martes, 30 de marzo de 2021

La masiva emisión milanesa de Carlos V de 1551 para la financiación de las campañas de Italia

 Publicado en Crónica Numismática, 30 de marzo de 2021


Entre octubre y noviembre de 1551, como recogía Filippo Argelati, con la plata llegada de las Indias para los ejércitos, se llevó a cabo en Milán una masiva acuñación de moneda de plata de todos los faciales en la ceca de Milán, con destino al pago de las tropas imperiales y para enviar moneda a Cesáreo, embajador de Génova. El monto global de esta acuñación, en ducatones o escudos de plata, medios y cuartos, ascendió a la astronómica cantidad de 7.235 marcos de plata, lo que supone 1,8 toneladas de metal argénteo, que, como afirma Cipolla, España no volvió a ver nunca más. 

El control de la Península Itálica fue motivo de discordia y conflictos larvados o abiertos entre Carlos I de España y V de Alemania y los monarcas franceses. Carlos había recibido en herencia de su abuelo materno, Fernando II de Aragón, el Rey Católico, los territorios de Sicilia y Cerdeña, en la órbita de la Corona aragonesa desde 1296, y el amplio y rico Reino de Nápoles, territorio en disputa entre ambas coronas y finalmente controlado tras las campañas del Gran Capitán en 1504. Su rivalidad con Francisco I, que también se había postulado como Emperador del Sacro Imperio, tuvo en el Milanesado su principal punto de fricción.

El Ducado de Milán, territorio nominalmente perteneciente al Imperio, tenía una gran importancia para la  defensa y conservación de los territorios del sur de la península, y era estratégico para las comunicaciones con el Tirol y Austria. En noviembre de 1521, las tropas imperiales, aliadas con las del Papa León X y con algunos cantones suizos, arrebataron el ducado a los franceses, que lo ocupaban desde 1515, y pusieron en ella como gobernante a Francisco II Sforza.

Un año después, los imperiales, en la batalla de La Bicoca, derrotaron nuevamente a los franceses, aliados con los venecianos. Francisco I se dirigió con un gran ejército a Lombardía, entrando en Milán el 26 de octubre de 1524. La única plaza del territorio que no fue tomada, la de Pavía, defendida por Antonio de Leyva, resistió el asedio francés y finalmente el 24 de febrero de 1525, en la batalla homónima, las tropas imperiales derrotaron a las francesas y tomaron prisionero a su monarca.

A pesar de lo firmado en el Acuerdo de Madrid de 14 de enero de 1526, que ponía fin a su cautiverio, Francisco I pactó con los Estados Pontificios y Venecia la Liga de Cognac en mayo de ese mismo año. Las tropas del duque de Borbón retomaron Milán, todavía en manos francesas, y se dirigió a Roma devastando Toscana. Junto a los lansquenetes de Frunsberg, los Tercios Viejos de Alfonso de Ávalos y los mercenarios italianos de Fernando Gonzaga, se produjo el famoso Saco de Roma. Durante el sitio se realizó la emisión de una moneda de necesidad para pagar a la tropa, de medio y un ducado de plata, con la leyenda VTRIVSQ: SI: ET REX: ARAGO.

Mientras tanto, en el norte de la península, un ejército francés coaligado con Inglaterra y Venecia tomó Asti, y una flota franco genovesa al mando de Andrea Doria asedió Nápoles. La defección de Génova, fiel aliada del emperador y luego del rey de España desde ese momento, resultó decisiva para la victoria final de Carlos V, con la firma del Tratado de Cambrai en 1529. Francisco II volvió a gobernar el ducado, y Carlos fue coronado por el Papa Clemente en Bolonia el 24 de febrero.

Tras la muerte de Francisco II Sforza sin descendencia en 1535, y el gobierno del mismo directamente por Carlos, Francisco I reclamó nuevamente el ducado, invadiendo el Piamonte, territorio del duque de Saboya, aliado del emperador, en 1536.  Carlos V envió dos ejércitos para invadir Francia. Uno de ellos invadió la Provenza, en la que los franceses rehuyeron el enfrentamiento y aplicaron una política de tierra quemada. El segundo invadió Francia por Picardía. Finalmente, se llegó de nuevo a un acuerdo por la tregua de Niza, por el desgaste de una guerra que salía muy cara a ambos contendientes.

Un nuevo enfrentamiento se desató con el ataque francés a los Países Bajos y el posterior asedio de Niza por una coalición franco otomana. Carlos V, aliado con Enrique VIII de Inglaterra, se aliaron para invadir Francia. Finalmente, en 1544, Carlos y Francisco firmaron la paz de Crépy, renunciando a sus reclamaciones territoriales. Tras la muerte de Francisco, su hijo Enrique II declaró nuevamente la guerra a Carlos V en 1551, siendo éste el motivo de la emisión estudiada. Tras la abdicación del Emperador en su hijo Felipe y en su hermano Fernando, que quedó como Emperador, en 1556, la guerra continuó, con la victoria de San Quintín el 10 de agosto de 1557, hasta la victoria final española en 1559. Con ello, España se conformaba como la potencia hegemónica europea.

Para el mantenimiento de sus numerosas posesiones, la principal partida que componía los gastos de la monarquía era la de mantener a los ejércitos que combatían en toda Europa y a los barcos y galeras de la Armada. La alternativa utilizada a la falta de ingresos ordinarios fue el de la financiación por medio del crédito que los banqueros concedían a la Corona, en base a una serie de fórmulas, como fueron los asientos, los títulos de deuda conocidos como juros, incautaciones de los tesoros americanos llegados a la Península en forma de juros, deudas a corto plazo garantizadas por letras de cambio, o préstamos forzosos. Con ello la Monarquía tuvo en esta época el sistema de empréstitos más desarrollado de todo el orbe occidental, y el papel de la banca fuese capital para el engranaje del sistema financiero e incluso político de los soberanos, dando liquidez a la Real Hacienda en moneda circulante.

La mayor parte de estos prestamistas eran extranjeros. En la primera mitad del siglo XVI los banqueros fueron principalmente alemanes, como los famosos Fugger o Fúcares, y los Welser. A mediados del siglo fueron sustituidos por los genoveses, como los Spínola, Centurión o Grimaldo, que carecían como sus predecesores de capitales suficientes para hacer frente a las necesidades de crédito de la Corona, pero controlaban el tráfico del oro. Los genoveses, por la facilidad que tuvieron de obtener las licencias de exportación de plata, prohibidas por las Leyes del Reino, se convirtieron en los distribuidores de la plata española en buena parte de la Europa meridional.

Según Álvarez Nogal, desde Madrid los banqueros iban enviando regularmente el metal precioso a sus corresponsales en Génova o los Países Bajos, encargándose ellos de vender el metal al mejor postor en el lugar donde el precio fuese más elevado, aunque ello supusiese un nuevo transporte del mismo. Una vez vendido recibía letras de cambio a pagar en las ferias o plazas donde los banqueros de Madrid tenían compromisos adquiridos con los que habían prestado inicialmente el dinero a la Corona española. Asimismo, los banqueros cobraban sumas procedentes de inversiones de otros extranjeros, principalmente genoveses, normalmente rentas derivadas de juros, censos, cesiones y otras deudas, que eran remitidas a sus propietarios para disfrutarlas en sus lugares de residencia.

En cuanto a la moneda emitida, no podemos olvidar que el primer lugar donde se acuñaron monedas de plata de gran formato fue en la península itálica, las liras tron venecianas y los testones milaneses de Galeazzo Maria Sforza. Ambas emisiones recibieron el nombre de testones, al llevar como motivo una efigie de medio busto o cabeza del príncipe, y fueron acogidas con gran entusiasmo por el mercado y muy imitadas, tanto por los otros estados italianos como en otros países. Frente al retrato medieval se inició el uso de una galería de retratos que enlazaron con la tradición romana.

Los primeros thaler o táleros acuñados por los condes de Schilck tuvieron poca acogida como moneda corriente y más como medallas, si bien unos años después, a partir de comienzos del siglo XVI, tuvieron un increíble éxito en el ámbito monetario. Este tipo de moneda, el precedente de los reales de a ocho españoles entre muchas otras monedas desde entonces, recibió en Italia el nombre de talleri. Los primeros de ellos se batieron en Saboya, pero fueron los ducatones emitidos en Milán bajo gobierno español, como los acuñados para la ocasión que estudiamos, los que sirvieron de modelo y fueron imitados en toda la península. Según Beltrán, los primeros reales de a ocho se acuñaron en las cecas castellanas entre 1543 y 1566, con los tipos de 1497 y a nombre de los Reyes Católicos.

A diferencia de otros territorios de la Península Itálica, donde el título por el cual Carlos I gobernaba era el de Rey de Aragón, el ducado de Milán, así como otras posesiones norteñas donde acuñó moneda, como en las cecas piamontesas de Asti y Casale, pertenecían como hemos visto al Sacro Imperio, y por ello su titulación era la de Emperador, normalmente con la leyenda más menos apocopada IMPERATOR CAESAR CAROLVS V AUGUSTUS. La moneda de menor valor estaba batida en vellón, y, con muchas variantes, se acuñaron a su nombre dineros, la trillina, el seiseno y el quattrino. Variada asimismo es la moneda de plata que se acuñó en su calidad de Gran Duque desde 1535 a 1556, como el quindicino, la parpajola, el blanco, el sueldo, el testón, el burigocho y los famosos ducatones.   

La obra de Leone Leoni

Algunas de las más bellas y artísticas monedas de esta ceca fueron labradas por Leone Leoni. Nacido en Arezzo en 1509, comenzó su carrera como orfebre, y en 1533 residía con Diamante, su esposa, en Venecia. Fue nombrado maestro grabador de las medallas acuñadas en Milán en 1542, teniendo ya fama de ser el mejor medallista. Carlos V le nombró su escultor, por mediación de Ferrante Gonzaga y le proporcionó salario anual, casa en el centro de Milán y el título de caballero. En 1549 recibió el encargó de realizar una serie de retratos de Carlos V y su mujer Isabel, actualmente conservados en el Museo del Prado.

El dinero, o denaro, fue la primera moneda acuñada en plata en Milán en el siglo IX y, como en toda Europa, posteriormente fue perdiendo valor. Las emisiones de Carlos V de esta ceca, de 0,4 gr. y 13 mm de diámetro, tienen como motivo en el anverso una corona y la leyenda CAROLVS V, y en su reverso una cruz flordeliseada, griega y con los brazos acabados en flores de Lis, y la leyenda ROM·IMPERATOR +. En cuanto a la trillina hay dos tipos de emisiones. Una de ellas, de 1,1 gr. y 17 mm, lleva en su anverso el busto del santo milanés  San Ambrosio, y la leyenda CAROLVS V, y en su reverso el águila bicéfala y las letras KV. Otra modalidad, de 0,9 gr. y 17 mm, lleva en su anverso una K coronada y la leyenda IMPERATOR, y en su reverso una cruz patada y la leyenda KROLUS·ROMANOR. El seiseno o sesino, una antigua moneda de plata, se acuñó en vellón, con 1,3 gr. y 19 mm, con águila bicéfala coronada en anverso y la leyenda CAROLVS·DI·FA·CLE, y cruz patada en reverso con leyenda IMPERATOR·ROMANOR. El quattrino era de forma cuadrada, con busto del Emperador a derecha y leyenda circular alusiva a su título, y corona en reverso con letras MLNI DVX.

La moneda de plata de menor valor fue el quindicino, con valor de un sueldo, de 1 gr. y 18mm, lleva en su anverso una corona sobre un plato con dos cabezas y la leyenda CAROLVS·V, y en su reverso cruz patada y leyenda RO·IMPERATOR. La parpajola o parpagliola, de 2,5 gr. y 23 mm, porta en su anverso una K entre puntos coronada dentro de una orla polilobulada y la leyenda ROMANOR·IMPERATOR, y en su reverso águila bicéfala coronada y leyenda CAROLVS·DI·FAC·LE. Con valor de ½ blanco o bianco encontramos dos tipos diferentes. El primero de ellos, de 2,5 gr. y 25 mm, lleva en su anverso el escudo imperial y el águila bicéfala coronada, y en su reverso una cruz patada con flores y la leyenda KROLVS·ROMANOR·IMPERATOR. El otro tipo, de 3,3 gr. y 26 mm, porta en su anverso el águila imperial con el escudo de Austria, con leyenda CAROLV·V ·ROMAN·IMP, y en su reverso a San Ambrosio sobre un jinete caído y la leyenda S·AMBROSIVS.

Las emisiones de 5 sueldos o soldi, de 1,7 gr. y 23 mm, llevan en su anverso el águila bicéfala sin escudo y la leyenda CVI·Q·V·E·SVVM, y en su reverso la representación de San Ambrosio y leyenda S·AMBROSIVS, y leyenda en campo inferior MLI. En los ¼ de testón o testone, de 8 sueldos y tres dineros, de 2,6 gr. y 24 mm, aparece como motivo en su anverso las Columnas de Hércules con la leyenda PLVS VLTRA bajo la corona imperial, y la leyenda CAROLVS·V·IM, y en su reverso la representación de San Ambrosio de pie con mitra y báculo y la leyenda S.AMBROSIVS. Hay que recordar que esta divisa, que posteriormente sería adoptada como propia para los Reinos de las Indias, fue creada por el milanés Luis Marliani, médico de los duques Sforza y posteriormente consejero de los emperadores Maximiliano I y Carlos V.

Las preciosas emisiones de 10 sueldos o soldi, de 3,3 gr. y 27 mm, portan en su anverso un precioso busto de Carlos V a derecha, a la romana, laureado y con una pequeña águila bicéfala debajo y leyenda IMP·CAES·CAROLVS·V·AVG. En su reverso se representa a la Fe de pie, con cruz y cáliz entre una serpiente y tablero, y la leyenda CHRIST·RELIG – PROPVGNATOR. Soberbio es asimismo el diseño de los ½ testones de 16 sueldos, grabados por Leone Leoni, de 5,34 gr. y 28 mm, con anverso similar sin águila y reverso con la leyenda OB / INSVB / RIΛM / SERVΛ / TΛM dentro de una orla de hojas de roble. 

Es en los testones o testoni, también conocidos como denari de 25 soldi o quarto di scudo de argento, donde encontramos una gran variedad de tipos. Comenzamos con la magnífica pieza grabada también por Leone Leoni conocida como Testone della pièta, de 12,02 gr. y 30 mm, que entronca con la mejor tradición de las monedas imperiales romanas. En su anverso encontramos un magnífico retrato del monarca a derecha, con armadura clásica y coronado de laurel, y la leyenda IMP·CAES·CAROLVS·V·AVG. Su reverso muestra a la Piedad sentada en un trono con patas de león cruzadas, con una patera votiva y rodeada de armaduras romanas. Su leyenda es  ·S·P·Q·MEDIOL·OPTIMO·PRINCIPI·, dedicado al excelente príncipe por el Senado y el Pueblo de Milán, equivalente al SPQR romano, y en exergo PIETAS. El modelo de esta labra se encuentra en un sestercio del emperador Calígula.

Otro bello testón es el conocido como Testone con la Pace, de 9,82 gr. pero con los mismos 30 mm. En su anverso encontramos un bello retrato de las mismas características y con las mismas leyendas que el anterior, y en su reverso a la personificación de la Paz de pie enfrente de un edificio de columnas clásicas, en cuyo interior se encuentra una hombre atado con cadenas. El fin de la emisión queda muy claro en la leyenda, CLAV - D - BELLI - PORTE, cerrando la puerta a la guerra. Nuevamente encontramos los tipos descritos de las Columnas de  Hércules, en este caso sobre el mar, en otro tipo de testón, si bien en su anverso se reproduce el busto como en todos los anteriormente descritos. Una emisión similar, con una K a derecha del rostro del monarca en el anverso, se labró sin fechar, pero es de las pocas monedas milanesas de esta época en la que consta la fecha de emisión, en las acuñaciones de 1552.

Leoni grabó asimismo otra bella pieza conocida como Testone con la Salute, de 25 sueldos, con 8,48 gr. y 28 mm. En su reverso nuevamente se reproduce el busto del Emperador, y en su reverso encontramos a la diosa Salus, la diosa romana de la salud, alimentando a una serpiente con una patera, y a sus pies la representación del río Po como un hombre recostado con un báculo. La leyenda ·SΛLVS· ΛVG VSTΛ, y en exergo PADVS MDL, por el río Po y Milán. También hay emisiones en las que se representan al patrón de la ciudad, como el tipo en el que se representa en el anverso un águila bicéfala dentro de un escudo coronado con una K a derecha e izquierda, y la leyenda KROLVS·ROMR·IMPERATOR, y en su reveso al santo sedente con báculo y mitra y la leyenda SA·AMBROSIVS, de 8,9 gr. y 28 mm. Otro tipo de testón, de 7,9 gr y 32 mm, lleva asimismo un águila bicéfala coronada y el escudo de armas del emperador en su anverso y al santo a caballo en su reverso.

Un ejemplar de mayor contenido argénteo es el burigocho o burigozzo, con 10,8 gr. y 32 mm, y un valor de 32 sueldos imperiales. En el mismo viene representado el busto del emperador a izquierda con armadura y laureado, y la leyenda CAROLVS·V·IMPERATOR, y en su reverso el santo de pie con báculo, mitra y látigo, y a leyenda circular SANCTVS·AMBROSIVS. Bajo el santo aparecen las letras MLM, Mediolanum o Milán. El nombre popular que recibió viene de boricco, capucha en italiano, por la forma de la mitra del santo.

De innegable belleza artística son igualmente los medios escudos o ducatones emitidos en esta ceca. En su anverso llevan el busto a la romana de Carlos V y la leyenda alusiva a su titulación como emperador. En cuanto a su reverso, existen dos variantes. En la primera, de 16,77 gr. y 34 mm, se representa a un águila coronada sobre un orbe, con rayos y una rama de laurel en sus garras, y la leyenda CVIQ SVVM, a cada uno lo suyo, y el año de acuñación a ambos lados del orbe. Otra variante, grabada también por Leone Leoni y que se utilizó también para los escudos o ducatones de 110 sueldos, muestra en su reverso en la parte superior la lucha de Júpiter con los Titanes, y en la inferior a Júpiter sentado sobre un águila arrojando rayos, y Titanes vencidos por el suelo entre rocas. La leyenda del reverso es ·DISCITE·IVS ITI IAM·MONITI, Habiendo sido advertido, estudia la justicia y aprende a no despreciar a los dioses, una cita de la Eneida de Virgilio.

Otro bello escudo o ducatón de 100 sueldos, también obra de Leoni, de 33.73 gr. y 43 mm, muestra en su reverso  a Sn Agustín arrodillado y San Ambrosio de pie bendiciendo, y el Espíritu Santo en forma de paloma entre ellos. La leyenda circular es ·TE·DEVM·LAV DAMVS·, te rogamos, Señor, y en exergo encontramos los nombres de ambos santos, dos de los cuatro grandes doctores de la Iglesia Católica, ·S·AVG·S·AMB·. Un último tipo, en todo similar al medio ducatón descrito del águila, fue el acuñado en los años 1551 y 1552.

Magníficas son asimismo las emisiones en oro o escudos de estas ceca. Los escudos sencillos llevan, a diferencia de lo visto, el busto del emperador coronado a izquierda, y en su reverso las Columnas de Hércules sobre ondas de mar, sin el mote ni la cinta, sobre ondas y rodeadas de una corona de hojas de laurel y la leyenda MD XX entre ambas. En cuanto a las emisiones de dos escudos, de 6,6 gr. y 27 mm, llevan en su anverso el busto de emperador a derecha, y en su reverso las Columnas de Hércules con cinta y leyenda y corona imperial en una representación que sugiere una mitra obispal.

Bibliografía

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miércoles, 17 de marzo de 2021

La representación de los reales de a ocho españoles en los billetes canadienses del siglo XIX

Publicado en Crónica Numismática, 17 de marzo de 2021

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La moneda española ya estuvo presente en el circulante de Canadá durante el periodo del dominio francés con curso legal, y la cesión del territorio a Gran Bretaña en 1763 no supuso la sustitución del sistema monetario francés, que subsistió como moneda de cuenta como veremos en los ejemplares analizados, por el metropolitano británico, sino por el patrón monetario colonial, basado desde la Proclamación de la reina Ana a comienzos del siglo XVIII en el real de a ocho español.

 Ello supuso la entrada masiva en el circulante canadiense de moneda de plata española, tanto nacional como provincial, así como de los doblones de oro de cuño español. La peseta provincial española se convirtió en el medio de pago más común en Canadá, siendo aceptada por un chelín, o veinte céntimos de dólar estadounidense, una estimación muy superior a la valoración de diecisiete o dieciocho céntimos que recibía en los Estados Unidos. A diferencia de lo que sucedió con su vecino meridional, en Canadá las pesetas provinciales españolas o pistareens recibieron una valoración oficial, y en 1830 recibieron la misma estimación en el Alto y Bajo Canadá.

 El uso continuado de la moneda de cuño español y su general aceptación contribuyeron a frustrar las órdenes que las autoridades metropolitanas promulgaron, tras la independencia de las repúblicas hispanoamericanas, en el vano intento de sustituir el patrón monetario español por el esterlino, un fracaso que no se circunscribió a Canadá, sino que se produjo en la mayor parte de sus colonias americanas y asiáticas, plan que finalmente fue abandonado en favor del dólar, entendido en sentido amplio. Los pesos y, en menor medida, los doblones de cuño español tuvieron todavía una longeva vida monetaria en estos territorios.

 En estas circunstancias, pasamos a estudiar algunos ejemplos de su representación en los billetes en circulación en el territorio. Todos los estudiados fueron emitidos en el año 1837. En el Alto Canadá se ordenó la desmonetización de las monedas británicas de plata deterioradas, de las coronas y medias coronas francesas y de las pesetas provinciales españolas. Ante la escasez de moneda menuda de plata, las pesetas siguieron circulando a pesar de que en 1837 en teoría habían sido recogidas, remitidas a España y reemplazadas por medios y cuartos de dólar estadounidenses. En 1839, en el Bajo Canadá, la moneda más común en circulación seguía siendo el real de a ocho u otros dólares, encontrándose en la circulación también monedas de cuatro, dos y reales sencillos e incluso una cantidad relativamente importante de pesetas provinciales españolas.

 El primer ejemplar estudiado procede de los fondos del Banco de Canadá, con número de identificación 1974.0235.00147.000. Se trata de un billete con valores faciales de 15 peniques esterlinos, treinta sueldos franceses y un cuarto de dólar que, como consta por la reproducción de la moneda española que porta, se correspondía con una peseta columnaria de dos reales. Emitido por la compañía John Thomson & Co a una sola cara el 20 de diciembre de 1837, se trata de un billete comercial impreso en el Bajo Canadá, en la ciudad de Lapraire, por el impresor Adolphus Bourne, de 169 x 82 mm.

 En el mismo se reproduce, a la izquierda de la moneda representada en inglés y a su derecha en francés, la promesa bajo demanda de pagar a su portador los citados treinta sueldos en billetes de banco de curso legal. En cuanto a la moneda representada, se trata como hemos comentado de una peseta columnaria, acuñada en la ceca de Lima y con siglas de ensayador IJ, que se corresponden a Ignacio Zenón Gálvez y Juan Martínez de Roxas, que acuñaron moneda entre los años 1787 y 1803 a nombre de Carlos III y Carlos IV.

 Pasamos a estudiar algunos ejemplos de una serie copiosa y variada de emisiones de otros billetes comerciales impresos por la Destilería de San Dionisio, Distillerie de St. Denis, también en el Bajo Canadá y en la ciudad homónima, siendo la empresa emisora Wfd. Nelson & Co y la compañía que los imprimió la imprenta de Louis Perrault. El primero que reproducimos de la serie tiene un valor facial de 10 –corregido sobre 12- sueldos o 5 peniques, y su fecha de impresión fue el 22 de julio del año 1837. Como el anterior, es un billete promisorio bilingüe que faculta al tenedor a cobrar en billetes del Banco de Montreal esa cantidad, siempre que la misma no sea inferior a una piastra –nombre francés del real de a ocho-, o cinco chelines.

 La moneda representada es un real de los conocidos en las colonias británicas americanas como de cruz, emitido en Madrid en 1738, en tiempos de Felipe V. Aunque no son visibles las siglas de la ceca y de los ensayadores, por estar las mismas representadas en el anverso de la moneda, la marca de ensaye JF de estas piezas en Madrid se corresponde a Juan Josep Caballero y Fernando Vázquez, y en la ceca de Sevilla, la representada, las siglas PJ, a Pedro Remigio Gordillo y José Antonio Fabra.

 Otro ejemplar impreso el 9 de octubre de 1837, curiosamente con la mayor parte de las N mayúsculas invertidas, con un diseño muy diferente al visto para el ejemplar anterior y con un facial de 15 sueldos o 7 ½ peniques La moneda representada, en negro, es un real sencillo de la ceca de Santa Fe Nuevo Reino con siglas de ensayador JF, que se corresponden con Juan José Truxillo y Mutienx y Francisco Rodríguez.

 El siguiente billete, de 30 sueldos o un chelín y tres peniques emitido el 22 de julio de 1837, reproduce la misma peseta columnaria reproducida en el billete de John Thomson & Co.

 La siguiente serie que estudiamos es la emisión realizada en Montreal por The Camplain and St. Laurence Railroad, la empresa que en 1836 abrió la primera línea férrea en Canadá. En este caso, mostramos un bloque sin cortar en el que aparecen dos ejemplares de 15 sueldos o 7 ½ peniques, otros dos de 30 sueldos, ¼ de dólar o 15 peniques y por último dos más con facial de un escudo o 2 chelines y 6 peniques. Con un cuidado diseño en el que destacan una preciosa reproducción de una locomotora antigua, y fecha de emisión de 1 de agosto de 1837, fueron impresos por Rawdon, Wright & Hatch, de Nueva York.

 En el ejemplar de 15 sueldos se representa un real sencillo de la Casa de Moneda de México, con sigas de ensayadores FF, que se corresponden a Francisco Antonio de la Peña y Francisco Arance y Cobos, activos en esta ceca entre los años 1774 y 1788, sobre moneda de Carlos III. En el de 30 sueldos aparece la reproducción de una pieza de dos reales de Lima, con siglas de ensayador IJ, también la misma moneda representada en el primer billete visto de John Thomson & Co.

 El último de ellos, con valor facial de un escudo, reproduce un medio peso de cuatro reales de Potosí con siglas PJ. Las mismas se corresponden con los ensayadores Pedro Prudencio de Esquerrenea y Juan Palomo Sierra, sobre moneda de Carlos IV y Fernando VII entre los años 1803 y 1825, y por tanto en algunas de las últimas monedas acuñadas a nombre del monarca español en la América continental.

viernes, 5 de marzo de 2021

La representación de los reales de a ocho españoles en los billetes de Estados Unidos del siglo XIX

 Publicado en Crónica Numismática, 5 de marzo de 2021

Es sobradamente conocida la adopción por parte de los fundadores de Estados Unidos del real de a ocho de cuño español o peso como la moneda de la nueva nación, así como también la adopción por parte de las autoridades británicas de Canadá de la misma como patrón monetario para este territorio desde 1765. Mientras que los pesos españoles tuvieron curso legal en Estados Unidos hasta el año 1857, en algunas regiones de Canadá seguían circulando incluso a finales del siglo XIX.

 Tal fue el motivo para que el Congreso Continental aprobase para financiar su Guerra de Independencia el 3 de mayo de 1775 la emisión de tres millones de estos pesos o dólares en billetes, siendo la primera emisión de la nueva república. En los mismos consta expresamente que su tenedor estaba facultado a recibir esa cantidad en spanish milled dollars, reales de a ocho españoles realizados a volante, para diferenciarlos de los anteriores acuñados a martillo, cobs  o moneda macuquina, o su equivalente en oro o plata.

 Nuevas emisiones se aprobaron el 29 de noviembre, por otros tres millones de dólares, y entre febrero y noviembre del año siguiente se aprobó la emisión de diecinueve millones más. Nuevas emisiones se fueron aprobando y con ello produciendo una grave inflación del papel moneda en relación con los pesos españoles de plata, hasta que finalmente el 18 de marzo de 1780 el Congreso Continental aprobó el diseño de los nuevos billetes y su cambio a razón de cuarenta dólares antiguos por uno nuevo, y finalmente solo fueron redimibles a una centésima parte de su valor en bonos con intereses.

  El primer ejemplar que mostramos es un billete emitido por el Tesoro de Virginia conforme a la Ordenanza del Consejo de 6 de mayo de 1776. El mismo tiene un valor facial de cinco pesos españoles, si bien las emisiones de este año fueron de 1/6, 1/3, 2/3, 1, 4, 5, 6, 10 y 15 dólares. En su parte izquierda se representa a la Libertad pisando a un enemigo, y bajo esta representación en una orla circular la leyenda CINCO –MUERTE A LOS FALSIFICADORES- DÓLARES, y otra trasera en la que se representa el escudo de España común en los reales de a ocho españoles.

 Por su rareza, también incluimos esta emisión de Virginia de 17 de julio de 1775, con un valor facial de un chelín y tres peniques, o una pistereen. Pistareen, con variantes en su escritura,  es el nombre con el que se conoce a las pesetas provinciales españolas, las acuñadas en las cecas peninsulares para su uso interior y que no llevaban columnas. Estos reales sencillos y pesetas provinciales tuvieron una amplia circulación en todas las colonias británicas de América y en los Estados Unidos, siendo en muchos de ellos al menos hasta el primer tercio del siglo XIX la moneda más común en circulación.

 Numerosos bancos privados emitieron durante la primera mitad del siglo XIX billetes fraccionarios o de bajo valor facial. Es el caso de un billete de 50 céntimos de facial del Banco de Utica, Michigan, de 1838., impreso por  S. Stiles, Sherman & Smith  de Nueva York. En el mismo se reproduce una pieza de 4 reales de Potosí, con marca de ensayador PJ, la misma moneda que veremos más adelante reproducida en un billete del Banco del Estado de Alabama.

 Un billete grabado por Durand & Company sin fechar, de The Dixon Hotel Company de 3 dólares de facial, sin fechar pero con la referencia Chartered by the State of Illinois 1837, reproduce tres reales de a ocho de la ceca de México, con siglas FM, que se corresponden a los ensayadores Francisco Arance y Cobos y Mariano Rodríguez, en monedas de Carlos III y Carlos IV, entre los años 1783 y 1807.

  Entre los billetes que contienen en sus motivos reproducciones de moneda española, tanto en Estados Unidos como en Canadá, destacan por la variedad de ellos grabados los realizados por la firma de grabadores de billetes Rawdon, Wright & Hatch de Nueva York, en los que en varias ocasiones se incluyen monedas españolas de ocho reales o fraccionarias en su diseño o impresión, que estudiaremos por orden cronológico.

 Entre ellos podemos citar en primer lugar dos emisiones del Banco de Alabama, Tuscaloosa. El primero de ellos está firmado a mano el 1 de septiembre de 1838, y tiene un valor facial de 12 ½ céntimos, equivalentes a un real español. En su parte inferior derecha incluye la reproducción de un real de la ceca de México, con siglas de ensayador FF. Las mismas se corresponden con los ensayadores Francisco Antonio de la Peña y Francisco Arance y Cobos, activos en la ceca de México entre los años 1774 y 1788, durante el reinado de Carlos III.

 Otro billete del mismo banco sin fechar, con un valor facial de 75 céntimos, combina dos monedas de cuño español en su parte izquierda, para completar el valor correspondiente a seis reales. Una de ellas es una pieza de 4 reales acuñada en Potosí, con marca de ensayador PJ, que se corresponde con Pedro Prudencio de Esquerrenea y Juan Palomo y Sierra, sobre moneda de Carlos IV y Fernando VII entre los años 1803 y 1825. La otra es una moneda de 2 reales de la ceca de Lima, con siglas IJ, que se corresponde a los ensayadores Ignacio Zenón Gálvez y Juan Martínez de Roxas, sobre monedas a nombre de Carlos III y Carlos IV entre los años 1787 y 1803.

 Fue asimismo común combinar varias monedas superpuestas en el diseño. Este es el caso de este ejemplar de la Oficina de Cambios de Holley Springs, Mississippi, de tres dólares de valor facial, en el que la moneda que aparece en primer lugar y con mayor detalle es un dólar norteamericano, mientras que tras el mismo aparecen dos reales de a ocho de la ceca de México, con siglas FM, como vimos utilizadas entre los años 1783 y 1807.

 El mismo recurso se utiliza en este billete del Banco de Manhattan, Ohio, de cinco dólares de facial y fecha 1 de mayo de 1840, pero en este caso se reproducen en su parte derecha cinco pesos de la ceca de México, FM, del mismo tipo reproducido en el billete anterior.

 Y lo mismo puede decirse del ejemplar del Mystic Bank de Mystic, Connecticut, de fecha 1 de agosto de 1858 y dos dólares de valor facial. Como en el ejemplar visto de Holley Springs, se representa en su parte izquierda al frente un dólar de la Unión, mientras que detrás suyo se puede observar nuevamente un peso de la ceca de México con marca de ensayador FM.

 Otro billete diseñado por la misma casa Rawdon, Wright & Hatch para la ciudad de Natchez, Mississippi, de cincuenta céntimos de facial y fechado el 9 de julio de 1862, muestra en su parte derecha la reproducción de una pieza de cuatro reales de Potosí, con siglas PJ, la misma moneda que la vista en el segundo billete del Banco de Alabama antes visto.

 Encontramos una magnífica serie en los billetes emitidos por la Sociedad de Fondos de Ahorro de Portsmouth, Virginia, de 1861, recién comenzada la Guerra de Secesión. En los mismos, de valor facial de medio, uno y dos dólares se reproduce en su parte central un real de a ocho de la ceca de Lima, con siglas JP, correspondientes a Juan Martínez de Roxas y Pablo Cano Melgarejo, activos entre los años 1803 y 1823, durante los reinados de Carlos IV y Fernando VII.

 Otra serie de billetes emitidos en los que se representa moneda española es la realizada por el Banco de Tennessee este mismo año, de un dólar y 50, 25, 10 y cinco céntimos de valor facial. En la misma, gravada por Jules Manouvrier en Nueva Orleans, se representan diferentes monedas que pasamos a estudiar. Mientras que en las de facial 5 y 10 céntimos la moneda reproducida es poco legible, en los demás valores se reproduce por duplicado y es mucho más fácil su identificación. Podría tratarse de una pieza de medio real de México, FM, siglas que como vimos se utilizó entre los años 1783 y 1807.

 En el de 25 céntimos, la moneda reproducida es una peseta columnaria de México, con siglas HJ, que se corresponden a los ensayadores Henrique Buenaventura Azorín y Joaquín Dávila Madrid, sobre monedas de Fernando VII entre los años 1809 y 1816. Una moneda, por cierto, difícil de encontrar en la actualidad. En el billete de 50 céntimos se reproduce un medio peso de cuatro reales de México, con siglas FF, ensayadores operativos como vimos entre los años 1774 y 1788.

 Pero sin duda la moneda más curiosa utilizada en esta emisión son los 20 reales de vellón de la ceca de Madrid con sigla SR. Se trata de una moneda acuñada durante el Trienio Liberal, por los ensayadores José Sánchez Delgado e Isidro Ramos del Manzano, conocida vulgarmente como de tipo cabezón.

 Podemos terminar este estudio con dos ejemplares de dos dólares de 24 de enero de 1859 de The Pocasset Bank, Fall River, Rhode Island, impresos por of Wellstood, Hanks, Hay & Whiting, de Nueva York, que fueron subastados por Heritage Auctions el 28 de enero de 2014. La particularidad es que, mientras que el primero de ellos es perfectamente legal, el segundo de ellos es una falsificación de época. Como en el billete ya analizado del Mystic Bank, se utilizaron como motivos un dólar de la Unión y un peso español de México, con siglas de ensayador FM.  

El oro y la plata de Hispania, los metales preciosos que financiaron el esplendor de Roma

 Publicado en Oroinformación, 5 de marzo de 2021


Las referencias a Hispania en los textos clásicos se refieren a ella como la tierra minera por excelencia, mezclando en los mismos, como es el caso de los relatos de Argantonio y Gerión, lo mítico con lo verídico. Lo cierto es que era una tierra rica, variada y abundante en recursos minerales, tales como oro, plata, cobre,  plomo, cinabrio, hierro o estaño. Siendo uno de los principales intereses para la presencia de los comerciantes fenicios y griegos en sus costas, ya los cartagineses explotaron las riquezas argénteas del área de Qart Hadsht, Cartagena, y Cástulo, Linares.

 Estrabón describió en su Geografía las explotaciones de plomo argentífero de la primera de ellas, en la que trabajaban 40.000 obreros y ocupaba varios kilómetros cuadrados, de la que se extraía cada día el extraordinario beneficio de 25.000 dracmas, 80 kilogramos. Los mineros trabajaban noche y día, quedando sus turnos marcados por las lámparas de aceite que les servían de iluminación. De la mina de Baebelo en Cástulo se extraían al día 100 kilogramos de metal argénteo, y la moneda acuñada en Gadir, Cádiz, que hasta ese momento se batía en cobre, comenzó a emitirse en plata, y famosas por su belleza y su calidad fueron las acuñadas en Cartagena.  

 Los romanos no llegaron a Hispania, su primera aventura fuera de Italia y sus islas, para conquistarla, como sucederá posteriormente con los territorios que fue anexionándose en toda la cuenca mediterránea y la fachada atlántica de Europa. Como afirmó Tito Livio, los hispanos fueron los primeros en ser invadidos y los últimos en ser conquistados. Desde su llegada en el año 218 a.C. para combatir a los cartagineses hasta el 19 a.C., cuando se dio por finalizada la conquista de la zona cantábrica, Roma evolucionó de una república que buscaba su hegemonía en el occidente mediterráneo al Imperio hegemónico que gobernó su Mare Nostrum durante siglos.

 La Península Itálica era escasa en recursos minerales, y la sociedad romana republicana basaba su economía en la agricultura. La necesidad de metales para fines bélicos-el hierro hispano forjado tenía fama legendaria-, para sus obras públicas –con utilización recurrente del plomo- y para la propia amonedación en oro, plata y bronce marcó su política de ocupación de Hispania a pesar de sus continuos reveses militares.

 Como ha puesto de manifiesto el minucioso trabajo de  Ancient World Mapping Centerel Stoa Consortium y el Institute for the Study of the Ancient World, que ha delimitado todos los yacimientos que fueron beneficiados por los romanos en todo el espacio que ocuparon, la Hispania romana fue, con mucha diferencia, el territorio del orbe romano en el que más explotaciones y producción de oro, plata y cobre fueron explotadas.

 Con ello, Roma encontró en Hispania su Eldorado del Mundo Antiguo, presente en las leyendas difundidas por los escritores de la época sobre su abundancia en metales preciosos, y solamente comparable en la historia con la que sus herederos culturales encontrarían siglos después en el nuevo continente hispánico. Hispania dotó a Roma de numerario como las Indias españolas fueron la Casa de Moneda del Orbe durante varios siglos.

 Del puro saqueo y cobro de tributos de las primeras fases de la conquista a la institucionalización de la actividad minera en el pleno Imperio, esta apasionante historia permite analizar su importancia política, militar, económica y social en la conformación de las sociedades romana en general e hispana en particular. Para dicha explotación fue necesario el desarrollo de importantes técnicas de ingeniería, la creación de una extensa red de comunicaciones, el asentamiento de núcleos de población, el uso de gran cantidad de mineros que en mejores o peores condiciones laboraron las mismas y, asimismo, estuvieron en el origen de unas élites que darían, además de una pléyade de militares, senadores, escritores y filósofos, a los emperadores hispanos de la dinastía Antonina o Ulpo Aelia, la más longeva del Imperio y, según muchos autores, la época más feliz de la historia de la humanidad.  

martes, 9 de febrero de 2021

La dependencia china de la plata española, una moneda íntegra en su peso y en su ley

 Publicado en OroInformación, 9 de febrero de 2021


China absorbió una parte importantísima de la producción de plata de las Indias españolas, estimulada por su demanda interna, y muy especialmente durante el siglo XVIII, en el que triplicó su población. Con ello se consiguió que la masiva inyección de nuevo numerario en los mercados mundiales no se tradujese en un desplome de su precio, lo que resultó crucial para sostener las bases financieras del Imperio Español. A ello contribuyó que las cualidades intrínsecas de las emisiones indianas inspiraban confianza a los comerciantes y banqueros, al ser una moneda íntegra en su peso y en su ley.

Para España, la plata era un producto de exportación cualquiera, y por su necesidad su intención era la de cobrar por su suministro y equilibrar su balanza comercial, dado que obviamente no tenía capacidad para surtir sus mercados europeos y ultramarinos y era el metal precioso el que equilibraba su balanza comercial. Es importante asimismo el cambio de los sistemas fiscal y monetario chino al patrón plata, lo que supuso un notable incremento de la valoración de este metal entre mediados de siglo XVII a mediados del XVIII.

Como afirmaba el aventurero napolitano Francesco Gemelli en 1700, el Emperador de la China llamaba a nuestro Monarca de las Españas (hay que recordar que también era Rey de Nápoles) el Rey de la plata. Toda la que circulaba era según sus palabras la que traían los españoles en piezas de a ocho, que se reducían en seguida a ¼ de mejor calidad o chilasi, y con ella se pagaban los impuestos, quedando toda ella sepultada en los tesoros imperiales de Pekín para siempre, dado que a los chinos no les servía ninguna cosa extranjera. 

La elevada apreciación de la plata española para los comerciantes chinos ayudó a que su presencia se mantuviese en Filipinas, a pesar de la competencia creciente. Por otra parte, estaba la necesidad de la East India Company de acceder a la plata novohispana para equilibrar su deficitaria balanza comercial con Cantón. Todo ello explica la importancia comercial de Manila, que decayó por la independencia de las repúblicas iberoamericanas y por el comercio inglés de opio. 

Para Flynn y Giráldez el comercio de moneda acuñada se entiende sólo cuando se sitúa en un contexto global. Los principales productores de plata eran las Indias españolas y Japón, no Europa, y China era el principal mercado de destino de la plata. Los comerciantes europeos eran según estos autores meros intermediarios en el comercio global de los metales preciosos. Según estos autores, en esta época grandes cantidades de sustancias monetarias, como la plata, el oro, el cobre o los cauris, se remitieron desde sus áreas específicas de producción a mercados finales en distintas partes del mundo, y la cobertura de la demanda de cada una de ellas debe ser analizada independientemente.

A pesar de la presencia de estas otras monedas, la mayor parte del numerario de plata presente en el área se componía de moneda española de plata de todos los faciales. En un primer momento, la circulación se restringió a las provincias de Quanzhou –Cantón - y Zhangzhou. Thierry nos informa de tres ocultaciones descubiertas a principios de los años 70 del siglo XX en Fujian, compuestas de moneda macuquina batida antes de la llegada de Felipe V, que se debieron producir entre el periodo final de la época Ming y la llegada de la dinastía Manchú, entre los años 1644 y 1660.

El comercio español con la China de los Ming se centró en el puerto de Xiamen. Del mismo partían anualmente un sinfín de juncos, que realizaban la mayor parte del comercio marítimo de Asia. Manila y Macao se convirtieron, en las postrimerías del siglo XVI, en los principales puertos comerciales para los chinos, y la plata amonedada procedente de Nueva España, la forma de pago más común en toda la zona costera de China, y el metal noble utilizado por los sucesivos comerciantes occidentales durante los siglos venideros.

Los primeros europeos que comerciaron con China fueron los portugueses, que construyeron la ciudad de Macao en un terreno estéril, en una isla en la desembocadura del río de Cantón, en la obtuvieron jurisdicción en tres millas a la redonda, y compraron el derecho de fortificarla con la obligación del pago de 37.500 libras anuales. En el siglo XVIII había perdido parte de su antiguo esplendor, pero servía de residencia temporal a los factores europeos una vez que sus barcos habían partido, y hasta que llegasen otros nuevos.

Un siglo más tarde llegaron los holandeses, que se vieron en un primer momento excluidos del comercio con China. Tras el intento de levantar un fuerte en Hoang-pui, fueron pasados a cuchillo, y no volvieron hasta 1730. Viendo que el comercio de mercancías no les era ventajoso, empezaron a remitir barcos con moneda desde Europa, y, como  

Inglaterra fue la nación que más comerció con los chinos. Establecidos en una factoría en la isla de Chusan o Zhoushan, y posteriormente se implantaron en Cantón, establecieron en la ciudad factores permanentes para la venta de sus manufacturas de lana. A cambio de plata, adquiría té en grandes cantidades, una mercancía que fue gravada con enormes derechos por el Parlamento, convirtiéndose en uno de los mayores ingresos de Tesoro británico.

Los franceses fundaron en 1660 una compañía para el comercio con estas tierras, al frente de la que se puso al mercader de Ruan Fermanel. La misma no prosperó, ni la fundada en 1698, con lo que su comercio careció de consistencia hasta que se unió con el de las Indias. Los suecos y daneses comenzaron al mismo tiempo a comerciar con China, y su volumen llegó a ser considerable. 

A principios del siglo XVII el montante de las importaciones de plata española en China se elevaron a un millón de piezas anuales, y se estima que entre la apertura de la ruta de la Nao de la China en 1571 y el final de la dinastía Ming, en 1664, la cantidad global de plata importada se elevaría a 40 millones de liang, 1.520 toneladas.

A partir de este año, la zona de circulación se amplió a la región de Cantón y Macao, y bajo el reinado del emperador Yong Li, entre 1647 y 1660, de los Ming del Sur, en las monedas de cobre se reflejó su contravalor en plata, una innovación que fue imitada unos años más tarde por el emperador Qin Shun Zhi. Durante este periodo, el uso de los reales se extendió por las costas de Fujian y de Guangdong.

La Edad de Oro de la plata acuñada en las Indias fue, no obstante, el siglo XVIII. Durante esta centuria, todos los comerciantes y todas las compañías que operaban en India, Indochina y China utilizaban este numerario. Los más comunes fueron los reales de a ocho, los de tipo columnario, denominados shuang zhu yang, y los posteriores a la reforma de Carlos III, de busto y escudo en reverso flanqueado por las columnas de Hércules.

Estos últimos, batidos en los reinados de Carlos III y posteriormente de Carlos IV, eran los más comunes; los primeros se denominaban pesos de tres caracteres gong, por la similitud del signo gong con el numeral I romano. También se encontraban, aunque en menor medida, los acuñados en tiempos de Felipe V y de Fernando VI. La mayor parte del numerario procedía de la ceca de México, y en menor medida de Potosí y de Lima. 

La Compañía de Ostende transportaba moneda acuñada española, tanto de oro como de plata, a China y Bengala, y los comerciantes británicos llevaban a China moneda de plata, muy apreciada, para cambiarla por oro, consiguiendo con ello una ganancia de un 40% bruto, que, como pone de manifiesto Uztáriz, suponía, una vez deducidos los costes de portes y seguros, les rendía un beneficio neto de un 30%.

Si bien los ratios bimetálicos entre Europa y Asia divergieron durante largos periodos, la valoración de la plata se mantuvo más baja en este último continente, incluso en las áreas más avanzadas, como eran el delta del Yangtsé  o el sur de la India. Esta valoración fue un poco más elevada en China que en el subcontinente indio. Entre 1540 y 1640 el ratio entre ambos metales era sustancialmente más bajo en Asia, y si bien el equilibrio se restauró a mediados del siglo XVII, hubo un nuevo ciclo en este sentido a mediados del siglo XVIII.

Malo hacer referencia a este comercio a finales del siglo XVIII, y refiere que con el mismo, en otros tiempos, se ganaba un 45%. El mismo no era realizado por las Compañías exclusivas, dado que el beneficio, aunque pareciese muy considerable, era muy inferior al que se conseguía con el comercio de los géneros. El oro era más barato en Cantón desde principios de febrero hasta finales de mayo, dado que en los demás meses el puerto se hallaba lleno de navíos extranjeros. El beneficio obtenido era solamente en estas fechas de un 18%.

El importe calculado por Humboldt del flujo de plata enviado de Europa a las Indias Orientales es esclarecedor. Estima que de los 17 millones y medio de pesos recibidos anualmente por término medio en la primera desde América se remitían 13.700.000 pesos a Extremo Oriente. Las vías de entrada de la plata en Asia eran tres: El comercio de Levante, Egipto y el Mar Rojo, el comercio directo marítimo con China y la India y por los territorios rusos hacia China y Tartaria.

El enorme crecimiento de estas exportaciones de moneda iba parejo a su entender con el crecimiento del lujo en Europa desde 1721, cuando se había multiplicado por once. Estos datos fueron puestos en tela de juicio por Chevalier, que consideraba los cálculos fortuitos y los importes exagerados, y que podría llegar a la cifra de 70 millones de francos o £ 2.800.000 en vez de los 137 millones de francos como cifra total para comienzos del siglo XIX. 

La principal consecuencia de esta inyección masiva de plata española en el circulante chino fue el incremento del valor de este metal, que pasó en su ratio con el oro de un 1 a 5 en los siglos XIV a XVI, 1 a 10 en 1620, 1 a 15  a principios del siglo XVIII y 1 a 20 en 1750. La depreciación es igualmente perceptible en la valoración de la moneda de cobre. Su circulación monetaria se extendió hacia el interior desde las regiones costeras, hacia Guangxi, Guizhou, Huguang y Jiangxi, y también hacia el norte de China, a las regiones de Zhejiang, Jiangsu y Anhui. A comienzos del siglo XIX se estimaba que en Pekín se recibían unos 52.914.000 pesos en moneda.

Uno de los aspectos más curiosos de la circulación de la plata indiana por el Lejano Oriente es la existencia de gran número de resellos chinos en las piezas de ocho reales o pesos. Esta forma de controlar la calidad y el peso de la plata acuñada obedece a la necesidad de este numerario para el comercio en la zona, y fue una medida adoptada por comerciantes y banqueros con la finalidad de garantizar la buena ley de dichas piezas. Es muy difícil, como afirma Montaner en su magnífico estudio sobre las monedas españolas reselladas en el mundo, la catalogación por tipos de estas marcas monetarias.

Las mismas consisten en caracteres referidos a su calidad, como justa, verdadera o correcta; a la riqueza, como moneda, beneficio o prosperidad; e incluso a adjetivos distinguidos como grande, primero o inmenso, que son igualmente nombres propios. Más raramente aparecen marcas figurativas, como un sol o un sapèque, esta última una moneda china e indochina de bronce o cobre con un agujero cuadrado en el centro.

La práctica del resellado apareció en el siglo XVII. Se verificaban la ley y el peso de las medidas por métodos diversos, y se marcaban por el comerciante que había realizado el control mediante un punzón, operación que se repetía cada vez que la pieza cambiaba de mano. Con el tiempo, las mismas se cubrían de contramarcas, haciendo inidentificables las monedas, e incluso se rompían. Finalmente, la moneda destruida o muy deteriorada se vendía por su peso y valor intrínseco, entre 6 y 700 piezas de cobre.

Si bien existen resellos de los siglos anteriores, la práctica se generalizó cuando se descubrió el fraude realizado en la ceca de Birmingham y otras falsificaciones de piezas de a ocho de cobre chapeados,  plateados o de plata de muy baja ley, a finales del siglo XVIII, que inundaban el mercado chino. Asimismo, la India y China eran el destino de los reales de peor calidad circulantes en la América española, y eran remitidos allí mediante el comercio con las Filipinas.

Una vez independizadas las nuevas repúblicas hispanoamericanas, los reales de a ocho batidos bajo gobierno español en los Reinos de las Indias siguieron teniendo un sobreprecio sobre los emitidos por las nuevas autoridades monetarias de las repúblicas independientes. Eso era debido según Saint Clair Duport a que la plata española contenía más oro en su aleación que la mexicana, y este autor abogaba por el perfeccionamiento del apartado de ambos metales para acabar con la inmediata y sistemática destrucción de la moneda mexicana.

A partir de la década de los años 30 del siglo XIX, China pasó de ser principal receptor a exportador de plata. Ello se debió no tanto a una balanza comercial deficitaria, dado que China exportaba grandes cantidades de té, seda y porcelana hacia Europa, sino al comercio del opio. El opio era cobrado en las mercancías antes mencionadas, que a su vez eran vendidas a alto precio en Occidente como bienes de lujo, y el beneficio era invertido en más opio comprado en Turquía o en la India, a pesar del Edicto del emperador Tao Kuang ordenando que solamente se aceptaría como medio de cobro en las mercancías vendidas a los extranjeros las monedas de plata. 

La escasez de numerario, que era además sacado por los comerciantes británicos, y los graves problemas políticos y económicos que asolaban China durante las revueltas Taiping hicieron que en el año 1856 la Asociación de Banqueros de Shanghái aprobase junto con los viejos pesos españoles la aceptación de los pesos mexicanos, conocidos como Yin Yang o Dólares del Águila, por sus tipos, aceptación que posteriormente se extendió a la mayoría de los centros comerciales. México siguió exportando pesos a China hasta que en 1904 adoptó el patrón oro y prohibió la exportación de su moneda de plata.

 

Bibliografía utilizada

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THIERRY, F. “Les réaux espagnols et les contramarques chinoises”, Acta Numismàtica 16, 1986, pp. 175-190.

UZTÁRIZ, G. de, Theorica, y practica de comercio: y de marina, en diferentes discursos, y calificados exemplares, que, con especificas providencias, se procuran adaptar a la monarchia española para su prompta restauracion..., 3ª impresión, Madrid, 1757.

sábado, 6 de febrero de 2021

Una medalla para los indios pampas durante las invasiones británicas del Río de la Plata en 1806

 Publicado en UNAN Numismática nº40, enero-febrero 2021



En su magnífico estudio Medallas Coloniales Hispano-Americanas, el ilustre historiador y numismático chileno don José Toribio Medina Zavala incluía la documentación sobre una medalla concedida a los indios pampas por su ofrecimiento de ayuda a la defensa de Buenos Aires, en base a la documentación contenida en las Actas del Cabildo de la actual capital argentina. Desafortunadamente, no hay una reproducción de la misma. A pesar de ello, la descripción que se hace de dicha medalla hace posible su reconstrucción e incluso, como veremos, su posible adscripción a una medalla coetánea.

 El papel de los indios pampas durante las invasiones británicas del Río de la Plata ha pasado, por desgracia, durante muchos años prácticamente desapercibida para el pueblo argentino. Como afirma Lucio Pérez Ruiz, una vez comprobada la gravedad de la invasión, el propio Virrey recibió a las embajadas encabezadas por sus caciques Lorenzo, Negro, Toro, Quintuni y Guaiquilef, ofreciéndose a combatir contra el “vil invasor colorado” en defensa de Buenos Aires, en nombre de dieciséis caciques de los pampas y cheguelchos, llegando para esa cooperación a firmarse tratados de paz entre tribus rivales que se encontraban en guerra.

 A pesar de la resistencia de las autoridades virreinales a su uso directo contra los invasores, y de que la ayuda ofertada no era nada desdeñable, dado que consistía en 20.000 guerreros y 100.000 caballos, su sola oferta de paz y ayuda permitió que se destinaran a la reconquista de la ciudad y a repeler las nuevas intentonas, así como a la defensa de la Banda Oriental,  los efectivos militares destacados en los fuertes del interior del territorio, como los Cuerpos de Voluntarios de Caballería de la Frontera  y a los Blandengues. Un Batallón de Naturales y un Batallón de artillería de Indios, Pardos y Morenos combatió asimismo, junto a los tercios de infantería, húsares de caballería y demás unidades y milicias peninsulares y criollas, en los enfrentamientos de 1807.

 Como recoge Medina literalmente y copiamos íntegramente, por Acta de 29 de diciembre del Cabildo de Buenos Aires:

 «Avisó el portero que los caciques capitanes Epugner, Errepuentu y Turuñamgui pedían permiso para entrar; y, habiéndoseles franqueado, tomaron asiento y expusieron por intérprete que instruidos por los caciques pampas capitanes Chuli Laguini, Pailaguán, Cateremilla, Negro, y por los caciques Marcuiy, Lorenzo, Guaycolán, Peñascal, Luna, Quintuy, del mucho agasajo que había hecho este Cabildo á sus personas y agrado con que había admitido sus ofertas, querían manifestar del mismo modo los deseos e tenían de ayudarlo contra los colorados ó ingleses, y ofrecía el cacique capitán Epugnén dos mil ochocientos sesenta y dos de sus soldados, gente de guerra, bien armados de chuzo, espada, bolas y honda, con sus coletos de acero, que mantenía en la Cabeza del Buey, donde los sostendría á su costa hasta el primer choque ó hasta que le avisasen no ser ya precisos, pues querían pelear unidos con los nuestros; y los otros dos caciques capitanes Errepuentu y Turuñamguí hicieron igual oferta por siete mil de sus soldados, que mantenían en Tapalquén, armados como los anteriores. Los señores admitieron la oferta, los abrazaron, como lo habían ejecutado con los anteriores, les hicieron otras varias demostraciones de cariño y de gratitud y comisionaron al caballero síndico procurador para que los gratificase y obsequiase á su satisfacción y á todos los de su comitiva, mandando se les diese á los caciques un escudo con las armas de la ciudad en fe de la unión que le juran y señal de haberla admitida, cuyo escudo se dé también á los anteriores caciques.»

 Para, posteriormente, por Acuerdo de 18 de febrero del año siguiente, se tuvo presente haber entregado a don Manuel Martín de la Calleja treinta y siete pesos corrientes para el pago de las medallas de plata con las armas de la ciudad que se habían encargado para obsequiar a los caciques.

 Como consta expresamente en el Acta, la medalla entregada llevaba grabado como motivo el escudo de la ciudad. El mismo, en esta fecha, era muy similar al actualmente utilizado por la Ciudad de Buenos Aires. El que utilizamos para el presente artículo es el que fue aprobado por este municipio en fecha 3 diciembre de 1923, y que estuvo vigente hasta el año 2012.

 En el mismo se representa una paloma blanca volando sobre el mar, y dos barcos sobre el mismo: un galeón del siglo XVI y una fragata. En ambas naos aparecen tres banderas: la bandera naval de Castilla, con castillos y leones cuartelados, la Cruz de San Andrés sobre fondo blanco, bandera tradicional de la Monarquía Hispánica desde Carlos I, y una bandera (dos en el galeón de la izquierda) con el águila de San Juan, estandarte de los Reyes Católicos. El campo inferior está ocupado por el Río de la Plata, y en su parte inferior aparece un ancla con uno de sus brazos sumergido. 

Hay constancia de una medalla muy similar, que fue labrada con motivo de la Acción de Perdriel, el día uno de agosto de 1806 uno de los hitos que llevó a la reconquista de Buenos Aires. Once días después, los británicos capitularon. La misma no está especialmente bien labrada, pero es un importante documento sobre esta época. En la misma se representa el escudo de la ciudad en relieve y la leyenda V.o T.s R. C.o q.s Td.s de B.s A.s. (Voluntarios Reconquistadores de Buenos Aires) sobre la medalla oblonga en la que se representa el escudo de la ciudad antes descrito, de un peso de una onza. Aunque se conocen ejemplares de bronce, para esta emisión se labraron al parecer 25 ejemplares de plata y 5 de oro.

 Otra coincidencia, además de los motivos, es el día en que fueron entregadas, en la tarde del 23 de diciembre de 1806, solamente seis días antes de que se adoptase la medida de entregar medallas con los mismos tipos a los principales caciques pampas. Por tanto, es más que probable que se reutilizasen para esta emisión, que no diferiría mucho de la medalla de Perdriel.

 Curiosamente, como recoge Pérez Ruiz, el equilibrio entre los pueblos indios y la Corona se rompió durante las Guerras de Independencia que acabaron con la presencia tricentenaria de España en el continente americano. Y así sucedió en la actual Argentina tras el pronunciamiento de mayo de 1815. En este sentido, es cuanto menos curioso el comentario vertido y recogido en el Proyecto de Ley 1299-D-2010 del diputado Adrián Camps, sobre la bandera de la Ciudad de Buenos Aires, pidiendo la derogación de la Ordenanza N° 49.669 del 31 de agosto de 1995, que establecía como bandera de la ciudad la réplica del escudo creado por Juan de Garay el 20 de octubre de 1580.

 En su justificación alega, literalmente, que:

 “La actual bandera de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires no refleja en absoluto el contenido de la Constitución ni el pensamiento de los habitantes de la Ciudad de Buenos Aires. Quienes vivimos en esta gran ciudad, cosmopolita y democrática, no nos merecemos tener una bandera que contiene símbolos autoritarios y monárquicos o que refleja mediante una “cruz sangrante” un odio religioso que nada tiene que ver con la convivencia pacífica de todos aquellos que profesan sus credos con absoluta libertad.

 Tampoco se merecen esta bandera colonial los pueblos originarios que habitaron y habitan nuestra ciudad y el territorio argentino, masacrados por el poder colonial en uno de los genocidios más atroces de la historia de la humanidad”.

 Personalmente estimo que las celebraciones del Segundo Bicentenario de la Independencia de las actuales Repúblicas Iberoamericanas deberían servir de pretexto para volver nuevamente a estudiar estos importantes momentos históricos con la debida reflexión, liberando a nuestra historia común de este tipo de mantras que por mil veces repetidos no dejan de ser igualmente falsos. Ni Leyenda Negra ni Leyenda Rosa.- Historia, con mayúsculas, con sus grandezas y con sus vilezas. Y la numismática y la medallística nos pueden ayudar a ello.     

 Bibliografia

 GREGORIC, F.,“La Bandera de la Ciudad de Buenos Aires”, Proceedings of the 24th International Congress of Vexillology, 2011, pp. 291-352.

MEDINA, J.T., Medallas coloniales Hispano-Americanas, Santiago de Chile, 1900.

PÉREZ RUIZ, L., “Reacción de los pueblos y ayuda de los aborígenes del virreinato del Río de la Plata ante las invasiones”, Revista de Historia Jerónimo Zurita, 1965, pp. 261-274.