lunes, 17 de mayo de 2021

El oro, plata, mina y barbarie en la retórica de la independencia de América Hispana

 Publicado en Oroinformación, 17 de mayo de 2021


https://oroinformacion.com/el-oro-plata-mina-y-barbarie-en-la-retorica-de-la-independencia-de-america-hispana/

La actividad periodística, el discurso político y la poesía fueron, según García-Caro, los principales medios que utilizaron las élites criollas para justificar como legítima la cruenta guerra civil que desembocó en el nacimiento de las nuevas repúblicas hispanoamericanas. Destaca especialmente en esta dialéctica la denuncia criolla de la dependencia española de la plata y el oro americanos, en la que lo americano representaba los valores naturales de la periferia, las nuevas naciones, frente a la corrupción urbana de un centro absolutista y tirano, la Monarquía española, de corte oriental y en descomposición.

 Este conflicto, o más bien conjunto de ellos, fue simultáneamente un conjunto de guerras civiles, de emancipación, territoriales entre caudillos locales e incluso conflictos de clases, como sucedió en este último caso en la primera fase de los mismos en Nueva España o con los llaneros de Boves en Venezuela. Los mismos se prolongaron a ambos lados del Atlántico en constantes guerras civiles, pronunciamientos y dictaduras durante el siglo XIX y parte del XX.

 En esta creación identitaria de nuevo cuño, en el que el nacionalismo o protonacionalismo anterior era prácticamente inexistente o incluso nulo, se sitúa la crítica liberal y republicana al mercantilismo metálico de cuño español y a la explotación de la riqueza minera de América, al que los republicanos propusieron como alternativa el libre comercio con Inglaterra.

 En estos escritos se describe una dependencia patológica de la “metrópoli” de sus “colonias”, una conducta política y económica enfermiza, aberrante, corrupta y codiciosa, producto de la marginalidad oriental hispana, como descendientes de vándalos, godos, moros, etíopes, y judíos, los destructores de la civilización latina. La historia peninsular quedó amalgamada y reducida a una infame mezcolanza de impurezas, producto de la lascivia y la violencia de pueblos bárbaros y salvajes.

 Buen ejemplo de ello es la Carta de Jamaica de 1815, escrita por Simón Bolívar, en la que, tras comparar al régimen español y a los españoles americanos con tiranías orientales como Turquía, Persia y China, sitúa al criollo esclavizado en la mina de oro: 

¿Cuál era nuestro destino? Los campos para cultivar el añil, la grana, el café, la caña, el cacao y el algodón; las llanuras solitarias para criar ganados, los desiertos para cazar las bestias feroces, las entrañas de la tierra para excavar el oro que no puede saciar a esa nación avarienta.

 Al referirse al Perú, Bolívar afirma que sería más difícil establecer allí una república moderna, dado que: 

… encierra dos elementos enemigos de todo régimen justo y liberal; oro y esclavos. El primero lo corrompe todo; el segundo está corrompido por sí mismo.

 El oro que se producía en la América española, principalmente en el área neogranadina del Chocó, actual Colombia, era en placeres mineros de los ríos, y no en minas bajo tierra, como Bolívar no podía dejar de saber. Igualmente, cualquier estudio serio sobre la minería en este periodo reconoce que la propiedad de las explotaciones mineras, tanto en Nueva España como en Perú en el caso de la plata y en Nueva Granada en el caso del oro, estaba en manos de estos mismos criollos. Ellos eran la élite natural del continente, un grupo social hegemónico y relativamente abundante, con cerca de un 20% de la población, frente a los escasos 30.000 peninsulares residentes calculados por Lynch.

 Igualmente, no podemos olvidar que el sistema de trabajo forzoso remunerado, conocido en Perú como mita de minas, era una fórmula vigente ya en época incaica, como forma de reparto rotatorio del trabajo, y no como una obligación personal, sino un alistamiento territorial en virtud del cual una determinada zona venía obligada a facilitar a un número determinado de trabajadores, para cumplir unos turnos de trabajo prefijados. La normativa dictada desde la época de Carlos I y por sus sucesores ahondaba en la necesidad de que el trabajo fuese remunerado, con salarios justos, tolerando esta práctica siempre que no fuese perjudicial para su salud, siendo adoctrinados y protegidos legalmente de cualquier abuso, de lo que debía dar cuenta un veedor de la Audiencia. De hecho, el decreto para su abolición fue firmado por Felipe V ya en 1719, si bien no se cumplió, posiblemente por la oposición de los propietarios de las explotaciones, y fue finalmente abolida por las Cortes de Cádiz en 1812. Y, por supuesto, la producción aurífera del virreinato peruano que afirmaba Bolívar no era ni muy representativa ni se realizaba en profundas cavernas.

 En este discurso creado de nuevo cuño el criollo liberal, que habitaba en ciudades con calles empedradas, universidades, colegios y foros, detentador de la riqueza y como decimos propietario de la inmensa mayoría de las explotaciones mineras, renegaba de su origen y de su herencia hispánica e identificaba artificiosamente su linaje con el indio, el minero esclavizado que producía la plata, de rápida exportación al área metropolitana. Es en este sentido muy revelador un extracto de un artículo publicado por un autor anónimo en El grito del Sud, una revista bonaerense, en 1812: 

El español, ese monstruo a quien parece vomitaron las ondas del Océano en nuestras apacibles costas, para causar en ellas la desolación, horror y espanto en que  nos han sumergido por tres siglos, devorado por la insaciable sed del oro, y de la plata, de ese funesto don con que la naturaleza quiso regalarnos para turbar por tantos años de sangre la inmutable tranquilidad en que vivían nuestros mayores, arrancando de su sagrado asilo a los miserables indios para trasplantarlos a los obscuros calabozos de las minas, y haciendo perecer por el trabajo, y por la dureza del castigo a la enorme población con que se inundaba el continente y sus innumerables islas apartó sus ojos sanguinarios de las riberas de la América, en donde había apurado las víctimas de su codicia y su furor, y los dirigió al África para arrancar de allí a esa porción de miserables, a ese montón de hermanos nuestros, que llevan hasta el día impreso en su semblante el sello de nuestra ignominia en la continuación de su pesada esclavitud. 

El autor obviaba que la población negra, sin mestizar, de la América española era porcentualmente pequeña, y sin comparación con las colonias de los demás estados europeos, y especialmente con las británicas y Estados Unidos. Asimismo, el porcentaje de  población libre era superior al de los esclavos. Y que era la propia élite criolla del Río de la Plata la que con su demanda alentaba y participaba activamente en el nefando tráfico negrero. La masiva utilización posterior de la población negra como carne de cañón en las Guerras Platinas, con el propósito manifiesto de “emblanquecer” la población, y el ulterior expolio y práctica extinción física y cultural de los indios pampas y araucanos muestran que la “hermandad” defendida no dejaba de ser un artificio retórico, que no por falso se ha seguido manteniendo hasta nuestros días.

 El análisis de la economía política española en los Reinos de las Indias realizado por Regina Grafe y Alejandra Irigoin muestra un panorama muy distinto al del puro expolio. En base al estudio de la información fiscal, afirman que era muy poco centralizada, y que la extracción de moneda hacia la Península era muy limitada. Muy al contrario, fueron la iniciativa local, la negociación con los particulares para la captación de los recursos necesarios y el control de los flujos económicos los que determinaron la estructura de los gastos.

 Poetas que difundieron estos nuevos mitos fundacionales fueron Bartolomé José Hidalgo, Andrés Bello y José Joaquín de Olmedo. El montevideano Bartolomé José Hidalgo, que había sido soldado en las milicias del Rey a las  órdenes del reconocido filántropo Francisco Antonio Maricel, uno de los mayores traficantes de esclavos de Montevideo, fue el autor de los populares Cielitos y Diálogos Patrióticos, en los que diversos gauchos retaban al Rey de España. Entre los mismos, podemos reproducir el siguiente: 

Lo que el Rey siente es la falta

de minas de plata y oro;

para pasar este trago

cante conmigo este coro.

 José Joaquín Eufrasio de Olmedo y Maruri, diputado en las Cortes de Cádiz, donde abogó por la abolición de la mita, participó en 1820 en la conjura para la secesión de su Guayaquil natal. Tras la anexión del territorio a la Gran Colombia por Simón Bolívar, autonombrado Dictador, se exilió a Perú, desde donde mandó posteriormente a Bolívar una invitación para que trasladase al Perú la lucha por la independencia. Reconciliado con él, posteriormente escribió su Canto a Bolívar, lo que le dio fama internacional. Sin embargo, el mismo no fue del agrado de su destinatario, que en fecha 12 de julio de 1825 desde Cuzco le dirigió al autor una demoledora crítica, dado que el verdadero protagonista de este panegírico no era él, sino el inca Huayna-Cápac.

 El inca evocaba la riqueza mineral de América antes de la llegada de los españoles, y esta loa resumía los trescientos años anteriores como un tiempo de maldición, de sangre y de servidumbre, y auguraba un futuro en el que el oro fluiría solo: 

Ya las hondas entrañas de la tierra

en larga vena ofrecen el tesoro

que en ellas guarda el Sol, y nuestros montes

los valles regarán con lava de oro.

 El caraqueño Andrés de Jesús María y José Bello López, posteriormente nacionalizado chileno, había sido profesor de Simón Bolívar y es considerado uno de los humanistas más importantes de América. Si durante su estancia en Londres de 1810 a 1829 su poesía hacía referencia a la esperanza en un futuro brillante, el fracaso político bolivariano, los escombros de las luchas internas tras la independencia, los caudillismos localistas y las guerras civiles de las décadas posteriores hicieron que sus esfuerzos intelectuales se orientaran a los escritos legales, filológicos y gramaticales en los que brilló.

 Como asegura Alejandra Irigoin, este largo, cruento y dilatado proceso de enfrentamientos afectó significativamente al desarrollo económico y monetario de las nuevas repúblicas. El sistema hispánico involucraba vastas regiones en tupidas redes comerciales, y redistribuía por varias vías, desde los situados a los negocios, grandes cantidades de moneda en todo el espacio continental, por lo que su quiebra supuso la obvia ruptura de estos vínculos. En el mismo sentido, como recogen Prieto Tejeiro y Haro, en España el modelo monetario tradicional sobrevivió mientras siguió afluyendo la plata de las Indias, y la quiebra de la Monarquía supuso su final.

 Irigoin afirma igualmente que como la insolvencia de los gobiernos fue persistente, no hubo medios de financiarse con deuda interna ni externa, y la manipulación monetaria se convirtió en el indeseable último medio para financiar a unos gobiernos quebrados. Las consecuencias fueron la completa ineficacia fiscal de los estados y la creciente carga fiscal sobre los consumidores por medios indirectos. El anteriormente citado y deseado modelo librecambista con Gran Bretaña y los Estados Unidos devino finalmente en pura dependencia y colonialismo económico.

 Para saber más:

 BENNASSAR, B., La América española y la América portuguesa (siglos XVI-XVIII), Madrid, 1985.

GARCÍA-CARO, P. “Las minas del Rey Fernando: plata, oro, y la barbarie española en la retórica independentista hispanoamericana”, Anales de Literatura Hispanoamericana, 011, vol.40, pp. 39-59.

GRAFE, R., e IRIGOIN, A., “The political economy of Spanish imperial rule revisited”, www.um.es, version 2, 14 Apr. 08.

IRIGOIN, A., “Las raíces monetarias de la fragmentación política de la América Española en el siglo XIX”, Historia Mexicana, vol. LIX, núm. 3, enero-marzo, 2010, pp. 919-979.

LYNCH, J., “Los factores estructurales de la crisis: La crisis del orden colonial”, en Historia General de América Latina, Vol. V, UNESCO, Paris, 2003, pp. 33-54.

PÉREZ VEJO, T., “Las guerras de Independencia como guerras civiles: un replanteamiento del nacimiento de la modernidad política en Hispanoamérica”, en PATINO VILLA, C.A. (Ed.), Estado, guerras internacionales e idearios políticos en Iberoamérica, Editorial Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2012, pp. 61-88.

PRIETO TEJEIRO, E., y HARO, D. de, Las reformas monetarias en la primera mitad del siglo XIX: Una aproximación a la historia monetaria de España desde el Trienio Constitucional hasta la Ley Monetaria de 1848, Madrid.

lunes, 10 de mayo de 2021

Los pesos del Perú Libre: del Banco auxiliar de Papel Moneda a otras cecas de necesidad

 Publicado en Crónica Numismática, 10 de mayo de 2021

https://cronicanumismatica.com/los-pesos-del-peru-libre-del-banco-auxiliar-de-papel-moneda-a-otras-cecas-de-necesidad/

Tras la salida de Lima del ejército realista al mando de José Canterac el 25 de junio de 1821 y su ocupación por las tropas republicanas de la Expedición Libertadora del Perú, el general José de San Martín proclamó en fecha 28 de julio la independencia del Estado Peruano. A pesar de ello, las fuerzas realistas dominaban completamente las zonas estratégicas del virreinato, y muy especialmente los distritos mineros, con capital en la ciudad de Cuzco.  La quiebra del comercio y de los ingresos de la aduana de El Callao, los efectos de la guerra sobre la agricultura y la supresión de los impuestos extraordinarios y de los tributos de indios colocó a la naciente república en una terrible crisis económica y monetaria. Por ello, a pesar de tener el control de la Casa de Moneda de la capital virreinal y toda su maquinaria, no había plata que acuñar en ella.

 Entre las soluciones que se tomaron para la financiación del Estado y de la guerra se encontraron las tradicionales contribuciones ordinarias y extraordinarias, así como los donativos. Dado que no era suficiente, se recurrió a la pura extorsión y expoliación de los bienes de los españoles peninsulares de Lima, una minoría relativamente importante de la población de la ciudad, estimada en unos 10.000 individuos sobre una población total de entre 58.000 y 70.000 habitantes. El Juzgado de Secuestros, constituido el 16 de octubre de 1821, llevó a cabo una intensa política de confiscación de propiedades a los comerciantes peninsulares,  que se prolongó hasta su extinción por orden del Soberano Congreso el 27 de diciembre de 1823.  

 Las finanzas del Perú independiente tuvieron en estas confiscaciones un soporte básico, y la política de secuestros permitió un rápido y fácil acceso a bienes de muy diversa índole y naturaleza, si bien esta política de pura expoliación tuvo un alcance mucho menor del deseado. La posterior expulsión de los peninsulares sin indemnización supuso además el ahorro al Estado a buena parte de sus deudas con sus antiguos acreedores. Con todo ello solo se consiguió desplazar a un grupo económico y social de primer orden, reduciendo drásticamente el desarrollo de futuros empréstitos y contribuciones nacionales, lo que hizo que se tuviesen que negociar empréstitos extranjeros, que derivaron, como en la mayor parte de los nuevos países del continente, en agudas y recurrentes crisis económicas y de deuda.

 En estas circunstancias, y ante la falta de circulante, el gobierno de San Martín creó el 1 de febrero de 1822 el Banco Auxiliar de Papel Moneda, y unos días después, el 18 del mismo mes, se dispuso la emisión de moneda de cobre de valor de un cuartillo o cuarto de real, con un sol radiante en su anverso y el valor ¼, la leyenda Provisional y el año de emisión en su reverso. Este Banco emitió hasta agosto de este año papel moneda por valor de 350.000 pesos, cantidad que se incrementó el año siguiente. Aunque proveyó de fondos a corto plazo al gobierno republicano, a medio y largo plazo esta medida de emisión de papel moneda sin respaldo supuso la falta de confianza en la circulación de los billetes en el Perú durante el siglo XIX, con graves consecuencias para su desarrollo económico.

 Asimismo, el 15 de julio, se estableció la nueva moneda nacional, con el mismo peso y ley de la de cuño español, pero con nuevos motivos que aluden a la nueva república, conocidos como pesos de Perú Libre o de San Martín. Según el Decreto Supremo que la creó:

 He acordado y decreto:

 1º. La nueva moneda del Perú se pondrá en circulación desde el día de mañana, y será recibida por el mismo valor que la antigua, por ser de la misma ley y peso que hasta aquí ha tenido.

2º. La nueva moneda del Perú, se distinguirá por las armas provisionales del estado, que lleva en el anverso con esta inscripción, Perú libre, y en el reverso, la justicia y la paz, con una columna en el centro, y la inscripción que dice, Por la virtud y la justicia.

3º. Los que rehusaren recibir esta moneda, incurrirán en las penas establecidas por la ley.

4º. El ministro de relaciones exteriores avisará oficialmente a los gobiernos amigos y aliados, lo prevenido en el artículo 1º de este decreto, remitiéndoles las monedas del nuevo cuño para su conocimiento.

 Comuníquese al director de la Casa de Moneda, publíquese por bando, e insértese en la gaceta oficial. Dado en el palacio del supremo gobierno, en Lima a 15 de julio de 1822.-3º - Firmado.- Trujillo.- Por orden de S.E.- B. Monteagudo

 El escudo provisional citado con las armas del nuevo Estado fue diseñado por el propio San Martín, y llevaba como motivos según consta en un Decreto de 21 de octubre de 1820 “un Sol, saliendo por detrás de sierras escarpadas que se elevan sobre un mar tranquilo”. Sobre dicho escudo se puso una platanera, y está sostenido por un cóndor a la izquierda y una vicuña a la derecha. En el lado izquierdo aparecen las banderas de las Provincias Unidas del Río de la Plata y de Chile, y en el derecho las de Guayaquil y la del propio Perú. 

 Dicho escudo se encuentra sobre una plataforma adornada con flecos y con una banda, que en el escudo original porta la leyenda RENACIO EL SOL DEL PERU. La leyenda circular que rodea el anverso es PERU LIBRE, la marca de ceca con el monograma de Lima, el facial 8R y las siglas de ensayador J y P, así como el año de emisión en su parte baja. La inicial J se corresponde con Juan Martínez de Roxas, ensayador mayor del Reino según recoge Pellicer entre 1773 y 1830, y la P con Pablo Cano Melgarejo, ambos ensayadores activos en la ceca de Lima durante los reinados de Carlos IV y Fernando VII, en moneda de cuño español y posteriormente republicano, entre los años 1803 y 1825.

En el reverso se reproducen dos figuras femeninas, alegorías de la Justicia, con espada y balanza, y la Paz, con una rama de olivo en su mano izquierda, a ambos lados de una columna dórica rodeada con una banda, semejante a las representadas en las Columnas de Hércules de la moneda española, todo ello sobre un pedestal. La leyenda circular, como recogía el Decreto, es POR LA VIRTUD Y LA JUSTICIA.

 Acuñadas con ley de 0,903 milésimos, peso de 25 gramos, diámetro de 39 mm y canto liso incrustado, se batieron entre los años 1822 y 1823 solamente 75.000 pesos de esta especie, y por tanto su circulación fue muy reducida y no pudo cubrir las necesidades de numerario circulante en el territorio controlado por los republicanos. Por ello, se recurrió a introducir moneda chilena de oro y plata y al uso de fichas de pulperos. Si bien se ensayó el sistema de batir moneda por una empresa particular, la escasez de estas acuñaciones hacían muy limitados los provechos para los posibles empresarios.

 El traslado de la ceca a Cuzco

 El desarrollo de la guerra y la disposición de fuerzas permitieron al bando realista considerar a Lima como objetivo militar en las campañas anuales que se planificaban una vez terminada la estación de lluvias, lo que llevó a la toma militar temporal de la capital virreinal en junio de 1823. Mientras que en campo republicano se daba la paradoja de máquinas sin plata para acuñarla, en el bando realista, a pesar de contar con la Casa de Moneda de Potosí, se daba la contraria. Por ello el gobierno virreinal acometió una de las acciones más audaces de todo el conflicto, el traslado de la maquinaria de Lima a Cuzco en julio de 1823.

 Con ello se pretendía tanto privar a los republicanos de ella como utilizarla para acuñar la plata obtenida en las minas bajo su control. El 17 de julio de este año el Teniente Coronel Manuel Vigil fue comisionado para llevar a este nuevo destino toda la maquinaria y a los operarios y dependientes. La misma fue instalada en el Convento y Hospital de San Juan de Dios. Los gastos de la obra entre el 26 de enero y el 26 de junio de 1824 ascendieron a 15.800 pesos. Para su amonedación, se decretó que la plata de las minas de Tarma, Huamanga, Tacna, Huancavelica, Puno y Arequipa se remitiera a la misma.

 Durante su estancia en Lima, entre el 18 de junio y el 18 de julio de 1823, se procedió igualmente a acuñar moneda de plata en todos los faciales, unos 200.000 reales en total, utilizando para ello, al menos en parte y en módulo de 8 reales o peso, la moneda estudiada. En unas ocasiones, la misma se utilizó como cospel de la nueva acuñación, mientras que otras piezas fueron reselladas con una corona real y el año.

 La nueva ocupación de Lima en 1824


La misma se produjo por la defección de la guarnición de El Callao el día 4 de febrero de 1824, que hizo que la ciudad pasase a control realista el 27 de febrero de 1824, tras abandonar las fuerzas republicanas la ciudad, con parte de los útiles de la Casa de Moneda y todo el oro y la plata de las iglesias que no era necesario para el culto. En este año se acuñó moneda de plata de cuño español en Lima, ensayada por Juan Martínez de Roxas y Manuel Rodríguez de Carassa y Rivas, con siglas de ensayadores JM.

 El gobernador de la plaza de El Callao, José Ramón Rodil, recibió en sus Instrucciones de 17 de febrero la recomendación, si así lo estimaba oportuno, de trasladar la Casa de Moneda y una imprenta al Castillo. Según su testimonio, las labores de la moneda, tras construir los nuevos útiles, comenzaron el 12 de mayo. Hay autores que afirman que estas nuevas labores consistieron en un nuevo resello de la moneda del Perú Libre, manteniendo la corona usada anteriormente y con el año 1824. En este sentido, Dargent reproduce un extracto de un Bando del día 30 de abril, en el que se prohibía la circulación de estos pesos, que debían resellarse en el plazo de ocho días, bajo pena de decomiso, relativo a este resello, que se realizó indistintamente en el anverso o reverso de la moneda.  

 A pesar de la escasez relativa de las piezas acuñadas y de los resellos anteriormente vistos, podemos encontrar otros resellos realistas realizados sobre esta moneda, los llevados a cabo en el archipiélago de las Islas Filipinas unos años después, tanto a nombre de Fernando VII como de su hija Isabel II, e incluso alguno realizado por otras repúblicas hispanoamericanas.

 Bibliografía:

 ALVAREZ CARRASCO, R.I. “Superintendentes Administradores, Ensayadores y Grabadores en las cecas del Perú Virreinal”,  Revista Numismática Hécate Nº 6, 2019, pp. 204-224.

DANCUART, E., Anales de la Hacienda Pública del Perú. Historia y legislación fiscal de la República, T.I, 2º ed., Lima, 1905.

DARGENT CHAMOT, E., Monedas, medallas y condecoraciones de la Independencia del Perú, Universidad Ricardo Palma, Escuela de Turismo, Hotelería y Gastronomía, Perú, 2019.

HARO ROMERO, D. de, “La política monetaria de San Martín en el Perú: papel por una plata ausente”, Revista de Indias, vol. LXXI, núm. 253, 2011, pp. 793-824.

HARO ROMERO, D. de, “Las Casas de Moneda españolas y peruanas durante la Independencia del Perú (1820-1824): Reforma liberal y guerra”, II Congreso Latinoamericano de Historia Económica, México, 2010.

MARTINEZ, J.M., Monedas Americanas. La libertad acuñada, Santiago de Chile, 2013.

MARTÍNEZ RIAZA, A., “El peso de la ley: la política hacia los españoles en la independencia del Perú (1820-1826”, Procesos, Revista Ecuatoriana de Historia,  42, 2015, 65-97.

PELLICER I BRU, J., Glosario de maestros de ceca y ensayadores, Madrid, 1997. 

viernes, 7 de mayo de 2021

La contabilidad de las Casas de Moneda españolas en el siglo XVIII

Publicado en NVMISMA, 262. Años LXVIII- LXIX (2018-2019), pp. 159-171. 


Resumen La llevanza de los libros de contabilidad sirvió para controlar el flujo de metales preciosos, y son actualmente una valiosa y detallada fuente de información para el estudio de la producción de moneda en cada una de las cecas de la Monarquía.  Los libros debían mostrar la imagen fiel de la administración de la Casa de Moneda, y a pesar del uso del sistema de cargo y data y de que el mismo no era de tipo patrimonial, cumplió su cometido con razonable eficacia. Durante el siglo XVIII se llevaron a cabo tres reformas en la regularización de la contabilidad y la llevanza de sus libros, por las Ordenanzas de fechas 1718, 1728 y 1730.

Abstract The keeping of accounting books served to control the flow of precious metals, and they are currently a valuable and detailed source of information for the study of the production of currency in each of the mints of the Monarchy. The books had to show the faithful image of the administration of the Mint, and despite the use of the charge and data system and the fact that it was not of a patrimonial type, it fulfilled its mission with reasonable efficiency. During the 18th century, three reforms were carried out in the regularization of accounting and the keeping of its books, by Ordinances dated 1718, 1728 and 1730.

domingo, 2 de mayo de 2021

La moneda en los últimos bastiones realistas en la América continental

 Publicado en UNAN Numismática nº41, marzo-abril 2021

https://www.academia.edu/47882055/La_moneda_en_los_últimos_bastiones_realistas_en_la_América_continental

Los procesos de independencia de las actuales repúblicas hispanoamericanas, a la luz de las obras publicadas principalmente en las mismas con motivo de su segundo bicentenario, son actualmente vistos como un inmenso conflicto civil, o una serie de conflictos civiles, que acabaron finalmente con un rotundo triunfo militar que llevó a la adopción de regímenes republicanos, si bien muchos analistas consideran que este proceso fue una revolución fallida, dado que las nuevas naciones reprodujeron el régimen anterior y se vieron sumergidas en una profunda inestabilidad social, política y económica. 

 Durante estas dos últimas centurias se ha argumentado recurrentemente que fue una lucha de los pueblos americanos contra los opresores peninsulares. Los estudios sobre el conflicto muestran más bien que se trató de la reacción de una parte de las clases acomodadas criollas para el mantenimiento de su estatus social, lo que de hecho consiguieron, siendo impopular para la mayor parte de la población, que se mantuvo fiel a la Corona, y muy especialmente la indígena. Los temores de perder sus privilegios jurídicos y el autogobierno de sus Repúblicas les llevaron a combatir en nombre del rey en los casos que estudiamos de Pasto y Chiloé, incluso cuando todo estaba perdido, como en los casos del sur de Chile hasta 1832 y la guerrilla de Iquicha en Perú hasta esa misma década. Importante fue asimismo el papel de los batallones de morenos y pardos en los ejércitos realistas.

 La población peninsular y canaria de los Reinos de las Indias era exigua. Durante el siglo XVIII, 53.000 españoles peninsulares emigraron a Ultramar, siendo la mayor parte de ellos varones, y casándose con mujeres del país. Los españoles europeos eran, según Humboldt, 150.000 personas a principios del siglo, si bien la cifra real debió de ser muy inferior, según Lynch de entre 30.000 y 40.000 individuos. Un porcentaje ínfimo sobre el total de la población blanca, algo más de tres millones, y sobre la total de entre 15 y 17 millones. Los indios representaban alrededor de un 40%, cerca de siete millones, los negros eran algo más de un millón y los mestizos unos cuatro millones.

 El ejército, que constaba de casi 30.000 soldados y unos 120.000 miembros de las Milicias Disciplinadas, cubría desde California a Chiloé, y desde Florida a Patagonia, si bien su máxima concentración se encontraba en torno al Caribe. Mientras que las milicias estaban compuestas por gentes del país, la proporción de los españoles europeos era prácticamente total en los altos mandos, virreyes y gobernadores, y en los altos grados castrenses, normalmente gente de edad que había pasado a las Indias en la década de los 60-70, integrados en las élites locales y casados con mujeres del país.

 Sin embargo, su presencia era prácticamente nula entre la oficialidad y la tropa, salvo en algunos casos, como Cuba o el Río de la Plata, donde habían llegado durante los conflictos del siglo XVIII. Su número era no obstante relativamente importante entre los sargentos, normalmente de origen humilde y con sobrados años de servicio, también casados en su mayoría con mujeres de la tierra. A ellos se habrían de sumar unos 50.000 soldados remitidos desde la península durante el conflicto, de los que una gran parte, entre 15.000 y 20.000, fueron destinados a Cuba, no participando en muchas ocasiones en los combates.

 A pesar de su exiguo número, los españoles europeos y canarios fueron duramente perseguidos por los gobiernos y los ejércitos republicanos. Los soldados españoles europeos al mando de Pablo Morillo eran solamente 2.000, frente a los casi 6.000 británicos de la Legión Británica de Bolívar, la práctica totalidad de la escuadra chilena de Thomas Cochrane y los filibusteros franceses y norteamericanos en Texas. En la batalla de Ayacucho solamente participaron 500 españoles peninsulares.

 Las guerras a muerte, copiadas por los republicanos venezolanos y colombianos de la revolución haitiana, sembraron el terror, con violaciones y ejecuciones sumarias e indiscriminadas, y llevaron a la población española peninsular y canaria a emigrar en masa, principalmente a Puerto Rico. De hecho, fue la razón para que la expedición de Pablo Morillo, que debía dirigirse al Río de la Plata, acabase desembarcando en sus costas. La llegada a la isla de los refugiados conllevó un verdadero caos monetario, dado que la moneda que traían, la macuquina circulante de mala calidad batida por ambos bandos, no pudo finalmente ser retirada de la circulación hasta 1857. Cuatro mil de ellos se refugiaron en Puerto Cabello, que resistió hasta el 10 de noviembre de 1823.

 En el caso de México, los indultos a los insurgentes de Juan Ruiz de Apodaca habían llevado prácticamente la paz al virreinato en 1819. El pronunciamiento del capitán Rafael de Riego el 1 de enero de las tropas acantonadas en Cabezas de San Juan, Sevilla, para pasar a combatir a los insurgentes y proclamar la Constitución de Cádiz llevó a las élites criollas, comandadas por el Inquisidor General Matías de Monteagudo, a conspirar para declarar la independencia. El oficial realista enviado para acabar con el último foco insurgente activo, el de Vicente Guerrero, Agustín de Iturbide, negoció con él el Plan de Iguala y fue proclamado emperador el 18 de mayo de 1822. Mientras tanto, en Veracruz, las milicias cívicas y la tropa rechazaron los ataques del ejército trigarante comandadas por el también antiguo oficial realista Antonio López de Santa Anna, hasta que, finalmente, el 26 de octubre de 1821, se retiraron junto a parte de la población a la fortaleza de San Juan de Ulúa, donde resistieron hasta el 23 de noviembre de 1825.

 La situación no fue mejor en las demás nuevas repúblicas. Perseguidos, asesinados, privados de sus derechos y despojados de sus bienes, salvo en el caso de Chile, sufrieron una limpieza que si no étnica, dado que obviamente los criollos eran descendientes de españoles, si lo fue por su lugar de nacimiento. Finalmente expulsados de la Gran Colombia, Centroamérica y México, se dirigieron en su mayoría, unos 20.000, a Cuba. En el caso de Perú, el terror decretado por Monteagudo redujo la población española europea de los 12.000 censados a 600. Los supervivientes, unos 6.000 y sus familias, fueron forzados en 1824 a refugiarse en la fortaleza de El Callao, donde, tras un asedio implacable que duró hasta el año 1826, solamente sobrevivieron unas 700 personas, 400 de ellos soldados.

 San Juan de Pasto

 Ya desde 1809, los pastusos y patianos se enfrentaron sucesivamente a los revolucionarios de Quito y a los rebeldes neogranadinos, derrotando a Antonio Nariño y haciéndole prisionero en 1814. Tras la batalla de Bocayá comenzó la conocida como Campaña de Pasto, que se dilatará en el tiempo entre 1822 y 1824, con alternancia en el control del territorio. Entre el 23 y 25 de diciembre de 1822, en la conocida como Navidad Negra, la tropa de Sucre entró en la ciudad, masacrando a 400 civiles de toda edad y sexo, entregando la misma al saqueo, violaciones y destrucción, y 1.000 vecinos fueron reclutados a la fuerza y enviados a combatir a Perú. El comportamiento de las tropas republicanas con la población pastusa fue tan infame que Agustín Agualongo, único militar mestizo que llegó a Brigadier General de los Ejércitos de Su Majestad, afirmó que “Independencia sin libertad no quiero, un pueblo que oprime a otro pueblo no puede ser libre”. Las partidas realistas siguieron operando en Pasto hasta 1826.

 En fecha 26 de diciembre de 1821, el mariscal Juan de la Cruz Mourgeon, Presidente de la Audiencia de Quito, ante la cercanía del ejército republicano, ordenó al director de la Casa de Moneda de Popayán, José María Satisával, el traslado de la maquinaria y los utensilios a Quito. El día 1 de enero Satisával informó de que no había podido trasladar el volante grande ni las máquinas de molino, por su enorme peso, pero que trasladaba el volante pequeño, para acuñar moneda menuda. Tras recibir orden de dirigirse a Pasto el 15 de enero, parece que llegó a esta población el 22 del mismo mes, de la que había sido capitán y superintendente en 1820. Don Carlos Iza ha recopilado valiosa información sobre la misma obrante en el Archivo Histórico de la Memoria de Nariño, Pasto, Caja 11.

 Las acuñaciones en módulo de dos reales o pesetas comenzaron inmediatamente, con plata expropiada de las iglesias y a particulares, con una ley de entre 8 y 9 dineros, y fue destinada al pago de las soldadas. Así aparece en un documento del Archivo Histórico Nacional de Quito, Criminales, 1822, que también recoge don Carlos Iza.  El 24 de enero el director informaba de haber tenido que usar el busto de Carlos IV, por no haber recibido los de Fernando VII. Se da el caso de que es la única moneda acuñada en el Nuevo Mundo intitulada a nombre de este monarca como rey constitucional. Es asimismo novedoso el numeral arábigo 7 en sustitución del romano VII.  

 Esta bella moneda, escasísima y difícil de encontrar en las subastas y ofertas numismáticas, lleva en su anverso el busto de Carlos IV, la leyenda FERDNAND. 7. D. G. ET. CONST y la fecha de emisión, 1822. En su reverso encontramos el escudo contracuartelado de castillo y leones, coronado y entre las Columnas de Hércules, y la leyenda HISPANIAR. REX. , la sigla P de Popayán-Pasto, el valor facial 2R, dos reales, y la sigla de ensayador O, Manuel Vicente Olave.

 Unos meses más tarde, el 8 de junio, la ciudad fue ocupada por Simón Bolívar, aunque no definitivamente, dado que fue nuevamente tomada por las guerrillas de Benito Boves el 28 de octubre siguiente. A finales de 1822, durante la Navidad Negra, la Casa de Moneda fue saqueada y desmantelada. Don Carlos Iza nos informa de que no existen documentos que refieran al retorno de las herramientas, pertrechos y el volante de acuñación a la Casa de Popayán.

 Puerto Cabello

 Tras la batalla de Carabobo de 1821, el batallón Valencey se refugió en esta ciudad, única bajo control de las tropas realistas en Venezuela. El marino Ángel Laborde, con base en este puerto, llevó a cabo la evacuación de civiles del puerto de La Guaira hacia la Habana. Un año después, el Mariscal de Campo Francisco Tomás Morales llevó a cabo la Campaña de Occidente, controlando Maracaibo y el Zulia.

 La flota de Ángel Laborde obtuvo una victoria en 1823 ante una escuadra grancolombiana muy superior en número a la española bajo el mando del comodoro francés Danells, levantando el bloqueo de la plaza, si bien el 24 de julio de ese mismo año sufrió una derrota ante la armada del almirante Padilla en el Golfo de Maracaibo. La misma forzó a Morales a capitular el 3 de agosto, entregando la plaza de Maracaibo, el Castillo de San Carlos, el de San Felipe en Puerto Cabello y los demás lugares que ocupaban en Venezuela. En Puerto Cabello, el brigadier Sebastián de la Calzada resistió hasta que hubo de capitular el 8 de noviembre de 1823 ante el general José Antonio Páez, si bien el Castillo de San Felipe, bajo el mando del criollo mantuano Manuel de Carrera, no capituló hasta dos días después. Varios vecinos y militares realistas recibieron poco después permiso para embarcarse con destino a Cuba.

 En esta plaza se procedió al resello de la moneda falsa de cuartillos que, introducida desde Curazao, no era aceptada por los comerciantes locales. Por ello, la Junta de Pacificación, presidida por el general Miguel de la Torre, en reunión del 5 de noviembre de 1821, resolvió la amortización y retirada de la circulación de toda la moneda de cobre fabricada en la Casa de Moneda de Caracas en circulación en la plaza. La razón esgrimida era que su valor facial estaba muy sobrevaluado con el real, lo que no solamente facilitaba su falsificación, sino que favorecía el atesoramiento de moneda de plata a bajo costo.

 A pesar de ello, y por ser la única moneda de la que disponía la Tesorería de la ciudad, Mariano Sixto ordenó el 5 de junio de 1822 que la misma fuese obligatoriamente aceptada en las tiendas y lugares públicos. Para ello se aprobó asimismo resellar toda la moneda de cobre circulante, sin variar con ello su valor facial, y prohibiendo bajo graves penas la introducción de moneda falsa, con lo que estabilizó el circulante en la ciudad.

 San Juan de Ulúa

 En la ciudad de Veracruz se había resellado moneda en 1812, ocho reales o pesos de la ceca provisional de Zacatecas, con un resello rectangular y las iniciales L.C.V., Las Cajas de Veracruz.  El 27 de noviembre de 1812 un decreto virreinal había declarado de obligada aceptación en toda Nueva España el numerario acuñado en las cecas provisionales realistas, y por nuevo decreto de 19 de diciembre se ordenó que toda la moneda provisional circulante en Veracruz debía ser pesada y resellada con el valor al que debía aceptarse. Se realizaron cuatro diferentes cuños para monedas faltas de peso, para darles el valor de 7 reales, 7 reales y ¼, 7 reales y ½ y 7 reales y ¾. La moneda sin resellar debía correr por su facial y considerarse de peso completo. Finalmente, las monedas faltas de peso y reselladas fueron escasas, y por ello es igualmente raro encontrar monedas con este resello, sobre piezas de Chihuahua y Zacatecas.   

 En 1819 una expedición militar al mando del teniente general Manuel Cagigal partió de Cádiz hacia La Habana, y debía llevar a Cuba una fuerza de tres mil hombres compuesta por los batallones de infantería de Málaga, Cataluña y Tarragona y formar allí un ejército con destino a Veracruz. Otra expedición, la llamada Expedición Grande que tenía primero como destino Veracruz y luego el Río de la Plata, no llegó a partir por el pronunciamiento de Riego antes mencionado.

 En fecha 7 de agosto de 1821 partió un destacamento avanzado, compuesto por cuatro compañías, la primera de 105 hombres del ejército regular, formada por piquetes de los regimientos de La Habana y La Luisiana y los batallones de Málaga, Cataluña y Tarragona, la segunda de 75 hombres del batallón de Pardos de La Habana, la tercera con la misma fuerza del batallón de Morenos, y la última con 105 soldados veteranos y voluntarios sueltos. La misma llegó a puerto el 25 del mismo mes. Pocos días después de la primera partida, se organizó una segunda expedición de refuerzo, con 299 soldados y 11 oficiales de las mismas unidades, aumentando con ello la expedición en 700 hombres.

 Mientras tanto, las tropas comandadas por Santa Anna habían comenzado el asedio de la ciudad el 23 de junio. Tres meses después, y ante la dificultad de mantener la plaza, la noche del 26 de octubre las tropas realistas se replegaron a San Juan de Ulúa, una impresionante fortaleza en una isla fortificada y con 132 bocas de fuego. Las hostilidades se rompieron en mayo de 1822, con la proclamación de Iturbide como emperador. En septiembre, los mexicanos habían tomado totalmente la ciudad, pues los españoles que seguían resistiendo en los edificios de la diputación y el ayuntamiento, tuvieron finalmente que abandonarlos y replegarse al castillo. Acto seguido comenzaron los insurgentes los trabajos para preparar el asedio a la fortaleza.

 Si bien la tropa fue relevada de tiempo en tiempo, a partir de octubre de 1825 una escuadra mexicana de ocho buques, bajo el mando de Pedro Sainz de Baranda, cerró la entrada, dejando solamente salir a las embarcaciones de transporte de tropas y enfermos, pero no permitiendo la entrada de ninguno. Un último esfuerzo de auxilio, una flota comandada por el antes mencionado Ángel Laborde, fue sorprendida por un huracán a la altura de la Sonda de la Tortuga e imposibilitó su socorro. La situación se volvió insostenible, al no recibir víveres y por el escorbuto, por lo que finalmente la plaza se rindió el 23 de noviembre de 1825.

 El incansable Ángel Laborde durante los siguientes años combatió a los corsarios de todas las nuevas naciones, llegando incluso a amenazar el puerto de Kingston, en Jamaica, y los puertos de la República de la Gran Colombia, y deshizo una escuadrilla mexicana en Cayo Hueso. Les produjo tan graves pérdidas que bajó mucho la intensidad con la que operaban, consiguiendo que se restableciera y asegurara el tráfico comercial español.

 En el castillo se encontraban depositados varios millones de pesos, y cuando hizo falta se pidió prestado a los comerciantes instalados en la fortaleza, por lo que no hubo necesidad, como en las otras plazas estudiadas, de emitir moneda de necesidad, obsidional o resellar moneda. Pero sí es de destacar la existencia en el Archivo General de Indias del registro de un escudo de distinción, con el que debían ser condecorados la guarnición de la milicia nacional de Veracruz y del ejército permanente, en premio de su conducta heroica en la defensa de la plaza y castillo de San Juan de Ulúa, a las órdenes del general José Dávila, gobernador de Veracruz, frente a las tropas rebeldes.

 El mismo forma parte de un expediente iniciado a instancias de los regidores del Ayuntamiento de Veracruz, Joaquín Tajonar y Manuel Martínez Samperio, para declarar beneméritos de la patria a la guarnición que defendió la plaza y castillo de San Juan de Ulúa. Se trata de una aguada en azul, marrón y amarillo sobre papel, y presenta el dibujo de un castillo, en el que figura una bandera izada, sobre unas rocas en medio del mar, y lleva inscrito en un círculo la leyenda LA PATRIA A LOS VALIENTES DE SAN JUAN DE ULÚA.

 El Callao

 El Perú fue hasta el año 1820 el principal bastión continental del realismo indiano, y de este virreinato partieron las campañas de reconquista en todas direcciones contra las fuerzas republicanas. A pesar de que Lima capituló ante la Expedición Libertadora del Perú de José de San Martín, que proclamó la independencia el 28 de julio de 1821, subsistieron reductos realistas y los enfrentamientos se prolongaron hasta las batallas de Junín y Ayacucho, en 1824, y hasta la siguiente centuria con la comentada guerrilla de Iquicha.

 En estas circunstancias, las fuerzas realistas del general José de Canterac ocuparon Lima entre el 18 de junio y el 18 de julio de 1823, acuñando moneda de ¼, 1, 2 y 8 reales en un monto global de 200.000 reales, sobre moneda del tipo Perú Libre recientemente acuñadas por los republicanos, en unos casos utilizándolas como cospeles y en otras resellándolas con una corona real. Al retirarse de la plaza, se desarmaron las máquinas y se llevaron a Cuzco, ceca realista operativa hasta diciembre de 1824, y que siguió acuñando moneda a nombre de Fernando VII por falta de nuevos cuños del nuevo régimen hasta principios de 1826.

 El conjunto de los Castillos del Callao, la mayor obra de ingeniería militar española en el continente americano, fue entregada por su comandante el general José de la Mar a los independentistas de San Martín el 19 de septiembre de 1821. Una nueva defección, la llevada a cabo por el motín de 5 de febrero de 1824, supuso la disolución de las tropas chilenas en el Perú y la práctica desaparición del rioplatense Ejército de los Andes, así como su vuelta a control realista. Su defensa fue encomendada al lucense José Ramón Rodil y Campillo.

 Entre las primeras medidas que se acometieron fue la del restablecimiento de la Casa de Moneda de Lima, que había sido saqueada por los insurgentes en su retirada, lo que según las Memorias de Rodil llevó a la construcción de nuevos útiles a costa de ingentes gastos, que se compensaron con el cuño de un banco de rescate, a precios moderados, de la plata labrada y chafalonía que los habitantes habían preservado de los vaivenes de la guerra, comenzando la amonedación el 12 de mayo. 

 Glenn Murray cree que la moneda realista acuñada en Lima fechada en 1824, en todos los valores desde los ¼ de real a los pesos fuertes y ensayadas por Juan Martínez de Roxas y Manuel Rodríguez de Carassa y Rivas, JM, con un busto distinto del anteriormente usado, lo fue en el breve lapso en el que los ejércitos realistas controlaron la ciudad, entre los días 27 de febrero y 18 de marzo de ese año. Aunque es la opinión más extendida entre los investigadores, entra en contradicción con lo arriba expresado por el propio Rodil.

 Entre los documentos anexos a su Memoria, Rodil reproduce el Oficio del general Canterac de 17 de febrero de 1824, en el que se le nombra Gobernador de las Fortalezas del Callao. Entre las instrucciones recibidas está la de la trasladar la Casa de Moneda al Castillo y una imprenta. Álvarez recoge que se dice que Rodil montó en el Callao una ceca en la que se resellaron nuevamente los pesos de Perú Libre, manteniendo con la corona usada anteriormente y el año, 1823. Pero, volviendo al testimonio del propio Rodil, si se tuvieron que construir nuevos útiles y se acuñó la plata y chafalonía procedente de particulares desde mayo, el lugar donde se pudo hacer la amonedación de la ceca de Lima de 1824, una vez transportados los útiles, fue en la fortaleza del Real Felipe.

 Tras la batalla de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824 capituló el Ejército Real del Perú. Rodil se negó a entregar la plaza, encerrándose en la Fortaleza del Real Felipe y en los castillos del puerto con los regimientos Real de Lima y el de Arequipa, compuesto por morenos y pardos, con desertores del ejército republicano y con miles de civiles, que murieron durante un largo y duro asedio por tierra y mar en gran número. La resistencia terminó el 22 de enero de 1826, obteniéndose una capitulación honrosa. En la Capitulación se incluyó expresamente la entrega de los útiles de la Casa de la Moneda.

 En este punto, encontramos una rareza numismática, la emisión de pesetas con el busto de Fernando VII, las iniciales IR de ensayador y fecha de emisión 1826. En cuanto a los ensayadores, existe la hipótesis de que las mismas se correspondieran a Javier Francisco de Izcue y José Ramón Rodil. Si bien muchos estudiosos creen que se trata de una falsificación de época o una fantasía, podría ser la última moneda de cuño realista acuñada en la América Meridional. La primera noticia que se tuvo de ella la dio el insigne don José Toribio Medina en su obra Las monedas obsidionales Hispano-Americanas, y por ello ha sido recurrentemente citada en los estudios numismáticos hasta la fecha. Álvarez Carrasco ha dado a conocer, por primera vez, un ejemplar de la misma, propiedad de un coleccionista peruano, única conocida, que es aquí la que citamos y reproducimos.

 Entre las razones dadas para negar que la misma fuese batida en esta plaza se esgrime que los útiles de los que se disponía no eran los adecuados, si bien como afirma Dargent se desconoce lo que se trasladó desde Lima, y que Rodil en su extensa Memoria no hace ninguna referencia a ella. Jorge Proctor, en un estudio inédito de la misma recogido por Dargent, llega a la conclusión de que esta pieza sería la misma mencionada por Medina y una falsificación de época. 

 Chiloé

 Durante las guerras de Independencia de Chile, los habitantes de Chiloé se mantuvieron fieles a la Corona, y participaron junto con las tribus araucanas del sur de Chile en la conocida como Guerra a Muerte contra los republicanos chilenos, comandados por su gobernador, Antonio de Quintanilla y Santiago. Desde San Carlos de Chiloé, actual Ancud, repelió las expediciones del anteriormente citado Lord Cochrane  en 1820 y la comandada por Ramón Freire en 1824, hasta que finalmente firmó el Tratado de Tantauco el 15 de enero de 1826, por el que el archipiélago fue anexionado a Chile. La lucha continuó en el continente, en un enfrentamiento extremadamente sangriento que devastó el sur de Chile y forzó a la emigración masiva de muchas tribus araucanas a la Pampa. El teniente coronel navarro Miguel de Senosiain capituló en 1827, pero los enfrentamientos continuaron hasta la siguiente centuria.

 Entre 1821 y 1822 Quintanilla requisó la platería de todo el archipiélago, tanto a la Iglesia como a los particulares, unos cincuenta kilos, con los que se fundieron, según una cara del intendente Carvallo al ministro de Hacienda, 1.800 piezas. Esta cantidad era totalmente irrelevante, dado que los gastos administrativos corrientes del territorio ascendían a 40.000 pesos, por lo que probablemente se tratase más de una emisión con fines propagandísticos que puramente económicos.   

 Contamos con el expediente de la entrega el día 20 de marzo de 1854 por parte del brigadier don Saturnino García, que había prestado sus servicios en la isla, de uno de estos pesos fuertes al Gabinete Numismático de la Real Academia de la Historia en Madrid. En el mismo informaba que, careciendo de cuños y medios para troquelar las piezas, la emisión se hizo por fundición por parte de un platero llamado Palomino. Los motivos utilizados, o al menos los que son habituales, corresponden a pesos fuertes potosinos de 1822 y, como fue el caso de esta donación, a un peso limeño de 1819. En la pieza se incluyó, a ambos lados del busto del soberano, la leyenda CHI y LOE. Los ejemplares conocidos tienen falta de peso, algo lógico por su proceso de fundición.

 Esta moneda circuló en Chiloé hasta 1833, y posiblemente algunos de los ejemplares conservados pueden ser falsos de época. Entre 1826 y 1832 se fabricaron numerosas piezas falsas, siempre coladas, que se distinguían de las buenas por su menor fineza y, en ocasiones, por ser más burdas. En cuanto a los falsarios, para los cuales se había decretado la pena capital, se encontró solamente a uno. Por esta razón, finalmente el 11 de diciembre de 1832 se decretó su recogida en un plazo de 48 horas, recogiéndose 509 piezas originales y 334 falsas. Las auténticas se sustituirían por pesos chilenos, mientras que las falsas se partían para inutilizarlas y se devolvían a sus poseedores. La comisión que se encargó de hacerlo tuvo serios problemas para diferenciarlas, por lo que dio por buenas las que parecían tener una proporción de plata y un peso adecuados.

 Bibliografía recomendada

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