Publicado en Numismático Digital, 3 de junio de 2015
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BIBLIOGRAFÍA
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De todos es conocido el capital papel que la moneda española tuvo en la economía a nivel mundial en la Edad Moderna. No podemos olvidar que la Monarquía Hispánica fue la unión monetaria y fiscal más grande conocida por la Historia, y que otros imperios que le sucedieron, como el británico o el francés, no fueron capaces hasta muy entrado el siglo XIX, y en algunos territorios no llegaron ni siquiera a conseguirlo, de dotar a sus colonias de un numerario uniforme, dependiendo en muchas ocasiones del batido muchos años antes a nombre de los monarcas hispanos o del nuevamente acuñado por las nuevas repúblicas hispanoamericanas.
El sistema monetario hispánico, que había tenido una dilatada existencia y había capeado con pequeños cambios estructurales nefastas crisis económicas mundiales, comenzó a entrar en crisis con la participación de España en la Guerra de Independencia norteamericana, una decisión motivada entre otras causas por las adversas circunstancias climáticas derivadas del Meganiño que durante el último cuarto del siglo XVIII produjo graves sequías en las regiones agrícolas continentales americanas y frecuentes y devastadores huracanes en el área caribeña.
La drástica reducción de la llegada de remesas a la Península motivó, entre otras medidas, un aumento en la presión financiera y el recurso a los Vales Reales, el primer papel moneda español, de introducción muy tardía en relación a otros estados europeos pero con similares y nefastas consecuencias políticas, sociales y económicas, no sólo en el territorio peninsular, sino también en los propios Reinos de las Indias, como ha estudiado Gisela Von Wobeser para el caso de la Nueva España. Según esta autora, su consolidación propició las primeras manifestaciones y movilizaciones, y provocó un rechazo generalizado contra el régimen español y la búsqueda de nuevas alternativas políticas.
El problema se agravó con la invasión napoleónica de la España peninsular y la cruenta Guerra de Independencia, considerada por muchos autores de Historia Militar como un prolegómeno de las brutales devastaciones producidas por los grandes conflictos militares del siglo XX. En una España europea totalmente destrozada por esta guerra atroz y en los territorios ultramarinos de la Monarquía se sucedieron desde este momento y hasta 1825 las revueltas y las revoluciones, que dieron como resultado la atomización de la antes mencionada unidad política, fiscal y monetaria, dando al traste con tres centurias de historia común.
Como afirma Alejandra Irigoin, este proceso afectó significativamente no sólo al desarrollo político, sino también y fundamentalmente al económico, de las nuevas Repúblicas. Dado que el sistema hispánico involucraba vastas regiones en tupidas redes comerciales y redistribuía por varias vías, desde los situados a los negocios, grandes cantidades de moneda en todo el espacio continental, su quiebra supuso la obvia ruptura de estos vínculos. En el mismo sentido, como recogen Prieto Tejeiro y Haro, en la España europea este modelo monetario tradicional sobrevivió mientras siguió afluyendo la plata de las Indias, y la quiebra del imperio supuso su final.
La inestabilidad política, económica y social de ambos hemisferios hispánicos durante buena parte del siglo XIX tiene en esta fragmentación una de sus causas fundamentales, no siempre ponderada en su importancia a mi entender entre los historiadores que se dedican al estudio de esta época. El naufragio de la Monarquía conllevó asimismo el abandono de las explotaciones mineras menos rentables, lo que no solamente influyó en la economía de las nuevas Repúblicas, sino que además tuvo como efectos la gran cantidad de papel moneda emitido a nivel mundial en el primer cuarto del siglo XIX y la sustitución en el circulante de la moneda metálica por el mismo.
Como afirmaba Lluis y Navas-Brusi, en tanto que la moneda es la expresión de un poder político, y que el mismo respondía en las nuevas Repúblicas al precedente español, el resultado es que su numerario propio es a su vez función del precedente, incluso en la actualidad. Mientras que en un primer momento el peso del precedente español fue considerable, con posterioridad se fue diluyendo, dado que como afirmaba este autor, suele ser un fenómeno constante en la Historia que al sobrevenir cambios políticos los mismos repercuten sobre la moneda, aunque con un cierto retraso.
Salvo en el caso de las monedas de Agustín I en México, las emisiones de los nuevos estados adoptaron el castellano en sus leyendas, rompiendo con la tradición del uso del latín en las mismas. En un primer momento se conservaron igualmente los tipos de letra, más irregulares y redondeados que los adoptados a mediados del siglo XIX, con la sustitución del utillaje heredado de la época virreinal por las nuevas máquinas de acuñar.
Subsistieron asimismo en una primera fase los símbolos estrictamente monetarios, como las marcas de ceca, los numerales de los valores y las siglas de ensayador, y según Lluis y Navas-Brusi en cuanto a la distribución general de la simbología de las piezas perduró una cierta herencia hispana general, normalmente con una efigie en el anverso y un blasón en el reverso, si bien esta continuidad pertenece más bien al campo de las formas generales del arte monetario de la cultura occidental.
Se conservaron igualmente los valores del sistema, los pesos y sus divisores, especialmente el real, si bien se produjeron alteraciones en la nomenclatura que no conllevaron la alteración sustancial de las especies monetarias. Las primeras emisiones de reales de a ocho o pesos se produjeron en Potosí por las Provincias Unidas del Río de la Plata, en Chile y en Colombia, mientras que en otras repúblicas las primeras emisiones nacionales con nombre de pesos se dilataron en el tiempo. Costa Rica emitió medios pesos en 1850, Guatemala pesos en 1864, si bien con anterioridad había batido reales, El Salvador en 1861 y Paraguay en 1888. En la República Dominicana, de convulsa historia, se acuñaron reales de a diez en 1855 y los pesos con este nombre no aparecieron hasta 1897.
Mientras tanto, y durante un periodo más o menos largo, siguió circulando la moneda batida bajo gobierno español. Dicha pervivencia, digna de ser estudiada en profundidad en el caso de cada espacio político concreto, se produjo tanto en la moneda de mayor módulo y reconocimiento, como era el caso de los pesos o reales de a ocho de plata nacional acuñados en las cecas indianas, como en las más humildes monedas macuquinas de menor formato, de longeva circulación en numerosos territorios, especialmente en aquellos que carecían de minas para su sustitución por un nuevo numerario con los signos propios de cada uno de los nuevos estados.
Otra más que interesante línea de investigación es el uso de los distintos resellos utilizados por los insurrectos y revolucionarios americanos durante sus sublevaciones, así como la continuidad en la circulación de las emisiones oficiales españolas una vez alcanzada en las distintas repúblicas su independencia, habilitadas en muchas ocasiones mediante resellos, que si bien en algunos casos suponían una nueva valoración, en otras tantas solamente trataban de dotar al circulante de los símbolos de la nueva soberanía.
Otro tema que a mi entender merece mayor atención y estudios pormenorizados es el relativamente importante papel que las pesetas provinciales españolas, las acuñadas en las cecas peninsulares, tuvieron en el circulante de amplias áreas en las nuevas repúblicas independientes, por su introducción vía comercio tanto con la antigua metrópoli como con otros territorios caribeños y norteamericanos no hispánicos, donde circularon profusamente.
Los pesos de origen hispánico siguieron siendo durante el siglo XIX, como he intentado mostrar en varios artículos, una moneda internacional. Lluis y Navas-Brusi citaba los casos del reino de Camboya, que llegó a acuñar moneda con la indicación en castellano un peso, indicadora de su equivalencia con el numerario de general aceptación, y de los buques corsarios alemanes que durante la Primera Guerra Mundial utilizaron los dólares mejicanos para sus pagos a los países neutrales.
BIBLIOGRAFÍA
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VON WOBESER, G., “La Consolidación de Vales Reales como factor determinante de la lucha de independencia en México, 1804-1808”, Historia Mexicana, Vol. 56, nº 2, 2006, pp. 373-425.