Publicado en Numismático Digital, 21 de febrero de 2023
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Durante
el Renacimiento las clases altas de la sociedad se interesaron por el
coleccionismo en general y por la numismática en particular, siendo un claro
ejemplo de ello el caso de Felipe II, considerado uno de los más grandes
coleccionistas del Renacimiento europeo. Los libros de medallas se convirtieron
asimismo en referentes artísticos y sociales, y las monedas y medallas
representaron a los gobernantes con referentes en la estética de la Antigüedad
Clásica. Con la unión de las Coronas de
Castilla y Aragón, el Descubrimiento de América y la expansión de la Monarquía
española a comienzos del siglo XVI, abundaron los estudios dedicados a la cimentación
de un pasado glorioso, y en este sentido, tanto la numismática como la
epigrafía fueron consideradas los documentos disponibles más importantes y en
ocasiones únicos para ello, y por ende los testimonios más directos para los
estudios históricos.
Este fenómeno no fue exclusivo de los reinos
hispánicos, sino una corriente generalizada de las sociedades europeas
renacentistas, en las que el afán del conocimiento, unido al del coleccionismo,
llevó a notables estudios y a la formación de importantes colecciones
artísticas y numismáticas por la realeza, la nobleza, las altas jerarquías
eclesiásticas y por los eruditos interesados tanto en la historia como en el
arte en todas sus dimensiones. Famosa fue la colección de Alfonso V de Aragón, conformada
tras sus viajes por tierras italianas. La reina Isabel entregó a Bartolomé de
Zuloaga trescientas monedas variadas que habían pertenecido al prelado Pedro
González de Mendoza. Igualmente interesado en las monedas y medallas, entre
otros objetos y piezas de arte, Carlos V reunió un importante monetario.
Medio escudo milanés
a nombre de Carlos V
Su colección fue posteriormente ampliada por
su hijo Felipe II, una colección que puede ser considerada la más importante de
nuestro país, con nuevas adquisiciones, como las monedas enviadas por el Virrey
de Cerdeña, Antonio de Cardona, en 1539, las recibidas de Filippo Archinto en
1540, las colecciones de Benito Arias Montano y otras que habían sido propiedad
de Diego Hurtado de Mendoza y Antonio Agustín y donaciones recibidas de Benito
Arias Montano, Pedro Ponce de León, Páez de Castro, Alvar Gómez o Ambrosio de
Morales. Dicho monetario, conservado en
el Monasterio de El Escorial, ha sido por desgracia sometido a pérdidas e
incluso devastaciones, destacando la producida durante la Guerra de la
Independencia, por lo que, como afirma Elena Ruiz, no se puede saber a ciencia
cierta su composición en su época dorada, aunque se supone que contenía, entre
otras joyas, las bellas medallas labradas para los monarcas hispánicos por
célebres medallistas como Jácome Trezzo, Leone Leoni, Benvenuto Cellini o
Giovanni Battista Poggini.
Medalla de 1555 de Felipe II y María Tudor
Como acertadamente recoge Albert
Estrada-Rius, fue la valoración que se dio en la época del Humanismo a las
monedas, tanto para su coleccionismo como para su estudio, lo que sentó las
bases del establecimiento de la Numismática como disciplina, dado que sin las
colecciones reunidas por los humanistas y los eclesiásticos y príncipes contemporáneos
no habría sido posible avanzar en metodología de la disciplina. Los primeros
tratadistas fueron coleccionistas que daban a conocer su propio monetario,
intercambiando información y ejemplares con otros coleccionistas. Si bien de
alguna manera incentivaron el expolio de un patrimonio arqueológico entonces no
valorado, también ayudaron a contextualizar las monedas encontradas en algunos
tesoros antes de su dispersión, y salvaron numerosas piezas de ser fundidas para
aprovechar el metal precioso en las que estaban acuñadas.
Denario de Adriano
con reverso Hispania
Además de piezas de la Antigüedad, parte de
estos monetarios estaban formados por las monedas y medallas contemporáneas que
se iban acuñando, dado que la moneda fue y es un excelente medio difusor de
motivos y temas iconográficos, debido a su relativamente escaso valor material,
lo que la hace accesible a un gran número de coleccionistas y aficionados. Para
su guarda y conservación se empezaron a utilizar pequeños gabinetes o
monetarios con bandejas, con huecos para colocar las monedas. Como afirma
Antonio Roma, los monetarios que han llegado a nuestros días no son hispanos,
salvo al que perteneció al emperador del Sacro Imperio Fernando I, sucesor de
su hermano Carlos V, realizado en madera y con forma de libro, en el que las
monedas están incrustadas.
Medalla de Felipe II
realizada por Jacome Trezzo
Este coleccionismo y estudio de las monedas
se producía tanto para la mera contemplación de su propia belleza como para el
conocimiento de datos históricos precisos sobre las distintas civilizaciones
que tuvieron su solar en la Península Ibérica, incluyendo la griega y la romana.
Con las monedas se pudieron descubrir emperadores, magistrados o poblaciones
desconocidos por otras fuentes, así como estudiar la valiosa información que
contienen sobre sus ritos y religiones, vestimenta o edificios. Sus motivos
iconográficos se convirtieron en fuente de inspiración para otras disciplinas
artísticas, como la escultura, la pintura, el grabado, la literatura e incluso
para la decoración de los edificios. Ello explica la multiplicación en Europa
de numerosos tratados numismáticos que estudiaban y reproducían fielmente estas
monedas.
Áureo de Octavio posiblemente
acuñado en Caesaraugusta
Con la aparición de la imprenta, como afirma
Cruces Blázquez, los libros renacentistas dejaron de ser una posesión
institucional para convertirse una posesión individual. La difusión de estos
Libros de Medallas, según esta autora, está vinculada de forma directa a la
compleja red de impresión, importación y distribución editorial centralizada en
Medina del Campo, facilitando su adquisición a estudiantes, docentes universitarios,
profesionales, eclesiásticos, nobles y hombres cultos. En el siglo XVI estos
tratados se imprimieron, vendieron y engrosaron las bibliotecas privadas, junto
con los provenientes de otros países, significativamente de los diferentes
estados italianos y de otras regiones europeas, y sus adquirentes solían ser
igualmente coleccionistas de monedas y medallas. Esta difusión permitió, como
afirma Blázquez, que durante la etapa humanista las monedas romanas representaran
la esencia del mundo antiguo y constituyeran auténticos arquetipos. Por ello se
copiaron y aplicaron sus diseños y parámetros casi obligatoriamente a todo lo
que era susceptible de recibir ornamentación, cobrando la efigie de la persona
representada con un diseño numismático un valor añadido.
Reproducción de
monedas en la obra de Juan Fernández Franco
La numismática fue asimismo capital para el
estudio de los pueblos prerromanos de la península, en una época en la que los
nuevos descubrimientos geográficos y las alianzas matrimoniales supusieron el
paso al primer plano de las esferas política y cultural de los reinos
hispánicos. La búsqueda en la Antigüedad remota de la base del poder coetáneo a
estos autores ilustró la obra de autores como el cordobés Juan Fernández
Franco, autor de un tratado de monedas antiguas en las que estudia las monedas
acuñadas en Hispania, aunque solamente reconoce aquellas que llevan epígrafes
latinos. De entre estos estudiosos, el antes citado Antonio Agustín fue el
primero que trató de descifrar los caracteres grabados en las acuñaciones
prerromanas y conjeturó sobre la posibilidad de que se refiriesen al nombre de
las ciudades emisoras.
Denarios reproducidos
en la obra de Lastanosa
Como recoge Antonio Roma, hay referencias
del interés por la numismática de los eruditos de esta época Juan Andrés
Strany, Felipe de Guevara, Diego Hurtado de Mendoza, Pedro Ponce de León, Diego
de Covarrubias, Jerónimo Zurita, Ambrosio de Morales, Alvar Gómez de Castro,
Antonio Agustín, Juan Fernández Franco, Martín de Gurrea y Aragón, Marqués de
Villahermosa, Pedro Chacón, Benito Arias Montano, Juan de Mariana, Bartolomé
Salvador de Solórzano, Rodrigo Caro, Galcerán de Pinós, Marqués de Guimerá,
Vincencio Juan de Lastanosa y Martín Jimena Jurado. Otros personajes relevantes
que tuvieron y conservaron antigüedades y monedas fueron a modo de ejemplo
Fadrique Enríquez, Antonio de León Pinelo o el propio Cardenal Cisneros, cuya
colección pasó a integrar la Biblioteca de la Universidad Central, y de ahí se
remitió al Museo Arqueológico Nacional en 1868.
Para saber más:
BLAZQUEZ CERRATO, C., “Emblema Hispaniae: la percepción histórica de España a través de la
Numismática en los textos humanistas”, La impronta humanística (ss. XV-XVIII): saberes, visiones e
interpretaciones, 2013, pp. 363-376.
BLAZQUEZ CERRATO, C., “Los “Libros de
Medallas” renacentistas como referentes sociales y artísticos”, XV Congreso Nacional de Numismática (Madrid,
28-30 octubre 2014), pp. 1217-1230.
ESTRADA-RIUS, A., “El expolio numismático:
reflexiones y retos desde la experiencia numismática”, Mélanges de la Casa de Velázquez, Nº 51, 2,
2021, pp. 293-298.
GONZALBES CRAVIOTO, E., “Antigüedades
romanas en los manuscritos del erudito Juan Fernández Franco (siglo XVI)”, ANTIQVITAS, N. º 18-19, 2007, pp.
227-235.
MORENO GARRIDO, A., “El aragonés Antonio
Agustín (1516-1586) y la estampa de tema numismático como fuente iconográfica”,
Cuadernos de arte de la Universidad de
Granada, Nº 18, 1987, pp. 243-252.
ROMA VALDÉS, A., “Numismática española e
iberoamericana. Su origen como disciplina y sus protagonistas”, Textos de Numismática, Número 9, 2016.
RUIZ DE AZÚA MARTÍNEZ, E., “El Monetario de
San Lorenzo del Escorial. Un ejemplo de coleccionismo en Época Moderna y su
relación con las artes”, Literatura e
imagen en El Escorial: actas del Simposium (1/4-IX-1996), pp. 889-902.