Publicado en Crónica Numismática, Diciembre 2004, pp. 49-51
El pasado mes de noviembre se ha celebrado el IX Congreso de las Academias Iberoamericanas de la Historia, que ha venido dedicado a la independencia de los diferentes territorios ultramarinos de las monarquías española y portuguesa. La moneda, como documento de la historia, se convierte en un excepcional medio de análisis de esta convulsa época, que verá cómo en poco más de tres lustros los territorios dependientes de la Corona española, desde Alaska a las pampas argentinas y al actual sur chileno, se independicen, creándose las actuales repúblicas iberoamericanas.
Los avatares políticos de la época hacen que nos encontremos una ingente cantidad de emisiones en suelo americano, realizadas en su gran mayoría a nombre de Fernando VII, sumando los tipos batidos en plata o cobre casi los ochocientos. Junto a ello, también se observa que el debilitamiento del poder político hizo que se multiplicasen las cecas emisoras, en un número de treinta y nueve, a nombre de este soberano. Destaca asimismo de este variadísimo elenco la gran cantidad de bustos usados del monarca, que le convierten en el rey español del que más tipos diferentes de ellos se acuñan.
Es también patente la generalizada pérdida de la anterior calidad de las monedas alcanzada por sus predecesores, con diseños localistas, en ocasiones de muy pobre arte, e incluso clasificados como “infantiles”, alcanzando la tosquedad su máximo exponente en las llamadas cecas de necesidad. A ello pudieron contribuir tanto el aislamiento de determinadas zonas como la necesidad urgente de numerario circulante, a lo que se unirá posteriormente el afán independentista. Todo ello hará que se produzca el abandono en ocasiones de los tipos anteriores, como se verá principalmente en algunas emisiones del actual México.
Una de las características más destacadas de la historia monetaria indiana fue la de la utilización recurrente de la plata, incluso en los divisores más menudos del patrón real, siendo en general muy escasas las acuñaciones realizadas en cobre. Otra característica de esta época, que la diferencia de las anteriores y la hace especial numismáticamente hablando, es la emisión en cobre de piezas de octavos, cuartos y medios reales, pero también de monedas de mayor módulo y valor, como fueron en ocasiones las de dos y ocho reales.
Todo lo anterior no significa que las monedas emitidas por los monarcas anteriores, de magnífica ley y arte, no siguieran circulando en este período, e incluso posteriormente, como tales o reselladas por las nuevas autoridades políticas nacidas con la independencia. Su vigencia y aceptación, que no solamente se circunscribía a la totalidad del continente americano, bajo mandato español o no, sino que se extendía por Asia y Oceanía cubrirá gran parte de la centuria, sirviendo como numerario fiable para las transacciones comerciales.
En esta primera parte indicaremos los hitos fundamentales de dicho proceso de emancipación, y en sucesivas entregas iremos analizando las diferentes emisiones y avatares de las distintas áreas geográficas. Para ello, y tras agrupar las acuñaciones por virreinatos y capitanías generales, iremos estudiando su devenir, comenzando por el más septentrional de todos ellos, el de Nueva España, en el que encontramos más de la mitad de las cecas de esta época que acuñaron moneda a nombre de Fernando VII.
Antecedentes e invasión napoleónica de la Península Ibérica
Es a finales del siglo XVIII cuando se puede hablar de movimientos precursores de la emancipación en las Indias españolas, que se verán favorecidos por las corrientes políticas derivadas de la Revolución Francesa y por las continuas guerras mantenidas contra el Imperio Británico desde 1796, cuando la política exterior española se vea subordinada a los intereses del gobierno francés. Inglaterra tomará en esta época una postura con respecto a la América española caracterizada por un decidido intervencionismo, que se plasmará tanto en las intentonas de invasión directa, como los ataques que llevaron a cabo en los años 1806 y 1807 contra Buenos Aires, rechazados por las milicias criollas, como en la financiación de las intentonas independentistas y en la concesión de asilo a algunos independentistas.
Gran Bretaña, privada tras la Guerra de la Independencia norteamericana de sus colonias septentrionales en el continente, verá la América Española como un magnífico campo de expansión, tanto en el campo político, donde no alcanzará resultados importantes, como en el económico. A esta política intervencionista ayudará asimismo el haber destruido las flotas española y francesa en la batalla de Trafalgar, obteniendo con ello el pleno dominio naval del Océano Atlántico.
La independencia estadounidense y la Revolución Francesa tuvieron un muy importante impacto sobre la población criolla, descendientes de españoles nacidos en las Indias. Pero a la admiración por las proclamaciones de los derechos y libertades del ciudadano se unirá también el temor a los devastadores efectos sociales y raciales que se produjeron en algunos lugares, y muy significativamente en Haití, la parte occidental de la isla Española.
Aunque en muchas de las urbes indianas se produjeran agitaciones políticas y se publicaran libros y pasquines, e incluso hubiese algunas tentativas y levantamientos, como el de los negros de Coro, Venezuela, en 1795, o la conspiración de la Guaira, el verdadero comienzo de dicho proceso emancipador hay que buscarlo en la invasión napoleónica de la Península Ibérica en 1808, y vendrá muy ligado a los sucesivos avatares políticos que en la metrópoli se fueron sucediendo.
La abdicación de Carlos IV y la de su hijo, el Futuro Fernando VII, crearán una situación de vacío de poder que intentará suplirse con la constitución de la Junta Central Suprema, reconocida en un primer momento en los territorios ultramarinos de la Corona. En los mismos se asistirá a la destitución de muchas autoridades, como la del Virrey Iturriagay en Nueva España, lo que llevará al hundimiento del poder político y su evidente dispersión.
Este vacío de poder se intentará llenar con la constitución de los Cabildos en las principales ciudades indianas, que posteriormente irán evolucionando hacia cabildos abiertos y, a partir de 1809, se convertirán en Juntas, como las de Quito, La Paz, Chuquisaca, Caracas, Buenos Aires, Bogotá y Santiago de Chile. Aunque estas Juntas jurarán fidelidad al monarca Fernando VII, no acatarán la Regencia que sucedió tras su disolución en 1809 en Cádiz a la Junta Central.
Cuando en 1810 los ejércitos franceses ocupen Andalucía y por ende toda la Península, con visos de que la resistencia peninsular se había acabado, algunas de estas Juntas, y muy especialmente las de Bogotá y Buenos Aires, se convertirán en activos focos insurreccionales. Simultáneamente, en el Virreinato de Nueva España se producirán movimientos sociales de importancia capital, dirigidos por los sacerdotes Hidalgo y Morelos, que acabarán siendo dominados por la falta de apoyo a los mismos de los criollos novohispanos.
La restauración de la Casa de Borbón en la figura de Fernando VII en 1814, así como la derogación de la Constitución de Cádiz y la instauración de la monarquía absolutista marcarán un nuevo hito en el proceso de emancipación de los territorios ultramarinos. A partir de este momento, la confrontación será entre los conservadores, identificados con el Antiguo Régimen y en las Indias con los realistas, y los liberales, asimilados en el otro hemisferio hispánico con los patriotas.
La distinción entre unos y otros no se puede hacer extensiva a peninsulares y criollos, dado que unos y otros militarán y combatirán en ambos bandos, indistintamente, según sus ideas políticas. La posterior sucesión de acontecimientos, así como los estudios numismáticos con ellos relacionados, los analizaremos en futuras entregas de este apasionante tema.