domingo, 5 de abril de 2015

La moneda española en Tahití

Publicado en Numismático Digital, 1 de abril de 2015
http://www.numismaticodigital.com/noticia/8242/

La isla de Tahití fue descubierta por Pedro Fernández de Quirós en 1606, y en el siglo XVIII fue visitada por algunos navegantes europeos, como el británico Samuel Wallis o el francés Louis Antoine de Bouganville. La Corona española, tras tener conocimiento de estos viajes y los de James Cook, con el fin de evitar el establecimiento en la Polinesia de otras potencias occidentales y para evangelizar a la población, tomó posesión en 1772 de la isla, que recibió el nombre de Amat, en honor del virrey del Perú Manuel Amat y Junyent.

El Virrey Amat envió cuatro expediciones: una a la isla de Pascua en 1770, que tomó posesión de esta isla, que recibió el nombre de San Carlos, en honor del monarca reinante, y otras tres a la Polinesia, con el objeto de ubicar sus islas en el mapa y fundar colonias, con el fin de proteger con ello las costas americanas. La primera expedición a Tahití salió del puerto del Callao el 26 de septiembre de 1772 en la fragata El Águila, al mando de Domingo de Bonaechea. Sus instrucciones fueron muy precisas, en el sentido de que el fin de la misma era “…atraer nuevas almas a la religión cristiana y nuevos vasallos al Rey”, lo que al parecer se cumplió, dado que Cook afirmó más tarde que los habitantes de Tahití siempre se referían a los españoles “…con las mayores expresiones de estima y consideración”.

Una nueva expedición fue enviada en 1774 al mando de Bonaechea, acompañado de dos misioneros, fray Jerónimo Clota y fray Narciso González, y de los dos indígenas supervivientes de los cuatro que vinieron en la primera expedición, llamados Pautu y Tetuanui. También les acompañaba como intérprete el limeño Máximo Rodríguez, que había aprendido el idioma en el primer viaje, y cuyo Diario es considerado actualmente la principal fuente de estudio de la sociedad tahitiana de la época. El día 1 de enero de 1775 se tomó posesión de la isla en nombre del Rey de España.  Tras la muerte de Bonaechea, la expedición volvió al Perú, dejando en la isla a Máximo Rodríguez, a los dos misioneros franciscanos y al grumete José Páez, que abandonaron asimismo la isla con la expedición de Lándara de 1775. Con ello se abandonaron definitivamente los intentos de establecimiento españoles en la isla.

La única referencia numismática que tenemos de estos viajes es que el comandante de El Águila recibió de la Real Hacienda para la expedición cien monedas de medio real y otras tantas de un real, que en su anverso llevaban el busto de Carlos III. Estas monedas, posiblemente acuñadas en la ceca de la capital virreinal, estaban perforadas con un agujero para servir de adorno a los collares que los españoles entregaron a los indígenas tahitianos.
Esta costumbre está ampliamente documentada en la América española, donde según Rocha las medallas de proclamación eran guardadas con cariño por los indios, y era habitual que se las colgaran al cuello, por lo que salvo escasas excepciones tienen un pequeño agujero para tal fin. Estas monedas fueron ensartadas en alambres junto con cuentas de vidrio azul, a modo de sarcillos, y según Máximo Rodríguez los tahitianos se los colocaban en las orejas a modo de pendientes.

En los años posteriores otros europeos, como nuevamente James Cook y la famosa Bounty del capitán Bligh visitaron la isla. Entre 1767 y 1797 Tahití perdió dos tercios de su población debido a las epidemias y el alcoholismo, en un fenómeno común al resto de la Polinesia y Nueva Zelanda. Tahití se convirtió en suministrador de carne de cerdo seco para la colonia penitenciaria de Port Jackson, hoy Sydney,  y en 1819 el rey Pomare II ordenó la destrucción de los ídolos, y la población estaba ya mayoritariamente cristianizada.

Durante el reinado de la reina Pomaré, antes del establecimiento del protectorado francés en la isla, la moneda más apreciada por sus habitantes eran los reales de a ocho españoles, la piastre espagnole à double colonne, si bien según los autores galos los aborígenes no conocían el valor de la plata, dado que no era extraño que ofertasen dos pesos fuertes por un objeto brillante. Los reales de a ocho recibían los nombres de dalla o tara, el mismo que posteriormente y hasta el siglo XX se dio a los dólares y a los pesos de las repúblicas iberoamericanas en circulación en la isla.

Cuando en 1843 los franceses tomaron posesión de la isla, la unidad monetaria adoptada fue el 20 de noviembre de ese año la de la moneda de cinco francos de plata, con un valor equivalente a los pesos chilenos en circulación. Pero en la práctica esta moneda oficial no se correspondió con la moneda circulante, dado que el numerario estaba compuesto en 1850 por onzas chilenas de oro, con un valor de 84 francos, y sus divisores de medio, cuarto y octavo de onza o doublon,  a un valor de 40, 20 y 10 francos. En cuanto a la moneda de plata, se encontraban en circulación los reales de a ocho españoles, con un valor de dos francos y medio, y las pesetas, estimadas en 1 ¼ francos.

En 1862, una tabla de cambios publicada en el periódico Messager de Tahiti muestra circulación de numerosas monedas foráneas en los establecimientos franceses de Oceanía, como los soberanos británicos y las águilas y dólares estadounidenses de oro y los dimes norteamericanos, chelines británicos y diversos pesos fuertes de plata, entre ellos el Douro d’Espagne, con un valor de 5 francos y 30 céntimos, y los reales españoles, que se estimaban en 66 céntimos. La presencia simultánea de estas monedas creaba dificultades, existiendo agios bancarios para los pagos y en las letras de cambio, y pérdidas o ganancias según la moneda utilizada.

Las ordenanzas del gobierno de 1857 y 1863 prohibieron la entrada de dólares de oro de San Francisco y la de los cóndores y medias piastras chilenas, lo que se convirtió en papel mojado.  La situación se complicó con la entrada de moneda falsa procedente de Perú y de Bolivia, con una ley menor que la legal. No fue hasta 1910 cuando se consiguieron erradicar por las autoridades del territorio los pesos chilenos y sustituirlos por numerario francés. Como se afirmaba en el Rapport de la Assemblée de la Polynésie Française 11-2006, de la Commission des finances, sobre una proposición para la introducción del Euro en el territorio, con la instauración del Banco de Indochina el 1904 el franco se fue imponiendo progresivamente a las monedas extranjeras en circulación, principalmente chilenas y peruanas


Bibliografía:

ALONSO IBARROLA, J.M., Tahití y sus islas. Guía, 2010.
BOVIS, E., “État de la société tahitienne à l'arrivée des Européens”, Revue Coloniale, 1855. Réédité en 1978 à Papeete par la Société des Études Océaniennes (74 pp.) 
MARTÍNEZ ABELLÁN, “Apport espagnol au mythe de Tahiti”, Babel, Littératures plurielles, 1/1996, pp. 61-71.
MELLÉN BLANCO, F., “El marino Santoñés Felipe González Haedo y del descubrimiento de la Isla de Pascua”, Monte Buceiro 2 –Cursos 1998, pp. 201-216.
MELLÉN BLANCO, F. “Un diario inédito sobre la presencia española en Tahití (1774-1775)”, Revista Española del Pacífico nº 2, Año 1992, pp. 109-182.
MORDIER, J.P., Tahiti: 1767-1842. Des premiers contacts au Protectorat, Service éducatif des archives territoriales de Polynésie française, CRDP, 2005.
O’REILLY, P., “La vie à Tahiti au temps de la reine Pomaré”, Société des Océanistes. http://books.openedition.org/sdo/924
ROCHA HIDALGO, G. de la, "Árbol genealógico de las monedas centroamericanas", Boletín nicaragüense de bibliografía y documentación, 127, abril-junio 2005, pp. 83-110.
TUMAHARI, L. “Les expéditions espagnoles à Tahiti au XVIIIe siècle”, http://www.lehman.cuny.edu/ile.en.ile/pacifique/tumahai_expeditions.html

VERDE CASANOVA, A., “España y el Pacífico: Un breve repaso a las expediciones españolas de los siglos XVI al XVIII”, Asociación Española de Orientalistas, XXXVIII (2002) 33-50.

jueves, 5 de marzo de 2015

Pedro Alonso O’Crouley, anticuario y numismático

Publicado en Panorama Numismático, 5 de marzo de 2015


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Entre los personajes numismáticos de nuestro Siglo de las Luces destaca la figura del gaditano Pedro Alonso O’Crouley y O’Donnell. Hombre ilustrado, que había recibido una esmerada educación en Francia,  fue una persona emprendedora, adinerada, amante del arte, de las monedas y de otros objetos artísticos del pasado. Sus proyectos culturales le convirtieron en un hombre famoso y reconocido, no sólo en su Cádiz natal, sino en el resto de España e incluso en otros países europeos. De entre sus obras destacan su Ydea Compendiosa del Reyno de Nueva España, cuyo manuscrito original se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid,  y, en el tema que nos ocupa, su traducción de la obra del político y escritor inglés Joseph Addison de 1721, Dialogues Upon the Usefulness of Ancient Medals.

Pedro Alonso O’Crouley, también conocido como O’Crowley,  nació en Cádiz en 1740. Era, como sus apellidos indican, hijo de irlandeses afincados en la capital andaluza. Empezó a trabajar como contable y tenedor de libros en una casa comercial, y desde muy joven se dedicó al comercio, pasando a Indias por primera vez en 1765 tras haberse matriculado un año antes en el Consulado de Comercio de su ciudad natal. Gracias a los beneficios de su actividad y a su matrimonio con María Power y Gil ascendió socialmente, llegando a convertirse en un rico comerciante, luego ennoblecido. Fue un referente en la vida social y cultural del Cádiz de la segunda mitad del siglo XVIII, donde destacó por sus labores filantrópicas. Aficionado al arte, a las antigüedades y a las medallas y monedas antiguas, llegó a formar una magnífica colección privada.

Su afición le llevó a visitar gabinetes en Inglaterra, Francia y Madrid, contactando con sus poseedores y teniendo con ellos una importante correspondencia epistolar, como sucedió con Patricio Gutiérrez Bravo, Antonio Tomás de Herrera, Antonio Ponz o Cándido María Trigueros. Alcanzó con ello el reconocimiento de importantes instituciones y anticuarios de su época, como la Sociedad de Anticuarios de Edimburgo o la Real Academia Española, donde fue recibido como correspondiente. Gracias a sus contactos adquirió las colecciones numismáticas de Patricio Gutiérrez Bravo, Juan de Rivera y fray Juan Adrián de San Luis, acrecentando con ello la suya propia.

O’Crouley coleccionaba monedas, medallas, camafeos, pinturas, estatuas antiguas y objetos de ciencias naturales, con los que formó un gabinete o museo en su domicilio de Cádiz, que fue descrito por el viajero, historiador ilustrado y miembro de la Real Academia de la Historia Antonio Ponz Piquer en su visita a la ciudad.  Afirmaba Ponz que su colección de pinturas ascendía a un par de centenares de piezas, con autores nacionales y extranjeros tan afamados como Veronés. Ribera, Rubens, Murillo, Zurbarán o el propio Velázquez. Recogía asimismo que se había dedicado especialmente al conocimiento de las monedas antiguas, ascendiendo el número de ellas que poseía “…à unos quantos millares, y que es muy copiosa la coleccion imperial, y aun mas por su término la de nuestras Colonias…”

En 1795 O’Crouley publicó en castellano la traducción de la obra de Joseph Addison Dialogues Upon the Usefulness of Ancient Medals, conocida por los numísmatas  españoles en su edición original, con el nombre de Diálogos sobre las utilidad de las medallas antiguas, Principalmente por la conexión que tienen con los Poetas Griegos y Latinos, que tuvo una amplia difusión. La traducción se ciñó en gran medida al original inglés, si bien suprimió algunas frases que podían ser ofensivas para los católicos españoles. Como apéndice a la obra incluyó asimismo una descripción de sus propios fondos, publicada un año antes, por lo que, como afirma Sánchez-Cantón, fue el dueño de la primera colección española de cuadros y estatuas que tuvo un catálogo impreso.

En la misma afirmaba que era Teniente Cuadrillero Mayor de la Santa Hermandad de Toledo y Socio de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País. Según recoge Ortiz de Urbina, ofreció dedicar la publicación de esta obra a la Sociedad Bascongada, sin contraprestación de abono de gastos de impresión, lo que fue aceptado a condición de que la obra superase una revisión efectuada por personas inteligentes. En su dedicatoria a la misma hace referencia a Alfonso el Magnánimo, al célebre Arzobispo de Tarragona don Antonio Agustín y a los trabajos realizados por la Sociedad para adelantar su museo numismático, “… que vendrá a ser con el tiempo uno de los mas preciosos de nuestra Península”.

En las Notas a dicha traducción comentaba el precio y estimación que tenían entre los anticuarios las monedas, que estaban en relación con la falta que les hacía para completar sus colecciones. Los autores Valliant, Morelio y el Padre Flórez habían dejado listas  de las medallas o tipos con mayor apreciación en todas las series que habían tratado, si bien, a juicio del autor, “…sus calificaciones padezcan excepción a veces. Una moneda podía ser rara en un país o nación, y común en otros, pero siempre para el autor se reputaban como apreciables los tipos que rara vez se descubrían, así como las de los emperadores romanos que reinaron poco tiempo, y muchas veces se estimaba más las monedas y medallas de bronce, por ser más raras, que las de oro y plata.

Para dedicarse al estudio de la numismática era a su entender necesario tener aplicación y constancia, en un conocimiento muy agradable para quien lo emprendía, y aunque el fruto de esta tarea no era tan brillante en el mundo como el de otros ramos de la literatura, “…era de grande utilidad para descubrimientos Geográficos, Chronológicos, y otros muy apreciables conocimientos”. Hablaba también de muchas obras inútiles que salían cada día a la luz, “…que parecen inventadas para la enorme fatiga de la prensa, y detrimento de las Ciencias útiles; que solo pueden servir de robar á los estudiosos un tiempo que, según el cómputo y periodo breve de la vida, jamas basta para lo mucho y bueno que hay escrito, y lo que mas importa saber á todos para una instruccion sólida y permanente”.

También hacía referencia a la barbarie de fundir las monedas de oro y plata, una costumbre que se seguía practicando con gran pesar de los sabios por joyeros y veloneros. El gobierno debía a su entender ordenar que, al igual que les estaba vedado fundir las monedas circulantes, se les debía prohibir expresamente la fundición de moneda antigua, imponiendo multa a los contraventores. Debía asimismo prohibirse su salida, como lo estaba la de las pinturas “…de nuestros Autores mas clásicos”.

La parte más voluminosa de la obra, desde la página 169 a la 585, y con portada independiente, viene dedicada a la descripción de su propio monetario, Musaei o-Croulianei compendiaria descriptio; ó Catálogo de las medallas, camafeos, monumentos antiguos &c., de don Pedro Alonso O’Crouley, Madrid, 1794. El mismo, según su propio testimonio, estaba compuesto de “…cuatro mil quinientas medallas útiles en sus diferentes clases, sin numerar los duplicados, que bastarían á formar el decente y copioso Monetario de un aficionado”. Como recoge Sánchez-Cantón, se trataba de un catálogo elaborado con asesoramiento técnico, lo que separaba a este libro de los inventarios al uso de los siglos XVII y XVIII. En cuanto a su difusión, su obra es citada, por ejemplo, por Josef Salat.

Como otros tantos comerciantes gaditanos, O’Crouley sufrió la drástica disminución de las actividades comerciales como consecuencia de las guerras y de la ocupación francesa de la Península. Para mantenerse tuvo que vender gran parte de su patrimonio. Tras la Real Cédula de 6 de julio de 1803, por la que se concedía a la Real Academia de la Historia la inspección de las antigüedades españolas, O’Crouley ofreció su colección de monedas a la Academia mediante compra o a cambio de un empleo en Madrid para uno de sus hijos, o una pensión segura por dos o más vidas, lo que finalmente fue rechazado tras el informe de José Antonio Conde de 16 de diciembre de ese mismo año. Falleció, rodeado de su numerosa familia, en 1816.


BIBLIOGRAFIA

ADDISON, J., Diálogos sobre las utilidad de las medallas antiguas, Principalmente por la conexión que tienen con los Poetas Griegos y Latinos, traducción de O’CROULEY, P.A., Madrid, 1795.
BERNABÉU, S., «Pedro Alonso de O'Crouley y O'Donnell (1740-1817) y el descubrimiento ilustrado de México», Congreso Internacional «Irlanda y el Atlántico ibérico: movilidad, participación e intercambio cultural (1580-1823), EEHA y Universidad Pablo de Olavide, Sevilla, del 30 de octubre al 1 de noviembre de 2008.
GATELLI I CARNICER, P., El argonauta español: Periódico gaditano,  2014.
MARTÍN ESCUDERO, F., CEPAS, A. y CANTO GARCÍA, A., Archivo del Gabinete Numario. Catálogo e Índices, Real Academia de la Historia, Madrid, 2004.
MORA, G., Diccionario histórico de la arqueología en España:(siglos XV-XX), Madrid, 2009.
ORTIZ DE URBINA MONTOYA, C., “Un gabinete numismático de la Ilustración española: La Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País y Diego Lorenzo de Prestamero”, Cuadernos Dieciochistas, nº5, 2004, pp. 203-250.
PONZ PIQUER, A., Viage de España, en el que se da noticia de las cosas mas apreciables, y dignas de saberse, que hay en ella, Tomo XVIII, Obra Póstuma, Madrid, 1794.
RODRIGUEZ CASANOVA, I., “La Numismática en la España de la Ilustración”, en De Pompeya al Nuevo Mundo: la corona española y la arqueología en el siglo XVIII, ALMAGRO GORBEA, M., MAIER ALLENDE, J., (ed.), Real Academia de la Historia, 2012, pp. 157-171.
SALAT, J., Tratado de las monedas labradas en el Principado de Cataluña, con documentos justificativos, Tomo I, Barcelona, 1818.
SÁNCHEZ-CANTÓN, F.J., “La primera colección española de cuadros y estatuas que tuvo catálogo impreso”, Boletín de la Real Academia de la Historia, T.111, 1942, pp. 217-227.
SOLÉ, P.A., “El anticuario gaditano Pedro Alonso O'Crouley. (Su vida, su Museo y sus diálogos de Medallas antiguas, con una carta inédita a don Antonio Ponz)”,  Archivo hispalense: Revista histórica, literaria y artística, Tomo 44, nº 136, pp. 151-166.

miércoles, 4 de marzo de 2015

La moneda española en las Islas Marianas

Publicado en Numismático Digital, 4 de marzo de 2015

http://www.numismaticodigital.com/noticia/8164/


El Archipiélago de las Marianas, junto con los de Palaos y las Carolinas, formaron parte desde el siglo XVI del Virreinato de Nueva España  y de la Capitanía General de Filipinas.  Visitadas por primera vez por Fernando de Magallanes en 1521, fueron bautizadas como Islas de los Ladrones. La ocupación efectiva del archipiélago comenzó el 15 de julio de 1668, con la llegada de una expedición de jesuitas que se estableció en Agaña, y recibieron su nombre actual en honor de Mariana de Austria, la esposa de Felipe IV. Desde este momento hasta su venta en 1899 a Alemania su patrón monetario fue el hispánico.

Afirma Patacsil que el trueque era la práctica habitual en el comercio entre los nativos chamorros de las islas antes de la llegada de los españoles en el siglo XVI. A finales del siglo XVII y principios del XVIII la población local era pagada normalmente en especie, usualmente con hojas de tabaco procedentes de Filipinas, que suponían un salario diario de una décima parte de un real o la decimoctava  parte de un peso fuerte. Por ello, según Patacsil, un trabajador necesitaba trabajar de cuatro a seis meses para adquirir unos pantalones del material más barato, valorados entre seis y ocho reales.

La isla de Guaján, actualmente conocida como Guam, tenía gran importancia estratégica para España, al ser el principal puerto de escala para el Galeón de Manila, y prueba de ello es que en la misma se conservan cinco fuertes de la época hispánica, y un Camino Real que unía San Ignacio de Agaña con el puerto de Umatac. Tras el establecimiento de la primera misión en 1668 por Fray Diego Luis de San Vítores, fue habitual que la Nao de la China hiciese una parada en el puerto de Agaña, para desembarcar a los religiosos y funcionarios de la administración y el situado para el pago de los funcionarios, los soldados y estipendios para los misioneros. Dado que no había tiendas en las Marianas durante estos primeros años, según Patacsil los soldados normalmente utilizaban las monedas para apostar en el juego.

Poco después del establecimiento de los españoles, en 1686, el galeón Santo Niño partió hacia las Marianas, donde dos naves piratas inglesas merodeaban a la espera de la llegada del galeón Santa Rosa desde Acapulco. No pudo cumplir su misión de escoltar a esta última nao, que se dirigió directamente al puerto de Naga sin poder entregar los socorros que desesperadamente esperaban los colonos de las islas.

El 3 de junio de 1690  el galeón Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza, escolta del Santo Niño, que transportaban el situado de las Marianas, al Gobernador General Fausto Cruzat y Góngora  y a soldados y misioneros franciscanos de Nueva España a Filipinas, se hundió en una colisión con arrecifes en la isla Cocos. Los trescientos pasajeros de la nao Pilar fueron rescatados, pero se estima que transportaba un millón y medio de monedas que se hundieron en el naufragio.

A comienzos del siglo XVIII el Gobierno Superior de Manila emitió un documento recomendando la introducción de moneda en las Marianas, dado que la escasez de circulante era la causa de una serie de problemas que necesitaban soluciones. El vice provincial de las misiones de las islas, Gerardo Bowens, se preguntaba en 1706 en relación a este documento cómo se podrían corregir las injusticias con la introducción de numerario, y estimaba que lo que habría que hacer era no compensarles con moneda, sino con artículos como los bolos–machetes-, carajayes-planchas de hierro-, y otros bienes y ornamentos que pudieran ser utilizados por ellos.

La introducción de numerario en las islas no se produjo por ninguna disposición gubernamental, sino por el desarrollo económico del archipiélago y por la necesidad de medios de pago para su comercio exterior. Las primeras relaciones fueron con las Filipinas, con las personas de paso en el galeón y porque el archipiélago filipino era el lugar de aprovisionamiento de las Marianas.

A finales del siglo XVIII, del montante global de los situados encomendados a la masa común o erario de Nueva España de 3.011.664 pesos anuales, correspondió a las Marianas en el año 1789 la suma de 20.137 pesos, y 25.223 pesos eran enviados a las Filipinas, si bien se fijó un situado para este último archipiélago de 250.000 pesos. En 1817 se transfirió el gobierno de las Marianas del Virreinato de Nueva España a la Capitanía General de Filipinas, y el situado se redujo a 8.000 pesos. 

En las mismas, como en Filipinas, se comenzaron a utilizar resellos para las monedas emitidas por las nuevas repúblicas hispanoamericanas a partir del 31 de octubre de 1828, con las letras F.7 y, posteriormente, con Y-II. Estos resellos fueron más comunes en los reales de a ocho, y como afirma Patacsil, es muy habitual que los mismos porten asimismo resellos chinos. La época de esta moneda resellada coincide en las Marianas con un periodo de reforma económica instituida por el gobernador Francisco Ramón de Villalobos (1831-1837), que reguló los derechos a cobrar en los puertos a las naves en tránsito e inició la producción de bienes para la exportación, como el índigo, la tapioca, los tintes o las conchas de tortuga.

Entre los años 20 y 50 del siglo XIX numerosos barcos recalaban a menudo en Guaján, por lo que sus marineros introdujeron en la isla numerario de diversas procedencias. Cada uno de los treinta a sesenta buques pesqueros, normalmente estadounidenses o británicos, que llegaban anualmente a la isla y paraban un mes o más en la misma para efectuar las necesarias reparaciones tenían unos gastos de unos seiscientos pesos.

En 1837 se decretó el cese de la circulación de la moneda resellada y la foránea, lo que creó según Patacsil una gran incertidumbre, al no haber uniformidad en el numerario circulante. Entre esta fecha y 1861 la moneda antigua procedente de las cecas de las Indias convivió con las pesetas, los cuartos y los maravedíes. Los maravedíes eran monedas de cobre acuñadas en España, equivaliendo 34 de ellos a un real, y los cuartos moneda de cobre fabricada en Filipinas por contratistas chinos, una suerte de moneda provincial que circulaba en Filipinas y la Micronesia española con un valor de cuatro cuartos por cada real.

Desde 1857 se estableció la Casa de Moneda de Manila, que proveyó a las islas de numerario de oro y plata. Por Orden de 1861 se ordenó la retirada de la moneda argéntea hispanoamericana, y entre este año y 1868 se acuñaron pesos, dos pesos y cuatro pesos en oro con el busto de Isabel II. Una nueva emisión de moneda de cuatro pesos se produjo entre 1880 y 1885, con el busto de Alfonso XII.

En 1864 comenzaron las emisiones de moneda de plata en Filipinas, de diez, veinte y cincuenta céntimos de facial, con su valor reflejado en fracciones de peso. Al igual que hemos visto para las emisiones áureas, hubo dos series coetáneas a las de la moneda de oro. Junto con la moneda batida en Manila, también circuló en las Marianas la moneda acuñada en las cecas metropolitanas, y en 1876 se autorizó asimismo la circulación de los pesos mexicanos en paridad a los acuñados en Manila. Estos últimos se convirtieron de facto en la moneda más común en circulación en Filipinas y toda la Oceanía española. También llegaron a circular aunque por muy poco tiempo los pesos batidos en Madrid en 1897 con destino a las Filipinas.

Cuando en 1899 los norteamericanos tomaron posesión de los fondos gubernamentales españoles de Guaján,  éstos estaban compuestos de moneda mexicana, española, filipina y de otras repúblicas sudamericanas.  Los norteamericanos introdujeron en la circulación de la isla un mayor número de pesos mexicanos. El 9 de febrero de 1899 el comandante Taussig emitió una Orden que fijó las siguientes valoraciones de la moneda circulante:

·         En moneda estadounidense, un dólar equivalía a dos pesos mexicanos.
·         La moneda española equivalía a la mexicana.
·         Un peso chileno equivalía a 75 centavos de dólar-
·         Un sol peruano equivalía a 75 centavos mexicanos.
·         Un peso colombiano equivalía a 90 centavos mexicanos.

En 1900 el peso mexicano o su equivalencia en moneda estadounidense se convirtieron en la moneda de curso legal, y no fue hasta el día 1 de julio de 1909 cuando la moneda estadounidense reemplazó completamente a la filipina y mexicana en Guam.

Alemania ya en 1885 había ocupado algunas islas en Palaos, lo que produjo un conflicto diplomático entre ambos estados en el que medió el papa León XIII a favor de España. Las pretensiones germanas sobre la Micronesia española no cesaron, y se materializaron cuando el 12 de febrero de 1899 adquirió a España las Marianas, las Carolinas y Palaos por 17 millones de marcos, o 25 millones de pesetas de la época.

Bibliografía:

FONSECA, F. de y URRUTIA, C. de, Historia General de la Real Hacienda, por orden del virey Conde de Revillagigedo, T. I., México, 1845.
MOORE, D.F., “Where is the gold? Silver and Copper Coins from two of Guam’s Historic Sites”, History of the Marianas, 2nd Marianas History Conference, August 30-32,2013, Mangilao, Guam, pp. 159-196. 
PATACSIL, P.E., Coinage in Guam during the Spanish era, Chapel Hill, N.C.: Professional Press, 1998.
VARELA, C., “Microhistoria de un Galeón: El Santo Niño y Nuestra Señora de Guía”, en Un océano de seda y plata: el universo económico del Galeón de Manila, BERNABÉU ALBERT, S. y  MARTÍNEZ SHAW, C. (ed), Sevilla, 2013. 


miércoles, 4 de febrero de 2015

La moneda vietnamita de la Edad Moderna y la plata española

Publicado en Numismático Digital, 4 de febrero de 2015


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A diferencia de los grandes imperios de su entorno, como China o la India, una de las características del actual territorio vietnamita desde finales del primer milenio de nuestra Era fue su abundante producción tanto de oro como de plata, así como su extendido uso monetario. A pesar de ello, se vio inundado como sus vecinos en la Edad Moderna por la plata procedente del Japón y, muy especialmente, de las Indias españolas, lo que produjo numerosas crisis monetarias, a pesar del estricto control de sus autoridades. Vietnam fue, asimismo, el primer reino de Extremo Oriente que acuñó oficialmente un dólar, real de a ocho, en 1832.

Junto con las emisiones de oro, plata y cobre se acuñaron monedas de otros metales y aleaciones, como el zinc o el latón, especialmente a partir del siglo XVII, cuando el valor del cobre se incrementó con la afluencia de plata foránea. Al contrario que las autoridades chinas, en Vietnam se interesaron por controlar el flujo de plata que circulaba en su territorio, por lo que se promulgaron leyes para mantener un estricto control sobre el numerario de oro y plata, y conseguir la progresiva uniformidad del circulante con las monedas batidas en las cecas oficiales.

Los viajeros occidentales que recorrieron el territorio luego conocido como Indochina, como el portugués Tomé Pires en el siglo XVI o el misionero francés Vachet a comienzos del siglo XVIII, recogieron en sus obras la abundancia de metales preciosos en el área. Desde 1593 se amonedó plata en forma de lingotes de un dât, con un valor de 10 lang y un peso de 390 gramos, para el pago que los Lê hacían a sus tropas movilizadas contra la dinastía Mac del norte y contra la Nguyên del sur. Desde mediados del siglo XVIII, y debido a la devaluación de la plata por la afluencia de moneda española, se instauró un sistema más complejo de pequeños lingotes divisionarios.

En el principado meridional de los señores Nguyên, y para controlar el flujo de la moneda española que se introducía en su territorio, el señor Vô Vuong (1738-1765) decidió establecer una moneda argéntea nacional, a semejanza de los reales de a ocho españoles. Esta decisión se basaba en el hecho de que la paridad entre los pesos españoles y la moneda local fluctuaba no sólo en función del mercado local, sino también por las operaciones financieras de los comerciantes chinos de Macao en la región central de Thûan Hoa, en el centro del país.

Siguiendo el consejo del comerciante francés Pierre Poivre, publicó en día 20 de noviembre de 1749 un Edicto que ordenaba que los reales de a ocho de 27 gramos se recibiesen a un cambio fijo de 780 monedas de cobre circulantes en el reino, y que no pudiesen circular si no portaban el resello thôn dung realizado por los orfebres de la Corte. En tres semanas, y para dar cumplimiento a estas órdenes, se resellaron tres mil monedas con los signos del soberano. Esta fue la primera vez en la que, como afirma Thierry, se fijó el principio del estricto control del Estado de la circulación de la moneda extranjera en el territorio.

A comienzos del siglo XIX los emperadores de Vietnam intentaron controlar la masiva entrada de numerario extranjero, dado que estimaban que suponía un factor de desequilibrio para sus finanzas y un violento medio de intervención de los europeos en su economía nacional. Saigón era, junto a Bangkok y Singapur, uno de los principales socios comerciales de China, y el comercio del arroz y otros bienes y productos suponía la entrada de los cash chinos, utilizados para las transacciones menores, y de los reales de a ocho españoles, la principal moneda en el comercio de todo el área.

Por ello, el emperador Minh Mang decidió imitar los pesos, piastras o dólares occidentales, acuñando en 1832 una moneda de plata de 27 gramos de peso, con la leyenda Minh Mang thông báo en su anverso y en su reverso la representación de un dragón volador, por lo que fueron conocidas como philong. Su fineza se fijo en un 700º/ºº, mucho menor que los 900 º/ºº de los lingotes tradicionales vietnamitas, de los 935 º/ºº de los reales de a ocho españoles o los 903 º/ºº de los pesos mexicanos. Debido a esta baja ley, la población prefirió seguir utilizando los lingotes oficiales o recurrir a la moneda foránea, por lo que en 1835 cesaron las emisiones de estos primeros pesos o dólares orientales. 

Según recogía en su obra el misionero dominico español Manuel de Rivas, cuando la cosecha de arroz era buena entraban en el país ríos de preciosos metales, si bien desaparecían rápidamente de la circulación sin que nadie supiese dónde iban a parar. Afirmaba que había tomado datos sobre los sampanes chinos que habían ido a Tonkín a cargar arroz entre los años 1844 a 1846, y estimaba que los trescientos de estos barcos que había registrado habrían dejado en pago unos sesenta mil pesos sólo en el puerto de Hoa-Phaong–Hai Pong-, si bien en los otros puertos de la provincia del norte y de Hanói la extracción de grano y la introducción de plata debía de ser muy superior.

Según Rivas, en los tres meses de la venta del arroz se compraba una barra de plata de quince pesos por cuarenta y cinco Quam-Tien, o atados de Chapecas, pero pasado algún tiempo la plata desaparecía y la misma barra se estimaba en setenta y cinco a ochenta Quam-Tien. Las Doung-Tien o monedillas agujereadas en el centro, la antigua moneda de Tonkín y Cochinchina, eran similares según este autor a las Chapecascash- de China, aunque eran más pequeñas que las monedas chinas y sólo tenían curso entre los anamitas. A pesar de que no hubiese extracción, la moneda de bronce desaparecía de la circulación a los pocos meses de ser acuñada, al ser enterrada según este autor por la población. 

Tras el desembarco de las tropas hispano-francesas en el sur del país y la anexión de parte del territorio por Francia en 1858, los vietnamitas se vieron obligados a pagar indemnizaciones de guerra por un importe de cuatro millones de pesos. Para evitar la salida de numerario del país, el emperador Tu Duc mandó acuñar en 1865 una moneda de plata con la leyenda thât tiên nhi phân y una ley de 800 º/ºº, que no fue aceptada por los franceses, tanto por su baja ley en comparación a los ya predominantes pesos mexicanos en circulación como para evitar que Vietnam se dotase de una moneda nacional fuerte.

Todavía a finales del siglo XIX, como recogía Zay, en una Cochinchina cada vez más colonizada por los franceses, los pesos mexicanos seguían siendo la moneda corriente, como en todo el Extremo Oriente, y a causa de la falta de moneda menuda de plata se habían cortado en mitades llamadas rupias, cuartos ochelines y octavos, conocidos como medios chelines o clou.

Bibliografía

FRANÇOIS, T., “La monnaie vietnamienne, entre tradition việt et culture han”, Arts asiatiques, Tome 61, 2006, pp. 165-180.
RIVAS, M. de, Idea del Imperio de Annan: o de los reinos unidos de Tunquin y Cochinchina, Madrid, 1859.
TAGLIACOZZO, E., WEN-CHIN CHANG, Chinese Circulations: Capital, Commodities, and Networks in Southeast Asia, Duke University Press, 2011.
ZAY, E., Histoire Monétaire des Colonies Françaises, d’après les documents officiels, Paris, 1892.

miércoles, 7 de enero de 2015

El café Moka y los duros sevillanos

Publicado en Numismático Digital, 7 de enero de 2015

http://www.numismaticodigital.com/noticia/8000/

El Mar Rojo fue una arteria vital para la llegada de la plata española a los mercados de Oriente, por la que fluía gracias al comercio del café centrado en el puerto yemení de Moca, el mayor exportador de este producto entre los siglos XV y XVII y punto de control  del Imperio Otomano para el cobro de los tributos del tráfico en este mar. Procedente de este último y de Persia, la mayor parte de esta plata acababa siendo acaparada por el Imperio Mongol de la India.

Ya en el siglo XVI, y con el afán de controlar las rutas comerciales terrestres asiáticas, los portugueses ocuparon las salidas al Océano Índico en el estrecho de Ormuz y en el Mar Rojo. En el primero de ellos fundaron estados vasallos en sus principales enclaves, como Julfar, Lareca, Mascate, Barhein y la propia Ormuz. En cuanto al Mar Rojo, el bloqueo comercial llevado a cabo por los lusitanos fue la causa de importantes enfrentamientos en su cuenca con el Imperio Otomano a comienzos de este siglo, principalmente en Etiopía, el país de origen del café, y una de las principales causas de la anexión por los turcos del Egipto mameluco.

Las principales rutas terrestres que cruzaban Asia partían de los puertos mediterráneos de Alepo, Esmirna y de la misma Constantinopla. Las mismas suministraban plata española a la Persia safávida, a pesar de que entre los siglos XVI XVIII los enfrentamientos entre los persas y sus vecinos otomanos, uzbekos y mongoles de la India fueron frecuentes, pero la mayor parte de ella le llegaba por su comercio con los armenios, que vendían seda en Europa.

Persia era en muchas ocasiones sólo una escala en una tupida red comercial mucho más amplia, pero tenía una política monetaria muy estricta. Según Tavernier, los oficiales de comercio obligaban a los mercaderes a reacuñar los pesos españoles en abbassis, su propia moneda, que al llegar a la India debía ser nuevamente acuñada en piastras, perdiendo con ello los comerciantes un 10 ¼ % de su valor, por lo que los mismos intentaban ocultarlos en su transporte a través de su territorio.
 
Como recogía el abate Mably en el siglo XVIII, la mayor parte de dicha plata tenía como destino final el Imperio Mongol de la India. Aunque había varios itinerarios que pasaban o por Basora, donde en 1623 los portugueses habían fundado una factoría, o por Bandes-Abassi, una parte muy importante de la moneda española partía hacia el Mar Rojo para el comercio del café en Moca y en el estrecho de Bab-el-Mandel. Braudel recogía asimismo que todavía en el siglo XVIII este comercio del café seguía siendo vital para la llegada de la plata española a la India, como lo llevaba siendo desde el siglo XVI.

El principal puerto hindú de arribada de café era Surat, el más importante de los del subcontinente en esos momentos. Su precio venía referenciado en reales de a ocho, y fluctuaba en función de las llegadas de las flotas del Mar Rojo y de la distribución del mismo entre los distintos comerciantes. En 1670, cuando los barcos procedentes de Moca llegaban a Surat su precio era de 22 reales por maund, unos 18,18 kilos, bajando rápidamente el mismo a los 10-11 reales, que finalmente acababa estabilizándose en 12-13 reales. Los precios del café variaban asimismo en este puerto en función de la demanda de las principales áreas consumidoras, dado que una parte importante de la producción era enviada desde las zonas productoras a Alejandría, Persia y Basora.

La plata española era vital para la economía del Imperio Mongol, dado que era necesaria para su mantenimiento y financiación. En Surat se recibía la mitad de la plata española que llegaba a la India, de la que menos de la tercera parte venía por la ruta que circunvalaba África, dado que la mayoría llegaba por el comercio con el Mar Rojo y el Golfo Pérsico, si bien también se obtenía plata de las relaciones con otras naciones asiáticas, e  incluso una parte procedía del comercio con Rusia.

Tavernier recogía que en la India los reales de a ocho acuñados en Sevilla recibían una estimación de entre 213 y 215 rupias cada cien piezas, mientras que los pesos mexicanos se pagaban únicamente en 212 rupias. Ello suponía que con los primeros se obtenía un beneficio de un 11%, mientras que con los novohispanos el mismo se reducía al 10 ¼ %  antes citado. Afirmaba asimismo que se encontraban en el comercio tres o cuatro tipos diferentes de duros españoles, con valores comprendidos entre las 208 y 214 rupias por cada cien de ellos, siendo los más estimados los sevillanos de peso completo, de 21 dineros y ocho granos, que recibían una valoración de 213 rupias, y las 215 rupias antes citadas si había escasez de plata. Según este autor, la ley de las rupias era mayor que la de las monedas españolas, dado que mientras que aquellas tenían una fineza de 11 dineros y 14 granos, los reales de a ocho sevillanos la tenían de 11 dineros y los mexicanos únicamente de 10 dineros y 21 granos.
 
BIBLIOGRAFÍA

BRAUDEL, F., La dinámica del capitalismo, Breviarios del fondo de cultura económica, México, 3ª reimpresión, 2002, traducción de Rafael Tusón Calatayud.
CANO BORREGO, P.D., Al-Andalus, El Islam y los pueblos Ibéricos, Madrid, 2ª Ed., 2013.
CHAUDHURI, K.N., The Trading World of Asia and the English East India Company: 1660-1760,  Cambridge University Press, New York, 1978.
GUNDER FRANK, A., ReOrient: Global Economy in the Asian Age, University of California Press, 1998.
MABLY, G.B., abbé de, Oeuvres complètes, T. IX, Toulouse, 1791.
MARCOS GUTIÉRREZ, J., Librería de Escribanos, Abogados y Jueces, que compuso don José Febrero, Escribano Real y del Colegio de la Córte, Parte Primera, Tomo Primero, Séptima Edición, Madrid, 1829.
ROBINSON, F, El Islam. Revelación e Historia, Barcelona, 2002.
TAVERNIER, J.B., Les six voyages de Jean Baptiste Tavernier en Turquie, en Perse et aux Indes, Amsterdam, 1678.

martes, 6 de enero de 2015

La moneda española en circulación en Canadá durante los siglos XVIII Y XIX

Publicado en Revista Numismática Hécate nº 1 el 25 de diciembre de 2014

http://revista-hecate.org/files/5714/1944/6659/Cano_Borrego1.pdf

Resumen:

Tras la firma del Tratado de París en 1763, la mayor parte de Nueva Francia, incluida Canadá, fue cedida por Francia a la Gran Bretaña. Ante la escasez de moneda circulante y el uso de papel moneda muy depreciado, en mayo de 1765 se declaró la obligatoria aceptación de los reales de a ocho españoles. De acuerdo a esta política, la moneda española, tanto la plata nacional y los doblones de oro como las pesetas provinciales metropolitanas, se convirtieron en el principal medio de pago del territorio, así como del de los aledaños de Nueva Escocia, Terranova y la isla del Príncipe Eduardo, hasta bien entrado el siglo XIX.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

La debacle de la dinastía Ming y la plata española

Publicado en Numismático Digital, 3 de diciembre de 2014




Existe en la historiografía china un debate abierto sobre el posible impacto que pudo tener el coyuntural descenso en la recepción de plata procedente de las Indias españolas como factor desencadenante o coadyuvante en la caída de la dinastía Ming. La plata española había sido un importante factor para la mercantilización de su economía y la base de su sistema fiscal, con lo que su escasez, combinada con una serie de desastres naturales y con las revueltas campesinas interiores, habría favorecido la conquista de China por los manchúes de la dinastía Qing. 
La plata era ya empleada en el siglo XV, antes de la llegada de los portugueses y españoles, en sustitución de un papel moneda cada vez más depreciado, especialmente en las provincias meridionales de China. El año 1436 los emperadores Ming dieron cobertura legal al metal argénteo, y desde mediados del siglo siguiente se ordenó que los tributos debían pagarse necesariamente en el mismo, a partir del sistema impositivo conocido como del latigazo único o i-t’iao pien fa.
En un primer momento, su circulación se circunscribió a las provincias de Quanzhou-Cantón- y Zhangzhou. A pesar de no existir moneda de este metal, la plata se utilizaba para el pago de las operaciones al por mayor, para los intercambios internacionales y para el pago de tasas. Cipolla afirmaba que los chinos estaban enamorados de los reales de a ocho, pero que una vez adquiridos no los ponían en circulación como moneda, sino que los fundían en lingotes o los cortaban. Para los pagos se procedía a cortar los lingotes o los reales de a ocho recibidos con unas cizallas en piezas del peso requerido.
El comercio con los españoles de Manila y con los portugueses de Goa y Malaca fue el que familiarizó a los chinos con la moneda que sería dominante en el comercio en las siguientes tres centurias. Con la concesión del permiso de establecimiento en Macao a los portugueses en 1557 y con la fundación de Manila en 1571 comenzó una época de activo comercio de los mercaderes chinos con los puertos bajo control ambos países ibéricos.  
Para adquirir la plata española en Manila y la japonesa en Macao los comerciantes chinos se vieron obligados a vender seda, que estaba libre de impuestos directos, y cerámica, utilizada en realidad como lastre de sus juncos, para cubrir sus necesidades de numerario metálico. Los pesos españoles comenzaron a ser familiares en los puertos de Cantón, Ningbó y Amoy desde 1571, por su relación comercial con las Filipinas.  Este comercio fue según Ollé un factor de canalización de un flujo comercial suficiente para que el Imperio Chino tomase medidas para la pacificación e integración en el sistema de las últimas redes de piratas y contrabandistas, organizadas en grandes flotas navales.
Los portugueses obtenían plata para su comercio con China de Japón, pero también en la propia Península Ibérica. Según Céspedes la primera y más importante vía de salida de plata hacia Oriente nacía en Lisboa, donde se combinaban su proximidad y fácil comunicación con Sevilla con ser el principal puerto de la naciente ruta comercial hacia las Indias Orientales. A ello contribuyó igualmente la unión de ambas Coronas en el reinado de Felipe II, con la que los mercaderes lusitanos extendieron sus negocios a los reinos de Castilla, tanto peninsulares como indianos.
Según Cipolla, en los siglos XVI y XVII las naos portuguesas transportaban a Macao de 6 a 30 toneladas de plata al año. También reproducía las palabras de Gomes Solis en su Arbitrio de la plata publicado en Londres en 1621, que afirmaba que “… la plata va peregrinando por todo el mundo para acabar finalmente en la China, y allí se queda como si fuera su lugar natural”, y las del almirante don Honorio de Bañuelos y Carrillo, que atestiguaba que el emperador de China podría construirse un palacio de plata con las barras que de este metal llegaban del Perú.
Fue durante la Guerra de los Ochenta Años, que enfrentó a España con las insurrectas Provincias Unidas, cuando los holandeses comenzaron a navegar hacia Oriente. Tras la Tregua de los Doce años y la reanudación de las hostilidades, el gobierno español decretó en 1621 el embargo general del comercio con Holanda, que duró hasta 1647.  Los neerlandeses siguieron obteniendo metal argénteo por vías alternativas a través de Calais, Amberes, Hamburgo y Londres. También la  conseguían con el comercio que con base en Bayona y San Juan de Luz, controlado por las comunidades sefardíes de estas poblaciones vascofrancesas, introducía en el norte de Castilla y Aragón especias y textiles a cambio de plata y lana. A pesar de ello, la totalidad del comercio holandés sufrió de escasez de numerario de plata.
Dado que la Corte china prefería comerciar con los españoles y portugueses, y las exportaciones de seda se realizaban hacia Macao y Filipinas, los holandeses llevaron a cabo una agresiva política en la que intentaron tomar Manila y Macao y asaltaron numerosos navíos chinos, obteniendo finalmente el permiso de establecerse en Formosa, donde en 1626 se establecieron también los españoles. Para los holandeses Japón era la principal alternativa para obtener plata al Imperio español, por lo que tras la expulsión de los comerciantes ibéricos los holandeses quedaron como únicos suministradores de este país, ventaja que se acrecentó con la prohibición del soghunado a los japoneses de abandonar el país, acabando con ello con el floreciente comercio nipón con China. La crisis monetaria global de los años 40 del siglo, que coincidió con la última fase de la cruenta Guerra de los Treinta Años en Europa,  llevó a Japón a la prohibición de cualquier exportación de plata.
Las medidas tomadas por los monarcas españoles para evitar el contrabando de plata con Oriente desde las Indias, el cierre del comercio de Macao con Japón y la crisis del Galeón de Manila habían reducido de forma drástica el flujo de plata hacia el interior de China, produciendo deflación, acaparamiento y el incremento de la presión fiscal. A ello se sumaron una serie de desastres naturales que devastaron amplias regiones del imperio chino.
La conjunción simultánea de todos estos sucesos causaron un rápido y descontrolado aumento en el valor de la plata, por lo que para muchas provincias se hizo imposible pagar los impuestos que habían de satisfacerse en este metal. La cada vez más escasa plata fue atesorada, lo que produjo un descenso del precio del cobre, la verdadera moneda metálica china. Mientras que en los años 30 del siglo mil piezas de cobre equivalían a una onza de plata, diez años después se estimaban en menos de la mitad, y en 1643 en menos de un tercio.
Ello llevó a la ruina a los agricultores, que debían pagar sus tributos en plata mientras que sus ingresos eran recibidos en moneda de cobre. Junto a ello se sucedieron en el norte de China hambrunas debidas a las malas cosechas, producidas por un clima seco y frío en un fenómeno climático conocido como Pequeña Edad del Hielo, y en todo el país hubo graves inundaciones y epidemias que diezmaron su población. La rebelión estalló en Shanxi en 1627 y durante seis años se produjo una cruenta y larga guerra.
La conjunción de las sublevaciones interiores de campesinos hambrientos y de la presión de los manchúes en el norte hizo que en 1644 los nuevos emperadores Qing tomasen el control de Pekín. En algunas provincias como Yunnan, Shanxi o Nakín, así como en la isla de Formosa controlada por Koxinga, los partidarios de los Ming resistieron unos años más, hasta que Zhu Youlang, el último pretendiente Ming, fue ejecutado en 1662.
Thierry recogía el caso de tres ocultaciones descubiertas a principios de los años 70 del siglo XX en Fujian, compuestas de moneda macuquina batida antes de la llegada al poder de Felipe V, que se debieron producir por los ejemplares que las componen entre el periodo final de la época Ming y la llegada de la dinastía Manchú, entre los años 1644 y 1660, esta época convulsa que hemos estudiado. Porque, como afirmaba el contemporáneo monje agustino portugués Sebastiâo Manrique, los mercaderes chinos si fuese posible habrían descendido a los infiernos para fabricar nuevos objetos para vender, y así adquirir la codiciada plata y los reales de a ocho españoles.  
BIBLIOGRAFÍA
CEINOS, P., Historia Breve de China, Madrid, 2003.
CÉSPEDES DEL CASTILLO, G., “El Real de a Ocho, primera moneda universal”, en ALFARO ASINS, C., (Coord), Actas del XIII Congreso Internacional de Numismática, Madrid, 2003, Vol. 2, 2005, pp. 1751-1760.
CIPOLLA, C.M., La Odisea de la plata española. Conquistadores, piratas y mercaderes, Barcelona, 1999.
GUNDER FRANK, A., ReOrient: Global Economy in the Asian Age, University of California Press, 1998.
ISRAEL, J.I., Dutch Primacy in World Trade, 1585-1740, Oxford University Press, 1989, reimpresión de 2002.
LORENZO ARROCHA, J.M., Galeón. Naufragios y Tesoros, Santa Cruz de la Palma, 1999.
OLLÉ, M, “La proyección de Fujian en Manila”, en BERNABÉU ALBERT, S. y  MARTÍNEZ SHAW, C. (ed), Un océano de seda y plata: el universo económico del Galeón de Manila, Sevilla, 2013.

SPENCE, J.D., The Search for Modern China, Norton, 2013.

THIERRY, F. “Les réaux espagnols et les contramarques chinoises”, Acta Numismàtica 16, 1986, pp. 175-190.