucho tiempo en pacificarla. Los chichimecas atacaban a los españoles que cruzaban sus territorios y masacraban sus asentamientos. La pacificación se intentó tanto con las armas como con la evangelización, pero ninguna de las dos vías dio el resultado esperado. Finalmente, la solución fue el establecimiento de pueblos de españoles y de Repúblicas de Indios, trasladando a estas últimas numerosas familias tlaxcaltecas, mexicas y tarascos o poblándolas con propios chichimecas pacificados. Aun así, otros pueblos chichimecas abandonaron sus territorios y se desplazaron hacia el norte. En un primer momento se establecieron repartimientos entre las comunidades indígenas para trabajar las minas, muy criticados al violar la libertad de los indios, lo que dio lugar a un enconado debate jurídico y teológico.

En 1552, las tropas de don Nicolás de San Luis Montañez, indio noble de Jilotepec, derrotaron a los chichimecas jonáz del norte de Guanajuato, firmando tratado de paz entre los chichimecas y los otomíes, estos últimos representando al virrey de la Nueva España. El virrey Don Luis de Velasco decretó la fundación de San Luis de la Paz. Su población en un primer momento se dedicó a la extracción de mineral en Santa Brígida y Palmar de Vega. Los jesuitas les enseñaron la viticultura, que junto a la ganadería son hasta la fecha sus actividades económicas principales.

En los reales de Zacatecas y el Parral, el grueso de la mano de obra se componía de indios libres, como los chichimecas, adscritos voluntariamente al Parral y a los que se pagaba con mantas de fabricación local. Tras un largo conflicto que se dilató casi cuarenta años, se pusieron en producción reales de minas que ya habían sido descubiertos, pero que no pudieron ser beneficiados durante la guerra, como el de Sombrerete, Fresnillo o Charcas. Para su abastecimiento, se establecieron numerosas poblaciones con una gran producción agrícola y ganadera, como Silao, Celaya o San Felipe. También se levantó una línea de presidios para defender el Camino Real entre Querétaro y Zacatecas.

Los centros mineros, como Zacatecas y Guanajuato, pronto se convirtieron en hermosas ciudades y muy rápidamente en emporios comerciales que enlazaron todo un circuito comercial hacia la capital de la Nueva España. El auge de la producción minera se dio entre 1572 y 1580, al pasar de 216.000 a 1.400.000 pesos anuales, pues se beneficiaron minerales de bajo costo o alta ley, principalmente en vetas superficiales.

Cipolla estimaba que durante el siglo XVI se produjeron en las Indias españolas 16.000 toneladas de plata, en el siguiente 26.000 toneladas y durante el siglo XVIII más de 39.000 toneladas, una marea que inundó primero España y posteriormente un país tras otro, dotando a los mercados internacionales de una liquidez excepcional, lo que favoreció extraordinariamente el desarrollo del comercio intercontinental.

Bibliografía

BAKEWELL, P., "La minería en la Hispanoamérica colonial", en América Latina en la época colonial, Vol. II, Economía y Sociedad, Barcelona, 1990, pp. 131-173.
CARRILO CÁZARES, A., El debate sobre la guerra chichimeca, 1531-1585: derecho y política en la Nueva España, El Colegio de Michoacán, 2000.  
CHAUNU, P., Conquista y explotación de los nuevos mundos, Barcelona, 2ª ed., 1982.
CIPOLLA, C.M., La Odisea de la plata española. Conquistadores, piratas y mercaderes, Barcelona, 1996.
CISNEROS GUERRERO, G., “Cambios en la frontera chichimeca en la región centro-norte de la Nueva España durante el siglo XVI”, Investigaciones Geográficas Boletín 36, 1998, pp. 57-70.
COLMEIRO, M., Historia de la Economía Política en España, Tomo II, Madrid, 1863.
LÓPEZ MORALES, F.J.,El Camino Real de Tierra Adentro”, En El oro y la plata de las Indias en la época de los Austrias, Madrid, 1999.
SÁNCHEZ ÁLVAREZ, M., Los chichimecas y su integración en el Modernismo y Capitalismo, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, 2019.

miércoles, 20 de mayo de 2020

El descubrimiento y labor de las minas en la América Española por iniciativas privadas

Publicado en Oroinformación, 20 de mayo de 2020

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No hay ninguna duda de que la esperanza de encontrar metales preciosos fue una de las causas principales de la rápida penetración española en sus Indias Occidentales. Si bien las expediciones de descubrimiento y sumisión, en la terminología de la época, fueron llevadas a cabo por la iniciativa privada de las conocidas como huestes indianas, no es menos cierto que los monarcas remitieron precisas instrucciones a los virreyes, gobernadores y presidentes de los distintos territorios en los que se les exhortaba a primar el descubrimiento y puesta en producción de las minas de oro y plata, considerando que estos metales eran el nervio principal de sus reinos.

En un breve espacio de tiempo, los ingresos de la Corona pasaron a depender considerablemente de la actividad minera en el continente americano. Esta importancia se demuestra en el hecho de que, en el caso de la Nueva España, los principales núcleos de población surgieron a la vera de los grandes centros extractivos donde se localizaban los conocidos como Reales de Minas, y que las familias más prósperas de este virreinato debiesen su posición a estos metales preciosos.

Asimismo, la producción minera y el transporte de los metales preciosos vieron el nacimiento de importantes rutas de tráfico y caminos, y estimularon el establecimiento y crecimiento de núcleos de población, así como de actividades agrícolas y ganaderas para su abastecimiento, dinamizando con ello la economía tanto a nivel local como general.

Si bien en tiempos del Descubrimiento las teorías jurídicas vigentes defendían la regalía y dominio eminente de la Corona sobre las minas, ya en tiempo de Felipe II se legisló para arrendar o vender algunas minas de oro, plata o mercurio, al considerarse que no eran muy ricas en mineral. Con ello se pretendía obtener algún beneficio para la Real Hacienda, y las gestiones debían ser llevadas a cabo por los virreyes, dando noticia de ellas al Consejo de Indias.

La Corona no obstante tuvo especial cuidado en controlar la producción y la distribución del mercurio o azogue, con lo que al menos teóricamente podía fiscalizar y controlar toda la producción de plata, dado que las cifras del contrabando y evasión fiscal pudieron ser importantes. La Corona mantuvo a perpetuidad su propiedad, aunque concedió el usufructo de las mismas a sus descubridores durante treinta años. Asimismo, se prohibía el beneficio de los metales con otro azogue que el de la Corona y su comercio entre particulares, estando penada su contravención con la muere y confiscación de sus bienes.
Las leyes relativas a la minería de la Corona de Castilla fueron aplicables en las Indias, siempre que se considerase conveniente y no fuesen contrarias a lo legislado para cada Reino, pero también se dictaron Ordenanzas y Leyes particulares para estos territorios, de obligado cumplimiento.
“Los metales preciosos eran, como pone de manifiesto Martín Acosta, necesarios para que los monarcas de la Casa de Habsburgo financiaran su política imperial”. Por ello, rápidamente se legisló prometiendo a sus descubridores o a los del mercurio necesario para su beneficio premios, normalmente una cantidad de dinero, o incluso, como en el caso de una Pragmática de Carlos I de 1530, dicho premio debía pagarlo en sus dos tercios a Real Hacienda y el otro tercio los interesados en beneficiarla.

Ya en época del emperador se reconoció a los indios el derecho a descubrir y poseer minas, en igualdad con los españoles o mestizos, librándoles de la autoridad sobre ellos de los españoles o de sus propios caciques. En tiempos de Felipe IV y Carlos II se les concedió el derecho a la exención de impuestos para ellos y sus descendientes a perpetuidad, y en el caso de los indios peruanos, la exención de no entrar en los cupos de las mitas o trabajos obligatorios. Si los descubridores fueran sirvientes de alguien, debían necesariamente registrarlas a nombre de sus dueños.

La actividad minera tenía que hacer frente tanto a las necesidades de la producción a gran escala como a la de la formación de los trabajadores. La antigua minería prehispánica se convirtió en una industria, con la introducción de continuas mejoras técnicas, el uso del azogue y de nuevas herramientas. En cuanto a los trabajadores de esta industria, los hubo tanto libres como asalariados, y en los virreinatos meridionales sorteados por cupos, una figura prehispánica conocida como Mita, hasta el siglo XVIII.

Aun así, la necesidad de trabajadores en las minas de Potosí hizo que numerosos indios, que en un primer momento comenzaron a trabajar en los cupos de las mitas, siguieran trabajando libremente en las minas en sus descansos legales y después de la terminación de su prestación, conformando en el siglo XVII la mitad de la fuerza laboral de los trabajadores indígenas de las minas de Potosí.

La ley penalizaba la falta de laboreo de las minas descubiertas, y en tiempos de Felipe IV se estableció un plazo de cuatro meses para que, en caso de no realizarse actividades para su explotación, pasaran a considerarse desamparada o desierta, y cualquiera podía denunciar la situación ante la justicia ordinaria. Una vez hechas las diligencias oportunas en un nuevo cuadernillo de minas, la mina era adjudicada al denunciante. La misma norma ordenaba a los virreyes, presidentes y oidores de las Audiencias que no prorrogasen este plazo por motivo de mandamientos, recursos, o amparo.

Por Real Cédula de 1 de julio de 1776 se reconoció el Cuerpo de Minería de Nueva España, y seis meses después, a comienzos de 1777 se erigió el Real Tribunal de Minería, dependiente del Importante Cuerpo de Minería. Este Cuerpo publicó en 1783 en México sus “Ordenanzas de Minería”, las primeras desde el reinado de Felipe II, que fueron seguidas por las publicadas para el Perú en 1786.

Este nuevo marco tuvo un tribunal privativo, siendo la institución corporativa del gremio de las actividades mineras. La pertenencia al mismo era obligatoria para todos los empresarios, que debían sufragarlo con un 2% de su producción, era electivo y parte de los fondos debían servir para sufragar, además de los gastos del Tribunal propiamente dicho, la creación de una serie de Bancos de Avíos para facilitar créditos a la minería. Constaba asimismo de diputaciones provinciales, consideradas jurisdicciones aceptadas para resolver los problemas del sector.

Con la reducción de impuestos y el de los precios del azogue y la pólvora se elevaron las ganancias del sector, por lo que los mineros y las casas de comercio invirtieron en la construcción de tiros más profundos y de socavones de desagüe para beneficiar más vetas del mineral. Las crecientes ganancias fueron según Blanco y Romero Sotelo debidas a la conjunción de conjunciones fiscales y a una tecnología hábilmente adaptada a las circunstancias.

Bibliografía

 Recopilación de Leyes de los Reynos de las Indias, Madrid, 18 de Mayo de 1680. Libro IV. Título XIX, Del Descubrimiento y Labor de las Minas.
 BLANCO, M. y ROMERO SOTELO, M.E., “Fiscalidad y crecimiento. Avances y retrocesos de la política borbónica en la economía del siglo XVIII novohispano”, Análisis Económico, 2º semestre, 1999, vol. XIV, nº 30, Universidad Autónoma Metropolitana – Azcapotzalco, México D.F. pp. 187-214
ESCALONA AGÜERO, G., Gazophilacium regium perubicum…, Madrid, 1775.
GAVIRA MÁRQUEZ, M.C., “Disciplina laboral y códigos mineros en los Vireinatos del Río de la Plata y Nueva España a fines del periodo colonial”, Relaciones 102, primavera 2005, Vol. XXVI, pp. 201-232.
LAVALLÉ, B., “La América Continental (1763-1820)», en La América Española (1763-1898), Col. Historia de España 3er milenio, Madrid, 2002.
MARTÍN ACOSTA, Mª E., El dinero americano y la política del Imperio, Colección Realidades Americanas, Mapfre, Madrid, 1992.
MARTÍNEZ RIAZA, A., “Gobierno, sociedad y economía peruanas a fines del XVIII y comienzos del XIX: comentario de dos obras de John R. Fisher”, Quinto Centenario, Vol.1, 1981, pp. 169-173.
MUÑOZ, J., “La minería en México, Bosquejo histórico”, Quinto Centenario, nº 11, 1986, pp. 145-156.
SÁNCHEZ-ALBORNOZ, N., “Trabajo y minería en las Indias”, en BERNAL, A.M., (ed.), Dinero, moneda y crédito en la Monarquía Hispánica, Madrid, 2000, pp. 171-179.

sábado, 2 de mayo de 2020

Los pesos fuertes de Chiloé

Publicado en El Eco Filatélico y Numismático, mayo 2020
http://www.fesofi.es/wp-content/uploads/2020/05/EL-ECO-mayo-2020_ok-comprimido.pdf

Durante la Guerra de Independencia de Chile, los habitantes de Chiloé se mantuvieron fieles al monarca español, y participaron junto con la mayoría de las tribus araucanas del sur de Chile en la conocida como Guerra a Muerte contra los republicanos chilenos. Tras la batalla de Maipú, en 1818, la naciente República de Chile puso en marcha tres campañas, en 1820, 1824 y 1826 para conquistar la isla, frente a la defensa de su gobernador, don Antonio de Quintanilla y Santiago, hasta que finalmente por el Tratado de Tantauco de 18 de enero de 1826, el archipiélago fue anexionado a Chile.

A comienzos del siglo XVIII el dinero metálico era casi inexistente en Chiloé. Por ello las tablas de alerce servían de moneda de la tierra para el intercambio de las mercancías, tanto de salida de la isla como para las mercancías que llegaban, casi siempre provenientes  del Perú. Por ello, a la tabla de madera se le conocía como “moneda de madera”, y a su valor “peso de provincia” o “real de provincia”. El situado enviado desde Perú a comienzos de la centuria siguiente ascendía a unos cincuenta mil pesos.

Según Trivero, los jesuitas introdujeron en Chiloé durante el siglo XVIII unas pequeñas láminas de plata y de cobre, recortadas de forma triangular, con fines de moneda menuda. Para este autor, el dinero efectivo que llegaba al archipiélago, se gastaba rápidamente en las ferias de Lima y del Callao, siendo muy escasa la moneda que quedó en las islas bajo la forma de circulante monetario, aunque para el mismo Chiloé progresó más en 30 años de dependencia del Virrey limeño que en dos siglos de dependencia de la Capitanía General de Chile.

Trivero afirma que entre 1821 y 1822 Antonio de Quintanilla ordenó requisar toda la platería presente en el archipiélago, tanto en manos de particulares como de la Iglesia, recogiendo unos cincuenta kilos. Al parecer, sólo se fabricaron 1.800 piezas, dado que así consta en una carta del intendente de la Provincia de Chiloé, Juan Felipe Carvallo, al Ministro de Hacienda, Manuel Rengifo Cárdenas, con fecha 20 de diciembre de 1832.

Para Trivero, esta cantidad es totalmente irrelevante para una administración que demandaba para sus gastos administrativos corrientes 40.000 pesos. Por tanto, como afirma Jara, posiblemente se trate de una moneda propagandística, en la que se declararía la fidelidad al monarca situando el resello en el campo, sin sobreponerse al busto del rey. José Toribio Medina recogía asimismo que esta emisión era de por sí prueba manifiesta de la relativa independencia de la provincia que Quintanilla comandaba, y de su absoluta fidelidad al monarca español.

El día 20 de marzo de 1854 el brigadier don Saturnino García, que había prestado sus servicios en la isla, donó para el Gabinete Numismático de la Real Academia de la Historia en Madrid un peso fuerte que había sido fundido en esta isla. Como consta en la minuta de recepción del mismo firmada por Antonio Delgado, las autoridades, carentes de numerario, recogieron y fundieron plata de las iglesias y del Estado para utilizarla como moneda.

Dado que carecían de cuños y medios para troquelar moneda, encargaron a un platero llamado Palomino que hiciese moldes para la fundición de esta plata en moneda. Este sistema consiste en fabricar un molde de madera y comprimir arcilla a su alrededor hasta darle consistencia, cortándose posteriormente por la mitad. Dicho molde se rellena del metal fundido para obtener la moneda. Con este método, mucho más tosco que la acuñación por troquelado, la moneda obtenida queda porosa y difuminada. Una vez colada y extraída del molde se le realizó el cordoncillo al borde por medio de un cincel.
El platero utilizó para ello según Montaner moneda acuñada a nombre de los monarcas Carlos IV y Fernando VII en las cecas de Potosí y Lima. En alguna subasta ha aparecido en alguna ocasión incluso una pieza batida en México en 1908, lo cual es cuanto menos dudoso. Sin embargo, las verdaderamente fundidas parecen corresponder a dos moldes, siendo los reproducidos en este artículo. Trivero recoge que posiblemente habría también una emisión con un molde de Lima de 1818.

En el caso de este ejemplar entregado a la Academia se utilizó como molde un real de a ocho acuñado en la Casa de Moneda de Lima en 1819. En el Monetario de la Academia de Nacional de la Historia de Buenos Aires se conserva un ejemplar cuyo molde es una emisión de Potosí de 1822. Para evitar cualquier tipo de fraude y autorizar su circulación, se incluyó en estas monedas el nombre de la isla, a ambos lados del busto del soberano, en dos anagramas, CHI y LOE, realizados por buriladura, dentro de sendos rectángulos a ambos lados del busto del soberano.

El peso de esta moneda, al menos en los ejemplares conservados, es inferior al legalmente establecido, a pesar de que se ordenó que se fundiesen con el mismo peso y ley que la moneda circulante de la época. Esto es así por el propio sistema de fundición, que lleva a que las piezas irremediablemente pierdan parte de su peso y tamaño, siendo el primero de entre 25 y 27 gramos en lugar de 26,8-27,2.

Se acompaña a este artículo la reproducción de tres ejemplares. El primero está fechado en 1819 y tiene la marca de ceca de Lima, siendo por tanto posiblemente de la misma fundición que el entregado a la Academia por don Saturnino García. Para los otros dos se utilizó como molde un real de a ocho de la ceca de Potosí de 1822. Lo exiguo de la emisión y el hecho de que, como luego veremos, se acabasen retirando de la circulación, hacen esta moneda muy escasa y difícil de encontrar.

Esta moneda fundida circuló en Chiloé hasta 1833, y se estima que algunos de los ejemplares conservados podrían ser falsos de época. Entre 1826 y 1832 se fabricaron numerosas piezas falsas, siempre coladas, que se distinguían de las buenas por su menor fineza y, en ocasiones, por ser más burdas. En cuanto a los falsarios, para los cuales se había decretado la pena capital, se encontró solamente a uno.

Según Jara, las noticias que recibió el intendente Carballo, fechadas el 10 de diciembre de 1832, del juez Santiago O´Brien, de San Carlos de Chiloé, tras localizar a un falsario, el mismo declaró que había hecho unos 200 ejemplares aunque el propio juez señalaba que probablemente hubiera sido mayor la cantidad en vista de lo que circulaba. Por esta razón, el 11 del mismo mes el intendente decretó que se prohibía la circulación de esta moneda, concediendo un plazo de 48 horas para validar y cambiar las originales. Consta que se recogieron 509 piezas originales y 334 falsas, que se destruyeron.

Por ello, Trivero afirma que casi con seguridad todas las piezas buriladas son falsas, realizados para engañar a los numerosos coleccionistas. La probabilidad de dar con una pieza buriladas de las que se emplearon en tiempos de Quintanilla para hacer los moldes es a su entender mínima, y la única que pudiera corresponder a eso es el ejemplar de la Academia Nacional de la Historia.

Bibliografía:

Informe sobre el peso fuerte de 1819 con marca de Chiloé, donado por el brigadier Saturnino García en el que explica que las tropas reales al ser expulsadas de Chile se refugiaron en la Isla de Chiloé, donde por falta de numerario acuñaron con la plata de Iglesias y del Estado, con los cuños de un peso fuerte de Fernando VII en Lima, 1819, pero con el resello de Chiloé. http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmc5m7w6.
Çaglević Baković, L., Incorporación de Chiloé al territorio de la República de Chile en el año 1826 y la participación del general O`Higgins https://www.institutoohigginiano.cl/images/PDF/Incorporacion-de-Chiloe-a-Chile.pdf
Jara, C., y Luedeking, A., The Chiloé peso: an important obsidional coin of Chile, Santiago de Chile, 2003.
Montaner Amorós, J, Los resellos. Las monedas españolas reselladas en el mundo, Expo-Galería, 1999.
Oliveira Cedar, E. de, Catálogo del Monetario de la Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, 1997.
Trivero Rivera,  A., Las monedas de Chiloé entre Colonia y República, http://antvwala.blogspot.com/2010/09/las-monedas-de-chiloe-en-tiempos-de-la.html

viernes, 17 de abril de 2020

Un columnario madrileño de 1729 conservado en el Museo de la Casa de Moneda de México

Publicado en Oroinformación, 17 de abril de 2020
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En el Museo de la Casa de Moneda de México se conserva este magnífico ejemplar de un columnario de mundos y mares de 1729, con marca de ceca de Madrid, una M coronada, pero que carece tanto de marca de valor como de sigla de ensayador.  Por su peso se corresponde con una pieza de ocho reales o peso. Durante muchos años se han producido muchos debates sobre su autenticidad, por falta de documentación que explicara su existencia, pero debemos a don Jorge A. Proctor un exhaustivo estudio sobre la misma que muestra el porqué de su labra.

En la Pragmática de 9 de junio  de 1728 se establecía expresamente que las muestras se enviarían ejecutadas en cobre, lo que producía dudas a muchos investigadores, a pesar de la magnífica labra de este ejemplar. En su diseño, que coincide con esta bella moneda, se utilizó el tipo de dos hemisferios adosados bajo una corona, situados entre las columnas de Hércules, Abila y Calpe, asimismo coronadas, con rótulos en los que encontramos las inscripciones PLUS (izquierda) e VLTRA (derecha), todo ello sobre ondas de mar. Alrededor de estos motivos aparece la leyenda VTRAQUE VNUM (de ambos hizo uno, Carta de San Pablo a los Efesios, 2, 14), la fecha de acuñación y las marcas de ceca.  Los tipos de las columnas de Hércules sobre ondas del mar y la leyenda PLUS VLTRA ya se habían usado en los Reinos de las Indias desde la época de Carlos V.

El diseño estaba aprobado ya el 8 de septiembre de ese año, dado que se cita en un Decreto fechado ese día. Sabemos que en fecha 26 de octubre de 1728 don Diego de la Casa, el Jefe de Talladores de la Casa de Moneda de Segovia, recibió el encargo de diseñar una nueva moneda para sustituir al circulante acuñado hasta entonces en las cecas de los Reinos de las Indias, de acuerdo con lo prevenido en la Pragmática de 9 de junio de ese mismo año.

Un año después, en 1729, el modelo definitivo fue realizado por el tallador salmantino Francisco Fernández Escudero. El 19 de agosto el Marqués de Feria confirmó haber recibido la solicitud de las muestras, y el 22 de agosto hizo saber que el tallador Diego de Sosa estaba terminando los cuyos de las piezas de a ocho, dos y los medios reales, dejando la de cuatro para la semana siguiente, y preguntaba si las muestras debían remitirlas en cobre o en plata.

En la respuesta de 24 de agosto, se recoge que las que debieran presentarse al monarca debían según la Junta se realizadas en plata, mientras que las posteriormente se habrían de remitir a las respectivas Casas de Moneda bastaba que fuesen acuñadas en cobre. En fecha 6 de octubre se entregaron dos muestras de todas las piezas del sistema monetario, desde los ocho reales a los medios, pasando por los cuatro, dos y sencillos, sin marcas de ensayador ni de valor. Como afirma Proctor, puede colegirse que uno de estos juegos fue entregado a don Nicolás Peinado Valenzuela, el nuevo director de la Casa de Moneda de México, que se dirigió a su nuevo destino junto a su teniente Alonso García Cortés y al tallador Francisco Monllor.

Para este autor, aunque se ha afirmado que las muestras fueron enviadas al virrey Marqués de Casafuerte, en la Ciudad de México, ello no tiene sentido, dado que las muestras eran enviadas para uso interno de las cecas, es decir que era la norma ser enviadas a sus directores, para ser entregadas posteriormente a los talladores. En el registro de manifiesto rendido de los barcos donde se enviaron las nuevas maquinarias y herramientas en 1730 para la mecanización de la ceca no aparecen estas muestras declaradas oficialmente.

Proctor cita asimismo un escrito del Juez Superintendente de la ceca, José Fernández Veitia Linage de fecha 18 de septiembre de 1732, en el que da cuenta de la recepción de las matrices de punzonería, orlas, letras y gráfilas, así como las monedas efectuadas en plata, en cumplimiento de la Instrucción dada para el gobierno y dirección de las Reales Casas de Moneda de 1728.


La primera ceca en adoptar la nueva tipología fue la de México, que lo mantuvo de 1732 a 1772. La producción comenzó en la Ciudad de México el 29 de marzo de 1732, en presencia del virrey, el superintendente de la ceca, José Fernández de Veitia y Linage, el jefe de talladores, Francisco Monllor, y muchos otros dignatarios y técnicos. Una fecha alternativa para el comienzo de la emisión de los columnarios en Méjico se ha dado en el 25 de febrero de 1732, cuando se produjeron unas cuantas piezas, posiblemente muestras enviadas a España, sin marcas de ceca ni de valor.

Estas monedas, realizadas con la técnica de cilindros, incluían en el canto de las monedas un cordoncillo, para evitar su cercén. Se batieron piezas de a 8, de a 4, de a 2, conocidos sucesivamente como peso, tostón y peseta, reales simples y medios reales. Estos tipos cohabitaron con los antiguos, de escudo grande en anverso y escudo cuartelado en reverso, que se batieron simultáneamente hasta 1734.

Otra moneda de las mismas características, sin marca de valor ni de ensayador, es la onza madrileña de 1729 que se acompaña a este artículo, también si marca de valor ni sigla de ensayador, procedente de la subasta 260 de Áureo & Calicó, Lote 701, celebrada el 27-28 de mayo de 2014.  La misma se corresponde con el nuevo tipo que en  1728 se ordenó a la ceca de México, como a las de Sevilla y Madrid en la Península, que se utilizase para las monedas de oro. Estos tipos consistían en busto a derecha cubierto con peluca en anverso y leyenda PHILIP V D G HISP ET IND REX y fecha, y en el reverso escudo grande rodeado de toisón y leyenda INITIVM SAPIENTIAE TIMOR DOMINI y marca de ceca.

Estas monedas comenzaron a acuñarse en México en 1732, como los reales columnarios antes estudiados. Cabe preguntarse si en el caso de esta muestra sucedió algo similar a lo estudiado por Proctor para el peso columnario de mundos y mares que se encuentra en la Casa de la Moneda de México. Si  igualmente uno de los juegos de muestras que fueron presentados al monarca ese año, fue llevado a México posteriormente por el citado Nicolás Peinado. Parece una bonita línea de investigación.  

Para saber más:


Archivo General de Indias (AGI): México, 749.


Mi más sincero agradecimiento a Jesús Losada Prieto, por darme a conocer esta preciosa moneda

jueves, 2 de abril de 2020

Estabilización y reordenamiento del sistema monetario español en la primera mitad del siglo XVIII

Publicado en Revista Aequitas nº15 2020, pp. 209-205


https://revistaaequitas.files.wordpress.com/2020/03/revista-aequitas-abril.pdf

Resumen: La evolución monetaria española durante el siglo XVIII viene marcada por la continuidad de muchas prácticas anteriores, debida a la recepción de importantes remesas de plata indiana que siguieron llegando, con mayor o menor asiduidad, durante toda la centuria. Será a principios del siglo siguiente, con la independencia de las nuevas repúblicas iberoamericanas, cuando se pierda la que había sido la principal fuente de ingresos del sistema financiero y del propio Estado durante los últimos tres siglos, lo que supuso una mutación sustancial en la evolución monetaria española.

Palabras clave: Moneda, Numismática, Política Monetaria, Siglo de las Luces.

Abstract: The Spanish monetary evolution during the eighteenth century is marked by the continuation of many previous practices, due to the reception of important remittances of American silver that continued to arrive, more or less assiduously, throughout the century. It will be at the beginning of the next century, with the independence of the new Ibero-American republics, with the loss of the main source of income of the financial system and of the State itself during the last three centuries, which supposed a mutation in the Spanish monetary system.

Key words: Currency, Numismatics, Monetary Policy, Enlightenment.

martes, 31 de marzo de 2020

El uso del platino en las más bellas obras de orfebrería prehispánica

Publicado en Oroinformación, 31 de marzo de 2020

https://oroinformacion.com/el-uso-del-platino-en-las-mas-bellas-obras-de-orfebreria-prehispanica-de-la-cultura-de-la-tolita-tumaco/


Si bien el conocimiento del platino como metal noble se relaciona actualmente con don Antonio de Ulloa a mediados del siglo XVIII, los pueblos prehispánicos de la cultura de La Tolita-Tumaco, en el área pacífica de los actuales países de Colombia y Ecuador, en las áreas del Chocó-Nariño y de Esmeraldas, utilizaron este metal para algunas de las más bellas obras de orfebrería de ella conservadas.

Los orígenes de esta cultura se vinculan con elementos provenientes de culturas de Mesoamérica, aunque también hunde sus raíces en culturas locales, especialmente la de Chorrera. Durante su desarrollo mantuvo contactos con culturas como Jama-Coaque, Bahía y otras de los actuales Ecuador y Colombia. La Tolita participó según algunos estudiosos activamente en la difusión de la metalurgia y técnicas de orfebrería hacia Centroamérica.

Los dos yacimientos más importantes de esta cultura, y que le dan nombre, son La Tolita, en la isla de la Tola, en la desembocadura del río Santiago, en el actual Ecuador, y en Tumaco, en los alrededores del río Mira, en la actual Colombia. Su cronología es bastante amplia, dado que abarca desde el año 700 a.C. al 90 d.C., con dos etapas: una Temprana, entre el 700 y el 200 a.C., y otra Clásica, entre esta fecha y el 90 d.C. La orfebrería comenzó a desarrollarse a finales de la primera época, y es en la época clásica cuando se encuentran sus rasgos culturales más importantes. Los primeros trabajos metalúrgicos se remontan al 400 a.C.

Esta cultura indígena consiguió, antes de la llegada de los españoles, aislar y utilizar el platino más o menos puro, o aleado con oro argentífero. Según Paul Bergsöe, el platino se obtenía mezclando pequeñas partículas de su mena en el oro fundido, mediante calentamiento y martilleo alternativos. Según Girolamo Benzoni, en su obra “Historia del Nuevo Mundo” publicada en Venecia en 1565, los orfebres indígenas del actual Ecuador hacían objetos maravillosos sin conocer ningún instrumento de hierro. El oro era trabajado en frío, en caliente o fundiéndolo en crisoles de cerámica, obteniendo la temperatura para ello soplando tubos de madera o cañas.

Una parte importante de la producción parece haberse dedicado a los enterramientos suntuosos. En esta área son abundantes estos enterramientos, que en la mayoría de los casos tienen ricos ajuares funerarios compuestos de adornos corporales de cuarzo, obsidiana y hueso, cerámica y excelentes piezas de orfebrería de oro y platino. Los hallazgos muestran cómo los orfebres destacaron del resto de los artesanos por su elaboración de gran cantidad de piezas de uso funerario y ritual.

El desarrollo técnico alcanzado permitió combinar diversos materiales, aleando varios metales como en el caso de la tumbaga, con oro y cobre, o el bronce arsénico, con cobre y arsénico. La mayor parte de las piezas de orfebrería conservadas fueron realizadas martilleando láminas de metal, pero también hay otras labradas con otros métodos sencillos, como el laminado, el pulido y bruñido, la soldadura o el repujado. También hay ejemplos de técnicas más complejas, como la cera perdida, la filigrana o el vaciado en moldes.

La mayoría de las piezas están relacionadas con la ornamentación personal. Entre ellos se encuentran narigueras, clavos faciales, orejeras, pendientes, collares, anillos, pezoneras, gargantillas, fundas dentales, brazaletes, pectorales, diademas o penachos. Para el uso ritual y para ser enterrados como ajuares de uso funerario se encuentran las máscaras, los cuencos, los cascabeles y las figuras antropológicas y zoomorfas.

Entre esta producción, las piezas maestras de orfebrería en platino encontradas se localizan en el yacimiento de la isla de La Tola, mientras que en Tumaco los objetos de platino encontrados son piezas pequeñas, principalmente orejeras y narigueras. Entre las piezas más importantes se encuentran las máscaras funerarias, naturalistas y normalmente de tamaño natural. En ellas se combinan habitualmente el oro y el platino, utilizándose este último metal para los ojos y algunos adornos complementarios. Las máscaras que representan a seres humanos muestran individuos de rostro amplio, ojos almendrados, labios finos, nariz ancha y un tocado que sugiere una deformación craneana, atribuida a un atributo de rango social. En ella se encuentran o se sabe que había elementos articulados y móviles unidos con grapas o alambres.

Para saber más:

Benzoni, G., La Historia del Mondo Nuovo, (Relatos de su viaje por el Ecuador, 1547-1550), Edición de Carlos Radicati di Primeglio, Guayaquil, 1985.
Bergsöe, P., The metallurgy and the technology of gold and platinum among the Pre-Columbian Indians, Copenhague, 1937.
Mejías Álvarez, Mª.J., “Algunas consideraciones sobre la orfebrería del platino en la América Prehispánica a través de la cultura La Tolita-Tumaco”, Laboratorio de Arte 10, 1997, pp. 47-61.
Scott, D.A., “The la Tolita-Tumaco Culture: Master Metalsmiths in Gold and Platinum”, Latin American Antiquity Vol. 22, No. 1 (March 2011), pp. 65-95.

viernes, 7 de febrero de 2020

Las emisiones portuguesas de la Casa de Austria de Felipe II, I de Portugal

Publicado en UNAN Numismática, nº 34, enero-febrero 2020
https://www.academia.edu/41900333/Las_emisiones_portuguesas_de_la_Casa_de_Austria_de_Felipe_II_I_de_Portugal

Tras la muerte del monarca Sebastián I de Portugal y la aniquilación de su ejército en la batalla de Alcazarquivir o de los Tres Reyes, en el actual Marruecos,  el 4 de agosto de 1578, la corona portuguesa fue heredada por su tío abuelo el Cardenal Enrique I de Portugal. Durante su exiguo reinado, dado que murió el 31 de enero de 1580, se postularon como candidatos a su sucesión Felipe II de España, como hijo de Isabel de Portugal, Catalina de Portugal, los duques de Saboya y Parma y Antonio, el Prior de Crato, hijo natural del Infante Luis de Portugal.

Durante este periodo el abridor de cuños y ensayador de metales fue Gaspar Paes, que ejercía este oficio desde 1551. Al mismo se deben las emisiones a nombre de los sucesivos monarcas portugueses Juan III, Sebastián y el propio Enrique I. De enero a julio de 1580 abrió cuños para los Gobernadores y Defensores del Reino, y de mediados de julio a mediados de agosto recibió órdenes para abrir cuños a nombre de don Antonio, Prior de Crato, superviviente del desastre de Alcazarquivir que se había autoproclamado Rey de Portugal en Santarém el 19 de junio de eses año.

Ante esta situación Felipe II de España, apoyado por las clases dirigentes del Reino,  envió un ejército al mando de Francisco Álvarez de Toledo y Pimentel, I Duque de Alba, que derrotó a las tropas de don Antonio en la batalla de Alcántara el 25 de agosto. El pretendiente huyó hacia el norte, y posteriormente a Francia, y finalmente se dirigió a la Isla Terceira, en las Azores, donde, tras la primera batalla naval de la Historia librada en mar abierto, una escuadra española de 25 naves al mando de don Álvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz, derrotó a una escuadra francesa de 64 naves que apoyaba al pretendiente el 26 de julio de 1582, retirándose don Antonio a Francia en una de las naves fugitivas.

Felipe fue proclamado Rey de Portugal el 12 de septiembre de 1580, y su Jura se produjo en las Cortes de Tomar del 15 de abril de 1581. Una de las disposiciones aprobadas en las Cortes de Tomar fue que Portugal mantendría sus armas y moneda, acuerdo que se cumplió a lo largo del reinado de Felipe I y de sus sucesores. El escudo oficial de Portugal continuó invariablemente portando en campo de plata cinco escudetes en azur dispuestos en cruz con cinco quinas en plata puestas en sotuer, todo ello bordado de gules con siete castillos de oro.

En el capítulo 12 de los Capítulos de los Tres Estados presentaron al monarca se pedía que el precio de la plata debía ser igual en la Casa de Moneda como fuera de ella. 2.570 reís, reais, costaba en la ceca, mientras que fuera de ella valía 2.400, lo que estimaban que producía muchos inconvenientes y engaños para el pueblo. En su respuesta, se dijo que no se debía proveer, dado que sería en perjuicio del bien común de estos Reinos, en cuyo favor debía haber mucha plata para acuñar y que corriese por el reino, y sobre si sobre el precio de la que se labrase hubiese exceso, mandaría tomar información y proveer como entendiese coma más conviniese.

En este ínterin, Paes recibió el 26 de enero de 1581 la orden del Merino Mayor de la Casa Real Portuguesa y Conde de Sabugal, don Duarte de Castelo Branco de que la moneda labrada lo fuese a semejanza de la emitida a nombre de don Enrique, tanto en su peso como en su forma. La Provisión Real llegó en fecha 1 de febrero, y por ella se fijó el valor del oro en 30.000 reais el marco, por lo que quinientos de ellos tenían un peso de 3,82 gramos. Para la plata se fijó el valor en 2.650 reais el marco, por lo que el Tostão tenía un peso de 8,66 gramos. Todas las monedas debían ser acuñadas conforme a las órdenes y provisiones.

Según recogía Lopes Fernandes, en el Libro Iº del Registro de la Casa de Moneda de Lisboa se encuentra una Provisión de Felipe I fechada en Elvas el 1 de febrero, para que se labraran nuevas monedas de oro y plata de la ley, peso y valor de las acuñadas en tiempo de don Sebastián y don Enrique. En fecha 4 de febrero de ese mismo año, se prohibió por Alvará el curso de la moneda batida a nombre de don Antonio, dado que se afirmaba que tanto las monedas de oro como de plata carecían del peso legal, y que se consideraba al Prior como usurpador del Reino, y por tanto carente de la potestad de acuñar moneda. Dicha moneda debía entregarse en el plazo de quince días a los recibidores de rentas, y a cambio recibirse su valor en metal noble. Pasado el plazo de quince días, a cualquier persona, natural o extranjera, a quien se le encontrase dicha moneda, se le aplicarían las penas en las que incurrían los que labrasen y usasen moneda falsa.

Por Alvará de 15 de noviembre de 1582 se alteró el valor del marco de plata, fijándolo en 2.680 reais, y se suprimió el numeral del monarca. En la misma fecha, una Patente das Mercès, Graças e Privilegios dada en Lisboa recogió nuevamente lo votado en las Cortes de Tomar de 1581, que el oro y la plata que se labrase en moneda en estos Reinos y Señoríos lo fuese con los cuños y armas de Portugal. Por Carta de 18 de febrero de 1584 se volvió a introducir el Cruzado de oro, con un peso de 3,06 gramos.

A diferencia de lo que ocurrió en los territorios de la Corona de Castilla, donde por la importantísima Pragmática de 2 de julio de 1588 se introdujo la obligación de incluir la fecha de acuñación, todas las emisiones portuguesas de este monarca carecen de esta marca de control. Felipe II acuñó en plata y oro en la ceca de Lisboa, manteniendo totalmente los módulos, pesos y tipología seguida por los gobernantes anteriores. En cobre encontramos durante su reinado emisiones de diez reais de la ceca de Lisboa, con escudo coronado en anverso dentro de una gráfila de puntos y letras L a izquierda y B a derecha, y la leyenda PHILIPPVS: D.G. REX. PORTUGALIAE: ET +, y en reverso una x con cruces de cuatro puntos en cada aspa, y la leyenda DECIMUS OCTAVUS.

Por la Lei de 1 de febrero de 1581 todas las monedas debían ser, como hemos visto, iguales en peso a las de don Sebastián, debiendo pesar el Tostão 192 gramos, y el marco amonedado de plata se estimaba en 2.400 reais. También como hemos comentado antes, el 15 de noviembre se incrementó el valor del marco amonedado a 2.680 reais, haciéndole equivaler al precio que tenía en Sevilla. De cada marco se sacarían 26 piezas de Tostão y una de 80 reais, teniendo cada Tostão  un peso de 127 gramos. Finalmente, por Alvará de 7 de diciembre de 1595, se ordenó que, atendiendo a la falta de moneda de plata, todas las personas que en el plazo de tres años llevasen su plata a la Casa de Moneda lo podrían hacer a un precio de 2.800 reais `por marco.  El peso de cada Tostão quedó fijado en 164 9/19 gramos. Por todo ello, se fabricó moneda de plata con tres pesos diferentes.

Vicenti relaciona hasta cuatro variantes de emisiones de 20 reais o vintem en plata.  En sus anversos llevan el escudo coronado de Portugal, salvo la cuarta de ellas, en la que solamente encontramos cuatro quinas en la parte central. La primera de ellas lleva la leyenda PHILIPPVS.D.G. La segunda de ellas sería una variante a nombre del rey Sebastián, y en las dos últimas aparece el nombre de Felipe como Rey de Portugal. La mayor diferencia se encuentra en los reversos. Las dos primeras llevan una F y dos X como motivos centrales, y la leyenda REX+ALGARABIORVM. En las dos últimas variantes encontramos como motivo dos X, y mientras que en la primera la leyenda es PORTUGALIE.ALGARB., en el segundo es ALGARBIORVM.AFRICAE.

También en plata encontramos monedas de 40 y 60 reais. En su anverso aparece una F coronada sobre el valor, XXXX dentro de una gráfila. En la de 40 la leyenda es REX.PORTUGALIE.D.G.ET., mientras que en la de 60 reais aparece la leyenda PHILIPPVS.D.G.REX.PORTUGAL+. El tipo de los reversos es igual en ambos casos, una cruz griega, conocida como del monte calvario, flanqueada de cuatro puntos, y la leyenda IN. HOC. SIGNO. VINCES+, careciendo las monedas de ambos valores de gráfila en una variante de ambas.

Se encuentran asimismo varias variantes de emisiones en plata de ½ Tostão, con quinas en anverso y tipos y leyendas similares en reverso para las emisiones antes vistas de 40 y 60 reais. Acuñado con ley de 11 dineros, recibía un valor de 50 reais. Por la Lei de 1582 se sacaban 53 piezas y 30 reais de cada marco, pesando cada moneda 86 gramos. Las emisiones de mayor módulo de plata lo fueron de Tostão, existiendo variantes. En su anverso aparece el escudo del reino y la titulación de  Felipe como Rey de Portugal, y en su reverso aparece nuevamente la leyenda IN.HOC.SIGNO.VINCES+, alrededor de una cruz de la Orden de Cristo, rodeada o no con gráfila.

En las emisiones áureas, la ley estaba fijada en 22 1/8 quilates, valiendo los cuatro cruzados 1.600 reais, con talla de 18 ¾ el marco y peso de cada moneda de 246 1/3 gramos. La Lei de 18 de febrero de 1584 ordenó que no se labrasen las monedas de oro como hasta ese momento, sino que se acuñasen, a razón de 30.000 reais el marco de oro cruzados simples, de a dos y de a cuatro. Los dos cruzados recibían el valor de 800 reais,  con talla de 37 ½ el marco y peso de 123 1/6 gramos,  y el cruzado sencillo tenían el valor de 400 reais, talla de 75 piezas el marco y peso de 61 7/18 gramos la pieza.

Los motivos de las emisiones de oro de uno, dos y cuatro cruzados son muy uniformes, con la leyenda PHILIPPVS.D.G. REX.PORTUGALIE, rodeando las armas de Portugal, y con los valores L a izquierda y las marcas de valor, I, II o IIII a la derecha. Su reverso es en todo similar a las emisiones argénteas de ½ Tostão. En cuanto a las emisiones áureas de 500 reais, su anverso es similar al de los cruzados, pero sin las marcas de valor, y en su reverso encontramos la cruz de la Orden de Cristo y la misma leyenda IN.HOC.SIGNO.VINCES.

En cuanto al circulante en las Islas de Madeira y Puerto Santo, por Lei de 25 de noviembre de 1582 se ordenó que los reales sencillos castellanos corriesen a un precio de dos vintens cada uno, el medio real a un vintem, los dos reales a cuatro vintens y los cuatro reales a ocho vintens.  

Para saber más:

ALMEIDA, V.M de.- “A Gerigonça Filipina. Conjecturas e Heresias”, Numismatas, 2017.
LOPES FERNANDES, M.B., Memoria das moedas correntes em Portugal, desde o tempo dos romanos até o anno de 1856, Parte 1, Lisboa, 1856.
VICENTI, J.A., Catálogo General de la moneda española, Imperio español (Europa), Fernando II 1475 a Fernando I, 1825, 1º ed., Madrid, 1976.

Ilustraciones: Museu Casa da Moeda.